miércoles, septiembre 30, 2015



martes, septiembre 29, 2015

363

Me levanté temprano, con la idea de avanzar algunos textos, y leer una novela que reseñaré para el subsiguiente Buensalvaje, y aprovechar también en volver a ver una película de Uli Edel, The Baader Meinhof Complex. Llevo días pensando en cómo sería llevar a cabo una revolución en pleno Siglo XXI, una revolución de tinte local que genere al menos una metáfora de lo que es esta nueva juventud limeña, que me resisto a creer que sea en su totalidad una que solo se dedica a bailar y comer. 
Sin embargo, estos planes mañaneros se vieron alterados debido a que recordé que tenía que hacer algunas gestiones en Miraflores. Con las mismas dejé todo en alto y me metí a la ducha, lamentándome en que no aprovecharía las tres horas libres que tendría por delante, las que no pensaba recuperar con las horas muertas que siempre tengo en la librería. En mi mente estaban cada una de las cosas que había que decir en la reunión que sostendría, las  pensaba y me las repetía entre dientes. A mitad de camino, mi taxi ingresó a un cuello de botella y me puse a leer Los escritos irreverentes, título que durante años lo tenía en mi biblioteca y del que ahora puedo disponer porque le tocó sin que le tocara ser leído. 
La lectura me desconectó del cuello de botella. Era lo que necesitaba, una salida fuera de la reunión que sostendría. Pasadas algunas horas, sentí una epifanía: no había que darle más importancia a las cosas, que no hay nada más importante para uno que uno mismo. Puede sonar egoísta este punto de vista, pero he llegado a la conclusión de que el egoísmo es el mejor caparazón para ayudarnos. Recién, a los años, a la edad que tengo, sé, al menos lo supe por largos minutos, que la ansiedad no es lo que debe guiarme. Entonces, en un arranque de furia, decidí no ir a la reunión. 
El taxi me regresó a casa y me senté en el sillón. Dejé para después la lectura de Twain y vi, por cuarta vez en lo que recuerdo, la película de Edel. Así, las cosas funcionan para uno.

lunes, septiembre 28, 2015



362

Un domingo algo ajetreado y supongo que mañana lunes será igual, o peor. Regreso a la librería luego de una semana en los ambientes de la PUCP. Imagino que las cosas se pintarán algo complicadas y mi paciencia se pondrá a prueba a causa de las constantes mezquindades que veo en los compañeros de trabajo, en los otros dizques libreros que no luchan y que se dejan vencer. Pero no me hago problemas, nunca le he dado importancia a los cagones, menos lo haré ahora, aunque las ganas de responder siempre estén intactas, pero paso de largo y solo me enfocaré en solucionar lo que debo solucionar. 
Por más que lo he intentado, he vuelto a quebrar la dieta que me he impuesto. Cuanto más me propongo medirme en las comidas, peor me va porque la tentación culinaria se me presenta en varias formas y sabores, como el espectacular arroz con pato que almorcé hoy y horas después una rica torta, tres leches de chocolate, algo que no es costumbre en mí, puesto que no soy dulcero, mis preferencias van más por los platos salados, de todo tipo, sean fríos o calientes. 
Cerca de las seis de la tarde, salí a arreglar el problema que tenía con el OLO, me dijeron, los de la compañía, que los módulos estarían abiertos hasta las 9 y 30 de la noche y fui al que estaba más cerca de mi casa. Esto me permitió conectarme una vez más con la algarabía dominguera, con las miles de personas que salen, como parejas o en familia, o solas. Sé que no debería sorprender lo que digo, pero en lo personal sí me sorprende porque no soy nada asiduo a las salidas de los domingos, desde hace años que salir a las calles los domingos se ha vuelto algo extraño y este domingo tuve que hacerlo. Felizmente, estuve preparado, con unos audífonos en los que escuchaba a alto volumen a Hank Levy. El vértigo del ritmo le daba una justificación a mi incursión en la jungla, hasta llegué a encontrar más de un lazo en común entre la música y el movimiento desenfrenado de las personas. Siempre, si es que uno le da importancia a la paciencia y reprime la ansiedad, puedes encontrar el toque de magia en situaciones inevitables que te esfuerzas por evitar.

domingo, septiembre 27, 2015



361


Llego a casa luego de un día muy intenso. Me siento por fin casi libre de las obligaciones. El mayor reto lo cumplimos hoy, que tuvimos que mudar de locación nuestro almacén. Más de 300 cajas y estanterías a un espacio muchísimo más amplio e iluminado, que será el nuevo centro de operaciones de nuestra distribuidora. No lo hubiéramos logrado sin la ayuda de “El héroe de guerra” Luchito y Hugo. Mis aplausos para ellos por tamaña labor. 
Mientras supervisaba la instalación, recibía algunas llamadas y mensajes de texto. Como no he estado conectado en estos días, me veía en la obligación de responderlos, uno por uno, explicando la razón de mi libertad y limpieza de la dependencia del mundo virtual. Dependencia que supe a cuenta de las personas que me preguntaban si algo me había pasado. No ha pasado nada, respondía. Pero ante todo, lo que me gustaba más, era que me pedían algunos títulos por leer, y eso, lo admito, es algo que me hace sentir bien. Lo que me reconcilia con la vida es poder recomendar lecturas, películas y música. Hice lo que pude con estas peticiones, robando concentración a la supervisión. 
Tenía hambre, pero no me animaba a comer. No me iba a sentir bien hasta que Luchito y Hugo no acabaran. Esta actitud, como la veo, tiene que ver más con el respeto que con una especie de causa común. Esto es lo que me enseñaron en casa y de lo que recién sé de su valor ahora que me toca dirigir. Por ello, no los apuré, dejándoles todo el tiempo, sin presiones ni quejas, para que encontraran su ritmo. 
Una vez terminada la faena, les pague y pude ir a comer, quebrando en menos de dos días, la dieta que pensaba seguir de ahora en adelante. Me dirigí a un restaurante que ofrecía una variedad de carnes a la parrilla. Cuando vi la carta me animé por un churrasco con papas fritas y le pedí al mozo una porción más de papas. El plato me quedó chico y pedí otro más, con lo que recién pude saciar mi hambre. 
Tomé un taxi de regreso a casa. En el trayecto me puse a leer La filosofía de la Generación Beat de Kerouac, que venía tasando desde hacía unas semanas y que esta noche por fin me animo a leer. El prólogo de Robert Creeley funciona como una buena invitación a sumergirme en estas páginas. Como todo lo que escribió Creeley, hay algo más que sapiencia en lo que dice, es patente ver una pasión, una furia, pasión y furia que debería justificar nuestros actos, así se gane o fracase.

sábado, septiembre 26, 2015



jueves, septiembre 24, 2015

360

Creo que vengo teniendo lo que necesitaba: una limpieza interior del mundo virtual, la cual no he buscado, sino que esta situación se me presentó porque ya no funciona el Olo, que me perjudica en la ventas con el POS, pero como soy hombre de soluciones, sé de dónde jalar señal para cuando alguien quiere pagar con tarjeta. 
En estos días he podido terminar la lectura de seis libros y he escrito mucho a mano. A excepción de estos posts y de algunas reseñas, todo lo demás lo hago a mano, lo más probable es que me sienta muy apegado al seseo de la punta que desparramaba en el papel tinta líquida. Eso, solo gusto, sin ningún afán de publicar, aunque desde hace unos días me vienen insistiendo en que publique mi novelita El cachorro sentimental. Pero en fin, veremos cómo se presenta la situación. No me apuro, nadie en el mundo está pendiente si un escritor va a publicar o no. Sé que lo que digo va a sonar duro, pero es la verdad, nadie está pendiente de lo que un escritor vaya a publicar. 
Al llegar a casa, me pongo a hacer los apuntes respectivos para la conversa que mañana tendré con Susanne en El Virrey de Lima. La lectura de su libro, que en verdad no sé si llamar o cuentario o conjunto de tres novelas cortas, me ha dejado muy satisfecho en cuanto a la narrativa que viene construyendo la autora. Además, me permite afianzar más la impresión de que son las mujeres, sus poéticas, las que no devuelven a ese primer hechizo que sentíamos de adolescentes al buscar una historia en nuestras lecturas.  Historias, que no sé a cuenta de qué estamos descuidando últimamente. A lo mejor la esperanza en la narrativa peruana esté precisamente en lo que vayan a hacer o estén haciendo las mujeres.

miércoles, septiembre 23, 2015



martes, septiembre 22, 2015

359

Preparo algunos textos en estos días en los que he me instalado con una parte de la librería en un lugar en donde hay verde y silencio. Por momentos, siento que estuviera en una especie de monasterio, y durante otros momentos, como si presenciara una cabalgata de ballet en los cambios de hora. Como fuere, aprovecho el tiempo y me pongo a avanzar algunas lecturas pendientes y textos que ya no entregaré por sobrepasarme  de la fecha límite, los cuales, de todas maneras, quiero terminar, por el placer de hacerlo y porque sé que más adelante los podré jugar. 
Lo malo es que en este lugar no se puede fumar. En parte, qué de putamadre que haya leyes que protejan la salud pública, pero qué hacer cuando prohíben fumar y no se dice nada ante el comercio clandestino de otro tipo de sustancias aún más tóxicas y dañinas que el tabaco. 
Basta establecer el contacto, acordar precio e ir a los lugares en donde se consuma la transacción. En todas las instituciones hay esta clase de negocio y cada quien es libre de meterse o no en esas huevadas. Lo que sí me jode es el doble discurso que se tiene hacia el tabaco, siendo pues lo más fácil de señalar y satanizar. Pero en estos momentos no me jode el doble discurso, sino la manera en que se llevan a cabo, sin el más mínimo estilo. Al menos, antes, años antes de esta juventud haga del hueveo su ADN social, existía un estilo que diferenciaba a los grupos. En algunos círculos, ese estilo persiste, estilo que bien se justifica en un cruce de miradas o en los tonos de voz. No son los estilos de ahora, en donde impera la risa idiota y el método simiesco, en donde el fin justifica los medios. 
Me pongo a observar, a interpretar sus posturas ante el pase que harán en uno de los baños. Cliente y vendedor se reúnen. Desde mi posición tengo una visión privilegiada de lo que harán en algunos minutos. Imagino que pronto los agarrarán, la seguridad institucional los viene siguiendo desde hacía meses. Si los señores de la limpieza fueran la seguridad disfrazada, me pregunto. Respuesta afirmativa, ellos son, como bien supe segundos después de que los arrestarán, no debido a una logística trabajaba, sino a la pelea que cliente y comprador, a puño limpio, comenzaron a realizar en los servicios higiénicos.

domingo, septiembre 20, 2015



viernes, septiembre 18, 2015

358

A eso de las seis de la tarde de ayer tuve que hacer unas gestiones, como recoger un cheque que venía arrastrando desde el jueves pasado. Si no lo recogía, debía hacerlo en la quincena de octubre. Entonces, me puse las pilas, hice las cosas con tiempo, para llegar sin apuro y dar la impresión de no desear el cheque, aunque en realidad sí lo necesitaba. En el camino, llevé conmigo una novela de Félix Romeo, que aprovecho en releer en estos días. Algo me anima a escribir un pequeño texto sobre este estupendo narrador español que falleció hace algunos años, a quien vi hace tiempo en un ciclo organizado por el Centro Cultural de España. 
Mientras caminaba, barajaba la idea de dejar de escribir reseñas y comenzar a desarrollar otros tipos de textos, aunque estos no sean necesariamente de ficción. Tengo algunas cosas avanzadas que me gustaría dar a conocer. Pero me conozco bien, uno de mis puntos flacos es la volubilidad, puedo decidir algunas cosas hoy y hacer lo contrario al día siguiente. Como fuere, y sé que los depresivos naturales me entenderán, ojalá sea así, puesto que solo nos justificamos haciendo lo que más nos gusta, en lo que creemos que podemos ser eficientes, que en mi caso, es poco, no me imaginaria haciendo muchas cosas bajo la esclavitud del ego. 
Todos somos esclavos de nuestro ego, yo conozco el mío y me siento conforme con lo que me brinda. Pero también sé en qué momento dinamitarlo. Saber dinamitar el ego me ha salvado de la ridiculez, algo de lo que soy consciente en estos últimos tiempos en los que medio mundo parece estar viviendo dependiendo de la red y en las fuerzas de sus capacidades para obtener algo de sus relaciones sociales. Felizmente, no soy el único que piensa así, somos algunos más, como el buen pata que ayer me preguntó en qué momento leen estos compadres. Lo que parece una pregunta anormal, porque  suponemos que todo escritor debe ser por extensión un lector, se ha convertido en la norma. Suficiente tengo con mis infiernos personales para entregarme manso e idiota a los paraísos artificiales.


jueves, septiembre 17, 2015

leí: "puente aéreo"

Hubo un tiempo algo llamado blogósfera. Así es, parece como si hablara de un fenómeno virtual lejano, con mayor razón ahora que los blogs han quedado en el olvido debido a la fuerza de las redes sociales. En ese tiempo del auge de la blogósfera, porque sí podemos hablar de un auge, no pocos escritores en el mundo se animaron a administrar uno. Muchos de ellos lo hicieron bajo el ánimo de medir la experiencia, otros con convicción y algunos por el mero hecho de figurar. 
En el caso peruano, la presencia del blog Puente aéreo resultó vital. Prácticamente, el blog del narrador y crítico Gustavo Faverón sostenía la blogósfera peruana. A saber, si un día Faverón dejaba de postear, quebrando así el ritmo de tres a cuatro posts diarios, no sucedía nada en los demás blogs que estaban atentos a sus posteos, ya sea para rebotar la noticia o para entrar en abierta discusión con Faverón. 
Hay que ponernos radicales en estas cuestiones en donde entran a tallar los egos exaltados y los resentimientos. Guste o no: el blog de Faverón marcó una época, un testimonio que ahora podemos ver en formato de libro gracias a la editorial Peisa. Y en lo personal celebro su publicación, por la sencilla razón de que estamos ante un intelectual que no duda en decir lo que piensa, sin importar cuánta gente se vea afectada. En un ambiente cultural como el peruano, tan inclinado a la zalamería, la mentira y la hipocresía, la voz de Faverón se convirtió en un mal necesario. Uno podía estar de acuerdo o no con sus puntos de vista, pero lo innegable era que estos puntos de vista yacían en un discurso solvente, por momentos imposibles de taladrar. 
Como era de suponer, no se podía incluir toda la vida virtual del blog en un libro. Por este motivo, nos enfrentamos a una selección de textos. Es precisamente en esta selección en donde nos topamos con el principal error de la publicación, puesto que la selección debió ser hecha por otros ojos y no por los del autor. La intención de Faverón fue mostrarnos un fresco de la variedad de temas que abordó en su blog, pero es precisamente en esa variedad, como los temas políticos (con los cuales estoy de acuerdo a nivel ideológico), y culturales, en donde nos topamos con un Faverón a media caña, que no trasciende. En estos tópicos encontramos a un Faverón a ritmo de entrenamiento. 
Sin embargo, en la selección de los tópicos literarios sí hallamos al Faverón que debemos tener más en cuenta. No exagero, todos los textos de la sección literaria son joyitas que nos impulsan a buscar los libros de los autores que escribe, nos sentimos motivados a investigar más en las corrientes literarias que aborda. En otras palabras: somos impulsados a querer leerlo todo. Esta epifanía la encontramos contadas veces en los artículos y ensayos literarios que se publican hoy en día. No nos debe sorprender: discutir la capacidad intelectual de Faverón en cuestiones literarias es una pérdida de tiempo. En los asuntos literarios no solo encontramos a un autor que sabe como pocos de literatura, sino también a uno furiosamente apasionado, polémico y, en especial, generoso en compartir lo que sabe. 
Tal y como está, Puente aéreo es un buen libro. Pues bien, si dos de las tres secciones se hubieran dedicado a la literatura, estaríamos hablando de un librazo.


miércoles, septiembre 16, 2015

357

Anoche cerré algo tarde la librería. Debía coordinar los arreglos de electricidad que una vez por año debo mandar hacer en ella. Mientras esperaba a los técnicos, me puse a leer las noticias, la mayoría en la red. No hay que ser un dechado en virtudes mentales para llegar a la conclusión de que este país ya ha tocado fondo, y lo ha tocado en todos los sentidos, como si solo nos quedara esperar a que esta pareja presidencial se vaya. 
Entre las notas que leí, un llamado de unidad de los dinosaurios de la izquierda peruana. Leo lo que proponen y busco sus declaraciones en Youtube, siguiendo pues una vieja cábala que me permite encontrar lazos entre las ideas y el tono en que se dicen. No hay duda: los dinosaurios siguen pensando igual. Me dan pena porque no se dan cuenta de que ni siquiera la nueva fuerza de la izquierda, conformada por miles de jóvenes, no les hace caso, porque saben de la poca viabilidad de sus propuestas y del oportunismo que signa su aparición. Muchos de estos dinosaurios han postulado al congreso, más de una vez, y no han accedido a una curul, sin contar con que postulaban con el favor de sus partidos (buenos números de preferencia: 2, 4, 5), la ayuda de la prensa y buen dinero para la propaganda electoral. 
Una vez conocí a uno de estos dinosaurios en un inevitable almuerzo. Como no me voy fijando en quién es quién en las reuniones sociales, solo al final supe su nombre, cuando ya pasado de copas y en pleno esplendor de despotismo, maltrataba verbalmente a uno de los mozos. Hasta ese momento, solo lo veía como una calavera que acosaba a las flacas de la reunión. ¿Cuál fue el pecado del mozo para recibir tamaña humillación? Pues decirle que ya no había más trago. Este hecho hizo que este intelectual y hombre comprometido de nuestra izquierda se comportara como el derechista ultramontano que llevaba dentro.

martes, septiembre 15, 2015



lunes, septiembre 14, 2015

"la imaginación del padre"

Lo bueno de las ferias de libros, al menos para mí, es que puedes acceder a textos de autores extranjeros publicados por editoriales independientes de sus países. De los muchos libros que recibí, hubo varios que me gustaron, siendo uno de ellos La imaginación del padre (Lolita Editores, 2014) del escritor chileno Luis López-Aliaga. 
No quiero caer en discusiones demagógicas sobre el creciente interés de los narradores latinoamericanos actuales en apostar por el registro personal del “yo”, ni mucho menos en encontrar la validez literaria que podemos en encontrar en la figura del padre como tópico. Pienso que los libros se justifican solos sin necesidad de ampararse en registros y temas en boga. Este es el caso de la publicación de López-Aliaga, que no deberíamos encausarla en alguna nueva tendencia (o una por inventar), puesto que el libro se defiende solo como literatura, literatura de buena calidad. Así de simple. 
Es cierto, el autor hace uso de su referencialidad, pero esta se centra, como en realidad debe ubicarse toda narración desde el yo, en los detalles que sí nos pueden decir algo, en lo que el autor se siente no solo seguro, sino también fuerte. En este sentido, nos enfrentamos a la biografía como lector de López-Aliaga, biografía guiada por el peso del pasado familiar, puesto que su homónimo abuelo fue un exiliado peruano en Chile, uno de los fundadores del APRA y muy amigo de Luis Alberto Sánchez. La figura paterna no es dejada de lado, aunque al respecto resulta poco condescendiente, siendo este punto el que nutre de nervio a la voz narrativa del autor, nervio que nos permite encontrar en estas páginas la Verdad (ajá, en mayúscula). 
Podríamos estar ante un posible de cuentas. En parte, sí, pero este ajuste no apela al efectismo del trauma, más bien, marca distancia del recuento de los malos recuerdos, aquellos capaces de taladrarte en lo inefable, sino que opta por una mirada superada que encuentra su justificación en la exposición de lo que debería exponer y la salvación del autor precisamente en la lectura. Desde niño el narrador protagonista se revela como un precoz lector. En otras palabras, y hurtando, solo una parte, revisitamos la máxima de Truffaut: López-Aliaga prefirió ver la vida por medio de los libros. 
No son gratuitas las referencias hacia escritores peruanos como Luis Loayza, José Watanabe, Vargas Llosa, Bryce y Salazar Bondy. En cada uno de ellos, y en matices, encontramos una característica con López-Aliaga: el desarraigo interior. Es pues la mirada incompleta de la vida lo que permite al autor indagar en el pasado familiar desde el abuelo, recorriendo los mismos lugares que este recorrió en Perú, comprometiéndose con un contexto por demás ajeno, y estrechando lazos, a saber: su breve encuentro con su primo Santiago Roncagliolo. 
Sé que un libro como este podría despertar más de una especulación en cuanto al género en el que debe inscribirse. En lo personal, no soy partícipe de estas taxonomías, aunque si me permitiera abrigar una, hablaría de un híbrido. Suele decirse que basta una gota de ficción para teñir todo un texto de ficción. En esta oportunidad, reniego de ese dicho y prefiero ver el libro como uno de no ficción, cosa que aún sigo con la resonancia de Verdad que me ha deparado su lectura. 
Otra impresión que me ha dejado La imaginación del padre es que reafirma, y para variar una vez más, el gran momento de la narrativa chilena actual. En estos últimos años, ya sea por intereses literarios, o por apego emocional a Santiago, he tenido la oportunidad de leer novelas y cuentarios de autores chilenos. En alguna ocasión presenté una muy buena novela chilena y por esas cosas de la vida recibo no pocos libros del sur. Pues bien, en estas lecturas he encontrado un nivel de calidad que sustenta una realidad narrativa a la que haríamos bien en frecuentar, yendo a lo seguro con autores como Rodrigo Olavarría, Claudia Apablaza, Antonio Díaz Oliva, Romina Reyes, Pablo Toro, Diego Zúñiga, Francisco Díaz Klaassen, Constanza Gutiérrez, Matías Correa, Juan Pablo Roncone, Felipe Becerra, Simón Soto, Daniel Hidalgo, Maori Pérez y Esteban Catalán. 

… 

Publicado en LPG


356

Me levanto temprano, con la idea de ver una película que me saqué del sinsabor de la noche del domingo. Creo que lo dije más de una vez, soy una persona de cábalas y cuando menos caso le hago a estas, no me va bien. Cada vez que le he hecho caso a la voz interior, así sea peligroso lo que esta me diga, me ha ido bien. Aunque siempre queda latente lo que escuchas o lees por ahí, sea una opinión o una recomendación, que se cuela en tu mente como un virus. 
Quienes me leen, saben que me gusta mucho el cine, además, no me considero un posero que solo ve cine independiente, de autor y de tantas y variopintas nomenclaturas que puedan aparecer. Me gusta pasarla bien, así de simple. Miro sin problemas una de Godard como una que la viene rompiendo en la cartelera. Preparo mi sensibilidad para estas experiencias y la verdad es que no pocas veces he salido muy contento, sin importar si la película sea buena o mala. 
Mi domingo fue algo ajetreado. Visité algunas librerías y recogí a mi madre del aniversario de la iglesia a la que asiste desde hace más de quince años. Llegamos a casa cansados y lo único que deseé era ver una película que me desconecte del cansancio mental. En la sección de estrenos había varias potenciales, entre las que se encontraba San Andreas o La falla de San Andrés. También tenía otros caminos, pero recordé que en cierta ocasión un pata me habló tremendamente entusiasmado de la película. Según él, había salido conmocionado del cine. En realidad, nunca confío en sus opiniones, mucho menos en sus sugerencias, pero como suelo ser benigno, quise darle una nueva oportunidad y de esta manera, ahora sí, pensar que no es un salado. Es que todo le sale mal a este compadre. 
Sin embargo, mi voz interior me decía que me desperece y vuelva a la etapa muda de Hitchcock con The Lodger (1927), o El enemigo de las rubias. Mi voz, esa voz que tantas satisfacciones me ha deparado, fue traicionada por darle una oportunidad a estos 90 kilos de sal. 
No dormí bien. La falla de San Andrés es una porquería. Si algo tiene de interesante, es la actuación de Paul Giamatti y las presencias de dos mujeres a las que deberíamos seguir sin importar en qué sonseras decidan participar, un par de mujerones, para ser más justo: Carla Gugino y Alexandra Daddario. 
La culpa era totalmente mía. No haberle hecho caso a mi voz hizo que me despertara con dolor de cabeza, algo que solucioné con café bien cargado, que ayudó a que pudiera contemplar el paisaje de mi parque y que permitió ver la amistad ente mi perro y mi gato. Entonces vi la película muda de Hitchcock. Solo así las cosas se pusieron en orden.


domingo, septiembre 13, 2015

seudolibreros

Me levanto a las nueve de la mañana y me pongo a leer la columna de Niño de Guzmán en Perú 21. En su artículo escribe sobre la paulatina desaparición de las librerías en España; sigo leyendo el texto, en donde el escritor ahora se centra en el contexto peruano. 
Entonces se refiere a los seudolibreros. 
Niño de Guzmán habla del aprovechamiento comercial de estos mercachifles de la cultura durante las ferias de libro para luego desaparecer el resto del año. 
Ya lo he dicho más de una vez, en este país no hay libreros, solo vendedores de libros. 
Así es, contados libreros, entre los que me cuento. 
Sin embargo, lo que llama mi atención de la palabra seudolibreros, es que estuve pensando en la misma anoche, muy cerca de las ocho y treinta, cuando me disponía a cerrar la tienda de la librería. Tenía algo de dolor de cabeza a razón de lo poco que había dormido, mi ánimo entonces no era el de los mejores, pero ese dolor de cabeza no me amilanó. Pese a lo que te ocurra durante el día, tienes que cumplir tus compromisos, como los amigos que vinieron a hacer un reportaje sobre los libreros del Boulevard Quilca, a quienes guíe como un Anthony Bourdain, pero de libros. Estuvo simpática la grabación del reportaje y, ni bien se terminó, en una regresé a la tienda. 
Cerca de las seis de la tarde, solo pensaba en ir a casa. Así es que cuando cerraba, barajaba posibilidades para fugar, o sea, pasar rápido por la aglomeración congregada que celebraba un aniversario más de Perú Posible en el Parque Francia. Me pregunté si valía la pena cruzar el parque Francia, la pregunta tenía asidero, habían cortado el tráfico en Quilca y Camaná. Es decir, no tenía el taxi a la mano. 
Decidí, pues, tomar el taxi en Wilson. Prendí un cigarro y vi a pocos metros de mí, en donde lo que fue El Averno, a ocho personas, en estado etílico, agrediendo a un señor. Más puñetes que patadas recibió el señor. Nadie hacía nada, salvo yo, que me acerqué. Pero la sorpresa (quizá cometa mucha ingenuidad al decir sorpresa) la sentí cuando me percaté que los agresores y el agredido eran precisamente personas dedicadas al comercio de libros. Personas que a lo largo y ancho de Quilca y alrededores tienen locales dedicados a la venta de libros. Más allá de los motivos que originaron ese acto cobarde de golpear a uno entre ocho, en el que tuvo que intervenir la policía a los treinta segundos que empezara a poner orden. 
El mandamás de los abusivos, un tipo al que medio mundo llama Chango o Changó, sostenía una botella de cerveza en la mano derecha y un cigarro en la izquierda. Lo observé y estiré mi mano para quitarle el cigarrillo y así prender otro mío. Obvio, mi actitud era provocadora, actitud que se refuerza más con los cabecillas de esta clase matonerías. Me miró y me puse a hablar con él mientras la policía arreglaba el problema con el herido, que no sé por qué, no se atrevía a denunciarlo. Mientras hablaba con este sujeto, muy suelto de huesos me decía que era dueño de muchos locales en el centro y de un par en otros distritos, llamándose un hombre de cultura, reconocido por la Municipalidad, la Cámara Peruana del Libro y el Ministerio de Cultura, a lo que agregué que también era reconocido en las comisarías cuando se encontraba su archivo de antecedentes legales. Él se quedó callado al escuchar esto último y como si las huevas le dije que era un fenicio cultural, por decir lo menos. Claro, le tuve que explicar qué cosa era un fenicio, su rostro de duda revelaba una profunda ignorancia. Pero lo que en realidad quería decirle era que si tenía un problema con quien fuera, que lo arreglara él mismo, y en otro lugar, cara a cara y no valiéndose de la ayuda de sus chacales, tan bestias como él y que solo sirven para cargar cajas. Me dijo que tenía mucho poder y no me quedé atrás.Le dije que lo que más gusta en la vida era enfrentarme al poder, mejor si este poder es uno abusivo. La hija del tipo se acercó y se llevó a su padre, pero el oficial lo detuvo y lo metió en el patrullero. La borrachera, su estupidez reforzada por el alcohol, hacía que le dijera a los policías las mismas idioteces que me acababa de decir. 
Prendí otro cigarro y caminé a Wilson para tomar mi taxi.


breve repaso de polémicas

Hace un mes, o casi un mes, vino a la librería una lectora de mi blog. De ella puedo decir que es una buena lectora, conocedora de clásicos y de lo que debe conocer de narrativa contemporánea. Me gusta cuando recibo las visitas de lectores y lectoras, a los que he podido ayudar como un Virgilio de lecturas. Ella, la que me visitó, venía con una clara intención de ponerse al día con la narrativa peruana actual. Como nueva lectora informada de narrativa peruana actual, tenía toda la intención de leer a las nuevas voces que estaban marcando la pauta en nuestras letras. Noté que su interés era real, por ello, le pedí que anotara los títulos de los autores que debía leer. No todos los títulos eran de mi agrado personal, pero eso no importaba, porque siempre he creído que los libros que no me gustan no necesariamente tienen que ser malos, y lo digo con conocimiento de causa: hay libros que no me gustan, pero que a nivel formal y temático bien puedo calificar de interesantes, buenos, y en algunos casos, de obras maestras. 
La lectora tomaba nota de los títulos que le sugería. El asunto iba bien hasta que hizo un comentario que me dejó pensando. Su comentario me llevó a recordar el ensayo que estaba escribiendo sobre las polémicas literarias en el Perú, ensayo que avancé hasta la mitad y que dejé por razones de presupuesto, ya que para llevarlo a buen término, debía becarme tres meses, estar consagrado exclusivamente a él. Pues bien, lo que dijo esta lectora reflejó un entusiasmó que yacía en una involuntaria ingenuidad. Me dijo que le gustaba la camaradería que existía entre los escritores peruanos, en donde la mayoría, mayoría que ella conocía por las redes sociales, mostraba una actitud dispuesta al diálogo y el intercambio de ideas, algo que iba en contra de lo que intuía: que la discrepancia entre artistas siempre ha servido de acicate en la hechura de proyectos creativos individuales y colectivos.
Sin duda, esta lectora estaba viendo algo que no era. En buena onda le expliqué que no es lo mismo no decirse nada por estrategia promocional que ser parte de un ambiente de camaradería pautada por el diálogo y el intercambio de ideas. No existía lo segundo, una farsa monumental. Más sí lo primero, la norma de conducta que motiva la aparición de mucho narrador ahuevado de sí mismo. 
Le pedí que tomara asiento. Pensé también en la posibilidad de cerrar la librería e invitarle un café y empanadas en el Queirolo, pero al final nos quedamos en la librería. El espacio era propicio para contarle que las cosas no siempre fueron así, puesto que aparte de talentosos poetas y narradores, sabios ensayistas, que pueda tener nuestra tradición literaria, esta no ha estado libre de sus fuegos cruzados, siendo pues escenario de más de una batalla encarnecida en pos del objetivo inmediato: el reconocimiento unánime en vida, la canonización en mármol, la coronación en laureles, la ovación, pues. 
Más de una vez me he preguntado si la ausencia de polémica hubiese perjudicado el discurso escrito de nuestras más altas voces. Entendamos la polémica como un desfogue, emocional y mental, que tan bien le hace a una mente creativa y pensante, hermética en su lucubración, oxigenándola. Nuestras polémicas literarias tienen larga data, tenemos la de Ricardo Palma y Manuel González Prada, sin lugar a dudas, dos de las voces en las que bien puede descansar el pensamiento y la creatividad literaria escritos en Perú. No es poca cosa. A saber, Palma es uno de los pocos escritores, contados en realidad, que fundaron un magisterio literario en Latino América durante el siglo XIX, magisterio proyectado en la siguiente centuria. No hay mucho que decir sobre González Prada, el pensador, el poeta, la voz punzante que marcó el derrotero de no pocos pensadores e intelectuales peruanos del siglo XX. El punto de encuentro entre ambos escritores fue no menos que discutido, en realidad no sabemos a la fecha por qué comenzaron a polemizar, algo que podría nutrir hipótesis, cada cual más estrambótica que la otra. Pero esa polémica entre dos mounstros de la cultura peruana, se tiñó de bajeza, las alusiones sociales y raciales condimentaron el discurso, del que solo quedó como insumo para las anécdotas que suelen relatarse en los bares, hasta el día de hoy. 
Entonces, nos preguntamos: ¿Si dos pesos pesados de la cultura peruana entraron en una polémica, por qué no los demás? En verdad, todo escritor peruano está llamado a polemizar. Obvio, hablamos de literatura. La literatura en el Perú está por encima de las otras artes. Ninguna puede compararse con ella, por la sencilla razón de que esta exhibe una tradición, una tradición con la que los peruanos se identifican desde niños, una tradición que se sabe de ella sin necesidad de conocerla, una tradición que justifica al Perú como nación. Sé que esta aseveración puede sonar polémica y petulante. Pero comparemos la tradición literaria peruana con las otras. El silencio, al respecto, es la mejor respuesta y no ahondaremos en ello para no parecer abusivos. 
Por esta razón, por la fuerza de la tradición literaria, es que somos testigos de una furia no pocas veces desmedida cuando los escritores ingresan al ruedo de la polémica. No solo ponen en juego un punto de vista, también una identidad con relación a la tradición a la que pertenecen. Esa apuesta sobrepasa a cualquiera, no importa cuán buenas sean las intenciones, lo que los lleva a ganar una contienda discursiva es el ego, el reconocimiento inmediato, la humillación del contrincante, la exposición de sus taras intelectivas y, como bien se ha visto en algunos casos, la exposición de sus defectos físicos, asuntos pues, escanciados de criollada que más de un subnormal piensa que es humor, cuando de humor e ironía no tienen absolutamente nada, porque nuestros protagonistas de hoy necesitan del ego de los de antes, pero los de antes sabían del alcance de su obra. Ese ego de los escritores de ahora se contradice con lo que sus poéticas ofrecen. Esa es pues la diferencia. Las polémicas de antaño, sea la de Palma contra González Prada, la de Mariátegui contra Sánchez, la de los Horazerianos contra Oviedo, por citar algunos casos ubicados por el público no necesariamente lector de la literatura peruana, tenían un trasfondo mucho más rico en obra en comparación a los de ahora. 
Al respecto, la última polémica de consecuencias silentes, fue la que se libró en el 2005, la denominada Andinos contra Criollos. Han pasado diez años y estamos en condiciones de aseverar que los escritores que participaron en ella se sacaron la mierda y se dijeron lo que tenían guardado durante décadas. Como se suponía, llegaron a bajezas injustificables, bajezas que metaforizaron aquello que llamo el sentimiento menor. 
Revisamos los diarios y revistas de ese 2005. Analizamos las posturas de Miguel Gutiérrez, Alonso Cueto, Gregorio Martínez, Julio Ortega, Oswaldo Reynoso, Fernando Ampuero, Alonso Alegría, Gustavo Faverón y algunos más que en estos momentos no recuerdo. Ubicamos a cada uno de estos escritores, conocemos su obra y cada quien puede darle el valor literario que considere conveniente. Lo que pudo ser estimulante para la mente y el espíritu, se torció en una sinfonía de insultos provenientes de ambos bandos. Quien esto escribe, se interesaba en el tema de fondo: ¿Qué hacer para descentralizar la narrativa peruana? ¿Cómo propiciar la promoción de los escritores de provincias en Lima? Por eso, considero que esa polémica fue desaprovechada. A diferencia de muchos, que consideran esta polémica como banal, yo sí creí en su posible alcance. En mucho tiempo los escritores peruanos de mayor trayectoria se decían las cosas sin titubear y en esa ausencia de temor, se podían sacar varias conclusiones de provecho que nos permitieran acceder a un panorama más justo y cabal del escenario literario peruano. Habíamos ingresado en el vientre de la ballena, con la idea de conocer los circuitos que la alimentan, no para salir despedidos por sus flatulencias. El tiempo ha puesto algunas cosas en su sitio, entre los insultos hubo conceptos que a la fecha son puntos de debate, como el tópico de la violencia política y su frivolización comercial. Sin embargo, los que más perdieron fueron los denominados andinos, a los que podemos ver tratados por la academia y los medios de igual manera, incluso hasta mejor, en comparación a los que criticaban cuando la polémica. 
Cada vez que me hablan del tema, o cada vez que lo escucho, no dejo de lamentarme por esa oportunidad perdida. Si un escritor e intelectual piensa que las polémicas no son necesarias, asumiéndolas como pérdidas de tiempo, pues algo debe andar mal en su cabeza, debe tener alguna duda oculta respecto a su talento. Los escritores de esa polémica entraron y fijaron posición, quizá algunas irreconciliables, pero la establecieron. En cambio, lo que pasa ahora, lo que vemos en las redes, la carencia de franqueza reforzada con una actitud amanerada de no quedar mal con nadie es la norma que pauta y sobredimensiona un contexto literario que está muy lejos de lo que dice que es.

sábado, septiembre 12, 2015



viernes, septiembre 11, 2015



jueves, septiembre 10, 2015

355

Me levanto temprano y busco una película que me sacará del mundo al menos durante una hora y media. Entre lo que seleccioné la noche anterior, tengo una que dirigió Ben Affleck, The Town, la que por estos lares fue promocionada como Atracción peligrosa. La vi cuando la estrenaron y la quiero volver a ver ahora para confirmar una potencial certeza: el buen director y guionista que es Affleck. 
Este interés no es nada gratuito. La idea de volver a verla la tuve ayer en la tarde, ni bien terminé de hablar con Manuel, un pata del barrio, a quien no veo en años y que obtuvo el número de mi celular por cuenta de amiga, también del barrio pero que ahora no vive en él. Me sorprendió esa llamada, principalmente porque no tengo ningún lazo con las puntas que conocí en mi adolescencia, adolescencia que asocio a las conversas con licor en el parque y partidos de fulbito signados por la mala leche y el espíritu de ganar cueste lo que cueste. Prácticamente, soy el único sobreviviente del barrio, sobreviviente de mi generación. Ahora hay otras puntas, cada vez más idiotizadas, pero inofensivas en comparación a las que conocí. 
Manuel me habló del destino carcelario de Carlos. Me dijo a grandes rasgos de que lo acababan de condenar a quince años de encierro por tráfico de drogas. Mientras Manuel me contaba, permanecía en silencio, puesto que no me sorprendía lo que escuchaba. Sabía que tarde o temprano, ese sería el destino de Carlos. Manuel, no sé si en tono de broma (me cuesta detectar los tonos de voz), me dijo que el abogado de Carlos había argumentado que la culpa de sus acciones no era suya, sino del barrio en que creció, un barrio cuna de delincuentes y criminales de alto vuelo. 
Como lo escuchas, Gabriel, dijo Manuel. 
Luego de hablar con Manuel, no me quedé pensando en las idioteces del abogado de un subnormal, sino en el destino de otras puntas generacionales. Todas ellas siempre han culpado al barrio de sus acciones. Me quedé pensando en ese síntoma, es entonces que pensé en esta película de Affleck.


martes, septiembre 08, 2015

354

Empiezo la semana con algunas sorpresas. La primera, “Hombre sabio” sale de vacaciones y voy a tener que hacerme de ese local de Selecta, porque el de siempre, aún no lo instalamos luego de las dos agotadoras ferias seguidas que hemos tenido. En mi idea estaba que salía de vacaciones a fines de este mes. 
Me encuentro con “Hombre sabio” para que me enseñe los trucos de la puerta corrediza. Y le pregunto qué piensa hacer en sus vacaciones. Su respuesta es contundente: irá a Máncora a visitar a sus amantes. Lo felicito por su viaje. Vamos a extrañar a “Hombre sabio”. Mi deseo es que la pase bien y que regrese con las pilas y la disposición más recargadas. 
Una vez instalado en la librería, me pongo a acomodar mi espacio de trabajo. Mientras hago unos mínimos acomodos, pienso en la agitada noche que he tenido, porque ayer en la mañana falleció mi tío Elías. 
Pensé en él en la mañana, aunque también anoche cuando con mi padre nos dirigíamos al velorio. Le decía a mi padre que la única figura de abuelito que tenía era precisamente la de mi tío Elías, puesto que jamás conocí a mis abuelitos, ni por el lado de mamá ni de papá. Solo a mis abuelitas. 
De los 2 a 5 años viví en la casa de mi tío Elías. Y puedo decir de él dos cosas: era un hombre bueno y generoso. Esa bonhomía mi padre y yo la comprobamos anoche, cuando varios taxistas de la urbanización 12 de Octubre, nos hablaron del tío Elías ni bien les dábamos las señas de la dirección, señas que no teníamos del todo claras puesto que no íbamos al barrio en más de treinta años. 
En el trayecto a la casa del tío Elías, pasamos por los lugares de mi niñez, de esa niñez que aún permanece en mi mente. El colegio inicial, los parques y las pistas en donde solía jugar con mi trompo. Aunque lo que más recuerdo de esa etapa en la casa de mi tío Elías fue esa tarde en que me senté en el borde del techo, desde donde tiré a la pista 80 ladrillos de construcción. Uno por uno, imagino que en el lapso de dos horas. Desde niño, ahora lo sé, tenía apego por la destrucción. Seguramente esa tarde me encontraba aburrido y me llamaron la atención esas rocas de rojo pálido colocadas en la azotea. Cogí una y la tiré a la pista. Me gustó el ruido de la destrucción, como también la forma en que se desvanecía en la pista. Cuando terminé de destruir el ladrillo 80, apareció mi tío Elías, que venía caminando, fumando su cigarrito. Pude ver su cara de molestia. Entró a la casa, subió donde me encontraba y me miró por tres interminables segundos. Luego me dijo que lo acompañara y fuimos a comprar salchipapas para la familia. 
Un hombre bueno, pues.


"usted está aquí"

No siempre tienes la oportunidad de toparte con libros redondos, maduros y cargados de epifanías. Pues bien, esta es la primera impresión que me dejó Usted está aquí (Montacerdos, 2015) de la escritora colombiana Margarita García Robayo. 
La publicación está conformada por cuatro cuentos y una novela corta: “Cosas peores”, “Algo mejor que yo”, “Lo que nunca fuimos”, “Usted está aquí” y “Hasta que pase un huracán”. En cada uno de estos textos somos testigos del enorme oficio narrativo de la colombiana, también de su peculiar talento para fabular, pero en especial, somos partícipes de su mirada y sensibilidad que la llevan a configurar fisonomías morales y situaciones que se posicionan en la mente como esquirlas. Seguramente, en otras manos más inclinadas al efectismo y el muestreo técnico, estas fisonomías morales y situaciones arribarían más temprano que tarde en el fracaso. 
No es poca cosa lo que digo. Esta selección de textos de la colombiana no es más que un genuino canto al acto de narrar, pero este acto de narrar parte de la sencillez y es precisamente en esa sencillez de la poética de la autora en donde encontramos la fuerza de la misma y entendemos por qué a su corta edad goza del prestigio que con toda justicia tiene. En apariencia, los motivos de los textos pueden ser inanes, de los que podemos encontrar una tradición que nos ha entregado de todo: un niño con sobrepeso, una hija resentida con su padre, una posera intelectual que solo quiere experimentar, un señor que no puede salir de un hotel y una joven que solo desea irse de su país. Sin embargo, y lo que vale y quedará, es que la autora eleva el motivo de sus relatos a niveles de perdurabilidad gracias a los recursos de los que hace uso, siendo el humor y el sarcasmo el par de hilos conductores que los justifican. 
Los silencios de sus personajes y la voz que narra sus peripecias, son los verdaderos protagonistas de los relatos que a más de uno deja pensando y, por qué no decirlo, también muy quebrado y corroído de hastío. No es para menos, como lector uno puede sentirse identificado con las miserias y anhelos de estos personajes perfilados con honestidad. Al respecto, barajo una especulación que recojo de la extraordinaria Iris Murdoch (me permito un necesario paréntesis: ¿tú, lector, ya leíste a este Jumbo 747 de la narrativa mundial?): “si reconoces tus limitaciones en narrativa, puedes llegar lejos si practicas la honestidad en lo que escribes”. Pues bien, esta especulación la puedo llevar a García Robayo y de esta manera tratar de entender los cauces que motivan su ficción, una que se aleja del peso temático de su tradición, una ficción que aborda los tópicos que horadan emocionalmente al hombre de hoy y, felizmente para los lectores de buenos libros, canalizada en una voz alimentada con ánimo festivo y odio tropicales (imposible escapar de la voz cultural, en este caso, para bien y agradecimiento de los futuros lectores de la autora). 
Como dije en el primer párrafo, no siempre tienes la oportunidad de encontrarte con libros redondos y epifánicos. Cada relato es un elevado canto al acto de narrar, aunque no puedo dejar de señalar mi decepción con el que titula la publicación. Ahora, que este mínimo reparo no sea obstáculo para no disfrutar de un libro que nos presenta a una escritora en todo el sentido de la palabra. 

… 

Publicado en LPG


domingo, septiembre 06, 2015

353

Lo más difícil del fin de semana fue la desinstalación del stand de Selecta de la Feria del Libro de la PUCP. A pesar de los requerimientos, me di maña para cumplir con todos los requisitos de seguridad que ahora están pidiendo, aunque lo ideal sería que esos requerimientos se hagan con la debida anticipación. 
Como no tenía que cargar nada, solo supervisar, aproveché el tiempo en ir leyendo una novela que se pinta de magistral: El expreso de Tokyo de Seicho Matsumoto. 
No sabía nada de Matsumoto. 
Y me alegra saberlo ahora. Y me alegra más que este libro sea una novela negra en el más puro sentido del término. 
Eso es lo paja del olfato lector: siempre estás a la caza de buenos títulos, llevas a cabo tus cábalas, dejas de lado las buenas costumbres literarias para convertirte en un hedonista de las buenas historias. Es que soy un lector que necesita historias, de nervio, con personajes con los que me pueda identificar, capaces de sangrar más de lo que yo sería capaz de sangrar, personajes pues más reales que los poseros con los que inevitablemente te cruzas por el camino. 
Si el ritmo no decae, estaré terminando la novela el martes, y si el tiempo me lo permite, haré una reseña de la novela, que es lo que deseo finalmente. 
Lo bueno, sin duda lo mejor, de este fin de semana, fue que me di una caminata por La Punta. Cuando bajamos del taxi, la idea era almorzar algo marino, pero la proliferación de restaurantes y comensales que deglutían productos marinos hicieron que se me quitaran las ganas de comer algo marino. Por un momento, barajé la posibilidad de salir de La Punta y comer algo casero, pero las cosas pasan por algo, ya que vi un restaurante de pastas, el cual era la primera vez que veía, puesto que venía a la punta después de varios meses. Me quedé mirando ese restaurante. Su pinta parecía más el de una casa. Y decidimos entrar allí. 
Disfruté lo que pedí: canelones de pulpa de cangrejo. 
Luego caminamos un toque por el malecón y disfruté como pocas veces de unos picarones. Quienes me conocen, saben que no soy nada dulcero, entonces, si me gustaron los picarones el día de hoy, es porque estos estuvieron buenazos. 
Necesitaba un domingo así, libre y sin preocuparme de nada. Sin tener que responder mails, ni Inboxs, alejado sin más de las pequeñeces de la vida.


sábado, septiembre 05, 2015

352

Me levanté temprano. Mi idea era desayunar tranquilo, mientras leía los diarios del día y respondía algunos mails. En algunas horas, cerca de las 3, me encargaría de la desinstalación del stand de Selecta en la Feria del Libro de la PUCP. Tenía todo listo para supervisar la cargada. Los hombres contratados cumplían con las exigencias de seguridad que viene exigiendo la universidad desde esta edición. 
Entre los mails que revisaba, un lector del blog me comenta, casi extasiado, la película Adaptation de Sipke Jonze. Le respondo, reforzando más su impresión, porque es una película que me gusta también. Aunque me es imposible no sentir una desazón, porque hasta la fecha no puedo leer el libro que inspira la película: El ladrón de orquídeas de Susan Orlean. 
Con este libro de Orlean tengo un escozor emocional. No lo he leído por huevón, por haber sido lo que más critico de los demás. Un confiado. Me fastidia pues subestimar las situaciones, peor cuando hablamos de personas. Durante años buscaba ese libro, aunque el mismo no estaba dentro de mis prioridades. Cierta noche de agosto del 2013, caminaba por Camaná rumbo a casa. Tenía algo de tiempo y no me sentía cansado, así es que ingresé a un galpón de libros y me puse a buscar desconfiadamente. Quizá fue mi mirada desinteresada la que hizo que me fijara en este libro de Orlean. Tenía dinero para comprarlo y me dije que la compraría al día siguiente. Total, al menos en Lima poca gente conoce a Orlean. Y muy poca gente sabía que del libro se hizo una película. Entonces dejé pasar la oportunidad para comprarlo al día siguiente. Al día siguiente me acerqué al galpón y el libro seguía allí, mostrándome la maltratada silueta de su lomo. 
Igual que la vez anterior: no lo compré. 
En esa actitud estuve durante varios meses. 
Hasta que cierta noche de finales del 2013, me animé a comprar el libro. Cerré la librería con el apuro feliz de los presos de la ansiedad. Llegué al galpón, sudado, sabiendo que pasaría la madrugada leyendo ese libro. Pero la cagada. El libro ya no estaba. Lo había visto dos días antes y ya no estaba. Respiré hondo e intenté sobreponerme. 
Todavía busco el libro y le he pedido a mi amigo El Caminante que me lo consiga. De hacerlo, le pagaré con tres buenos almuerzos.

viernes, septiembre 04, 2015



jueves, septiembre 03, 2015

351

En el penúltimo día de la Feria del Libro de la PUCP, una banda de Bossa Nova toca en vivo para los que estén de paso por aquí. Me acuerdo que debo llamar a un amigo y para ello tengo que salir del ambiente de la feria. Es mucho tiempo el que no hablo con Carlos, aunque me crucé con él en la última FIL, en donde hablamos, pero no con la comodidad que pudiera esperarse de una conversa entre patas. Le pido a Pamela y Carla que me vean el stand durante un rato, aunque la petición es lo de menos porque si algo puedo decir de esta feria es que hay mucha seguridad, además, el alumnado es respetuoso con la propiedad ajena, al menos, esta es la impresión que tengo en los años que vengo asistiendo a este mundo verde, aunque, como también señalan otros expositores, nunca faltan los energúmenos. 
Camino hacia en Pabellón H y llamo a Carlos. Le pregunto cómo ha estado y lo primero que me dice es que lo encontré de casualidad porque ahora está viviendo en otro lugar con su novia. El número fijo de su casa era el único medio que tenía a la mano, además, nunca le escribo al mail porque no responde los mails. Entonces, saludé esta oportunidad del azar. Y aunque la consulta que le hice no generó la respuesta que esperaba, me gustó saber de su vida, de lo que está haciendo en estos últimos meses, dedicados como pocos a la investigación histórica. 
También le conté lo que estaba haciendo, de los nuevos planes que tendré que concretar en las próximas semanas y de nuestros amigos en común a los que nos vemos en varios meses. Carlos me preguntó por uno de ellos y le dije que hacía unos días lo acababa de ver y que se encontraba bien. Hubo pues un tiempo que los tres nos dábamos grandes caminatas que iban desde La Victoria hasta Miraflores, eran caminatas circulares y la mayoría de las veces en aroma de la maravilla verde. En lo personal, reconozco que aprendía mucho de Carlos, no pocas cosas que sé últimamente y que he llevado a la práctica, han provenido de su cantera de lector. 
Seguimos hablando un toque más y nos despedimos. Al regresar al recinto ferial, la música Bossa sigue escuchándose y desde mi posición veo que hay gente en mi stand, aunque habría que hacer una aclaración, porque son mujeres, lectoras, como para tomar una foto desde mi distancia. Entonces le pregunto a Carla si con su celular puede tomar una foto de la avidez por la lectura que genera mi stand. Carla me hace el favor y me pregunta si la voy a subir al Face de la librería. Le digo que no, que no sintonizo con el autobombo, que no me interesa dejar registro público de las cosas que hago, sino solo guardar recuerdos y sensaciones de los que participan, hasta tangencialmente, en lo que hago, al punto que ni siquiera grabo las entrevistas públicas que realizo en El Virrey de Lima.


miércoles, septiembre 02, 2015

350

Me sorprende el día de sol y me demoro en tomar el duchazo mañanero porque mi perro ha escondido mis sandalias. Mi cuñada me advirtió de la hiperactividad de este pequinés, y pese a estar preparado, me quedé chico en mis pronósticos. Me di por vencido, si seguía buscando la guarida de calzado que ha construido el cachorrito, iba a demorar en abrir el stand de la librería en la PUCP. 
Salí con algo de apuro y pese a usar algo ligero, sentí la punzada del calor, hecho que hizo que recordara mi vía crucis del último verano, seguramente el peor en años. Tomo un taxi a la universidad y en vez de seguir leyendo Paisaje sudafricano de Coetzee, me pongo a pensar en la posibilidad de no hacer nada en el verano. Para ello, debo ahorrar, ser más inteligente en mis gastos y, de esta manera, poder pasar esos meses en algún departamentito de Chaclacayo y sentirme seguro y productivo bajo el amparo del frío. 
Esta es una idea que he venido barajando desde hace mucho tiempo y creo que ya es momento de llevarla a la práctica, a la verdad en esencia, abandonando los meros e ideales deseos personales, es decir, no quedarse en la enunciación. Para mí, esto no es poca cosa, tengo un serio problema con el calor, con lo inclemente que pueden llegar a ser los rayos solares, con las secuelas que dejan en mí  y por lo que me cuesta salir de esas secuelas. Más de uno no me cree cuando les hablo de esto, tienen que verlo para saber que es cierto, tal y como ocurrió hace unos días con una pareja de enamorados, pareja amiga mía, que fue testigo de un súbito sangrado nasal. 
La paranoia se apoderaba de mí. Hace unos días leí que en el verano tendríamos una temperatura de 35 grados, como mínimo. Quizá esta paranoia se refuerza con la sensación térmica que hay dentro del taxi. Debía calmarme un poco, respirar y hacer que las cosas vuelvan a su cauce natural, como estar pensando en lo que debo estar pensando, haciendo lo que debo estar haciendo. Mi cajetilla estaba vacía y opté por pedirle al taxista su periódico que tenía enrollado al lado del cambio. Me pongo a leer como leo los periódicos: de atrás hacia adelante. En estos instantes hace falta desgracia ajena, que ubique en su exacto nivel la ridiculez de la mía. 


martes, septiembre 01, 2015

349

Al mediodía fui con mi madre al cementerio Parque del Recuerdo, en Lurín, a visitar a mi abuela. Ha pasado un año sin mi abuelita y al respecto, no lo pienso mucho: doy gracias a Dios por haber permitido que una mujer como ella me haya querido tanto. Me gustó pasar este tiempo con mi madre, quien, al igual que mi abuelita, no dejaba de darme consejos mientras acomodábamos las flores que más le gustaban a mi abuelita. También me gustó que hayamos sido las únicas almas en todo ese inmenso campo verde del cementerio, viendo desde nuestra posición el mar y sintiendo, de cuando en cuando, el aroma proveniente de las olas. 
Regresamos a casa y almorzamos. 
Se supone que no iría hoy a la feria de la PUCP. En realidad, no quería ir, mi idea era quedarme todo el día con mi madre, pero debía ir porque tenía que presentar el poemario Lección de las aves de Eduardo Reyme. Para desperezarme, tomé otro duchazo y salí sin más a la feria. La presentación era a las cinco de la tarde. Tomé un taxi, pero el taxista, de pinta canchera, tomó la vía más larga. Estuve a punto de llamarle la atención, pero cuando le pregunté si se podía fumar (algo que hago siempre con los taxistas), su respuesta afirmativa hizo que dejara para después la queja sobre su pésima elección rutera. 
Llegué diez minutos tarde y llamé a Eduardo para decirle que me espere si en caso la presentación ya hubiera empezado. Me dijo que me podía esperar cinco minutos y caminé tranquilo, repasando lo que había anotado en mi libreta. Con las ideas frescas me ubiqué en el asiento que se me había asignado y dije lo tenía que decir del poemario de Eduardo. 
En líneas generales, su poemario es una confirmación de la evolución de su talento. Lección de las aves tiene lo que busco en poesía: quiebre emocional y verdad. La voz que ha encontrado Eduardo es una voz rota que refleja una sensibilidad que se nutre de la nostalgia crítica. Quizá pueda sonar exagerado, pero Eduardo es una estimulante confirmación que me permite pensar en que no todo está perdido en la poesía peruana que se viene escribiendo en estos últimos años. Esto es lo que me gusta de estas cosas: presentar poemarios genuinos en donde sí es posible encontrar una verdad. 
Tampoco puedo pasar por alto las palabras de Eduardo, quien no quiere estancarse en un género literario. Vale. Esa es la actitud.