sábado, mayo 31, 2014
Hace un tiempo Yesenia me dijo que el
mundo es una tacita de té.
Le doy toda la razón.
Noches atrás, mientras conversaba con un
cliente sobre narrativa rusa de entre siglos, conversa que experimentaba saltos
temporales y temáticos hasta Historias
del arcoíris de Vollmann, para luego volver a los rusos, este cliente
rompió el curso de la conversa para decirme que leía este blog y que en algún
momento quise contar con él para la antología Disidentes 2.
No hice mucho esfuerzo para dar con su
nombre.
Se trataba de Roberto Zeballos, que en
el 2007 ganó el BCR de Novela con Tigre
Hircana. Tigre Hircana es una buena
novela, a lo mejor la más redonda de entre todas las novelas ganadoras de este
concurso. Caso curioso el de Zeballos, que en vez de sacar provecho del
reconocimiento literario, algo de lo que sí se encargaron Alonso Cueto y
Abelardo Oquendo con positivas reseñas del libro en cuestión, decidió
recluirse, renunciar a todo y encontrar cobijo y tranquilidad en esta ciudad
arequipeña de intenso y radiante sol durante el día.
Por supuesto, estamos a un nuevo
Salinger nacional, siendo el primero Luis Loayza.
Especulo lo siguiente: si la narrativa
peruana última atraviesa una crisis, parte de esa crisis obedece a la carencia
de Salingers (voy a desarrollar más esta idea en los próximos días).
Llevo meses, quizá años, con la idea de
que es mejor desaparecer que exhibirse. El exhibicionismo tiene un límite y
está en uno en no pasarse del límite, al final terminas siendo esclavo de una
imagen pública que, si bien es cierto hace bien al ego, no repercute en la
obra, que es lo que al final vale la pena, lo que tendría que importar a
cualquiera que se haga llamar escritor.
viernes, mayo 30, 2014
69
A la persona que se la haya ocurrido
hacer la Feria del Libro de Arequipa en los portales de la Plaza de Armas,
pues, esa persona merece todo mi respeto y reconocimiento.
No hay nada mejor que trabajar frente a
la catedral y disfrutando de la vista del Misti, aunque sin nieve, y de las
montañas que rodean el volcán, en un día soleado que quema, pero que no
humedece, mientras haces dinero haciendo lo que más te gusta. Converso con
lectores, con nuevos clientes a los que les gusta el espacio de Selecta, y cómo
no, también discutiendo, porque nunca falta algún perdido cuyo desmesurado
entusiasmo con la literatura peruana última trate de sacarme de quicio, pero ni
la pésima producción local hará que quiebre mi estado de gracia que le debo a
este paisaje arequipeño. Y cómo pasarlo por alto, imposible, recuerdo el dibujo
que Verónica me regaló hace unos meses, un dibujo que simboliza el gran cariño
que ella aún tiene por mí.
Sonrío y no le digo nada al entusiasta
amigo arequipeño.
Me quedo callado, esperando a que se
retire y así atender a las uruguayas mochileras que me preguntan por Me acuerdo de Perec. Y cuando me
preguntan por Perec, siento una más que excesiva y franca gratitud. Me acuerdo debe ser una de las obras
maestras todavía silentes de la narrativa contemporánea, de esos libros que son
falsos en su aparente brevedad pero que lo transmutan a uno, quizá para mal, o
que sencillamente nos muestran la realidad desde el detalle más ínfimo.
Pero el amigo entusiasta no se va, me
interrumpe mientras hablo de Perec con las uruguayas mochileras, entonces, en
vez de lanzarlo de los portales, lo sumo a la conversación.
El entusiasta amigo arequipeño se luce
con las uruguayas mochileras.
Las uruguayas mochileras festejan cada
vez que el entusiasta amigo arequipeño les detalla cada lugar en donde pueden
comer rico y barato.
Las uruguayas mochileras se van, no sin
antes dejar sus señas.
El entusiasta amigo no lo piensa mucho y
se lleva Me acuerdo.
Antes de retirarse, me pregunta si estaré
la próxima semana en Lima para lo del Festival de la Palabra.
Si entrevisté a Fresán para Buensalvaje,
lo lógico es que aproveches la oportunidad y lo conozcas personalmente, dice.
Prendo un pucho y le digo que no estaré
en Lima hasta el 10 de junio. Y le digo también que no me muero por conocer
personalmente a Fresán, me bastan sus libros y los intercambiamos emiliares. En
realidad, no me muero por conocer a ningún escritor que admiro.
Ahora, el buen amigo irá a Lima la
próxima para conocer a Fresán. Su sueño es tomarse un selfie con él.
Boto el pucho. Le pido que se
siente.
“Estimado, tenemos que hablar, lo que te
diré será por tu bien”.
jueves, mayo 29, 2014
miércoles, mayo 28, 2014
68
A nada estuvimos de perder el vuelo a
Arequipa, pero ya estamos listos para la feria del libro que se realizará en
los portales de la Plaza de Armas de la ciudad.
Si en San Blas, en Cusco, tenemos El
Juanito, aquí en Mercaderes tenemos El Mamut. Siempre y cuando seas adepto de
los buenos sanguchones.
Como ya dije, seguiré posteando, el blog
no para, ahora con mayor razón que quiero decir algunas cosas de la relectura
de El escritor Gonzo, en donde
encontramos una excelente selección de las cartas de un entonces joven Hunter
S. Thompson, cartas que nos brindan un fresco único y peculiar de un escritor
que siempre fue el mismo, que jamás tranzó y puso en venta la honestidad de su
poética.
Mientras releía las cartas, pensaba en
el camino equivocado que siguen hoy en día no pocas plumas locales, esa manía
de quedar bien con todos, con el único objetivo de traficar saludos y opiniones
sobre la propia obra. Por eso, la carencia de discrepancia nos impide ver la
realidad de nuestra producción literaria última, nos refuerza la idea de que
vamos por buena rato y pregonamos esa falsa seguridad a pecho henchido.
martes, mayo 27, 2014
67
En los últimos días se me han acercado
patas y flacas que estudian periodismo. Más de uno hace gala del fuego de la
convicción. Entonces, ante tanto entusiasmo sin piso, les hago entrar en razón,
pero sin desanimarlos de sus iniciáticas intenciones.
Quizá este consejo se relacione con cierta
decepción que he podido constatar en la nueva camada de periodistas peruanos.
No conozco a todos, obviamente, pero sí puedo decir que conozco a muchos de
ellos, que en mansedumbre obedecen a los fines monetarios de sus verdaderos empleadores.
Este detalle no los hace malas personas, pero sí involuntarias marionetas de
intereses específicos.
Con lo que digo, no falto a la verdad.
Además, cada día me siento más
convencido del periodismo independiente. Claro, alguno me dirá que lo del
periodismo independiente no existe, que es algo que permanece en el vacío de
los ideales, la marca de agua del mundo de hoy. Pero ¿por qué no seguir
ejemplos como los que brinda Eliot Higgins en Brown Moses Blog?
Descubrí el blog porque andaba buscando
información de Frank Zappa. Y vaya sorpresa que me di. Higgins hace periodismo
desde su casa y como pocos ha brindado información sobre el conflicto de Siria y
el tráfico de armas proveniente de Arabia Saudita.
Ahora, como este blog, he encontrado
varios, pero me quedo con este por la sencilla razón de que está muy bien
escrito, aparte de la muy buena y sustentada información que brinda.
Entonces, a los patas y flacas
entusiasmados con el periodismo de investigación, y en lo que puedo, les
aliento a que creen espacios virtuales, que bombardeen las redes sociales con
todos esos tópicos que piensan que deberían abordarse y que no se abordan,
aunque claro, de nada sirve que tengas una bomba si no la sabes exponer. Antes
que los medios de apoyo del periodista, este debe ser un ducho en el manejo de
la palabra, es decir, este tiene que ser un recurrente lector.
lunes, mayo 26, 2014
66
A inicios de los noventa empecé a
frecuentar el centro. Y a mediados de dicho decenio empecé a frecuentarlo con
fines literarios. Alguna vez he dicho que en esos años me sentía un muchacho
perdido que lo quería leer todo y que anhelaba vivir literariamente.
Buscaba espacios literarios y en Quilca descubrí
uno pequeño en el que se vendía muy buena literatura. Allí, donde Victoria
Guerrero conseguí muy buenos títulos, y creo que es tiempo de manifestar que
alguna vez le habré birlado algún librito en un momento de descuido. Este lugar
era frecuentado por poetas y narradores, a los que miraba con cierta lejanía, y
a quienes escuchaba con atención, memorizaba sus lecturas y en especial de las
leyendas que contaban, mientras revisaba una novela.
De esos apuntes de memoria tengo
presente a Domingo de Ramos. No había día en que caminara por Quilca en el que
no oyera de él. Entonces me puse a buscar sus libros y en las noches esperaba
ubicarlo en algún bar del jirón.
La lectura de Pastor de perros no quedará no en mi mente, sino en mi corazón.
Qué gran poeta, me decía.
Lo conocí mucho tiempo después, casi a
fines de los noventa, o a inicios de los 2000.
O mejor dicho lo vi. Y lo vi donde tenía
que verlo: en la mesa de un bar, acompañado de jóvenes poetas y escritores que
lo escuchaban con veneración.
Como no conocía a nadie, no podía
acercármele. Así que ocupaba una mesa cercana y analizaba, en medio de la
bulla, lo que decía y profería. Para ese entonces, sabía de la obra de los
Kloaka y tenía una idea de quién era quién en la agrupación.
Después de esa noche, y quizá como
señales del azar, me lo cruzaba con frecuencia por las calles del centro. Y
como en esa época era más tímido que hoy, no le decía nada.
Hasta que decidí hablarle una noche en
el Queirolo. Dejé un toque la mesa en la que conversaba con un par de amigas y
me acerqué a esa leyenda viva de la poesía peruana contemporánea.
Ese encuentro lo considero histórico
para mí, porque después de un breve intercambio de palabras, y mientras regresaba
a la mesa, empecé a barajar y cimentar la idea de que lo mejor y más saludable
es conocer los libros de los escritores, no a los escritores como seres de a
pie.
Ocurre que DDR me resultó despota, sobrado
y demasiado lengualarga. Seguramente por los litros de alcohol que corrían por
sus venas.
A partir de entonces traté de evitarlo.
Pero resultaba imposible cumplir esa intención. Pasaban los años y coincidíamos
en recitales, presentaciones y congresos. Y en cada uno de esos cruces el poeta
se me hacía insoportable, al punto que una vez estuve a nada de pararlo de
cabeza en el Superba.
Sin embargo, lo seguí leyendo, y lo
seguí leyendo pese a que este hablaba mal de mí sin conocerme bien. Me
molestaba que lo hiciera, pero luego entendí que ese era su deporte, hablar mal
de los demás y restar méritos y logros a los que consideraba sus adversarios.
Los años no transcurren en vano.
DDR dejó el alcohol y yo, imagino,
maduré un poco.
Ahora puedo decir que tenemos una
relación cordial, nos saludamos e intercambiamos algunas palabras cuando nos
encontramos. Hasta podría corroborar lo que me dijo una vez Diamela Eltit de
él: “es un tipo simpático”.
*
Pues bien, más de uno se preguntará por
qué hago un post del poeta. Y la respuesta tiene dos motivos, uno más
importante que el otro. El primero se debe a las entrevistas que le vienen
haciendo, que a diferencia de otras, ahora noto a un hombre reposado, aún
rabioso, como tiene que ser todo artista, pero en paz consigo mismo. Y el
segundo motivo a la publicación de su poesía completa por cuenta del Fondo
Editorial del Congreso.
Sin duda, nuestro poeta dejó de ser el
poeta marginal y disidente de los ochenta. Ahora ingresa al oficialismo
literario. Pero esto no es lo que me alegra. Lo que me alegra es que la
presente edición de su poesía completa nos permitirá acceder a un fresco único
de un poeta referencial de la poesía peruana contemporánea. Más aún si tenemos
en cuenta que no pocos poemarios suyos son inubicables.
domingo, mayo 25, 2014
65
Termino de leer en un par de horas el
nuevo libro de Fernando Ampuero, la novela Loreto.
Bien sabemos que Ampuero no se hace
problemas, es sencillo y en esa sencillez radica su nervio narrativo.
Pero voy a comentar el libro en otra
ocasión, aunque lo que diré ahora se relaciona con las impresiones que tengo de
la novela.
En cierta ocasión, le escuché/leí a
Alonso Cueto afirmar que el contexto peruano resulta ideal para todo escritor. Hacía
referencia a lo que se vive y respira en estas calles difícilmente se vea en
las de otros países, con mayor razón ahora que atravesamos un crecimiento
económico importante. Pensemos en los puertos y en las ingentes cantidades de
dinero que se manejan en ellos.
Me cuesta entender a los que aseveran la
muerte del realismo para la narrativa peruana, que este ya no tiene espacio en
los registros híbridos que se practican en el XXI. Como dije, no entiendo, y lo
que debería morir es el apuro al momento de pontificar, ¿qué dirán ahora de una
novela como Loreto, de la que estoy seguro
será seminal para futuras novelas que también contarán la trastienda de las
tribus que rodean los nuevos núcleos económicos?
viernes, mayo 23, 2014
64
Supero el dolor de cabeza. Me sirvo un
vaso agua y entro a la ducha. Debo sacarme la resaca como sea. En menos de
cuarenta minutos debo abrir la librería. Alisto mis cosas, pero antes de salir
llaman a la puerta, es un mensajero que me entrega la última novela de Ampuero,
Loreto.
Firmo el cargo y me despido de mis
padres y de mi abuela hasta más tarde.
En el taxi empiezo a leer la novela.
Y también pienso en lo desconectado que
he estado en los últimos días, no he seguido de cerca las noticias, no tengo
idea alguna de lo que acaece en la política nacional. Solo me interesó el
partido del último miércoles. En la librería tengo varios diarios que he comprado
y que no he podido leer.
Al llegar los voy a leer, me digo,
mientras Ampuero dibuja las curvitas de Laurita.
Y eso es lo que hago, me pongo al día
con las ediciones de Perú 21, La República y El Trome.
*
Sabemos de sobra que Aldo Mariátegui, de
Perú 21, es un personaje incómodo
para no pocos escritores e intelectuales peruanos. Más de una vez he sido
testigo del linchamiento virtual que estos han hecho de él. Ya sea para bien o
para mal, lo que este columnista escribe no pasa desapercibido y las réplicas a
lo que escribe aparecen casi al instante.
Pues bien, parece que últimamente
Mariátegui tiene una fijación especial con la FILBO.
Sea cual sea el motivo de esta fijación,
considero que hay algunos puntos que bien haríamos en tomar en cuenta.
Pero antes, es menester decir que la
FILBO fue todo un éxito. Obvio, algún mezquino dirá que ese éxito se debe al
presupuesto que dio el Ministerio de Economía, pero una cosa es ganar un
partido presupuestado y otra muy distinta es romperla en dicho partido.
Ahora, volvamos a algunas inquietudes de
Mariátegui. Inquietudes que me han llamado la atención debido al silencio
ominoso de muy buena parte de los escritores invitados a esta feria. ¿A qué se
debe ese silencio? ¿Por qué no rodean a la piñata? Preguntas válidas, sin duda,
pero preguntas sin respuestas porque el columnista toca carne, presiona en la
llaga.
En una entrevista dije que muchos
escritores de izquierda, caracterizados por el airado verbo contra la Marca
Perú, fueron a Bogotá como mansas palomas a prestarse al juego de lo que más
criticaban. Creo que no es el momento de detallar este rasgo de incoherencia de
una facción de los escritores simpatizantes de la izquierda, detallarlas sería
como agarrar a patadas a un discapacitado. Es que han perdido peso moral en el
discurso.
A razón de una entrevista a la ministra
Diana Álvarez-Calderón en La República,
Mariátegui esgrime una inquietud válida. Pide que se nos diga quiénes fueron
los encargados de seleccionar a los escritores que viajaron a Colombia. La
ministra dice que lo hizo una comisión de jóvenes. Respuesta vaga y poca seria,
como limpiándose las manos.
Vayamos por partes: esta delegación de
escritores es la más fuerte y coherente de la historia literaria peruana. No tengo duda al respecto.
Pero sí tengo dudas sobre los criterios
que emplearon en la selección. No es moco de pavo, ni mucho menos para tirarle
tierra a la cuestión. Así suene a lugar común, pero estamos hablando de
transparencia. El ministerio no es una entidad privada como para que uno se
quede callado y no diga nada al respecto. Cualquier ciudadano tiene el pleno
derecho de saber quiénes integraron esa comisión de jóvenes, desde el gerente
de un banco, desde la señora que vende caramelos en las calles, hasta un
blogger como yo.
Esta comisión de jóvenes se encaminó por
pareceres, impresiones, apelando a la enciclopedia Google, entregados al más
vacuo inmediatismo. Dicen que se privilegió a los que publicaron en los últimos
tres años, pero esa línea se cae por sí sola cuando vemos nombres que no
publican nada en más de cinco. Se dice que se apostó por los escritores de
provincias, cuando vemos que los que fueron han sido legitimados en el circuito
capitalino… Se dicen y especulan muchas cosas y no tenemos la más mínima
certeza de nada.
Cuando uno ve el nombre de Pedro Villa
como el encargado de la Dirección del Libro y la Lectura, uno siente que se le
traga la tierra. Villa parece un buen tipo, de muy buena onda. Algunas veces he
hablado con él, cuando me pedían que presentara los libros de Borrador, y nunca
dejó de parecerme una persona que carecía de una sólida formación de lector. Villa
no es el único integrante de esta comisión, no hay que responsabilizarlo de las
criolladas y los amiguismos que beneficiaron a escritores de indudable obra
menor.
Lo lógico, y tómenlo a manera de sugerencia,
es que publiquen un comunicado, en el que se nos diga quiénes fueron esos
jóvenes dizque letrados que integraron la comisión. De esta manera llegaremos a
la transparencia, y de esta manera sabremos también quién fue el irresponsable
que convocó a ese escritor que, pasado de tragos en una noche, orinó en las
pobres plantitas bogotanas del hotel en donde se hospedó la delegación peruana,
gracia que le valió una mentada de madre de un valeroso soldado colocho de 17
años, que le apuntó con una ametralladora diciéndole “Mierda tú, no orines en esa
bella plantita de mi país o te mato”.
jueves, mayo 22, 2014
63
En la librería nos alistamos para
participar en una feria del libro de Arequipa. El asunto pinta muy bien, porque
la feria tendrá lugar en los arcos de la plaza central de la ciudad. Me esperan
días agitados pero ello no quiere decir que deje de postear en el blog.
Como dije, nos estamos preparando.
Hay dos cosas que me asustan de las
ferias: el primer y el último día, en los que se vive el verdadero trabajo.
*
Me disponía a cerrar la librería. Me
encontraba solo, hacía no más de un cinco minutos que Yesenia y su hermano
David se habían retirado. Tomaba el último vaso de café del día y escuchaba en
Radio Mágica tres canciones al hilo de McCartney.
Conversaba con un pata sobre El desierto y su semilla de Baron Biza,
quizá una de las novelas más crudas y oscuras que haya podido leer. No sé qué
más le decía a este pata cuando recibo la visita de Joseph y Juan, mejor
conocidos como los Beats de San Marcos.
Tiempo que no veía a Juan.
Ambos me invitaron al Popeyes del Centro
Cívico.
No pude decirles que no, aunque mi idea
inicial era llegar cuanto antes a casa y ver en aparente tranquilidad la final
entre Alianza y San Martín.
Pero no era mala idea ir al Popeyes con
Joseph y Juan. Además, durante un par de horas no viviría al límite, puesto que
si eres blanquiazul sabes muy bien lo que es vivir al límite, sentir que te
desangras.
La decisión se vio reforzada al ver
segundo gol de la San Martín, lo vi por el televisor del Queirolo.
Como si las huevas, me dije.
Estuvimos cerca de media hora en el
Popeyes.
Y caminamos hasta la Plaza Bolognesi,
conversando de poetas, lecturas, mujeres y cine.
Tomaría un taxi, pero demoré en hacerlo,
porque nos cruzamos con el poeta/activista/narrador/ensayista Rodolfo Ybarra.
Joseph y Juan conocieron al Comandante.
Fue un gusto ver al Comandante después
de tiempo y aproveché la ocasión para felicitarlo por su artículo en la última
edición de Lima Gris.
Los Beats de San Marcos y yo seguimos
nuestro camino.
Me despedí de ellos.
Al llegar a casa prendí la tv y
sintonicé el partido.
Mierda. 2 – 2.
Gol de Montes. Golazo. Alegría. Grito de
triunfo.
Pero la San Martín empata.
3 – 3.
Los penales.
No puedes disfrutar los triunfos de
Alianza si no sufres.
Alianza campeonó.
El Perú está feliz.
martes, mayo 20, 2014
lunes, mayo 19, 2014
62
Ayer fue un domingo de inusitado sol.
Me levanté temprano y me puse a releer
más de cincuenta páginas de aquel monumento llamado Una vida crítica de Héctor Soto.
Desayuné bistek encebollado y harto café.
A eso de las diez, me vino el sueño y me levanté a las dos de la tarde.
Tomé un duchazo y me alisté para salir a
abastecerme de películas en Polvos Azules.
Mientras iba en el taxi pensaba en las
películas latinoamericanas que he visto en los dos últimos años, como también en
la injusticia con algunas que no gozan del saludo que merecen, de la misma manera
en esa injusticia para con ciertas películas edulcoradas que terminan
imponiéndose en el gusto popular y de las que pocos “especialistas” se atreven
a decir lo que piensan, tal y como podemos ver en ese canto al lugar común de
la chilena No.
Días atrás, mi amiga Erika me preguntó
por las últimas películas peruanas.
Le dije que no le podía responder a
cabalidad. O sea, de lejos me quedaba con El
evangelio de la carne.
Pero como Erika me conoce y sabe en qué punto puedo ofrecer algunas opiniones
cítricas, afinó su pregunta hacia las películas peruanas que han gozado de una
desmedida atención de la prensa.
Poco o nada podía decir, porque ya sé lo
de Asu Mare y A los 40.
Cuando le dije que Sigo siendo no me gustó para nada, Erika estuvo a nada de quebrar
una férrea amistad de años.
La entendí en el acto.
Erika es de las personas que se toman
las cosas en serio, sea en lo ideológico, en sus lecturas y, en especial, en el
cine. Así es como debe asumir uno sus discursos, con pasión, determinación y furia
ventral.
Le expliqué entonces por qué no me gustó
Sigo siendo.
Después de algunas horas, nos
despedimos. Me dijo que me llamaría y que me escribiría al Inbox del Face,
puesto que debía hacerme algunas consultas, consultas que en ese momento no
recordaba.
Pasaron más de cuatro días y no recibí
su llamada. Revisé mi Inbox y me entero de que me eliminó de sus contactos de
Facebook.
No me puse triste, ni me vino la depre,
aunque sí me fastidió un poco.
Pues bien, me gusta la tranquilidad de
los domingos. El no tráfico. El mismo hecho de caminar por las calles sin
preocuparme por absolutamente nada.
Llegué a Polvos Azules.
Claro, las calles están vacías porque
media ciudad de Lima está allí, consumiendo ropa, calzado, teléfonos móviles,
computadoras, portátiles, películas.
Esquivo a los consumidores dominicales.
Aunque me tienta ir a los restaurantes ubicados en la azotea. Todavía recuerdo
el chupe de camarones del que di cuenta, cuando después de comprar más de
cincuenta películas con Karina, hace cuatro años.
Pero no. Mi idea es volver a casa y
almorzar, aunque algo tarde, en compañía de mi abuela.
Llego a Mondo Trasho y Voyeur.
Y vaya sorpresa, me encuentro con Erika,
que al igual que yo, también está buscando películas. La saludo y antes de
preguntarle por su aniquilamiento virtual de mi persona, me dice hacía no más
de una semana dejó su cuenta de Face abierta en un café-internet, hecho que
aprovechó un desquiciado que intentó eliminar a todos sus contactos, eliminándome
solo a mí. Ella sacó de su bolso su móvil y me hizo nuevamente la invitación
virtual.
Entonces nos pusimos a revisar los
catálogos mientras comentábamos las películas vistas últimamente y de las que
no faltaban ver. Como estaba con el tiempo encima, porque quería regresar a mi
casa donde mi abuela, me disponía a despedirme, pero recibo la llamada de mi
padre que me dice que mi hermano y su esposa acababan de sacar a pasear a mi
madre y abuela.
No me hice problemas. Seguimos revisando e intercambiando
catálogos.
Las horas pasaron.
Ella compró cerca de treinta películas.
Y yo alrededor de veinte.
Salimos de Polvos Azules.
Caminamos por 28 de Julio hasta la
Arequipa. Nos cruzábamos con muchísima gente, como si la ciudad recién empezara
su vida dominical llegada la noche. Pero a comparación de otras ocasiones,
ahora los rostros de las personas reflejaban felicidad y paz interior. Nos
preguntamos por la razón de esa felicidad y paz interior, pero no demoramos en
deducir que obedecían a la goleada de Alianza Lima.
Es que cuando Alianza gana, el pueblo
peruano es feliz.
domingo, mayo 18, 2014
61
Para llegar a un gran escritor,
necesitamos de otro gran escritor. Pues bien, resulta curioso que hayamos
llegado al ruso Andréi Biely, seudónimo de Boris Bugayev, gracias a un escritor
no muy generoso a la hora de destacar las cualidades literarias de los demás. Fue
en 1975, en el legendario programa de televisión francés Apostrophes, conducido
por Bernard Pivot, en donde Vladimir Nabokov cita sus obras preferidas en prosa
del siglo XX. “Mis obras maestras más grandes de la prosa del siglo XX son, en
este orden: Ulises de Joyce, La metamorfosis de Kafka, Petersburgo de Biely y la primera parte
del cuento de hadas de Proust En busca
del tiempo perdido”. Los presentes en el plató reconocían todos los libros,
menos uno: la novela Petersburgo. A
partir de entonces empezó un largo y sinuoso camino para rescatarla. A la fecha,
esta se ha erigido como uno de los monumentos más iluminadores sobre los
alcances de la novela como género, capaz de disponer de absoluta libertad tanto
en forma y en contenido.
Para apreciarla hay que tener presente
la conocida sentencia de José Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”. La
presente novela no fue escrita pensando en el lector medio y se publicó por
entregas en la revista Sirín entre 1913 y 1914, y en formato de libro en 1916.
El lector tiene que poner su cuota de voluntad, esforzarse en su concentración,
aislarse, hacerse el enfermo para quedarse en casa y no ir a trabajar, distraer
a la pareja con mentiras bien argumentadas. Al final de la jornada, las horas
invertidas en Petersburgo habrán
valido la pena, sumarán en nuestra vida. La experiencia de esta lectura es
equiparable a la del Ulises de Joyce,
El arcoíris de la gravedad de
Pynchon, Paradiso de Lezama Lima, Las ventanas cegadas de Alexandre Vona, La excavación de Platónov y El sonido y la furia de Faulkner.
Como toda gran novela, esta es una de
personajes, por un lado tenemos al senador Apolón Apolónovich Ableújov y a su
hijo Nikolai Apolónovich; pero ellos no son más que simples marionetas y sus
intenciones, como la del hijo que intentará atentar contra la vida del padre en
un acto terrorista, simples pretextos que dan paso a los protagonistas medulares:
el complejo registro narrativo y la ciudad de Petersburgo. Biely se adelantó a
los híbridos y a los registros superpuestos que imperan como novedad en la
novelística de hoy. Pensó su escritura como la sublime confluencia de todos los
discursos de ficción posibles. Lo que parecía imposible o no aceptado por los
celadores literarios de entonces, lo llevó adelante recreándonos el turbulento
año de 1905, caracterizado por la inestabilidad política, social y una
inminente consecuencia militar. El descontento cunde en las calles de
Petersburgo y los vientos de cambios radicales son más que inminentes. Pareciera
que estamos ante una novela política y social, pero no; el autor nos lleva más
allá de un retrato de época y nos sumerge en un torbellino de registros
textuales que, pese a la complejidad de su andamiaje, fluyen, y fluyen por
cuenta de la oscura e irónica musicalidad de su aliento poético disfrazado de
prosa. No es gratuito que Biely haya sido también un destacado poeta simbolista.
De Petersburgo
conocemos varias ediciones, pero esta de Akal recoge la versión original
publicada por Sirin. No exageraríamos de calificarla de profética y seminal.
Pasarla por alto es de por sí un pecado. Peor aún para los que se autodenominan
de lectores exigentes, entrenados y en constante búsqueda de obras maestras.
…
Publicado en Buensalvaje 11
sábado, mayo 17, 2014
viernes, mayo 16, 2014
60
Llega un momento en que sales a la
búsqueda.
Cada vez que me pongo a buscar lo hago
después de un largo periodo de encierro en el que me dedico a fagocitar a un
determinado director. Ahora le tocó a John Carpenter, de quien conocía varios
títulos, pero no todos. Entonces, saldada la deuda con él, fui tras nuevos
aires, otros nombres de directores a los que había que seguir la ruta, a lo
mejor no por la contundencia de su trabajo, sino por aquella cualidad tan
difícil de encontrar en muchos directores hoy en día: la mirada, esa mirada
personal que te permite no solo identificarlo, sino también diferenciarlo de
los demás.
Buscaba y encontraba.
Lo que encontraba no me generaba el más
mínimo interés.
Sin embargo, una amiga me pasó el dato
sobre un director canadiense, de quien podía verse en cartelera su última
película.
Como confío en lo que ella me
recomienda, fui a ver Prisoners (2013)
de Denis Villeneuve.
*
Me enfrente a una buena película que me
ofrecía luces de lo que podía ser el cine de este director. A diferencia de lo
que solemos ver en cartelera, aquí éramos testigos de una inteligencia
narrativa que no se burlaba del espectador, quien debía poner algo más de sí
para hacer suyo un argumento en apariencia sencillo, pero que en su desarrollo
se divorciaba de su intención inicial. Este trabajo no va de la desesperada
búsqueda de un padre de su pequeña hija secuestrada. Lo que Villeneuve ofrece
es un muestrario de sensibilidades heridas y dañadas en situaciones límite, tal
y como lo podemos ver en Keller Dover (Huck Jackman), quien no duda en torturar
a un discapacitado mental, Alex Jones (Paul Dano), por considerarlo sospechoso
de la desaparición de su hija. Lo mismo podríamos decir del detective David
Loki (Jake Gyllenhaal), encargado de encontrar a la hija de Dover y a la otra
niña secuestrada. A medida que se desarrolla la historia, intuimos que Loki
guarda un secreto, no es el típico detective frío e inteligente, es más bien
intuitivo, que actúa con cierta tardanza, pensando más de la cuenta cada acto a
tomar, por eso sus acciones generan manifestaciones incómodas en el espectador
de turno; sea por el gesto y la mirada intuimos que Loki es un hombre en constante
dominio de sí mismo, como si en el cumplimiento de su misión no quisiera
repetir errores garrafales cometidos a lo largo de su carrera, además, es
solitario, no sabemos nunca si lo han abandonado o si carga con una muerte que
le es difícil superar. Estos rasgos de los personajes hacen de Prisoners una película distinta, que
para nada se ajusta a los criterios que demanda el cine de mero entretenimiento.
Para ser la primera película que veo de Villeneuve, me dejó una muy grata
impresión.
*
Después de algunos días, comenzó la
tarea arqueológica, la de escarbar un poco y corroborar si era verdad lo que
pensaba mientras miraba Prisoners: que
este trabajo no era producto de una sola buena hechura, sino de una constancia
que bien podíamos hallar en otros trabajos del canadiense. Al menos para mí,
descubrir a un director con mirada propia me resulta de suma importancia, con
mayor razón cuando uno se ancla cada vez más en el cine sesentero y setentero,
mirando de lejos, y a veces desde muy lejos, lo que hacen los cineastas
actuales.
*
Villeneuve define a sus personajes antes
que el andamiaje narrativo. Sin una fisonomía moral adecuada de los mismos,
nada tiene sentido, sería este su principio. Por ello, aprovechando mis
incursiones dominicales en las galerías de Polvo Azules, compré todas sus
películas que encontré. De estas, un par llamaron poderosamente mi atención, lo
suficiente como para decir que Villeneuve no se vende, y si lo hace, tal y como
lo pudimos ver en parte en Prisoners,
no lo hace por tan poco.
*
El mismo año que se estrenó Prisoners, el director también presentó Enemy.
Confieso que tuve ciertos reparos antes
de verla, porque la película era una adaptación de El hombre duplicado, novela de José Saramago.
Bueno, a mí Saramago no me gusta para
nada.
Pero igual la vi y es imposible pasar
por alto el extrañamiento existencial que sentía mientras la miraba, un
extrañamiento a causa del mundo onírico que esta vez nos presenta el director.
En este sentido, se vuelven a repetir ciertos principios vistos en Prisoners, es decir, no subestima al
espectador, pero ahora el visionado se hace más complejo, pero a la vez
sensual, en la onda de David Lynch. Con Enemy
no vale atar cabos, sirve de muy poco encontrar una lógica, solo hay que
dejarse llevar. Para esta ocasión Villeneuve vuelve a contar con Gyllenhaal, en
un doble rol, como Adam Bell, un rutinario profesor de historia, y Anthony St,
Claire, un actor de reparto.
En una noche, frente a la pantalla de su
portátil, Adam ve una película en la que uno de los actores capta su atención. Le
es difícil creer que haya otra persona que se le parezca tanto y no demora en
investigar a Anthony St. Claire. El primigenio interés muta en obsesión,
prácticamente ve cada una de las películas en las que participa su doble y no
demora en obsesionarse con su rutina, al punto que llega a tener una fijación
con Helen (Sarah Gadon), su mujer embarazada. Anthony, cuando se da cuenta que
hay otra persona igual a él y que ha establecido un contacto con su mujer,
decide buscar a Adam. A diferencia del profesor, Anthony es más abierto a
experiencias nuevas y como es de los que no se hacen problemas, le propone un
intercambio de roles. El actor será por un tiempo el marido de la esposa de
Adam, Mary (excelente Mélanie Laurent).
Podríamos pensar que, más allá del parecido
físico de los personajes, estos obedecen a sensibilidades distintas, pero no,
ambos comparten un hastío por la vida, están rubricados por la frustración,
solo que Anthony es de los que buscan fugas paralelas a la realidad. No es para
nada gratuito que la película empiece con un espectáculo sexual en donde vemos
la presencia de tarántulas, en clara alusión a prepararnos para una experiencia
más sensorial que intelectiva.
Tampoco puedo dejar de especular sobre
la presencia de Isabella Rossellini como la madre de Adam. Una presencia por
demás decorativa e insustancial, pero que nos permite sospechar en cierto
tributo del canadiense a la recordada protagonista de Blue Velvet, uno de los mejores trabajos de Lynch.
En directores como Villeneuve nada queda
al azar, todo adquiere un significado, por más crípticas que sean sus huellas.
Si entendemos o no Enemy, es lo de menos.
Enemy es una
experiencia que tiene el puntazo de quedarse con nosotros durante un tiempo. A
lo mejor no ganaremos nada con descifrarla, pero qué bien estaremos
recordándola y, en especial, viéndola una y otra vez.
*
Pero esto no es todo, el canadiense es
toda una caja de sorpresas. Si lo que vas leyendo hasta el momento ha captado
tu atención, creo que deberías prepararte para lo mejor de Villenueve: Incendies (2010).
Incendies te zarandea. Incendies te coge de la cabeza para
estrellarla contra la pared.
Hasta el más curtido de los cinéfilos
queda reducido a la nada absoluta con esta película, película que nos genera
dolor, pero que también nos reconcilia.
No puedo atreverme a catalogarla de obra
maestra.
No hay que caer en el apuro.
Menos perderé el tiempo pensando si
mereció o no ganar el Oscar a Mejor Película Extranjera en el 2011. Ni hablar
si se respeta o no el aliento de la homónima obra teatral de Wajdi Mouawad en
que se basa. Pero lo que sí puedo decir es que estamos ante una de esas
películas que muestran un hechizo, una magia que nos transforma.
Podríamos pensar que el Villeneuve de Incendies no es el mismo de Enemy y Prisoners.
No pierdas tiempo, no es el mismo.
Ahora tenemos la narración de una
búsqueda, una búsqueda que parte de un secreto.
Los hermanos Jeanne (Mélissa
Desormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette) escuchan la lectura del testamento
de su madre fallecida Nawal Marwan (Lubna Azabal).
Antes de morir, Nawal deja ciertas
condiciones en cuanto a su entierro, por ejemplo, no quiere epitafio alguno y
quiere ser colocada desnuda y bocabajo en el ataúd, a menos que los hijos
cumplan la misión de entregar un par de cartas, una al hijo perdido de esta y
la otra al padre de sus hijos, de los que poco o casi nada se sabe.
Buscar al hermano perdido y al padre es
hurgar en la historia de la madre. Primero Jeanne y luego Simon parten a Medio
Oriente.
Nuestro director, ante todo, es un
narrador. Y como buen creador solo se dedica a dar cuenta de la búsqueda y en
este trayecto nos topamos con los horrores y las secuelas de la guerra como
tal, no importa lo que la pudo motivar, no pierde el tiempo en explicar qué
bando tenía la razón. En Incendies no
hay espacio ni tiempo para los buenos y malos, solo para el entendimiento.
Seguramente en otro director esta película pudo haber sido presa del más
absurdo y vacuo de los alegatos. Pero no, felizmente no. Nos enfrentamos a un
trabajo cuyo desarrollo fue pensado al milímetro, en donde hasta cada lágrima
derramada iba presupuestada en el guión.
Villeneuve se luce.
Villenueve demuestra que proviene de una
escuela, para este caso de una escuela que respeta la tradición de la narración
clásica del cine. Asume el cine partiendo de un principio básico: contar,
recrear, incomodar, conmover.
Más de uno creyó que Villeneuve
repetiría la fórmula en lo que haría después.
Sin embargo, para bien de todos, no fue
así. Villeneuve es un abanico que explora y experimenta. Y explora y
experimenta porque conoce la tradición del género en que se mueve, porque
conociendo la tradición puede darse el gusto de ir contra ella en pos de una
honestidad creativa y, ante todo personal que define su mirada, mirada que lo
convierte hoy en día en un director al que habría que seguirle la pista.
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Publicado en Cinépata