domingo, septiembre 30, 2012


sábado, septiembre 29, 2012

Los años maravillosos




Durante un tiempo se me dio por consumir fanzines. De los muchos que pasaron por mis manos, ninguno como Sótano Beat. A la fecha es una proeza conseguirlos en su totalidad. Y no es para menos, puesto que esta publicación es una referencia obligada para todo aquel que quiera informarse y documentarse sobre los años maravillosos del rock peruano.

Mucho se hablaba del rock que se producía en los 50, 60 y 70. Más de un oyente se preguntaba, mientras escuchaba disertar a los canosos testigos de la escena, si era o no verdad tanta calidad, exceso, entrega y leyenda. Todo quedaba en la nebulosa y en los condimentos de la imaginación. Los Shain’s, Zulu, El Troglodita, Los York’s, Los Belking’s, Los Saicos, Traffic Sound, Los Steivos y muchas bandas e interpretes más sonaban de cuando en cuando, intuíamos de la existencia de una era secreta y a la vez genial; estaban los vinilos, sí, que cimentaban las sospechas razonables de su veracidad. Sin embargo, no existía la documentación escrita que nos permitiera acceder a lo que se hizo.

Ahora, en su cuarto de hora estos protagonistas no pasaron nada inadvertidos, gozaron de prensa, salían en televisión y realizaban conciertos. Sin embargo, esa resonancia instaurada en el imaginario de su generación se opacó, las tinieblas impusieron su mezquindad, enterrándola, desapareciéndola, ingresándola en un agujero negro. Y aún cuesta entender por qué.

Pasaron los años y tuvimos publicaciones que, en algunos casos, intentaron darnos luces de lo que se hizo, hasta que apareció la biblia del rock peruano: Demoler de Carlos Torres Rotondo. Pero qué hay detrás de estos libros, ¿acaso se escribieron solos?, ¿solo bastó la versión oral de los canosos testigos? No. Detrás de su proceso de documentación estuvieron los fanzines de Sótano Beat, que ahora gracias a Contra Cultura tenemos en formato de libro una selección de artículos, entrevistas y reportajes, abarcando el periodo de 1957 a 1983, interesándonos, en especial, lo que se produjo hasta mediados de los 70.

Días felices nos reconcilia con la vida. Gracias a Diego García H., Hugo Lévano G., Luis Berrocal Inca y Roberto Gagliardi accedemos, ahora sí, y para rato, a una muestra fehaciente de las piedras angulares del rock peruano.

jueves, septiembre 27, 2012


miércoles, septiembre 26, 2012

La novela del Comandante




La primera novela de Rodolfo Ybarra, conocido en estos lares como El Comandante, es una publicación reseñable. No comentarla, pasarla por alto, hacerse el loco, vendría a significar un acto de soberana mezquindad. Ybarra, guste o no, es dueño de una obra (poética, en especial) que aún no disfruta del reconocimiento que merece. Y no lo tiene por ser un protagonista incómodo para la fauna literaria peruana. Contestatario, iconoclasta, algo posero y con mucho más oficio y talento que aquellos que saben moverse en La otra literatura.

Matagente (Temática Editores Generales, 2012) viene generando algunas reseñas y comentarios, entre positivos y negativos. Esta publicación ha suscitado, en poco tiempo, más atención que toda su obra poética. Pues bien, ¿qué nos trae El Comandante en esta su primera incursión narrativa? En ella tenemos a Atoj, singular personaje, dueño de una calificada inteligencia y preso de una locura que lo mantiene en un hospital psiquiátrico, en donde escribe una suerte de diario, travestido de manual para cometer crímenes, en el que nos cuenta los detalles de los asesinatos que cometió a lo largo de su vida

Sería injusto no reconocer el mérito de esta empresa: el intento por insertarse en los vericuetos de la mente de un asesino en serie, lo cual lleva a buen puerto, gracias a una prosa funcional que de cuando en cuando alcanza logrados niveles de lirismo, que leídos desapasionadamente, podrían tratarse de los mejores textos del autor en toda su trayectoria. Ybarra conoce los referentes que pone al servicio de Atoj, y no solo los ligados a la literatura. Atoj nos sumerge en el lado más sórdido de una ciudad innominada, nos acerca a sus sujetos y nos hace partícipes de situaciones que muy bien podrían explicarnos por qué él es como es. Atoj es una mierda porque esta sociedad es una mierda, parece ser el mensaje.

Sin embargo, y quizá debido a su ambición narrativa, Ybarra descuida las configuraciones de sus personajes  y las acciones (laxa verosimilituid) de su vesánico protagonista, que sumado a las innumerables repeticiones de las descripciones de los asesinatos, descuartizamientos, violaciones y, por decirlo de alguna manera, el gratuito brote de sangre, convierten, por momentos, en parodia lo que tanto se crítica en la novela. No obstante, Ybarra debuta con firmeza, Matagente encierra una propuesta, genera debate, y eso es lo que nos debería importar.

martes, septiembre 25, 2012


lunes, septiembre 24, 2012

Resonancia: Perec




 

Llevo buen tiempo leyendo, y en títulos puntuales, releyendo, la obra del escritor francés Georges Perec (1937 – 1982). La cámara oscura, La desaparición, Un hombre que duerme y La vida: instrucciones de uso nos dejan un claro mensaje: Perec es un autor a quien jamás vas a poder entender, y es precisamente en esa falta de asimilación en donde yace su hoy justificado prestigio y avasallante influencia. Su poética está llena de agujeros negros, que incentivan la mente y nos animan a mirar el mundo de otra manera. Entre libro y libro, a Perec no le gusta ser el mismo.

En Pensar/Clasificar (Gedisa, 2008) tenemos a un Perec en estado de gracia, nos acercamos a una sensibilidad en permanente estado de psicodelia, por decirlo de algún modo. La publicación es una compilación de textos y artículos que el autor publicó en diarios y revistas entre 1976 y 1982. Empecé a leerlo y no me fue difícil catalogarlo de dietario, sea voluble, inestable e impresionista. Pareciera que le interesa todo y nada a la vez. En su poética no hay espacio para los grandes temas, sino que forja el gran tema partiendo de lo más baladí y rutinario, retroalimentando así el crisol responsable de todo: lo autobiográfico. Textos como “Notas sobre lo que busco”, “Notas sobre los objetos que ocupan mi mesa de trabajo”, “Notas sobre el arte y el modo de ordenar libros”, “Cosas que no son libros y que a menudo se encuentran en bibliotecas”, “81 recetas de cocina para principiantes”, “Consideraciones sobre las gafas”… exhiben un respiro íntimo, acorde con una mirada lúdica e infantil, es decir, en una actitud abierta al descubrimiento, en esencia puro, pero con una malicia que se nutre de un solapado humor negro entre líneas.

El conocedor de la obra literaria del francés, sentirá que está ante una suerte de caja de resonancia que nos comunica con la génesis y el desarrollo de sus libros. Pero también nos muestra los intereses del artista, variados, elásticos, que nos impide definirlo como un creador literario, lo que nos lleva a catalogarlo, y disculpen si suena a lugar común, como un artista integral. Corrijo: un genial artista integral.

 

sábado, septiembre 22, 2012


viernes, septiembre 21, 2012


jueves, septiembre 20, 2012

Novelitas callejeras




El domingo pasado me puse al día con Breaking Bad. No tenía planeado salir para nada y sentía que debía corroborar lo que algunas amistades me decían de la serie. La maratón arrancó a las nueve de la mañana. A eso de las cuatro de la tarde, tuve ganas de leer, al menos un par de horas, o tres a lo mucho, para luego volver a la maratón.

Para este tipo de ocio, lo preferible es coger un libro que ya conoces. De esta manera avanzas rápido y sin cansarte. Fue así que elegí Trilogía callejera de Lima (Tajamar Editores, 2011) de Fernando Ampuero. En la publicación tenemos sus novelas breves Caramelo verde, Puta linda y Hasta que me orinen los perros; todas ellas, cuando se publicaron por separado, fueron muy bien recibidas por los lectores. En este sentido, no creo faltar a la verdad si digo que Ampuero debe ser uno de los contados escritores peruanos que más vende después de Vargas Llosa. Desde el punto de vista de la crítica, y centrándonos en estas tres novelitas, solo Caramelo verde ha recibido saludos más que entusiastas, unánimes. Las otras dos corrieron suerte distinta, con muy buenas, descriptivas y, en ocasiones, malas reseñas.

No conozco escritor alguno que no se alucine la pluma más lograda en la historia de la literatura. No pocos defienden su propuesta en base a lo que la crítica dice de ellos, sin embargo, lo que siempre voy a tener en consideración es el favor gratuito y desinteresado del lector, pero del lector que lee por placer, no de esos que van tras las idioteces místicas y dizque sanadoras de Coelho. Se hace necesario hacer esta diferencia, porque es muy complicado conquistar al lector que lee por placer (el que busca leer una historia en sus ratos libres, por ejemplo) y más aún en Perú, un país en que se lee tan poco, al punto que se piensa que las personas que consumen libros forman una élite. En este sentido, Ampuero ha ganado en buena lid a sus para nada pocos seguidores. Las tres novelitas de ahora son una muestra del por qué. En estas hay argumentos interesantes, como el narcotráfico, la prostitución y el bandalismo organizado, condimentados con el conocimiento de causa (tengamos en cuenta su trayectoria periodística) que este tiene de Lima, pero de esa Lima de las calles del centro y los conos, cuyos personajes dejan de lado sus buenas maneras (si es que la tienen) para mejorar en algo su nivel de vida, sin importarles delinquir y trampear. Hombres y mujeres que intentan hacerse a sí mismos, inmersos en el espíritu caótico de la ciudad, en su jungla de cemento.

No es la primera vez, ni la última, que los sujetos de Lima son abordados en nuestra tradición narrativa. Existe una bibliografía rica al respecto. Sin embargo, Ampuero marca una diferencia, creo yo sustancial, y esta radica en que la configuración de estos queda libre del hálito ceremonioso, denunciable y aleccionador, lo que le permite tratarlos sin afeites y desplegar así harto humor (a veces muy ingenuo) y verosimilitud.

Pues bien, lo que gusta más (ojo: no solo a mí) es el estilo. Más de un purista podría decir que estamos ante una trilogía que ejemplifica una pobreza verbal. Imagino que es muy fácil catalogar desde la distancia, pero otra cosa es estar en pleno campo de juego. El estilo que se emplea parece fácil, pero no, no es así, en absoluto. Conseguir la transparencia narrativa es muy difícil, en su hechura ha tenido que correr mucho canibalismo. No hay otra. Y me aventuro a especular lo siguiente: el éxito de este escritor radica en su maestría en el lenguaje funcional al servicio de sus historias. Te lees esta trilogía en dos horas y media y las recuerdas, no al detalle, pero las recuerdas.






miércoles, septiembre 19, 2012

Ribeyro con nosotros: 'La caza sutil y otros textos'

 
 

La tentación del fracaso nos ofrece luces de las luchas internas de Julio Ramón Ribeyro. En más de una ocasión nos preguntamos cómo fue que con tanto pesar, impotencia creativa y aplastante aburrimiento pudiera elaborar una obra que a la fecha resulta más que admirable. Quizá una posible respuesta se encuentre en una especie de ocio deliberado, un dejarse llevar, aceptando que en la compilación lenta era factible empezar a armar un proyecto narrativo. Y así fue.
Ribeyro no solo es el más grande cuentista peruano, su nombre también debería figurar entre los máximos referentes de la tradición del dietario, y, como bien sabemos, en novela, teatro, aforismos y demás no lo hizo nada mal. Se trata, en todo sentido, de un clásico de nuestras letras. Es por ello que desconcierta mucho que nos cueste acceder a la totalidad de su obra. Algunos títulos suyos están siendo reeditados, pero de estos ninguno supera el grado de La caza sutil, publicado por Milla Batres en 1975, y del que solo teníamos conocimiento por fotocopias y de lo que nos hablaban algunos profesores y amigos en los bares. Tuve la oportunidad de tener en manos esa edición, cuya portada de fondo verde y una trajinada máquina de escribir en el centro anunciaban lo que sus páginas nos depararían: un Ribeyro distinto, pero igual, en compromiso frontal con la literatura misma, con autores, títulos y tendencias.
En más de un tramo de su monumental diario, el autor confiesa que en lugar de escribir cuentos, prefiere leer todo lo que pueda; de alguna u otra forma, sabía que la cita con la loca de la casa tendría que darse tarde o temprano. De esta manera Ribeyro, esperando esa cita, empezó a escribir artículos y ensayos, desde la única óptica que creía conveniente: privilegiando su mirada de escritor. Los textos fueron publicados en periodicos y revistas, los cuales nos revelaban su lado intelectual y su peculiar y férreo compromiso con la literatura. Pero no hay que caer en un posible prejuicio, si bien es cierto que muchos de estos escritos estaban signados por un firme alejamiento de la jerigonza académica, Ribeyro conocía la teoría de la que, en su tiempo, se escribía y publicaba.
En lo personal me consta de la calidad y cuidado de las ediciones de la universidad chilena Diego Portales. Su catálogo es, por decir lo menos, excepcional. Y desde hacía varios meses venía trabajando la publicación (gran rescate) de este libro de ensayos de Ribeyro, que estuvo a cargo del destacado narrador y periodista Diego Zúñiga, quien ha efectuado un monumental trabajo de investigación y recopilación, ya que no solo se ha conformado con el material de la primera edición, sino que ha adicionado otros (doce más, en realidad), en testimonio de una franca labor detectivesca.
En su prólogo “A la orilla del mundo”, Zúñiga nos brinda un adictivo acercamiento a la figura de este escritor esquivo y “fumador ejemplar”, quien, en más de un instante de ofuscación emocional, barajó la idea de dedicarse a la crítica literaria, motivado por el desánimo que le suponía que su obra ni siquiera diera visos de ser reconocida, sumado, como suele ocurrir, a la depresión causada por la pérdida de una mujer que amó demasiado.
Releer este libro nuevo, porque lo es, no podría definirlo como una reedición, nos sumerge en los senderos del desapercibido ensayista que escribía de lo que le gustaba y de lo que no, de lo que le parecía sobrevalorado, ejerciendo una sensibilidad para la lectura que lo mantenía leal a sus convicciones.
Zúñiga se pregunta por el aporte de La caza sutil y otros textos a la obra de Ribeyro. Su respuesta es contundente. La cito: “En estos treinta y tres ensayos encontramos su inteligencia, su intuición, su humor, su manejo perfecto para relatar una historia en tan solo un par de páginas, y también sus dudas acerca de lo que mejor sabía hacer: escribir, escribir, escribir”. Es decir: Ribeyro contra Ribeyro.
No se diga más, el Ribeyro ensayista está con nosotros y esta vez para no pasar inadvertido.
 

martes, septiembre 18, 2012


lunes, septiembre 17, 2012


domingo, septiembre 16, 2012


sábado, septiembre 15, 2012

Reencuentro con Miller

 
 
 
Camino por las calles del centro tras un libro específico. Estoy medio desganado porque no se trata de uno que quisiera leer y tener. En el pequeño pero friolento trayecto, me encuentro con algunos patas y amigas a los que no veo en mucho tiempo. Hablar con ellos me regresa a los años en los que recorría esas mismas calles (Quilca, Camaná, Rufino Torrico, Belén), con poco dinero en los bolsillos pero con las ansias de obtener alguna novela, cassette, disco, que devoraba en casa durante toda la noche. Les digo a Eduardo, Erika y Natalia lo que estoy haciendo, que ahora paro en el centro, pero, evidentemente, con otros fines, y, claro, siguiendo disfrutando de la intensidad que solo estas callecitas pueden prodigar.
Continuo mi búsqueda, no encuentro lo que busco, pero en un galpón de libros de Camaná, en el puesto del viejo Óscar (pañoleta verde en la cabeza), y como quien conversa por conversar, este me muestra una añeja publicación de la editorial Gedisa. Flash Back: Conversaciones con Henry Miller (1983) de Christian de Bartillat. Entonces se genera en mí una avalancha de sensaciones.
Hasta mi cuarto de siglo leí todo lo que pude de Miller, como un poseso, bebiendo tragos cortos y fumando marihuana, disfrutando de la densidad su prosa y de la autorreferencialidad de su poética. Como es de suponer, compro la publicación y el día adquiere mucho sentido.
Pues bien, siento que hoy en día se lee poco a este viejo dinosaurio. Quizá se deba a que es de esos escritores cuya vida, leyenda, sobrepasa la dimensión de su literatura. Leer a Miller es un viaje pesado, hay que hacerlo sin la idea de que encontrarás el morbo en cada página, sin las ansias de encontrar el chisme y sin querer toparte con lo que hay entre las sábanas. El fervor es pues la peor de las disposiciones para acercarnos a él. Cuando empecé a leerlo, lo hacía relativamente dopado, pero con las luces suficientes que me permitían disfrutar de su densidad, que una vez bien recorrida, se convertía en un factor adictivo. Esa ausencia de ligereza, simpleza, llanura en el estilo, era lo que determinaba que sus peripecias, que las podía vivir cualquiera rubricado por la desventura, la miseria, el hambre, el odio y el desamor, adquirieran un estado de perdurabilidad literaria.
Su leyenda negra le trajo más de un rédito, cientos de jóvenes, entre lectores y escritores, peregrinaban hasta Pacific Palisades para verlo, estar ante el testigo directo de aquel París literario y envolvente del que escribió; sin embargo, esta misma leyenda negra juega a la contra de lo que debe importar: sus libros. Resultaba más fácil hablar de Miller que leerlo, y eso lo podemos comprobar a la fecha, puesto que su influencia es casi nula y si se habla de su obra, no se sale de Los trópicos…

jueves, septiembre 13, 2012


miércoles, septiembre 12, 2012

Escritores malditos




Cuando comento un libro, lo hago con la idea de que algún lector se interese por la publicación. Como bien saben, o solo algunos lo perciben, aquí comento libros que me gustan, o que, en su defecto, me parezcan muy interesantes. Sin embargo, más de una vez he sentido desazón, porque he escrito de títulos que aún no llegan a Lima, como la novela Stoner de John Williams, que compré hace algunos meses en Santiago, en la librería Metales Pesados.

En esta ciudad del sur fui incapaz de contener mi tendencia compulsiva de comprador de libros, sabiendo de antemano que allá los libros no son para nada baratos, pero el precio es lo que menos importa ya que lo mío es leer con una voracidad casi sexual. Entre lo que conseguí y devoré en el hotel y en el vuelo de regreso: Los malditos (Ediciones Universidad Diego Portales, 2011) de la prestigiosa cronista argentina Leila Guerriero.

Cada país, cada tradición literaria, tiene sus figuras capitales, muchas de estas  insertadas en el canon, y otras en vías de estarlo gracias a las variadas lecturas que durante décadas han llevado a cabo los lectores, escritores y críticos salvajes, la mayoría de las veces en plan bullero, indignado, yendo a la contra de lo que los celadores de la literatura cuidaban hasta con las garras, haciendo uso de un discurso conservador, proteccionista de lo ya establecido. Si no fueran por estos salvajes de la vida y de la literatura, no sabríamos absolutamente nada de las poéticas de Porfirio Barba Jacob, Martín Adán, Alejandra Pizarnick, Jorge Baron Biza, Teresa Wilms Montt, Bernardo Arias Trujillo, Rodrigo Lira, Jaime Saenz, Samuel Rawet, Pablo Palacio, Jorge Cuesta, Ignacio Anzoátegui, Calvert Casey, Rafael José Muñoz, Joaquín Edwards Bello, César Moro y Gustavo Escanlar.

Estaría demás discutir de la calidad de cada uno de estos autores. Pues bien, ellos comparten un lazo común, un sendero vital y existencial malhadado, una actitud ante la vida rubricada por el exceso y la autodestrucción. Sabedora de aquello, Guerriero nos presenta un excelente conjunto de perfiles de estos letraheridos latinoamericanos del siglo XX, diseccionados por una destacada pluma de sus respectivos países de origen, a excepción de Alberto Fuguet (Escanlar de Uruguay) y Rafael Gumucio (Casey de ¿Cuba?).

Cada acercamiento viene marcado por la impronta personal de su escritor designado, la mayoría de estos reconocidos en las parcelas de la ficción, pero que ahora juegan en otra cancha, quizá mucho más complicada que la de los recovecos de la imaginación, la de la no ficción. Ellos se las arreglan muy bien, bajo la asesoría de Guerriero, que los siguió mediante llamadas telefónicas, correos electrónicos y a lo mejor Skype, logrando que los perfiles de sus escritores malditos se metan en nuestra médula, entendiendo la razón del por qué ellos pusieron (involuntariamente) sus propias vidas al servicio de un fin sin recompensa alguna.

Por otra parte, Los malditos también puede leerse como una antología de lo mejorcito de la narrativa latinoamericana actual, en sus páginas nos encontramos con autores consagrados y otros aún por conocer: Alan Pauls, Alejandra Costamagna, Daniel Titinger, Andrés Felipe Solano, Óscar Contardo, Juan Gabriel Vásquez, Edmundo Paz Soldán, Graca Ramos, Gabriela Alemán, Rafael Lemus, Juan José Becerra, R. Gumucio, Boris Muñoz, Roberto Merino, Marco Avilés, Mariana Enríquez y A. Fuguet. Sin duda alguna, ciertos nombres nos brindan la garantía de que esta nómina de cirujanos es todo un lujo.

Líneas arriba dije algo sobre la desazón que sentía al comentar y recomendar libros que aún no llegan a Lima. En teoría este post podría hermanarse con dicha desazón, pero en la práctica no, puesto que a fin de mes llegará Los malditos a esta ciudad gris, gracias a las gestiones de Selecta Librería (769 - 1735) y que desde esta se distribuirá a las principales librerías locales.

A esperar nomás.


martes, septiembre 11, 2012


domingo, septiembre 09, 2012


miércoles, septiembre 05, 2012


martes, septiembre 04, 2012

Buensalvaje



Llego tarde a la Feria del Libro de la PUCP. Dejo mis cosas en el stand de Selecta Librería y me dirijo a las mesas de comandas, en donde debo tramitar un nuevo fotocheck, ya que extravié el que me dieron la semana pasada. En la mano derecha, la novela que vengo leyendo: Aire de Dylan de Enrique Vila-Matas.

Lleno un papelito con mis datos personales ¿Eso es todo?, le pregunto a Antonio Vila. Eso es todo, mañana tendrás tu nuevo fotocheck, me responde. Me dispongo a regresar, pero al lado de una de las computadoras, el primer ejemplar de la nueva revista  Buensalvaje. En la portada, de fondo amarillo, Vila-Matas. Y como creo en las señales del azar, la cojo, con la idea de leerel acercamiento que realiza Johann Page a la poética del autor de Dietario voluble.

Me gusta el texto de Page y decido leer la revista en su integridad. Lo puedo hacer mientras trabajo. Además, siento que debo hacerlo. La aparición de una revista de libros resulta, bajo todo punto de vista, plausible, más aún en estos tiempos en los que la promoción de libros en Perú es casi nula

Abordo Buensalvaje como un lector salvaje. El desorden es mi parcela. Se nota que hay muchas ganas en los responsables de la publicación, capitaneados por Dante Trujillo Ruiz.  Y de lo que voy picando, me son valiosas las colaboraciones de Carlos Yushimito, Leonardo Aguirre, Jaime Bedoya, Marco Áviles, Jorge Volpi, Alejandro Neyra y muy en especial la entrevista de Paloma Reaño a César Aira. Esta entrevista hará que le dé una oportunidad más al narrador argentino, que se muestra lúcido y frontal. Por más que lo he intentado (más de diez novelas), Aira todavía no despierta en mí el entusiasmo fetichista que en otros sí.

La carne de Buensalvaje: las reseñas. Las que se ocupan de los libros foráneos son buenas, y algunas excelentes. En realidad, qué objeciones se pueden poner a imprescindibles como Demasiada felicidad de Alice Munro, Libertad de Jonathan Franzen, El Sunset Limited de Cormac McCarthy, Nada de Janne Teller y Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard. Sin embargo, las que diseccionan las publicaciones nacionales hacen alarde de una total carencia de discrepancia, soberanamente descriptivas, no amplían el panorama. Publicaciones nacionales que, en todo sentido, califican de reseñables, aunque dos de estas superlativas: La ciudad más triste y (Ella).

lunes, septiembre 03, 2012


domingo, septiembre 02, 2012

Hahn completo (pero ninguneado)

 
 
 

Gracias a Víctor Ruiz tengo por fin en manos Movimiento perpetuo (Lustra Editores, 2008), en el que se reúne la producción poética, comprendida entre 1961 y 2008, del reconocido autor chileno Óscar Hahn.
Llevaba buen tiempo buscando este libro. En su momento lo tuve pero lo perdí en circunstancias que no voy a detallar. El reencuentro fue especial, de hecho, y empecé a picar sus páginas en los minutos de descanso que me imponía mientras armábamos el stand de Selecta Librería en la feria del libro de la PUCP. Por instantes me sentía Marc Stanley Fogg, el protagonista de Paul Auster en El palacio de la Luna, que, como bien recuerdan, se valía de cajas llenas de libros, y selladas, que usaba en su departamento como sillas, mesas y sillones.
La cuña que sentía a causa de Movimiento perpetuo desapareció. Llegué a casa, empecé a leerla y la terminé en dos madrugadas. Los textos sobre Hahn de Ruiz, Paul Guillén y Carlos López Degregori cumplieron mis expectativas, escritos desde la admiración, sin caer en la cumplidora descripción, ampliando y brindando otras alternativas de lectura al universo de este excelente poeta. Y luego de estos, el concierto verbal que empieza con Esta rosa negra (1961).
Lo ideal sería dedicar todo el post a esta voz del sur, una de las más originales y difíciles de la poesía latinoamericana de las últimas décadas. Pero hacerlo sería pasar por alto una realidad aplastante, hija quizá de una ciencia oculta ligada a la parcela de la mezquindad y la dejadez. En otras palabras: he tratado de explicarme a qué se debe el ninguneo, por cuenta del periodismo cultural escrito, que sufrió esta publicación, todo un lujo para estos lares, que de haber gozado de una relativa difusión, la habría convertido en uno de los mejores títulos de 2008.
Se dice, y no pocas veces con razón, que los libros no se mueven solos. Se necesita del empuje del editor y de la disposición del mismo autor para hacer que el libro no sea una obra maestra para la familia de este último. La empresa es difícil. Hay que salir, coordinar, llamar, mandar e-mails. Si consiguen una entrevista, reseña o estafeta, sienten que les están haciendo un favor; y lo que es peor, bajo esta vía, que graficaría bien lo que llamo “La otra literatura”, casi siempre se cuelan entregas menores en calidad que otras que sí lo merecen.
Ahora, “La otra literatura” no funciona con autores como Hahn. Movimiento perpetuo no necesitaba de la ayuda de nadie. Es de los libros que se imponen solos, basta abrir el sobre, verlo y pensar de inmediato en una extensa nota. Es decir, hay que ser un ignorante, un mezquino, para no darse cuenta de ello. Este aberrante ninguneo confirma, una vez más, lo que todos sabemos y que solo algunos dicen: el patetismo del periodismo cultural peruano, sin excepción alguna. Una pena.

sábado, septiembre 01, 2012