viernes, septiembre 30, 2016
Luego de la caminata de anoche, desde el
Centro Histórico a San Miguel, pensé en que sería ideal seguir caminando. El
cuerpo me pedía más esfuerzo físico, más caminata, entonces, por un momento, en
un instante de arrebato mental, barajé la posibilidad de regresar a casa
caminando, pero esa posibilidad se diluyó cuando apareció un taxi.
En el trayecto, el taxista, un pata de
no más de un cuarto siglo, escuchaba la estación radial de los taxistas limeños,
Radio Mágica. El compadre tarareaba las canciones con una entrega emocional que
me dio pena pedirle que se callara, porque si algo este exhibía, era su
horrible voz, además, quién era yo para privarlo de su estallido emocional.
Aproveché para revisar Cela, el hombre que quiso ganar de Ian
Gibson, publicación que por fin me animé a leerla. Claro, no la pude leer en el
taxi, así que solo la revisé someramente, recorriéndola en diagonal. Más allá
de su prosa, siempre ha llamado mi atención el itinerario vital de este
escritor español, que en vida, y no solo a cuenta del Nobel, siempre hizo lo
que quiso, aunque en esa suerte de capricho, no se libró del señalamiento que
tiñe su persona, e injustamente por extensión a su obra. Muchos no le perdonan
su soplonaje, sus jugadas en pared con la dictadura franquista.
Llegué a casa. Mis padres estaban
durmiendo. Solo Onur me recibió, pero sin saltos, porque solo salta para mi
mamá. Onur me persigue, con su mirada manipuladora, a ver si me convence para
darle más comida de la que se le da. En principio me desentiendo de sus
manipulaciones, pero el falso pekinés me persigue y se posa en mi cama, sin
quitarme la mirada mientras respondo algunos mails desde la portátil.
Entonces, me rindo.
Como dice mi hermano: “este perro los
tiene manipulados”.
jueves, septiembre 29, 2016
reseñismo títere
Los que de alguna manera formamos parte
de este circuito literario, tan propenso a la zancadilla, el puñal, el doble
discurso y la patente bajeza, no nos debería sorprender la presencia de un
aparato crítico que haríamos bien en llamar Reseñismo títere.
Esta suerte de criollada valorativa,
digámoslo de una vez, siempre ha existido. No hay escritor ni literato peruano
que no tenga su crítico de ocasión, cuyos textos vemos ocasionalmente en los
medios periodísticos, plataformas virtuales, como también en las santísimas
publicaciones académicas. Esta criollada no conoce fronteras, con mayor razón
cuando su práctica siempre se ha visto recompensada con el intercambio de
favores, peor aún en estos tiempos virtuales, en los que el crítico ya no cree
en la distancia personal con el autor, convirtiéndose en una mezcla mutante con
este, en una pujante fábrica de reseñas positivas.
Una mirada superficial a las publicaciones
peruanas de los últimos años nos arroja un detalle recurrente: no hay escritor
peruano (no importa si eres canónico, consagrado, reconocido, con proyección o
desesperado de atención) que no tenga su reseña positiva. Todos, pero
absolutamente todos, tienen su reseñita que los justifica en el mundo de las
letras. Tampoco pretendo ser injusto, puesto que hay publicaciones que sí han
ganado a pulso, y en la sola experiencia de la lectura, merecidos saludos al
haber sido sometidas a escrutinio.
Pero este post no va de las reseñas
positivas. Sino de las otras, de la otra faz del Reseñismo títere.
Ajá.
Pensemos en las reseñas negativas, en
esa práctica que se hace tan necesaria entre nosotros, como testimonio honesto
con el lector, en franca actitud que rehúye del amiguismo y del argollerismo, a
manera de muestra de la legitimidad que construye el reseñista, sea este
recurrente o de ocasión.
Ahora, ubiquémonos en contexto: sabemos
que en la narrativa actual se han formado dos frentes visibles. Por un lado
están los narradores que han construido una obra cuyo eje temático son los años
de la violencia política. Lo he dicho más de una vez: todo narrador cuyo libro
descanse en este tópico no puede quejarse, porque saludo, o fugaz
reconocimiento, ha recibido, así sea en una mención al vuelo en un pie de
página. Por otro lado, ubicamos a los narradores cuyas obras han apostado por
otro sendero temático, digamos que más acorde con los discursos de ficción de entre
siglos que treinta años atrás vaticinó Frank Kermode.
Aunque no sea una práctica explícita en
su constancia, han comenzado a surgir discursos que enfrentan una postura con
la otra, lo que me parece positivo, porque no hay nada mejor para el espíritu
creativo que la discrepancia y el cruce de opiniones.
Sin embargo, qué podría pensar uno cuando
lee la reseña que ha escrito Sebastián Uribe sobre la novela La sangre de la aurora de Claudia
Salazar. Reseña negativa por donde la mires, pero que en su soberbia bruta,
valentía estratégica y carencia de lecturas que sostienen el acervo crítico del
hacedor, nos llevan a barajar esta razonable sospecha: se trata pues de una
reseña (involuntariamente) Delivery.
No conozco personalmente a la autora, a
lo mucho habré tenido con ella uno que otro contacto por correo. Y, obviamente,
he leído su novela, que muy en lo personal no me ha gustado, mas esta impresión
no me impide reconocerle oficio y talento, ni tampoco me impide saludar los
alcances literarios de su libro.
Entonces, ¿en qué falla el reseñista al
dictaminar que esta novela es mala? Fácil: en la alarmante debilidad de su
discurso valorativo, pastoreado por un prejuicio que le impide cartografiar la
novela en esa gran geografía narrativa conformada por las novelas sobre la
violencia política, en su incapacidad para encontrar el atajo para leerla en el
código por el que transita (es decir, si solo me voy a direccionar en su plano
mayor, el de la sensibilidad femenina confrontada con la masculina, me pierdo
del verdadero campo en el que debo enfrentarme a la novela, aquel que, hay que
decirlo, exige de un lector ya entrenado, puesto que es una novela que rehúye
del lector medio (harta simbología), acostumbrado a la linealidad), en su
propensión por encontrar efectismo cuando la novela no los tiene. Las
debilidades de la novela son otras, relacionadas con la tradición de novelas de
teoría de las que es deudora.
Todo libro de ficción, sea en el
registro en el que se inscriba, merece ser abordado con respeto. Así guste o no
el artefacto narrativo. Este no ha sido el caso, porque detrás de esta reseña,
en la que Uribe ha fungido de noble papagayo, está el discurso de los ideólogos
virtuales que embisten, cada vez que pueden, contra la recurrencia y
dependencia de nuestra narrativa hacia el tópico de la violencia política. Así
es: Jack Martínez y Francisco Ángeles.
Lo curioso del asunto es que yo
sintonizo con las ideas de Martínez y Ángeles en cuanto a esta (mala-buena) dependencia
sobre el tópico de la violencia política. Además, más de una vez he escrito, y
ácidamente, sobre esta adicción temática. Pero lo que me diferencia de ellos es
que yo no tengo intereses narrativos como para sacar provecho criticando la
posible caducidad de este tópico. Dicho esto con el aprecio que tengo hacia lo
que me importa de ellos: su obra. Y dicho también en buena onda hacia lo que
ellos significan para mí como personas.
Quien escribe tiene las cosas claras:
por un lado, la obra; por otro, la persona; y en otro lado muy lejano: el
discurso literario que se practica a la par de la obra.
En este tercer aspecto, Martínez y
Ángeles han caído en ligerezas discursivas sobre este tópico. Lo que en
principio parecía una postura atendible, que convocaba a un cambio de mirada
que sacuda a nuestra narrativa de las taras y lastres de la violencia política,
se convirtió en un aparato promocional del que crearon varios caminos de
difusión, uno de ellos, el aparato crítico moldeable, mascoteable, sin
carácter, al que de tanto en tanto se recompensa con un favor. Pero bueno, no
los condeno, porque si miro a los autores de la violencia política, debo decir
que estos son peores en los terrenos de la promoción, cuyo aparato crítico
exhibe un poder construido a lo largo de los años, el mismo que ha sido
repartido en clanes y mafias literarias. Claro, por ser más longevo, en este
aparato crítico encontramos absolutamente de todo, como en botica (de lo bueno
a lo mediocre), y algo, también algo, de coherencia ética y moral con este
tópico tan delicado.
Pero lo que no recuerdo, y ese no
recuerdo es lo que motiva estas líneas (aunque pienso también en una execrable
reseña de Iván Thays sobre un libro de Miguel Gutiérrez, en el 2008 si no me
equivoco), es una reseña sucia, baja, disfrazada de objetividad y delatada por
la ya señalada soberbia bruta, valentía estratégica y carencia de lecturas, de
un crítico al que Martínez y Ángeles han levantado y promocionado con el fin de
que obtenga una legitimidad que, a este paso lustrabotista, no va a conseguir.
La crítica y sus variantes, como el
reseñismo, el ensayismo y el articulismo, aparte de nutrirse de la lectura libros
y no de la lectura de personas, requiere carácter. Solo el carácter brinda
libertad, aunque ello no sea garantía de que no se cometan errores, pero es
preferible el error en libertad, que el error siendo carne de cañón.
miércoles, septiembre 28, 2016
Entrevista a Luis López - Aliaga
La historia política peruana es indesligable de lo
que nos cuentas en el libro. Hablamos del éxodo de no pocos políticos apristas,
que huyeron a Chile a razón de la persecución de la que fueron víctimas durante
la primera mitad del siglo pasado.
Otro
arco dramático del relato. Una épica que devino en tragedia primero y en
parodia después. El del exilio aprista en Chile, los años de proscripción y
persecusiones, y el poesterior ascenso al poder. Alan García haciendo realidad el
precepto marxista de que la historia se repite dos veces, primero como tragedia
y después como farsa. Todo ese recorrido visto desde el punto de vista particular
del narrador, ese yo que lleva mi nombre.
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martes, septiembre 27, 2016
532
Un lunes productivo y con mucha hambre.
Comí bien pero sentí más hambre de lo normal, había pues un endiablado
concierto de ballet en mi estómago, asaz salvaje, que me tuvo todo el día
saqueando la nevera. Pero no me hacía problemas, porque también sé cómo mitigar
estas ansias, que se aparecen en estos días del año, justo en este mes.
Por esas cosas, extrañas y mágicas, me
puse a pensar en los amigos y amigas que conocí en Colombia hace algunos años,
en lo importante que este lunes fue para ellos. Claro, a más de uno le agrada
la idea de la paz y esa firma del Estado colombiano con las FARC la asumo como
una apuesta por la vida. Sin duda, tendrá que haber mucha tolerancia si es que
en realidad se quiere evitar un continuo baño de sangre.
Es precisamente en una noche de ron y
humo en un parquecito de Bucaramanga, en la que conocí a un grupo de patas y
flacas, de izquierda radical, que me hablaban de la necesidad de una gran
revolución para liberar a Latinoamérica del yugo de la economía/sistema
neoliberal. Y si esa liberación costaba sangre, pues sangre tenía que correr si
es que se anhelaba esa llamada liberación. Los escuchaba y me aterraba el hecho
que otros patas también pensaran como ellos. No eran más que niños bien, hijos
de grandes ganaderos que jugaban a la revolución estimulados por el trago corto
y la hierba. Pero la pasé bien en la juerga pero no tan bien en mi regreso a mi
habitación del Hostal UNAB, regreso en el que me perdí entre las escaleras
serpenteantes de los edificios, recibiendo de súbito un aguacero caliente.
Cuando llegué al HU me mudé de ropa antes de coger una neumonía y busqué mi
cajetilla entre mi ropa mojada. Todos los cigarros arrugados por la humedad,
mojados. Y volví a salir, en pleno aguacero caliente, por una cajetilla. Es que
en esa época fumaba peor que ahora, que he bajado considerablemente mi consumo
de tabaco.
lunes, septiembre 26, 2016
domingo, septiembre 25, 2016
contra ellas
Lo que he podido ver en estos últimos
días es una manifestación atroz de aquello que critica más de un intelectual y
escritor local, revelando, en circunstancias como estas, que el discurso
empleado sobre los abusos que se cometen en este país contra la mujer, no es
más que un estratégico negocio discursivo.
Gustavo Faverón no es tonto, para lo que
le conviene, obviamente. Su táctica, y la de sus defensores, no es otra que
minimizar, banalizar y ridiculizar los testimonios de las mujeres que lo
sindican como un sistemático acosador virtual. En esta empresa, Faverón viene
haciendo uso de un arsenal compuesto de relaciones y apelando a la imagen de
intelectual comprometido con las causas justas. Ejemplo de ello lo vimos en la
última edición de la revista Caretas,
con una nota en la que se intentó lavarle la cara, incidiendo en la falsa
identidad de una de las denunciantes y pasando por alto, y cuestionando, los testimonios
de las mujeres que sufrieron los acosos del escritor y crítico literario. No
hubo imparcialidad, y esto es algo que debería obligar a los periodistas de la
casa a revisar su política informativa, en especial cuando se aborda temas
sensibles (hace no mucho pusieron en portada, y como héroe, a un tipo que
masacró a una mujer). Esa nota tenía un objetivo: desmoralizar a las mujeres
acosadas por Faverón.
Los defensores de Faverón, entre los que
ubico a conocidos y amigos a los que quiero y aprecio (incluso a uno de ellos
lo considero mi maestro), nos vienen ofreciendo un muestrario de debilidad de
principios, porque se han abocado a defender a la persona y al académico, cuando
lo que tendrían que hacer es pedirle al cuestionado que deje de esconderse y
que enfrente estas denuncias como lo haría cualquier persona que está siendo
víctima de un complot, de un ataque en cadena. Claro, más de un defensor dirá
que él no tiene de qué defenderse porque no hay pruebas irrefutables de lo que
se le acusa. Esta suerte de apología de cafetín exhibe todas las máculas del
discurso que denigra a la mujer cada vez que esta pretende quejarse de algo que
la violenta física y emocionalmente. Por eso, desde estas líneas, invoco a esos
conocidos, amigos y a mi maestro, a que abandonen el doble discurso y se porten
como lo que dicen que son en los saraos literarios: intelectuales de buena
voluntad.
Si yo estuviera en la situación de
Faverón, protegería lo que más quiero en el mundo, es decir, llevaría a cabo lo
único que me puede salvar de esta ignominia que me perseguirá toda la vida:
denunciaría por difamación y calumnia a cada una de las mujeres, hombres y
medios virtuales que me están señalando como un acosador, como un enfermito
sexual del Skype y demás hierbas. Tendría todas las de ganar… si es que en
verdad es mentira todo lo que se dice de mí.
Pero ese no es el caso.
Estas denuncias contra Faverón son
ciertas, pero la manera en que se presentaron al público no fueron las
correctas. Hubo pues una confluencia de factores que enturbian la manera en que
estas se dieron a conocer y más de uno ha hecho eco de esa turbiedad. No
negaremos que Faverón ha venido fortaleciendo muchos anticuerpos a lo largo de
los años y no me sorprendería que más de un enemigo suyo haya aprovechado este
contexto para sumarse con una cuota de bajeza (por ejemplo, la cuenta falsa de
la tal Julieta Vigueras), desvirtuando así una atendible cadena de denuncias. Esto
fue aprovechado por Faverón para pintarse como el “pobrecito”, “el perseguido”,
“la víctima de un linchamiento”… Por eso, Faverón viene manejando sus hilos de
poder, gracias a la contactología en su máxima expresión. En tal motivo, no
esperemos que un medio de prensa serio se digne a investigar este caso (a esta
prensa (Caretas, y La República, en donde tenía una columna semanal) no le interesa
la verdad, esta prensa se la jugará por el espíritu de cuerpo, porque Faverón,
para los que no lo saben, también fue periodista), tampoco esperemos que haya
una denuncia legal contra él.
Tengámoslo claro: no habrá denuncia
legal por parte de las mujeres acosadas.
Primero, porque se sienten solas y
desprotegidas.
Segundo, por vergüenza. Y no me
sorprende que sientan vergüenza. Y quien dude de la vergüenza que estas mujeres
puedan sentir es porque no vive en el Perú, es porque no tiene ni la más mínima
idea de cómo se trata a una mujer cuando esta presenta una denuncia por acoso.
Tercero, por miedo. Y es entendible que
tengan miedo. Pues veamos cómo los defensores de Faverón se vienen portando con
los testimonios de las acosadas, así estos testimonios hayan sido camuflados
para protegerlas. Este comportamiento, en tono de burla, de los adláteres del
“Mounstro de Maine”, ha reflejado una tamaña insensibilidad hacia la condición
de la mujer, contradiciendo, a saber, el discurso que más de uno empleó en los
días de la marcha Ni una menos.
Muchos de ellos apoyaron esa marcha histórica, pero sus últimas actitudes nos
hacen pensar que solo la apoyaron con el fin labrarse una imagen social e
intelectual de avanzada, lejana, a años luz del noble principio que decían
apoyar. O sea, está bien, defiendo a mi amigo, ¿pero es lógico defender al
amigo burlándome de las acosadas? ¿No me estoy portando acaso como el machista
que tanto critico?
Desde el último jueves he recibido mails
y llamadas de cinco mujeres acosadas por Faverón. No las conocía y no me
interesa conocerlas, pero con lo que me decían corroboraba, una vez más, lo que
venía escuchando de él desde hace varios años. Al respecto, en mi post Alma Chiquita dije que no me basaba en los pantallazos para aseverar que Faverón es
un acosador de mujeres. No es de ahora esta situación, tiene su tiempo. Corría
pues en nuestro circuito literario un rumor que exhibía una característica: el
temor de las mujeres acosadas para exponer su incomodidad, puesto que podría pasar
lo que, oh novedad, está sucediendo ahora, que en lugar de brindarles seguridad,
se sienten más bien expuestas a vejaciones y burlas de toda índole, del mismo
calibre con las que Faverón doraba sus insistencias virtuales una y otra vez,
sin darse cuenta de que esa actitud sería el fin de la imagen de hombre impoluto
que construía a ritmo de una falsedad que hoy en día le pasa una factura
impagable.
531
Ni bien me levanto sintonizo un
maravilloso partido del fútbol local. Y aprovecho en revisar las películas de
la cartelera local, de lo poco o casi nada que llama mi atención, subrayo Miedo profundo. Bueno, siempre me han
interesado las películas de supervivencia. A la par de ello, me alisto para la
hora y media que me espera de una extraordinaria serie galesa, Hinterland, un policial que me revela crímenes
atroces, entre otras cosas de la bajeza humana, que acaecen en sociedades en
las que aparentemente no debería pasar absolutamente nada. De ella me gusta
también el ambiente gris de los paisajes, esa imposición de la oscuridad que define
el carácter personajes como el del policía de investigaciones Tom Mathias, frío
y calculador. Tampoco es una serie cuyas temporadas (2 hasta el momento) te las
puedes acabar en una maratón; al menos, en estos días, no me puedo dar esos
gustos, puesto que cada episodio hace alarde de hora y media de duración. Como
tengo varias películas y series por ver, he reservado Hinterland para los fines de semana y el método me viene
funcionando muy bien.
Luego de las iniciales reflexiones
domingueras, me dispongo a comenzar el día, primero, sirviéndome una taza de
café, la droga ineludible que me espabilará, y luego, cerciorarme si aún tengo
crema de afeitar, porque esta estaba por acabarse en los últimos días. El
duchazo y, ahora sí, la vida presentada en otra dimensión, más acorde con las
actividades que me esperan en las próximas horas. Escribiré tres horas
seguidas, pasando a Word los apuntes de una historia que he estado picando en
estas semanas, datos que me brindarán lo que supongo será cualquier cosa menos
un texto de ficción. No me preocupo por la cualidad genérica de los textos, al
menos ese no es mi problema. Creo que ya lo dije alguna vez, lo que me interesa
de la escritura es el trance que puedes conseguir con ella, solo eso, conmigo
no van esas huevadas de querer ser escritor y los réditos que puedan
conseguirse de esa suerte de estatus que obnubila a algunos en esta provincia
literaria.
Mientras tanto, como quien supera la
flojera que acompaña al entusiasmo, busco un documental del 2015 que me han
recomendado, The Wolfpack. Veremos
qué tal.
sábado, septiembre 24, 2016
en la mente del león
De un escritor de la talla de Mario
Vargas Llosa creemos saberlo todo. Se ha vuelto tan universal que pensamos que
ya no existe nada más que podamos saber de él. Por un lado, la impresión puede
ser cierta. Por ejemplo, los lectores de las últimas generaciones han tenido
como un implícito referente nacional a la figura y obra de nuestro Nobel de
Literatura, sabiendo lo que se tiene que saber de él, sin necesidad de haberlo
leído (hasta ese punto llega su grandeza). Sin embargo, cuando más pensamos que
conocemos a VLL, se nos presenta un dato ya recorrido que en la relectura se
impone a manera de epifanía.
Claro, hablo desde el punto de vista de
alguien que creía que sabía de la obra y tránsito vital de Vargas Llosa. Sin
embargo, tras la lectura de Mario Vargas
Llosa. 80 años. Entrevistas escogidas (Revuelta Editores, 2016), uno no
tiene otra salida que aceptar lo tácito: cualquiera puede perderse, y con harta
facilidad, en la mente de este león, extraviándose sin darse cuenta en el dato
procesado, pero que la memoria tramposa ocultaba para que salga a flote en los inevitables
momentos de soberbia intelectual.
Estamos ante la cuarta edición de las
entrevistas escogidas a Vargas Llosa, trabajo dedicado del periodista Jorge
Coaguilla, que en esta ocasión enmienda los yerros de las tres ediciones anteriores
para presentarnos una cartografía actualizada de nuestro escritor mayor,
cartografía que nos ubica a un Vargas Llosa ya recorrido pero a la vez nuevo, a
manera de una caja china temática que cumple su objetivo: interesarnos más,
sensación que nos lleva a releer no solo la obra de ficción de VLL, sino
también su corpus discursivo alimentado del periodismo y del ensayismo.
Entre las entrevistas reunidas, destacan
las de César Lévano, Maynor Freire, Isaac León Frías, Juan Bullita, Alfredo
Barnechea, Ricardo González Vigil, Luis Jochamowitz, Alfredo Pita, Federico de
Cárdenas, Peter Elmore, Jorge Salazar, Jaime Bedoya, Jaime Bayly, César
Hildebrandt, Carlos Batalla, Enrique Planas, Pedro Escribano, Coaguilla, Alonso
Rabí, Jeremías Gamboa, Pedro Salinas, Raúl Tola y Dante Trujillo. Estas entrevistas
cubren el periodo de 1964 a 2015. Es decir, una cronología detallada que nos
permite constatar no una evolución de VLL, sino una coherencia que se
manifiesta en una entrega apasionada hacia la práctica de la escritura de
ficción y una postura política alimentada en la autocrítica. En este sentido,
la mejor muestra de la postura política e ideológica del escritor, tantas veces
puesta en entredicho y ya casi imperecedero punto del que se cogen sus
detractores, la vemos precisamente en la entrevista de Pita, entrevista que
presenta sustentados reparos a la postura política de VLL, pero en la que también
las respuestas del Nobel exhiben una argumentación no solo brillante en el
flujo del discurso, sino también en el contenido político del mismo. Sumemos
también la entrevista sobre cine que le realizan León Frías y Bullita, en la
que VLL se muestra como lo que es: un simple cinéfilo al que le interesa
pasarla bien mientras mira una película, sin pretensiones intelectuales de por
medio.
Pero ante todo somos partícipes de la
relación de amor y odio del escritor con su tópico mayor: el Perú, con su
historia e identidad como nación. Tal y como señalamos, la publicación cumple
un objetivo difícil en tiempos en los que accedemos a la información con un
inofensivo movimiento de dedos: redescubrir con una mirada más lozana a Vargas
Llosa.
…
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530
En la madrugada volví a una obra
maestra, Novecento de Bertolucci. El
lector entenderá, entonces, que me acosté muy tarde, fácil a las 8 de la
mañana, pero me desperté pocas horas después, porque fui partícipe de un acontecimiento
histórico en la vida de mi falso pekinés llamado Onur.
Pues bien, resulta que un vecino tocó la
puerta de mi casa, cerca del mediodía, y me preguntó si Onur brindaba el
servicio. ¿Cuál?, pues la de calmar la invasión hormonal de su perrita, un poco
más pequeña que Onur pero con varios años de recorrido que este. Le dije que ya
y le indiqué que el encuentro canino se llevaría a cabo en mi jardín del parque
ubicado a la espalda de mi casa. Le indiqué que nos esperara diez minutos.
Cerré la puerta, me preparé café, prendí
un cigarro y desperté al chato. Pensé en si era conveniente colocarle o no la
correa. Lo lógico, y lo justo para él, era que debute de la manera más libre
que pueda, pero por algo Onur es Onur, fácil, luego de estar con la perrita,
correría tras los pasos de otras, y no hay nada que me preocupe más que el
atarantamiento de mi perrito cada vez que cruza la pista.
Saqué de la refrigeradora un par de
Cusqueñas en lata y me completé con la cajetilla de cigarros. Onur sospechaba
algo, su mirada sorprendida era la prueba de que algo muy buen le iba a pasar,
y lo bueno, esta vez, no tenía que ver con nuestras caminatas de media hora,
que se repiten hasta 5 veces al día. Entonces lo encerré por unos minutos en el
baño, solo así podía tener la suficiente libertad para acomodar las sillas en
el parque, porque si lo vería en acción, lo tenía que hacer en comodidad, y con
una correa lo suficientemente larga para que este no me asuma como una
presencia incómoda en su primer momento importante en la vida.
Manuel, un chibolo de 18 años, el dueño
de la perrita, era el hijo de mi pata Jorge, a quien la vida lo ha llevado por
rutas distintas a la mía y que por eso ahora se encuentra guardado. Manuel no
se hacía paltas con lo que le preguntaba de su padre, más bien, tengo la
impresión de que no seguirá los pasos de su padre, algo que me alivia, porque su
padre sí tuvo todas las oportunidades para no terminar donde terminó. Le
pregunté también cómo hacía para que su perrita le obedezca, algo en lo que he
fracasado con Onur.
Conversamos y bebimos las Cusqueñas
mientras éramos testigos del acontecimiento histórico de Onur. No era la
primera vez que algunos vecinos me tocaban la puerta preguntándome si mi
perrito brinda servicios, pero no me decidía, pensando que aún era muy
cachorrito para estas faenas hormonales, sin embargo, en las últimas semanas me
informé al respecto y la ciencia se imponía en su verdad: la etapa de madurez
de Onur ya había acabado, información que hizo que me sintiera mal. Por ello, en
estos días pensaba en cómo hacerle justicia a este perrito que se ha convertido
en el engreído de la casa, en “el hijito peludo”, “en el hermanito chato”. Para
mi bien, ese momento de justicia se presentó sin avisar y Onur lo disfrutó por
más de media hora.
jueves, septiembre 22, 2016
pensamiento incendiario
Sin duda, este es uno de los mejores
libros que he leído en el año, o, en todo caso, el que más ha calado en mi
memoria emocional. No soy el único que alguna vez haya deseado vivir en algo la
experiencia límite de los integrantes de la Beat
Generation, pero no me quejo, porque algunas noches y días tuve, bien
vividos como para darme por bien servido.
De la BG, sus pilares mayores: el narrador y el poeta. Kerouac y
Ginsberg. Amigos, compañeros de ruta y actitud, eventuales amantes, pero ante todo
amigos, tal y como se testimonia en sus ya famosas imprescindibles cartas,
reunidas hace algunos años en libro de título homónimo. Pero vayamos más allá
de la leyenda y la admiración, y enfoquémonos en los discursos que los Beats desarrollaron en solitario, en
especial, en los años en los que ya no eran Beats,
aunque uno que otro seguía portándose como tales, sino cimentando trayectoria
en base a lo ya conseguido.
Lo que diferenciaba a Ginsberg de
Kerouac era la inteligencia. La inteligencia del autor de En el camino yacía en la fuerza de su entusiasmo, mas en el hacedor
de Aullido y Kaddish, entre otros títulos, descansaba en el innato cuestionamiento
que partía de una formación de lecturas multitemáticas a las que tuvo acceso
desde niño. Ginsberg fue el ideólogo de la BG,
es decir, el discurso que sostenía la actitud y andamiaje rebelde, y cuestionador,
del movimiento. Cuando el auge del movimiento pasó a la parcela de la leyenda,
más de uno comenzó a desarrollar proyectos personales, sin embargo, Ginsberg
siguió siendo Beat a su manera, en
solitario, dedicándose al activismo, a viajar por el mundo, a la exploración
sensorial, deviniendo en una estela de historias y anécdotas que más de un
escritor ha plasmado en novelas, cuentarios y crónicas. Ginsberg como leyenda
andante, como referencia temática de una época que, a la luz de la plasticidad
del mundo de hoy, no volverá más.
Como ya se señaló, Ginsberg era el
ideólogo, la voz y hacedor del discurso. O sea, no solo era el maravilloso
hechicero de la poesía. Era un intelectual. Por esta razón, cualquier fanático,
sea de Ginsberg o de la BG, o de
ambas cosas a la vez, debería sentirse más que satisfecho con la lectura de Prosa deliberada (Ediciones UDP, 2016),
en la que tenemos en bandeja lo más selecto del pensamiento incendiario de
Ginsberg.
El cóctel es el siguiente, anunciado en
el subtítulo: Literatura, drogas,
política, profecías. Los textos que conforman esta miscelánea fueron
publicados entre 1956 y 2000 (obvio, se han incluido textos póstumos, como “Recomendación
de Gary Snyder”, “Prefacio y un trip (LSD)”, “Recomendación de Michael McClure
a Guggenheim”, etc.), por ello, el abanico de tópicos que inquietaron al gurú se
muestra por demás adictivo. Ingresamos pues a la laberíntica mente de un tipo
que no solo se mostraba generoso en lo que sabía, compartiendo, sino también
acucioso, a saber, cuando nos habla de los niveles de sonoridad poética en la
poesía de William Blake. Ginsberg no exige del eventual lector que sepa lo que
él, solo que este se ubique en un abierto estado mental y sensorial, y no es
para menos, de la transmisión se encarga él, así estemos o no acuerdo con más de
un postulado literario, así más de un tema abordado exhiba canas a razón de su
fracaso práctico, pienso en “Contribución en prosa a la Revolución cubana”.
El espíritu híbrido potencia estos
ensayos, artículos, conferencias y crónicas que teje lazos emocionales e
intelectivos con el lector de ocasión. Accedemos a una frescura discursiva
deudora de una actitud, tácitamente personal, que apuesta por la libertad y en contra
de las reglas naturales de cada registro. Mediante esta frescura discursiva el
autor nos brinda un tono de intimidad que se nutre del impresionismo de la
biografía, el arrojo conceptual (“la primera idea siempre es la mejor”), la
sospecha malévola, la molestia contra el sistema imperial y la curiosidad
insaciable.
Y claro, este libro ha sido traducido
por un conocedor y admirador de la poética Beat
y de Ginsberg, el escritor chileno Rodrigo Olavarría, que me consta que sabe
del asunto, tal y como lo demostró la ocasión en la que conversamos
públicamente, en la FIL de Lima del 2014 y en sala más grande, la Vallejo, con
lleno total, sobre su traducción de Kaddish.
Ajá, lleno total, no por Rodrigo, menos por mí, sino por el espíritu de
Ginsberg que seduce y aplasta, el mismo espíritu presente en las páginas de
este librazo.
miércoles, septiembre 21, 2016
529
Me despierto golpe de 11 de la mañana.
Creía que el sol me recibiría como días anteriores, pero no. Sintonizo en
Spotify un añejo álbum de The Commodores, algo que me permita hacer las
primeras cosas de la jornada sin prestar mucha atención a la música. Entonces,
me alisto para el duchazo, prendo el celular y me cercioro si las cosas van
bien por este blog. Ajá, en este blog, porque anoche algo extraño pasó en su
plantilla y configuración. Muchos de los datos del blog desaparecieron, además,
cambiaron su disposición espacial, a saber, la barra de datos laterales, a la
mitad de su contenido, y mi biodata alterada con un contenido que no hablaba de
mí, sino de otra persona.
¿Incursión de los hackers? Pues no.
A eso no se debió.
Fue un involuntario manejo manual al
querer insertar algunos Gadgets, en esa intención cambié algunos códigos, pero
me confié en la opción Borrar Cambios, cosa que no hice, y como me desentendí,
lo dejé tal cual, pensando que los cambios no se mostrarían porque, en lo que
recuerdo, no aprobé ningún cambio a realizar en el blog. Trato de recordar,
aunque lo mejor no, cómo fue que quise incluír los Gadgets, sin duda, hice un tecleo
adicional, producto de la alteración visual cuando escribes en cuatro archivos
de Word a la vez, entonces, lo que piensas que haces en un archivo, te huevea y
lo llevas a cabo en otro, en este caso una plataforma virtual. La gracia me
tuvo en vilo por más de 40 minutos, pero todo volvió a la normalidad.
Lo de anoche me hizo pensar ya no en la
posibilidad, sino en la necesidad inmediata de archivar los textos del blog en
una carpeta. Tengo una carpeta con textos usados para el blog, pero esta carpeta
existe desde el 2013 y en todos estos años he cambiado hasta cuatro veces de
laptop y computadoras. Aprovecharé el fin de semana para hacer esa labor
titánica, que de paso será un reconocimiento de la propia escritura.
martes, septiembre 20, 2016
poética y erótica
Por alguna extraña razón, el erotismo no
ha sido muy abordado en la tradición narrativa peruana. Lo mejor es no
especular sobre los motivos, más de un escándalo podría suscitar la potencial
especulación. Aunque cuando he tenido la oportunidad de hablar al respecto con
algunos narradores multitemáticos y todoregistros, he escuchado con contenida
atención sus conceptos, los que casi me obligaron a pedirles, y encarecidamente,
que llevaran un curso avanzado de lecturas eróticas. Confundían, pues, erotismo
con pornografía. Sugerencia con explicitud. Verosimilitud con efecto burdo.
Obviamente, para escribir de las
galaxias del erotismo, no solo hay que haber leído mucho sobre el asunto, sino
también exhibir sin que se note aquello que llamamos conocimiento de causa. En
principio, esta es la impresión que me dejó la lectura de novelita Santísima Trinidad del poeta Roger
Santiváñez.
En su brevedad, su logro. En una posible
extensión, fácil hubieran venido los problemas, que no solo resentirían el
curso de la narración, sino que harían fracasar la verdadera intención del
autor al publicar este librito: la historia personal del descubrimiento del
goce sexual. Acierta el fundador de Kloaka al cumplir con el objetivo de estas
páginas, pues llega a buen puerto, tranquilo y sin apuros: contarnos la
historia del asombro que al narrador protagonista le produjo el descubrimiento
del ya llamado goce sexual, sea este en el acto del placer y en su
potencialidad ontológica.
El carácter fragmentario del libro ayuda
a Santíváñez, al poeta que encuentra en estos pequeños sotos el terreno idóneo para
plasmar su voltaje lírico que dora su prosa, funcional en el capricho
estructural, porque en este camino, el narrador protagonista no se sujeta a los
mandatos de la linealidad. En estas páginas se testimonia el tránsito sexual de
Roy, a veces niño, enamoradizo de las niñas de su barrio, asombrado del vómito
de palabras que le produce el corazón golpeado e ilusionado; otras veces joven,
perdido en las calles terrosas de una Piura que ya no existe, o entregado a las
noches subtes del Centro Histórico, recorriendo bares, hoteles, en estado
constante de éxtasis, a la caza de la amada que revela su esencia en la
exuberancia del detalle, en el aroma del sudor rutinario, o estas sensaciones
juntas.
Pero lo que sostiene la sensación
erótica en esta novelita es precisamente la palabra de Santiváñez, como bien lo
diría él: “en poesía”.
No sé cuál sea el futuro de Santísima trinidad, esta novelita de
poeta, ajá, de poeta. Solo espero que siga en su curso natural: consiguiendo
lectores a paso lento, pero firme.
José Antonio Bravo: la ética del escritor
Aunque nunca lo conocí en persona y
aunque nunca haya asistido a sus talleres de narrativa, debo decir la muerte de
José Antonio Bravo (1937 – 2016) ensancha todavía más ese hoyo negro que
Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez han dejado en la narrativa peruana
contemporánea.
No me sorprende que no sea muy ubicado
por las nuevas camadas de escritores y lectores peruanos, puesto que Bravo
llevaba buen tiempo alejado de los saraos literarios, dedicado exclusivamente a
leer y pintar. Su fallecimiento, salvo excepciones (Ricardo González Vigil y
Mario Suárez Simich), no ha tenido la repercusión que merecía su trayectoria, y
no solo por ser uno de los mayores maestros sobre narrativa que haya tenido la
literatura peruana, sino, ante todo, por ser un narrador dueño de una obra que
gozó de reconocimiento literario en su momento pero que por esas cosas extrañas,
que solo ocurren en el circuito literario local, fue opacándose hasta ser una
referencia para un reducido grupo de conocedores de narrativa peruana.
A los 30 años publicó la que quizá es su
novela más conocida y, como tal, la que ha tenido más de una reedición. Barrio de broncas (1972), todo un canto a la destreza técnica e inmersión en los
códigos lingüísticos barriales, que ubicaron al autor como una de las voces
narrativas más importantes que aparecieron entre 1965 y 1977, años fecundos
entre los que también se dieron a conocer los autores del grupo Narración y los
primeros libros de Alfredo Bryce Echenique, Edmundo de Los Ríos y José B. Adolph.
Bravo siguió publicando en la década del setenta y estuvo también dedicado a la
enseñanza en universidades nacionales y extranjeras. Como académico, lo Real
Maravilloso en la narrativa latinoamericana fue uno de los tópicos que dominó
como pocos. Y a mediados de la década del noventa da inicio a su serie de
novelas históricas, de las que destaca La quimera y el éxtasis, para muchos, su
novela mayor, la que, para más señas, fue finalista, en 1996, del Premio
Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Pues bien, una pregunta se impone en estos
momentos. ¿Por qué la obra de Bravo no estuvo presente en el imaginario de los
lectores en las dos últimas décadas? Al menos, esta es la pregunta que me hago
luego de una consulta al vuelo entre jóvenes interesados en la historia de la
narrativa peruana. Felizmente, no hay mucho que pensar al respecto. Seguramente
Bravo era consciente del valor de su obra como para ir gastando energías
emocionales en pos de una propaganda por la misma. Era de los que sabían que
tarde o temprano sus novelas lo ubicarían en el sitial que merecía. Esa actitud
contra el autobombo es lo que nos lleva a entender la esencia de su discurso
literario y vital: la ética del escritor.
Para entender esta ética, se hace
necesario subrayar una de las facetas en las que Bravo sí puso en energía lo
que no en el autobombo.
Eso: la energía en la enseñanza.
Para que tengamos una idea de la
generosidad intelectual y la capacidad pedagógica de Bravo, en su faceta como
maestro de talleres de narrativa, sería ideal revisar una de las antologías
narrativas fundamentales de la literatura peruana, publicada en los peores años
de nuestra historia, años marcados por los embates terroristas y la
hiperinflación, años ochenteros en la que más de un peruano aspiraba a huir del
país.
Ajá: En el camino (1986) de Guillermo
Niño de Guzmán.
Leemos en la dedicatoria: “A José
Antonio Bravo, quien se ha esforzado por descubrir los secretos del arte de
narrar a varios de los jóvenes escritores de la última generación”.
Entre 1982 y 1987, Antonio Gálvez Ronceros
y Bravo dirigieron el Taller de Narrativa de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos. Visto en frío: hablamos de un lujo total. Gálvez, el lenguaje.
Bravo, la técnica. Por eso, más de un entusiasta afirma que para que vuelva a
aparecer una dupla encargada de este taller universitario, fácil tendrán que
pasar 40 años. En cambio, los más realistas son más lapidarios: nunca más
aparecerá una dupla de maestros como esta.
No son pocos los jóvenes y aspirantes a
escritores de esos años que muestran más que palabras de gratitud con este par
de estupendos narradores que enseñaban no solo los secretos de los recursos de
la ficción, sino también la proyección de la ética que todo escritor debe tener
hacia su poética narrativa. En lo de la ética, Bravo incidía más, no solo en el
taller universitario, sino en todos los talleres que ofreció hasta retirarse a
leer y pintar en su casa de Surco.
¿A qué se refería Bravo cuando hablaba
de la ética del escritor? Pues me lanzo hacia una potencial especulación:
nuestro escritor se refería a la coherencia que todo escritor debía mantener
con su escritura. Coherencia como manifiesto político personal, como lazo con
la honestidad de los tópicos y puntos de vista que alimentan la escritura de
ficción. Es decir, no traicionar el mundo interno del escritor, no poner a la
venta, ni hipotecar, precisamente, ese mundo que tarde o temprano tendrá el
reconocimiento que merece si es que se es bueno en la escritura.
Pensemos pues en esta ética del escritor
que Bravo transmitía en la coherencia. Y quienes ya lo hemos leído, volvamos a
sus libros. Y quienes no, pues tienen por delante el descubrimiento de un
extraordinario narrador.
…
Publicado en El Virrey de Lima.
lunes, septiembre 19, 2016
528
Un fin de semana marcado por intensas
lecturas y una que otra maratón en Neftlix. Hacía estas cosas en intervalos, a
la par que ordenaba mi escritorio, invadido por papeles y sobres manila. No me
había percatado que dejé a medias el reordenamiento de mis archivos personales
(hojas y carpetas) y que había pedido que dejen sobre el escritorio los sobres
con libros que me envían a casa editoriales peruanas y extranjeras, y autores
locales. Lo que pensé que sería resuelto en media hora, se convirtió en una
tortura que en más de una ocasión me hizo barajar la idea de agarrar una bolsa
negra gigante y poner todo dentro de ella y dejarla lista para cuando pase el
camión de la basura.
Pero más calmado, luego de ver el primer
episodio de Hinterland, agradecido
por su hora y media de duración y cuestionado por el tiempo que anduve por la
vida sin saber de su existencia, me puse, ahora sí y en verdad en serio, a
ordenar el escritorio. Entonces, la jornada fluyó, se abrió como si nada en ese
buen domingo de sol que fue ayer, un domingo de sol que doró la buena vista que
tengo del parque ubicado a la espalda de mi casa y que me basta y me sobra para
llegar al equilibrio. A medida que ordenaba, descubría algunas cosas, a saber,
una novelita de Roger Santiváñez, que el poeta me entregó la noche que lo
invité a “Encuentros en El Virrey de Lima”, novelita que la terminé en cuestión
de horas en la madrugada y de la que escribiré en el siguiente post del blog,
del mismo modo encontré la edición de Luces del pasado martes 13, en el que leí
un artículo de José Tsang sobre las participaciones que tuvo en el cine el
recordado Ricky Tosso.
Ese artículo me reveló algunos datos. Uno,
que sentí un asombro inusual cuando se menciona la película Muero por Muriel de Augusto Cabada, en
la que actuó Tosso como un policía corrupto, “El oso”. Recuerdo que vi esa
película en un cine de San Borja. Tal y como se indica en el artículo, se trata
de una película con un pésimo acabado visual, del que el director y su equipo no
fueron responsables, pero cuya historia resultó más que llamativa, con
actuaciones sobresalientes, pienso en la de Andrea Montenegro y, obvio, en la
de Tosso, que se lleva y carga toda la red de mentiras y traiciones que conducen
la trama. Muero por Muriel mereció
mejor suerte y me atrevería a asegurar que es una de las mejores películas
peruanas en lo que transcurre del nuevo siglo. Por otra parte, en el artículo
también se menciona al autor de la novela Muerte
en la calle de los Inocentes, en la que se basa la película. No sabía que
Lalo Mercado había fallecido y ese solo hecho, ese dato flotante, me obligó a
buscar mi ejemplar de la novela, que al cabo de tres cuartos de hora di por
ausente de mi biblioteca, lo que me hizo pensar en las personas a las que
posiblemente les haya prestado, personas que no veo en años y a quienes sé cómo
ubicar. Ahora el problema es hilar fino, que no sientan que solo las llamo para
que me devuelvan el libro.
sábado, septiembre 17, 2016
527
Llevo varios días pegado a la banda mexicana Sotomayor.
Bandaza en la que ubico más de un eco de la psicodelia setentera que cada vez
me gusta más. En realidad, me gusta todo lo que tenga que ver con los setenta,
década pues signada como el punto culminante de las ideologías y la lucha
contra el poder hegemónico del imperio. Al menos, esta es la impresión que me
suscita la literatura, cine, música y diarios que vengo consumiendo sobre
aquellos años.
Días atrás me dirigí al Pasaje 18 de
Polvos Azules, al stand de Holy, que me tenía guardado cerca de 20 películas. Eran
películas que solo conocía de oídas, pero no tardé en percatarme de que trece
de ellas eran setenteras, entre gringas y europeas. Sentí pues una epifanía,
una constatación cósmica de la presencia setentera sin que la busque. Todas las
películas de esta época no eran obras maestras, más bien, eran títulos menores,
de género, pero en los que podía entender, o al menos acercarme, a esos años
que nutrieron como pocos los discursos de la política ficción.
Mientras regresaba a casa, me animé por
una cerveza en lata. Contra lo que pudieran pensar algunos lectores del blog,
no soy de beber mucho. No me alejo del trago, pero tampoco es algo que llame mi
atención. Bebo como una bestia cuando tengo ganas de beber. Ingresé a una
tienda y le pedí a la señorita una Cusqueña en lata. Sin embargo, justo cuando
me dispongo a beber, vibra mi celular, el solo hecho de su manifestación me
hace pensar en que sería bueno tenerlo apagado durante varias horas del día y
no solo cuando me dispongo a dormir. No lo pensé mucho, supuse que era uno de
los Zepitas, de lo poco que queda de ellos luego de la purga que llevé a cabo,
quedándome con el factor humano talentoso, desechando la porquería. Era DK el
que me llamaba y me dijo que junto a unas puntas se encontraba en El Monarca.
No estaba muy lejos de ese bar ubicado en Guzmán Blanco, esa avenida de no más
de cuatro cuadras que recorrí al milímetro muchos años atrás. Durante un buen
tiempo mi vida giró entre esa avenida y mi casa. He sido testigo, y en algunas
ocasiones, partícipe, de su cambio, y vaya que ha tenido muchos cambios, pero
el Monarca siempre ha permanecido allí, resistiendo en su historia, en su tradición,
como si los años no pesarán en él.
viernes, septiembre 16, 2016
alma chiquita
Las redes sociales andan de fiesta. No
falta motivo: se puso al descubierto el verdadero rostro de la conciencia moral
de este maravilloso terruño letrado. El narrador y crítico literario Gustavo
Faverón ha caído como una rata a razón de una serie de pantallazos a cuenta de más
de una mujer que, en tales pruebas, ha sido víctima de acoso por parte del
susodicho.
“Gabriel, ¿te unes a esta fiesta?”
Bueno, esta es la impresión, o la
lectura, que tengo de todo este bacanal del que vengo siendo testigo desde la
noche del miércoles. He pasado las últimas horas, contra mi voluntad,
observando el accionar de más de un conocido sobre este asunto. No hay que
pensarlo mucho: no pocos esperaron una situación como esta para que el apanado
a Faverón sea brutal, apanado que, bajo todo punto vista, quedará como un hecho
histórico, como una muestra del triunfo de la pendejada y la bajeza de nuestra
llamada clase letrada, que no titubea en portarse como lo que más crítica.
Y en este apanado disfrazado de
ajusticiamiento moral he visto a varios conchudos, que como buenos hablan de acoso
cuando estos han traumado a generaciones de mujeres, a saber, en los centros de
estudios en los que enseñaron; también la tierna participación de supuestos críticos
literarios, formados en el lustrabotismo estratégico y delatados por su evidente
falta de lecturas, suerte de títeres sin gracia, mascotas adiestradas a punta
de favores, que cumplen al pie de la letra el implícito mandato de transmitir al
pueblo lo que sus patrones jamás dirán públicamente.
Con lo dicho, no digo que Faverón sea
una víctima. No me limito a los pantallazos de las afectadas (esto no gustará a
mucha gente y las disculpas adelantadas del caso: algunos de esos pantallazos
me generan sospechas sobre su veracidad a razón de su estolidez), sino a lo que
venía escuchando sobre los acosos desde hace ya buen tiempo.
Y a razón de esos acosos, sumado a su
actitud matonesca y abusiva en Facebook (actitud que borraba con el codo lo
bueno e interesante que proponía en la variedad de temas que abordaba), decidí
separar a Faverón: así estuviera de acuerdo o no con sus opiniones. En su
faceta como crítico literario hacía gala de más de un recurso, producto de su
cualidad de gran lector, y en su otra faceta, la narrativa, es pues un buen
narrador. Al respecto, sé a lo que me expongo con esta apreciación valorativa,
pero yo tengo las cosas muy claras: una cosa es la obra y otra muy, pero muy
distinta, es la persona. En la experiencia de la lectura no le entro en vainas,
señores.
Como tampoco le entro en vainas a lo que
para mí es evidente: Gustavo Faverón es un acosador de mujeres. Si en caso haya
una denuncia formal al respecto, esta confirmará lo obvio.
Además, su texto de despedida de
Facebook apesta a egolatría de la más rancia. En lo personal, luego de la andanada
de pantallazos, creí que ofrecería un descargo digno (una autocrítica (pidiendo
disculpas a sus lectores) y un señalamiento de lo que sería una orquestada en algunas
“pruebas” de acoso), pero no, Faverón apela a la victimización, escudado en un
ego que ha sido alimentado por una legión de seguidores que lo endiosó como la
conciencia moral e intelectual de este país, o sea, en atalaya de la ética, como el “bravo”
de los desfavorecidos… Pero ahora eso terminó, y termina por culpa de su egolataría,
porque en adelante será recordado como “Pajero”, “Acosador”, “Mr.
Mojito”, “Dr. Pajas”, “El mounstruo de Maine”…
Y como en su momento también dije sobre
un conocido escritor local: Gustavo Faverón tiene el alma chiquita.
Ese es el problema central de este
cambalache: el alma chiquita de nuestros intelectuales y escritores locales,
que necesitan con urgencia una profilaxis en el alma. No solo pienso en
Faverón, sino también en no pocos que lo vienen criticando en estas últimas
horas, cuando la única diferencia entre ellos y él, es que esta suerte de ex
Facebook Star fue acorralado por el brote de sus propias miserias humanas.
Claro, esta urgencia de profilaxis en el
alma no te convertirá en “Miss Simpatía”, no hará que le sonreías a todos. No.
Esa no es la idea. La profilaxis en el alma te ayudará a no ser tan mierdita,
esta profilaxis en el complejo mundo de las emociones te hará valorar factores
en su genuina magnitud, por ejemplo: la lectura y el saber intelectual, como
los canales del espíritu crítico que tanto necesitamos en esta sociedad cada
vez más lumpenizada por los sentimientos menores.
jueves, septiembre 15, 2016
miércoles, septiembre 14, 2016
pensar y polemizar
¿Cómo definir la trayectoria y el
trabajo del filósofo alemán Boris Groys? Antes de ello, habría que ir a la
fuente en la que se formó, a las bases que configuraron.
No podemos hacernos una idea de su
trabajo sin tomar en cuenta un factor biográfico esencial, que nos ayudará a
entender por qué sus libros no pasan inadvertidos y por qué estos generan más
de una discusión, muchas veces pautadas por el ánimo exacerbado. Groys nació en
Berlín en 1947, y vivió hasta los 34 años en Rusia. Es decir, fue un testigo de
primera fila del proceso de la construcción de la identidad comunista de posguerra.
Estudió y se formó en la antigua Unión Soviética, bebió de la novela rusa
decimonónica y se apasionó por las manifestaciones artísticas de la vanguardia
rusa. Se interesó, además, por la historia política local y mundial. A la par
de estos intereses de juventud, estudió Filosofía y Matemáticas en la Universidad
de Leningrado. Por ello, sus escritos juveniles exhibían una mirada
multidisciplinaria, la misma que no dependía del código académico, sino
desbrozada, acorde en el registro de la divulgación. Esta intención divulgativa
le permitió someter a escrutinio y, por extensión, a discusión, lo que tiempo
después desarrollaría en calidad de pensador en sus ensayos y libros.
*
Cuando en 1981 abandonó la academia soviética
--según él invitado por la KGB--, se
estableció en Berlín Occidental. No se trató de un acto gratuito, ni apegado a
una filiación ideológica. Groys se instaló en Berlín con el fin de constatar en
la experiencia, en un contexto amplio y limítrofe con los discursos
multidisciplinarios que provenían de los países occidentales, su creciente
preferencia por los discursos de arte de vanguardia de la URSS. Para ese
entonces ya no era un joven inquieto y curioso, sino un intelectual con mucho
por decir. Esta etapa en la Alemania Federal resultó esencial para lo que
comenzaría a publicar después, puesto que solo en la confrontación de ideas
podría plasmar la marca que signaría su pensamiento y escritura.
Sin embargo, las vanguardias rusas no
fueron su único interés. Gracias a su formación multitemática, Groys forjó un
discurso personal en el que se permitía escribir de todo: arte, historia,
política, religión, actualidad. Y en ese trayecto no estuvo libre de polémicas.
Pensemos Obra de arte total Stalin
(1988), el título que mejor nos ayuda a ingresar a la maquinaría Groys. Solo un
autor consciente de lo que proponía pudo publicar un libro como este un año
antes de la demolición del muro de Berlín. Hablamos de una época en la que los
cuestionamientos al sistema comunista venían en tropel, al ritmo de una opinión
uniforme que destruía lo poco que, en apariencia, quedaba del legado soviético.
En ese contexto, Groys puso contra la pared todo el aparato crítico que
abordaba la relación entre las vanguardias y los regímenes opresores. El
filósofo ofreció un punto de vista distinto y, por ello, revelador y polémico:
la vanguardia rusa no fue eliminada por Stalin, sino que este se apropió de su
práctica para llevar a cabo esa gran escenificación social que el dictador
mostraba al mundo como el gran paraíso comunista. Pero Groys fue más allá, no
solo brindó una nueva visión de lo que fue la vanguardia rusa, sino también
dejó huellas de su inquietud sobre los procesos artísticos que venían
sucediendo en el mundo. Es decir, comenzó a mirar Occidente con los recursos de
la filosofía y la historia del arte.
Con esta gran entrada al circuito
cultural occidental, ha escrito decenas de artículos y ensayos en los que se
aleja veladamente de la filosofía para centrarse en los lazos entre el arte y
el individuo de entre siglos. Por ello, mientras muchos celebran el auge de
Google y las redes sociales como el Groys se mantiene. Volverse público sería una llamada de atención sobre las posturas
de hombres y mujeres por querer parecer lo que no son, incidiendo en la
representación de su histrionismo cotidiano para ser aceptados en sociedades en
las que importa demasiado cómo los demás te ven. Y como todo intelectual
honesto con su tradición, percibimos en estos ensayos una ligadura hacia el tema
que justifica y estimula su pensamiento: la vanguardia rusa.
*
Los museos y, en especial, las galerías
de arte, son las máximas pasiones de Groys. A lo que conocía de Alemania y la
antigua URSS, Groys sumó el contacto directo con las manifestaciones plásticas,
las performances, la poética visual minimalista, etc., mediante las cuales
arremete contra el demonio actual del consumismo. Para nuestro él es imposible
explicarse el comportamiento actual del hombre sin estas manifestaciones que
también vendrían a ser una suerte de metáfora de sí mismas.
Una constante suya es volver atrás para
explicar lo que ocurre. En La posdata
comunista vuelve a la tradición en la que se formó para explicarnos la
dependencia entre el dinero y la lengua, y así acceder a una visión más justa,
y ajena de clichés, del comunismo soviético. Groys plantea que en la lengua yace
el poder en que puede organizarse e identificarse una sociedad. Se porta como
un arqueólogo de la historia rusa y nos dice que sus filósofos se alimentaron
del poder discursivo y argumentativo de los griegos; por ello, Stalin hizo suyo
el poder de la palabra para amalgamar y configurar todo el sistema comunista, al
que no debe asociársele solo su fracaso económico, sino su legado que se
proyecta en el verdadero poder del hombre: en el uso de la palabra.
Groys es un convencido del poder de la palabra.
Poco o nada le interesa congraciarse con la opinión común o el pensamiento
dominante. La discusión y la polémica definen su trayectoria. Sus textos y
libros son la mejor muestra de sus cualidades emocionales e intelectivas, que
brillan con la más exigente argumentación. No nos debe sorprender sea
considerado como uno los filósofos más importantes de la actualidad.
…
Publicado en El Dominical.
526
Día de sol. Me levanto a las 9 de la
mañana sin la ayuda del despertador. Un día más de esa larga batalla contra el
insomnio. Me he propuesto llevar un horario de sueño normal, al menos uno adecuado
a la media de lo que este tendría que ser aunque la batalla la pierda y vuelva
a mi ritmo de toda la vida. Pero bueno, vale el intento y ese mismo intento es
ya un triunfo que disfruto con el Estalla
de Bomba Estéreo. Qué tal álbum, carajo. Qué tal banda. Harían bien en escucharla
nuestros amargados y penderejiles culturosos que pueblan la aldea literaria y
cultural de este país.
Prendo el celular y encuentro varios
mensajes y mails. De lo que me interesa, las salvajes y bonitas Ariana y ND me
dicen que están trabajando día y noche en un documental sobre una mujer tan
admirable como ellas. ND me pasa la lista de algunos documentales que le
gustaría que vea, entonces apunto los títulos para comprarlos más tarde o ver
si están en Neftlix, que desde ya debo administrar en cuanto algunas series que
me interesan. A saber, ayer estuve en maratón de la segunda temporada de Narcos, que más allá de la fuerza y
potencia de la historia, entrega actuaciones redondas, como la de Wagner Moura
interpretando a Pablo Escobar y, muy en especial, como la de Paulina Gaitán
como La Tata, la mujer de Escobar, que en la presente temporada adquiere un
abierto y velado protagonismo, convirtiéndose en la única reserva moral y
emocional que le queda al sanguinario narcotraficante prófugo.
Me quedé poco más de diez horas seguidas
viendo esta nueva temporada y mis ojos ya no daban para más. Por eso, me metí
al sobre, para descansar lo que debía descansar y así despertarme, para mi buena
suerte, con un generoso sol que tiñe de naranja mi habitación.
Camino a la cocina y me sirvo el
desayuno: café, jugo de papaya con mandarina, 3 huevos fritos y panes. Luego al
duchazo.
Y ya cambiado, el primer cigarrito del
día.
Abro un archivo en Word. Pero a la vez
hago un cruce de información en las webs de los diarios locales y algún blog
cultural y literario.
No me sorprende. Estamos tan ahuevados
que no se ha escrito ningún texto sobre José Antonio Bravo, pero tampoco puedo
esperar mucho en poco tiempo. Este muy bien escritor murió el jueves de las
semana pasada, entonces, imagino, que las necrológicas y artículos sobre su
vida y obra aparecerán en los próximos días.
martes, septiembre 13, 2016
"es que son buenos patas", dicen
Desde el día ayer soy testigo alejado,
pero testigo al fin, de una polémica en Facebook, polémica que para variar
tiene a más de un escritor y literato en el fuego cruzado de opiniones. Y me
atrevo a comentarla porque he notado que se repite un síntoma de defensa cada
vez que se cuestiona el trabajo de una persona.
En síntesis: el narrador Pierre Castro
nos cuenta su experiencia, siguiendo una parecida ocurrida en Chile, sobre el
incentivo a la lectura que consiguió, entre sus alumnos de una universidad
particular, al mandarles a hacer memes sobre La
ciudad y los perros de Vargas Llosa. Digamos que los memes que sus alumnos
hicieron sobre la primera novela de nuestro Nobel de Literatura, llamaron la
atención. Más de uno los celebró porque se trataba de una manera “original” de
incentivar a la lectura. (Al respecto, no me uní a esa celebración porque no
considero que ese sea el camino para estimular la lectura entre los jóvenes. A
saber, en los años en los que estuve de librero sí estimulé la lectura entre
cientos de jóvenes, que de hecho me recuerdan con cariño. Les hacía ver la importancia
de la lectura, de lo divertida que esta podía ser, sin embargo, para llegar a ese
estado, uno tenía que poner una mínima cuota de esfuerzo. Además, no lo hacía porque les quería
vender libros, más bien, cuando podía, les regalaba libros (y lo cierto es que he obsequiado muchísimos). Ese detalle fue lo
que me diferenció de los muchos dedicados al comercio del libro, fui
pues un lector que la hizo de librero) Volviendo al tema: más de uno celebró lo de Castro, y no hay nada de malo en ello. Sin embargo, llegaron los cuestionamientos.
Uno de esos cuestionamientos vino por cuenta del literato Daniel Salas, a quien
no veo en muchos años por cierto, que critica el método que Castro empleó. Eso:
criticó el método. Y aquí viene lo lamentable: Castro ataca a la persona de
Salas y defiende sin peso argumental su método sobre los memes. Y lo doblemente
lamentable: hace un llamado a su portátil/patas/hinchas para que se burlen
de Salas. Obviamente, lo segundo es de una asquerosidad digna de un pata al que
no le interesa argumentar, sino solo imponerse apelando a una estrategia por
demás pendeja, alejada de alguien que se supone debe trabajar en base a la
discusión de ideas y puntos de vista. Queda en Castro pues corregir esta
bajeza.
Lo que acabo de contar refuerza un
síntoma que vengo notando entre los escritores e intelectuales peruanos: en vez
de discutir gestiones, métodos, posturas, no pocos de ellos toman partido por
la persona que es cuestionada. Pues bien, lo que ocurrió con Castro es una
migaja de pan si lo comparamos con los cuestionamientos que hay sobre las personas encargadas del DDC del Cusco y una editorial limeña a la que habrían beneficiado sin la transparencia esencial que merece toda licitación convocada
por una entidad del estado. Los sindicados como responsables de esos posibles malos
manejos, apelan a una tierna estrategia: piden que se prueben esas acusaciones
y nos pintan sus grandes dotes humanas y creativas (dos de ellos escritores, el más tío bueno sin ser la gran cosa y el más joven mediocre). Veamos. Si yo fuera uno de los
cuestionados del DDC del Cusco y me acusan de lo que me acusan, en una, y sin
tanto aspaviento, le abro proceso por difamación y calumnia a cada uno de los malhablados que me
señalan como el vivazo que ha beneficiado a una editorial limeña con proyectos
editoriales. Con mayor razón cuando esas acusaciones vienen muy mal presentadas. Eso
es lo que haría una persona decente y preocupada por su honra. Mientras tanto, estas puntas se dedican a la practica de nuestro deporte nacional por excelencia: la
victimización. La victimización funciona muy bien, porque más de un escritor e
intelectual, en lugar de pedir explicaciones, una argumentación que nos deje
tranquilos de esas serias sospechas (no es moco de pavo), se la juega destacando las virtudes humanas
del cuestionado, cualidades humanas que, especulo, se reducen a varias cajas de
cervezas y uno que otro baile en un tono de por ahí.
Son casos distintos, sí, pero lo de
Castro y lo del DDC de Cusco nos revelan un síntoma: la nula intención de
nuestros maravillosos escritores e intelectuales para discutir temas que
realmente importan. “Es que son buenos patas”, dice más de un huevonauta.