viernes, septiembre 30, 2016

533

Luego de la caminata de anoche, desde el Centro Histórico a San Miguel, pensé en que sería ideal seguir caminando. El cuerpo me pedía más esfuerzo físico, más caminata, entonces, por un momento, en un instante de arrebato mental, barajé la posibilidad de regresar a casa caminando, pero esa posibilidad se diluyó cuando apareció un taxi.
En el trayecto, el taxista, un pata de no más de un cuarto siglo, escuchaba la estación radial de los taxistas limeños, Radio Mágica. El compadre tarareaba las canciones con una entrega emocional que me dio pena pedirle que se callara, porque si algo este exhibía, era su horrible voz, además, quién era yo para privarlo de su estallido emocional.
Aproveché para revisar Cela, el hombre que quiso ganar de Ian Gibson, publicación que por fin me animé a leerla. Claro, no la pude leer en el taxi, así que solo la revisé someramente, recorriéndola en diagonal. Más allá de su prosa, siempre ha llamado mi atención el itinerario vital de este escritor español, que en vida, y no solo a cuenta del Nobel, siempre hizo lo que quiso, aunque en esa suerte de capricho, no se libró del señalamiento que tiñe su persona, e injustamente por extensión a su obra. Muchos no le perdonan su soplonaje, sus jugadas en pared con la dictadura franquista.
Llegué a casa. Mis padres estaban durmiendo. Solo Onur me recibió, pero sin saltos, porque solo salta para mi mamá. Onur me persigue, con su mirada manipuladora, a ver si me convence para darle más comida de la que se le da. En principio me desentiendo de sus manipulaciones, pero el falso pekinés me persigue y se posa en mi cama, sin quitarme la mirada mientras respondo algunos mails desde la portátil.
Entonces, me rindo. 
Como dice mi hermano: “este perro los tiene manipulados”.

jueves, septiembre 29, 2016

reseñismo títere

Los que de alguna manera formamos parte de este circuito literario, tan propenso a la zancadilla, el puñal, el doble discurso y la patente bajeza, no nos debería sorprender la presencia de un aparato crítico que haríamos bien en llamar Reseñismo títere.
Esta suerte de criollada valorativa, digámoslo de una vez, siempre ha existido. No hay escritor ni literato peruano que no tenga su crítico de ocasión, cuyos textos vemos ocasionalmente en los medios periodísticos, plataformas virtuales, como también en las santísimas publicaciones académicas. Esta criollada no conoce fronteras, con mayor razón cuando su práctica siempre se ha visto recompensada con el intercambio de favores, peor aún en estos tiempos virtuales, en los que el crítico ya no cree en la distancia personal con el autor, convirtiéndose en una mezcla mutante con este, en una pujante fábrica de reseñas positivas.
Una mirada superficial a las publicaciones peruanas de los últimos años nos arroja un detalle recurrente: no hay escritor peruano (no importa si eres canónico, consagrado, reconocido, con proyección o desesperado de atención) que no tenga su reseña positiva. Todos, pero absolutamente todos, tienen su reseñita que los justifica en el mundo de las letras. Tampoco pretendo ser injusto, puesto que hay publicaciones que sí han ganado a pulso, y en la sola experiencia de la lectura, merecidos saludos al haber sido sometidas a escrutinio.
Pero este post no va de las reseñas positivas. Sino de las otras, de la otra faz del Reseñismo títere.
Ajá.
Pensemos en las reseñas negativas, en esa práctica que se hace tan necesaria entre nosotros, como testimonio honesto con el lector, en franca actitud que rehúye del amiguismo y del argollerismo, a manera de muestra de la legitimidad que construye el reseñista, sea este recurrente o de ocasión.
Ahora, ubiquémonos en contexto: sabemos que en la narrativa actual se han formado dos frentes visibles. Por un lado están los narradores que han construido una obra cuyo eje temático son los años de la violencia política. Lo he dicho más de una vez: todo narrador cuyo libro descanse en este tópico no puede quejarse, porque saludo, o fugaz reconocimiento, ha recibido, así sea en una mención al vuelo en un pie de página. Por otro lado, ubicamos a los narradores cuyas obras han apostado por otro sendero temático, digamos que más acorde con los discursos de ficción de entre siglos que treinta años atrás vaticinó Frank Kermode.
Aunque no sea una práctica explícita en su constancia, han comenzado a surgir discursos que enfrentan una postura con la otra, lo que me parece positivo, porque no hay nada mejor para el espíritu creativo que la discrepancia y el cruce de opiniones.
Sin embargo, qué podría pensar uno cuando lee la reseña que ha escrito Sebastián Uribe sobre la novela La sangre de la aurora de Claudia Salazar. Reseña negativa por donde la mires, pero que en su soberbia bruta, valentía estratégica y carencia de lecturas que sostienen el acervo crítico del hacedor, nos llevan a barajar esta razonable sospecha: se trata pues de una reseña (involuntariamente) Delivery.
No conozco personalmente a la autora, a lo mucho habré tenido con ella uno que otro contacto por correo. Y, obviamente, he leído su novela, que muy en lo personal no me ha gustado, mas esta impresión no me impide reconocerle oficio y talento, ni tampoco me impide saludar los alcances literarios de su libro.
Entonces, ¿en qué falla el reseñista al dictaminar que esta novela es mala? Fácil: en la alarmante debilidad de su discurso valorativo, pastoreado por un prejuicio que le impide cartografiar la novela en esa gran geografía narrativa conformada por las novelas sobre la violencia política, en su incapacidad para encontrar el atajo para leerla en el código por el que transita (es decir, si solo me voy a direccionar en su plano mayor, el de la sensibilidad femenina confrontada con la masculina, me pierdo del verdadero campo en el que debo enfrentarme a la novela, aquel que, hay que decirlo, exige de un lector ya entrenado, puesto que es una novela que rehúye del lector medio (harta simbología), acostumbrado a la linealidad), en su propensión por encontrar efectismo cuando la novela no los tiene. Las debilidades de la novela son otras, relacionadas con la tradición de novelas de teoría de las que es deudora.
Todo libro de ficción, sea en el registro en el que se inscriba, merece ser abordado con respeto. Así guste o no el artefacto narrativo. Este no ha sido el caso, porque detrás de esta reseña, en la que Uribe ha fungido de noble papagayo, está el discurso de los ideólogos virtuales que embisten, cada vez que pueden, contra la recurrencia y dependencia de nuestra narrativa hacia el tópico de la violencia política. Así es: Jack Martínez y Francisco Ángeles.
Lo curioso del asunto es que yo sintonizo con las ideas de Martínez y Ángeles en cuanto a esta (mala-buena) dependencia sobre el tópico de la violencia política. Además, más de una vez he escrito, y ácidamente, sobre esta adicción temática. Pero lo que me diferencia de ellos es que yo no tengo intereses narrativos como para sacar provecho criticando la posible caducidad de este tópico. Dicho esto con el aprecio que tengo hacia lo que me importa de ellos: su obra. Y dicho también en buena onda hacia lo que ellos significan para mí como personas.
Quien escribe tiene las cosas claras: por un lado, la obra; por otro, la persona; y en otro lado muy lejano: el discurso literario que se practica a la par de la obra.
En este tercer aspecto, Martínez y Ángeles han caído en ligerezas discursivas sobre este tópico. Lo que en principio parecía una postura atendible, que convocaba a un cambio de mirada que sacuda a nuestra narrativa de las taras y lastres de la violencia política, se convirtió en un aparato promocional del que crearon varios caminos de difusión, uno de ellos, el aparato crítico moldeable, mascoteable, sin carácter, al que de tanto en tanto se recompensa con un favor. Pero bueno, no los condeno, porque si miro a los autores de la violencia política, debo decir que estos son peores en los terrenos de la promoción, cuyo aparato crítico exhibe un poder construido a lo largo de los años, el mismo que ha sido repartido en clanes y mafias literarias. Claro, por ser más longevo, en este aparato crítico encontramos absolutamente de todo, como en botica (de lo bueno a lo mediocre), y algo, también algo, de coherencia ética y moral con este tópico tan delicado.
Pero lo que no recuerdo, y ese no recuerdo es lo que motiva estas líneas (aunque pienso también en una execrable reseña de Iván Thays sobre un libro de Miguel Gutiérrez, en el 2008 si no me equivoco), es una reseña sucia, baja, disfrazada de objetividad y delatada por la ya señalada soberbia bruta, valentía estratégica y carencia de lecturas, de un crítico al que Martínez y Ángeles han levantado y promocionado con el fin de que obtenga una legitimidad que, a este paso lustrabotista, no va a conseguir. 
La crítica y sus variantes, como el reseñismo, el ensayismo y el articulismo, aparte de nutrirse de la lectura libros y no de la lectura de personas, requiere carácter. Solo el carácter brinda libertad, aunque ello no sea garantía de que no se cometan errores, pero es preferible el error en libertad, que el error siendo carne de cañón.

miércoles, septiembre 28, 2016

Entrevista a Luis López - Aliaga

La historia política peruana es indesligable de lo que nos cuentas en el libro. Hablamos del éxodo de no pocos políticos apristas, que huyeron a Chile a razón de la persecución de la que fueron víctimas durante la primera mitad del siglo pasado.

Otro arco dramático del relato. Una épica que devino en tragedia primero y en parodia después. El del exilio aprista en Chile, los años de proscripción y persecusiones, y el poesterior ascenso al poder. Alan García haciendo realidad el precepto marxista de que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Todo ese recorrido visto desde el punto de vista particular del narrador, ese yo que lleva mi nombre.


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martes, septiembre 27, 2016

532

Un lunes productivo y con mucha hambre. Comí bien pero sentí más hambre de lo normal, había pues un endiablado concierto de ballet en mi estómago, asaz salvaje, que me tuvo todo el día saqueando la nevera. Pero no me hacía problemas, porque también sé cómo mitigar estas ansias, que se aparecen en estos días del año, justo en este mes.
Por esas cosas, extrañas y mágicas, me puse a pensar en los amigos y amigas que conocí en Colombia hace algunos años, en lo importante que este lunes fue para ellos. Claro, a más de uno le agrada la idea de la paz y esa firma del Estado colombiano con las FARC la asumo como una apuesta por la vida. Sin duda, tendrá que haber mucha tolerancia si es que en realidad se quiere evitar un continuo baño de sangre. 
Es precisamente en una noche de ron y humo en un parquecito de Bucaramanga, en la que conocí a un grupo de patas y flacas, de izquierda radical, que me hablaban de la necesidad de una gran revolución para liberar a Latinoamérica del yugo de la economía/sistema neoliberal. Y si esa liberación costaba sangre, pues sangre tenía que correr si es que se anhelaba esa llamada liberación. Los escuchaba y me aterraba el hecho que otros patas también pensaran como ellos. No eran más que niños bien, hijos de grandes ganaderos que jugaban a la revolución estimulados por el trago corto y la hierba. Pero la pasé bien en la juerga pero no tan bien en mi regreso a mi habitación del Hostal UNAB, regreso en el que me perdí entre las escaleras serpenteantes de los edificios, recibiendo de súbito un aguacero caliente. Cuando llegué al HU me mudé de ropa antes de coger una neumonía y busqué mi cajetilla entre mi ropa mojada. Todos los cigarros arrugados por la humedad, mojados. Y volví a salir, en pleno aguacero caliente, por una cajetilla. Es que en esa época fumaba peor que ahora, que he bajado considerablemente mi consumo de tabaco.

lunes, septiembre 26, 2016


domingo, septiembre 25, 2016

contra ellas


Lo que he podido ver en estos últimos días es una manifestación atroz de aquello que critica más de un intelectual y escritor local, revelando, en circunstancias como estas, que el discurso empleado sobre los abusos que se cometen en este país contra la mujer, no es más que un estratégico negocio discursivo.
Gustavo Faverón no es tonto, para lo que le conviene, obviamente. Su táctica, y la de sus defensores, no es otra que minimizar, banalizar y ridiculizar los testimonios de las mujeres que lo sindican como un sistemático acosador virtual. En esta empresa, Faverón viene haciendo uso de un arsenal compuesto de relaciones y apelando a la imagen de intelectual comprometido con las causas justas. Ejemplo de ello lo vimos en la última edición de la revista Caretas, con una nota en la que se intentó lavarle la cara, incidiendo en la falsa identidad de una de las denunciantes y pasando por alto, y cuestionando, los testimonios de las mujeres que sufrieron los acosos del escritor y crítico literario. No hubo imparcialidad, y esto es algo que debería obligar a los periodistas de la casa a revisar su política informativa, en especial cuando se aborda temas sensibles (hace no mucho pusieron en portada, y como héroe, a un tipo que masacró a una mujer). Esa nota tenía un objetivo: desmoralizar a las mujeres acosadas por Faverón.
Los defensores de Faverón, entre los que ubico a conocidos y amigos a los que quiero y aprecio (incluso a uno de ellos lo considero mi maestro), nos vienen ofreciendo un muestrario de debilidad de principios, porque se han abocado a defender a la persona y al académico, cuando lo que tendrían que hacer es pedirle al cuestionado que deje de esconderse y que enfrente estas denuncias como lo haría cualquier persona que está siendo víctima de un complot, de un ataque en cadena. Claro, más de un defensor dirá que él no tiene de qué defenderse porque no hay pruebas irrefutables de lo que se le acusa. Esta suerte de apología de cafetín exhibe todas las máculas del discurso que denigra a la mujer cada vez que esta pretende quejarse de algo que la violenta física y emocionalmente. Por eso, desde estas líneas, invoco a esos conocidos, amigos y a mi maestro, a que abandonen el doble discurso y se porten como lo que dicen que son en los saraos literarios: intelectuales de buena voluntad.
Si yo estuviera en la situación de Faverón, protegería lo que más quiero en el mundo, es decir, llevaría a cabo lo único que me puede salvar de esta ignominia que me perseguirá toda la vida: denunciaría por difamación y calumnia a cada una de las mujeres, hombres y medios virtuales que me están señalando como un acosador, como un enfermito sexual del Skype y demás hierbas. Tendría todas las de ganar… si es que en verdad es mentira todo lo que se dice de mí.
Pero ese no es el caso.
Estas denuncias contra Faverón son ciertas, pero la manera en que se presentaron al público no fueron las correctas. Hubo pues una confluencia de factores que enturbian la manera en que estas se dieron a conocer y más de uno ha hecho eco de esa turbiedad. No negaremos que Faverón ha venido fortaleciendo muchos anticuerpos a lo largo de los años y no me sorprendería que más de un enemigo suyo haya aprovechado este contexto para sumarse con una cuota de bajeza (por ejemplo, la cuenta falsa de la tal Julieta Vigueras), desvirtuando así una atendible cadena de denuncias. Esto fue aprovechado por Faverón para pintarse como el “pobrecito”, “el perseguido”, “la víctima de un linchamiento”… Por eso, Faverón viene manejando sus hilos de poder, gracias a la contactología en su máxima expresión. En tal motivo, no esperemos que un medio de prensa serio se digne a investigar este caso (a esta prensa (Caretas, y La República, en donde tenía una columna semanal) no le interesa la verdad, esta prensa se la jugará por el espíritu de cuerpo, porque Faverón, para los que no lo saben, también fue periodista), tampoco esperemos que haya una denuncia legal contra él.
Tengámoslo claro: no habrá denuncia legal por parte de las mujeres acosadas.
Primero, porque se sienten solas y desprotegidas.
Segundo, por vergüenza. Y no me sorprende que sientan vergüenza. Y quien dude de la vergüenza que estas mujeres puedan sentir es porque no vive en el Perú, es porque no tiene ni la más mínima idea de cómo se trata a una mujer cuando esta presenta una denuncia por acoso.
Tercero, por miedo. Y es entendible que tengan miedo. Pues veamos cómo los defensores de Faverón se vienen portando con los testimonios de las acosadas, así estos testimonios hayan sido camuflados para protegerlas. Este comportamiento, en tono de burla, de los adláteres del “Mounstro de Maine”, ha reflejado una tamaña insensibilidad hacia la condición de la mujer, contradiciendo, a saber, el discurso que más de uno empleó en los días de la marcha Ni una menos. Muchos de ellos apoyaron esa marcha histórica, pero sus últimas actitudes nos hacen pensar que solo la apoyaron con el fin labrarse una imagen social e intelectual de avanzada, lejana, a años luz del noble principio que decían apoyar. O sea, está bien, defiendo a mi amigo, ¿pero es lógico defender al amigo burlándome de las acosadas? ¿No me estoy portando acaso como el machista que tanto critico? 
Desde el último jueves he recibido mails y llamadas de cinco mujeres acosadas por Faverón. No las conocía y no me interesa conocerlas, pero con lo que me decían corroboraba, una vez más, lo que venía escuchando de él desde hace varios años. Al respecto, en mi post Alma Chiquita dije que no me basaba en los pantallazos para aseverar que Faverón es un acosador de mujeres. No es de ahora esta situación, tiene su tiempo. Corría pues en nuestro circuito literario un rumor que exhibía una característica: el temor de las mujeres acosadas para exponer su incomodidad, puesto que podría pasar lo que, oh novedad, está sucediendo ahora, que en lugar de brindarles seguridad, se sienten más bien expuestas a vejaciones y burlas de toda índole, del mismo calibre con las que Faverón doraba sus insistencias virtuales una y otra vez, sin darse cuenta de que esa actitud sería el fin de la imagen de hombre impoluto que construía a ritmo de una falsedad que hoy en día le pasa una factura impagable.

531

Ni bien me levanto sintonizo un maravilloso partido del fútbol local. Y aprovecho en revisar las películas de la cartelera local, de lo poco o casi nada que llama mi atención, subrayo Miedo profundo. Bueno, siempre me han interesado las películas de supervivencia. A la par de ello, me alisto para la hora y media que me espera de una extraordinaria serie galesa, Hinterland, un policial que me revela crímenes atroces, entre otras cosas de la bajeza humana, que acaecen en sociedades en las que aparentemente no debería pasar absolutamente nada. De ella me gusta también el ambiente gris de los paisajes, esa imposición de la oscuridad que define el carácter personajes como el del policía de investigaciones Tom Mathias, frío y calculador. Tampoco es una serie cuyas temporadas (2 hasta el momento) te las puedes acabar en una maratón; al menos, en estos días, no me puedo dar esos gustos, puesto que cada episodio hace alarde de hora y media de duración. Como tengo varias películas y series por ver, he reservado Hinterland para los fines de semana y el método me viene funcionando muy bien.
Luego de las iniciales reflexiones domingueras, me dispongo a comenzar el día, primero, sirviéndome una taza de café, la droga ineludible que me espabilará, y luego, cerciorarme si aún tengo crema de afeitar, porque esta estaba por acabarse en los últimos días. El duchazo y, ahora sí, la vida presentada en otra dimensión, más acorde con las actividades que me esperan en las próximas horas. Escribiré tres horas seguidas, pasando a Word los apuntes de una historia que he estado picando en estas semanas, datos que me brindarán lo que supongo será cualquier cosa menos un texto de ficción. No me preocupo por la cualidad genérica de los textos, al menos ese no es mi problema. Creo que ya lo dije alguna vez, lo que me interesa de la escritura es el trance que puedes conseguir con ella, solo eso, conmigo no van esas huevadas de querer ser escritor y los réditos que puedan conseguirse de esa suerte de estatus que obnubila a algunos en esta provincia literaria. 
Mientras tanto, como quien supera la flojera que acompaña al entusiasmo, busco un documental del 2015 que me han recomendado, The Wolfpack. Veremos qué tal.

sábado, septiembre 24, 2016

en la mente del león

De un escritor de la talla de Mario Vargas Llosa creemos saberlo todo. Se ha vuelto tan universal que pensamos que ya no existe nada más que podamos saber de él. Por un lado, la impresión puede ser cierta. Por ejemplo, los lectores de las últimas generaciones han tenido como un implícito referente nacional a la figura y obra de nuestro Nobel de Literatura, sabiendo lo que se tiene que saber de él, sin necesidad de haberlo leído (hasta ese punto llega su grandeza). Sin embargo, cuando más pensamos que conocemos a VLL, se nos presenta un dato ya recorrido que en la relectura se impone a manera de epifanía.
Claro, hablo desde el punto de vista de alguien que creía que sabía de la obra y tránsito vital de Vargas Llosa. Sin embargo, tras la lectura de Mario Vargas Llosa. 80 años. Entrevistas escogidas (Revuelta Editores, 2016), uno no tiene otra salida que aceptar lo tácito: cualquiera puede perderse, y con harta facilidad, en la mente de este león, extraviándose sin darse cuenta en el dato procesado, pero que la memoria tramposa ocultaba para que salga a flote en los inevitables momentos de soberbia intelectual.
Estamos ante la cuarta edición de las entrevistas escogidas a Vargas Llosa, trabajo dedicado del periodista Jorge Coaguilla, que en esta ocasión enmienda los yerros de las tres ediciones anteriores para presentarnos una cartografía actualizada de nuestro escritor mayor, cartografía que nos ubica a un Vargas Llosa ya recorrido pero a la vez nuevo, a manera de una caja china temática que cumple su objetivo: interesarnos más, sensación que nos lleva a releer no solo la obra de ficción de VLL, sino también su corpus discursivo alimentado del periodismo y del ensayismo.
Entre las entrevistas reunidas, destacan las de César Lévano, Maynor Freire, Isaac León Frías, Juan Bullita, Alfredo Barnechea, Ricardo González Vigil, Luis Jochamowitz, Alfredo Pita, Federico de Cárdenas, Peter Elmore, Jorge Salazar, Jaime Bedoya, Jaime Bayly, César Hildebrandt, Carlos Batalla, Enrique Planas, Pedro Escribano, Coaguilla, Alonso Rabí, Jeremías Gamboa, Pedro Salinas, Raúl Tola y Dante Trujillo. Estas entrevistas cubren el periodo de 1964 a 2015. Es decir, una cronología detallada que nos permite constatar no una evolución de VLL, sino una coherencia que se manifiesta en una entrega apasionada hacia la práctica de la escritura de ficción y una postura política alimentada en la autocrítica. En este sentido, la mejor muestra de la postura política e ideológica del escritor, tantas veces puesta en entredicho y ya casi imperecedero punto del que se cogen sus detractores, la vemos precisamente en la entrevista de Pita, entrevista que presenta sustentados reparos a la postura política de VLL, pero en la que también las respuestas del Nobel exhiben una argumentación no solo brillante en el flujo del discurso, sino también en el contenido político del mismo. Sumemos también la entrevista sobre cine que le realizan León Frías y Bullita, en la que VLL se muestra como lo que es: un simple cinéfilo al que le interesa pasarla bien mientras mira una película, sin pretensiones intelectuales de por medio.
Pero ante todo somos partícipes de la relación de amor y odio del escritor con su tópico mayor: el Perú, con su historia e identidad como nación. Tal y como señalamos, la publicación cumple un objetivo difícil en tiempos en los que accedemos a la información con un inofensivo movimiento de dedos: redescubrir con una mirada más lozana a Vargas Llosa.

… 

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530

En la madrugada volví a una obra maestra, Novecento de Bertolucci. El lector entenderá, entonces, que me acosté muy tarde, fácil a las 8 de la mañana, pero me desperté pocas horas después, porque fui partícipe de un acontecimiento histórico en la vida de mi falso pekinés llamado Onur.
Pues bien, resulta que un vecino tocó la puerta de mi casa, cerca del mediodía, y me preguntó si Onur brindaba el servicio. ¿Cuál?, pues la de calmar la invasión hormonal de su perrita, un poco más pequeña que Onur pero con varios años de recorrido que este. Le dije que ya y le indiqué que el encuentro canino se llevaría a cabo en mi jardín del parque ubicado a la espalda de mi casa. Le indiqué que nos esperara diez minutos.
Cerré la puerta, me preparé café, prendí un cigarro y desperté al chato. Pensé en si era conveniente colocarle o no la correa. Lo lógico, y lo justo para él, era que debute de la manera más libre que pueda, pero por algo Onur es Onur, fácil, luego de estar con la perrita, correría tras los pasos de otras, y no hay nada que me preocupe más que el atarantamiento de mi perrito cada vez que cruza la pista.
Saqué de la refrigeradora un par de Cusqueñas en lata y me completé con la cajetilla de cigarros. Onur sospechaba algo, su mirada sorprendida era la prueba de que algo muy buen le iba a pasar, y lo bueno, esta vez, no tenía que ver con nuestras caminatas de media hora, que se repiten hasta 5 veces al día. Entonces lo encerré por unos minutos en el baño, solo así podía tener la suficiente libertad para acomodar las sillas en el parque, porque si lo vería en acción, lo tenía que hacer en comodidad, y con una correa lo suficientemente larga para que este no me asuma como una presencia incómoda en su primer momento importante en la vida.
Manuel, un chibolo de 18 años, el dueño de la perrita, era el hijo de mi pata Jorge, a quien la vida lo ha llevado por rutas distintas a la mía y que por eso ahora se encuentra guardado. Manuel no se hacía paltas con lo que le preguntaba de su padre, más bien, tengo la impresión de que no seguirá los pasos de su padre, algo que me alivia, porque su padre sí tuvo todas las oportunidades para no terminar donde terminó. Le pregunté también cómo hacía para que su perrita le obedezca, algo en lo que he fracasado con Onur. 
Conversamos y bebimos las Cusqueñas mientras éramos testigos del acontecimiento histórico de Onur. No era la primera vez que algunos vecinos me tocaban la puerta preguntándome si mi perrito brinda servicios, pero no me decidía, pensando que aún era muy cachorrito para estas faenas hormonales, sin embargo, en las últimas semanas me informé al respecto y la ciencia se imponía en su verdad: la etapa de madurez de Onur ya había acabado, información que hizo que me sintiera mal. Por ello, en estos días pensaba en cómo hacerle justicia a este perrito que se ha convertido en el engreído de la casa, en “el hijito peludo”, “en el hermanito chato”. Para mi bien, ese momento de justicia se presentó sin avisar y Onur lo disfrutó por más de media hora.

jueves, septiembre 22, 2016

pensamiento incendiario

Sin duda, este es uno de los mejores libros que he leído en el año, o, en todo caso, el que más ha calado en mi memoria emocional. No soy el único que alguna vez haya deseado vivir en algo la experiencia límite de los integrantes de la Beat Generation, pero no me quejo, porque algunas noches y días tuve, bien vividos como para darme por bien servido.
De la BG, sus pilares mayores: el narrador y el poeta. Kerouac y Ginsberg. Amigos, compañeros de ruta y actitud, eventuales amantes, pero ante todo amigos, tal y como se testimonia en sus ya famosas imprescindibles cartas, reunidas hace algunos años en libro de título homónimo. Pero vayamos más allá de la leyenda y la admiración, y enfoquémonos en los discursos que los Beats desarrollaron en solitario, en especial, en los años en los que ya no eran Beats, aunque uno que otro seguía portándose como tales, sino cimentando trayectoria en base a lo ya conseguido.
Lo que diferenciaba a Ginsberg de Kerouac era la inteligencia. La inteligencia del autor de En el camino yacía en la fuerza de su entusiasmo, mas en el hacedor de Aullido y Kaddish, entre otros títulos, descansaba en el innato cuestionamiento que partía de una formación de lecturas multitemáticas a las que tuvo acceso desde niño. Ginsberg fue el ideólogo de la BG, es decir, el discurso que sostenía la actitud y andamiaje rebelde, y cuestionador, del movimiento. Cuando el auge del movimiento pasó a la parcela de la leyenda, más de uno comenzó a desarrollar proyectos personales, sin embargo, Ginsberg siguió siendo Beat a su manera, en solitario, dedicándose al activismo, a viajar por el mundo, a la exploración sensorial, deviniendo en una estela de historias y anécdotas que más de un escritor ha plasmado en novelas, cuentarios y crónicas. Ginsberg como leyenda andante, como referencia temática de una época que, a la luz de la plasticidad del mundo de hoy, no volverá más.
Como ya se señaló, Ginsberg era el ideólogo, la voz y hacedor del discurso. O sea, no solo era el maravilloso hechicero de la poesía. Era un intelectual. Por esta razón, cualquier fanático, sea de Ginsberg o de la BG, o de ambas cosas a la vez, debería sentirse más que satisfecho con la lectura de Prosa deliberada (Ediciones UDP, 2016), en la que tenemos en bandeja lo más selecto del pensamiento incendiario de Ginsberg.
El cóctel es el siguiente, anunciado en el subtítulo: Literatura, drogas, política, profecías. Los textos que conforman esta miscelánea fueron publicados entre 1956 y 2000 (obvio, se han incluido textos póstumos, como “Recomendación de Gary Snyder”, “Prefacio y un trip (LSD)”, “Recomendación de Michael McClure a Guggenheim”, etc.), por ello, el abanico de tópicos que inquietaron al gurú se muestra por demás adictivo. Ingresamos pues a la laberíntica mente de un tipo que no solo se mostraba generoso en lo que sabía, compartiendo, sino también acucioso, a saber, cuando nos habla de los niveles de sonoridad poética en la poesía de William Blake. Ginsberg no exige del eventual lector que sepa lo que él, solo que este se ubique en un abierto estado mental y sensorial, y no es para menos, de la transmisión se encarga él, así estemos o no acuerdo con más de un postulado literario, así más de un tema abordado exhiba canas a razón de su fracaso práctico, pienso en “Contribución en prosa a la Revolución cubana”.
El espíritu híbrido potencia estos ensayos, artículos, conferencias y crónicas que teje lazos emocionales e intelectivos con el lector de ocasión. Accedemos a una frescura discursiva deudora de una actitud, tácitamente personal, que apuesta por la libertad y en contra de las reglas naturales de cada registro. Mediante esta frescura discursiva el autor nos brinda un tono de intimidad que se nutre del impresionismo de la biografía, el arrojo conceptual (“la primera idea siempre es la mejor”), la sospecha malévola, la molestia contra el sistema imperial y la curiosidad insaciable. 
Y claro, este libro ha sido traducido por un conocedor y admirador de la poética Beat y de Ginsberg, el escritor chileno Rodrigo Olavarría, que me consta que sabe del asunto, tal y como lo demostró la ocasión en la que conversamos públicamente, en la FIL de Lima del 2014 y en sala más grande, la Vallejo, con lleno total, sobre su traducción de Kaddish. Ajá, lleno total, no por Rodrigo, menos por mí, sino por el espíritu de Ginsberg que seduce y aplasta, el mismo espíritu presente en las páginas de este librazo.

miércoles, septiembre 21, 2016

529

Me despierto golpe de 11 de la mañana. Creía que el sol me recibiría como días anteriores, pero no. Sintonizo en Spotify un añejo álbum de The Commodores, algo que me permita hacer las primeras cosas de la jornada sin prestar mucha atención a la música. Entonces, me alisto para el duchazo, prendo el celular y me cercioro si las cosas van bien por este blog. Ajá, en este blog, porque anoche algo extraño pasó en su plantilla y configuración. Muchos de los datos del blog desaparecieron, además, cambiaron su disposición espacial, a saber, la barra de datos laterales, a la mitad de su contenido, y mi biodata alterada con un contenido que no hablaba de mí, sino de otra persona.
¿Incursión de los hackers? Pues no.
A eso no se debió.
Fue un involuntario manejo manual al querer insertar algunos Gadgets, en esa intención cambié algunos códigos, pero me confié en la opción Borrar Cambios, cosa que no hice, y como me desentendí, lo dejé tal cual, pensando que los cambios no se mostrarían porque, en lo que recuerdo, no aprobé ningún cambio a realizar en el blog. Trato de recordar, aunque lo mejor no, cómo fue que quise incluír los Gadgets, sin duda, hice un tecleo adicional, producto de la alteración visual cuando escribes en cuatro archivos de Word a la vez, entonces, lo que piensas que haces en un archivo, te huevea y lo llevas a cabo en otro, en este caso una plataforma virtual. La gracia me tuvo en vilo por más de 40 minutos, pero todo volvió a la normalidad. 
Lo de anoche me hizo pensar ya no en la posibilidad, sino en la necesidad inmediata de archivar los textos del blog en una carpeta. Tengo una carpeta con textos usados para el blog, pero esta carpeta existe desde el 2013 y en todos estos años he cambiado hasta cuatro veces de laptop y computadoras. Aprovecharé el fin de semana para hacer esa labor titánica, que de paso será un reconocimiento de la propia escritura.

martes, septiembre 20, 2016

poética y erótica

Por alguna extraña razón, el erotismo no ha sido muy abordado en la tradición narrativa peruana. Lo mejor es no especular sobre los motivos, más de un escándalo podría suscitar la potencial especulación. Aunque cuando he tenido la oportunidad de hablar al respecto con algunos narradores multitemáticos y todoregistros, he escuchado con contenida atención sus conceptos, los que casi me obligaron a pedirles, y encarecidamente, que llevaran un curso avanzado de lecturas eróticas. Confundían, pues, erotismo con pornografía. Sugerencia con explicitud. Verosimilitud con efecto burdo.
Obviamente, para escribir de las galaxias del erotismo, no solo hay que haber leído mucho sobre el asunto, sino también exhibir sin que se note aquello que llamamos conocimiento de causa. En principio, esta es la impresión que me dejó la lectura de novelita Santísima Trinidad del poeta Roger Santiváñez.
En su brevedad, su logro. En una posible extensión, fácil hubieran venido los problemas, que no solo resentirían el curso de la narración, sino que harían fracasar la verdadera intención del autor al publicar este librito: la historia personal del descubrimiento del goce sexual. Acierta el fundador de Kloaka al cumplir con el objetivo de estas páginas, pues llega a buen puerto, tranquilo y sin apuros: contarnos la historia del asombro que al narrador protagonista le produjo el descubrimiento del ya llamado goce sexual, sea este en el acto del placer y en su potencialidad ontológica.
El carácter fragmentario del libro ayuda a Santíváñez, al poeta que encuentra en estos pequeños sotos el terreno idóneo para plasmar su voltaje lírico que dora su prosa, funcional en el capricho estructural, porque en este camino, el narrador protagonista no se sujeta a los mandatos de la linealidad. En estas páginas se testimonia el tránsito sexual de Roy, a veces niño, enamoradizo de las niñas de su barrio, asombrado del vómito de palabras que le produce el corazón golpeado e ilusionado; otras veces joven, perdido en las calles terrosas de una Piura que ya no existe, o entregado a las noches subtes del Centro Histórico, recorriendo bares, hoteles, en estado constante de éxtasis, a la caza de la amada que revela su esencia en la exuberancia del detalle, en el aroma del sudor rutinario, o estas sensaciones juntas.
Pero lo que sostiene la sensación erótica en esta novelita es precisamente la palabra de Santiváñez, como bien lo diría él: “en poesía”. 
No sé cuál sea el futuro de Santísima trinidad, esta novelita de poeta, ajá, de poeta. Solo espero que siga en su curso natural: consiguiendo lectores a paso lento, pero firme.

José Antonio Bravo: la ética del escritor

Aunque nunca lo conocí en persona y aunque nunca haya asistido a sus talleres de narrativa, debo decir la muerte de José Antonio Bravo (1937 – 2016) ensancha todavía más ese hoyo negro que Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez han dejado en la narrativa peruana contemporánea.
No me sorprende que no sea muy ubicado por las nuevas camadas de escritores y lectores peruanos, puesto que Bravo llevaba buen tiempo alejado de los saraos literarios, dedicado exclusivamente a leer y pintar. Su fallecimiento, salvo excepciones (Ricardo González Vigil y Mario Suárez Simich), no ha tenido la repercusión que merecía su trayectoria, y no solo por ser uno de los mayores maestros sobre narrativa que haya tenido la literatura peruana, sino, ante todo, por ser un narrador dueño de una obra que gozó de reconocimiento literario en su momento pero que por esas cosas extrañas, que solo ocurren en el circuito literario local, fue opacándose hasta ser una referencia para un reducido grupo de conocedores de narrativa peruana.
A los 30 años publicó la que quizá es su novela más conocida y, como tal, la que ha tenido más de una reedición. Barrio de broncas (1972), todo un canto a la destreza técnica e inmersión en los códigos lingüísticos barriales, que ubicaron al autor como una de las voces narrativas más importantes que aparecieron entre 1965 y 1977, años fecundos entre los que también se dieron a conocer los autores del grupo Narración y los primeros libros de Alfredo Bryce Echenique, Edmundo de Los Ríos y José B. Adolph. Bravo siguió publicando en la década del setenta y estuvo también dedicado a la enseñanza en universidades nacionales y extranjeras. Como académico, lo Real Maravilloso en la narrativa latinoamericana fue uno de los tópicos que dominó como pocos. Y a mediados de la década del noventa da inicio a su serie de novelas históricas, de las que destaca La quimera y el éxtasis, para muchos, su novela mayor, la que, para más señas, fue finalista, en 1996, del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.
Pues bien, una pregunta se impone en estos momentos. ¿Por qué la obra de Bravo no estuvo presente en el imaginario de los lectores en las dos últimas décadas? Al menos, esta es la pregunta que me hago luego de una consulta al vuelo entre jóvenes interesados en la historia de la narrativa peruana. Felizmente, no hay mucho que pensar al respecto. Seguramente Bravo era consciente del valor de su obra como para ir gastando energías emocionales en pos de una propaganda por la misma. Era de los que sabían que tarde o temprano sus novelas lo ubicarían en el sitial que merecía. Esa actitud contra el autobombo es lo que nos lleva a entender la esencia de su discurso literario y vital: la ética del escritor.
Para entender esta ética, se hace necesario subrayar una de las facetas en las que Bravo sí puso en energía lo que no en el autobombo.
Eso: la energía en la enseñanza.
Para que tengamos una idea de la generosidad intelectual y la capacidad pedagógica de Bravo, en su faceta como maestro de talleres de narrativa, sería ideal revisar una de las antologías narrativas fundamentales de la literatura peruana, publicada en los peores años de nuestra historia, años marcados por los embates terroristas y la hiperinflación, años ochenteros en la que más de un peruano aspiraba a huir del país.
Ajá: En el camino (1986) de Guillermo Niño de Guzmán.
Leemos en la dedicatoria: “A José Antonio Bravo, quien se ha esforzado por descubrir los secretos del arte de narrar a varios de los jóvenes escritores de la última generación”.
Entre 1982 y 1987, Antonio Gálvez Ronceros y Bravo dirigieron el Taller de Narrativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Visto en frío: hablamos de un lujo total. Gálvez, el lenguaje. Bravo, la técnica. Por eso, más de un entusiasta afirma que para que vuelva a aparecer una dupla encargada de este taller universitario, fácil tendrán que pasar 40 años. En cambio, los más realistas son más lapidarios: nunca más aparecerá una dupla de maestros como esta.
 No son pocos los jóvenes y aspirantes a escritores de esos años que muestran más que palabras de gratitud con este par de estupendos narradores que enseñaban no solo los secretos de los recursos de la ficción, sino también la proyección de la ética que todo escritor debe tener hacia su poética narrativa. En lo de la ética, Bravo incidía más, no solo en el taller universitario, sino en todos los talleres que ofreció hasta retirarse a leer y pintar en su casa de Surco.
¿A qué se refería Bravo cuando hablaba de la ética del escritor? Pues me lanzo hacia una potencial especulación: nuestro escritor se refería a la coherencia que todo escritor debía mantener con su escritura. Coherencia como manifiesto político personal, como lazo con la honestidad de los tópicos y puntos de vista que alimentan la escritura de ficción. Es decir, no traicionar el mundo interno del escritor, no poner a la venta, ni hipotecar, precisamente, ese mundo que tarde o temprano tendrá el reconocimiento que merece si es que se es bueno en la escritura.
Pensemos pues en esta ética del escritor que Bravo transmitía en la coherencia. Y quienes ya lo hemos leído, volvamos a sus libros. Y quienes no, pues tienen por delante el descubrimiento de un extraordinario narrador.



Publicado en El Virrey de Lima.

lunes, septiembre 19, 2016

528

Un fin de semana marcado por intensas lecturas y una que otra maratón en Neftlix. Hacía estas cosas en intervalos, a la par que ordenaba mi escritorio, invadido por papeles y sobres manila. No me había percatado que dejé a medias el reordenamiento de mis archivos personales (hojas y carpetas) y que había pedido que dejen sobre el escritorio los sobres con libros que me envían a casa editoriales peruanas y extranjeras, y autores locales. Lo que pensé que sería resuelto en media hora, se convirtió en una tortura que en más de una ocasión me hizo barajar la idea de agarrar una bolsa negra gigante y poner todo dentro de ella y dejarla lista para cuando pase el camión de la basura.
Pero más calmado, luego de ver el primer episodio de Hinterland, agradecido por su hora y media de duración y cuestionado por el tiempo que anduve por la vida sin saber de su existencia, me puse, ahora sí y en verdad en serio, a ordenar el escritorio. Entonces, la jornada fluyó, se abrió como si nada en ese buen domingo de sol que fue ayer, un domingo de sol que doró la buena vista que tengo del parque ubicado a la espalda de mi casa y que me basta y me sobra para llegar al equilibrio. A medida que ordenaba, descubría algunas cosas, a saber, una novelita de Roger Santiváñez, que el poeta me entregó la noche que lo invité a “Encuentros en El Virrey de Lima”, novelita que la terminé en cuestión de horas en la madrugada y de la que escribiré en el siguiente post del blog, del mismo modo encontré la edición de Luces del pasado martes 13, en el que leí un artículo de José Tsang sobre las participaciones que tuvo en el cine el recordado Ricky Tosso. 
Ese artículo me reveló algunos datos. Uno, que sentí un asombro inusual cuando se menciona la película Muero por Muriel de Augusto Cabada, en la que actuó Tosso como un policía corrupto, “El oso”. Recuerdo que vi esa película en un cine de San Borja. Tal y como se indica en el artículo, se trata de una película con un pésimo acabado visual, del que el director y su equipo no fueron responsables, pero cuya historia resultó más que llamativa, con actuaciones sobresalientes, pienso en la de Andrea Montenegro y, obvio, en la de Tosso, que se lleva y carga toda la red de mentiras y traiciones que conducen la trama. Muero por Muriel mereció mejor suerte y me atrevería a asegurar que es una de las mejores películas peruanas en lo que transcurre del nuevo siglo. Por otra parte, en el artículo también se menciona al autor de la novela Muerte en la calle de los Inocentes, en la que se basa la película. No sabía que Lalo Mercado había fallecido y ese solo hecho, ese dato flotante, me obligó a buscar mi ejemplar de la novela, que al cabo de tres cuartos de hora di por ausente de mi biblioteca, lo que me hizo pensar en las personas a las que posiblemente les haya prestado, personas que no veo en años y a quienes sé cómo ubicar. Ahora el problema es hilar fino, que no sientan que solo las llamo para que me devuelvan el libro.

sábado, septiembre 17, 2016

527

Llevo varios días pegado a la banda mexicana Sotomayor. Bandaza en la que ubico más de un eco de la psicodelia setentera que cada vez me gusta más. En realidad, me gusta todo lo que tenga que ver con los setenta, década pues signada como el punto culminante de las ideologías y la lucha contra el poder hegemónico del imperio. Al menos, esta es la impresión que me suscita la literatura, cine, música y diarios que vengo consumiendo sobre aquellos años.
Días atrás me dirigí al Pasaje 18 de Polvos Azules, al stand de Holy, que me tenía guardado cerca de 20 películas. Eran películas que solo conocía de oídas, pero no tardé en percatarme de que trece de ellas eran setenteras, entre gringas y europeas. Sentí pues una epifanía, una constatación cósmica de la presencia setentera sin que la busque. Todas las películas de esta época no eran obras maestras, más bien, eran títulos menores, de género, pero en los que podía entender, o al menos acercarme, a esos años que nutrieron como pocos los discursos de la política ficción. 
Mientras regresaba a casa, me animé por una cerveza en lata. Contra lo que pudieran pensar algunos lectores del blog, no soy de beber mucho. No me alejo del trago, pero tampoco es algo que llame mi atención. Bebo como una bestia cuando tengo ganas de beber. Ingresé a una tienda y le pedí a la señorita una Cusqueña en lata. Sin embargo, justo cuando me dispongo a beber, vibra mi celular, el solo hecho de su manifestación me hace pensar en que sería bueno tenerlo apagado durante varias horas del día y no solo cuando me dispongo a dormir. No lo pensé mucho, supuse que era uno de los Zepitas, de lo poco que queda de ellos luego de la purga que llevé a cabo, quedándome con el factor humano talentoso, desechando la porquería. Era DK el que me llamaba y me dijo que junto a unas puntas se encontraba en El Monarca. No estaba muy lejos de ese bar ubicado en Guzmán Blanco, esa avenida de no más de cuatro cuadras que recorrí al milímetro muchos años atrás. Durante un buen tiempo mi vida giró entre esa avenida y mi casa. He sido testigo, y en algunas ocasiones, partícipe, de su cambio, y vaya que ha tenido muchos cambios, pero el Monarca siempre ha permanecido allí, resistiendo en su historia, en su tradición, como si los años no pesarán en él.

viernes, septiembre 16, 2016

alma chiquita

Las redes sociales andan de fiesta. No falta motivo: se puso al descubierto el verdadero rostro de la conciencia moral de este maravilloso terruño letrado. El narrador y crítico literario Gustavo Faverón ha caído como una rata a razón de una serie de pantallazos a cuenta de más de una mujer que, en tales pruebas, ha sido víctima de acoso por parte del susodicho.
“Gabriel, ¿te unes a esta fiesta?”
Bueno, esta es la impresión, o la lectura, que tengo de todo este bacanal del que vengo siendo testigo desde la noche del miércoles. He pasado las últimas horas, contra mi voluntad, observando el accionar de más de un conocido sobre este asunto. No hay que pensarlo mucho: no pocos esperaron una situación como esta para que el apanado a Faverón sea brutal, apanado que, bajo todo punto vista, quedará como un hecho histórico, como una muestra del triunfo de la pendejada y la bajeza de nuestra llamada clase letrada, que no titubea en portarse como lo que más crítica.
Y en este apanado disfrazado de ajusticiamiento moral he visto a varios conchudos, que como buenos hablan de acoso cuando estos han traumado a generaciones de mujeres, a saber, en los centros de estudios en los que enseñaron; también la tierna participación de supuestos críticos literarios, formados en el lustrabotismo estratégico y delatados por su evidente falta de lecturas, suerte de títeres sin gracia, mascotas adiestradas a punta de favores, que cumplen al pie de la letra el implícito mandato de transmitir al pueblo lo que sus patrones jamás dirán públicamente.
Con lo dicho, no digo que Faverón sea una víctima. No me limito a los pantallazos de las afectadas (esto no gustará a mucha gente y las disculpas adelantadas del caso: algunos de esos pantallazos me generan sospechas sobre su veracidad a razón de su estolidez), sino a lo que venía escuchando sobre los acosos desde hace ya buen tiempo.
Y a razón de esos acosos, sumado a su actitud matonesca y abusiva en Facebook (actitud que borraba con el codo lo bueno e interesante que proponía en la variedad de temas que abordaba), decidí separar a Faverón: así estuviera de acuerdo o no con sus opiniones. En su faceta como crítico literario hacía gala de más de un recurso, producto de su cualidad de gran lector, y en su otra faceta, la narrativa, es pues un buen narrador. Al respecto, sé a lo que me expongo con esta apreciación valorativa, pero yo tengo las cosas muy claras: una cosa es la obra y otra muy, pero muy distinta, es la persona. En la experiencia de la lectura no le entro en vainas, señores.
Como tampoco le entro en vainas a lo que para mí es evidente: Gustavo Faverón es un acosador de mujeres. Si en caso haya una denuncia formal al respecto, esta confirmará lo obvio.
Además, su texto de despedida de Facebook apesta a egolatría de la más rancia. En lo personal, luego de la andanada de pantallazos, creí que ofrecería un descargo digno (una autocrítica (pidiendo disculpas a sus lectores) y un señalamiento de lo que sería una orquestada en algunas “pruebas” de acoso), pero no, Faverón apela a la victimización, escudado en un ego que ha sido alimentado por una legión de seguidores que lo endiosó como la conciencia moral e intelectual de este país, o sea, en atalaya de la ética, como el “bravo” de los desfavorecidos… Pero ahora eso terminó, y termina por culpa de su egolataría, porque en adelante será recordado como “Pajero”, “Acosador”, “Mr. Mojito”, “Dr. Pajas”, “El mounstruo de Maine”…
Y como en su momento también dije sobre un conocido escritor local: Gustavo Faverón tiene el alma chiquita.
Ese es el problema central de este cambalache: el alma chiquita de nuestros intelectuales y escritores locales, que necesitan con urgencia una profilaxis en el alma. No solo pienso en Faverón, sino también en no pocos que lo vienen criticando en estas últimas horas, cuando la única diferencia entre ellos y él, es que esta suerte de ex Facebook Star fue acorralado por el brote de sus propias miserias humanas. 
Claro, esta urgencia de profilaxis en el alma no te convertirá en “Miss Simpatía”, no hará que le sonreías a todos. No. Esa no es la idea. La profilaxis en el alma te ayudará a no ser tan mierdita, esta profilaxis en el complejo mundo de las emociones te hará valorar factores en su genuina magnitud, por ejemplo: la lectura y el saber intelectual, como los canales del espíritu crítico que tanto necesitamos en esta sociedad cada vez más lumpenizada por los sentimientos menores.

jueves, septiembre 15, 2016


miércoles, septiembre 14, 2016

pensar y polemizar

¿Cómo definir la trayectoria y el trabajo del filósofo alemán Boris Groys? Antes de ello, habría que ir a la fuente en la que se formó, a las bases que configuraron.
No podemos hacernos una idea de su trabajo sin tomar en cuenta un factor biográfico esencial, que nos ayudará a entender por qué sus libros no pasan inadvertidos y por qué estos generan más de una discusión, muchas veces pautadas por el ánimo exacerbado. Groys nació en Berlín en 1947, y vivió hasta los 34 años en Rusia. Es decir, fue un testigo de primera fila del proceso de la construcción de la identidad comunista de posguerra. Estudió y se formó en la antigua Unión Soviética, bebió de la novela rusa decimonónica y se apasionó por las manifestaciones artísticas de la vanguardia rusa. Se interesó, además, por la historia política local y mundial. A la par de estos intereses de juventud, estudió Filosofía y Matemáticas en la Universidad de Leningrado. Por ello, sus escritos juveniles exhibían una mirada multidisciplinaria, la misma que no dependía del código académico, sino desbrozada, acorde en el registro de la divulgación. Esta intención divulgativa le permitió someter a escrutinio y, por extensión, a discusión, lo que tiempo después desarrollaría en calidad de pensador en sus ensayos y libros.
*
 Cuando en 1981 abandonó la academia soviética --según él invitado por la KGB--, se estableció en Berlín Occidental. No se trató de un acto gratuito, ni apegado a una filiación ideológica. Groys se instaló en Berlín con el fin de constatar en la experiencia, en un contexto amplio y limítrofe con los discursos multidisciplinarios que provenían de los países occidentales, su creciente preferencia por los discursos de arte de vanguardia de la URSS. Para ese entonces ya no era un joven inquieto y curioso, sino un intelectual con mucho por decir. Esta etapa en la Alemania Federal resultó esencial para lo que comenzaría a publicar después, puesto que solo en la confrontación de ideas podría plasmar la marca que signaría su pensamiento y escritura.
Sin embargo, las vanguardias rusas no fueron su único interés. Gracias a su formación multitemática, Groys forjó un discurso personal en el que se permitía escribir de todo: arte, historia, política, religión, actualidad. Y en ese trayecto no estuvo libre de polémicas. Pensemos Obra de arte total Stalin (1988), el título que mejor nos ayuda a ingresar a la maquinaría Groys. Solo un autor consciente de lo que proponía pudo publicar un libro como este un año antes de la demolición del muro de Berlín. Hablamos de una época en la que los cuestionamientos al sistema comunista venían en tropel, al ritmo de una opinión uniforme que destruía lo poco que, en apariencia, quedaba del legado soviético. En ese contexto, Groys puso contra la pared todo el aparato crítico que abordaba la relación entre las vanguardias y los regímenes opresores. El filósofo ofreció un punto de vista distinto y, por ello, revelador y polémico: la vanguardia rusa no fue eliminada por Stalin, sino que este se apropió de su práctica para llevar a cabo esa gran escenificación social que el dictador mostraba al mundo como el gran paraíso comunista. Pero Groys fue más allá, no solo brindó una nueva visión de lo que fue la vanguardia rusa, sino también dejó huellas de su inquietud sobre los procesos artísticos que venían sucediendo en el mundo. Es decir, comenzó a mirar Occidente con los recursos de la filosofía y la historia del arte.
Con esta gran entrada al circuito cultural occidental, ha escrito decenas de artículos y ensayos en los que se aleja veladamente de la filosofía para centrarse en los lazos entre el arte y el individuo de entre siglos. Por ello, mientras muchos celebran el auge de Google y las redes sociales como el Groys se mantiene. Volverse público sería una llamada de atención sobre las posturas de hombres y mujeres por querer parecer lo que no son, incidiendo en la representación de su histrionismo cotidiano para ser aceptados en sociedades en las que importa demasiado cómo los demás te ven. Y como todo intelectual honesto con su tradición, percibimos en estos ensayos una ligadura hacia el tema que justifica y estimula su pensamiento: la vanguardia rusa.
*
Los museos y, en especial, las galerías de arte, son las máximas pasiones de Groys. A lo que conocía de Alemania y la antigua URSS, Groys sumó el contacto directo con las manifestaciones plásticas, las performances, la poética visual minimalista, etc., mediante las cuales arremete contra el demonio actual del consumismo. Para nuestro él es imposible explicarse el comportamiento actual del hombre sin estas manifestaciones que también vendrían a ser una suerte de metáfora de sí mismas.
Una constante suya es volver atrás para explicar lo que ocurre. En La posdata comunista vuelve a la tradición en la que se formó para explicarnos la dependencia entre el dinero y la lengua, y así acceder a una visión más justa, y ajena de clichés, del comunismo soviético. Groys plantea que en la lengua yace el poder en que puede organizarse e identificarse una sociedad. Se porta como un arqueólogo de la historia rusa y nos dice que sus filósofos se alimentaron del poder discursivo y argumentativo de los griegos; por ello, Stalin hizo suyo el poder de la palabra para amalgamar y configurar todo el sistema comunista, al que no debe asociársele solo su fracaso económico, sino su legado que se proyecta en el verdadero poder del hombre: en el uso de la palabra.
Groys es un convencido del poder de la palabra. Poco o nada le interesa congraciarse con la opinión común o el pensamiento dominante. La discusión y la polémica definen su trayectoria. Sus textos y libros son la mejor muestra de sus cualidades emocionales e intelectivas, que brillan con la más exigente argumentación. No nos debe sorprender sea considerado como uno los filósofos más importantes de la actualidad.

… 

Publicado en El Dominical.

526

Día de sol. Me levanto a las 9 de la mañana sin la ayuda del despertador. Un día más de esa larga batalla contra el insomnio. Me he propuesto llevar un horario de sueño normal, al menos uno adecuado a la media de lo que este tendría que ser aunque la batalla la pierda y vuelva a mi ritmo de toda la vida. Pero bueno, vale el intento y ese mismo intento es ya un triunfo que disfruto con el Estalla de Bomba Estéreo. Qué tal álbum, carajo. Qué tal banda. Harían bien en escucharla nuestros amargados y penderejiles culturosos que pueblan la aldea literaria y cultural de este país.
Prendo el celular y encuentro varios mensajes y mails. De lo que me interesa, las salvajes y bonitas Ariana y ND me dicen que están trabajando día y noche en un documental sobre una mujer tan admirable como ellas. ND me pasa la lista de algunos documentales que le gustaría que vea, entonces apunto los títulos para comprarlos más tarde o ver si están en Neftlix, que desde ya debo administrar en cuanto algunas series que me interesan. A saber, ayer estuve en maratón de la segunda temporada de Narcos, que más allá de la fuerza y potencia de la historia, entrega actuaciones redondas, como la de Wagner Moura interpretando a Pablo Escobar y, muy en especial, como la de Paulina Gaitán como La Tata, la mujer de Escobar, que en la presente temporada adquiere un abierto y velado protagonismo, convirtiéndose en la única reserva moral y emocional que le queda al sanguinario narcotraficante prófugo.
Me quedé poco más de diez horas seguidas viendo esta nueva temporada y mis ojos ya no daban para más. Por eso, me metí al sobre, para descansar lo que debía descansar y así despertarme, para mi buena suerte, con un generoso sol que tiñe de naranja mi habitación.
Camino a la cocina y me sirvo el desayuno: café, jugo de papaya con mandarina, 3 huevos fritos y panes. Luego al duchazo.
Y ya cambiado, el primer cigarrito del día.
Abro un archivo en Word. Pero a la vez hago un cruce de información en las webs de los diarios locales y algún blog cultural y literario. 
No me sorprende. Estamos tan ahuevados que no se ha escrito ningún texto sobre José Antonio Bravo, pero tampoco puedo esperar mucho en poco tiempo. Este muy bien escritor murió el jueves de las semana pasada, entonces, imagino, que las necrológicas y artículos sobre su vida y obra aparecerán en los próximos días.

martes, septiembre 13, 2016

"es que son buenos patas", dicen

Desde el día ayer soy testigo alejado, pero testigo al fin, de una polémica en Facebook, polémica que para variar tiene a más de un escritor y literato en el fuego cruzado de opiniones. Y me atrevo a comentarla porque he notado que se repite un síntoma de defensa cada vez que se cuestiona el trabajo de una persona.
En síntesis: el narrador Pierre Castro nos cuenta su experiencia, siguiendo una parecida ocurrida en Chile, sobre el incentivo a la lectura que consiguió, entre sus alumnos de una universidad particular, al mandarles a hacer memes sobre La ciudad y los perros de Vargas Llosa. Digamos que los memes que sus alumnos hicieron sobre la primera novela de nuestro Nobel de Literatura, llamaron la atención. Más de uno los celebró porque se trataba de una manera “original” de incentivar a la lectura. (Al respecto, no me uní a esa celebración porque no considero que ese sea el camino para estimular la lectura entre los jóvenes. A saber, en los años en los que estuve de librero sí estimulé la lectura entre cientos de jóvenes, que de hecho me recuerdan con cariño. Les hacía ver la importancia de la lectura, de lo divertida que esta podía ser, sin embargo, para llegar a ese estado, uno tenía que poner una mínima cuota de esfuerzo. Además, no lo hacía porque les quería vender libros, más bien, cuando podía, les regalaba libros (y lo cierto es que he obsequiado muchísimos). Ese detalle fue lo que me diferenció de los muchos dedicados al comercio del libro, fui pues un lector que la hizo de librero) Volviendo al tema: más de uno celebró lo de Castro, y no hay nada de malo en ello. Sin embargo, llegaron los cuestionamientos. Uno de esos cuestionamientos vino por cuenta del literato Daniel Salas, a quien no veo en muchos años por cierto, que critica el método que Castro empleó. Eso: criticó el método. Y aquí viene lo lamentable: Castro ataca a la persona de Salas y defiende sin peso argumental su método sobre los memes. Y lo doblemente lamentable: hace un llamado a su portátil/patas/hinchas para que se burlen de Salas. Obviamente, lo segundo es de una asquerosidad digna de un pata al que no le interesa argumentar, sino solo imponerse apelando a una estrategia por demás pendeja, alejada de alguien que se supone debe trabajar en base a la discusión de ideas y puntos de vista. Queda en Castro pues corregir esta bajeza.
Lo que acabo de contar refuerza un síntoma que vengo notando entre los escritores e intelectuales peruanos: en vez de discutir gestiones, métodos, posturas, no pocos de ellos toman partido por la persona que es cuestionada. Pues bien, lo que ocurrió con Castro es una migaja de pan si lo comparamos con los cuestionamientos que hay sobre las personas encargadas del DDC del Cusco y una editorial limeña a la que habrían beneficiado sin la transparencia esencial que merece toda licitación convocada por una entidad del estado. Los sindicados como responsables de esos posibles malos manejos, apelan a una tierna estrategia: piden que se prueben esas acusaciones y nos pintan sus grandes dotes humanas y creativas (dos de ellos escritores, el más tío bueno sin ser la gran cosa y el más joven mediocre). Veamos. Si yo fuera uno de los cuestionados del DDC del Cusco y me acusan de lo que me acusan, en una, y sin tanto aspaviento, le abro proceso por difamación y calumnia a cada uno de los malhablados que me señalan como el vivazo que ha beneficiado a una editorial limeña con proyectos editoriales. Con mayor razón cuando esas acusaciones vienen muy mal presentadas. Eso es lo que haría una persona decente y preocupada por su honra. Mientras tanto, estas puntas se dedican a la practica de nuestro deporte nacional por excelencia: la victimización. La victimización funciona muy bien, porque más de un escritor e intelectual, en lugar de pedir explicaciones, una argumentación que nos deje tranquilos de esas serias sospechas (no es moco de pavo), se la juega destacando las virtudes humanas del cuestionado, cualidades humanas que, especulo, se reducen a varias cajas de cervezas y uno que otro baile en un tono de por ahí. 
Son casos distintos, sí, pero lo de Castro y lo del DDC de Cusco nos revelan un síntoma: la nula intención de nuestros maravillosos escritores e intelectuales para discutir temas que realmente importan. “Es que son buenos patas”, dice más de un huevonauta.