lunes, agosto 31, 2015

348

Desde hace un tiempo me despierto ajeno a las noticias del día. Prefiero saber de estas en el curso de las horas o en todo caso en la noche. En vez de ello, sintonizo Fox Classics o escucho un cd. Hoy preferí lo segundo, puse en la lectora a The Kinks, una compilación personal de sus mejores canciones. No hay mejor manera que empezar un lunes que escuchando a The Kinks. Más de una vez lo he dicho: hay que hacerle justicia a The Kinks, sacarlo de esa parcela para caletas en la que se alaba a las bandas de culto. 
A lo mejor, la aparición de esta banda se dio en un contexto en donde se podía encontrar bandas con mayor arraigo en publicidad, más una exhibición de necesario escándalo. Tampoco digo que The Kinks haya sido una banda de zanahorias. A diferencia de las otras, esta banda hacía sus travesuras detrás de la puerta. Sé que esta impresión poco o nada ayuda en una valoración musical, pero también nos puede ayudar a comprender la situación de una banda que musicalmente sigue fresca, una banda de la que podríamos decir que respeta la pureza del rock. No hablamos de una poética musical anquilosada, ya que ha sabido abrirse a nuevas tendencias, sin abandonar la luz de sus raíces. 
Desde que escucho a The Kinks, mis lunes son mejores. Lo hago segundos después de ver la película diaria, la misma que pongo en la lectora del dvd a las 5 de la madrugada. En este sentido, y sin darme cuenta, he llegado a la conclusión de que me he convertido en un animal de costumbres, extrañando las épocas en las que hacía mis cosas a mi regalada gana. Pero en estas nuevas costumbres, me siento, no lo niego, más productivo. A saber, la lucha contra la depresión se me hace mucho más fácil, ya no me es tan jodida como sí lo era antes. En eso reconozco su valía. Sé también que esta impresión es temporal, lo sé por experiencia, mis estados de ánimo suelen cambiar muy rápido, soy como un río que en una hora puede experimentar cuatro cambios de corriente, es decir, nada más alejado de uno que el odio o la alegría sostenidos. 
Hablando de odios y alegrías. Ni bien llego a la feria de PUCP, me conecto a Internet para revisar mis correos y mi cuenta de Face. Encuentro en ellos alegría y resentimiento a causa del texto de Ampuero sobre narrativa peruana última, publicado ayer en El Dominical. Iba a responderle al más iracundo de todos, pero a los segundos pensé para qué, hice lo mismo con los más felices que se sienten canonizados. Más bien, lo que sí haré será comentar el texto de Ampuero, porque si algo tengo que decir, prefiero dejarlo por escrito y de esta manera me evito tener que responder esta avalancha de mensajes virtuales de los felices y resentidos.

domingo, agosto 30, 2015



sábado, agosto 29, 2015

347

Mañana de relativo sol, el pasto me obsequia un aroma a tierra húmeda, tierra blanda, como si toda la noche hubiese habido ballet sobre él. Me gusta el olor de la tierra y pasto húmedos. Por un momento barajo la idea de no abrir el stand de Selecta y sentarme como un Buda para ponerme a leer. Anoche, mientras regresaba a casa, se me dio por releer Los caminos a Roma de Fernando Vallejo. No sé cómo llegó ese libro a mi mochila, no recordaba haberlo puesto cuando salí de casa en la mañana, lo más probable es que lo haya confundido, porque salí tarde, con mucho apuro. 
Después de tiempo que no volvía a la narrativa del colombiano. Una narrativa que pone contra la pared a toda esa prosa funcional que ya ha conquistado a muchos lectores en Hispanoamérica. La funcionalidad de la prosa es la norma, ya no es la protagonista. En los tiempos que corren resulta difícil encontrar una prosa tan sinuosa y afilada como la de Vallejo. En este sentido, no deja de fastidiarme cuando se habla más de lo que dice que de aquello que sustenta lo que dice, y contra lo que muchos puedan pensar, tengo una adicción por la prosa de este escritor, no tanto por lo que dice, que más bien me parece conservador y digno de un efectismo superfluo, aunque claro, en lo que dice habría que subrayar la rabia, el resentimiento. 
Bajé en la comisaría de Apolo y me puse a caminar por el barrio. Las pocas páginas releídas de Vallejo me dejaron pensando, con inquietudes que pensaba saldar en la breve caminata que daría antes de llegar a casa y ponerme a ver las dos películas que me estaban esperando. De lo que me preguntaba, una pregunta quedó más tiempo en mi cabeza: ¿Qué pensarán los babosos que llaman resentidos, rabiosos y frustrados a aquellos escritores en los que es posible detectar una indignación que alimenta y personaliza su prosa? Cada vez que escucho/leo esos descalificativos, no puedo dejar de sentir una enorme lástima por ellos, la mayoría en ascendente reconocimiento, preocupados por la aceptación incluso de quienes desprecian. Descalificar a un escritor a cuenta de una prosa que canaliza una denuncia, prosa nutrida por el odio, es no más que un síntoma de aberrante ignorancia que me presenta una realidad: lo poco que han leído. O sea, estos sonajeros no tienen idea de qué va La guerra y la paz, La cartuja de Parma, Meridiano de sangre, El lobo estepario, La montaña mágica, La broma infinita… 
Sin duda, estas características han sido llevadas a la cima por Vallejo, en cuya obra no hay lugar para la sugerencia ni la alegoría, claro, si es que hablamos de resentidos que escriben en español; podría buscarle un hermano literario en inglés, pienso en James Ellroy, en quién más. 
Termino mi caminata, lenta y tranquila, encontrando la plenitud en lo que otros descalifican: el placer de huevear.


viernes, agosto 28, 2015

Verónika

Sé que a muchos lectores del blog no les gusta que escriba de política. Más de uno, y a lo mejor con justa razón, deja de leer el post sobre política porque en este, la mayoría de las veces, señalo las incongruencias de nuestros maravillosos intelectuales/artistas de izquierda peruanos. No es para menos, uno no quiere subrayar sus burradas, pero llegamos a un punto en que callar es complicidad. Debemos estar mucho más atentos y de esta manera erradicar el silencio cómplice para no repetir los horrores que se cometieron en la campaña presidencial anterior, que dejó en Palacio a Ollanta Humala. 
Verónika Mendoza me cae muy bien. También pienso que es muy joven para hacerse cargo de los destinos de un país tan complicado como Perú. Sin embargo, la juventud no debe ser vista como un obstáculo, algo en mí, el lado ingenuo, me dice que hemos aprendido a detectar la mentira, a descubrir la criollada en los discursos pintados de buenas intenciones. Hemos aprendido, al menos sí lo puedo decir en relación a la nueva generación de peruanos, esa generación de espíritu crítico y loable actitud salvaje que no se deja mangonear por cuanto decreto legislativo consideren injusto. 
Felizmente, Mendoza no pertenece a esos grupos de izquierda en los que impera la viveza, la mentira y la criollada. La he estudiado como he tenido que estudiarla y pese a algunos pecados de incoherencia (ejemplo: haber llegado al congreso sin decir nada sobre las sospechas razonables de violación de derechos humanos por parte de Humala), pecados de incoherencia, flagrantes, que espero algún día los artistas/intelectuales de izquierda, los decentes que hay, sin duda, sepan reconocer y no ampararse en el olvido presupuestado. Puedo reconocer transparentes intenciones en Mendoza, es decir, en luchar por una sociedad más justa, en donde la riqueza se reparta y llegue primero a los que menos tienen, etc. Aunque se debe señalar que estos fines los puede tener cualquier persona sensible y con algo de criterio, sin necesidad que seas de izquierda o derecha, pero en Mendoza adquiere una relevancia puesto que estamos ante una política en actividad y políticos en actividad con buenas intenciones e ideas claras es lo que menos tenemos. 
Lo que sí me fastidia de Mendoza es su falta de carácter. Para unas cosas se puede ser leona, pero si exhibe un discurso como el que ella exhibe, no se puede ser una leona para lo que le conviene, se tiene que ser leona en todo. Eso es lo que ocurre con esta potencial candidata presidencial por parte de la izquierda peruana. Mendoza no tiene carácter y lamento que no tenga carácter contra lo que es obvio y, si nos préstamos a cálculos políticos y practicamos un poco de cinismo, la poca lectura política del asunto que bien le podría deparar una postura firme, la que generaría una aceptación a su figura en vistas a una campaña que se anuncia como una carnicería. 
Mendoza no tiene carácter, además es torpe políticamente. Sin embargo, prefiero creer en su falta de carácter y torpeza en vez de pensar en anticuchos políticos y económicos que la obliguen a callar para con la dictadura de Maduro en Venezuela, que como sabemos, está demás detallar, a menos que haya por allí algún subnormal que piense que en Venezuela no se atenta contra la democracia y se viole, a cada manifestación disidente, los derechos humanos. A este punto de ingenuidad estoy llegando por una representante de la izquierda peruana (esto es histórico para los seguidores del blog). 
Por eso, querida Verónika. Me pareces decente. Pero déjate de cojudeces.  
Está en ti hacer la diferencia, pero si tus balas van con teleobjetivo tarde a temprano tus buenas intenciones van a desaparecer. Haz pues la diferencia, no seas igual a los Humala, a la racista Villarán y a todos esos babosos de izquierda que nos quieren dar clases de moralidad cuando ellos son los primeros inmorales. Estás a tiempo, Verónica, deslinda con Venezuela (incluye a Cuba en el pack) y aléjate en una de todo aquello que atente el libre curso de la democracia. Si lo haces, pues con convicción. Si lo haces bajo cálculo político, tarde o temprano ese cálculo reventará en tu rostro.


jueves, agosto 27, 2015

"los vivos y los muertos"

Desde hace un tiempo le vengo prestando atención a los libros de la editorial española Alpha Decay. Como quien pierde el tiempo, pienso en cómo serían sus responsables, en lo que han tenido que leer para definir el perfil que no solo buscan en su editorial, sino también el de sus lectores. En el catálogo de una editorial, al menos en teoría, puedes darte cuenta de aquellos que sustentan su proyecto. 
Hace no más de un mes me encontraba en la librería El Virrey de Lima y me puse a revisar las novedades. Entre los títulos del sello uno llamó mi atención, no sé si por el título o el sonido que me despertaba el nombre de su autora. Lo importante es que me llevé el libro, haría con él lo que hago con todo libro que no ubico del todo: ofrecerle ciento cincuenta páginas de tolerancia. Si es que hablamos de novelas de largo aliento. 
No pasó mucho para que esa tolerancia se vaya, felizmente, a la mierda. 
Apúntalo en donde sea y no demores mucho en leerla. Estamos pues ante una novela que nos revela a una autora que nos deja con más preguntas que certezas. Será nueva entre nosotros, pero con una presencia más que importante en la narrativa norteamericana contemporánea. A eso se debían las ideas iniciales sobre los editores de esta editorial, porque hay que ser lectores que editan para haber apostado por una autora que muy poca gente en hispanoamericana ubicaba en la cartografía de la narrativa contemporánea. Estos lectores que editan se anotan un gol desde el mediocampo con esta novela de Williams. Hay que ser lector y tener la sensibilidad desarrollada para publicar una novela que debimos conocer hace ya muchos años, pero no es el momento para lamentarnos, sino es el momento de la celebración; porque esta novela es más que una gran novela, es también una cátedra abierta de la riqueza de la novela como género literario. 
Lo que nos enseña Williams es algo tan simple y tan de genuino de los grandes, como lo es narrar. Con esto no hablamos de una novela que sea fácil de leer, en absoluto. Los vivos y los muertos se nutre de la agilidad y densidad narrativas de la tradición norteamericana (pensemos en Faulkner, Steinbeck y McCarthy como faros para Williams) y de lo mejor de la escuela rusa decimonónica sobre la configuración de los personajes (Tolstoi y Pushkin). Así de salvaje es Williams, cuyas sombras de influencia son tan patentes, pero que a la vez ha sabido asimilar, rehuyendo de la mera imitación, construyendo así una poética propia que ha enriquecido con el aliento de la locura desértica/lisérgica del cine de David Lynch. Williams se impone como una eximia hacedora de personajes, prueba de ello lo vemos en las protagonistas de su novela, las tres adolescentes huérfanas: Alice, Annabel y Corvus, quienes en su árido pueblito de Arizona ven pasar los días y en esa actitud intentan conocerse a sí mismas, como también a las personas que las rodean. 
Somos testigos, en primer lugar, de un asombro por partida triple y mediante el asombro asistimos donde el talento de Williams, que no es otro que el saber mirar y escuchar. Estas tres adolescentes pueden tener intereses comunes propios de la edad, pero son tan diferentes entre sí, hasta en el modo de emplear sus registros verbales accedemos a un monumental trabajo de albañilería verbal. Es precisamente en este trabajo de albañilería en el que descansa el prestigio de Williams (se la conoce como una “fábrica de sensibilidades”), y este prestigio narrativo lo vemos en una paulatina secuencia de configuración de sus personajes, ya sea en los principales y en los que vienen después. En el caso de las huérfanas, nos encontramos ante mujeres quebradas, pero cada quien a su modo, se las arregla para no ser absorbidas por una realidad que, aparte de llenarles de tierra, no les brinda la más mínima oportunidad de salir adelante. Por esta razón, a manera de resistencia, las tres hacen lo que les viene en gana con las personas que las conocen. Esta interacción se refuerza con la estrategia de Williams de desordenar la estructura de la narración, lo que confiere de verosimilitud a la galería de personajes que desfilan sin cesar en estas páginas. Por momentos, podemos tener la idea de estar ante un mosaico de gente desadaptada, pero no, no hablamos de una locura premeditada, sino de una locura que se asume sin pensar, como una forma de sobrevivir en este lugar árido y caluroso que es toda una invitación a la muerte en vida. 
Los vivos y los muertos bien puede ser calificada de obra maestra, una novela no de trama, ni de estructura, sino de personajes. Sin embargo, así el lector de turno sea muy cuajado, debemos advertirle que tiene que poner a prueba su paciencia, aunque sea en las cien primeras páginas. Como señalé líneas atrás, nos enfrentamos a un trabajo de albañilería de Williams para con sus personajes, que puede llegar a ser lento y pesado. La paciencia es pues un requisito, y pasado este óbice, uno ya está en la novela, con la firme intención de no querer abandonarla jamás. 

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Publicado en Revista Lecturas


miércoles, agosto 26, 2015

346

En la mañana tuve que hacer algunas gestiones fugaces, ir desde Lince a San Isidro y desde allí a la PUCP. Lo hice, felizmente, en tiempo record, con la ayuda de taxis, porque el tráfico se ha vuelto, aparte de infernal, en una generadora de pérdida de tiempo. Ni siquiera se puede leer bien en el transporte público, peor cuando tienes que hacer una distancia más o menos larga. Mientras leía lo que parece ser un buen cuentario de una narradora colombiana, pensaba en el libro de cuentos de otra colombiana, un libro que presenté en una anterior edición de la FIL y del que puedo decir que me gustó, pero que a la vez me apena no saber nada en lo literario de esta autora ya que se dedicó a los menesteres de la política en su país, siendo a la fecha una figura incómoda de la política colombiana. Eso es lo que me gusta: que los intelectuales y artistas sean participantes incómodos cuando ejercen una función política y no meros papagayos que repiten lo que la billetera les manda y que cuidan sus palabras debido a algún anticucho discursivo que tengan por allí. 
Sigo leyendo a la colombiana. Ahora el taxi atraviesa la Residencial San Felipe. El viaje está resultando más rápido de lo que podía pensar y por un momento me siento tentado en pedirle al taxista que aminore la velocidad, al menos quiero terminar de leer el tercer relato de la publicación, que ahora sí califico de muy buena, aunque dentro de mí haya una suerte de diablo rojo que me dice que mejor no vaya a la feria, que regrese a casa y haga las cosas que debo terminar en las próximas horas. 
Prendo un cigarro y me pongo a analizar la propuesta del diablo rojo. Los placeres intelectuales y carnales se imponen ante los deberes laborales, pero la decisión final se ve aplastada ante la inminente llegada del taxi a la universidad. Ya estoy a sus puertas y poco o nada puedo hacer, respiro hondo y vuelvo a prender otro cigarro. Eso era lo que me faltaba, respirar hondo y fumar otro pucho y así tener una mejor perspectiva de las cosas. De mi billetera extraigo mi carné y escucho una voz de mujer que me llama. Volteo y la miro. La reconozco aunque confieso que me he olvidado su nombre, últimamente me olvido de los nombres de los lectores y las lectoras de la librería, y eso que con todos ellos converso demasiado, siempre de libros, y no necesariamente porque estemos hablando de precios o negocios, simplemente conversando y dejando que el tiempo se vaya en el intercambio de impresiones, ya sea de una película, libro o de algún partido de fútbol. La mujer, de no más de veinticinco años, se me acerca y la saludo. Intercambiamos algunas palabras al vuelo y le digo que estoy con Selecta en la feria de la universidad. Antes de despedirnos, me dice que disfrutó mucho de la recomendación que le hice, y no fue necesario pensar en qué título le recomendé y me adelanto a lo que dirá, cosa que así no me siento tan mal por haberme olvidado su nombre: Qué fue de Sophie Wilder de Christopher R. Beha.

lunes, agosto 24, 2015



domingo, agosto 23, 2015

345

Los domingos me levanto relativamente tarde, me gusta pasarla leyendo, escuchando rock y viendo una que otra película, la desconexión es la norma. Por supuesto, qué mejor que un bue café pasado y un suculento tamal de chancho para ver las próximas horas de la mejor manera posible, en especial ahora que las cosas van a exhibir un cambio algo radical. 
Entre las películas que pienso ver este domingo, hay una del maestro John Frankenheimer, The Young Savages (1961), protagonizada por Burt Lancaster. Mientras busco la película, que sé que está por allí, recuerdo lo que estuve haciendo ayer, como luchando contra la burocracia en la PUCP, pensando, y respirando hondo, en qué pasa con el criterio de las personas cada vez que tienen que seguir al pie de la letra una orden, orden que en la práctica puede perjudicar a no pocas personas durante horas. Ayer, ningún camión podía ingresar a la PUCP si es que no se tenía un seguro CTRL (así le decían), hecho que provocó la presencia de una treintena de camiones que esperaban entrar y que no podían. Ese también fue mi problema, pero no esperé tanto como los otros, porque me gusta solucionar las cosas hablando claro y fuerte, apelando al criterio de las personas, en este caso de los mandamases de la puerta de Riva Agüero, a cuyo jefe tuve que escuelear y de quien recibí predisposición para el escueleo. Una vez que mi camión ingresó, contraté a unos cargadores que en menos de un cuarto de hora sacaron las cosas del camión y las instalaron en el stand de Selecta, que es el mismo de siempre en esta feria, pero ahora un poco más grande. 
Comenzamos a colocar los estantes y abrimos las cajas y dispusimos de los libros. Lo que me gusta de nuestro stand, es que aparte de los buenos libros, tenemos una mueblería que llama la atención por su buen gusto, prácticamente es un stand que ha quedado bastante bonito, con el suficiente espacio que me permite poner mis cosas, que no son muchas, pero que justifican mis días: el espacio para mi infaltable termo de café, la Laptop y los dos libros que pienso que leer en los primeros días, aunque esto de los libros es un decir debido a los muchos libros que siempre tengo a mi disposición. Lo malo, porque no todo es perfecto en la vida, es que no podré fumar como me gusta, con mayor razón ahora que estaré solo en estos días feriales, puesto que en la PUCP no se permite fumar, pero igual, me las arreglaré, ya que si pude hacer pasar un camión que no cumplía la documentación en seguridad, bien puedo sacar provecho de la maña mentirosa para fumarse un par de cigarritos por día.

sábado, agosto 22, 2015



viernes, agosto 21, 2015

344

Me acuesto tarde y me levanto temprano. Una película espera en la lectora de DVD. Mi ánimo es otro, porque después de diez días apareció Silvestre, que se quedó a dormir en la casa, en señal que ha superado, imagino, los celos que le genera el nuevo perrito que tenemos con nosotros. Voy a ver a mi gato y converso con él y también veo sus heridas, las huellas que han dejado las gatas en estos días de furia hormonal. Silvestre me entiende, sabe que el cariño que le tengo no se verá afectado por el cariño que le tengo al nuevo cachorrito, su hermano, a fin de cuentas. 
Ando interesado en los policiales, no sé por qué, se me ha pegado esa manía. Y miro y vuelvo mirar absolutamente todo, hasta las películas catalogadas de menores, pero que sí funcionan bien, puesto que respetan sus normas, pegadas a su registro. Claro, estas películas eran filmadas con el único  objetivo de entretener, como lo fue Cop Hater (1958) de William Berke. 
Lo acabo de decir, no es una obra maestra, pero me gustó. Lamento, sí, que durará tan poco, 1 hora y 20. 
La historia es sencilla: hay asesino en serie de policías. Únicamente policías, a los que acribilla a balazos al salir de los bares, del puticlub de Mama Lucy o en plena calle mientras se lleva a cabo una investigación. La película fluye, acorde a las reglas del suspenso. Sencillamente, cuesta despegarse de ella, en especial cuando ves a Shirley Ballard, en el rol de Alice Maguire, esposa de uno de los policías que investiga los asesinatos. En más de un tramo, la presencia de Maguire parece obedecer a una cuestión meramente accesoria, pero esa impresión comienza a llegar a un quinto plano, puesto que Cop Hater se sostiene en el sinsabor existencial de Maguirre, mujer deseada por los compañeros de su esposo, que no duda en parar en paños menores bajo el pretexto del calor (en realidad, en la película no hay personaje que no se queje del calor), como si buscara una salida, la que sea, para abandonar la vida casera que la está carcomiendo. 
Y lo que interesa, no solo en las novelas policiales, sino también en las películas de este corte, es sencillamente la interacción entre los personajes. No es nada nuevo lo que digo, pero me veo en la obligación de hacerlo, en años en los que el personaje como tal, su configuración moral, es relegado por estrategias discursivas de moda, como desde hace un tiempo en el cine, aunque mucho más en la narrativa contemporánea. 
Termino de ver la película y me alisto para salir a la librería. Vendrán horas apuradas, no muy frenéticas. Mañana sábado es nuestra instalación en la Feria del Libro de la PUCP, algo suave en comparación a la FIL, aunque el problema para mí es que aún no armo ninguna caja.


jueves, agosto 20, 2015

Chirbes

El sábado 15 en la madrugada me enteré de la muerte del narrador español Rafael Chirbes. 
No lo voy a negar, sentí una profunda pena porque era un autor a quien admiraba, específicamente por dos libros. Ambas novelas, una corta y la otra de largo aliento. Mimoun y Crematorio
Cuando al respecto escribí un breve texto en mi cuenta de Facebook, más de uno me preguntó por qué no consignaba su también celebrada novela En la orilla. La razón no guardaba grandes secretos. Ocurre que En la orilla, siendo una buena novela, no había calado en mi experiencia lectora, hasta podría decir que me gustó por partes. Me bastaba y sobraba con las dos novelas que consigné. Por ejemplo: Mimoun es una novelita de la que me doy el gustazo de releer una vez por año, que no es poca cosa, porque lo mismo hago con El corazón de las tinieblas de Conrad, El extranjero de Camus y algunas novelitas más. Sé que suena muy exagerado, pero me refiero a una suerte de empatía, o llámale conexión con esta novela que fue el disparo inicial, el primer ladrillo, con el que el Chirbes comenzó a construir su trayectoria. 
Aún tengo presente el momento que la leí. Andaba a la caza de un nuevo autor español. Obviamente, me ubico en una época en la que iba muy atento a la narrativa española actual, quizá porque muchos escritores jóvenes españoles venían invitados a Lima. Como fuere, mi interés por la narrativa española iba acorde con una posería, como el estar al tanto de las novedades de las editoriales que marcaban la pauta en ese entonces. No me juzguen, tenía veintipocos y pensaba que ya era el momento de leer a nuevos narradores de otros países, y la necesidad era entendible y reforzada, teniendo en cuenta que muy poco había quedado de la narrativa peruana última escrita en los noventa. Fue así que llegué a Chirbes, de casualidad, porque no se trataba de un narrador joven, aunque no tardé en darme cuenta de que era un autor nuevo. Si no me hubiera interesado por la narrativa española última de la época, quizá habría llegado a Chirbes muchos años después, a lo mejor con un libro lejano a ser una idónea puerta de entrada a su poética. 
Mimoun fue finalista del Premio Herralde de 1988. La publicó a los 39 años, o sea, con suficiente experiencia de vida, en un estado de madurez emocional que le permitió encausar una prosa por demás sensual. Si tuviéramos que definir Mimoun, haríamos bien en llamarla “Novela sensual”, en la que la sugerencia no es el medio, sino la norma que canaliza el discurso del autor que nos presenta estas páginas ambientadas en Marruecos, páginas que nos testimonian los devaneos de Manuel, un profesor español que vive en la ciudad de Fez que decide irse a Mimoun con el único fin de escribir un libro. Manuel sufre de crisis existencial a razón de no poder escribir el libro, libro del que no se dice nada, pero poco nos importa aquel libro, porque Chirbes nos coloca en la piel de un aspirante a escritor que recorre Mimoun de madrugada en búsqueda de aventuras. Llega a su hospedaje tan cansado, habiendo sido amado por hombres y mujeres, que no tiene tiempo ni ganas mínimas de escribir. En principio, podríamos estar ante una metáfora del escritor que no escribe, pero no, nos enfrentamos a una novela que metaforiza el sinsentido existencial que depara un lugar en donde solo hay tierra y calor. 
Sin duda, Mimoun fue una excelente carta de presentación para Chirbes. Y no dudé en ir tras sus libros en los años venideros. En el trayecto leí casi todos sus libros, destacando La buena letra, Los disparos del cazador y La caída de Madrid, las cuales, y pese a su buena factura, no lograban el hechizo de Mimoun. Como ensayista también entregó títulos que recomiendo, como El viajero sedentario y El novelista perplejo. Es precisamente en el ensayo donde pude intuir algo que veía contadas veces en un escritor en actividad: un claro compromiso político, pero este compromiso estaba libre del alegato. Chirbes era sabedor de su talento para escribir, pero siempre cuidó la calidad de su prosa, que esta no se contamine con el respiro ideológico de izquierda. En sus ensayos podíamos acceder al intelectual comprometido, este compromiso lo deducíamos en los márgenes de su exposición, además, nunca usaba la adjetivación barata, sino la argumentación inteligente, ajena a la pedantería, tal y como lo podemos ver en los maestros del ensayo. Me gustaba ese Chirbes, pese a que no sintonizaba del todo con sus ideas políticas, estas poco o nada me importaban porque bastaba y sobraba con recibir de su generosidad intelectual. 
Pasaron algunos años para volver a otro título de Chirbes, en ese lapso me enteré del éxito de Crematorio, el cual leí a destiempo, ajeno a los saludos de la inmediatez. Crematorio no es una novela fácil de leer, pero con un poco de paciencia, la paciencia del hincha, hice mía esa proeza que aparte de ser una joya literaria, resultaba también un testimonio crudo y demoledor de una España que vivía una mentira, la mentira del Boom inmobiliario. En estas páginas accedíamos a personajes corroídos por el dinero, personajes que exhibían una frivolidad insulsa y que se legitimaban en el bien material a costa del prójimo. Por lo escrito, no pensemos en que estamos ante una novela de corte moralista, no, lo que relato es solo la coraza, porque su pulpa era una auténtica bomba Molotov construida con un estilo sinuoso, envolvente, el ideal para que Chirbes nos muestre en toda su amplitud la degradación moral de sus personajes, degradación que traspasaba la experiencia literaria para instaurarse como una radiografía de la condición actual del hombre en su relación con el mundo. 
Todos los reconocimientos que mereció Crematorio fueron más que justificados, los que reforzaban aún más la legitimidad que había alcanzado su obra. Pues bien, me permito especular sobre la resonancia de su nombre y el alcance de su obra fuera de su país. Es cierto que sus libros podían hallarse en Latinoamérica, pero solo llegaban a ellos los lectores bien informados, los que hurgaban aún más en los catálogos de las editoriales. A esto sumemos que era un autor discreto, de lo que prefieren hablar con sus libros que en una entrevista a toda página. En otras palabras: no era un figurón. 
Para muchos lectores peruanos, el nombre de Chirbes empezó a sonar cuando se anunciaron a los tres narradores finalistas de la Primera Bienal Mario Vargas Llosa de Novela. Junto a Las reputaciones de Juan Gabriel Vásquez y Prohibido entrar sin pantalones de Juan Bonilla, pugnaba por el premio En la orilla de Chirbes. Quien esto escribe ha tenido la oportunidad de leer estas novelas y si bien las de Vásquez y Bonilla son una muestra más, y tajante, de sus buenos y saludados oficios literarios, no podían compararse a En la orilla. Además, esta novela de Chirbes venía precedida de elogios y premios en España, en donde se la ubicó como la mejor novela del año. En este sentido, no era descabellado pensar/especular que su novela era la que ganaría esta primera edición de la Bienal. Sin embargo, Chirbes no vino. Al respecto se barajaron varias versiones. Se dijo que su ausencia obedecía a motivos de salud, pero esa versión se cae sola, ya que el autor venía desde hace buen tiempo en constante actividad de promoción literaria. Pues bien, la versión más sustentada  descansa en el hecho que no vino a Lima debido a sus convicciones ideológicas. La abierta simpatía de Chirbes por el comunismo y la izquierda eran más que abiertas y rastreables tanto en su poética como en su actividad promocional. Su discurso político tenía un objetivo a atacar: el neoliberalismo. Tampoco había que ser un dotado neuronal para no deducir que esta bienal tenía también un cariz político e ideológico, en franca respuesta al Premio Rómulo Gallegos. 
En tiempos como los que corren, en los que no pocos escritores llamados de izquierda son presas del atarantamiento mediático, en los que aceptan sin dudar reconocimientos que contradicen su discurso político e ideológico, el ejemplo de Chirbes resulta saludable y a la vez perdurable. Se puede estar de acuerdo o no con su actitud, en la que dejó de lado todos los beneficios promocionales, como también pecuniario (100 mil dólares), en pos del respeto de su discurso, un discurso de izquierda presente en todos sus libros y que no iba a mancillar por la tentación del diablo verde y los flashes. Aparte de estupendo narrador que deberíamos leer, era también un artista/intelectual que hoy por hoy deberíamos emular. 

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Publicado en LPG


martes, agosto 18, 2015

"el estilo de los otros"

Los seguidores de la narrativa latinoamericana contemporánea pueden sentirse bien servidos con el libro de entrevistas El estilo de los otros (Ediciones UDP, 2015) del narrador y periodista argentino Mauro Libertella. Nos enfrentamos, pues, ante una publicación que bien la puedes leer de un tirón o salteándote, dependiendo, claro, de tu grado de conocimiento de los autores que ha convocado el argentino. Más allá de posibles estrategias de lectura, la presente publicación nos sirve como un mapa con espíritu de antología que nos comunica, en la voz de sus más conspicuos representantes, cómo ha ido evolucionando la narrativa contemporánea en América Latina, como también cuáles son los lazos temáticos que comparten sus autores, o, lo que es más importante, qué es aquello que los diferencia. 
Para la presente publicación, Libertella ha tenido que seleccionar, y como toda selección, esta no es libre de omisiones (que detallaremos más adelante). En líneas generales se nos ofrece un fresco atractivo, tenemos a Alberto Fuguet, Diamela Eltit, Alejandro Zambra y Rafael Gumucio por Chile; a Alan Pauls, Sergio Bizzio, Sylvia Molloy, Matilde Sánchez, Fabián Casas y Ricardo Piglia por Argentina; a Ercole Lissardi por Uruguay; a Rodrigo Rey Rosa por Guatemala; a Antonio José Ponte por Cuba; a Horacio Castellanos Moya por El salvador; a Mario Bellatin por Perú; y a Margo Glantz, Guadalupe Nettel y Juan Villoro por México. 
No hay que pensarlo mucho: viendo la selección podemos conocer también al lector que hay en Libertella, un lector, digamos, exquisito, o llamémosle ecléctico. Sin duda, hay nombres a los que nos hubiese gustado acercarnos más, nombres a los que asociamos cuando se nos habla de la narrativa contemporánea en América Latina. Sin embargo, lo que parece una omisión, no es más que una apuesta por poéticas con las que, suponemos, el mismo Libertella se siente identificado. Es decir, el entrevistador/antólogo no ha sido parte de la demagogia de convocar a los nombres inamovibles, a los figurones de toda la vida, cosa que así somos políticamente correctos y contentamos a la tribuna. Pero en este sendero puede existir más de un peligro, el peor: que Libertella nos esté ofreciendo una cartografía por demás sesgada del panorama narrativo latinoamericano actual, entonces, vienen las preguntas tácitas: ¿por qué no están Rodrigo Fresán, Pedro Juan Gutiérrez, Valeria Luiselli, Edmundo Paz Soldán y Alejandra Costamagna, por citar algunos nombres, que bien pueden compartir lazos temáticos y estilísticos con sus convocados, teniendo en cuenta que un par de ellos, Fresán y Gutiérrez, ejercen un magisterio silente en no pocos narradores latinoamericanos? 
Felizmente, no es una cartografía sesgada la que nos ofrece Libertella, sino una apuesta en exceso subjetiva que haríamos bien en saludar para polemizar y discutir y analizar en las voces de sus protagonistas el mensaje que nos dejan en sus silencios. Me vienen a la memoria las respuestas de Bellatin, especialmente en cómo fue que llegó a editar su primera novela, Mujeres de sal, que obtuvo la mejor prensa posible: el boca a boca de los lectores. Hasta esta entrevista, mi interés en la obra de Bellatin era nulo, sentía que ya no tenía mucho que decir como escritor, bastándome solo sus novelas Salón de belleza, Damas chinas y Efecto invernadero, pero luego de la lectura de esta entrevista, experimenté una nueva curiosidad por su poética, o sea, una necesidad, una segunda visita a todas sus novelas. Las respuestas de Bellatin también son una patada frontal al contexto peruano en el que se inició como escritor, en cómo este permite que traten a sus artistas y escritores. No deja de llamar mi atención por qué Libertella lo considera peruano cuando bien pudo colocarlo con los mexicanos. Bien sabemos que en México Bellatin encontró las oportunidades que aquí jamás se las iban a dar. Iluminadores, por decir lo mínimo, resultan las intervenciones de Piglia y Glantz, que más allá de revelarnos los entresijos de sus poéticas, nos conectan y comprometen hacia mirada más apasionada y no por ello menos responsable de lo que debemos detectar al momento de leer, es decir, ir tras la sensibilidad que sostiene la forma del registro narrativo. 
Podemos estar o no de acuerdo en la selección de Libertella. En lo que sí tropieza el entrevistador/antólogo es en el uso de distintos métodos de entrevista con sus seleccionados. No todas las entrevistan gozan del mismo calibre e impacto y hubiésemos deseado la aplicación de un método clásico en todas las entrevistas. Por ejemplo, siento que Villoro se pierde en el texto fragmentado, lo mismo podría decir de Eltit. 
Más allá de los inevitables reparos, El estilo de los otros cumple un cometido, tanto para los conocedores y potenciales interesados: ir a la busca, y nuevo arribo, de estas voces, algunas de ellas algo perdidas e injustamente no lo  suficientemente reconocidas como Sánchez, Lissardi y Ponte. Sin embargo, el principal cometido lo cumple en la discusión y polémica que generará, a lo mejor por la selección o las respuestas de los escritores que dan vida a este libro, y eso es saludable, pues Libertella propicia una discusión, no importa si esta sea silente entre los escritores y lectores.


lunes, agosto 17, 2015

343

Ciertos domingos tienen el aura de brindarte la oportunidad de poner en orden las cosas. Cosas que esperabas encausar y que por más que intentabas, no podías hacerlo. Al menos, en estas últimas horas tienes el tiempo suficiente para darle un sentido a lo que se venía germinando, como también potenciar lo que venías haciendo. En fin, veremos cómo se van desarrollando las cosas. 
Días antes mi hermano José Carlos me mandó un mail en el que me pedía de regreso sus dvd´s de la WWE. Al igual que yo, por años fuimos seguidores de esta compañía de lucha libre de entretenimiento. A diferencia mía, él es más coleccionista y en esos dvd´s estaban las mejores peleas en la historia de la WWE. No me puse a pensar en los motivos de su requerimiento, que era inmediato, porque en nuestra última conversación hablamos de los luchadores actuales de la WWE, que a excepción de Cesaro y Brock Lesnar, son una vergüenza en comparación de la épica que veíamos en los luchadores que marcaron nuestra adolescencia y primera juventud. José Carlos quería de vuelta sus dvd´s para volver a los años de gloria en los que éramos testigos de las batallas de Bret Hart, Hulk Hogan, Tito Santana, Macho Man, The Big Boss Man, Shawn Michaels, Jake “The Snake” Roberts, los Demolition, The Ultimate Warrior et al. 
Junté los dvd´s y los puse en la mesa de la sala para cuando pasara mi hermano a recogerlos. Después de almorzar, me alisté para salir, puesto que debía recoger a mi madre en Jesús María, en un barrio cerca de la Residencial San Felipe. Mi idea era pasar por la residencial, cruzar sus parques, caminando lento y volver así a los meses en los que me gustaba recorrerlo, porque, para ser sincero, después de muchos años iba a volver a hacerlo. Además, tenía ganas de caminar, caminar despacio, con la sensación de no saber a qué lugar ir. 
Poco antes del llegar a mi destino, me bajé del taxi en Salaverry, en la intersección del Rebagliati. Pensé en que si caminaba en diagonal, iba a llegar a la residencial y así recorrerla en calma hasta recoger a mi madre. Sin embargo, hice mal, porque en vez de caminar por la Salaverry, lo hice por una calle de la que no recuerdo ni me interesa recordar su nombre, puesto que a media cuadra de la misma, una cuadra inmensa, la del Círculo Militar, me di cuenta de que estaba en una calle que a toda costa trato de evitar. 
Hay calles que tienen el poder de tirarte al suelo, de quedarse con lo mucha o poca vida que puedas tener. No es la única, puedo encontrar más en Lima y huyo de ellas sin más, alejarme en una de su patetismo que le quita sentido a mi vida. No hablo pues de calles pobres, más bien, estas podrían calificarse de sobrias, pero que indudablemente encierran un mal, proyectan una desazón: la acumulación de los espíritus de los muertos y acribillados que deben permanecer en el subsuelo de las casas que habitan la calle. Esa es mi teoría personal, porque luego de barajar muchas posibilidades, no tengo otra opción que pensar en ello, mirar estos hechos con otros ojos, no los terrenales. 
No me encontraba en una calle que tenía que evitar. Esa calle a evitar no era mía, porque de haberlo sido, no me habría bajado del taxi en Salaverry. Esta era la calle a evitar de José Carlos, mi amigo que se llama como mi hermano. Conozco la pesadez de esta calle gracias a él, que me pidió hace cinco años que lo acompañara una mañana a recorrerla, de la que deseaba recoger impresiones para usarlas en una novela que estaba escribiendo. Aún tengo presente esa mañana, como también su insoportable pesadez existencial. Hubo un momento en que le pedí que aceleráramos el paso y salgamos cuanto antes de allí. José Carlos se río y me dijo que quería comprobar la sensación que él tenía, que no solo era de él, sino también de los que cruzaban esa calle por primera vez. 
Pasaron los años y José Carlos publicó el libro del que me hablaba y del que leí sus distintas versiones. La calle aparece en su libro y estoy seguro de que los lectores también han sentido esa pesadez de la que les hablo.


domingo, agosto 16, 2015

342

En los últimos días, a manera de ejercicio de memoria, he estado viendo no pocas cowboyadas. No es pues un apego por el género, sino más bien un interés por viajar en la memoria y ubicarme entre los 10 y 12 años, en esas noches cuando en Canal 2 se transmitían películas de vaqueros que miraba con atención, sin saber que años después, varias de esas películas se convertirían en importantes para mi vida. 
Con los años, supe que muchas de estas películas pertenecían al Spaghetti Western y al respecto nunca me he hecho problemas por la supuesta pureza que debe exhibir el género en el que se inscriben las películas ambientadas en el Far West. Más bien, si uno quiere aprender a narrar sin necesidad de estar tomando un curso o una clase, le sugiero que se sumerjan en estas películas. Cualquiera de ellas, por más flojas que sean, exhiben una coherencia narrativa que va de la configuración del personaje a las descripciones y el hilo de la argumentación bajo la modalidad clásica. 
Días atrás estuve en cacería de películas, en un galpón del Jr. Quilca dedicado exclusivamente a la venta de películas. En principio, miraba por mirar, pero llamó mi atención una película cuya portada hizo que recordara a una película que vengo buscando y que hasta el momento no encuentro. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez, quizá a los 10, pues me veo demasiado noble y tierno y, sin duda, crédulo. En esa película, un malhechor, siempre vestido de negro, huía de otros malhechores igual que él. En su huida, este malhechor vestido de negro, va matando a cuanto cazarecompensa se le cruza por el camino, también se las pega de seductor, pero lo que quedó impregnado en mi memoria de niño noble y tierno y, sin duda, crédulo, fue que este personaje era un fanático de los huevos fritos. Siempre pedía huevos fritos, el lugar era lo de menos: en el bar, en el hotel, en las granjas, también a sus amantes, etc. 
Cogí varias películas y entre ellas la que creía que pensaba que era. Ha llegado Sartana (1970) de Giuliano Carnimeo. Pensé que podría ser porque en la portada se veía a un vaquero vestido de negro, totalmente de negro, hasta el caballo era negro. Tomé un taxi y una vez en casa me puse a verla. No era, ni por asomo, la cowboyada que esperaba, pero sí una buena película que debería verse y de esta manera, de a pocos, rescatar el Western, el Spaghetti Western, lo que gustes, porque este tipo de películas, aparte de ayudar a narrar, cumplen una noble función hoy en día ignorada: entretener al espectador sin estupideces, reflejando una épica.


sábado, agosto 15, 2015

hablar, pensar

 Confieso que durante mucho tiempo Susan Sontag fue mi amor platónico. Me enajenaba su pensamiento. Sontag fue ante todo una pensadora, una mujer atrapada en los torrentes de la inquietud intelectual. A la fecha, sus ensayos son de lectura obligada, no solo para las plumas del pensamiento académico, sino también para cualquiera que se precie de lector serio. Obviamente, esta escritora norteamericana no solo destacó como ensayista, lo suyo también fue la novela y el cuento, también el cine y el activismo político. Destacó en cada uno de estos registros, pero valgan verdades, la Sontag que quedará es la ensayista, así su club de fans se encargue de decir lo contrario. 
Nuestra pensadora era un hervidero de ideas y sugerencias. Más de una vez dio la impresión de que solo vivía para dar respuestas, sea cual sea el tema en cuestión. Su verbo quedaba en la médula de uno, motivándolo a ver la vida y sus vicisitudes de otras maneras. No era para menos, ella no solo hablaba desde la experiencia de la palabra, también desde la experiencia vital en la que, por ejemplo, libró lucha contra el cáncer de mama entre 1974 y 1977. Esa Sontag pensante y vital, la encontramos en esta joyita: Susan Sontag. La entrevista completa de Rolling Stone de Jonathan Cott. 
Estamos ante un rescate que nos permite tener en bandeja a una autora en estado de gracia. Por primera vez tenemos la entrevista completa, no el tercio de la misma que apareció en Rolling Stone en 1979. Uno termina de leer el libro y lo asocia como parte de la obra de la autora, porque tanto ella como su entrevistador, pusieron de lo suyo para que esta entrevista-río sobreviva. Prueba de ello es que pasados treinta años, las respuestas de la ensayista siguen manteniendo frescura y lozanía, debido a que lo suyo no era solo el saber enciclopédico, sino que también fue una intelectual interesada en el cine, las modas, el rock y todo lo que tuviera que ver con la cultura del consumo. En sus preguntas y opiniones, Cott motiva a la escritora a que brinde lo mejor de sí, por ello, cada respuesta viene acompañada de extensas digresiones que nos ubican en el centro del pensamiento de la autora para luego dirigirnos a un envidiable laberinto conceptual, hijo natural de la cultura oceánica. 
Pues bien, en estas respuestas no solo tenemos a una pensadora comprometida con su inteligencia. Lo que eleva a Sontag a un estado de perdurabilidad es su compromiso con los tópicos que aborda. Es decir, hablamos de una intelectual coherente, que no se solazaba únicamente en la formulación de ideas y en la hechura de discursos que contentaran a la academia y al público interesado. Sontag se exigía un compromiso. Su discurso venía acompañado de la coherencia que le permitió lograr una legitimidad que muy pocos intelectuales, al igual que hace cincuenta años como hoy, pueden alcanzar. Esta consecuencia la convirtió en una figura de relevancia y respeto a nivel mundial, incluyendo a quienes no sintonizaban con sus posturas ideológicas. 
Por otra parte, una publicación como esta es una prueba más de la categoría de género literario con el que deben ser asumidas esta clase de entrevistas que abordan las vidas de los autores, los procesos de sus poéticas y que van más allá de la mera información. Estas entrevistas están llamadas a quedar, ya superaron la barrera del tiempo. 



Publicado en Buensalvaje 16


viernes, agosto 14, 2015

mujeres

Si algún futuro tiene este país, y si este país no es menos mierda y corrupto, se lo debemos a sus mujeres. A esas mujeres que no dependen de nadie, solo de sus capacidades y furia para salir adelante. He tenido la suerte de conocer a mujeres de todas las edades, todas ellas con un ánimo de lucha y carentes de conformismo. 
Por más que se nos diga que estamos avanzando como país, y por más que haya idiotas que crean esa mentira, este no será lo que dicen que sea hasta que no se le reconozcan a las mujeres derechos fundamentales, siendo ellas las únicas responsables de sus destinos, tal y como pasó ayer en las calles del Centro Histórico, cuando vi a miles de mujeres marchando a favor de la despenalización del aborto por violación. 
Obvio, algún lector no peruano del blog se mostrará sorprendido por lo que está leyendo, pero así son las cosas en este país, en donde sus bases legales y el espíritu dizque democrático que las alimenta están de cabeza. Bases legales que desde que tengo uso razón no han dejado de estar a favor del hombre y ese espíritu dizque democrático que no es más que un discurso demagógico que las ha engañado por generaciones, bajo la promesa de que llegará el día en que sean tratadas igual que los hombres. 
Las cosas no van a cambiar de la noche a la mañana. En realidad, la lucha que libra la mujer en el mundo entero es ardua y de acuerdo a su contexto, siendo sus problemas otros, no tan primarios como los que luchan las mujeres peruanas, que ahora se manifiestan en una generación que, para bien de todos, no se calla y que sin pensarlo mucho sale a protestar. 
Aquellos que fuimos paralelos testigos de la marcha de ayer, presenciamos la metáfora de lo que es la mujer peruana hoy en día: en primer lugar, la última reserva moral del país; en segundo, su ingenio para saber protestar, digamos que con estilo, llamando la atención hasta del más reacio y cavernícola, que deja sus fines hormonales para estar de acuerdo con una causa que el sentido común pide apoyar; y tercero, su mágica naturaleza salvaje para no quedarse callada ante los atropellos, tal y como se vio ayer ni bien la policía comenzó a replegarlas, persiguiéndolas con insultos y gases lacrimógenos. Cualquiera hubiera pensado que allí acababa la manifestación, pero no, ciudadano de a pie, nuestras mujeres se les enfrentaron a los policías, sea vestidas, desnudas o semidesnudas. Había que ofrecer una resistencia y ellas supieron resistir, hasta en las peores condiciones mostraban estilo y un encendido y contestatario ánimo festivo. 
Esta marcha, como me lo supongo, será ninguneada por los medios de comunicación, que la están pintando como una manifestación de un par de centenares, cuando lo cierto es que hubo miles de mujeres en las calles. Lo que hicieron viene generando un eco y de ese eco también se cuelga hasta la Primera Dama. Los medios son mezquinos, lo sabemos, pero más poderoso que estos es la radio Bemba, esa voz del ciudadano que se ha dado cuenta de que es el momento de apoyar una causa, un reclamo justo en todos los sentidos y que debe honrarse legalmente, que de suceder, se lo deberíamos a las mujeres como las que salieron ayer.


jueves, agosto 13, 2015

341

 Muchas personas se quejan del frío, no niego que no haga frío, pero mi organismo ha hecho de mí un hombre caluroso que detesta el calor. Hace unas horas, mientras veía una película sobre mujeres dedicadas al ballet, sentí mucho calor, demasiado. Esta sensación la había estado sintiendo desde días antes, pero lo de esta madrugada sí fue el arribo a lo insoportable. Siempre tengo calor, pero nunca antes lo he sentido de esta manera, que hizo que me desnudará y tratará de dormir así. 
Hay pues una anécdota sobre Cabrera Infante, que no pudiendo contener la furia que le deparaba el silencio, desafío al frío londinense y se quitó la ropa para escribir el primer borrador de Mapa dibujado por un espía, en donde diría lo que hasta ese momento no se podía decir de la represión castrista en Cuba. Obviamente, mi desnudez no obedecía a arranques literarios, aunque me puse a escribir varios textos, intercalándolos. En esa situación estuve durante un par de horas, ayudado y protegido por la voz de Bob Dylan. A eso de las cinco volví a arroparme y me puse a releer a Cabotín, en especial sus crónicas y artículos literarios. 
Un grande Cabotín. Un grande que debe salir de los predios de la academia e insertarse en el imaginario de los lectores peruanos. Circula en algunas librerías Obras reunidas de Cabotín, magnífico trabajo de Miguel Ángel Rodríguez Rea sobre esta suerte de escritor total. Lo de Cabotín no solo fue el periodismo, también la novela, el cuento, la poesía y el teatro. En novela, tiene una que es toda una delicia: Cartas a una turista
“Volvamos a Cabotín”, me repetía y es lo que pensaba mientras venía en el Metropolitano, listo para hacer funcionar ahora así la librería. Cruzando la Plaza San Martín, aún con la epifanía de los artículos de este escritor modernista peruano, me acordé de llamar a mi amigo Paul, para preguntarle cuándo podría tener más libros de su editorial, porque Izquierda Unida de Alvarito se ha agotado, literalmente voló ese poemario que no es una maravilla poética, pero que sí está muy bien y del que sí puedo recomendar su lectura. Así juega este pechito: lee libros, no personas, no importa qué cosas sean sus autores.


miércoles, agosto 12, 2015

340

No me imaginé que el post anterior iba a generar una suerte de reacciones verbalmente violentas y algunas risibles. Como decía Nabokov, “el estilo es la biografía de todo escritor”, entonces, bajo este principio puedo detectar a las posibles personas detrás de algunos comentarios. En especial, me llama la atención aquel que me llamó “Enemigo de la izquierda peruana”. Lamentablemente, no le puedo decir nada a ese pobre idiota que se ve afectado por cada texto que aparece en este blog, prefiero hacerlo en persona cuando lo vea por ahí. Por ello, lo dejo haciendo lo que mejor sabe hacer porque para esto sí tiene suficiente tiempo: hablarle mal de mí a mis amigos por mails y mensajes de Face. 
Sin embargo, no todo es malo. Anoche, mientras regresaba a casa, tomando agua mineral en el taxi, me puse a pensar en las jornadas de manifestaciones que tuvieron lugar en Lima y en varias ciudades del Perú a fines de los 90, cuando los jóvenes de aquel entonces, al menos los pensantes y comprometidos, nos organizábamos contra la dictadura fujimorista y sus intenciones de quedarse en el poder cinco años más. Claro, no es lo mismo, pero valen las comparaciones, puesto que esos meses de jornadas intensas fueron una especie de “Mayo del 68 limeño”. 
El taxi avanzaba lentamente porque el tránsito estaba jodido en la entrada de la Vía Expresa. A esa hora empezaba a jugar la “U” por la Copa Sudamericana. Inevitable no pensar en mi papá, que es un férreo hincha crema. Quería llegar a casa cuanto antes y así ver el partido junto a él. 
A medida que sorteábamos el tráfico, veía a algunos hinchas cremas que seguían haciendo cola, muchos de ellos felices, y claro, como ya se ha hecho costumbre, muchas mujeres o en grupo o con sus parejas que iban a alentar al equipo que debía ganar a un entusiasta club venezolano. La presencia de las mujeres, como también ese ánimo festivo grupal, hizo que pensara más en las jornadas de protesta contra Fujimori. La idea del “Mayo del 68 limeño” se hizo más fuerte, de igual modo mi malestar por la ausencia de una novela que recreara o se alimentara de esos meses en los que aparte de convicciones democráticas, hubo también mucho sexo y amor. Así es, hubo mucho sexo y amor al final de esas jornadas en las que no pocos terminaban en algún hostal barato, parque o bajo la complicidad nocturna de una calle solitaria. 
No soy hincha crema, pero acompañé a mi papá hasta el tercer gol crema. El partido ya estaba decidido y me fui a cuarto, con la idea en seguir en la epifanía de un posible “Mayo del 68 limeño”. Busqué entonces entre mis películas una de Oliver Assayas, quizá uno de los directores actuales que más sigo. No me costó mucho esfuerzo dar con Aprés Mai, o Something in the Air, o Después de mayo, como gustes llamar a esta joyita del director francés. 
La película, es obvio, no va sobre el “Mayo del 68” francés, sino de los estertores que este dejó años después. Vemos en ella a un joven llamado a Gilles, estudiante con vocación de pintor, que forma parte de las brigadas de protesta contra un estado represor que lleva a cabo medidas que aseguren que no vuelva a repetirse las protestas de años atrás. Assayas se centra en parte en su protagonista, a través de él canaliza el sentimiento de una generación que quiso repetir la hazaña de la década anterior, sin embargo, por más que intentan hacer las cosas, ya sea por medio de la venta de fanzines o el hecho de pegar pancartas revolucionarias en las paredes de los centros de educación, no pueden despertar la indignación de sus contemporáneos. A su modo, Gilles lucha contra esa abulia, del mismo modo con el pesar interior que lo embarga. Lo suyo es pintar, pero también se ve imposibilitado de amar, pese a que hay dos chicas que lo quieren pero que no están dispuestas en pasar su juventud a su lado. 
No me canso de ver esta película. Cada nueva visión me genera una opinión distinta y la que tuve esta mañana yacía en el recuerdo de aquellos patas y chicas que conocí, quienes después de la recuperación de la democracia, no demoraron en volver a sus intereses. Obviamente, ya no había razones mayores por las que protestar, pero había cosas importantes por las que sí. Por más que se hicieron intentos por volver a repetir esas jornadas, estos esfuerzos no volvieron a tener el impacto que se esperaba. Una pena, sí,  aunque no mayor a que no se tenga hasta hoy una novela sobre aquellos meses revolucionarios.


martes, agosto 11, 2015

superioridad moral

En estos días he visto las reacciones de varios intelectuales peruanos, ya sea por medios virtuales, impresos y de forma presencial, a razón de un artículo de Fernando Rospigliosi, publicado en El Comercio. 
No es para menos, pienso, puesto que Rospigliosi encara a la doble moral de la izquierda peruana, en especial en los párrafos finales de su texto. 
Al respecto, puedo decir algunas cosas, que tengo presente porque he estado leyendo en la hemeroteca de la BNP los periódicos nacionales del 2010 y el 2011, como quien refresca la memoria sobre la campaña electoral a la presidencia que ubicó Ollanta Humala en el sillón de Palacio de Gobierno. 
Rospigliosi subraya una característica nefasta de la izquierda peruana: su discurso condimentado de superioridad moral. 
En lo personal, la superioridad moral de la izquierda peruana es algo que me genera más de un dolor de cabeza. Como también indignación, porque la gente más corrupta que he visto en mi vida, y que en contados casos he tenido el disgusto de conocer en persona, han pertenecido a la izquierda. También he conocido gente corrupta de la derecha, no tanto como en la izquierda, pero al menos estos se cuidan de no estar creyéndose los representantes morales, no se alucinan los ciudadanos comprometidos que tienen la razón y que solo en ellos está la solución que tanto necesita el país para salir de la injusticia y el subdesarrollo. 
Lo he dicho más de una vez: si este país fuera normal y sus intelectuales de izquierda fueran personas normales, yo sería un abierto y declarado seguidor del discurso de izquierda peruano. Lamentablemente no es así, nunca ha dejado de exasperarme la doble moral de nuestra izquierda y me apena decirlo porque tengo muy buenos amigos que se identifican y defienden la causa de la izquierda. Cada vez que hablo con ellos, yo, sin ser de izquierda, me siento más defensor y difusor de la misma que mis amigos y conocidos zurdos. 
Para mí, muchas cosas se rompieron en esa campaña del 2010 – 2011. Me alejé de los viejos y jóvenes izquierdistas por inmorales, y el motivo de mi alejamiento se debió al punto que aborda Rospigliosi, el cual justifica este post: si eres de izquierda (en realidad, si eres una persona con valores y con sentido común), no puedes apoyar a un potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Así de simple es la figura. Pero esta figura importó poco o nada a la los izquierdistas de entonces, que a lo bestia creyeron en un plan de gobierno capitaneado por un tipo manchado en sangre. El apoyo a Humala no era más que una negación de los principios que tanto decían defender. La actitud ante ello era mirar para otro lado, era formar una fuerza, una trinchera, seguramente en un inicio pequeña pero a la vez coherente con sus principios. 
No es poca cosa. Los intelectuales izquierdistas peruanos se hacen llamar los defensores de los derechos de los menos favorecidos, pero al momento patentar esa defensa, se nublan y llevan a cabo esa defensa de acuerdo a oscuros intereses, llámale intereses ideológicos. Por esta razón, cuando veo a esos izquierdistas que apoyaron día y noche a Humala, o sea, a un sospechoso de violación de derechos humanos, al que hoy en día critican, y que no contentos con eso tienen la sinverguenzería de brindar otra alternativa política en vistas de las próximas elecciones, no puedo sino sentir asco por ellos. Obviamente, uno se puede equivocar, y si te equivocas, por lo menos brinda una disculpa y una autocrítica públicas, de acuerdo a la reciprocidad del apoyo que tuviste con un potencial sospechoso de violación de derechos humanos. Eso es lo mínimo que deben hacer nuestros intelectuales de la izquierda peruana. Solo así tendrá consecuencia ese discurso de llamarse intelectuales comprometidos.