sábado, febrero 27, 2010

Poema de Martín Roldán Ruiz: "No soy poeta, soy barra brava"

Hace varios meses tuve la oportunidad de compartir mesa, en Yakana Bar, con mi amigo el narrador Martín Roldán Ruiz (GENERACIÓN COCHEBOMBA y ESTE AMOR NO ES PARA COBARDES). Si la memoria no me es tramposa, participamos en la presentación de la penúltima edición del fanzine Poetas del asfalto.
Martín, en vez de leer un cuento, nos sorprendió con un poema de alto voltaje lírico, “No soy poeta, soy barra brava”.
Para los que aún no lo saben, él es también uno de los principales dirigentes del Comando Sur de Alianza Lima. Ahora, no piensen que el poema que leerán es una loa al club de fútbol más grande del Perú. Para nada. Por sobre todo es un poema sobre los desgarrados amores generados por la pasión, no necesariamente futbolera.
Por cierto, Martín estrena columna en DT de El Comercio, hoy sábado. Clic aquí.

...

No soy poeta
Soy barra brava

Ya te darás cuenta cuán distinta es la distancia
Que dos goles ni tres palabras
Son suficientes para avivar una esperanza

Que mil besos se borraron
Y una llamada te esquiva la mirada

Que el Sol era mar en las mañanas tempranas
Y las fotos tomadas quedarán como prueba de las palabras

Que dos no son igual que uno
Que el decir
No es lo mismo que el demostrar
Y que escrito está:
Una mentira jamás vencerá a la verdad

No soy poeta
Soy barra brava

He cantado junto a mil corazones
Y te he amado igual
He besado todas las pasiones
Y volvería a pecar
He matado cincuenta veces
Pero tú sabes
Que eso no me hace más

Porque te sentaste en mis piernas
Diciendo
Gracias por las noches
Por la sinceridad

No soy poeta
Soy barra brava

Y mi cruz es querer
Como odio al enemigo
Como quiero al amigo
Tú sabes
Como lo fui contigo

Pero nada de eso te basta
Para voltearte la mirada
Para que sientas el latir otra vez
En los parques, en los malecones
En donde pasábamos las horas muertas
De nuestras pasiones

No soy poeta
Soy barra brava

Ya te darás cuenta en la mañana
Que el poema no se inspira para dos
Que el sentir es para una sola vez
Y que las promesas se olvidan
Por las culpas del ayer

Porque no sabes cómo duele el perder
Por uno
Por dos
Por tres a cero
Que el empate no cuenta
Y que el ganar se limita
A sonrisa de rosas en tu puerta

Duele mucho el perder
Pero igual
Cuando anheles el detalle
Acá estaré
No en las fotos ni en el papel
Estaré entre los cantos y banderas
Que flamean con tu nombre
Mi amor

Mejores blogs literarios - Canal-L

Hace unos días se dieron a conocer los ganadores del concurso virtual convocado por Revista de Letras. Aprovechando la ceremonia de presentación, Ernesto Ulloa, director de Canal-L, conversó los con los organizadores y bloggers ganadores. Como ya sabemos, el blog Moleskine Literario de Iván Thays, obtuvo la mayor votación en la categoría de Mejor Blog de Crítica Literaria del Extranjero. Tampoco olvidemos que el blog de la editorial Cascahuesos de Arequipa fue nominado a Mejor Blog Editorial.
Ahora, me interesa resaltar los conceptos de los bloggers en cuanto a, precisamente, las ventajas de administrar un blog. En lo personal no dejo de creer en las inmensas posibilidades de difusión que deparan los blogs, siendo uno de los “secretos” la persistencia, siempre y cuando te guste.

EL ASEDIO, de Arturo Pérez-Reverte - Adelanto

A lo largo de los años he escuchado todo tipo de barbaridades en cuanto a la producción narrativa de mi maestro Arturo Pérez-Reverte. Casi siempre las descalificaciones a su poética provenían de colegas de oficio, ya sean latinoamericanos y españoles; solo los grandes, los verdaderos, no caían en esa aberrante muestra de sentimiento menor. Que P-R no ha leído nada. Que P-R escribe por dinero. Qué P-R se refocila en lugares comunes... En fin.
Leer a P-R no deja de ser una experiencia aleccionadora, aun en sus novelas menores. Leyéndolo uno no solo se engancha con lo que nos cuenta, sino también se bebe de todo lo que ha leído, y vaya que ha leído, mucho más que la sarta de mezquinos que lo menoscaban. Puede sonar hasta jalado de los cabellos, pero tengo la seguridad de que esa tirria tan característica de la parrillada de egos del mundillo literario en general, no obedece a diferencias y pareceres literarios, sino a una detectable envidia que se revuelve en el vientre de los que jamás serán. A P-R le envidian el éxito y la pinta. Eso es. Ese es el punto del asunto.
Vía El cultural me entero de la salida de su nueva novela, EL ASEDIO. Los que han tenido el privilegio de haberla leído, me dicen que es monumental. Ojalá no demore en llegar a librerías limeñas.
Por lo pronto, y como para picar el diente, un capítulo.

...

Es a la física y la experiencia donde hay que acudir -dice Hipólito Barrull-. Buscar lo sobrenatural es absurdo, en nuestro tiempo.
Rogelio Tizón escucha atento mientras camina despacio, baja la cabeza, mirando el empedrado de la plaza de San Antonio. Sostiene bastón y sombrero entre las manos cruzadas a la espalda. El paseo le despeja la cabeza después de tres partidas de ajedrez en el café del Correo: dos ganadas por el profesor, y la tercera en tablas.
-Interrogar a la razón -resume Barrull.
-La razón se parte de risa cuando la interrogo.
-Analice el mundo visible, entonces. Cualquier cosa antes que creer en abracadabras.
Mira el comisario alrededor. El sol se ha puesto ya, y la temperatura es más agradable a medida que oscurece el cielo sobre las torres vigía y las terrazas de los edificios. Hay algunos coches y sillas de manos estacionados frente a la confitería de Burnel y el café de Apolo, y mucha gente pasea por el lugar y la cercana calle Ancha con la última luz del día: familias acomodadas de las casas cercanas, vecinos de los barrios populares próximos, niños que corren y juegan al aro, clérigos, militares, refugiados sin recursos que buscan con disimulo puntas de cigarro en el pavimento. Se solaza la ciudad, tranquila y confiada, entre las medias columnas, los naranjos y los bancos de mármol de su plaza principal, disfrutando del lento anochecer de verano. Como de costumbre, la guerra parece muy lejana. Casi irreal.
-El mundo visible -protesta Tizón- me dice que cuanto le acabo de contar a usted es cierto.
-Así será, entonces. A menos que el mundo visible lo engañe, cosa que también puede ocurrir. Tenga en cuenta que a veces se dan coincidencias fortuitas. Efectos con causas aparentes que en realidad les son ajenas.
-Son ya cuatro casos concretos, profesor. O tres y uno. Los vínculos están a la vista y la relación es evidente. Pero no alcanzo a descifrar la clave.
-Pues tiene que haberla. No hay movimientos espontáneos en el orden de las cosas. Los cuerpos actúan unos sobre los otros. Cada alteración se debe a razones visibles u ocultas... Nada existe sin ellas.
Dejan atrás la plaza, siempre despacio, camino del Mentidero. Empiezan a encenderse luces tras las celosías de las ventanas y dentro de algunas tiendas que siguen abiertas. A Barrull, que vive solo y cena poco, se le antoja un bocado de tortilla de berenjena en el colmado de la calle del Veedor. Entran y se acodan un rato en el mostrador, junto a un candil encendido que humea aceite sucio, entre las cajas de productos ultramarinos y las botas de vino. El profesor con una chiquita de pajarete y el policía con una jarra de agua fresca.
-En términos generales, su asesino no es un hecho aislado -continúa Barrull mientras espera que le sirvan su plato-. Cada ser humano se mueve según la propia energía y la procedente de los cuerpos de los que recibe impulsos. Siempre hay una causa que mueve a otra. Eslabones.
Llega la tortilla, jugosa y humeante. El profesor le ofrece a Tizón, que niega con la cabeza.
-Piense en los hombres antiguos -añade Barrull-. Veían planetas y estrellas moviéndose en el cielo, y no sabían por qué. Hasta que Newton habló de la gravitación que los cuerpos celestes ejercen unos sobre otros.
-Gravitación...
-Sí. Atracciones o causas que durante siglos pueden escapar a nuestro entendimiento. Como la relación entre esas bombas y el asesino. Su gravitación criminal.
Mastica el profesor un trozo de tortilla con aire de reflexionar sobre sus propias palabras. Al cabo mueve vigorosamente la cabeza, afirmativo.
-Si un cuerpo tiene masa, cae -prosigue-. Si cae, golpea a otros cuerpos y les comunica movimiento. Si tiene analogía, actúa con ellos. Todo son leyes físicas. Incluyen a hombres y bombas. Un sorbo de vino. Al trasluz del candil, Barrull estudia satisfecho el contenido de su copa y bebe otra vez. Al retirarla de los labios, su rostro caballuno sonríe a medias.
-Materia y movimiento, como pedía Descartes. Y constituiré el mundo... O lo destruiré.
-Ahora se produce el hecho -apunta Tizón- adelantándose a la bomba.
-Eso sólo ha ocurrido una vez. Y no sabemos por qué.
-Escuche. El asesino ha matado por cuarta vez. De manera idéntica. Y resulta que, al poco rato, la bomba llega al punto exacto. ¿De verdad cree que la casualidad tiene algo que ver?... Justamente es la razón la que me dice que la conexión existe.
-Tendrá que esperar a una segunda comprobación.
Después de aquello, los dos guardan silencio. Tizón se ha puesto de lado, mirando hacia la puerta de la calle. Cuando se vuelve de nuevo hacia Barrull, ve que éste lo observa pensativo. Tras el reflejo del candil en los cristales de sus lentes, los ojos entornados brillan con extremo interés.
-Dígame una cosa, comisario... Si en este momento pudiera elegir entre capturar al asesino o darle otra oportunidad para confirmar su teoría, ¿qué haría usted?
Tizón no le responde. Sosteniendo su mirada, mete la mano en el bolsillo interior de la levita, saca un cigarro habano de la petaca de piel de Rusia y se lo pone entre los dientes. Luego ofrece otro al profesor, que niega con la cabeza.
-En el fondo es usted un hombre de ciencia -concluye Barrull, divertido.
Deja unas monedas sobre el mostrador y salen a la calle, donde se desvanece la última luz. Otras sombras caminan sin prisas, como ellos. Ninguno de los dos despega los labios hasta llegar al Mentidero.
-El problema -dice Tizón por fin- es que ahora se reduce mucho la posibilidad de una captura directa... Antes podíamos confiar en atraparlo vigilando los puntos de caída de las bombas. Ahora es imposible prever nada.
Seamos lógicos, argumenta Barrull tras pensarlo un poco. El asesino ha matado cuatro veces, y en tres ocasiones la bomba cayó antes. La última, sin embargo, llegó después. Es imposible establecer si hay una falsa asociación desde el principio, error o simple azar, que lo invalidaría todo. Una segunda posibilidad es que se trate de una constante real: una serie interrumpida o alterada por el azar o las circunstancias. La tercera es que se haya producido un cambio de norma, signifique lo que signifique eso. Una nueva fase del asunto cuyo origen escapa de momento al análisis, pero que en alguna parte tendría su explicación lógica. O al menos, que no repugne al sistema natural del mundo en que policía y asesino viven.
-Ojo con la palabra azar, profesor -advierte Tizón-. Usted mismo suele decir que es una excusa común.
-Sí, es cierto. La que requiere menos esfuerzo. A menudo, o quizá siempre, recurrimos a ella para camuflar nuestro desconocimiento de las causas naturales. De la ley inmutable cuya estrategia oculta mueve peones en el tablero... Para justificar efectos visibles en los que somos incapaces de advertir orden o sistemas.
Tizón se ha detenido para rascar un lucifer en una pared. Ahora aplica la llama a la punta del cigarro.
-Todo puede suceder si lo maquina un dios -murmura, soplando humo para apagar el fósforo.
En la oscuridad no distingue la expresión de Barrull, pero escucha su risa.
-Vaya, comisario. Sigue dándole vueltas a Sófocles, por lo que veo.
Recorren el Mentidero a lo largo, en dirección a la muralla y el mar, entre más bultos oscuros de gente que forma corros sentada en los bancos, sillas y mantas extendidas en el suelo, a la luz de candiles, farolillos y velones puestos en vasijas de cerámica o vidrio. Desde que llegó el buen tiempo, algunas familias de los barrios más expuestos a los bombardeos vienen a pasar las noches al raso por esta zona, en la plaza y en el cercano campo del Balón, sin que falten vino, guitarras ni conversación hasta las tantas.
-Veamos, entonces -considera Barrull-. Como la razón rechaza que alguien sea capaz de predecir de forma consciente y con exactitud el lugar donde caerá una bomba, y arreglárselas para matar allí, sólo queda una posibilidad: el asesino intuyó el punto de la explosión... O, dicho en términos científicos, actuó impulsado por fuerzas de atracción y probabilidades cuya formulación se nos escapa.
-¿Quiere decir que él no sería más que elemento de una combinación?
Podría ser, responde el otro. El mundo está lleno de ingredientes sueltos, en apariencia sin relación entre sí. Pero cuando ciertas mezclas se acercan a otras, la fuerza resultante puede producir efectos sorprendentes. O terribles. Combinaciones de las que no se ha descubierto la clave. Seguramente el hombre prehistórico quedaría pasmado al ver surgir fuego donde hoy basta mezclar limadura de hierro con azufre y agua. Los movimientos copuestos no son más que el resultado de una combinación de movimientos simples.
-Su asesino -concluye Barrull- sería en este caso un factor físico, geométrico, matemático... Qué sé yo. Un elemento en relación con otros: víctimas, localización topográfica, trayectoria de las bombas, quizá contenido de éstas. Pólvora, plomo. Unas estallan y otras no, y él sólo actúa cuando estallan, o van a estallar.
-Pero sólo cuando las bombas no matan.
-Y eso nos complica las preguntas. ¿Por qué en unas sí y otras no? ¿Elige, o no lo hace? ¿Qué lo lleva a actuar en los casos en que lo ha hecho?... Sería instructivo interrogarlo, desde luego. Estoy seguro de que ni él mismo podría responder a esas preguntas. Quizá a alguna, pero no a todas. Nadie podría hacerlo, supongo.
-Hace tiempo me dijo que no podemos descartar a un hombre de ciencia.
-¿Lo dije?... Bueno. Con esto de la muerte anticipada no estoy seguro. Podría ser cualquiera. Incluso un monstruo estúpido y analfabeto reaccionaría ante determinados estímulos complejos; aunque algo debe de haber en su cabeza que actúe de modo científico. Una leve claridad crepuscular recorta el espacio entre el parque de artillería y el cuartel de la Candelaria, al final de la plaza. Ya se perciben los destellos lejanos del faro de San Sebastián, que acaba de encenderse. El policía y el profesor llegan hasta la pequeña glorieta del paseo del Perejil, cerca de la noria, y tuercen a la derecha. Hay gente inmóvil junto a la muralla, mirando desaparecer la sutilísima franja rojiza que aún perfila la línea costera al otro lado de la bahía.
-Sería interesante estudiar lo que contiene esa cabeza -dice Barrull.
Brilla la brasa del cigarro en el rostro del policía.
-Lo haré tarde o temprano. Se lo aseguro.
-Confío en que no se equivoque de persona. En caso contrario, preveo malos ratos para algún infeliz. Siguen camino en silencio, más allá del baluarte, adentrándose por los árboles de la Alameda. La iglesia del Carmen está a oscuras, con las puertas cerradas y sus dos espadañas elevándose sobre la imponente fachada envuelta en sombras.
-Recuerde, de todas formas -añade el profesor, sarcástico-, que el tormento acaba de ser abolido por las Cortes.
Eso dicen, está a punto de replicar Tizón. Pero se calla. [...]

viernes, febrero 26, 2010

Estremecedores suicidios de la literatura

Así lo hayan leído o no, el suicidio de David Foster Wallace (en la imagen) afectó a muchos. Su muerte acaeció tres días después de que leyera ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS (tres años antes había leído ese tratado sobre la adicción el consumo llamado LA BROMA INFINITA (precio: 189 soles), que pude devorar gracias a las gestiones de un conocido, que me la prestó por dos semanas).
DFW era el escritor joven que capitaneaba una excelente generación de narradores norteamericanos, integrada por Jonathan Lethem, Michael Chabon, entre otros. Muchos amigos me llamaron para preguntarme qué libro suyo leer, y solo me limitaba recomendarles ENTREVISTAS BREVES…; otros, en tono sarcástico, me pedían que no lea a autores contemporáneos, que no los comentara en el blog, ya que no tardaban en irse al más allá.
Precisamente sobre los suicidios en la literatura estuve conversando con una amiga hace unos días. Abordamos los ocurridos en el imaginario local, en especial si fue suicidio o no el de Juan Ojeda, extraordinario poeta del sesenta al que deberíamos valorar más, y considero que ya es hora que tengamos otra edición de ese canto del límite existencial llamado ARTE DE NAVEGAR. También hablamos de los suicidas de otras tradiciones, especulando sobre sus impulsos internos que los llevaron a tan tremenda determinación, que en algunos casos hasta fue liberadora.
Buscando textos sobre el tema, encontré un extenso artículo de Victoria Márquez Torres, “Los que se apearon en marcha: los más estremecedores suicidios de la literatura”, publicado en la revista Qué Leer de España. Échenle una mirada porque la verdad no tiene pierde.

En El mito de Sísifo, Albert Camus, que murió en un accidente sin ningún viso de suicidio, escribía nada más empezar: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Y añade: el acto del suicidio “se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra”.
Pero, ya antes que Camus, también el poeta alemán Novalis había escrito: “El acto filosófico por excelencia es el suicidio; en él se asienta el principio real de toda filosofía…Sólo este acto responde a cualquier condición y lleva las marcas de una acción trasmundana”. Filosofía realizada; en el suicidio se consuma y se disuelve la filosofía.
El anhelo romántico
Aunque la práctica se remonta a la noche de los tiempos, el Romanticismo marca un punto candente en el suicidio literario. Este movimiento cultural supuso una ruptura crítica con el pasado racionalista, ruptura que coincide con la crisis de la conciencia europea. Un ejemplo: el poeta y dramaturgo alemán Heinrich von Kleist (1777-1811), autor de El príncipe de Hamburgo, un alma ardiente arrastrada por una irrefrenable pasión por lo absoluto. Según cuentan sus biógrafos, nunca se mostró más alegre que cuando anunció a su prima que iba a matarse. ¿Y Gerard de Nerval (1808-1855)? Su biografía es apasionada y novelesca como pocas. Lleno de talento, poeta, magnífico traductor (Goethe se leía en la traducción de Fausto que Nerval había hecho al francés), también se abandona a la noche. “No me esperes esta tarde, porque la noche será negra y blanca”, había dicho a una tía suya al despedirse. Al día siguiente apareció ahorcado en un callejón del viejo París.
El suicidio no sabe de geografías. En Portugal podrían citarse igualmente muchos casos: Antero de Quental, Camilo Castelo Branco o Mario de Sá-Carneiro, el gran amigo de Fernando Pessoa, que tuvo una muerte que reviste los rasgos de una pesadilla. Antes de suicidarse, escribe a Pessoa esta misiva: “Pero no hagamos ya más literatura (…). Adiós. Si mañana no consigo la estricnina en dosis suficientes, me arrojaré al metro… No te enfades conmigo”. En la vorágine de una crisis sin retorno, el aún joven poeta, vestido con un traje de etiqueta, hallará la muerte mediante una fuerte dosis de veneno. Si Castelo es un romántico, Sá-Carneiro encarna el desgarro del siglo pasado, su infinita locura y su irremediable soledad.
El surrealismo, especialmente en Francia, también es otro momento álgido. En el segundo número de la Revolution surréaliste (1925) se planteó esta encuesta: “¿Es una solución el suicidio?” Sea solución o no lo sea, los nombres de Jacques Vaché (1896-1919), gran amigo de André Bretón, entronizado por éste como uno de los protomártires del surrealismo y que murió de una sobredosis de opio en el Hotel de France de Nantes; Jacques Rigaut(1899-1929) y René Crevel (1900-1935) ocupan un puesto en ese singular martirologio.
Aunque no sólo los surrealistas se sumaron a la muerte súbita. Pierre Drieu La Rochelle (1893-1945) –que acabó quitándose la vida–, en Fuego fatuo (Louis Malle llevó la novela al cine), nos presenta otro tipo de suicida: aquél que no es capaz de encontrar un sentido a su relación con los hombres… Y tan fascinado estaba ya este escritor por la idea que, en un escrito suyo dedicado a un amigo suicida, no duda en afirmar: “Morir es lo más hermoso que podías hacer, lo más fuerte, lo más”.
Protesta, rito o grito
El suicidio de Sylvia Plath (1932-1963), una de las poetas norteamericanas más reputadas del siglo XX, supuso un terremoto para una familia marcada para siempre por el estigma del dolor y el desconsuelo. Plath se suicidó el 11 de febrero de 1963, cuando contaba treinta años. Se levantó de madrugada, preparó el desayuno a sus hijos, que dormían en la habitación de al lado, tostadas y leche caliente, que dejó sobre la mesa. Después selló las rendijas de la ventana con los trapos de cocina y abrió la espita del gas. No ahorró un detalle sobrecogedor: el paño que colocó en el horno para no tener que apoyar la cabeza directamente sobre el metal.
Mucho se ha escrito y se ha especulado sobre la muerte de Plath. Unos dicen que el fallecimiento de su padre, en 1940, supuso un trauma que nunca llegó a superar; otros, sin embargo, aducen que la infidelidad de su esposo, uno de los grandes de las letras británicas, Ted Hughes, que la abandonó por la poetisa Assia Wevill, fue la causa determinante para que Plath acabara con su vida. Recientes estudios señalan que Sylvia sufría un trastorno bipolar y que la medicación actual le habría salvado la vida.
Seis años después, la familia Hughes/Wevill vivió otro episodio luctuoso, después de que Assia siguiera los pasos de Sylvia abriendo la espita del gas y quitándose la vida. En este caso, Wevill no murió sola, se llevó por delante a una de sus hijas, Shura, de apenas cuatro años. Eso ocurrió el 23 de marzo de 1969. 46 años después, Nicholas Hughes, el hijo menor de Sylvia, profesor universitario de Ciencias del Mar en la Universidad de Fairbanks, se suicidó colgándose de una soga en su casa de Alaska.
Primo Levi (1919-1987) se lanzó al vacío por el hueco de un ascensor donde vivía, en el barrio de La Crocetta, en Turín, sin dejar carta de despedida. Anne Sexton (1928-1974), cuyo nombre real es Anne Gray Harvey, respiró el humo de su coche, en el garaje, hasta morir, vestida únicamente con un abrigo de piel que había pertenecido a su madre.
Marina Tsvietáieva (1892-1941), una mujer que sufrió lo indecible, se ahorcó, de pura desesperación, en el pueblo de Elábuga, con la misma cuerda con la que Boris Pasternak había sujetado sus pobres pertenencias en la estación de Moscú, al despedirla. Días antes había intentado encontrar trabajo por enésima vez. Su solicitud, dirigida al soviet de Litfond, es un documento demoledor para la historia de la literatura rusa: “Ruego que se me dé trabajo como lavaplatos en el comedor de Litfond que va a abrirse”. Pero la dirección dudaba si contratar a una antigua emigrante, esposa de Serguéi Efrén, un ser pusilánime, incapaz de proteger a su familia y responsable de su desdichado regreso a la Unión Soviética. Efrén adquiere talla humana cuando, torturado por la policía de la mayor maquinaria de exterminio que ha conocido la humanidad, se niega a acusar a su mujer y se ciñe a la verdad de los hechos una y otra vez, a pesar de su lamentable estado físico y psíquico. Le fusilaron en octubre de 1941. Y ahí la gran Tsvietáieva, la poeta que había hecho del amor al prójimo su única bandera (“yo soy la que ama”), se hundió. Su última carta fue para su hijo Mur, de dieciséis años; en ella le decía que comprendiera su decisión porque “esto ya no soy yo”. Unos meses antes, pensando en su propio destino y en el de tantos otros, escribió: “Y mi ceniza será más caliente que su vida”.
Yukio Mishima (1925-1970) es ya un símbolo; su suicidio por el ritual del seppuku, una ofrenda a la muerte, es un acto de valor y lucidez único. Asqueado de una época mediocridad, era, según Truman Capote, un hombre jovial, aunque extraordinariamente sensible. En un famoso autorretrato, aquél en el que Capote dice de sí mismo: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”, nos explica el escritor americano que se quedó atónito cuando, en una biografía del escritor nipón, aparecida después de su muerte, se le atribuían las siguientes palabras: “Ah, sí. Pienso mucho en el suicidio. Y conozco a muchas personas que seguramente se suicidarán. Truman Capote, por ejemplo”. Y éste comenta: “Creo que le falló la intuición; yo jamás tendré el valor de hacer lo que él hizo…”. ¿Lo tuvo?
Otro caso singular es el de John Kennedy Toole (1937-1969), autor de La conjura de los necios. Creyéndose un escritor fracasado, se suicidó a los 32 años.
Pero, para quisquillosos, el fino poeta colombiano José Asunción Silva (1865-1896), que antes de suicidarse visita al médico para que éste le dibuje sobre el pecho el lugar exacto del corazón en donde se deberá alojar el disparo que le ocasionará la muerte. Antes, aún se acordó de dejar abierto Il trunfo della morte, de D´Annunzio.
El autor a un suicidio pegado
La vida de Horacio Quiroga (1878-1937) es una concatenación de hechos trágicos que marcarán el devenir de su paso por la Tierra. Su padre se mató de un escopetazo en un accidente de caza. Sus dos hermanas, Pastora y Prudencia, murieron muy jóvenes de fiebres tifoideas. Su padrastro, Ascencio Barcos, se suicidó delante de él. El propio Horacio mató a su mejor amigo accidentalmente de un disparo de pistola (la crónica cuenta que Quiroga estaba examinando el arma que Federico Ferrando acababa de comprar para batirse en duelo). Casó con Ana María Cirés y nunca debería haberlo hecho, porque consideraba al matrimonio un continuado trato entre desconocidos y escribió: “La luna de miel fue un largo escalofrío”. Ana María se suicida envenándose con una dosis de sublimando, al parecer insuficiente, ya que agonizó durante ocho días. Su segunda esposa, María Elena Bravo, lo abandonó llevándose a la hija de ambos. La inhumanidad de la selva (que él amaba), su infancia espeluznante, no ya el desamor sino su teórica imposibilidad de sentimentalidad entre hombre y mujer, y la muerte en todas sus variantes son las luces de su obra literaria. Fue maestro del tremendismo (en La gallina degollada, un matrimonio se reprocha las taras de cuatro hijos subnormales y bestializados que acaban destripando y comiendo a la única hija sana de la pareja.) Horacio Quiroga siempre sufrió dispepsia y antes de los 60 años un médico le diagnóstico cáncer de estómago. En la madrugada del 19 de febrero de 1937 puso fin a su vida ingiriendo una dosis de cianuro potásico. La historia turbulenta del poeta no terminó con su muerte, ya que sus dos hijos, Eglés y Darío Quiroga, se suicidaron en 1938 y 1951 0 1952, respectivamente, utilizando los mismos procedimientos que su padre.
Casos sonados y sangrantes
Pero los dos suicidios más legendarios del siglo pasado son sin duda los de Virginia Woolf (1882-1941) y Cesare Pavese (1908-1950). En la biografía que le dedicó su sobrino, Quentin Bell, hijo de su hermana Vanessa, se nos dice que Virginia dejó una nota en el mantel y salió hacia las once y media; “dejando el bastón en la orilla del río Ouse, se metió una voluminosa piedra en el bolsillo de su abrigo. Acto seguido se dirigió hacia la muerte, la única experiencia –como le había dicho a Vita– que nunca podré narrar”.
A Cesare Pavese, autotitulado “maestro en el arte de no gozar”, lo que le empujó a la muerte fue saber que su vida se había vaciado de sentido y el encontrarse agotado. “Mientras hay un proyecto, no hay existencia absurda”, escribió el poeta. Pero, ¿si nos falta? Pavese dejó también, en su diario, una última anotación. He aquí lo que en ella dice: “Lo que tememos más secretamente ocurre siempre… Basta un poco de valor…Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
Entre las muertes más estremecedoras está la de Emilio Salgari (1862-1911), que murió desangrado en un bosque a las afueras de Turín, tras una angustiosa agonía en la que intentó una y otra vez degollarse con una navaja de barbero.
Suicidas de barras y estrellas
El escopetazo de Ernest Hemingway (1899-1961) es ya legendario. El gran aventurero de la vida y de la literatura sabía que sus días estaban contados (cosa que, por otra parte, sabemos todos). El suicidio de su padre fue en su día una experiencia profunda. Vitalista de la doctrina y de la práctica, su obra está presidida por la muerte.
Jack London (1876-1916), seudónimo de John Griffith London, cuyo origen biológico es incierto (se le supone hijo de una vidente y de un astrólogo), también buscó la muerte cuando la gloria y el dinero le sonreían. Muchos ven en él al precursor de Hemingway. Autodidáctica, rebelde, romántico. Spencer, Charles Darwin, Karl Marx y Nietzsche influyeron en su actitud vital. Revolucionario y derrochador. Gastó, gastó, gastó. Nunca perdonó a una sociedad que le hizo sufrir de forma atroz en su infancia.
Como se sabe, los escritores norteamericanos afrontan su profesión a cuerpo limpio. Muchos de ellos realizaron su aprendizaje en la vida y el éxito, cuando lo alcanzan, viene determinado por la aceptación del público. La incidencia de los poderes públicos es nula, pues en modo alguno entiende el poder –al menos, el poder político– que sea su misión tutelar, para solapadamente luego dirigir, la vida cultural del país. Y, así, como debe de ser, a la intemperie y lejos del presupuesto, el escritor encara la ardua aventura de las letras. Es el público quien, justo e injusto, decide siempre.
David Foster Wallace, la gran promesa de la narrativa estadounidense, se ahorcó en 2008 en su casa. En alguna ocasión había pedido que le protegieran de su propia pulsión de quitarse la vida. Foster, de 46 años, estaba considerado como el mejor cronista del malestar actual de la sociedad norteamericana gracias a obras como La broma infinita o Entrevistas breves con hombres repulsivos
Entre Rusia y España
Serguéi Esenin (1895-1925) y Vladimir Maiakovski (1893-1930) se relacionan por más de un motivo. A primera vista era Maiakovski el que parecía más rudo, más elemental si se quiere, más épico también. Esenin era más lírico, más campesino, aun bajo la apariencia brutal con que a veces se revestía. Se define a sí mismo como golfo, pícaro y gamberro. Gran aficionado a la bebida, se ahorca al término de tres días de borrachera, presa de un ataque de locura, después de escribir unos versos con su propia sangre. Esenin, a su vez, nos dirá que en esta vida morir no es nada nuevo, que lo difícil no es morir, sino seguir viviendo…
La lista es inabarcable, pero la figura de Stefan Zweig (1881-1942) también debe figurar en ella. La experiencia de la guerra y la decadencia de Europa bajo el nazismo fue mortal para este noble espíritu. Antes de acabar con su vida envenenado en Brasil escribió: “Creo que lo mejor es finalizar, en un buen momento y de pie, una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro, y la libertad personal el bien más preciado de la Tierra”. Y su despedida terminaba: “Saludos a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer de Europa después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes”.
En el apartado español del suicidio literario hay por último ejemplos muy impactantes. El caso de Ángel Ganivet (1865-1898) arrojándose en Finlandia, donde ejercía de cónsul, a un río helado es ya un símbolo en la España del 98. O el de Gabriel Ferrater (1922-1972), que a punto de cumplir cincuenta años se suicidó atándose una bolsa de plástico a la cabeza. Aunque el suicida español más legendario es Mariano José de Larra (1809-1837). Como él mismo dice al final de su artículo: “¡Aquí yace la esperanza!”. Es decir, aquí está enterrada su propia esperanza. Su vida. Ya que la vida no le dio, a él y a tantos otros, tregua, que ahora descansen en paz.

jueves, febrero 25, 2010

Poema: "Para los Apristas"


La tarde del miércoles estuve sumergido en los periódicos de la hemeroteca de la BNP. Páginas sepias que me presentaban la chocante y risible historia política peruana. Principalmente revisé periódicos de la década del sesenta, en uno de 1962 encontré este poema, “Para los Apristas”, que comparto con los lectores de este blog.
Ojo: tengo buenos amigos apristas, los quiero mucho; pero me siempre me ha fastidiado la matonería y el abuso. Va para los malos apristas.

...

Con perdón del novelista
Señor Ciro Alegría.
Yo también voy a escribir
sobre otros perros hambrientos,
estos son gordos y ruines
y con cuernos en la frente.
Cual manada de langostas
se comen el Presupuesto
se hacen nombrar como alcaldes
para hacer mil chanchullos
se reparten Embajadas
y también las carreteras.
No hay secta más vengativa
ni en el África ni el Asia
que aquella maldita secta
que llaman secta del Pueblo
pobre de nuestro Perú
si el Apra nos gobernara
fusilamientos y atracos
incendios y chavetazos
habrían por todas partes,
nuestro ejército disuelto
y sus jefes convertidos
en chicharrones gigantes
¿a quiénes no masacraron
estos salvajes del odio?
a sacerdotes y jefes
a oficiales y soldados
a periodistas de fama
y a padres de muchos hijos
prefectos y detectives
cayeron sin compasión,
y una matrona honorable
por defender a su esposo,
acribillada a balazos
quedó tendida en la calle.
Un Presidente elegido
por el pueblo del Perú
en elecciones más puras
que jamás fueron vistas,
fue también asesinado
por esa secta maldita
se juegan su última carta,
con barajas duplicadas
tienen todo preparado
para el caso de perder,
dicen tener armamentos
y bastante municiones.
A los búfalos apristas
les gusta la sangre humana
por más juramentos que hagan
seguirán matando gente,
aprista que nombra a Dios
seguro está con el diablo.
Ancianos del año ochenta
recordamos bien la historia
la que no se enseña ahora
ni por plata ni por oro,
y no nos vengan con cuentos
Que hoy se repite la historia

miércoles, febrero 24, 2010

MI AMIGO STIEG LARSSON - Adelanto

Un amigo me pasa el enlace de una nota en El País, en la que podemos leer un adelanto de MI AMIGO STIEG LARSSON, de Kurdo Baksi. El libro empezará a distribuirse mañana jueves en España.
Su lectura no deja de ser polémica en ningún sentido, los fragmentos consignados vendrían a ser el backstage de la trilogía Millennium. Y no tengo la más mínima duda que de que siguen comiendo de Larsson, aunque los datos son alucinantes, puesto que nos ayudan a visualizar los demonios de un extraordinario contador de historias que recomiendo con todas mis fuerzas leer.
...

Dudo mucho que cuando Stieg consiguió un puesto de ilustrador gráfico en la agencia de noticias Tidningarnas Telegrambyra, la TT, ya se imaginara el tiempo que iba a estar vinculado a ella. Aunque él siempre defendía la importancia de la TT como un actor independiente del panorama periodístico sueco, la verdad es que albergaba una extraña combinación de amor y odio hacia su trabajo. Seguro que, en cierto modo, él lo veía como una forma de vengarse de quienes le habían denegado el ingreso en la Escuela de Periodismo en el otoño de 1972. Ahora él les iba a enseñar que sus estúpidas normas de acceso les habían hecho perder a un periodista que podía medirse con cualquiera.
El periodista mandó el manuscrito a la editorial de una conocida, quien lo rechazó sin leerlo
Fueron esas ansias de venganza las que provocaron que, ya el mismo día en el que entró por primera vez por las puertas de uno de los rascacielos de Hötorget, la plaza en la que se ubica la TT en los años setenta, tuviera preparado un plan: trabajaría en todo lo que hiciera falta -ilustraciones, diagramas, fotografías, maquetación- para, con el tiempo, convertirse en un periodista como la copa de un pino.
Sin embargo, las cosas no salieron en absoluto según sus planes; no se dedicó a ninguna de las tareas a las que él esperaba dedicarse, y la dirección no mostró ni el menor interés por las ideas de Stieg. (...)
He consultado los archivos digitales de la TT para intentar rastrear los artículos de Stieg: la primera vez que aparece su nombre es en enero de 1982. (...) No son muchos los artículos extensos que escribió. Sólo he dado con veinticinco, redactados, todos ellos, entre 1992 y 1999. (...)
Muchas veces los responsables de la TT no parecían saber cómo tratar a este rebelde empleado procedente del norte que tan pronto podía transformarse en un irreconciliable y combativo guerrero como antojárseles, más bien, un enfurruñado colegial en el rincón más apartado del patio de escuela. Nunca sabían si haría caso a su reglamento ético.
Tampoco debemos eludir el hecho de que, en ciertas ocasiones, Stieg se saltara considerablemente el reglamento. Así, por ejemplo, siendo periodista de la TT escribió algunos artículos que hablaban de las amenazas que él mismo recibía... Nadie pareció darse cuenta. O a lo mejor nadie tuvo fuerzas para discutir con él y se lo dejaron pasar. Un rápido vistazo al archivo de la agencia pone de manifiesto que entre 1992 y 1999, Stieg, en calidad de colaborador de Expo, se entrevistó a sí mismo en cinco ocasiones.
Fue precisamente esa falta de imparcialidad, relevancia y neutralidad en sus textos lo que hizo que su presencia en TT resultara complicada. (...)
Por si fuera poco, había empezado a investigar un viejo caso judicial, que luego sería conocido como el caso Joy Rahman y que trajo como consecuencia que, en 2002, Rahman fuera puesto en libertad y recibiera una indemnización. Rahman, que había trabajado en el servicio municipal de asistencia domiciliaria, fue condenado a cadena perpetua por estrangular a una mujer de 72 años en cuya casa prestó sus servicios. A pesar de que el Tribunal Superior negó la revisión del caso, Stieg estaba convencido de que Rahman era inocente. A Stieg le costó mucho digerir la sentencia. Pensaba que yo, por el simple hecho de ser periodista, debería ser capaz de probar su inocencia. Stieg, de un golpe, dejó caer sobre mi mesa más de mil páginas de material. Las leí todas pero no me convencí de la inocencia de Rahman. A Stieg no le gustó mi posicionamiento.
-Te vas a quedar sin premio nacional de periodismo -dijo.
En 2007, Rahman fue encarcelado por asesinar a un hombre en Bangladesh. Me pregunto qué habría dicho Stieg al respecto. (...)
Qué duda cabe que había algo eléctrico en la simple presencia de Stieg: tan sólo con interpretar las señales que él emitía, toda su existencia se iluminaba. Pero si uno malentendía sus intenciones, era capaz de quemar todo lo que se pusiera en su camino, incluido él mismo. Colaborar con él era un sueño y, al mismo tiempo, una pesadilla. (...)
La producción literaria de Stieg empezó con La extrema derecha, una obra que se ha convertido en todo un clásico. La escribió en la primavera de 1991, junto a la periodista Anna-Lena Lodenius. Nunca se ha publicado en Suecia nada semejante. (...) La colaboración entre ambos escritores no estuvo exenta de problemas: los dos tenían muy diferentes maneras de enfrentarse al material. Stieg no quería adoptar una actitud neutra hacia nazis, racistas y xenófobos; de ahí que recurriera cada dos por tres a términos como chalados, psicópatas, zoquetes (una de sus palabras favoritas) e idiotas. Anna-Lena me ha hablado de lo difícil que se le hacía colaborar con Stieg. Ella opinaba que la forma de actuar de estos individuos dejaba bien patente la clase de personas que era, pero Stieg siempre quería usar un lenguaje fuertemente condenatorio. Al final, la colaboración entre ambos se hizo insostenible y, tras haber escrito al alimón el prólogo de la segunda edición, dejaron de trabajar juntos. (...)
Varias fueron las veces que le aconsejé a Stieg que escribiera libros solo, pero nunca quiso escucharme; para él era importante encontrar nuevos colaboradores. Y la verdad es que no sé muy bien por qué, ya que a la enorme facilidad que tenía para irritarse y ofenderse hay que añadir que luego siempre acabara haciendo las cosas a su manera. (...) Supongo que hasta a un lobo solitario le pueden entrar ganas de tener compañía. (...)
La primera vez que me habló de su afición literaria fue en el otoño de 1997, año en el que creo que escribió el primer capítulo de Los hombres que no amaban a las mujeres. El dinero que ganara con sus libros lo destinaría a ayudar a otras personas. No le interesaba llevar una vida de grandes lujos. Ni si quiera creo que hubiera sustituido su negra bandolera por un maletín más grande.
Además, acometer una empresa de ese calibre encaja bien con su espíritu guerrero. Aunque él siempre decía que le resultaba relajante escribir ficción. En mitad de la noche, cuando todos los demás dormían, Stieg se quedaba escribiendo en su despacho. Fue así, en plena noche, como nació Stieg Larsson, el escritor de novela negra. (...)
En verano de 2003 empezó a referirse cada vez más a las novelas, pero no me mencionó que acababa de mandar los manuscritos a una editorial. De eso no me enteré hasta poco antes de la Navidad de aquel mismo año cuando, de pasada, me comentó que había enviado un manuscrito a Piratförlaget. ¿Por qué precisamente a esa editorial? Porque uno de los propietarios era Liza Marklund, quien, tras haberse convertido en una exitosa escritora de novela policiaca, había defendido la misma línea que Stieg en su debate sobre la opresión de las mujeres que tuvo lugar en el año 2002. La editorial tardó mucho tiempo en responder y, cuando finalmente lo hizo, fue en forma de una breve carta de rechazo. La confianza de Stieg en Liza se redujo aún más cuando la invitó a redactar un capítulo sobre la opresión de mujeres y ella no contestó.
Stieg le dejó leer los manuscritos a su amigo Robert Aschberg, que, aparte de ser un conocido periodista, era también editor responsable de Expo. Fue él quien puso sobre aviso a la editorial Norstesdts, que, tras leer las novelas de un tirón, firmó con Stieg un contrato para publicar los tres libros. (...)
A mí me parece que Stieg recuerda más a Lisbeth Salander, sobre todo en cómo desconfía de las autoridades y en su reticencia a hablar de su pasado. Para ambos, la infancia es un recuerdo que no les gusta compartir con nadie. Y luego está el hecho de que los hábitos alimentarios de Lisbeth sean tan malos como lo eran los de Stieg. Claro que tampoco a Mikael Blomkvist se le ve demasiado interesado por la cocina. (...)
Una de las razones que más peso tuvo a la hora de que Stieg se decidiera a escribir la trilogía Millenium hay que buscarla en algo que ocurrió un día de verano de 1969. En un cámping de la ciudad de Umeå. Nunca he querido hablar de lo que sucedió ese día, pero lo cierto es que, en este contexto, resulta inevitable. Aquello afectó mucho a Stieg; no en vano se halla presente en los tres libros como un Leitmotiv.
Aquel día de verano, Stieg, que por entonces contaba quince años, vio cómo tres de sus amigos violaban a una chica de su misma edad. Sus gritos eran terribles, pero, aun así, Stieg no intervino. La lealtad que les tenía a sus amigos era demasiado grande. Y él demasiado joven, demasiado inseguro. A pesar de ello, resultó inevitable que, a toro pasado, él se diera cuenta de que podría haber intervenido a impedido, tal vez, la violación.
Unos días más tarde, torturado por sus sentimientos de culpa, se puso en contacto con la chica. Ella vivía no muy lejos y Stieg sabía quién era. Cuando le pidió perdón por su cobardía y su pasividad, la joven, llena de amargura, le contestó que no aceptaba sus disculpas.
-Nunca te perdonaré -le dijo ella con una voz a duras penas contenida.

Edward Bunker (Mr. Blue), el escritor de novelas policiales


En el blog La trinchera cósmica, de mi amigo Montero Glez (su gran novela SED DE CHAMPÁN puede encontrarse en Ibero, y pido desde este espacio a los distribuidores de Mondadori que repongan lo antes posible CUANDO LA NOCHE OBLIGA, que me falta leer), doy con el post Mesilla de noche, en el que nos detalla las últimas pinceladas que viene realizando a su nueva novela PISTOLA Y CUCHILLO, de la que sus lectores tenemos muchas expectativas luego de su arrolladora PÓLVORA NEGRA (ganadora del Premio Azorín de Novela 2008 y publicada por todo lo alto por Planeta).
Como todo escritor que se precie de serlo, Montero es un tremendo lector. El amor por la lectura es lo que nos une, suficiente con eso, no entran a tallar nuestras evidentes diferencias ideológicas. Y no tengo reparos en aceptar que no pocas veces pirateo sus recomendaciones librescas para inmediatamente ir tras ellas. El referido post no es pues la excepción, ya que encuentro un dato que seguramente a más de uno llamará la atención.
Quiero creer que todos hemos visto la película RESERVOIR DOGS, de Quentin Tarantino. ¿Se acuerdan del matón Mr. Blue? Pues bien, no tenía la más mínima idea de que el actor que lo interpretaba, Edward Bunker (1933 -2005), también fue un reconocido escritor de novelas policiales, de la mejor vertiente del Hard Boiled, a las que nutría con su durísima experiencia de vida. En el post Montero da cuenta de las novelas NO HAY BESTIA TAN FEROZ y STARK. Si quieren comprar estas novelas de Bunker, clic aquí.

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A raíz de los comentarios en esta Trinchera, relacionados con Bakunin y su lectura aristotélica y donde se viene a decir que la situación transforma los caracteres en la tragedia, he de ponerme de parte de los que saben que la corrupción del artista va relacionada con las aspiraciones burguesas que el artista asume. Cuanto mayor sea la aspiración, mayor será la intensidad de la tragedia en la que el artista se vea envuelto.
Nunca será igual un artista glotón de focos grandes que otro que llene sus apetitos con linterna, no sé si me explico. Por si acaso, yo prefiero mantenerme en las sombras; alejado de los cenáculos literarios, las presentaciones y todo ese jaleo. La vida literaria me produce picor de pies. Soy artesano; mantengo una relación gustosa con mi trabajo que practico a mano, como el que se hace pajas. De ahí que me cueste tanto eyacular cuando se trata de poner por medio el cacharrito. Pero ese es otro cantar. Lo que vine a decir es que desde hace tiempo me viene rondando el porqué del aburguesamiento de los novelistas célebres, llegando a la conclusión de que la ficción es una variedad literaria que practican con maestría los conservadores, esto es, la derecha, pues trastocar la realidad siempre ha sido su práctica.
Siguiendo con lo mismo, en estos días releo a Vargas Llosa, su Conversación en la Catedral. Repaso los diálogos ebrios, la maestría del peruano cuando se trata de poner a hablar a los personajes frente a unos vasos que emborrachan sus recuerdos. Llevo tiempo repasando los diálogos de esta gran obra, ejercitándome con ellos para vertebrar la novela que ahora termino: Pistola y cuchillo. El discurso que mascullan los personajes de una novela no ha de tener una palabra de más. El lector puede agotarse y Vargas Llosa lo sabe. Por ello convierte una conversación en el hilo conductor por el que se va tejiendo un tapiz cruzado de vidas.
Al igual que hace el viajero cuando busca el retorno, cuando llega la noche vuelvo a la novela negra; leo a James Ellroy, otro facha, y al William R. Burnett, facha también, y al Budd Schulberg, este último un chota, además de facha y un hijo de la gran puta, pero que se purificó escupiendo su culpabilidad sobre la hoja en blanco, de ahí la temática social que destilan sus novelas. Así lo interpreto yo. Por ejemplo, en Más dura será la caída retrata las luces y las sombras del boxeo. No hay que olvidar que Budd trabajó como guionista de La Ley del silencio de Elia Kazan, otro chota, otro hijo de puta. Tampoco hay que olvidar que junto a Kazan, el muy membrillo acusó a sus compañeros. Para hacerles un chirlo en la cara a ambos. Con todo y con eso, yo los disculpo. Eran grandes artistas.
Puestos a juntar placeres, literatura y cine, he de confesar que en los últimos tiempos me he enviciado con Edward Bunker, el mismo que hizo de Mr. Blue en Reservoir Dogs de Tarantino. Un pájaro de los bajos fondos, trullero y embaucador que ya contó su vida en La educación de un ladrón y ahora vuelve con dos novelas casi al tiempo. No hay bestia tan feroz es la primera y la otra se titula Stark.
En No hay bestia tan feroz, el protagonista Max Dembo vuelve a su casa después de haber estado un tiempo a la sombra. Como no sabe hacer otra cosa se dedica a planear palos. Luego está el fondo, el retrato social de lo chungo Un pozo ciego con hipodérmicas afiladas directas a chutarte un buen pico. Sólo tienes que asomarte y dejarte caer. Edward Bunker, que sabe de lo que escribe, se pega un paseo entre la delincuencia más bajuna y la sangre más infecta, mostrando que la propiedad y el robo son hijos de un mismo coño.
En Stark, el novelista Edward Bunker vuelve a poner a brillar a la mierda con esa calidad de diamante que sólo él transmite. Stark es un canalla enganchado al que le ponen cachondo los coches y las putas de lujo. Bunker cuenta a Stark desde la orilla del desastre y sin respiro. Mirándolo bien o sabe hacer otra puta cosa. A Stark le pasa lo que a mí, pero con una diferencia: Que yo no tengo aspiraciones burguesas. Con una buena novela y posición horizontal no le pido más al mundo. Si además tengo lectores como vosotros, me doy por satisfecho.

martes, febrero 23, 2010

Martes 23: Presentación de PLAYAS, de Carlos Calderón Fajardo

Borrador Editores se complace en invitarlos a la presentación del libro PLAYAS de Carlos Calderón Fajardo.
Comentarios a cargo de: Katya Adaui y José Donayre
Luego acompáñenos compartiendo un brindis de honor.
En PLAYAS, Carlos Calderón Fajardo nos regala dos libros en uno. "De un mar cercano" reúne cuentos donde uno ve morir a las ballenas, o comprueba el viaje por el tiempo de un bañista. La nostalgia de una Punta Hermosa llena de veraneantes se entremezcla con el humor de dos ancianos esperando la ola perfecta. Lepideptorólogos obsesionados por encontrar una mariposa en Ancón, comparten páginas con un domador de culebras en Màncora. "Las playas de la familia de Musollini", son relatos sobre las costas imaginarias de Marcel Proust, Roberto Bolaño, Tagore, entre otros. Cuatro emos vestidos de negro se pueden encontrar con el cadáver varado en la playa de J.G.Ballard, o Truman Capote puede descubrir que está veraneando junto a la familia Mussolini.
Y es que dentro de las páginas de este libro hay un mar oculto, un mar donde bañamos nuestras existencias para salir con otra mirada. La del que ha entrado en las olas de otros mundos y tiene que acostumbrarse otra vez a la realidad. Pocas veces la literatura peruana se ha encontrado frente a un viaje tan alucinante.

lunes, febrero 22, 2010

Cuento de Orlando Mazeyra Guillén: "La prostitución de las palabras"

Tuve el enorme gusto de presentar LA PROSPERIDAD RECLUSA (Cascahuesos, 2009), el segundo libro de cuentos de Orlando Mazeyra Guillén, en el marco de la última edición de la Feria del Libro Ricardo Palma.
Como dije en mi recuento literario, considero que es hora de prestarle mayor atención a la producción narrativa del arequipeño MG. Se trata de un narrador con las cosas bien claras en cuanto a su oficio. Los interesados en LPR, pueden leer esta reseña de Francisco Melgar Wong, publicada en Luces de El Comercio.
Hace varios días, Orlando me mandó un relato inédito, "La prostitución de las palabras". De los doce que recibí, el suyo destacó de lejos.
(Por cierto: la convocatoria sigue abierta, ya sea para cuentos y fragmentos de novela, y poesía también. No importa si tienes libro editado. El texto no debe ser mayor a las 1500 palabras, y lo posteo en lfdls siempre y cuando me guste o me parezca interesante.)




(…) Buscando un sentido
a una práctica tan antigua
como la prostitución de las palabras
que nos llevan a todos cuesta abajo
y arriba y abajo y arriba
y por un lado como sacos de mierda
directo al fondo de los placeres redimidos (…)

Daniel Rojas Pachas



¿Cómo comenzó todo esto? Recuerdo que cuando sólo restaban un par de días para el día de mis cuarenta años, el cartero llamó a la puerta de mi departamento, para entregarme un paquete de libros que, junto a una risueña tarjeta de cumpleaños, me enviaba mi hermana Adela desde algún rincón de Palma de Mallorca.
Todos eran libros de ficción y, también, del mismo autor. Es por eso que, sintiéndome partícipe de un absurdo y efímero juego de lotería, tomé al azar uno de los cuatro y me sumí en el placentero viaje de La tregua. Viaje del que, al parecer, no retornaría nunca.
Me bastó menos de una tarde terminar de leer esa novela disfrazada de diario personal. Pero –ahora debo reconocerlo sin ambages–, me tomaría mucho más tiempo asimilar la caterva de repercusiones que tuvieron en mí esas páginas que, de alguna manera que hasta el día de hoy no llego a comprender con precisión, me aguijonearon para que tomara decisiones poco meditadas y –según mi abuela, que casi nunca falla– totalmente descabelladas que le darían otro talante a mi porvenir.
Al cerrar el libro, no sé por qué, me acordé de la cafetería de letras de la Católica, de los consejos de Bryce, la avenida Javier Prado por la noche, la biblioteca de Los Reyes Rojos durante el día, y la casa de los abuelos en Chacarilla del Estanque. Después de ese abrupto desfile de imágenes ya todo estaba dicho. Por eso lo decidí sin permitir resquicios para duda alguna: voy a darme una tregua y sanseacabó. El día seis renuncio y, apenas pueda, me regreso a Lima para escribir mi primera novela.
Creí, en primera instancia, que mi argumento (no el de la novela que pensaba escribir, por supuesto, sino el que utilizaría para justificarme frente a los escépticos de la literatura) era irrebatible: después de una década de trabajo ininterrumpido en una ciudad que, a pesar de sus encantos, no era la mía; tenía todo el derecho del mundo de tomarme un año sabático que me permitiera volver a casa para hacer lo que siempre quise (y nunca pude hacer a tiempo completo): comparecer ante la hoja en blanco y pedirle que fuera mi cómplice en este honesto intento de luchar contra mí mismo –para ser más exacto, contra la otra mitad de mí que renunció a lo que una vez, la unidad toda de mi ser, creyó irrenunciable: escribir–. El duelo, sin duda, sería encarnizado. Sabía muy bien que sólo tenía chances de ganar si conseguía escribir algo que valiera la pena de ser leído. Es por eso que no había nada mejor que una hoja de papel para poder manifestarle, sólo a ella, lo que sentía. Y sentía que todas mis fuerzas estaban concentradas a fondo en la tozudez de aprender a escribir de una vez por todas... y para siempre.
Todo quedó celosamente planificado para el día de mi cumpleaños. En la mañana recibí un previsible y generoso agasajo de todos mis compañeros que culminó con la consabida apertura de regalos: lapiceros, agendas para el próximo año, una pequeña cafetera, pañuelos, un cuadro con vivos motivos incaicos, etcétera. Y cuando volví, ya renunciante, de la oficina de César Lazarte, Gerente General de Michell, abrí el editor de texto y rompí fuegos redactando las primeras dos palabras de mi tan ansiada tregua personal:
Lo hice.
Recuerdo que entré con cierto temor a su espaciosa gerencia. Terminó de hablar por teléfono con un cliente de Canadá y me reiteró sus buenos deseos en esa fecha tan especial y me prometió una decorosa mejora en mi salario para el verano entrante. Yo le agradecí el detalle con un gesto condescendiente y le entregué mi carta de renuncia sin hacer mayor comentario.
¿Por qué te vas?, preguntó al terminar de revisarla. Porque quiero darme una tregua, le dije sintiéndome soberanamente tonto. No te entiendo. Porque quiero escribir, respondí convencido. ¿Escribir qué cosa? Una novela, señor Lazarte, quiero ser escritor. Una sonrisa incrédula moduló su semblante: dejémonos de bromas, Duarte, y no perdamos el tiempo porque hoy tiene que salir todo el pedido de Lacoste, tú sabes que estamos muy atrasados con esa cuestión. El pedido saldrá de todas maneras hoy, señor, y yo me iré dentro de un mes, pues me parece un plazo prudencial para entrenar a mi sustituto.
Se puso de pie y empezó a caminar por la oficina tratando de atajar su enojo: no necesitabas recurrir a este tipo de artimañas para solicitar un aumento, nunca me han gustado las presiones, Duarte, deberías ser más directo conmigo. No son presiones, le aclaré, son decisiones: tengo mucho cariño por la empresa, he cumplido ya diez años acá y en todo este tiempo me he dado por entero, pero mi decisión nada tiene que ver con la cifra de mis ingresos mensuales, señor Lazarte. Se trata de los afectos, mis afectos. ¿Qué afectos?, preguntó y se encontró con mi silencio más irrevocable.
No quise quitarle más el tiempo y me retiré de la gerencia general. Regresé a mi escritorio y, luego del "Lo hice" en medio de la pantalla, me puse a escribir mentalmente algunas líneas que serían la antesala, algo así como los gérmenes de mi novela.
¿Dicen que te vas?, me preguntó Lucía. La noticia había corrido como reguero de pólvora por toda la oficina. Incluso algunos pensaron que, en un arrebato descomunal, había tomado la decisión justamente esa mañana, y llegaron hasta el disparate de felicitarme por ser tan cabalístico: cuando renuncias el día de tu santo te ganas la lotería o viajas al extranjero, eso nunca falla. ¿Acaso hablaban en serio? Otros pensaron lo de siempre: que detrás de mi decisión sonreía una mejor oferta laboral. Bien que te lo tenías guardado, ¿no?, me dijo Gabriela, la encargada de personal. No tengo nada guardado, rectifiqué muy cortante. Ya pues, seguro es una minera: ¿Cerro Verde o Southern? Nada de nada, de ahora en adelante quiero hacer nada, ¿me entiendes? Bueno, bueno, si no quieres contarme, no insisto, pero no es para que me digas mentiras. Está bien: te estoy mintiendo, soy un mentiroso entonces.
Pasados los treinta días y habiendo entrenado a medias a mi sustituto, fuimos a El Ancla, una acogedora cevichería cercada por chacras que le dieron un tono bucólico a mi despedida de Michell. En medio de mixtos, parihuelas y las pantagruélicas jaleas, nos contamos chistes, rescatamos historias compartidas, frustraciones sentimentales y un sinnúmero de anécdotas por las que habíamos pasado en la oficina del barrio de San Lázaro (que, según escuché, era el más antiguo de Arequipa). Los vasos de cerveza helada iban y venían y la melancolía puso también su buena tajada: eché a llorar emocionado y les dije que no quería irme, pero que igual me iba, la decisión ya estaba tomada. Luego vomité dos veces. Me contaron que después resbalé en el baño y que me llevaron cargado a mi departamento. Al día siguiente seguí vomitando. Por la tarde acudí al aeropuerto y separé un pasaje para la mañana siguiente.
Me despedí de los amigos más queridos: el señor Ramírez de la librería Aquelarre; Villeguitas, el mecánico de mi auto; dona Crecencia, la señora que me arrendaba el departamento por una cifra irrisoria; y Johanna, mi ex enamorada.
Caminé por última vez por las aceras del viejo Puente de Fierro y subí morosamente por la avenida Parra. Compré un cigarrillo llegando a La Merced y me puse a observar a la gente que estaba en el paradero de servicio urbano. Rostros cetrinos perdidos en el espacio y, en otros casos, miradas desprovistas de todo color y toda esperanza. Gentes absorbidas por la cojudez de la rutina que ignoraban que yo, sin querer, me estaba despidiendo de ellos.
Todavía ignoraba que me despediría también de la escritura. Pero esa es otra historia que empieza con un avión Boening 737 cayendo sobre las aguas del mar de Ventanilla: gentes desesperadas configurando la antesala de la muerte en sus caras, yo braceando; mujeres gimoteando y repitiendo los nombres de sus esposos e hijos; yo braceando. La atroz soledad en medio del mar y yo braceando. Hay muchos náufragos que alcanzan la fama por un día (que a veces se alarga un poco más). Sé de muchos de ellos que le cuentan sus dramas a la prensa, aparecen en los noticieros y la gente se agolpa para verlos y tomarse alguna foto o darles la mano…
Cuando por fin llegué a la orilla, supe que necesitaba una tregua de otro calibre; pues la vida está por encima de todo (fui el único sobreviviente pero nadie supo de mí porque me oculté en la casa de los abuelos). Entonces, mi renuncia laboral, y mis insondables ansias de escribir por fin la gran novela, me resultaron tan bobas e intrascendentes que ni siquiera pude llorar de alegría. Caí sobre la arena como un tronco pero me sentí un saco de mierda.
Todavía sueño con ese el día más triste y, a su vez, más feliz de mi vida. Cuando reo de la angustia más insoportable, nadaba como un poseso sin quitar la mirada a las lejanas costas del Pacífico. La fatiga era una invitación a la muerte, pero había algo en mi interior que me empujaba a seguir en la brega. Alcanzar las orillas, llegar a casa y escribir las únicas dos estúpidas palabras que podrían resumir mi vida de una manera tajante, diáfana, sin mancharla ni prostituirla:
Lo hice.
Arica, 29 de enero de 2010