martes, diciembre 31, 2013



domingo, diciembre 29, 2013



recuentos / reediciones


Después de algunos días me pongo a revisar el acontecer literario local.
Ingreso a páginas webs, blogs y uno que uno otro muro en Facebook.
Presto atención a los recuentos.
Los leo y los vuelvo a leer.
Después de un rato, no sé si reír o llorar.
Genera risa la hechura de más de un recuento. Pero llama la atención que, a diferencia de otros años, ahora presenciemos la aparición de recuentos que llevan el cintillo de Delivery.
Así es, Recuentos Delivery.
Y es para llorar que más de un incauto los celebre. Lamentablemente, estamos en la era de la celebración de la mediocridad.
En los Recuentos Delivery no hace falta leer libros. No, qué va. Para hacerlos solo hace falta ser un criollazo y jugar bien las fichas de la promoción. Y claro, saber hacerla: pones a los que tienes que poner y, al toque nomás, metes la trampa, la bazofia que también calificas como lo más destacado del año.
¿La supieron hacer? Ni hablar. Los Recuentos Delivery Perú 2013 se delatan al toque.
*
Quedo tranquilo con mi consciencia. Fue una buena decisión no hacer un balance literario del 2013. Si lo hacía, me convertía en un asesino en serie.
Ahora, no todos los recuentos están rubricados por la frivolidad y la criollada. Ni hablar. Tenemos recuentos que sí merecen leerse, no por perfectos, tampoco por indiscutibles, pero sí por coherentes. Recuentos que me permiten aseverar que los hacedores de los mismos leyeron lo que eligieron como lo mejorcito del año. Por ello, me quedo con el de José Carlos Yrigoyen en Poema Inútil, con el de Víctor Ruiz en Correo Semanal y con el de Luis Aguirre en Caretas. Tres son suficientes. No más.
*
Como ya lo dije más de una vez. El 2013 es el peor año literario de los últimos cuatro lustros. Así de remal, de hasta las huevas, estamos. Los títulos que destacan son tan pocos y contados que pierden por goleada ante la legión de publicaciones mediocres que hemos tenido la mala suerte de leer.
Pues bien, llama mi atención la poca atención a las reediciones.
Si algo bueno trajo este 2013 fue precisamente un par de reediciones de libros fundamentales para la literatura peruana contemporánea.
Y aquí ha resbalado más de uno. Casi nadie se ha dado cuenta de la importancia de El pez que aprendió a caminar de Claudia Ulloa Donoso y de Generación Cochebomba de Martín Roldán Ruiz. Si estuviéramos más atentos a nuestra literatura, a su registro permanente, y no a las campañas autopromocionales de nuestros escribas, tendríamos más de un motivo para estar satisfechos de lo que se viene haciendo. Una reedición, más aún si esta es de un joven autor en pleno ejercicio de su propuesta, es de por sí un motivo de celebración que no tendríamos que soslayar.
Pero en nuestro circuito soslayamos.
Estamos tan ahuevados que no nos damos cuenta de lo que nos perdemos.
Nos enfocamos en cualquier estupidez y no en lo que verdaderamente suma.
Veamos:
Si los cálculos no me fallan, la nueva edición de El pez que aprendió a caminar ya debe estar agotada. Su autora es quizá la más dotada de su generación, dotada con ese aura que existe y que llamamos Talento Natural. Gracias a su Pez, Ulloa Donoso ya tiene un lugarcito asegurado en el imaginario literario (y no solo peruano) en por lo menos en tres generaciones más. De alguna u otra manera, soy un testigo presencial del éxito de Generación Cochebomba, la ya mítica novela de Martín Roldán Ruiz. Cachorros, queridas, no les exagero: esta reedición se acabó en dos meses. Es una novela de culto. De todos los libros de autores peruanos surgidos a partir del 2000, este de MRR viene suscitando tesis doctorales. ¿Por algo será, no?

sábado, diciembre 28, 2013



viernes, diciembre 27, 2013



chimal style


Un libro que se publicó este año y que, según mi percepción, pasó injustamente desapercibido, fue La ciudad imaginada, del narrador mexicano Alberto Chimal.
Lo leí en su momento, hace ya varios meses, quizá en pleno contexto de la pasada FIL de Lima. Durante un tiempo pensé que se trataría de una publicación que más de uno iba a celebrar en medios, pero no, lamentablemente no fue así. Y el lamento es doble puesto que se trata de uno de esos títulos en los que aparte de disfrutar de la prosa y la propuesta del autor, nos ofrece más de un camino para aprender, y aprender de los libros de ficción, en lo que respecta a la costura narrativa e influencia, es lo que pocas veces vemos hoy en día.
Reviso la publicación, no para someterla al juicio del tiempo, en búsqueda de canas y arrugas, sino para refrendar lo que sigo pensando de nuestro periodismo cultural, que tiene en el hueveo una norma y en la exaltación de basura extranjera un alegre objetivo a cumplir. Pero no es la primera vez que esto ocurre, hace un par de años pasó casi lo mismo con Movimiento perpetuo, la obra poética completa del vate chileno Óscar Hahn. Tanto el libro de Hahn como el de Chimal han sido publicados por editoriales peruanas independientes, Lustra y Casa tomada, respectivamente, y más allá de la saludable distancia que tenga con sus editores, sería mezquino no reconocer el esfuerzo desplegado, puesto que, contra lo que se pueda pensar, no es nada fácil publicar en Perú a estos autores de reconocido nivel internacional.
*
Los relatos de Chimal llevan consigo trampas, desde que empezamos a leerlos podemos intuir a lo que nos vamos a enfrentar, pero basta una referencia, sea una descripción, un diálogo, un gesto de algún personaje, como para quedar sometidos a sorpresas nada agradables. No me refiero a desenlaces que aturdan, sino a lo que se nos cuenta mientras cuenta, en el proceso de silente descomposición que no solo sufren sus personajes (la ciudad es también un personaje), sino también los propios lectores. La prosa y el estilo del mexicano es como una luz que nos pudre sin que nos demos cuenta, prosa y estilo que se nutren de la referencia pop pero también de una tradición gótica que haríamos bien en volver a visitar o empezar a conocer, en títulos como Madame Putifar de Pétrus Borel, Venganza fatal de Charles R. Maturin, El ángel de la ventana de occidente de Meyrink y, por supuesto, en autores, pero solo en pequeñas dosis, como Lovecraft.
Chimal es todo un capo, sabe bien cómo esconder sus referencias. Y las sabe esconder porque es deudor, ante todo, del tejido narrativo de lo mejor de la narrativa breve latinoamericana. Su originalidad y desbordante imaginación no nacen de la nada, puesto que descansan en una férrea base que le permite escribir de lo que bien le venga en gana. Chimal, en relatos como “Mogo”, “Mesa con mar”, “La balanza”, la homónima que titula la publicación, “Veinte de robots” y “Los salvajes” construye un universo personal, una tradición fantástica/gótica que le permite recrear la vida moderna, una poética que más de uno debe empezar a tomar como referente.

jueves, diciembre 26, 2013



martes, diciembre 24, 2013



lunes, diciembre 23, 2013

hierba/poesía


Los lunes me levanto tarde.
Pero a diferencia de otros lunes, esta vez me desperté temprano.
Anoche estuve muy cansado y no pude responder algunos mails y mensajes de Inbox de Face. Entonces la idea era hacerlo esta mañana. Y en esas se supone que estaba, pero me puse a releer algunos poemas de la antología de Cummings Buffalo Bill ha muerto, y, muy en especial, estrené mi nueva pipa para hierba. Razones más que suficientes para desentenderme de las respuestas que debía ofrecer para no quedar como un descortés.
Terminé de fumar y de releer los poemas de Cummings.
No sé qué me gustó más, o la hierba o la relectura.
Cuando fumo hierba lo hago escuchando música o leyendo poesía. Si algún consejo tuviera que dar, este sería que fumen con el Animals de Pink Floyd.
Luego de media hora, tomé un poco de agua y me preparé café. Entonces recién pude prender a La leona loca y me puse a responder algunos mails y mensajes de Inbox.
Veamos:
“¿Cuándo reseñas Contarlo todo?”
“¿Cuándo lo del libro de cuentos de Alvarito 2?”
“¿Cuándo lo del sietemesino, que no deja de hablar de ti por Inbox?”
“¿Qué opinas del Cartel de Boston?”
“¿Y qué del Cartel de Brown?”
“¿Tan mal estamos que este año no harás tu recuento literario?”
“Soy un joven autor de provincia. ¿Puedes ayudarme: un editor de mi tierra, al que llaman “Guayabera sucia”, me viene meciendo desde hace meses, no me paga, es un conchán que se pasea por todas las ferias como si nada? No soy el único al que está meciendo. G, ayúdanos con un post, por favor”.
“¿Ya leíste lo último de Yushimito?”
Y las preguntas siguen. Pero no me distraigo, aún me faltan dos horas para ir a la chamba y quiero terminar de leer la novela de Andrés Ibáñez, La lluvia de los inocentes, que he leído entre taxis, custers y mientras esperaba en el banco. Una buena novela que ojalá te animes a leer, querido lector. Pero antes que a Ibáñez, tienes que buscar a Iris Murdoch. Esta Mujer (así en mayúscula) ha llegado para quedarse con nosotros. Apunta en tu cuaderno Loro: Henry y Cato.
Entonces, se deduce que hay cosas buenas de las que escribir y hacia ello me voy a abocar.
De lo que preguntan por mail e Inbox, fácil: reseñaré lo de Gamboa. Sobre el recuento, como bien lo dije: hacer un recuento es un arduo ejercicio de memoria, encima imperfecto, además, no quiero ser parte de una mentira. Pese a que hemos tenido libros buenos e interesantes en materia literaria, estos son insuficientes para salvar el que de lejos es el peor año literario del que tenga idea, al menos el peor de los últimos tres lustros. En este sentido, hacer un recuento es prácticamente avalar y celebrar la mediocridad. Y lo que más detesto en la vida es la mediocridad. Ahora, el cuentario de Yushimito, de hecho que lo leeré y también lo reseñaré, lo leeré a inicios del 2014 y fácil lo reseño en junio. ¿Por qué apurarse con la reseña de un libro, como si estos fueran a desaparecer, como si estuviéramos cerca del fin de los tiempos? Así como invertimos tiempo en la lectura, también deberíamos hacerlo en el proceso de pensar un libro luego de haberlo leído. Al menos, eso es lo que siempre he intentado hacer.
Y de las otras cosas que me preguntan, la verdad, no tengo el más mínimo interés en gastar pólvora en gallinazos. Que si me piensan, que si hablan mal de mí, pues qué bueno, no imaginaba que era una presencia permanente en las almas de mis tristes y risibles enemigos, por demás gratuitos, y a quienes les deseo una feliz navidad en compañía de los seres que más quieren, porque eso es lo bueno que nos trae esta fecha.

domingo, diciembre 22, 2013



sábado, diciembre 21, 2013

testimonio coral

No pensemos mucho: estamos ante la oportunidad de leer un libro sumamente importante. Importante como documento histórico. Documento, si se me permite especular, que nos ayudaría a entender y ver de otra manera los avatares de La Primera Guerra Mundial. El pueblo en la guerra de la rusa Sofia Fedórchenko. 
La presente publicación se traduce por primera vez al castellano, por cuenta de Olga Korobenko, y la tenemos entre nosotros gracias al sello español Hermida Editores. Si somos objetivos, fríos y nada calculadores, no podemos negar que estamos ante un hito histórico que nos permite entender la novelística rusa de la primera mitad del siglo pasado. O sea, lo que hay detrás de ella, de lo que la nutre, de las referencias que seguramente más de un novelista ha usado y que extrañamente no ha reconocido como una fuente inmediata. Por otra parte, Fedórchenko ha sido víctima durante décadas del silenciamiento por cuenta de la intelectualidad rusa. Hablaríamos de machismo, de mezquindad y de innumerables muestras de miserabilismo. Pero más allá de esto, lo que importa es que hoy en día esta ex enfermera ocupa un lugar destacado en el imaginario cultural de su país. 
Si tuviera que hermanar la presente publicación,  podría hacerlo con el Informe de la CVR. 
Esto no es nada gratuito. 
Las novelas, cuentarios y poemarios más celebrados y criticados sobre la violencia política peruana tienen como base los testimonios consignados en la CVR. Mediante ellos se han forjado registros narrativos y poéticos que nos permiten entender, o en todo caso cuestionar, lo que realmente ocurrió en esos años aciagos de nuestra historia reciente. En este sentido, podemos rastrear una influencia y no debe extrañarnos que más de un entendido en la materia la llame bajo el rótulo de Literatura Peruana Post CVR. 
El pueblo en la guerra fue la brújula temática para no pocos escritores rusos que recrearon los estragos de La Primera Guerra Mundial. Aquí no hay protagonistas específicos, sino más bien directos testigos anónimos, testimonios de soldados rusos heridos en el frente de batalla entre los años 1915 y 1916. Soldados rusos atendidos por la entonces joven enfermera Fedórchenko, quien tomaba nota de sus traumas e impresiones que les deparaba la guerra. 
Leemos los testimonios y por instantes creemos que estamos ante una exageración de atrocidades, pero no, no encontramos exageración de ningún tipo, sino desazón y un desolador sentimiento de traición de los soldados rusos que dan cuenta de una guerra en la que se sintieron abandonados, de una guerra en la que defendían cualquier tipo de interés menos el de la soberanía. Los testimonios que se nos presentan no son más que radiografías de la bestialidad a la que puede llegar la involuntaria degradación humana. Estos soldados no se asumen como héroes, sino más bien como víctimas y victimarios. Matan, violan, aman. Uno los lee y sospecha que ya lo has leído. E indudablemente los hemos leído en la narrativa rusa que aborda la guerra, y no necesariamente lo ocurrido durante La Primera Guerra Mundial. He allí pues el valor documental que nos entrega Fedórchenko. Pero la publicación es también el reflejo de la ética y moral de la compiladora, porque dejó hablar a los soldados, sin tomar partido, es decir, sin divinizar ni satanizar. 
Sin duda, no discutimos el importantísimo aporte que tenemos en manos. Nos adentramos como pocas veces en los cruces de la guerra, pero ello no implica que extrañemos el vuelo literario. No olvidemos que la gran mayoría de soldados rusos eran analfabetos y Fedórchenko no era precisamente una escritora de oficio. 

… 

Publicado en Lee por gusto.

viernes, diciembre 20, 2013



jueves, diciembre 19, 2013



punto de quiebre


Creo que no hay nada mejor que presentar un buen primer libro. En este caso uno de relatos.
Pero la satisfacción es mayor cuando el autor de ese libro es un amigo tuyo, a quien estimas y admiras.
*
Antes de hablar de las virtudes de la presente publicación, no puedo dejar de expresar mi satisfacción por la vuelta al ruedo de Matalamanga. Dentro de la eclosión editorial que vimos hace algunos años, Matalamanga se proyectaba como una editorial representativa. Que en estos últimos años se haya dejado estar, ese es otro problema, otro asunto, otro discurso. Lo que debemos subrayar es que necesitamos más sellos como este, que se den el gusto de publicar los libros que quieren publicar, no lo que les imponga la necesidad del dinero rápido, como lamentablemente seguimos viendo.
*
Vayamos a lo que nos compete.
Primero, quiero hablar de Stuart. Como dije líneas arriba, estimo y admiro al autor.
Lo admiro porque desde que lo conocí, supe que estaba ante un lector voraz. Stuart es un lector que escribe. Un lector, dicho sea, peligroso, cuyo afán por leer lo que desea le ha permitido sortear toda clase de obstáculos. Ojalá tuviera su edad y así aprender de él, ser tan rápido y natural. Aún recuerdo la ocasión en que fue a buscarme con los tomos de El cuarteto de Alejandría. Esa vez me quedé callado, a lo mejor ligeramente obnubilado a razón de una proeza que muy pocos son capaces de llevar a cabo.
Sin embargo, lo que más recuerdo de todas sus visitas: cuando me entregó el ejemplar de esta publicación.
Me sorprendió porque Stuart se lo tenía muy bien guardado. El libro ya había salido de imprenta hacía unos meses y yo ni enterado del asunto.
Cuando se fue, me puse a picarlo. Quizá bajo un ánimo condescendiente, no muy machetero. Pero lo que empezó siendo un acercamiento afectuoso, devino en una satisfacción por la propuesta que encontraba.
Por lo general, cuando nos topamos con libros-debut, casi siempre cuentarios, solemos toparnos con propuestas orgánicas, en las que notamos, a veces con algo de dificultad, un hilo conductor que une los relatos. Se trata pues de una estrategia, no pocas veces el tema es una buena coraza para las deficiencias estructurales y narrativas de los debutantes. El tema es una especie de “Perdonavidas”. 
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el cuentario que lees tiene todo menos una coherencia orgánica? ¿Qué piensas cuando no hay un solo tema, sino varios, cada cual más independiente del otro? O bien se es un irresponsable o alguien que arriesga, dispuesto a quebrar la medianía.
Como todo autor consciente de sus recursos –y vaya que Stuart los tiene-, su libertad la despliega como bien le viene en gana. En ellos es posible ser testigos de su inclinación por el arrojo y el riesgo, privilegiando de esta manera su mirada, por demás curiosa. Llama la atención los perfiles de sus personajes. Uno no puede sino encariñarse con este grupo que exhibe una actitud que oscila entre la ingenuidad y la pendencia, con una postura ante la vida que los pinta de Adultos que se portan como niños. Es que de alguna u otra manera, estamos ante gente bastante tocada de la cabeza, enfrentada a situaciones en los que prima un punto de vista peculiar de la realidad.
El punto de vista.
En el punto de vista de sus personajes encontramos la dote narrativa de Stuart. Pensemos en los relatos “La guerra según Octavio”, “Duérmete, niño”, “La cacería” y en el que da título a la publicación. Leemos entre líneas y nos es imposible no pensar en sus influencias literarias, siendo la de Dahl la que se impone por deuda. En este sentido, nuestro joven autor ha sabido alimentarse bien de su influencia, ha captado la otra mirada de la realidad. Y esa otra mirada es lo que le permite llevar a cabo una libertad pocas veces vista en nuestra narrativa reciente. Es decir, hallamos un punto de quiebre, por demás, muy saludable.
Muchas veces se nos ha hablado de libertad que no deben perder los narradores. Pero hemos entendido mal esta libertad. La libertad no está en lo que quieras escribir, sino en la fuerza de la mirada. Leyendo el libro podemos llegar a la certeza de que Stuart, aparte de leer como una bestia, no ha hecho otra cosa en toda su vida que no sea la de afinar su mirada. Stuart es un detector de grandes detalles desapercibidos.
“Autógrafo” y “La noche turca” sean quizá los relatos insignia del presente libro. Leo y releo el primero de los citados y no puedo sentir otra cosa que no sea estremecerme. No por lo que se nos cuenta, sino por la forma en que aborda el tópico. Casi siempre los retratos sobre el padre son hechos desde el resentimiento y el trauma. No hay pues una fuerte tradición feliz sobre la figura del padre. El relato de Stuart no es tampoco uno feliz, pero sí intenta hacerlo en la medida de lo que ha sabido extraer de Kafka y Auster –así de encontrados son sus referentes-, entregándonos un testimonio disfrazado que irá creciendo a medida que pase el tiempo. Un lector como Stuart no pudo rehuirle al mundo de los escritores. “La noche turca” no es más que una patética radiografía de lo que es el mundo literario. Aquí no hay una referencialidad inmediata. No hay un realismo mimético literario. Lo que hay es una inmersión en las trampas que nos depara el ego. No sería descabellado pensar que los personajes del relato sean unos poseros tarados, poseros tarados no por naturaleza, sino por una necesidad de nutrir el ego, de sentirse alguien en un microcosmo en el que no necesariamente se tiene que tener talento o haber leído mucho. No, lo que Stuart nos presenta es la frivolidad innata y circense de todos aquellos que anhelan llevar una vida literaria en vez de una vida consagrada a la escritura.
Stuart, querido amigo. No tengo más que decirte. Estás en el mundo de la literatura desde hace mucho tiempo. La muerte es una sombra es un buen paso, un testimonio de tu convicción y pasión por esta apuesta dura pero estimulante.
Lo único que te pido es que no te pierdas y no chupes más. Abandona el Don Lucho.
Gracias.
 
 
Leído en la presentación de La muerte es una sola de Stuart Flores.

martes, diciembre 17, 2013




narrar

Con Kubrick hay que estar más que agradecidos. 
De alguna u otra manera, sus películas quedan insertadas en nuestro imaginario, no solo cinematográfico, sino también vital. 
No creo que pueda conocer persona alguna que pase por alto la primera vez que vio La naranja mecánica o El resplandor
Así es, la primera vez. La primera vez que se vio una película de Kubrick. 
Yo aún recuerdo cuando vi La naranja mecánica en la Filmoteca de Lima, cuando esta quedaba en el Museo de Arte. Era un perdido sábado de junio de 1999 y aún siento la fuerza y la furia que no pude amainar en días. Fue una película que me dinamitó ciertas taras y no pocos prejuicios. 
Pero Kubrick no solo es un grande a partir de sus trabajos consagratorios. También lo fue desde sus comienzos, en esas películas aparentemente lineales y que no provocaban un mero análisis más allá de lo previsible. Felizmente, las cosas están cambiando. 
Debemos volver a la semilla de las poéticas. 
Eso es lo que me pasó hace poco con El beso del asesino (1955). Llevaba días pensando en los narradores, no solo literarios, también cinematográficos. Y también musicales. 
Me fue imposible no buscar esta película. Al principio creí que no la volvería a ver, simplemente no la encontraba, pero la encontré con ayuda de Silvestre, mi gato salvaje, que no dudó en meterse entre mis anaqueles de películas. 
No sé por qué pensaba en El beso del asesino. Pero pensaba en esta película. Era momento de someterla a un caprichoso escrutinio. 
Y vaya que sí pasó la prueba. 
Se trata de una película demasiado fresca, vigente,  contra lo que muchos podrían pensar. 
Un boxeador venido a menos. Una mujer irracional, y como tal, fatal. Un mandamás mafioso. El hilo conductor: la enajenación emocional y hormonal. Porque eso es lo que genera Gloria (Irene Kane), y por ella sufren Davy Gordon (Gloria Price) y Vicent Rapallo (Frank Silvera). 
El desamor y el afecto por interés. 
Como todo maestro, Kubrick saca provecho de sus personajes. En especial a Rapallo. ¿Qué hombre puede soportar las humillaciones ante una mujer que no lo ama y que cuando se ve sin salida, esta misma mujer le promete toda la fidelidad y una vida juntos que hasta hace no mucho rechazaba porque era un “viejo que olía mal”? 
Es que la película yace en la actuación de Silvera, no en la parejita que sella la historia con un beso, en un cantado final feliz. 
Kubrick la hace linda. 
No experimenta. 
Es más lineal de lo que podríamos pensar. Más de uno ha dicho que esta película era no más que un simple ejercicio del cineasta. A lo mejor. Pero en ese supuesto ejercicio y en la simpleza de su ejecución demostró que hasta para las historias más sencillas había que saber narrar. Conocer los secretos de la narración, partir de la médula, ir paso a paso, dominar lo básico que se enseña para después alterar el registro.

lunes, diciembre 16, 2013



domingo, diciembre 15, 2013



sábado, diciembre 14, 2013

no recuento literario

Hace unos minutos tuve una revelación.
No una revelación que nace de la nada, sino a lo mejor producto de cierto espíritu optimista que extrañamente, y por primera desde que tengo uso de razón, me invade en estos últimos días del año. Tampoco se trata de un optimismo a lo Contarlo todo, o producto de la nueva realidad que muchos dicen que vive el país, en la onda de El héroe discreto, como algunos ya han sugerido por ahí.
En realidad, peor de lo que estamos no podemos estar. Por eso sé que el 2014 seguiremos mal, pero no tan mal como ahora, no podemos descender más de lo que ya estamos en materia literaria y cultural.
Una de las cosas que más me agradaba hacer para el blog era el recuento literario del año. Desde que empecé a elaborar estos recuentos, los mismos no dejaron de recibir tanto saludos como réplicas de las más furiosas de los lectores. De algún modo, era divertido ver las pataletas de algunos comentaristas, algunos comentaristas que no eran más que los poetas y narradores disfrazados en el anonimato y que, a lo mejor en justa postura, reclamaban por tamaña falta de respecto a la construcción virtual de su identidad. 
Ya no era haré más recuentos literario por la sencilla razón de que tengo muchas otras cosas más de las que escribir. Hacer un recuento es un arduo ejercicio de memoria, ejercicio que me resultaba toda una calamidad. Prefiero cuidar y refrescar mi memoria, ya sea para mis proyectos personales como literarios. He allí el motivo.

viernes, diciembre 13, 2013



miércoles, diciembre 11, 2013



martes, diciembre 10, 2013



lunes, diciembre 09, 2013

Mar/Sal/Sexo/Sudor


Ya sea para bien o para mal, recibo frecuentemente manuscritos de novelas y cuentarios, sea de aspirantes, jóvenes y experimentados escritores. Entre los aspirantes (que no necesariamente tienen que ser jóvenes) y los propiamente jóvenes, noto, en la mayoría de los casos, que sus textos exudan errores formales y estructurales. Errores subsanables. Pero lo que me aturde más es el poco compromiso con el tópico que relatan, poco compromiso que no es otra cosa que asumir el oficio narrativo como mero pasatiempo.
Uno, en lo que puede, intenta ser suave con ellos, aplicando una crítica constructiva sin caer en la zalamería y la mentira. También les advierto de los peligros de los impresores ya quemados que se reciclan aún más que la basura, impresores sabidos que vienen con el contrato bajo el brazo, cosa que así aseguran los 3000 soles que, como mínimo en la primera tanda, le cobrarán al incauto plumífero por el servicio de impresión. Algunos de estos impresores se pintan de justicieros literarios, de filósofos virtuales y demás hierbas ante las que callan ni bien les muestras sus anticuchos que tienen bien tapados debajo de la alfombra de la casa.  Hay que hacerlo, advertir a las vírgenes voces de la narrativa peruana de estas hienas. Hay que hacerlo también porque debido a estas hienas es que como nunca antes nos topamos con tan malos narradores peruanos, pésimos chancateclas engañados por estos impresores-mecedores, impresores-mecedores que les han hecho creer que son la continuación de Clarice Lispector, Henry Miller, Marito, Carver, Bukowski, Kerouac…
*
Pero qué pensar cuando lees de corrido Las siete bestias de Christ Gutiérrez-Rodríguez. Piensas en el autor y en los mundos que nos (re)presenta. Comparas con otros autores lo que has leído y no tienes más que aceptar que has encontrado no solo una voz original, sino también una poética que no le ve la cara de cojudo al lector, porque el autor sabe del mundo que escribe, lo radiografía desde adentro y no desde la comodidad de las películas y los noticieros, no desde esa falsa distancia que caracteriza a casi toda la narrativa reciente en castellano.
En este libro está la verdad.
En este libro está la verdad del enfrentamiento.
En este libro está aquella verdad que no quieres leer.
Las siete bestias no es el cuentario de un narrador joven, sino el testimonio de un narrador maduro que ha pulido y tensado su lenguaje hasta alcanzar lo que pocos: la excelencia narrativa. Gutiérrez-Rodríguez consigue esta excelencia narrativa porque ha encontrado su voz, voz que potencia y nutre gracias a esa poesía callejera de puerto, esa voz que le permite configurar la sensibilidad moral de sus personajes, que sin ser como nosotros, cargan como si las huevas toda esa mierda que no queremos ni siquiera experimentar. En estas líneas no hay verosimilitud. No hay artificio. No. Lo que hay en estas líneas es Literatura (así en mayúscula).
Los personajes de estos cinco relatos son sensibilidades tocadas, dañadas, pero las mismas no se dejan amilanar ante un contexto cruzado no solo de violencia física y verbal, sino también de esa violencia ausente que ejerce magisterio, que no es sino la violencia emocional. Gracias a esta violencia emocional los relatos que conforman Las siete bestias golpean, aturden e incomodan.
*
Violencia emocional, más voz propia, ergo: el estilo.
El estilo de la lengua de acero, lengua de acero musical que eleva la poética de Gutiérrez-Rodríguez a las esferas de la literatura que sin duda quedará. Lengua de acero musical que nos deja sin aliento, que nos hace retroceder en párrafos y páginas para dar con el secreto, con el secreto de la jerga, la replana. En este estilo yace un secreto que se nos camufla, un punto de inflexión que nos eclosiona, que nos libera.
Las siete bestias se impone por su punzante musicalidad narrativa, a lo mejor heredera del esperpento de Valle-Inclán, esperpento valleinclanesco ahora enriquecido por cuenta de las calles de El Callao. Esas calles del Callao que pocos quieren conocer, pisar, oler y contemplar. Aquí hay que agradecer por la oralidad, por el estilo afeitado de mar, sal, sexo y sudor. Gutiérrez-Rodríguez y sus personajes no hablan, hacen música, música de la calle.
Si hablamos de Gutiérrez-Rodríguez, hablamos de un narrador joven. Pero luego de leerlo, no sé hasta qué punto habría que llamarlo “joven”. Es cierto que estamos ante cinco relatos, cada uno de ellos con un universo propio y que juntos forman un gran mosaico, una novela polifónica. Pero este autor es joven solo en lo cronológico. Tanto “Epilepto”, “El impermeable negro”, “A las siete en la acequia, Francesca”, “Regla de cálculo” y “La hebra de cabello” son ejemplos irrefutables de un escritor que ha vivido y vive para escribir. Es decir: un escritor comprometido con su poética, desde la médula de la misma. Basta, solo basta, ver la estructura de los relatos –relatos que en aliento recogen lo mejor de la cuentística gringa del siglo XIX y en andamiaje estructural lo mejor de la novelística gringa del XX, hasta podría especular con la idea de que estamos ante novelas cortas--, como para llegar a la conclusión de que no somos testigos del proceso creativo de una promesa, sino que estamos ante un autor que es toda una realidad, autor que ha venido a remover la red de mentiras en que se ha convertido la narrativa peruana reciente, a rescatarla de ese marasmo temático del que no sale por falta de fuerza testicular, por creer en esa puta idea de que escribir bonito es hacer literatura. Por eso tenemos narradores/narradoras que prefieren ser famosos a ser buenos escritores.
*
Las siete bestias es el libro más contundente de la narrativa peruana de los últimos lustros. Desde Caballos de medianoche, de Niño de Guzmán, no me topaba con un cuentario de tamaña factura. En estas páginas hallamos la mágica y extraña sensación de lo imperecedero, mágica y extraña sensación que solo nos transmiten los libros que nos dejan marcas fuego en la piel y en el alma.
Hay que saborear estos relatos, es la consigna.
Cuando terminas de leerlos no sales siendo una mejor persona.
No, hijo. No, querida. No te confundas.
Los terminas y sencillamente eres otra persona, ya sea buena o mala, en fin, ese es tu problema.
 

 
Texto leído en la presentación de Las siete bestias de Ch. Gutiérrez-Rodríguez.