viernes, junio 30, 2017


jueves, junio 29, 2017

solo contar

No hay mucho que discutir: a la fecha Alonso Cueto es uno de los escritores mayores de la narrativa peruana contemporánea. Hablamos de un autor que ha sabido construir lo que muchos no consiguen en años de trayectoria: lectores. Al respecto podríamos decir que Cueto siempre ha gozado de la promoción de los medios, si es que nos ubicamos en el lugar de quienes cuestionan su éxito. Sin embargo, Cueto no es el primero, ni el último, que ha recibido atención. Se puede gozar de una logística mediática, pero si esta no viene sustentada de la genuina recomendación de los lectores, la mentira termina por imponerse en toda la dimensión de su rudeza.
En este sentido, la poética de nuestro autor ha sabido conducirse en la sencillez de su secreto: contar una historia. En la sencillez de su propuesta, Cueto ha entregado más de un título a considerar, como las novelas El tigre blanco, Demonio del mediodía, Grandes miradas, La hora azul y El susurro de la mujer ballena, esta última saludada hasta por los detractores del autor. A lo dicho, sumemos lo mejor que nos ha estado ofreciendo en los últimos años, recordemos los libros de ensayo Sueños reales y el imprescindible La piel de un escritor.
La segunda amante del rey (Random House, 2017) es su última novela. Y debo confesar que la disfruté como lector, la leí en dos días a razón de hora y media por sesión. Y la disfruté por lo ya señalado: Cueto presenta una historia. En este caso, una historia atractiva en su sordidez: tenemos a Gustavo Rey y su esposa Leticia (Lali), un matrimonio de clase social acomodada que debe enfrentar una definitiva separación a causa del amor de Gustavo por una joven tarapotina llamada Jocelyne Sangama, a quien conoció en su empresa de seguros cuando esta se desempeñó como practicante de secretariado ejecutivo. Entonces, Lali, herida en su orgullo y temerosa de perder su posicionamiento social, decide contratar los servicios de la detective privada Sonia Gómez, quien cuenta con la ayuda de “El Mocho”. Sonia y “El Mocho” deben investigar a Jocelyne, y por su parte, Lali, mediante la sugerencia de una amiga, contrata los servicios de un prostituto argentino, Claudio Rossi, quien tendrá la misión de seducir a Jocelyn durante una semana, aprovechando el viaje de Gustavo a Miami por negocios. El regreso de Gustavo a Lima debe acaecer en un escenario que ponga las cosas en su lugar, es decir: la inalterabilidad social de Lali.
Cueto no duda en mostrar todos sus recursos narrativos, porque La segunda amante del rey tiene tanto de novela policial, como de melodrama, tanto de testimonio social como de discurso íntimo. En otras palabras, en estas páginas se pone de relieve la luz del oficio narrativo del autor. Por ello, no sería extraño ver esta novela como una cátedra sobre cómo narrar una historia, ya que somos testigos de nudos argumentales que no se traicionan entre sí y que sirven para iluminar la metáfora mayor de la novela: la protección del arribismo conseguido. Sin embargo, la novela es también la exposición de los descuidos de Cueto como narrador. A saber, comete los mismos errores vistos hasta en sus títulos más celebrados: la debilidad de oído para configurar personajes provenientes de las clases bajas. Al respecto, pensemos en Betty y John, amiga y exenamorado de Jocelyn, respectivamente. Pensemos también en los empleados del hogar de Lali, Gladys y José. No es gratuito este reparo, porque el desenlace de la novela yace precisamente en un par de estos personajes. Sorprende, pero hay que decirlo: Cueto asume la configuración moral de ciertos personajes desde una distancia que bien pudo evitar si se decidía a investigar más. Señalemos también que en más de un tramo la historia se ve mermada por innecesarios apuros narrativos, que hallamos en descripciones, diálogos y tensiones emocionales de sus personajes, apuros que perjudican el proyecto en su nervio formal: la contextualización de la situación en pos de la verosimilitud.
La presente lectura nos deja impresiones polarizadas: fuimos partícipes tanto de las fuerzas como de las debilidades narrativas de Cueto. Sin embargo, en estos dos caminos no se resiente el interés por la historia contada. He aquí el triunfo de La segunda amante del rey como novela de asunto, pero sus yerros narrativos impiden que se imponga en la contundencia que prometía la historia, ubicándola en la irregularidad.

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miércoles, junio 28, 2017

marcha

Aunque no fue en la mañana de hoy y no estoy seguro si fue en la de ayer, pero esto ocurrió: desperté, prendí el televisor y vi a Luz Salgado.
Esa sola experiencia bien puede justificar todas las precauciones necesarias para cuidar la estabilidad zen del día, más aún cuando uno se conduce bajo cábalas.
Por alguna extraña razón, decidí ver la entrevista a la congresista naranja. En principio, creí que se trataría de una monserga más sobre el indulto al patriarca del clan Fujimori. Pero no, Salgado no hablaba del posible indulto a su patrón, sino de la incoherencia de los colectivos de izquierda que han programado una marcha contra el posible indulto a Fujimori para el viernes 7 de julio.
Dijo algo más o menos así: “Se marcha contra Fujimori, ¿por qué no se marcha también por los crímenes de Madre Mía? Hipócritas. Doble caras”.
Claro, la estrategia de Salgado es presentarnos un arroz con mango discursivo, pero si separamos el contenido de su discurso de la exposición del mismo, se presenta una verdad que haríamos bien en tener en cuenta: la doble moral de los colectivos de izquierda, contra la que poco o nada pueden hacer cada vez que se les señala su incoherencia de principios. Y jode más –como a mí, que no soy de izquierda, menos de derecha– que lo diga precisamente una de las representantes más acérrimas del fujimorismo, una de las pocas voces que goza de aceptación entre millones de peruanos. 
Sobre la marcha de la próxima semana, participaré de ella. Y aprovecharé en acercarme a los líderes de los colectivos que la organizan, varios de ellos amigos y conocidos a los que no veo en tiempo. Hay que dejarse de huevadas y respetar los principios que rigen la defensa de los derechos humanos, que va más allá de preferencias políticas e ideológicas.

sábado, junio 24, 2017


viernes, junio 23, 2017

huir

Hace un par de semana vi una película que bien haríamos en buscar en el circuito alternativo: Get Out (2017) de Jordan Peele. Entre tanta basura que nos ofrece la cartelera local, esta película significó una luz, aunque solo durara un par de semanas en salas limeñas. Algunos amigos, cuyas recomendaciones tomo en cuenta, me hablaron bien de la película, al punto que uno de estos la calificó de “obra maestra caleta”.
Por ello, fui, la vi, pero ante todo, la disfruté. Es cierto que no es una obra maestra, pero es muy cumplidora como historia y fiel a la simplicidad de las leyes narrativas. En su sencillez descansa su mayor mérito, del mismo modo sus desaciertos.
Peele nos presenta al fotógrafo Chris (Daniel Kaluuya) y Rose (Allison William), que conforman una feliz pareja interracial. Llevan cinco meses de relación y nada parece alterar el amor y cariño que se profesan. Pero Rose presentará a Chris a sus padres, lo que genera ciertos reparos iniciales en él. La pregunta se justifica: ¿cómo reaccionarán ante el novio negro el neurocirujano Dean Armitage (Bradley Whitford) y la psiquiatra Missy Armitage (Catherine Keener)? Pero Rose despeja sus dudas, no tiene nada de qué preocuparse.
Una vez en la casa de campo de los Armitage, las cosas para Chris pasan de la recepción cordial al maltrato emocional. Para tal fin, colaboran el hermano de Rose, Jeremy Armitage, los empleados negros de la casa y, en especial, la llegada de los invitados a una reunión anual organizada por los Armitage, de la que Chris y Rose deciden participar pese a que no tenían idea de la realización de la misma.
Como indicamos líneas atrás, Peele se muestra fiel a la sencillez lineal. Sus personajes centrales no pudieron estar mejor definidos: Chris, Rose y Missy cumplen sus roles en su función simbólica: la víctima, la manipuladora y la líder de una organización criminal de tintes nazis, cuyo fin es buscar la perfección física, detalle que nos recuerda a Los ríos de color púrpura de Mathieu Kassovitz.
Deducimos que Peele se asume como un aventajado primerizo, puesto que es posible detectar influencias, pensemos en Kubrick, Carpenter y Lynch, como bien indicó Federico de Cardenas. Sin embargo, Peele no entrega una película tributaria, sabía que su historia no podía prestarse a una plasticidad interpretativa, ni mucho menos aspirar a una epifanía partiendo de ellas. En otras palabras, todo lo que podía transmitir Get Out lo consigue en los cotos de su argumento, por ello, no nos sorprende que el presente trabajo sea una historia cerrada, ajena del final abierto. Es precisamente en esta intención que vemos lo mejor de la película, como la violenta liberación de Chris, y también sus baches, relacionados con el apuro por cerrar la historia sin dejar cabos sueltos. 
Hablamos de una película de divertimento, sí, pero una signada por su inteligencia. Una película que no tima al espectador y que nos hubiese gustado que goce de mayor tiempo de exhibición. Pero tampoco podemos pedir mucho, y no solo por la conveniencia comercial de las salas de cine, sino también porque a estas alturas es difícil encontrar espectadores (no necesariamente cinéfilos) que sepan apreciar una película divertida bien contada. Pero lo mejor, lo que importa a fin de cuentas es que Get Out nos ubica en el radar a Peele, un director al que tendríamos que anotar sus señas.

humo azul

Después de mucho tiempo que no me quedaba dormido en el transporte público.
La historia, más o menos, fue así: terminaba mis labores del día, entre las que estaba la preparación del texto sobre uno de los mejores poemarios que he leído en años, como también el tramo final de la edición del que quizá sea uno de los poemarios más importantes de la década del setenta, el cual presentaré en las próximas semanas en la Antifil.
En Barranco, en La casa de Kanú, espacio conocido tiempo atrás como La polaca, se llevaba a cabo la inauguración de una exposición. Allí me encontré con Chaqueta, Rossana y Alina, a quien saludé por su cumpleaños. Pero lo que más recuerdo de ese breve paso por la exposición, fue encontrarme con Erika, estupenda amiga a la que no veía en muchos meses. La alegría fue mutua y me fui feliz porque ella me obsequió un riquísimo brownie dietético, es decir, de los sanos y que no engordan.
Una vez en El Juanito, y más allá de las chelas y sánguches de rigor, se unió a nuestra mesa un pata que era toda una máquina de historias. No recuerdo su nombre, solo que todos en el bar lo llamaban “Pececito de chifa”. “Pececito” hablaba de todo, desde su paso adolescente por el Leoncio Prado hasta el hiato evolutivo del hombre moderno. Quise perennizar algunas fotos en mi Instagram, pero mi celular quedó sin batería.
No recuerdo bien qué pasó, tampoco es que haya sido víctima de la niebla azul de los alcohólicos, solo que tomé una custer que iba por toda la Av. Arequipa, siendo mi idea tomar en Risso un taxi a mi casa, pero el sueño se apoderó de mí y cuando desperté, quizá a causa de una frenada del chofer de la custer, me encontraba en la intersección de La colmena y Wilson.
Me bajé de la custer, pero en lugar de parar un taxi, me junté con la gente reunida, que era mucha para ser las tres de la madrugada. Las mujeres y los hombres venían hablando del incendio que a pocas cuadras sucedía en Las Malvinas. Varios de ellos, entre los que ubicaba a algunos cachineros y libreros nocturnos, irían a ver el incendio. Me aparté del grupo y compré una Coca Cola. No hace falta fungir de sapo en esta clase de situaciones, porque aunque vayas a mirar, terminas interrumpiendo la labor de los bomberos. Desde mi posición podía verse una gran columna de humo azulino que partía en dos el oscuro cielo dorado, detalle que solo puede percibirse en el Centro Histórico. Si en caso me animaba a ir, y dejando de lado la curiosidad morbosa, lo hacía llevando botellones de agua para los bomberos. El panorama era infernal y todos debemos ayudar en lo que en verdad podemos ayudar.

jueves, junio 22, 2017

el fuego y la furia


Desde hace un buen tiempo escucho y leo lo siguiente: la narrativa peruana actual atraviesa un gran momento. Entonces, me puse a pensar en qué elementos de juicio descansa este unánime entusiasmo. Además, tengamos en cuenta nuestro contexto: ahora hay más narradores, más editoriales independientes y más de una transnacional.
Ha habido un avance en cuanto a escritura si la comparamos con la narrativa noventera, que dista kilómetros de la calidad literaria de hoy. En ese sentido, se está escribiendo mejor, pero a la vez las novelas y los cuentarios vienen careciendo de aquello que la narrativa noventera exhibía más allá de sus descuidos formales: furia y fuego en la prosa.
Que nos quede claro: escribir bien no es hacer literatura. Lo digo porque, salvo excepciones como Richard Parra, Christ Gutiérrez y Martín Roldán, la narrativa peruana no está transmitiendo lo que debería a estas alturas de la fiesta. Falta poco para terminar la década y hasta el momento no encontramos el libro de ficción que nos signifique un ladrillazo en la cabeza. Lo que estamos presenciando es la extensión del Facebook en la ficción, por eso nos topamos con personajes hechos a la medida del contentamiento de la platea virtual y ajenos al miserabilismo humano: no son racistas, no son machistas, no tienen sexo, no sudan, no se rebelan, no se indignan, entre otras maravillas. No lo pienso mucho, el conservadurismo se ha apoderado del autor peruano promedio.
Se tiene que escribir con la libertad que avalará el lenguaje y sin condicionamientos. Solo de esta manera la narrativa peruana saldrá del pantano de nobleza e ingenuidad en el que ha caído. Y ante todo, dejaremos de ver a tanto revolucionario de las redes sociales, a tanto escritor que abusa de la autoficción, a tanto narrador preocupado por el Like como sinónimo de éxito y lectoría, escritor que al momento de mostrarse en la ficción, no es más que un esforzado pecho frío.

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martes, junio 20, 2017

barrio

Luego de varias horas intensas en las que edité un texto relativamente largo, salgo a dar una vuelta por el barrio. Aunque la intención inicial era ir a la BNP, pero me di cuenta de que no me servía estar solo dos horas en la Hemeroteca. Por eso, me dije, para mañana, y será mañana miércoles en la mañana.
Desde hacía tiempo que no caminaba por los vericuetos del barrio, por aquellos senderos de implícitas explosiones hormonales durante la adolescencia y muchísimas broncas, en especial en los meses de verano a razón de sus salvajes partidos de fútbol. En cada partido no te jugabas los entonces 2 puntos por victoria, sino la honorabilidad de la cuadra. Jugábamos en una losa deportiva, que tiene un nombre que jamás supe pero que hasta el día de hoy llaman El Núcleo.
Fui a caminar hacia El Núcleo. De paso, quería cerciorarme de lo que escucho sin escuchar, la volada de que hay una interesante colonia de venezolanos en Apolo. Como me levanto tarde, porque me acuesto, obviamente, tarde, no puedo verlos en el curso del día. Una que otra vez habré visto a contados chicos y chicas, con polos de su país, pero eso no me significa una colonia, así esta sea de barrio.
Llegué al Núcleo y me puse a ver el partido de fulbito que se jugaba. Reconocí a un par de patas, que en los tiempos previos al descuido físico, se mostraban eficientes defensores y armadores. Ahora la panza no les permitía moverse, el trote, el caminar como pato, eran los síntomas de la conquista de la chela en sus cuerpos. Me senté en las gradas. Como no había mucha gente, aproveché en fumar, asegurado de la inevitable queja/prohibición de fumar en lugares públicos. Llamé a casa diciendo que iba a demorar un rato más en regresar. Ni bien terminé la llamada, me pasa la voz Pablo, pata al que no veía en mucho tiempo pese a vivir en mi cuadra, y que al igual que el par de gordos que peloteaban, llegaba para jugar. Su partido empezaría en una hora, pero decidí no quedarme, sino hablar con él lo suficiente para ponerme al día con el barrio. 
Al igual que en los años adolescentes, Pablo sigue manteniendo su talento natural: es una máquina de historias reales, cada una más llamativa que la otra, y por un momento barajé la idea de regresar a casa más tarde de lo que pensé, pero mi cuerpo sentió el despertar interno de la gripe que asumía controlada. La gripe, sea cual sea su grado, tiene el suficiente poder de tumbarme, de indisponerme para cualquier actividad, aunque sí exhibo hechos históricos en mi lucha contra la gripe, pero en estos días nada me motiva para ir contra sus embates. Solo me queda guardarme, abrigarme y esperar hasta que esta desaparezca de mí.

lunes, junio 19, 2017

Entrevista a Enrique Vila-Matas

En tu obra tienes más de un título que los lectores y la crítica han calificado de obras maestras. Y creo que tarde o temprano ese será también el destino de Mac y su contratiempo. Si bien es cierto que el humor y la ironía son algunas características de tu poética, esta novela es, al menos para mí, la más divertida que has escrito.

Es tan divertida que me ha divertido incluso a mí. Cuando tuve que releerla para corregir las pruebas de imprenta, había partes del final que no recordaba –hacía casi un año que había entregado el libro y no había vuelto para nada sobre él– y conocí por primera vez la experiencia de ser un lector de mis libros. Recuerdo que estuve un buen rato leyendo intrigado, asombrado, y riéndome en ocasiones con gran felicidad, como confirmando aquello que dijo Einstein: que la  creatividad es la inteligencia divirtiéndose. 

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domingo, junio 18, 2017

menos libreros

En estas últimas semanas hemos sido testigos de un hecho atroz contra una iniciativa cultural que partía de la buena voluntad, porque hay que tenerla para idear y desarrollar un concepto de librería que no solo se justifique en el fin comercial.
Por ello, lamentamos lo ocurrido con la librería La libre de Barranco y  también lamentamos que este cierre –toda una metáfora de la situación de la cultura en este país— nos signifique la ausencia de auténticos libreros, en la única dimensión aceptada cuando hablamos precisamente de tales.
No es lo mismo ser vendedor de libros que librero. En este sentido, Ana Bustinduy y Carlos Lorenzo supieron dotar de personalidad a La Libre y en esta intención cabían todas las actitudes, menos la anuencia en la opinión, que para más señas, es una  triste característica de nuestro circuito cultural.
Suicidas para algunos, valientes para otros. En sus dos vertientes, el discurso edificado por esta pareja española fue lo que dio proyección a su librería. Tal y como lo indica Jorge Carrión en el imprescindible ensayo Librerías: las librerías son sus libreros.
Pero qué entendemos de librerías cuando hablamos de librerías. Se deduce que no nos estamos refiriendo a las cadenas de librerías, sino a las librerías que forjan una tradición y una identidad, que dan como resultado un prestigio reconocido por los lectores. La construcción de una tradición librera es mucho más difícil de conseguir que el éxito comercial. Y librerías como La Libre, digámoslo bien, faltan en Perú, porque forman comunidades de lectores, que no asumen el espacio de las librerías como si fueran tiendas al paso, sino como destinos de encuentro, diálogo y discusión.
Gracias al discurso cuestionador, que obedecía a la coherencia de su postura ideológica, Bustinduy y Lorenzo hicieron que La Libre tuviera una legítima prensa: la recomendación de los lectores, que indicaban que en la primera cuadra de San Martín había una librería con libreros que leen y que apostaban por todas las manifestaciones artísticas y culturales, las que realizaban sin depender de viabilidad comercial alguna. He allí una de las razones del crecimiento de La Libre como negocio, que consiguió sin traicionar principios e ideales culturales. Y he allí también el innegable prestigio de Bustinduy y Lorenzo como libreros.
Obviamente, no siempre estuve de acuerdo con su discurso, tan activo, y no menos polémico, en las redes sociales, pero en ese desencuentro de pareceres se nos presentaba el testimonio de una actitud que jamás hemos dejado de reconocer y que, sin duda alguna, ahora vamos a echar de menos.

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viernes, junio 16, 2017

morir de pie

Imaginemos la siguiente situación: seis de la tarde en una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Lima. Autos, camiones y buses pugnan por ingresar al único carril que les permita salir libres de la pesadilla de la hora punta.
Una imagen como esta es la brutal radiografía de la narrativa peruana del presente siglo. A la fecha, tenemos muchísimos autores, cada cual con la comprensible ambición de lograr el reconocimiento, fin que me parece lícito, siempre y cuando la aspiración descanse en una propuesta al menos interesante. En tal sentido, percibo mucha confusión entre las mujeres y los hombres que escriben y publican en nuestro medio y considero que ya es hora que se hagan una pregunta imprescindible: ¿busco ser un buen escritor o busco ser un escritor famoso?
Ante esta situación, Jack Martínez se diferencia de la hora punta. No me sorprende, Martínez viene desarrollando una obra coherente en cuanto a tema, iniciada con Bajo la sombra (Animal de Invierno, 2014), y que ahora vemos definida en Sustitución (Emecé del Sur, 2017).
Sin duda, estamos ante el libro más discutido y comentado en lo que va del año, lo que nos brinda una grata impresión inicial, puesto que no hay peor destino para libro alguno que el saludo unánime. Libro que no enciende opiniones encontradas, sencillamente no sirve y envejece pronto. Sustitución ha venido generando reseñas positivas, ambivalentes y negativas. Y en honor a la verdad, las negativas iluminan más.
En esta novela breve el autor nos presenta a Jessé, su narrador protagonista. Jessé es un joven norteamericano, hijo de un peruano que sirvió en la armada de Estados Unidos. Jessé enfrenta el suicidio de su padre, acontecimiento que lo lleva a exponerse en su tragedia. Jessé es ingeniero biomédico y conoce a Laura, una guapa antropóloga de ascendencia puertorriqueña, a la que miente sistemáticamente cuando le tiene que hablar de sus orígenes. Por medio de Jessé y gracias a la aparición de Laura accedemos a los dos temas medulares de la novela: el padre y la mentira.
Martínez no duda en hacer uso de sus recursos narrativos y esta actitud se testimonia en la contundencia de las primeras páginas de Sustitución. A ello sumemos la voz quebrada de Jessé, que vigoriza la economía del lenguaje que conduce la narración. Hasta aquí, Martínez nos ofrecía una novela que lo posicionaba como una de las voces más atendibles, y no solo de la narrativa de nuestros predios.
Sin embargo, algo pasa en el segundo respiro de la novela, en especial cuando el sentido común nos indicaba que Jessé debía seguir reflexionando sobre su padre, detallándonos de su vida en Chulec y de cómo perdió la pierna en la guerra que participó con el ejército estadounidense. Y claro, la historia nos prometía la explosión que tarde o temprano generaría la mentira que Jessé venía relatándole a Laura.
Aunque suene a lugar común, se hace necesario consignar lo que Milan Kundera sentencia en El arte de novela: “la novela es el género literario más libre que existe.” Es decir, mediante la novela se puede apostar por la linealidad y la experimentación formal, como también tensar el lenguaje u optar por la funcionalidad de la linealidad. La novela es como un Salón de Pasos Perdidos en el que puedes encontrar puertas a pequeños espacios de los que puedes salir cuando gustes. Sin embargo, hay una puerta que nos lleva a un espacio tramposo, al que se ingresa confiado pero del que ya no puedes salir. Este espacio tramposo también te brinda libertad, siempre y cuando te ajustes a sus leyes draconianas. Me refiero, pues, a la parcela de la novela breve.
Por ello, Martínez fracasa en el nuevo tramo de la novela. Como autor es presa de una ambición temática en un formato que no se adecua a su intención narrativa inicial. Veamos: Jessé eclosiona en tópicos, lo que diluye el nervio discursivo que venía mostrándonos. La economía del lenguaje que exponía con firmeza termina en los terrenos de la mera redacción, pensemos en los personajes que traen a colación Jessé y Laura, teñidos de una plástica configuración moral… En otras palabras, Martínez se saboteó a sí mismo.
Suponemos que este no era el propósito del autor al escribir Sustitución. Si prestamos atención a su argumento, nos encontramos ante un proyecto por demás atractivo, con un personaje destrozado y en permanente cuestionamiento de su identidad, y con cuatro tópicos, aparte de los dos principales que indicamos líneas atrás, que llamarían la atención de cualquier lector, es decir, no necesariamente el de un lector cuajado y exigente. Un lector, a secas, que solo anhela leer una novela mientras ve pasar la vida.
Subrayemos también que este proyecto mereció más páginas de las entregadas, solo de esta manera podía salvarse del castramiento a cuenta de sus tópicos secundarios. O, en todo caso, debió beneficiarse con una poda inclemente, y a partir de esta apostar al todo o nada hacia una arriesgada extensión del recorrido de sus primeras setenta páginas.
Más allá de estos reparos, destaquemos el mayor triunfo de Sustitución. Me refiero a la luz, a la voz que Martínez consigue en esta novela, la que lo posiciona como narrador ante sí mismo. Esta voz, que no guarda relación alguna con la trama, ni la estructura, ni el lenguaje, genera una complicidad con el lector de turno, que se muestra fiel a la novela, sea en sus tramos destacables, como también en los senderos que la direccionan al desastre formal. 
Me hubiese gustado celebrar esta novela de Martínez. Pero eso es imposible. Lo que sí celebro de Sustitución es su verdad emocional, la prueba rotunda de que el autor tiene mucho por transmitir. La verdad emocional es la esencia de la experiencia literaria, y bien nos enseña la tradición narrativa que esta verdad no es propiedad de la perfección formal de la novela breve, ni mucho menos de la imperfección formal de la novela de largo aliento.

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jueves, junio 15, 2017


miércoles, junio 14, 2017

salvar a la izquierda

En la tarde, mientras me preparaban un rico capuchino casero, pensaba en las noticias leídas en la mañana, en los reportajes de los noticieros de anoche y las notas de las webs de los diarios locales. El tema, uno excluyente: los restos del cuerpo aparecido en Madre Mía, pequeño detalle que confirmaría lo que sabemos los informados: tuvimos un presidente asesino, un hacedor de crímenes de lesa humanidad, que descuartizaba a sus víctimas y, no contento con eso, las enterraba vivas.
A la izquierda peruana no la matan sus representantes congresales. Podrán ser de izquierda, pero ello no los libra de las taras tan dignas de la criollada nacional. Este país está poblado de machistas y de mujeres y hombres que no dudan mostrar sus sentimientos menores cada vez que pueden, muestrario que no es propiedad de bando ideológico alguno. No pues, esto no matará a la izquierda.
Lo que la destruirá es el apoyo que le dieron a Ollanta Humala, y créanme, muchachos, la actitud huevera de mirar a otro lado no les ayuda en nada. Los líderes de la izquierda tendrían que pronunciarse al respecto, pero hablo de los referentes que gozan de la legitimidad moral, no la sarta de opinólogos de las redes sociales, como el defensor de Nadine, Gustavo Faverón, y el lustratacos de Veronika Mendoza, Chiboliné du France. 
A buscar a los genuinos líderes de opinión hasta para la autocrítica. Si en mí estuviera, llamaría al maestro César Lévano para que brinde una charla de historia sobre la izquierda en Perú que, contra lo que muchos suponen, aún puede lavarse la cara.

martes, junio 13, 2017

¿suficientes lectores?

Por demás peculiar la tarde noche del pasado domingo, día que consagré a la maratón de películas y a la lenta lectura. Se suponía que seguiría en esa onda, pero un mensaje de mi amiga Martha, que me pedía que revise mi correo, hizo que también me conecte a las redes sociales, aquellos espacios que me deparan tantas ocurrencias y sucesos, como peculiaridades.
Bien sabemos que no pocos escritores peruanos debutaran en editoriales grandes en las próximas semanas. En este sentido, la FIL de este año se anuncia exitosa, tanto en lo comercial y cultural (faltaba menos si el país invitado es México), pero también como una prueba de fuego para los escritores que darán a conocer sus títulos en las llamadas grandes ligas.
Por ello, y dejando de lado la algarabía, una pregunta se impone en la furia de su lógica: ¿tenemos los suficientes lectores para una media de escritores que supera la decena y que ahora estarán en un terreno en lo que importa es vender? Se entiende que no me refiero a la calidad literaria, de ello nos ocuparemos en las respectivas reseñas.
No hay mucho secreto que valga. Un grupo editorial fuerte no es una beneficencia. El grupo, como todo negocio, espera recuperar y ganar en base a lo que ha invertido. Esa es la ley, de la que solo puede diferenciarse la “apuesta”, cuya naturaleza, y si esta exhibe generosidad, a las justas alcanza a un par de plumas.
Entonces, me hago otra pregunta, sin pensar únicamente en los escribas de la Champions local: ¿cuánto ha hecho el escritor peruano del presente siglo por formar una comunidad de lectores que le sea fiel? Recordemos que en los años que se instalaron Santillana y Planeta con sus sellos, estas se encontraron con escritores que ya tenían un público cautivo, pienso pues en los lectores de Alonso Cueto, Miguel Gutiérrez, Fernando Ampuero, Edgardo Rivera Martínez, Guillermo Niño de Guzmán. O sea, apostaron a lo fijo, sabiendo que con ellos ganarían dinero. 
Más allá de autores jóvenes, o relativamente jóvenes, como Jeremías Gamboa, Renato Cisneros, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón, no tenemos autores dueños de una lectoría que los justifique comercialmente. No se ha trabajado en la construcción de una lectoría. Sé que el problema es mucho más complejo y se deduce que solo me estoy refiriendo a una arista del mismo. Por ello, el autor que está a nada de jugar la Champions local tiene que comenzar a trabajar en la formación de una comunidad de lectores, de lo contrario, descenderá a la Copa Perú, y una vez en esos campos de tierra y piedritas, no sales así escribas como Roa Bastos. Esa es pues la triste ley del mercado, que nada tiene que ver con la práctica de la literatura, pero a la que te comprometes ni bien estampas tu firma en el contrato que en teoría te fortalece la imagen de escritor exitoso.

lunes, junio 12, 2017


hildebrando pérez huarancca / "los ilegítimos"

Una de las cosas buenas que me dejó la última edición de la Feria de Editoriales Peruanas La Independiente, fue encontrar títulos que no hallaría en el circuito de librerías limeñas. De lo encontrado, uno excluyente: Los ilegítimos (Amarti, 2015) del narrador ayacuchano Hildebrando Pérez Huarancca (1946 - ¿?).
Hasta ese entonces, no lo había leído en formato de cuentario de autor, solo en antologías, como la no menos importante Toda la sangre (Matalamanga, 2006) de Gustavo Faverón y El cuento peruano 1980 – 1989 (Petroperú, 1997) de Ricardo González Vigil. Los cuentos antologados, como La oración de la tarde y Somos de Chukara, respectivamente, testimoniaban el enorme talento de Pérez Huarancca en el terreno de las distancias cortas.
Pero cuando hablamos de este autor, no solo nos referimos a uno con evidente potencial narrativo. Sobre él se sigue hablando, más aún cuando el tema de discusión no es otro que el de la violencia política. No es para menos. La CVR señala que Pérez Huarancca fue el líder senderista que comandó en 1983 la masacre de Lucanamarca, pero también hay otros testimonios que afirman lo contrario.
A lo largo de los años se han tejido no pocas leyendas sobre PH, al punto que ha servido de inspiración para personajes de cuentos y novelas. Como a quien escribe no le gusta especular, ni mucho menos ir a flote de los caprichos de la opinología, y en especial cuando tratamos un punto tan sensible para la historia peruana última, seguiré creyendo, hasta que se demuestre lo contrario, que Pérez Huarancca fue el cabecilla de esa atroz matanza.
Por lo dicho, estamos ante un personaje fascinante, si lo vemos en términos literarios. Y entiendo todas las polémicas que PH pueda despertar, pero lo que nunca entenderé es el sentido de legitimidad literaria que cierta crítica académica pretende adjudicarle a causa de su opción política. Por ello, para hablar con fundamento sobre PH, hay que hacerlo partiendo de su documento literario.
He leído dos veces el libro y lo puedo calificar de irregular, pero ello no impide destacar sus verdaderas cimas narrativas, como los cuentos La oración de la tarde, Somos de Chukara, Cuando eso dicen y, en menor medida, Día de mucho trajín. Cualquiera de estos cuentos podría figurar en toda antología de narrativa peruana que se respete. No solo asistimos a la eficiencia del dominio técnico, sino también al fuego que alimenta el espíritu de la prosa del autor, que podemos relacionar con una voz contenida, dispuesta a denunciar, pero controlando el ánimo en pos de su fin narrativo: la calidad estética. Además, subrayemos el trabajo con el lenguaje que, salvando las distancias, nos remite al gran Eleodoro Vargas Vicuña. Es decir, mediante oralidad del sujeto andino, PH supo pergeñar textos de ficción que ponen en relieve lo mejor del indigenismo, que guía bajo la frescura de nuevos recursos narrativos. No podemos mostrarnos entusiastas con Entonces abuelo aparecía; Los hijos de Marcelino Medina; Mientras dormían se contaban; La tierra que dejamos está muy abajo; La leva; Ya nos iremos, señor; Nuevamente la sequía y Pascual Gutiérrez ha muerto, que nos muestran un apuro en las resoluciones de sus tramas y un desarrollo excesivamente oscurantista en la voz narrativa. Por otra parte, tengamos en cuenta que la mayoría de los cuentos del volumen son cortos, y por esa misma razón debieron estar sujetos a las exigencias de la brevedad. No hay otro camino, mientras más breves seas en el textos, más tienes que cuidarte de los elementos gratuitos.
Como indiqué líneas arriba, estamos ante un cuentario irregular, pero ello no tendría que confundirnos. Para ser su primer libro, PH aseguró un promisorio futuro literario. Ahora, tengamos en cuenta que Los ilegítimos ganó en 1975 el concurso José María Arguedas convocado por la Asociación Universitaria Nisei del Perú. Su edad: 29 años. Se deduce, entonces, que no había alcanzado la plenitud de la madurez narrativa. Por ejemplo, los cuentos que acabamos de identificar como irregulares, transitan por los caminos seguros de las técnicas que PH venía aprendiendo, sin embargo, se percibe en ellos la imposición de la mirada furiosa que sustenta el fuego narrativo que signa cada una de las páginas del conjunto.
Los ilegítimos ha tenido una peculiar vida editorial. Se publicó por primera vez en 1980, por Ediciones Narración; en 2004, por Ediciones Altazor; y en 2015, por la editorial ayacuchana Amarti. Las tres ediciones están agotadas y el cuentario es buscado a la fecha por muchísimos lectores. A saber, cuando compré esta tercera edición, lo hice como un cazador ultramontano, emocionado y a la expectativa. Por eso, sería bueno que alguna editorial independiente limeña recoja este dato.

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En SB

domingo, junio 11, 2017

contra el olvido

Sin duda, un libro extraño. Quizá uno capaz de activar nuestra no atendida percepción de lo cotidiano.
Podemos imaginar la explosión que significó su publicación en 1978, para algunos habrá sido una muestra de ocurrencia creativa, para otros una propuesta asentada en el extrañamiento y para muy pocos un sendero pautado por la revelación de la experiencia literaria.
El escritor francés Georges Perec fue dueño de una obra que a la fecha se posiciona como referente, pero no solo es importante para el sujeto literario, sino también para todo aquel que cargue el peso emocional del rizo creativo. Perec, y lo decimos sin exagerar, está presente en muchas manifestaciones artísticas contemporáneas, sea de manera patente u oculta.
Nos enfrentamos ante una nueva traducción de Me acuerdo (Impedimenta, 2017), esta vez a cuenta de Mercedes Cebrián. Y podemos rastrear, una vez más, la influencia directa del libro en el homónimo título de Joe Brainard, de 1970. En este sentido, Perec nunca se mostró ajeno a sus influencias. No debería sorprendernos, puesto que nos basta revisar su bibliografía para llegar a una primera conclusión: Perec era un caníbal de la tradición clásica e inmediata.
Por estas páginas accedemos a una suerte de letanía o especie de travesía sicodélica. Perec recuerda, recuerda los grandes acontecimientos, pero en especial escarba en la intimidad de la memoria emocional. Por ello, somos parte de un abanico temático que no conoce fronteras, el francés nos hace partícipes de sus lecturas, letras de canciones, películas, hasta notas de prensa, gestos, sensaciones, aromas, etc. Un viaje, pues, hacia la cotidianidad, mediante la cual ingresamos a un testimonio de época desde una mirada marginal. 
Una propuesta como esta se conduce en el extrañamiento, pero a medida que seguimos leyendo, arribamos a un compromiso: una invitación a la continuidad de este mural conformado por los pequeños acontecimientos de la vida. Entonces, no solo hablamos de transmisión discursiva, sino de un contagio de actitud. He allí la fuerza de su vigencia, que no dudamos celebrar.

sábado, junio 10, 2017


mañana de sábado

Mañana de sábado. Cielo gris.
Salgo de la ducha y en la pantalla de la pc un espectáculo de ballet. No sé cómo llegué a ese video de Youtube, pero miro el ballet sin mirarlo mientras me seco.
Sobre mi sillón de lectura, dos novelas, una que releo y la otra que me animo a terminar luego de dejarla, y no por mala, hace varios meses.
Entonces, con la mente despejada, me pongo a revisar los correos electrónicos, de paso escucho un temón de The Beatles que no escucho en mucho tiempo, There´s a place.
Pero también reviso mi cuenta de Face. En el Timeline, y bajo la fuerza del azar, me encuentro con la cuenta de la siempre interesante web literaria Lee por gusto, en la que se transmite en vivo una entrevista al narrador Jack Martínez, que hace un par de días presentó su novela Sustitución.
Interesante lo que dice Martínez, pero presto más atención, y disculparan el involuntario desborde de ego, cuando se me menciona en la entrevista. Pero tampoco me hago problemas, porque cuando me referí en la presentación a sus “demonios literarios”, lo hice en relación al nervio de su propuesta, pienso que le confundió mi “aunque no parece”, pero más allá de ello, saludo ciertos tramos polémicos de sus declaraciones, porque el libro sí despierta estos ánimos encontrados y eso es lo que se necesita, la confrontación que surja de la lectura de un libro. 
Me disponía a desconectarme y una amiga me envía un enlace, en el que un autor envía un mensaje a la platea: leer la biblia si te consideras escritor, crítico o lector. En principio, la biblia siempre me ha significado un libro completo, lleno de historias, metáforas e imágenes muy bien trabajadas. Pero leerla tampoco es garantía de algo, leer la biblia no te convertirá en Richard Ford.

viernes, junio 09, 2017

opiniones encontradas

Anoche, mientras se presentaba la novela Sustitución de Jack Martínez, escuchaba con atención las intervenciones de María José Caro y Alonso Rabí. Como me tocó abrir y cerrar la presentación, me di el tiempo para recordar lo que siempre recuerdo en cuanto a la recepción de los libros.
Todavía no publicaré la reseña de la novela de Martínez, pero sí me parece saludable que esta venga generando opiniones encontradas. Eso es lo mejor que le puede pasar a todo libro. Las opiniones unánimes sirven de muy poco, o siendo sinceros, de absolutamente nada en los menesteres valorativos. Ocurre que el autor peruano promedio, aún más el de la era 2.0, está acostumbrado al saludo fácil de las plateas virtuales, lo que germina en él una malsana condición de intocabilidad. Por eso vemos las reacciones ante una mala reseña, reacciones que siempre han existido pero que hoy en día pueden mostrarse más.
En la era previa al 2.0, si un autor recibía una mala reseña, tenía dos opciones: desahogarse en el bar más cercano o buscar al crítico de ocasión para sacarle la entreputa. Ahora es peor, el autor, mellado en el orgullo, accede a las redes, las que le permiten disfrazar su piconería o mostrarse tal cual, sea hipócrita o matón.  
Las reseñas son muy necesarias, ayudan a tener un panorama claro del libro de turno, pero no son determinantes ni en las ventas ni en lo que importa: su dimensión literaria. Obviamente, en ocasiones las reseñas lapidarias pueden tener razón, pero se entiende que no debemos hacer de la excepción una regla. Por ello, ante una reseña negativa, el autor debe sacar a flote el estilo, la inteligencia, es decir, sacarle la vuelta mediante la personalidad. Y personalidad es lo que desde la prehistoria le viene faltando al autor peruano. No sabe estar.

jueves, junio 08, 2017


Entrevista a Rodrigo Fresán

A lo mejor ya te lo dijeron: en más de un tramo sentí que estaba ante un ensayo disfrazado de novela, lo que me habla también de la transparencia de los registros que has utilizado. No estamos ante un híbrido, pero sí ante un aparato narrativo que yace en la filosofía de la tradición de la novela, por decirlo de alguna manera.

De nuevo, no pienso demasiado en sistemas o mecanismos: pienso, luego escribo. Y yo pienso así. Y no soy el único. Varios de mis mejores amigos (que, además, son escritores) se mueven más o menos con este tipo de movimientos, pienso. Pero, en mi caso, son movimientos reflejos: como cuando primero aplastas a un mosquito en tu brazo y luego piensas "ah, un mosquito". 

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miércoles, junio 07, 2017

soluciones

Lo peor que le puede pasar a uno es cruzar la ciudad en hora punta. Por lo general, evito esa experiencia, y la evito desde hace más de seis años. Sin embargo, ayer estuve muy metido en un texto que no calculé bien el tiempo que debía tomar para ir en calma a San Miguel, en donde tendría una reunión con un literato cascarrabias, al que aprecio mucho y trato de evadir, pero ayer hice una excepción porque luego de la reunión con este amargado de la vida, fui a Cineplanet a ver Get Out, película de la que varios amigos me estaban hablando muy bien. En Cineplanet San Miguel es el único lugar en Lima en que aún la pasan y todo indica que esta será su última semana en cartelera.
El viaje en taxi me demandó cerca de una hora y cuarto, a cuenta del tráfico, pero condimentada con la estupidez de los choferes y la majadería del taxista que me tocó. Estos elementos hicieron insoportable el trayecto, en el que, en principio, pensé releer fragmentos de un cuentario de Bonilla. Pude sobrevivir gracias a la conversa de chat de Facebook con Martha, a quien le contaba mis inevitables pesares en esta gran ciudad. Ella vive en una ciudad de no más de medio millón de personas, dato, que en su sola esencia, me resulta paradisiaco. Sin embargo, y más allá de las frenadas y pisadas del viejo majadero, no deja de sorprenderme el cambio urbanístico de la ciudad, pero me refiero al cambio inalterable, a la arquitectura que sobrevive al mal gusto de las empresas inmobiliarias, cuya política de cemento aún sigue presente y a la que mucho peruano con dinero pero sin nivel cultural anhela pertenecer. 
Me puse a pensar en lo que necesitaría esta ciudad como solución. Entonces, recordé que escribí sobre La ciudad como utopía, magnífico trabajo editorial de Alejandro Susti, en donde reúne los artículos periodísticos de Sebastián Salazar Bondy sobre Lima. Habría, pues, que volver a los que saben y dejar de prestar atención a los actuales vendedores de sebo de culebra. La solución está en los que pensaron esta ciudad bajo el ánimo de la buena voluntad.

martes, junio 06, 2017


lunes, junio 05, 2017

larga noche

Luego de un sábado adrenalínico, regreso a la normalidad. Pongo en orden lo visto y vivido el fin de semana, y no solo me refiero al triunfo de Alianza Lima ante Universitario, un triunfo que bajó los humos a los cremas, que estaban seguros de que se iba a repetir el accidente del clásico anterior. Solo vi el primer tiempo en casa, porque debía estar en el CCPUCP para ver una película del ciclo de cine francés contemporáneo.
Llegué al centro cultural con tiempo, aunque sentí temor de toparme con una inmensa cola, tal y como suele suceder en estos ciclos. Pero no había nadie, entonces ocupé una mesa de la cafetería, ubicada frente a un televisor. Las atajadas de Butrón me depararon no solo la seguridad de que no se iba a perder, sino que también se podía ganar. El gol de Cruzado fue de otro partido, y no me sorprende, porque la magia con el balón es patrimonio blanquiazul.
Pedí un espresso y me limité a observar la puerta de entrada de la sala de proyección. Más allá de los mozos del café y un par de guardianes, yo era la única persona en el centro cultural, detalle fugaz que me llevó a mis años en la Filmoteca del Museo de Arte, cuando asistía a las proyecciones de última función de días de semana. Habré visto cientos de películas solo y quizá ese recuerdo sea el que me impida ir a las salas de cine, en las que mi paciencia se pone a prueba. 
Vi Eden (2014) de Mia Hansen Love. Las referencias reseñiles la hermanan con una maravilla: 24 Hour Party People de Winterbottom. Motivo suficiente para mirarla. Los minutos corrían y me asumía como un privilegiado porque no estaría expuesto a las tonterías de los espectadores, tonterías que no conoce de límites en los ambientes “cultos”, nunca falta alguien que reviente un chicle, olvide apagar el cel o programarlo en modo avión. La película empezaría en poco más de 15 minutos. Ante ello, se me antojó otro espresso, pero cuando llamé al mozo, me percaté de que una turba bajaba por las escaleras, proveniente de la sala de proyección del segundo piso. Muchos de los que salían se ubicaban en la cola para Eden. Sacrifiqué el segundo espresso y me abrí paso a patadas. Era el inicio de una salvaje noche de invierno.

sábado, junio 03, 2017

dietario con trama

Quizá estemos ante una de las novelas en español más divertidas y a la vez críticas del presente siglo. Una novela que llega en el momento preciso, dispuesta a diferenciar a los que escriben de los escritores. Claro, nos referimos a su dimensión moral, pero bien sabemos que esta dimensión no sería nada si no descansara en lo que importa en estas lides: la contundencia literaria que la conduce.
Acabada la lectura de Mac y su contratiempo (Seix Barral, 2017), no dudamos en ubicar la novela entre los mejores títulos del escritor español Enrique Vila-Matas. Como sabemos, el catalán es dueño de una obra con varios títulos que pueden fungir de puertas de entrada para los lectores que aún no lo leen, del mismo modo como dosis recurrentes para sus no pocos seguidores.
¿Pero qué hay en Mac? ¿Por qué la novela despierta tanto entusiasmo?
Para empezar, nos enfrentamos a una novela compleja, con personajes configurados en la marca de la casa y con un argumento laberíntico en sus temas. Hasta aquí, no hay nada extraño, la complejidad es lo que identifica a nuestro autor, que no duda en llevar el humor, la ironía y la inteligencia a la cima, pero a diferencia de anteriores trabajos de ficción, hallamos ahora recargadas e iluminadas cuotas de crítica.
Mac es un abogado que acaba de perder su trabajo. Es un desempleado. Carmen, su esposa, trabaja en una mueblería. Carmen lo quiere, pero también lo soporta, ahora más puesto que Mac emprenderá la escritura de un dietario, uno que no aspira a la publicación, sino que le permitirá descubrirse en la experiencia de la escritura. Gracias a la libertad discursiva que permite el registro del diario, el lector descubrirá que Mac es un lector voraz. Mac vive en el Coyote, barrio barcelonés en el que también reside Ander Sánchez, un famoso escritor que siempre pasa de largo cada vez que intenta saludarlo. Sin embargo, cierta tarde, Mac se encuentra en La Súbita, la única librería del barrio, y también su espacio favorito a causa de la librera Ana Turner. Pero Turner no solo es el amor platónico de Mac, es también la obsesión de Sánchez, que llega y saluda a Mac y no demora en querer impresionar a la librera. Como todo escritor ególatra, Sánchez habla del éxito de sus libros, mas no se muestra muy entusiasmado con una novela de juventud de corte experimental, llamada Walter y su contratiempo.
Entonces, el diario que Mac viene escribiendo adquiere otra dimensión, porque no solo releerá aquel libro de Sánchez, sino que lo reescribirá. La actitud de Mac es la metáfora de la libertad de la escritura y somos testigos de ello en esta novela en donde se funden de manera transparente la novela/trama y el dietario. Es decir: un dietario con trama. En su curso no percibimos la diferencia de los registros y somos de actuantes y hasta cómplices de su estilo risueño. El lector se entrega a este concierto de la escritura, que podemos interpretar como un tributo a la tradición del cuento. Aquí no cesan las referencias a los grandes cuentistas clásicos y contemporáneos, expuestas con seriedad e ironía por Mac. En este sentido, hallamos en Mac una postura política del autor en cuanto a la fuerza literaria del cuento, además, no resulta gratuito que su protagonista se declare amante de la poesía, hermana del cuento. Sin embargo, el elogio de la brevedad no es lo único que identifica a nuestro protagonista, a saber, sus puntos de vista en cuanto la elasticidad del lenguaje los relaciona con la tradición de las distancias largas, por ello, los guiños a La cartuja de Parma de Stendhal y a los maestros lisérgicos de la dificultad como William Gaddis, complementan su cátedra sobre el cuento, y su natural extensión, el episodio. Pero el amigo Mac es también un esforzado combatiente contra la mediocridad cotidiana, muy bien representada en espantosos personajes como Julio y el sobrino odiador/hater de Sánchez, sensibilidades con el que no pocos payasines de cualquier mundillo literario se sentirán plenamente identificados y servidos.
Mediante Mac ingresamos a una dimensión que acrisola múltiples dimensiones sobre la lectura de la narrativa. Asistimos a un evidente magisterio del autor, cuyo personaje debería ser asumido como un símbolo del análisis creativo. La estrategia formal no pudo ser mejor pensada y desde ya se erige como paradigma que tendría que salvar a la narrativa actual de su orgullosa falta de riesgo discursivo. Escribir sobre seguro no conduce a ningún lado.

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En SB

para no decir nada

Mientras caminaba por Quilca y Camaná, a la caza de un libro específico sobre una cultura precolombina, el azar quiso que me topara, y en cuatro ocasiones y lugares distintos, con siete libros de narrativa peruana noventera. No los compré porque los tengo, pero la ocasión me resultó propicia para revisarlos, más aún cuando supe que no encontraría el libro que andaba buscando, el cual me ayudaría en un reportaje.
Tres novelas y cuatro cuentarios. Revisé sus páginas y recordaba el contexto en que los leí, conformado por años signados por la salvaje lectura. Al vuelo, no había mucho que comparar en términos de escritura con la producción narrativa del presente siglo. En este sentido, ha habido un avance. Sin embargo, revisarlos me hizo tener una idea más clara de lo que era la práctica de escribir en esos años, especialmente el aliento en el que descansaba su ejecución. Un aliento en el que podías notar una luz pese a los defectos formales y, seguramente, las pocas lecturas formativas de sus autores. Me sentí agradecido, porque esa luz es detrás de las palabras es lo que justifica la experiencia literaria, pequeño gran detalle ausente en la narrativa peruana actual.
Es decir, no basta con escribir bien. Escribir bien para no decir nada. Por eso tenemos autores talentosos pero que no comunican, entregados a una pedantería verbal que delata una clamorosa falta de personalidad. La mentira de un supuesto buen momento se construye a cuenta de las ventajas que hoy por hoy deparan las redes sociales que, más allá de sus curiosas taras, hacen que las nuevas e inevitables argollas compartan un involuntario fin común: la no existencia de malos escritores peruanos. 
Cuando dejé en su lugar el último libro noventero, me fue imposible no pensar en qué había sido de sus autores. A un par los busqué por Facebook, a quienes me alegró verlos como felices padres de familia, pero también recordé las malas reseñas que recibieron a causa de la poca pericia verbal que exhibían en sus libros. Imagino que llegará el día en que se les haga justicia.

viernes, junio 02, 2017

zen

De lejos, o practicando el difícil arte del entusiasmo, se podría tener una sensación por demás positiva de la narrativa peruana actual. Más o menos, esta fue la primera respuesta que le di a una amiga el lunes pasado, con quien tomé un no acordado café en Don Juan, luego de que me pasara la voz en ese preciso momento en que cruzar la pista es más peligroso que fiarse del semáforo.
Celebro pues la existencia de una lectora que se anuncia voraz, pero no niego el temor que sentí al prever una futura decepción de su tema de interés. Pero ¿quién soy para pinchar el globo de su alegría?, ¿acaso no fui como ella cuando tenía su edad? (Bueno, jamás.) Me hice este par de preguntas tras el tercer sorbo del espresso, que antes de probar, lo observé, al amparo de la esperanza: ser testigo de la iluminación de su misterio.
Así es, por extraño que parezca, llevo días en estado zen, viendo la realidad pasar, dejando de lado el espíritu crítico y aguafiestas. Pero como debía ser coherente, y a sabiendas del peligro de esta inquietud en contra de mi estado zen, le pregunté a mi amiga qué estaba leyendo, había que saber en qué radicaba la fuerza de su entusiasmo. Ella llevaba una bolsa con libros, entonces, fue colocando cada título sobre la mesa, todos de autores peruanos. Entonces, la iluminación se presentó en la fuerza de su revelación. 
Cuando se refería a narrativa peruana última, era pues a lo último que estaba leyendo. Esta niña camina por los caminos seguros: los títulos emblemáticos de Reynoso, Gutiérrez (Miguel), Rivera Martínez, Ampuero, Higa, Calderón Fajardo y Morillo Ganoza. Su plan de lecturas de los próximos cuatro meses y medio, es armar una cartografía narrativa personal que parta de 1950 hasta 1995. Es decir, casi medio siglo de producción narrativa. Por ello, cuando me preguntó qué me parecía lo que venía leyendo, no le dije nada, porque ella descubriera por su cuenta lo que al final quedará. Solo sonreí, y le invité un Cheesecake de fresa, sin duda, el mejor de toda la ciudad.