domingo, julio 31, 2016

504

Domingo de sol y con muchas cosas por hacer durante el día, de todas ellas, una es la más importante, la excluyente. Mientras tanto, abro las ventanas y corro la cortina. Obvio: a disfrutar del sol, que ha salido más generoso que nunca. Voy a la refrigeradora y saco una Cusqueña en lata. Eso es lo que voy a desayunar, mientras espero la hora de almuerzo y reviso lo que debo revisar antes de hacer lo que debo de hacer, y mientras veo también el partido de Alianza en Huancayo.
Uno de los documentos en Word que vengo trabajando va sobre el concepto que algunos críticos le vienen dando a la época de los años de la violencia interna, época que yo tengo muy clara, pero que al parecer más de uno no, en tajante muestra de criollada discursiva académica que permita subsistir a sus hacedores valiéndose de aquellos años sensibles y trágicos para miles de peruanos. En la falta de claridad del discurso veo también un irrefutable irrespeto por quienes sufrieron el acoso y masacre de las huestes terroristas. Resulta muy fácil hablar desde la distancia, pero pienso en las almas de estos sabidos, en toda la mierda que debe haber en ellas porque lo que hacen no es más que lucro intelectual/académico: ¿guerra civil?, ¿conflicto armado interno?...
Son los primeros en hablar de los menos favorecidos, de los olvidados por el estado peruano, pero a la primera exigencia de coherencia se les chorrea la hipocresía, la mentira y el racismo contra los que dicen defender. En fin, ya daré testimonio de esas lonjas de chancho.
Se acerca la hora en la que debo hacer lo que debo hacer, entonces, voy a la cocina y me sirvo el almuerzo. Mi falso pekinés Onur atento al aroma de la carne. Me acompaña a la sala y se sienta a mi costado, mirando a la nada, pero esa es su táctica, la ternura interesada que a más de uno ha llevado a compartir lo que comía con este falso pekinés. 
Me sirvo una copa de vino. Prendo un cigarro. Mi mente se despeja, pero el generoso sol sigue siendo una tentación para no hacer nada, pero no importa, hay cosas que has esperado toda la semana y las haces con una sonrisa de genuina satisfacción.

sábado, julio 30, 2016

503

Han sido días ajetreados, pero muy positivos. No me quejo, aunque lo que sí necesito es un poco más de sueño. Hoy sábado pensaba dormir hasta tarde, pero no, una inevitable llamada, su sonido, a golpe de 8 de la mañana, quebró mis intenciones de quedarme metido en el sobre hasta el mediodía.
Últimamente me fastidia que mis tías llamen a mi madre por cualquier cosa, pero antes de decir cualquier tontería al contestar, me autobrindo una ligera tolerancia, un pequeño respiro a la furia mañanera, puesto que no existe peor cosa que el sueño interrumpido.
Cuando me dispongo a pararme, el teléfono deja de sonar, y como ya estaba dispuesto a levantarme, aprovecho la intención para ir a la cocina y prepararme el desayuno.
Busco el café y lleno la tetera con agua.
Cojo la bolsa de pan de molde, también la jamonada, el queso y el chicharrón de prensa. Me envenenaré desde el saque, pero no importa, no seré el único que se envenene desde el desayuno. Obvio, cuando me sienta más despejado, iré a abastecerme de frutas para toda la semana.
Ahora tocan la puerta y me acerco a la ventanilla. Es el señor que me trae los periódicos.  Por lo general, es mi padre quien recibe los periódicos.
Me sirvo café y, contra lo que suelo hacer, le pongo azúcar, quizá pensando que de esa manera reforzaría una actitud contra la sensación de pereza. Para mi felicidad, recuerdo varias páginas de los diarios de Ribeyro que estuve releyendo anoche, imposible no frecuentar los diarios de Ribeyro en los feriados largos, al menos, esa es mi costumbre, empalmar la ociosidad con uno de los escritores peruanos que hizo de la molicie una virtud humana y también una experiencia literaria. Me viene bien porque aún sigo dopado con el espectacular ají de gallina que Mario preparó ayer en la casa de Alina.
Luego de desayunar, preparo el desayuno de Onur. Después, me pongo a leer los diarios, cosa que me entero de las nuevas maravillas que día a día me depara este país. No me entero de nada; será pues un día tranquilo y normal, sin mucha novedad exterior, sin un tópico que marque la pauta temática colectiva, pero jamás hay que subestimar a este país, porque lo que no ofrecen los diarios, sí los portales de noticias, en los que veo la última barrabasada del cardenal, que una vez más se graduará de hijo de puta, con el perdón de las putas. 
No me extraña que este sujeto tenga la audiencia que tiene. Para nada. Desde hace un buen tiempo he decidido cuidar mi hígado. No me fastidia la existencia de seres diabólicos como Cipriani, no me debería fastidiar en realidad. Gente como él no es el problema, sino el verdadero problema es la gente que lo sigue, que aplaude y obedece cada una de sus opiniones ultramontanas. 

jueves, julio 28, 2016

502

Anoche, luego de una de las presentaciones más concurridas en los años que lleva SUR, me fui a comer.
Me bajé del taxi entre Javier Prado y Petit Thouars. Pero los restaurantes estaban cerrados, más bien, los bares estaban en su punto; bien pude entrar a uno a pedir algo ligero, pero lo que deseaba era comer, envenenarme como no lo hacía en tiempo, por lo que caminé hasta el Centro Comercial Risso, que es prácticamente volver, o estar cerca, a lo que fue mi colegio.
Llegué adonde me propuse y no había mucho que pensar. Me dirigí a Mi Carcochita y pedí una salchipapa especial.
Esperé la salchipapa y observaba, a más de treinta metros en diagonal de donde me ubicaba, un chifa de nombre impronunciable, de buena pinta, sí, pero que es uno de los más horribles de la ciudad en cuanto a los platos que sirven. La primera y última vez que lo visité, lo hice en compañía de “Mr. Chela” y “El caminante” y una punta más cuyo nombre no recuerdo. Habíamos estado tomando algunas chelas en Pollo Pier y fuimos a ese chifa a sugerencia de “El Caminante”, porque se supone que eran sus dominios, sus dominios del barrio. Hicimos nuestros pedidos y cuando nos sirvieron los platos, todo bien, nada del otro mundo, el aroma a chifa, el humo ondulante que parecía una bailarina de ballet, todo sin problemas, pero las cosas se pusieron jodidas cuando comencé a probar el plato.
Miraba el local de ese chifa. Igual que hace varios meses: bien pintado, pero de platos horribles, preparados a lo bestia. No había que pensarlo mucho, ¿qué sentido tiene mantener un negocio que para vacío y, además, cuya comida es horrible?
Pienso en las lavanderías de la ciudad. No es la primera ni la última que vea una.
Hace no más de dos meses, mi pata Abelardo, el metalero que escucha Air Supply, nos invitó a Armando y a mí a un chifa ubicado en el Rímac, a no más de tres cuadras del Puente Trujillo. Abelardo ya me había hablado de las bondades de aquel chifa y esas bondades se manifestaron en la concurrencia que llenaba el local. Por un momento creí que tendríamos que esperar y lo que me jode más es esperar a que una mesa se desocupe en un restaurante. Para nuestra buena suerte, una pareja disponía a retirarse.
Abelardo tenía razón. Era un buen chifa. Generosidad en las porciones y flameo justo en los platos. Y comimos hablando de lo que siempre hablamos cuando comemos, casi siempre con el silencio de Armando, que quiebra cuando tiene que hablar mal de Alianza Lima y a favor de la tradición poética peruana, que conoce como pocos. Cuando Abelardo comienza a hablar, extrajo de la manga una historia que pautó nuestra conversa hacia la epifanía, como la de un pequeño chifa en Alfonso Ugarte, a metros de Bolognesi.
Ese pequeño chifa que también visité un par de veces y al que Armando iba religiosamente 5 veces a la semana. La razón de estas visitas no obedecía a sus buenos platos, sino a la chinita que atendía. Una chinita, menudita, excesivamente bonita, de voz dulce. Una muñequita oriental, en todo sentido. Ella atendía ese pequeño chifa con quien al parecer era su esposo. Los platos que vendían no eran la gran cosa y cada vez que iba había muy poca gente. Más de una vez me pregunté si en verdad dicho chifa les daba para vivir y si los pocos clientes que iban lo hacían ante todo por la muñequita oriental. Esa es la impresión que tuve en mis dos únicas visitas. Y no me sorprende que Armando se haya enamorado de esta mujercita. La recordaba al detalle y creí que se perdería en una de sus tan alucinantes descripciones pormenorizadas, pero no, felizmente no fue así, porque, “no lo vas a creer, un domingo en la noche, en uno de los noticieros de mierda”…
Lo que dijo Armando me dejó helado. 
Así es: la chinita apareció en un reportaje dominical, como una despiadada mujer que había asesinado a cuchillazos no solo a su esposo, sino también a tres tipos más, también orientales. En el reportaje se indicaba que esta chinita pertenecía a la mafia china del Dragón Rojo y que el local era una fachada de esta red criminal, que no solo era una lavandería, sino también un centro de tortura de la mafia. Según las pesquisas policiales, la muñequita china habría intentado fugarse del país con una importante cantidad de dinero y para ello debía deshacerse de su posible esposo y de los integrantes de la mafia que cierta noche fueron a hacer lo que tenían que hacer en el local… “Estos ojitos la vieron, Gabriel, era la muñequita china, quién lo iba a creer, que ese cuerpito, que esa belleza oriental haya acuchillado a tres huevones”…

martes, julio 26, 2016


"monasterio"

Los lectores atentos a las idas y venidas de la nueva narrativa latinoamericana recordarán que hace varios años tuvo lugar en las generosas tierras colombianas el tan promocionado Bogotá 39. Evento al amparo del célebre Hay Festival, que reunió a 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años, catalogados y promocionados como lo “mejorcito” de la narrativa latinoamericana del nuevo siglo, integrado por nombres llamados a revolucionar la lengua de Cervantes y demás hierbas dignas de la propaganda y el interés editorial.
Quien escribe recuerda que todos los días recibía en su correo electrónico pormenorizadas noticias de lo que acaecía en Bogotá. Uno, sin estar en dicha ciudad, estaba, así guste o no, al día de las actividades que cumplían los 39 elegidos. Para muchos lectores, se trataba de una oportunidad especial para conocer autores, cruzar influencias y ver, cómo no, cuán latinoamericanos éramos. Para otros lectores, digamos más duros y escépticos, se trataba de una estafa orquestada por los grandes sellos editoriales que hacían y deshacían en el imaginario literario en español.
Hubo pues para todos los gustos y disgustos. Por ejemplo, entre los disgustos, más de un escriba estuvo a nada de proponer una nueva edición más amplia, más “justa” literariamente, como un Bogotá 45. En fin, de todo podemos esperar cuando nos topamos con egos dañados y desesperados por un cuarto de hora de fama.
Los años pasaron, y no pasaron en vano. El tiempo se encargó de ordenar lo que quedó de la fiesta. La lectura atenta de la mayoría de los B39 nos permitió constatar quiénes destacaron, quiénes quedaron, quiénes sobrevivieron y, muy especial, quiénes siguieron viviendo como B39.
Lamentablemente, los que destacaron después de Bogotá 39 son un puñado de autores que en obra demostraron que ya no son promesas, sino más que saludables realidades a las que debemos comenzar a leer con toda la seriedad que su poética amerita. Uno de ellos, el narrador guatemalteco Eduardo Halfon (1971).
Un breve repaso a la obra de nuestro escritor nos indica que no solo exhibe una obra prolífica, sino también que esta ha sido saludada por la crítica y reconocida por los lectores. No hay mucho que explicar al respecto, sino no fuera por este par de características, Halfon no hubiera publicado tanto en tan poco tiempo, entregando a las editoriales títulos que, aparte de ser universos independientes, tienen la cualidad de mostrar un enriquecedor diálogo entre los mismos, diálogo que partiendo de la experiencia literaria, nos lleva también a distintas parcelas temáticas, como la identidad, la violencia, el Holocausto y la “cuestión” judía, que sin duda han motivado más de una discusión entre sus lectores.
En su última novela, Monasterio (Libros del Asteroide, 2014), Halfon vuelve a su ciclo autobiográfico iniciado con el El boxeador polaco y continuado por La pirueta, pero ahora en una aparente pequeña dosis, que como tal, no deja de transmitir lo que sus libros vienen transmitiendo. Pues bien, si una primera impresión deja esta novela es la capacidad de Halfon para adentrarse en el hastío de su homónimo personaje, quien con su hermano llega a Jerusalén para asistir al matrimonio de su hermana con un judío ortodoxo de New York. Sus padres, su hermano y su hermana están dispuestos a escenificar el acto de lo que será el momento más importante en la historia de uno de los miembros de la familia, sin embargo, Eduardo no está dispuesto a aceptar esa situación, rehúye de lo que califica como falsedad, actitud reforzada por una inclinación a no aceptar el sobredimensionamiento que los suyos hacen de la condición judía. Sus ganas de regresar a Guatemala cuanto antes comienzan a pautar su comportamiento. Además, se siente hastiado consigo mismo, y para colmo no le gusta el calor y la sensación a tierra que le genera Jerusalén. Entonces decide no asistir a la boda de su hermana y su salvación a su estancia en Israel, viene por cuenta de Tamara, la aeromoza de Lufhtansa que creyó reconocer al arribar al aeropuerto de Tel Aviv, la misma que lo llama a su hotel en el momento que ya había decidido no asistir a la novela de la hermana, hecho que tira por los suelos las sospechas que tenía sobre ella porque, efectivamente, sí la había conocido años antes en un bar de Guatemala.
En el reencuentro con la israelí no solo marca el destino inmediato de Eduardo, sino también permite que la narración se abra para encausarse en un ejercicio de memoria sobre el origen y la identidad signada por su procedencia judía. Halfon nos entrega un personaje como Tamara que, en su justa configuración, es el recipiente en el que el autor vierte el discurso de su protagonista. En este sentido, Halfon no solo demuestra gran habilidad narrativa, puesto que hasta antes de la decisión de su alter ego de no asistir a la boda, la novela parecía estancarse en un círculo temático bajo la sombra del hastío. Con Tamara, como presencia sin mucho protagonismo, la novela se dispara hacia una serie de discursos sobre la memoria, canalizada en una voz que refleja la resignación de nuestro protagonista con el destino sobre la identidad. Con esta estrategia, Halfon eleva la novela a la categoría de la reflexión, una reflexión que no juzga ni condena, sino que consigna sensaciones e impresiones, a saber, Tamara desnuda y bañada en piedritas de sal frente al Mar Muerto, absorta ante la historia que le cuenta Eduardo sobre un judío que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial vestido como niña.
La llamada cuestión judía (y sus variantes familiares y religiosas) y el Holocausto, en manos menos talentosas, devienen en ejes temáticos dinamitados por el lugar común. El éxito de Halfon en Monasterio y en los libros que componen su obra, escritos bajo la presencia de estos tópicos sensibles, se debe a que antes que la persona, se impone en el ejercicio de la escritura literaria la mirada del escritor. Ese es pues su secreto. A esto sumemos que Halfon, como escritor, sí tiene muchísimo que decir.

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Publicado en El Virrey de Lima

lunes, julio 25, 2016

501

Me despierto y me pongo a leer. Por la ventana siento un tenue rayo de sol que ilumina mi frente. Sigo leyendo. También me fijo en los diarios de ayer domingo.
Al rato, me pongo de pie y voy a la cocina por un vaso con agua. También me sirvo café, de sobre nomás, pasarlo requiere del tiempo que no tengo, ni tendré, en lo que resta de la semana. El café cargado despierta mis sentidos, los que quedan y me piden que regrese al sobre, a ese calor de las sábanas que en invierno se convierte en más que una tentación, una inminente realidad.
Sorbo el café y reviso mis cuentas en el celular. Todo ok, en su normalidad, en su sano curso, para ser un lunes.
De vuelta en mi cuarto prendo la Laptop, también el televisor, porque se transmitiría un partido amistoso entre los Manchesters, pero no pasa nada y no me interesa saber por qué no se transmitirá el partido. Entonces, una fugaz disyuntiva: ¿apago el televisor o sintonizo Canal N?
Opto por la segunda opción.
Sintonizo Canal N.
Y el espectáculo es deprimente. Pero no me sorprende, no me sorprende para nada.
Los congresistas de la reserva moral peruana, es decir, los congresistas del Frente Amplio, se están sacando la mierda por las oficinas administrativas que usarán en los próximos años. ¿El “padre” Arana? Ese tipo, hablando como bueno, olvidándose que entró al congreso valiéndose de artimañas, aplicando como nadie la criollada de la derecha. A su costado, la guapa Marisa, tensando el rostro, intentando proyectar tranquilidad entre tanto griterío. No es tonta, ya llegaron las cámaras de televisión e invoca a la calma.
Hace no mucho un pata me comentó que pensaba postular al congreso. Lo escuché. Sus razones eran nobles: quería postular por el sueldazo y los suculentos beneficios. Al menos fue honesto en sus intenciones, siendo el único, entre varias puntas que me venían con la falsa actitud de servir a los peruanos, que se mostró tal cual.
Recuerdo que le dije que el proceso de postulación era largo y tortuoso, por ende, desgastante. No solo se requería de dinero, también de poner en bandeja toda una red de relaciones, es decir, la aplicación de un poder que te asegurara quedar entre los primeros cinco de la lista congresal del partido político al que te afilies. Eso es lo más jodido. Quedas entre los cinco y tienes pie y medio en el congreso. Aunque conozco casos de aspirantes al congreso que estando entre los cinco primeros de la lista no lograban su objetivo. Bueno, había que ser bestia, o quizá tan mala persona para que ni tu familia vote por ti. Es jodidazo postular al congreso, mucho más que postular a la presidencia. Entonces le hablé de las verdaderas diferencias entre postular al congreso y a la presidencia. Tentar la presidencia es más viable que ir al congreso. Le resalté lo que debería hacer.
El rostro de mi pata se iluminó. Y no lo dudó: postularía a la presidencia en el 2021.
Cuando nos despedimos, me dijo que de llegar a la presidencia me daría una cartera ministerial. “Escoge, Gabriel”, me dijo. 
Bueno, no me vine con falsas modestias. El izquierdista que llevo dentro me alentó a lo siguiente: no aceptar ningún cargo ministerial (aunque sé que lo haría muy bien en Cultura, llevando a cabo una política revolucionaría sobre la promoción de la lectura, nada que ver y a años luz con el trabajo para las cámaras que se hizo con la inútil de Álvarez Calderón) por la sencilla razón de que sería un lastre administrativo para el estado, para empezar, mis sesiones comenzarían a las cuatro de la tarde hasta la medianoche, de corrido. 

Entrevista a Olga Martínez (Editorial Candaya)

Seguramente la línea de ensayo de la editorial es la que ha permitido reforzar la legitimidad conseguida. No hace falta hurgar mucho, de lejos, los ensayos y estudios sobre los escritores que conforman esta línea, aparte de brindar luces, forman las bases del nuevo canon de la literatura escrita en castellano. Es una línea tanto para especialistas y lectores entrenados que profundiza en la obra de sus autores favoritos.


Estamos especialmente orgullosos de la colección Candaya Ensayo, que pretende ser una herramienta de lectura reflexiva y debate crítico sobre la obra de algunos autores que se están convirtiendo en nuestros clásicos contemporáneos: Bolaño, Piglia, Villoro entre los latinoamericanos; Vila-Matas y Marsé entre los españoles. Son libros que apuestan por el equilibrio entre la erudición académica y la condensación periodística, y que ofrecen, además, algo que nos parece que nunca se había hecho en el mundo editorial: en todos va incorporado un documental inédito, que quiere ser una puerta de acceso al universo más íntimo del escritor que reivindicamos. Nos gustó mucho lo que  Ricardo Piglia dijo sobre ellos: “Los libros de Candaya Ensayo estimulan la producción crítica y son como bibliotecas móviles, que permiten que el diálogo entre escritores y lectores continúe y se enriquezca.”


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domingo, julio 24, 2016

500

Me despierto antes que suene el despertador. Si algo bueno trajo el malestar de los días pasados fue ordenar mi sueño, volver mi descanso como el de una persona normal. No sé cuántos días me dure, pero allí le doy, ajustándome a los nuevos tiempos y aprovechando el cambio todo lo que dure hasta volver a mi realidad.
Anoche, antes de meterme al sobre, pude enterarme de la existencia de un artículo de Alonso Cueto sobre Miguel Gutiérrez. Sobrio y contundente. Al respecto, recordé que hace muchísimos años, y no sé en qué contexto, Cueto me comentó que hubo un tiempo en que Gutiérrez y él solían visitarse, acompañados de sus respectivas esposas, y pasaban las horas hablando de la vida, la literatura y los proyectos literarios personales. Cueto me lo contó a semanas (¿o meses?) del fuego cruzado generado en la polémica Andinos contra Criollos. Lo cierto y de lo que fui testigo: Cueto nunca me habló mal de Gutiérrez y Gutiérrez nunca se expresó mal de Cueto. No sorprende que ante esto aparezcan los reyes de la exclusividad, aquellos payasos que saltarán con su supuesta verdad. Lo que siempre he visto en Cueto y Gutiérrez: dos caballeros. Te puedes sacar la mierda con alguien y seguir siendo un caballero, sin apelar a la cultura barrial de la adjetivación, lejano de la ramplona respondonería. 
Obviamente, compartí el artículo de Cueto con el pueblo. Ni bien lo hice, me metí al sobre, víctima del sueño, pero cometí el error de no apagar el celular. Algunas puntas, en verdad 3, y cada una por su lado, me llamaron para animarme a ir al centro, a un concierto en Chota, pero por más buena onda que le ponían a sus arengas, mi decisión ya estaba tomada. No podía retroceder en el día central de mi recuperación, aunque sí lo pensé cuando me Dio y Dajo me pasaron la voz sobre la salchipapa en el Munich. Pero como ya dije, mi decisión de meterme al sobre temprano ya estaba tomada. No era para menos, lo que sé de la experiencia de esta semana, es que semana como esta no la volveré a pasar nunca más.

sábado, julio 23, 2016

499

Me levanto temprano y siento un hambre descomunal.
Pero antes, el café de rigor. Onur, por su parte, jugando con el talón de mi calzado.
Le grito pero no hace caso.
El café humeante, en su punto. Lo justo para desperezarme en esta mañana.
Anoche, luego de la conversa con Iparraguirre en El Virrey de Lima, me dirigí a una farmacia, a la búsqueda de las pastillas que den por terminada esta semana en la que me he privado de todo, semana que reunió todos los males temidos por este servidor, malestar que me hizo pensar en si había hecho algo malo en los últimos meses.
Lo que sé, es que semana como esta no volveré a pasar ni a balazos.
En el trayecto a la farmacia, en la única que confío del centro, ubicada frente al Hospital Loayza, y muy cerca de Los tres continentes, me cruzo con un Zepita anónimo, al que saludo porque no lo veía en mucho tiempo. Me hizo la taba por un par de cuadras, las suficientes para saber de su preocupación por el comportamiento de “Cachetada Nocturna”. En realidad, no me sorprendía lo que me contaba el Zepita anónimo. En el mundo de “Cachetada” todo es posible. Y cuando lo vea, lo voy a cuadrar. O sea, este mal llamado “Faulkner peruano” viene siendo víctima de un atarantamiento conceptual, puesto que el Copé de Novela no es el Pulitzer, y si en caso lo fuera, eso no es justificación para insultar y escupir a un colega que en la práctica, y que sin necesidad de valerse de los premios pasados (Copé incluido), la viene rompiendo con su último libro.
Eso es lo que pasa cuando solo escribes motivado por la concursografía, peor cuando no sabes manejar la suerte si en caso hayas ganado.
Sin duda, ganar un concurso ayuda en lo económico.
¿Pero acaso un concurso es garantía de calidad literaria?
En los últimos años, ¿cuántas novelas y cuentos ganadores del Copé podemos llamar referentes y axiales para la narrativa peruana? Me refiero pues a la instancia que literariamente te coloca más allá del premio como tal, esa instancia que te permite un diálogo con los lectores sin depender de la algarabía de la inmediatez.
Un breve recorrido en la historia del Copé, tanto en narrativa y poesía, nos arroja un magro número de títulos a considerar.
Mientras me sirvo un triple, y aprovecho en volver a llenar mi taza con buen café, pienso en que debería haber un sinceramiento de opinión por parte de sus ganadores, es decir, confirmar la obviedad, dejarnos de cojudeces: el Copé es importante por el dinero, por eso. 
Pese a los años del premio, a este aún le falta cumplir con esa cuota de trascendencia literaria que lo eleve a la legitimidad. Sé, sin duda, que puedo estar pecando de injusto, a lo mejor, y ojalá sea así, pero se trata de un pecado de buena intención, que me permitirá en estos días llevar a cabo una revisión en la BNP de las novelas y cuentos ganadores del Copé de los últimos años. Solo así, y en parte, a manera de involuntaria extensión, también podré entender el mundo bizarro y estrafalario de “Cachetada nocturna”.

viernes, julio 22, 2016


498

Toda la semana la he pasado mal, recuperándome de una serie de males confluidos, lo que ha motivado a que esté más desconectado del mundo que de costumbre. Pese a ello, me di maña, o sea, me drogué lo suficiente, para cumplir algunos compromisos ineludibles. Felizmente, hoy viernes amanecí mejor, sin dolores corporales, sin mareos y sin esa sensación de no querer hacer absolutamente nada.
Cerca de las 8 de la mañana me dirijo a la cocina y me sirvo anís, el temor al café aún queda postergado hasta cuando me sienta totalmente recuperado, sin ese miedo a la recaída que no debo permitirme el día de hoy. No pasa mucho tiempo para que Onur se acerque y empiece a pedir, con saltos que pasan el metro, su desayuno. Mientras tanto, entro a la página de algunos diarios, como también a algunas cuentas de Facebook y ver lo que está ocurriendo. Lo del ingreso a la cuenta de Facebook obedece a una razón: el creciente interés que vengo percibiendo sobre la marcha que se realizará el 13 de agosto. Una marcha que se pinta como una de las más multitudinarias en la historia de protestas del país. No es para menos, y me alegra que sea así, porque es una marcha movida por el espíritu de indignación de millones de mujeres peruanas, una ola de protesta que se viene gestando desde hace varios años pero que se ha repotenciado con los últimos sucesos ya conocidos. La ley no protege a las mujeres, la criollada política está contra ellas, entonces, las mujeres se ponen de pie. Me fijo en cuentas de amigas y conocidas que nunca han mostrado interés en la utilidad de las marchas, pero ahora sí, la cólera e indignación, esa mezcla que las eleva a sumarse a una causa que viene creciendo a nivel nacional.
No estar en esa marcha, no apoyarla, es ser un subnormal. 
Y hablando de subnormales, no deja de sorprenderme la amarga alegría crema cada vez que ganan un clásico. Más de una vez he escrito sobre la pusilanimidad de Mosquera al frente del equipo blanquiazul, su falta de criterio y sideral soberbia que le han impedido conectar con un equipo cada vez más lejano a la regularidad. Se perdió y no me sorprende. Como tampoco llama mi atención la festividad crema, una festividad en donde la alegría por el triunfo viene condimentada por el odio y el resentimiento. Siempre me pregunto qué les cuesta ser festivos en su esencia, como sí lo son los blanquiazules cada vez que ganan un clásico o consiguen un campeonato. No lo pienso mucho y a la verdad nos atenemos: eso pasa cuando no tienes una verdadera historia y una justificada tradición, ni hablar de gestas épicas, no una de plástico y que solo se justifica en campeonatos, en los chicharrones. He allí la diferencia.

una de Villeneuve

Desde hace mucho tiempo que no me acercaba a una sala de cine. Claro, para un consumidor de películas, mi decisión de no frecuentar el cine se debía a la aparición de una suerte de especímenes que amenazaban con multiplicarse e instalarse en ese espacio donde se supone debe reinar el silencio. Sencillamente no aguantaba el ruido que hacían, que no contentos con hablar por el cel, empezaban a hacerlo también por el Nextel. Entonces, antes de convertirme en un asesino en serie decidí ver películas en otro formato, sin abandonar la esencia de cinépata.
Con algo de retraso veía las películas que se estrenaban en el circuito comercial. Al respecto, si algo debo decir algo, y siendo honesto conmigo mismo y ajeno a la posería de los que piensan que solo el cine de autor es lo que hay que ver para asumirnos más interesantes y cultos, debo decir que el cine comercial sí tiene mucho que ofrecer, siempre y cuando el público conocedor vaya a las salas y legitime con su presencia la película.
Llevo años siguiendo las películas del director canadiense Denis Villeneuve. Villeneuve ha ido construyendo una carrera singular, gracias a películas como Enemy, su obra maestra Incendies y Prisoners. De estas, solo la tercera pudo estrenarse en nuestro circuito. Sin exagerar, Villeneuve es lo mejorcito que tenemos en el cine comercial hoy en día, ha sabido pues cuidar su poética sin caer en los caprichos que demanda la gran industria. Por ello, ni bien me enteré del estreno de su última película, Sicario, y guiándome por la intuición de que no estaría mucho tiempo en cartelera, fui a la única sala en que la proyectaban, en UVK de Larcomar, programada en última función.
Sicario (2015) es una prueba más del talento del canadiense, un sustento de la calidad histriónica de Benicio del Toro al momento de interpretar a un oscuro personaje que obedece a intereses no necesariamente ligados a cumplir la ley, como también una prueba de la mejor actuación de Emily Blunt que da vida a una agente policial de ideales en un contexto por demás sucio e inmoral. No es la más lograda película de Villenueve, pero sí uno de los mejores acercamientos que se hayan hecho sobre la verdadera historia que se teje detrás del narcotráfico. Villeneuve no se proyecta como un grande, ya lo es.

… 

Texto que rescato, que se supone sería publicado en una revista miscelánica que no salió por falta de presupuesto.

miércoles, julio 20, 2016


496

Tuve que salir en la noche, a un concierto de ballet, que para mí tenía de novedad porque, no me tomó tiempo saberlo, nunca había asistido a un concierto de ballet. No recordaba que había pedido una entrada que pagaría la misma noche de presentación. Entonces, con apuro me puse mi casaca y tomé un taxi a San Isidro. Si bien es cierto que llegué tarde y no vi el concierto, la idea era pagar la entrada y así colaborar con la noble causa del concierto: lo recaudado sería invertido a favor de los niños del sur.
El regreso, obvio, fue mucho más tranquilo. Caminé por El Olivar, a paso lento, revisando las últimas novedades en el cel, viendo la furia de los aludidos en un post anterior. No niego que me causaba gracia la indignación de los aludidos, palteados, dispuestos a todo pero desagraciados para la ironía e inteligencia.
Me desconecté de la señal de internet.
Se me antojó comer un sanguchón, entonces tomo un taxi al Centro Comercial Risso, y de allí tiro lata directo a Mi Carcochita. Esperé la hamburguesa observando a los demás glotones que me rodeaban, el frío los convertía en seres desarraigados, o esa era mi impresión, pero ninguno miraba a otro lado que no fuera la parrilla. Solo miraba mi pedido aunque también miraba la atención de un pata gordo, chato y peculiar, un chino chato, a quien le caían las gotitas de sudor por las patillas, agucé la mirada y traté de recordar, porque ese rostro me era conocido, pero no llegué a conclusión alguna, puesto que recibí la llamada de “Jeremy”, que estaba muy contento por la lectura de Los viernes en Enrico´s de Don Carpenter. Me puse a hablar con él lo que recordaba de la novela, también escucho que me llaman para recoger mi hamburguesa especial. Tomé asiento en el borde de la vereda y seguí conversando sobre esa novela que funde vida y literatura, tratando de recordar situaciones específicas, porque lo que sí mantengo es la impresión, o sensación emocional, de cuando la leí. 
Y de la nada me doy cuenta que desde hace muy buen tiempo, años quizá, no me ponía a comer sentado en el borde una vereda. Definitivamente, el mundo es distinto desde abajo, hasta era distinta la manera en que el chino chato gordo devoraba un pobre sanguchón de pavo. Obviamente, desde abajo sí lo había reconocido, pero no le di importancia, puesto que comprobaba una vez más que el mundo es más chico de lo que pensaba, pero había otras cosas en las que ocuparse, como el separar fecha para la marcha del 13 de agosto. Ya mucha huevada contra el abuso y desprotección con las mujeres en este país. 

martes, julio 19, 2016

495

A las 2 y 30 de la tarde salí de casa y me dirijo a Miraflores, en la que conversaré con un amigo chileno, Luis, que para más señas, es también escritor y editor. En el taxi, leo la edición de Tusquets de La conciencia del límite último de Carlos Calderón Fajardo, novela que presentaré en unos días en la FIL, con Francisco y Pablo.
Le pedí al taxista que bajara el volumen de la música que estaba escuchando. Me pidió disculpas por la música y que entendía que no me gustara, porque se la había pedido el pasajero que me antecedió. No me hice problemas, algo de Pink Floyd, el “Dogs” podría sonar muy bien en esta tarde gris y fría; el frío me embestía con fuerza inusual, misma fuerza recargada con la firme intención de hacerme partícipe de ese malestar que tanto temo, con el que sí me dejo de huevadas, ajá, la gripe.
Entonces pienso en las maneras que podría alejar la gripe, de una vez y para no ausentarme en los próximos días, de las actividades en las que participaré. Mientras barajo mis cábalas, porque soy un hombre de cábalas, llego a mi destino. Pago la carrera y me dirijo al encuentro con Luis, con quien me quedo conversando de todo, en perfecta sintonía de los temas que abordamos, tanto en narrativa como en ediciones. Aunque claro, con más de un punto de desencuentro, pero nada del otro mundo, una conversa pautada por las ideas uniformes, jamás será una conversa.
Pienso en caminar un rato por Miraflores, pero recibo una llamada. Hay que regresar a casa cuanto antes, porque mañana será el homenaje de Kloaka a Eduardo Chirinos en Sur. Lo que pensaba que me tomaría más tiempo, lo resuelvo en pocos minutos. Igual, me alegró volver rápido a casa y ayudar a mi madre en algunos arreglos de la sala y ponerme a revisar, en calma, los libros que he recibido en los últimos días.
Dentro de un rato, retomaré la lectura de la novela de Carlos. No sé cuántas veces la he leído desde que la leí por primera vez, solo sé que se trata de una pequeña obra maestra que no dudaré en recomendar cada vez que pueda. 
Eso.

lunes, julio 18, 2016

Entrevista a Andrés Trapiello

¿Es un experimentado explorador de las vidas ajenas?

Todos los escritores lo son o tratan de serlo. Para un novelista empezar por las vidas ajenas es el modo más natural para hablar de sí mismo. Como la claridad para el filósofo, que decía Ortega, es también como una cortesía.  Decía Stendhal: “cuando miento, me aburro”. Era una manera de decir: cuando hablo de mí mismo, me aburro. Porque uno tiende, sin querer acaso, a mentir, cuando habla de sí mismo. No conozco a nadie que mirándose en un espejo no trate de parecer más guapo. Por eso lo mejor es no mirarse en ninguno espejo, y pasear este a lo largo del camino, que decía también Stendhal.



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494

Me levanto algo tarde, no tengo ganas de salir de cama, el frío se ha instalado en cada centímetro de mi cuarto, pero hay que hacer el esfuerzo, el suficiente para el duchazo del deshueve.
Respiro hondo y sin más ingreso a la ducha. Pienso en todo lo que tengo que hacer durante el día. Felizmente, son cosas que puedo dominar, aunque en la tarde-noche vaya a tener que salir un toque. Iré a la biblioteca del ICPNA a devolver unos libros y pagar la mora respectiva, porque debí devolverlos el jueves pasado. Como si nada. Ojalá, sí, lo haga rápido porque quiero regresar para ver la WWE.
Una vez ubicado frente a la pantalla, fresco y con la cafetera al costado, respondo los correos recibidos el fin de semana. Uno de ellos me llama la atención. Una reportera de un conocido diario local me escribe y me consulta si puede entrevistarme a razón de la Antifil. Le digo que ya, “dale con las preguntas”, y que, por favor, me las mande en Word, porque así me es más fácil y porque también pienso que serán a lo mucho tres preguntas.
A los 20 minutos recibo el archivo de preguntas. Me sumerjo en el trance de las respuestas, mientras Onur se ubica frente a mí, mirándome fijamente, atento a mi primer descuido para saltar sobre mi chirimoya, sin duda, mi fruta preferida. Onur se ha vuelto un devorador exquisito. Desde hace meses que no come la comida que debe comer, sino que quiere comer lo mismo que nosotros y en el mismo momento que lo hacemos. Está muy engreído a razón de mis padres, pero no gano nada con hacer que cambien el trato con el falso pekinés, que para ser  sinceros se ha hecho querer. Hasta los Zepitas quieren conocer a Onur. En realidad todo el mundo quiere conocer a este falso pekinés, que se ha convertido en mi hermano menor y, como se deduce, en el engreído de la casa.
Acabo las respuestas y se las envío a la reportera.
Y ahora me pongo a trabajar en una entrevista que en las próximas horas publicaré en Sur Blog. 
El escritor entrevistado es uno al que vengo siguiendo desde hace varios años, y sé que ha sido polémico, pero bueno, pienso que todos somos polémicos una que otra vez, y lo que importa, a fin de cuentas, es la literatura como tal, en sus conexiones que nos depara la lectura.

diarios de Trapiello

Nunca he sido muy devoto de diarios de escritores. Había leído, sí, alguno que otro referente clásico. Digamos que en lo último que pensaba comprar ni bien pisaba una librería era, precisamente, un diario de escritor.
Sin embargo, los intereses cambiaron, y para bien.
A mediados de 2008 tuve la oportunidad de presentar al escritor español Javier Alonso Benito en el Centro Cultural de España, en el marco de Semana de Autor. La conferencia que ofreció el autor tenía un título por demás llamativo: La literatura del yo en la narrativa española actual.
Durante la lectura de JAB escuché más de 20 veces el nombre del también escritor español Andrés Trapiello. Pues bien, días después tuve un interés artificial por Trapiello y le presté una distraída atención a los diarios literarios (dietarios) en general. Además, por aquella época me pegué, como nunca antes, a la lectura de no pocos libros de no ficción, hábito que estuvo a nada de desplazar mi gusto por la lectura de novelas y cuentarios.
Y llegó el momento del acceso a la nueva galaxia, ocurrió en una gris tarde dominguera de agosto de ese mismo año, tarde consagrada a escuchar maratónicamente a The Kinks y King Crimson, en la que recibí la llamada de mi amigo Óscar Pita. Él, en ese entonces narrador inédito, me recomendó que leyera Dietario voluble de Enrique Vila-Matas. Cosa que hice al día siguiente. Y tal como su título lo indica, la publicación tenía el espíritu del diario, pero a la vez un respiro plástico en cuanto a la escritura como fin en sí misma. Fue un libro que no solo me sorprendió, sino que me resultó esencial ya que su lectura la llevé a cabo en un momento signado por una serie de cuestionamientos que tenía con el ejercicio de la escritura. Y claro, fue la fuerza centrífuga que me llevó a leer, ahora sí en serio y con voluntad voraz, todos los diarios posibles de escritores.
Tras una búsqueda relativamente paciente por librerías de viejo del Centro de Lima, en las que es posible lo imposible, como encontrar, a saber, ediciones pasadas de Pre-Textos, el destino recompensó mi persistencia, ya que puso de a pocos en mis manos los diarios de Andrés Trapiello, como también sus novelas y ensayos. No es que haya leído de corrido los tomos de sus diarios (cada uno con un título distinto), proyecto narrativo que recibe el nombre de Salón de pasos perdidos. A Trapiello lo he venido leyendo bajo el caprichoso ritmo de lo esporádico y sin esperarlo sus diarios me han revelado a un escritor que no solo deja la piel en el asador, sino también a un cuidadoso orfebre de la palabra. Sin habérmelo propuesto, ya conocía buena parte de su obra diarística, que en su caso, es no menos que abundante y por ello impresionante: 20 tomos, de los que he leído 15. No exagero, cada vez que me topaba con sus diarios, su lectura resultaba excluyente, lo que venía leyendo sufría la inevitable postergación.
Lo dicho hasta aquí nos obliga a formularnos una pregunta, en apariencia sencilla, cuya sola respuesta viene preñada del aura de la epifanía. ¿Existe en la tradición literaria en español un proyecto diarístico como el de Trapiello? En lo personal, por más que investigué, no lo he encontrado. A lo mejor podamos encontrar proyectos diarísticos en tradiciones literarias ajenas al español, lo que hace de Salón de pasos perdidos no solo peculiar sino también un proyecto que hoy por hoy se legitima en las infinitas posibilidades narrativas que brinda el registro del diario y que conocemos gracias a este proyecto sin meta, sin final y sin fecha de caducidad.
En los diarios de Trapiello no solo hay espacio para el recuento vital, sino también mucho espacio para la mentira, esa cualidad axial para la ficción, es decir, lo que encontramos en estos libros de común denominación genérica, no es más que un constante juego e intercambio de registros, que le permiten al autor conectar con sus lectores, juego e intercambio de registros que le han brindado el respiro suficiente para tratar los temas que le han dado en gana.
Podríamos calificar a este escritor como un genuino observador de la vida, un hombre de rutina, pero también un silencioso caminante de la vida, o, la definición que nos ajusta mejor: una esponja que lo absorbe todo. Esta actitud es la que nutre y potencia sus diarios, a los que el autor ha decidido llamar “Novela en marcha”. Trapiello no se guarda nada en sus diarios y esta actitud, suponemos, lo ha posicionado como un autor polémico, pero también uno que ha logrado que los lectores se identifiquen mediante sus diarios. Trapiello escribe de sí mismo, pero en especial de los demás, y es gracias a la plasticidad del registro que se impone más de una licencia, como nombrar a las personas sin nombrarlas, a las que adjudica una “X”. Este detalle, a manera de ejemplo al paso, nos refuerza la percepción de la indefinición genérica de SPP, porque sabemos que estamos leyendo diarios, pero que a la vez se alimentan de la tradición de la novela. Pensemos pues en la novela decimonónica, enfocada en registrar los vaivenes del día a día de una época. Esa podría ser la intención del proyecto, pero lo que sustenta la intención es la prosa alimentada de lo mejor de la tradición narrativa española en la que se inscribe.
Pero hay más. Con lo dicho podemos aseverar que Trapiello es un autor a descubrir para los lectores peruanos, pero de alguna manera Trapiello ha estado presente en nuestro imaginario de lectores gracias a los libros que editaba en Pre-Textos. Consignemos también su continua actividad como articulista y bloggero, eso, por un lado, en lo segundo, nos da una idea de su disposición por las nuevas formas de comunicación con los lectores; tampoco no pasemos por alto su faceta como poeta, en la que destacó, entre varias entregas, con el epifánico poemario Acaso una verdad. Pero esta información sigue siendo insuficiente: Trapiello es también un ensayista muy reconocido, pensemos en el imprescindible Las armas y las letras, ensayo con el que sumergió en los intersticios de la Guerra Civil Española y los escritores que participaron en ella. Este podría ser uno de sus libros con más reediciones, y en cada nueva edición no se deja de encontrar información adicional, nuevos puntos de vista sobre los escritores españoles que se debatían entre los dos frentes políticos e ideológicos. 
Hablamos, qué duda cabe, de un autor prolífico, de quien venimos escuchando a razón de la reescritura que ha realizado del Quijote al español actual. Una proeza que no solo puede ser asumida por un conocedor de la poética cervantina, sino por un gran amante de la lengua, ergo, por un gran escritor, al que veremos y escucharemos en la próxima edición de la FIL de Lima.

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domingo, julio 17, 2016

493

Anoche, mientras me dirigía a la librería, en la que se presentaría el poemario Música para tarántulas de Diego Lino, decidí cortar camino por los suculentos recovecos de Mesa Redonda. El tráfico estaba hecho una mierda y me bajé del taxi en Parque Universitario. Tenía tiempo suficiente como para darme una caminata pausada, viendo y asombrándome cada vez más con el comercio salvaje y surrealista. He pasado miles de veces por esas calles y nunca dejo de asombrarme con lo que me cruzo, desde la señora que me ofrece un breviario y el tío que pretende venderme una caja de condones a 15 soles. Aunque en Paruro sí me detuve en una tienda para preguntar por el precio de unos parlantes, porque quiero que mi cuarto retumbe con la música que estuve escuchando el pasado domingo.
Cuando crucé Abancay, sentí mucha tranquilidad. Bueno, no todos tienen que caminar a mi ritmo pero hay patas y flacas que caminan con una lentitud que exaspera, a los que estuve a nada de pisarlos. Una vez en la empedrada Ucayali, prendí el primer cigarrito después de cinco horas. Llamé a la librería para saber si ya estaba llegando la gente.
Todo ok, aún había tiempo para la presentación. Y aproveché en comprar una Cusqueña en lata.
Sin embargo, al llegar al Pasaje Olaya, ocurre lo inevitable, me topo con Jorgito, que estaba con un grupo de patas. Estaban sazonados en alcohol. Bueno, desde hace un tiempo lo veo sazonado en trago, pero cuando me encontraba con él, y al paso, en estado sano, sin los condimentos de la estupidez alcohólica, Jorgito siempre me mostraba su cariño y admiración, porque le gustaban mis reseñas, mis textos que leía, ya sea en este blog u otro medio, siempre en muy buena onda y en afán de compartir sugerencias de lecturas. Claro, esto ocurría cuando todo estaba en paz, pero últimamente lo percibo muy asado y violentado conmigo, y hago memoria.
Me pregunto, intentando hallar la razón de sus arranques conceptuales, gratuitos y que obedecen a los más profundos complejos. Como no me regodeo en los problemas, sino en el hallazgo de las soluciones, y aprovechando que tenía tiempo, fácil le podía dedicar 5 minutos y de esa manera saber por fin a qué se debía esa súbita cólera infantil hacia mí. Entonces le escuché. Escuché cada una de sus cojudeces, cojudeces que no sintonizan en alguien que dice haber leído un montón, más que nadie en el universo. Ocurre que ese es el punto que acompleja a este patita: quien ha leído más que él es un potencial enemigo, tanto para él y su grupo de subnormales, bautizado por los cafichos de los tracas de la Colmena como los Stupi Babies. O sea, aparte de risible, me resulta penoso, porque gracias a esta clase de poserías sobre la lectura, se pierde el gusto, placer y amor por ella. Los Stupi Babies no entienden la esencia de la lectura, mucho menos su natural extensión: compartir, sugerir, recomendar y en esa experiencia discutir.
Jorgito y los Stupi Babies son la cagá. Protagonistas idóneos de una novela de Mario Poggi. Es que los Stupi Babies no son lectores, solo usan la lectura para suplir las carencias afectivas y reforzar su odio contra el mundo. Como buenos se burlan de los nuevos y trajinados poetas. “Puro huevonazo”, dice el ideólogo de este grupo ante un nuevo poemario, calificación con la que pretende ocultar una verdad que enfurece a los Stupi Babies: los Stupi Babies escriben hasta el culo.
O sea, si en verdad lees más allá de lo que dices leer, si en verdad estás comprometido con la epifanía de la palabra, al menos debes escribir bien, estimado semillero. Veamos, el ideólogo de este grupo publicó hace un tiempo un poemario, un poemario que según sus palabras iba a remecer la tradición poética peruana. Bueno, nadie comentó el libro, no obtuvo ni una sola reseña. Pero ese no es motivo para bajarle el dedo a una publicación, menos a un poemario. Por ello, en aquel entonces me lancé en su búsqueda y lo hallé entre la ruma sobre la que dormía “Onetti”, el gato de mi pata Paciencias, librero de Amazonas. Leí el poemario y puta, putamadre, me pregunté lo siguiente: ¿en verdad es Jorgito el autor de esta porquería? Y cuando se lo comenté: “¿viste?, es de la conchadesumadre”, me dijo. Y como cuando leo un libro, lo pata queda de lado, hice que pisara pelota: “oe, huevas, qué pasó, este libro es un chiste, esto lo ha escrito Carlos Cacho en un arranque de seriedad”.
Todavía lo recuerdo.
Jorgito escuchó mis contundentes reparos e hizo lo que le pedí que hiciera: en la noche le ayudé a cargar dos cajas gigantes para galletas hasta la estación de bomberos de Belén. En esas cajas estaban los ejemplares de su poemario. Donamos esos libros a los bomberos, que necesitan reciclar papel para venderlo y de esa manera tener algo de dinero para cumplir la noble función que cumplen en nuestra sociedad.
Después de mucho tiempo, Jorgito se reconcilió con la escritura e intentó escribir una que otra reseña. Y el mismo detalle: seguía escribiendo hasta el culo. No asimilaba lo que es leer, no podía leer más allá de las letras impresas.
Es que no sabe leer, no disfruta de la lectura. Pues bien, en vez de guardar silencio en una esquinada mesa del Don Lucho a razón de un poemario y textos sueltos escritos con la pezuña, reafirmó su odio contra el mundo, contra los nuevos y trajinados poetas, contra todo aquel que lea más que él, ni las cucarachas que escalaban su Margarito se salvaban de su tirria. Es así que Jorgito se convirtió en lo que jamás quiso ser: un Stupi Baby Reloaled.
“Mira, huevas. Escribes hasta el culo y no puedo hacer nada por ello. Esa es tu chamba, no la mía”, le dije anoche.
Y bajando la voz:
“Oe, Gabriel, puta, no me cagues, pe, aquí los Stupis están escuchando”.
“No te preocupes, no estás solo. Ellos también escriben hasta el culo, y créeme, los he leído”.
“¿Sí?”
“Ajá”.
“Puta, ¿y qué puedo hacer para no escribir hasta el culo?”
“Fácil, semillero: tienes que empezar a leer, a leer porque te gusta, no para sentirte superior a los demás. Claro, la lectura no te hará mejor persona, pero sí menos idiota, te brindará criterio, amplitud de mente, y eso, pienso, es lo que necesitas”.
“¿Verdad, no?”
“Ahora, lo que sí puedo hacer es lo siguiente. Voy a hablar con los dueños de todas las librerías a las que has robado. Les diré que has cambiado. Pero ojo, eso no quiere decir que te vayan a emplear otra vez, pero al menos dejarás de ser un apestado. Eso es lo que haré: “Amnistía para Jorgito”, esa será mi contribución.
“Gracias, Gabriel. Tú eres mi pata, carajo. Te he estado odiando por las huevas”.
“Solo una duda: ¿los libros que robabas eran para tu consumo o para rematar por allí? Responde con la verdad, Jorgito”.
Jorgito respiró hondo:
“Los remataba, causa, los remataba”.
“¿Pero los leías?”
“Los remataba, causa, los remataba”.
“Ni siquiera te quedaste con uno para leerlo? ¿No sabes que fueron tus compañeros de trabajo los que tuvieron que pagar con su sueldo los libros que te robaste?
“Los remataba, causa, los remataba”, 
Prendí otro cigarrito y pensaba, ahora sí en serio, si este engendro merecía o no una amnistía.

sábado, julio 16, 2016

una feria con actitud

Anoche, después de nuestro encuentro en la librería con el poeta Roger Santiváñez, nos fuimos a la ANTIFIL.
Lo primero que nos llamó la atención al llegar al local de Asociación Guadalupana, fue percibir un genuino ambiente de fiesta en la misma puerta de la asociación, genuino ambiente festivo que se extendía por los pasillos del local, en donde nos topábamos no solo con escritores, sino también con artistas de distintos colectivos.
Bulla.
Música.
Susurros.
No había que pensarlo demasiado: habíamos ingresado a un punto de encuentro reconocido por los amantes de la literatura, el rock y las artes, que poblaban el patio central del local, cubierto por un toldo que cuidada en algo del frío a los expositores, entre los ubicamos a Eduardo Reyme de Vivirsinenterarse, a John Martínez de Hanan Harawi, a Armando Alzamora de Colmena, a Antenor, nuestro librero de El Virrey de Lima, a nuestros amigos de la librería La Libre, al poeta y narrador Rodolfo Ybarra y muchos más expositores a las que solo les basta y sobra con un par de detalles para que las largas jornadas de estos cuatro días sean exitosos: buena onda y ganas de compartir.
Porque algo quedó nos claro tras la visita de ayer: esta primera edición ferial no es solo una alternativa comercial a la FIL, es también una oportunidad de intercambio de experiencias. Caminábamos por los auditorios y salas de la asociación y recibíamos sobredosis temáticas, una tras otra, sobre proyectos que se harían a futuro. El ánimo de los concurrentes en su punto y las cervezas escanciando el ambiente.
Obviamente, toda primera edición ferial, como todo lo que se hace por primera vez, no es libre de ciertos errores de logística, errores que estamos seguro que el poeta Franco Osorio, el man de esta locura hecha realidad, solucionará en las futuras ediciones. 
A esta ANTIFIL le sobra actitud, y eso hay que destacar.

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Publicado en El Virrey de Lima.

viernes, julio 15, 2016


jueves, julio 14, 2016

Miguel Gutiérrez (1940 - 2016), el escritor total

Sin duda, vamos a recordar este 2016 como uno de los años más tristes de la literatura peruana contemporánea. En pocos meses nos han dejado muchas voces poéticas y narrativas que gozaban de la aceptación y reconocimiento de los lectores, los que, a fin de cuentas, son los que deciden el grado de influencia y perdurabilidad de los escritores, valiéndose únicamente de la experiencia de la lectura, libres de las imposiciones ya sean del mercado editorial y de los mandatos de la academia.
A este grupo de escritores que nos abandonan, se suma quien jamás pensamos que se sumaría, al menos no en estos meses oscuros que creíamos que ya teníamos suficiente con la muerte de Oswaldo Reynoso.

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¿Qué pierde la narrativa peruana con la muerte de Miguel Gutiérrez?
Una primera impresión, pautada por la conmoción que genera la noticia, nos llevaría a afirmar que de nuestra narrativa se ausenta uno de los más nutridos novelistas de su tradición. Y para no hacernos tantos problemas al respecto, pensemos en sus títulos, en lo que proyectan sus páginas, en esos fogonazos de inmarcesible asombro y conmoción. Novelas suyas como Kymper, El mundo sin Xóchitl, La destrucción del reino, Babel, el paraíso, El viejo saurio se retira, Hombres de caminos, entre otras, son el legado del autor para los lectores de hoy y mañana, que frecuentarán estos títulos ahora bajo la luz de una de las voces que más hizo por la natural riqueza del género novelesco, género que obedece a su voracidad e inherente hechizo para extraer de lo que le venga en gana de la realidad. Estos títulos, citados al azar de la obra de Gutiérrez, aseguran la presencia de cualquier autor por un par de generaciones más, como mínimo. Lo consignamos de esta manera, cosa que tenemos idea de la obra que estamos hablando.
A propósito no consigamos su monumento al género de la novela: La violencia del tiempo, novela que junto a Conversación en La Catedral han creado atmósferas a partir de la experiencia peruana, novelas como ríos caudalosos que se han atrevido a coger por las astas la compleja identidad cultural de nuestro país. Hablamos de proezas narrativas, que después de tiempo sabemos que lo son gracias a la reflexión sin apuro, la que nos permite tener una idea cabal de sus autores. Por eso, si somos lectores atentos de nuestra tradición narrativa y conocemos lo que se tiene que conocer de esta, no nos debería sorprender que La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez se ubique entre las cinco mejores novelas en la tradición de la narrativa peruana, al lado de la ya citada de Vargas Llosa, Los ríos profundos de Arguedas, Un mundo para Julius de Bryce y El mundo es ancho y ajeno de Alegría.
Así de grande fue Miguel Gutiérrez.
Y como a uno de nuestros clásicos tenemos que leerlo y releerlo a partir de ahora. Con mayor razón sus lectores, sus devotos, la mayoría lectores competentes, que tendrán la difícil pero estimulante misión de llevar la obra de Gutiérrez al gran público, a los lectores en ciernes, a todo aquel que muestre un inicial gusto por la lectura. No se trata de un pedido justiciero, sino de uno moral.

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Hagamos un poco de memoria: Gutiérrez fue un narrador muy reconocido en esa élite de lectores en un país que no lee. Él, mejor que nadie, lo sabía, además, en vida fue testigo privilegiado de los estudios, ensayos y tesis doctorales que se escribían sobre su obra. Es decir, supo en vida lo que es el reconocimiento literario, supo también que había llegado a ser considerado un autor canónico de la narrativa peruana, sin cuya presencia no sabríamos cómo explicar el curso de su tradición.
Gutiérrez sedujo a los lectores exigentes, pero esa seducción no fue para nada un camino fácil. Su poética era una invitación a pensar mediante la ficción las taras peruanas, como el machismo, el racismo, los poderes culturales y políticos, la violencia del que domina y de quien es dominado. Pensemos en una novela, para quien escribe, una de las más subversivas de la narrativa peruana, que pone en jaque a los hacedores, y defensores ultramontanos, de los discursos en la historia política y cultural en Perú. Eso es lo que consigue Gutiérrez en Poderes secretos. ¿Novela en clave de ensayo? ¿Ensayo en clave de novela? En esta indefinición genérica descansa la polémica que suscitó. Al respecto, más de una vez me he preguntado por qué no se ha reeditado. Tenemos la de Campodónico, de 1995, y la de Bisagra Editores, del 2010. De allí no más. Al respecto le pregunté al autor y su respuesta no fue menos que contundente: “tienen miedo”.
Viéndolo de lejos, y de cerca también, Gutiérrez fue una genuina bomba Molotov temática. Los temas de este escritor piurano eran un refulgente poliedro, en el que no existía espacio para la singularidad interpretativa, lo que generaba que más de uno discutiera sobre el desarrollo de los mismos en sus respectivas tramas, pero lo que casi nadie discutía era precisamente la calidad literaria que los conducía, esa prosa de sabor decimonónico, desplegando sano colesterol en pleno auge de la mentira literaria de las llamadas novelas light, abriéndose paso ante los sabidos mandatos de la moda editorial. Gutiérrez, en este sentido, nunca vendió su poética al demonio del más rancio de los capitalismos.

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Líneas atrás señalamos el difícil camino que Gutiérrez tuvo que atravesar en pos de su legitimidad. Si su obra de ficción generaba más de un cuestionamiento temático, imaginemos entonces lo que motivaban sus ensayos y artículos.
Pero antes de ellos, haríamos bien en pensar en el Miguel Gutiérrez político, en el autor comprometido con una ideología, la marxista, que de joven lo llevó a liderar el Grupo Narración, integrado por narradores de la talla de Oswaldo Reynoso, Augusto Higa, Gregorio Martínez, Roberto Reyes, Antonio Gálvez Ronceros y Juan Morillo. Una breve visita a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional nos puede ayudar a entender los ecos que nutrían esta publicación que solo llegó a un honroso tercer número. En sus artículos y crónicas encontramos una furiosa posición política ante las injusticias del mundo, un enfrentamiento frontal contra el discurso del capitalismo. Sin embargo, por más que el espíritu de denuncia haya sido lo que alimentaba el espíritu colectivo, no podemos negar las evidentes cualidades literarias que exhibían sus integrantes, que más allá de la juventud, encontrábamos en sus textos harta madurez narrativa. Obviamente, la voz ideológica recaía en Gutiérrez. Al respecto, una tarde en el café Dominó de La Plaza San Martín, le pregunté si él era el autor escondido casi toda la producción textual de los números publicados de la revista. Gutiérrez esbozó una sonrisa y me dijo que sí. “Había que cambiar el mundo y el marxismo era la única salida en esos años”, me dijo mientras sus ojos brillaban perdidos en el tiempo.

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Después de la publicación de El viejo saurio se retira, en 1969, nuestro escritor se dedicó al discurso ideológico de izquierda por más de veinte años. Gutiérrez se dedicaba a la enseñanza y a estudiar en profundidad el marxismo, y en esos años de “silencio” también se dedicó a recibir a jóvenes autores que con respeto y reverencia iban a buscarlo. Respeto y reverencia por esta razón: si una imagen había dejado Gutiérrez en los tiempos de Narración y la publicación de su primera novela, esta era la de ser un voraz lector, un amante de la ficción, un todoterreno de la novelística rusa, un detective de las técnicas joyceanas y faulknerianas. Visitar a Gutiérrez era como visitar a un maestro espiritual que en el rigor de la opinión estimulaba a los jóvenes narradores inéditos a leer todos los libros de los que les hablaba.
Esta pasión por la lectura lo llevó a descubrir las bondades de un género como el ensayo, en el que en su etapa inicial, y siguiendo la línea asumida en Narración, resultaba implícita la dependencia entre el ensayismo y la ideología, que terminaban configurando su criterio estético literario, tal y como lo vimos en su polémico libro La generación del 50: Un mundo dividido.
Estamos en 1988. Todo el mundo se le vino encima, el silenciamiento comenzó a gestarse. El oficialismo pedía su cabeza por medio del ninguneo. En lo personal, y se lo dije a Gutiérrez en su momento, este libro de ensayos era genial, alucinante, pero que lamentablemente exhibía un “desenlace” abominable en cuanto a lo que dice de Abimael Guzmán.
Luego de muchos años sin publicar y hacerlo con un ensayo pautado por un polémico espíritu ideológico no era más que una nueva invitación al silencio. Pero Gutiérrez la tenía clara. Nadie lo iba callar y en la década siguiente comenzó a publicar las novelas que había estado escribiendo en esos años de “silencio”. Las novelas se publicaban pero más allá de la maestría que mostraban, las preguntas sobre su postura en La generación del 50, se hacían presentes en las entrevistas y en cada acto cultural que participaba, del mismo esta apreciación influía cuando se las valoraban críticamente. Por este motivo, sus apariciones públicas comenzaron a ser cada vez más espaciadas y tenía toda la razón en optar por esa estrategia, ya que le cansaba que le saquen en cara su postura política cuando se suponía tenía que hablarse de sus novelas. Al final, esta opción fue la más saludable, porque su obra comenzó a ser comentada como tal, sin los aderezos de la leyenda.

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Narrador de espíritu decimonónico y ensayista comprometido. Ensayista comprometido, en primer lugar, con la honestidad de su pensamiento. Cuando le propusieron reeditar La generación del 50, aceptó la reedición bajo dos condiciones: la primera, mantener el texto tal cual, como testimonio de época, y la segunda, que se incluya un prólogo suyo en el que cuestionaría la postura política e ideológica de esa primera edición.

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En otras palabras: Gutiérrez contra Gutiérrez para ser más Gutiérrez que antes.

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No solo fue cuestionado por el oficialismo cultural conservador, también por el naciente nuevo oficialismo cultural de la izquierda. Más de una vez he pensado que nuestro autor era la metáfora de su personaje Kymper, perseguido y cuestionado por sus enemigos y los suyos. Gutiérrez sabía que esa debía ser la labor del creador e intelectual: no venderse a la opinión común y si en esa actitud recibía puyazos, pues bienvenidos sin importar de dónde. Además, reflejó en su vida los máximos principios de la izquierda, siendo consecuente y ajeno a toda frivolidad discursiva. Esta consecuencia lo llevó a estar cada vez más solo pero a la vez muchísimo más admirado por los muchos que éramos testigos de su entereza moral en sus decisiones. En lo que otros empequeñecían a causa de la tentación mediática y el relacionismo oficial, él se atrincheraba más en su principio. ¿Acaso no nos hemos preguntado por qué no aceptó la invitación que le hizo el Ministerio de Cultura para la FILBO del 2014, lo que suponía para su discurso y vida llevar la pancarta de la Marca Perú? Solo una pregunta, entre muchas que nos podrían graficar su compromiso con el sentimiento y discurso de izquierda.

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Como ya se señaló, Gutiérrez conquistó a los lectores peruanos más exigentes y ahora la tarea de estos es direccionar su obra y nombre hacia ese gran público.

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Miguel Gutiérrez escribía todos los días. La última vez que nos comunicamos, me comentó que esperaba contar con las energías para seguir avanzando en sus proyectos. Trabajaba en tres novelas y en varios ensayos, entre los que seguía mostrando interés por la narrativa peruana última (en realidad, esa noche me llamó para hablarme, y muy bien, de Los niños muertos de Richard Parra). Seguimos hablando. En las próximas semanas debía someterse a varios chequeos médicos y quedamos en encontrarnos en el café Dominó de La Plaza San Martín.
Gutiérrez nos deja como tiene que dejarnos un gran escritor: en pleno trance de la escritura.

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