sábado, enero 29, 2011

Comienzo de 1Q84

La próxima semana Tusquets publica la traducción de la esperada nueva novela de Haruki Murakami, 1Q84.
Sin duda, estamos ante uno de los más grandes novelistas contemporáneos. Como muchos de ustedes, no dejo de recomendar sus novelas, en especial TOKYO BLUES y CRÓNICA DE PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO.
Hace unos días, una persona que acababa de quedar obnubilada con TB, me llamó al cel para decirme que a Murakami le deben otorgar el Nobel de Literatura. “No seas graciosa”, le dije. Lo que pasa es que hay cinco escritores que se lo merecen antes que él. Y estoy seguro de que mi fugaz comentario no le gustó. No me sorprendería, la prosa del japonés es tan adictiva, tan sugerente, tan digna de un Thomas Mann pop, que terminas siendo ante todo un hincha acérrimo.
En El Cultural.es puede leerse aquí una entrevista a Murakami y aquí el comienzo de esta novela que más de uno en Lima leerá con ansias, cuando llegue.


AOMAME No se deje engañar por las apariencias La radio del taxi retransmitía un programa de música clásica por FM. Sonaba la Sinfonietta de Janácek. En medio de un atasco, no podía decirse que fuera lo más apropiado para escuchar. El taxista no parecía prestar demasiada atención a la música. Aquel hombre de mediana edad simplemente observaba con la boca cerrada la interminable fila de coches que se extendía ante él, como un pescador veterano que, erguido en la proa, lee la aciaga línea de convergencia de las corrientes marinas. Aomame, bien recostada en el asiento trasero, escuchaba la música con los ojos entornados. [...]
Aomame había tomado el taxi cerca de Kinuta y, en Yoga, se habían metido en la Ruta 3 de la autopista metropolitana. Al principio, el vehículo circulaba con soltura; pero, antes de llegar a Sangenjaya, de repente se formó un atascó, y poco después casi no podían ni moverse. En el carril contrario, el tráfico circulaba con normalidad. Su carril era el único que sufría un atasco calamitoso. Normalmente, las tres de la tarde pasadas no solía ser la franja horaria en la que aquel carril de la Ruta 3 se atascaba. Por eso le había indicado al conductor que tomara la metropolitana.
-El precio no va a aumentar porque estemos en la metropolitana -le dijo el conductor, mirando por el espejo-. Así que no hace falta que se preocupe por el dinero. Sin embargo, señorita, supongo que le supondría un problema llegar tarde a la cita, ¿no?
-Claro que sí, pero antes me ha dicho que no se podía hacer nada, ¿verdad?
El conductor miró de soslayo la cara de Aomame por el espejo retrovisor. Llevaba unas gafas de sol de tono claro. Debido a la luz, no podía atisbarse su semblante.
-Oiga, no es que no haya absolutamente ningún modo. Existe un recurso de emergencia un poco forzado, pero podría ir hasta Shinjuku en tren.
-¿Un recurso de emergencia?
-No precisamente a la vista de todo el mundo.
Aomame, sin decir nada y con los ojos entrecerrados, esperó a que el señor hablara.
-Mire, ahí hay un espacio al que podría arrimar el coche -explicó el conductor, señalando hacia delante-. Donde está el panel grande de Esso.
Aomame fijó la vista y vio un espacio de estacionamiento en caso de accidente a la izquierda del segundo carril. Como en la metropolitana no hay arcenes, en ciertos sitios habían habilitado lugares de evacuación para emergencias. Tenían una cabina amarilla con un telé fono de emergencia desde el cual se podía contactar con la administración de autopistas. En aquel momento no había allí ningún coche parado. En el tejado del edificio que separaba aquel carril del carril contrario había un enorme panel publicitario de la compañía petrolera Esso. Consistía en un sonriente tigre que tenía en la mano la manguera de un surtidor de gasolina.
-El asunto es que ahí hay unas escaleras para bajar al nivel del suelo. En caso de incendio o de un gran terremoto, el conductor puede abandonar el coche y descender por ahí. Normalmente, la utilizan los obreros de mantenimiento de carreteras. Tras bajar por esas escaleras, hay una estación de la red Tokyu cerca. Si coge un tren, llegará enseguida a Shinjuku.
-No sabía que hubiera escaleras de emergencia en la metropolitana.
-Por lo general, nadie lo sabe.
TENGO
Una idea un tanto diferente
El primer recuerdo de Tengo era de cuando tenía un año y medio. Su madre se había quitado la blusa, había desanudado el lazo de la combinación blanca y daba el pecho a un hombre que no era su padre.
Un bebé yacía en una cuna; probablemente fuera Tengo. Él se veía a sí mismo en tercera persona. Aunque quizá fuera su hermano gemelo... No, no lo era. Aquél debía de ser el propio Tengo, con un año y medio de edad. Lo sabía por intuición. El bebé estaba dormido, con los ojos cerrados, y podía oírse débilmente cómo respiraba. Para Tengo, aquél era el primer recuerdo de su vida. Aquella escena de apenas diez segundos había quedado grabada con nitidez en las paredes de su mente. No había antes ni después. El recuerdo estaba completamente solo, aislado, como un pináculo en una ciudad anegada por una gran riada, cuya cabeza asoma por encima de la superficie turbia del agua. Cada vez que se le presentaba la oportunidad, Tengo preguntaba a las personas que lo rodeaban qué edad tenían en el primer recuerdo de sus vidas. La mayoría, cuatro o cinco años. Como muy pronto, tres años. Nadie solía recordar cosas de una edad más temprana. Era como si un niño debiera tener al menos tres años para poder presenciar y comprender, con cierta lógica, las situaciones que ocurrían a su alrededor.
En fases previas, todo se reflejaba como un caos incomprensible. El mundo era cenagoso como una papilla diluida, carecía de armazón y resultaba elusivo. Se escapaba por la ventana sin llegar a constituir un recuerdo en el cerebro.
Por supuesto, un lactante de un año y medio de edad no puede juzgar qué significa el hecho de que un hombre que no es su padre chupe los pezones de su madre. Eso es evidente. Por lo tanto, si aquel recuerdo de Tengo fuera verdadero, la escena se le habría quedado grabada en la retina tal y como la vio, sin ser enjuiciada. Igual que una cámara que graba mecánicamente los cuerpos en la cinta de celuloide, amalgamando luz y sombra. Y a medida que la mente se desarrolla van analizándose paulatinamente las imágenes reservadas y fijadas y se les da un sentido. Pero ¿podría haber sucedido aquello en la realidad? ¿Es posible que tal imagen se almacene en el cerebro de un lactante? [...]

"Atormento a mis personajes"

En Revista Ñ encuentro una más que interesante entrevista de Horacio Bilbao al extraordinario narrador irlandés John Connolly. “Atormento a mis personajes.”
Imagino que para algunos puristas de la literatura, Connolly debería ser considerado un autor menor, esa parece ser la maldición de los que venden mucho.
Los que quieran leerlo, pueden encontrar –con un poco de paciencia- en las librerías limeñas su novela TODO LO QUE MUERE.


Tratándose de un irlandés, católico, y de un referente de la novela negra con componentes sobrenaturales, es extraño que a John Connolly lo sorprenda la cerveza argentina. Incluso a sabiendas de que su inspector Charlie Parker es casi un bebedor empedernido. “Es un monstruo”, dijo sobre el envase de litro que acostumbramos a destapar acá. Y agregó que en adelante sólo beberá vino en Buenos Aires. Vino, acompañando toda la carne posible. Afable y reflexivo, habló con Ñ sobre sus novelas de misterio, que son un éxito de ventas. Y dijo que prefiere llamarlas así “porque me amplía el panorama y puedo incluir los temas sobrenaturales”.
En relación a la inclusión de lo sobrenatural, ¿cuál es el límite para ser creíble? Es una pregunta de un millón de dólares. Depende del lector. Algunos encontrarán que en mis libros lo sobrenatural hace sombra, pero para otros cualquier pizca de condimento sobrenatural es demasiado. Soy muy consciente de no sobrecargar los libros. El padre Ronald Knoxs, en los comienzos del siglo XX, formuló las siete leyes de la literatura policial. Una de ellas era no a los fantasmas. Los fantasmas no pueden cometer crímenes. Pero también decía que no podía haber chinos. Esas reglas no son aplicables hoy, pero entonces las raíces de la novela negra, sus normas, estaban basadas en el racionalismo. Lo sobrenatural era todo lo que un policial no era. En cambio, yo lo veo como si fuera otra faceta de la novela negra.
¿Qué dice cuando lo comparan con Stephen King? Es inevitable. Los dos escribimos sobre Maine y hemos convertido ese lugar en un mito. Hay poco de lo sobrenatural en lo mío y mucho en lo de él, pero sospecho que él influyó en mi escritura. Creo que está subestimado por el género al que se dedica, y porque es muy prolífico. Parece que mientras más produces menos valor tiene tu trabajo.
¿Le preocupa el prestigio que la crítica les otorga a los autores de policiales? Es una vieja discusión, no sólo referida a los autores de novela negra sino a cualquier literatura popular. Los autores populares siempre han querido que la crítica los reconozca y los más literarios han querido tener las ventas de los populares. Y eso es incompatible. Pero los autores de novela negra hemos ganado mucha consideración, ya no vivimos en un ghetto. Estamos en un lugar muy afortunado, así que es hora de no quejarse más.
Como autores prolíficos, generadores de series, sagas, necesariamente repiten estructuras narrativas y personajes, ¿cómo maneja esa situación para no aburrir al lector? Lo curioso es que los lectores no quieren ser sorprendidos. A la larga buscan lo mismo, contado de manera diferente. Tal vez el impulso del escritor sea distinto al del lector. Mi solución es hacer que cada libro sea bien diferente del anterior, estructural o temáticamente. Y la otra forma es crear una historia general y de fondo, que subyace a todas estas novelas. Pueden leer la quinta novela y disfrutarla, pero si han leído las otras cuatro tendrán un panorama general mucho más rico.
Ese panorama es la vida de Charlie Parker. Una vida muy cruel, ya que perdió a sus padres, a su mujer y a su hija… Yo he sido muy cruel con él. Yo soy su dios.
¿Cree realmente que alguien puede salir airoso de semejantes catástrofes? El lector espera que salga. Parker ha sido dañado pero no está muerto. Los lectores pretenden que el personaje de la novela sea más fuerte de lo que ellos serían. Física, emocional e intelectualmente. No es Superman, tiene fragilidades que destruirían a otro ser humano, y lo equilibro con cualidades que le permiten sobreponerse a las calamidades. Parker es muy humano y lleva dentro la fuerza que muchos desearíamos tener. Y esa fuerza viene de estas terribles circunstancias. Hay algo interesante en el sufrimiento, que no está en la felicidad. Los autores de novela negra somos culpables de atormentar a nuestros personajes centrales. Hay algo de sadismo en eso.
Pero es un sadismo que usted balancea con su mirada espiritual de la vida… Espero que en mis novelas Parker vaya hacia la redención. Esto sucede mucho en la novela negra, particularmente en las escritas por autores católicos. Los conceptos de redención, perdón o salvación están siempre presentes.
Además de Parker, hay dos personajes intrigantes, Theo y Angel, ambos violentos y homosexuales.
Excepto en Japón.
¿Perdón? Sí, en Japón les quitaron todas las referencias a que fueran homosexuales. Los convirtieron en dos muy buenos amigos que viven juntos.
¿Cómo sucedió? La traducción lo modificó por nuestras diferencias culturales. Y no hay ningún tipo de control sobre esto, no hay manera de saberlo hasta que sucede. Es muy curioso.
Parece no molestarle, ¿cómo hizo frente a esta situación? Ya era demasiado tarde cuando me enteré de que esos personajes ya no son gays. Pero es una buena pregunta, porque una buena traducción no se hace de manera directa. El acto de traducir es creativo, y los mejores traductores tienden a hacerlo, son escritores muy raros, sin esos egos enormes, hay que tener muy poco ego para utilizar tus dones y beneficiar a otro.
Desde el primer libro de la serie, “Todas las cosas muertas”, hasta el último recibido aquí, los niveles de violencia explícita han ido decreciendo, ¿por qué? Cuando escribí Todas las cosas muertas , quise que los lectores entendieran cómo un hombre puede ser dañado tanto. Así que el prólogo es demasiado violento. Hubo lectores que no pudieron superarlo, que no pasaron de allí. Hoy sería mucho más sutil. Es muy fácil usar la violencia como motor para que las novelas marchen. Me preocupo entonces por mantener al lector interesado en el argumento y busco que, cuando la violencia aparece, sea un shock. Pero si hay menos violencia es porque espero estar convirtiéndome en un mejor escritor. Sin embargo, muchos de mis lectores dicen que Todas las cosas muertas es mi mejor libro. Entonces debería pensar que malgasté mis últimos diez años.
¿Cuál es su mejor libro? Yo creo que El libro de las cosas perdidas es mi mejor libro, porque es una novela muy personal. Dentro de la novela negra, creo que Los atormentados es un buen libro, allí me planteo un desafío: tocar el tema del abuso infantil sin que haya un solo caso de abuso infantil en sus páginas. Y el otro es Los amantes , pues hay en esta novela un truco, y todo lo que sucede en el libro ya sucedió en el comienzo del libro. Y gran parte de él son personas contándose las cosas que han sucedido.
¿Hay algo personal en el personaje de Wallace, el periodista que se volvió insensible de tanto practicar su oficio? En el caso de Wallace tengo muchos conocidos que han pasado por esa situación. Y en muchos universos paralelos tal vez yo sea él. Se hace las preguntas que a veces yo me hago. Por ejemplo, si debiera incluir o no elementos sobrenaturales en sus libros. Ese personaje es muy importante, porque es la primera persona que ve y sabe lo que Parker ve.
Ya hay dos libros más sobre la serie Parker, ¿que puede decirnos de “The Whispers”? No es un libro que contribuya a la mitología personal de Parker. En realidad, Los amantes trataba tanto de él, que en este libro lo volví casi un personaje periférico. Este es un libro sobre los efectos de la posguerra. Y el libro que estoy escribiendo ahora, después de terminar un cuento para niños, es un libro que se destaca por su no violencia. Es muy íntimo, está ubicado en una comunidad muy aislada, sobre un hombre que cuando era adolescente mató a una chica con un amigo. Y todo el efecto posterior de ese acto. La historia está guiada por una pregunta: ¿Qué es lo peor que has hecho?

Jonathan Franzen - FREEDOM

viernes, enero 28, 2011

Taller de cine: DE BOGDANOVICH A SCORSESE. LA GENERACIÓN QUE REVOLUCIONÓ HOLLYWOOD

Tomado de aquí

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DE BOGDANOVICH A SCORSESE. LA GENERACIÓN QUE REVOLUCIONÓ HOLLYWOOD

Por LENY FERNÁNDEZ
(Crítica y redactora principal de la revista godard!)

En tiempos hostiles debido a la guerra de Vietnam, y a la profunda crisis económica y social que atravesaba un EE.UU convulsionado, además, por escándalos políticos (Watergate), surgieron cineastas que apostaron por expresar el sentir de su desencantada sociedad, así como una modernidad cinematográfica que atrajo a un nuevo público a las salas. Martín Scorsese, con Calles peligrosas, o Francis Ford Coppola, con La conversación -por poner unos ejemplos-, apelaron a un nuevo realismo, enérgico y desengañado frente al “sueño americano”, alejado por completo del glamour que caracterizó al Hollywood de antaño. A partir de la película seleccionada, como de sus principales referentes cinematográficos y culturales, el curso se propone brindar una aproximación a esa generación de directores que, hacia finales de los años sesenta, marcó un antes y un después en la Historia del cine estadounidense y mundial.
Las sesiones (6 en total) se llevarán a cabo los martes, de 6.30 a 9.30 p.m., empezando el 08 de febrero. El taller está dirigido a público en general. Vacantes limitadas.
1era sesión: Peter Bogdanovich y La última película (1971)
2da sesión: Brian De Palma y Hermanas diabólicas (1973)
3era sesión: Francis Ford Coppola y La conversación (1974)
4ta sesión: Martín Scorsese y Taxi Driver (1976)
5ta sesión: Paul Schrader y Blue collar (1978)
6ta sesión: Woody Allen y Manhattan (1979)

Para informes y matrículas, comunicarse al 999-555-262 o al e-mail: cursos.godard@gmail.com

EL ANTICUARIO, de Gustavo Faverón Patriau

(Publicado en Siglo XXI)

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Muchas veces los debuts literarios traen consigo naturales falencias. La falta de experiencia narrativa no demora en pasar factura a los autores, y con mayor razón cuando sus primeros entregas están inscritas en la inmensa parcela de la novela. Por ello, se viene recomendando desde hace algún tiempo que los primeros pasos narrativos –con libro publicado, claro está- reflejen varios kilómetros recorridos, es decir, “algo” de experiencia vital.
Obviamente, esta no tiene que ser una ley. La edad poco o nada tiene que ver en los menesteres creativos. Sin embargo, por lo que vengo leyendo de la nueva producción narrativa en Latinoamérica, sintonizo con los que pregonan “esperar”, a no apurarse en publicar. Todo texto literario no solo debe exudar buen dominio del lenguaje, creo que ya estamos cansados de tanto malabarista de la palabra que a las justas transmite una sensibilidad que incomode al lector. Los libros de ficción no solo deben estar bien escritos, sino también exhibir cuotas de vida, semen y sangre que contribuyan a perfilar personajes creíbles. Los personajes son tremendamente claves en toda empresa narrativa. El éxito o fracaso de estas depende, casi siempre, de la concepción de su fisonomía moral.
Es por ello que me es grato recomendar la primera novela del escritor y crítico literario peruano Gustavo Faverón Patriau, EL ANTICUARIO (Peisa, 2010). Basta googlear su nombre para darnos cuenta de que estamos ante un letraherido consagrado a la literatura y, claro, también a la polémica. Su blog Puente Aéreo es uno de los más visitados. Hasta allí lo que nos interesa saber de la persona.
GFP ha sabido esperar. Muchos años como literato le han permitido entregarnos una novela, por donde se la mire, notable. En ella tenemos a Daniel, quien con los beneficios de los tratos bajo la mesa llevados a cabo por su familia, cumple una falsa condena, por haber asesinado a su novia, en un manicomio. Estamos ante un hombre que solo puede concebir la vida por medio de los libros y la estimulación intelectual. Un tipo que desde su niñez ha tenido el aura de ser raro y poco dado a la vida social. Aún así, ha sabido forjar relaciones de dependencia extrema, tal y como ocurre, principalmente, con su hermana Sofía y su amigo Gustavo. Es precisamente Gustavo quien empieza a visitarlo en el manicomio después de mucho tiempo, con la intención de conocer en verdad a quien creía conocer.
Estas visitas son la metáfora de un viaje a hacia la maldad de la condición humana. Y que mejor manera de experimentar el viaje que ubicando la pulsión narrativa en el género del policial-enigma. Los relatos que Daniel, “El anticuario”, le ofrece a su amigo son ante todo pistas que este deberá ordenar. Sin esperarlo, Gustavo se convierte en un involuntario detective del alma.
A medida que el lector hace suyos los mensajes cifrados, nos topamos con una visión subjetiva y dura de lo que se vivió en Perú en los años ochenta, aunque en la novela no se nos menciona esta realidad reconocible. Si no fuera por esta opción de confrontar dos realidades, no tendríamos la radiografía ambulante de los personajes, rubricados por la desazón infinita, el amor a medias o no correspondido, la complicidad en el crimen y el no declarado anhelo de redención.
Los alucinados discursos de Daniel son tributarios de no pocas tradiciones narrativas. Sin embargo, y quizá por la cantidad de letra devorada por el autor, la novela cae en una secuencia de repeticiones, matando en algo el misterio que tanto le costó resolver a Gustavo. Ello no desmerece lo que EL ANTICUARIO es: una gran primera novela.

Blog de Sebastián Pimentel: Días de una cámara

Recomiendo a los lectores el blog Días de una cámara, del conocido crítico de cine Sebastián Pimentel.
Como saben, Pimentel es también uno de los directores de la revista Godard! y autor del libro IMAGEN Y MUNDO. Sobre esta publicación le hice una entrevista hace un tiempo, si gustan la pueden ver aquí.
Reviso sus posts y paso a reproducir el texto sobre una obra maestra de Ingmar Bergman, TRAS EL ENSAYO.

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Luego de Fanny y Alexander (1982), Bergman solo hará largometrajes para la televisión, la mayoría de los cuales comparten motivos como los del teatro, el cine primitivo, la representación y el fracaso de la misma, o los fantasmas y ajustes de cuentas que preceden a un último suspiro. La mayoría de estas cintas usan un par de escenarios -siempre interiores- y giran en torno a duelos recriminatorios entre dos personajes. En este caso, de trata de un viejo director (Erland Josephson) y su actriz (Lena Olin), la joven hija de un antiguo amor (Ingrid Thulin).
El tono melancólico está menguado por una comunicación violenta, y eléctrica, que recorre las tablas donde el dramaturgo piensa, recuerda, y discute. La voz en off interrumpe los diálogos en curso, y muestra la otra cara -la interior- del hombre, en un juego que revela al personaje a través de sus discursos diferidos, sus opacidades -el rostro también es máscara, centro de observación que obstaculiza algo que no se puede decir, mostrar- o fracturas que hay entre lo que contiene y libera. El director reflexiona con amargura, y resiste ante los embates de la actriz. Pero los momentos más intensos se los lleva el enfrentamiento con la madre de la joven, quien irrumpe como un fantasma que seduce, se derrumba, explota con ataques de histeria. Ella pretende sacar al artista de su indiferencia a través de chantajes, manipulaciones, y esfuerzos tan desesperados como inútiles. En el fondo, las dos mujeres son la misma, y el hombre sigue siendo la figura dominante que parece permanecer como espectador, como demiurgo de la representación, pero signado por una profunda amargura y decepción.
Bergman vuelve con agresividad sobre materias que disecciona con destreza: el tormento de las relaciones familiares o conyugales que regresan como deudas inevitables o enigmas fatales, por un lado; y, por el otro, la cadena ontológica que empieza en los roles sociales, continúa en la representación de los mismos -extraña sublimación y disolución de papeles que logra la puesta en escena o la teatralización cotidiana-, y termina en el enmudecimiento, en el límite de un rostro que lleva hacia la mudez, a la expresión discursiva o interior. Tras el ensayo es una obra maestra de gran intensidad y complejidad, hecha en un solo escenario y en un solo acto. (Versión modificada del texto publicado en Godard! Nº 14, diciembre 2007)

jueves, enero 27, 2011

La Gran (Inmensa) Novela Judeoamericana

En Radar Libros doy con un texto de Rodrigo Fresán, La Gran (Inmensa) Novela Judeoamericana, a razón de la novela THE INSTRUCTIONS de Adam Levin.
No es, como podría pensarse, una reseña. Fresán lo advierte, aún no acaba esta novela de más de 1000 páginas.
Recomendable.

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Lo que sigue no es exactamente una reseña y me pregunto si es lícito escribir sobre un libro del que apenas se ha leído un 10 por ciento de su contenido. Me atrevo a afirmar que la respuesta es sí si el libro en cuestión supera las 1000 páginas y difícilmente se termine de leerlo pronto. Porque The Instructions –la idea posmodernista de una novela decimonónica– es uno de esos libros que exigen a quien lo sostiene irse a vivir ahí adentro. Y muy atrás han quedado los tiempos en los que quien firma estas líneas podía darse el lujo de meterse en un libro de otro full time. Porque ya ni siquiera se dispone de tiempo para meterse a fondo en el propio libro, me temo. Aunque moriremos intentándolo.
EL CONTUNDENTE OBJETO DEL DESEO
Por lo que cabe pensar de dónde ha sacado Adam Levin –autor de The Instructions, título franzeniano para algo que, por fortuna, nada tiene que ver con Franzen– para poder encarar semejante empresa. Y por “semejante empresa” me refiero al desafío de debutar –luego de haber publicado unos cuantos relatos en revistas de prestigio y haberse alzado con un puñado de galardones de esos que llaman la atención de todo joven agente literario y de todo aún más joven editor– con una novela que se propone no sólo fagocitar buena parte de lo que se entiende como Canon Literario Judío Made in USA (a saber, Isaac Bashevis Singer, Henry Roth, Saul Bellow, Bernard Malamud, Philip Roth) para enseguida ascender a lo más alto y aplastar a más o menos recién llegados al asunto como David Bezmozgis, Nathan Englander y, más lateralmente, Michael Chabon y Jonathan Lethem. Y cómo conseguirlo. Fácil de decir pero difícil de hacer. Una pista: seis palabras. Tres para el título y tres para el autor. Es sencillo. Una ayuda: pensar tamaño + saga familiar + héroe disfuncional. Y sí: La broma infinita y David Foster Wallace y vieron que no era difícil.
EL OTRO FANTASMA
Y si bien David Foster Wallace es el fantasma que flota –en lo formal, en su mecánica, en sus notas al pie, en su obsesión microscópica hasta por el más mínimo y absurdo y decisivo detalle– tal vez quien más lo marque en lo argumental sea el fantasma hebreo que -–sin haber hecho de lo judaico su razón de ser o de no ser– acaso sea el más influyente de todos: Jerome David Salinger como “Holy Ghost” y ADN indiscutible en otros dos libros a los que tanto marcó El guardián entre el centeno. A saber: El octavo samurai de Helen DeWitt y el Oscar Wao de Junto Díaz.
Porque –atención– de esto es de lo que trata The Instructions: de cuatro días en la vida de un psicótico y políglota y musculoso estudiante de diez años de nombre Gurion ben-Judah Maccabee quien, además de considerarse un guerrero y un académico, tal vez sea, también, nada más y nada menos que el mesías que el pueblo judío lleva esperando casi un par de milenios. Gurion ben-Judah Maccabee –habitante de los suburbios de Chicago y quien ya fuera expulsado de varios establecimientos educativos por problemas de conducta y ahora aterrizado en el instituto para alumnos problemáticos Aptakisic Junior High alias “La Jaula” bajo el control del tiránico australiano Mr. Victor Botha– comprende que está llamado a hacer (o a deshacer) grandes cosas cuando conoce a su musa, la bella y gentilmente goyische y pelirroja Eliza June Watermark, y un puñado de compañeritos apostólicos decide seguirlo en la prédica que (no llegué aún, está claro) será conocido como los fatídicos eventos à la Columbine del 17 de noviembre o La Guerra Guriónica mientras el teen-idol de nombre Boystar decide que “La Jaula” es el sitio perfecto para rodar su nuevo videoclip. Y, ah, me olvidaba: el padre de Gurion es un abogado judío encargado de la defensa de un neonazi y su abnegada madre es una ex agente del Mossad. Y, sí, lo de más arriba. De entrada –y puede considerarse que aún estoy allí, mirando hacia el fondo insondable de la novela– un inequívoco perfume al Hapworth 16, 1924. Aquel largo informe epistolar con el que Salinger (y el pequeño genio Seymour Glass) se despidieron de nosotros para –de no haber noticias y parece no haberlas– por los siglos de los siglos y, sí, en un momento, alguien increpa a Gurion con un “Mira a Holden Caulfield, no querrías acabar como él, ¿verdad?”.
Yo creo que sí.
CAIN Y ABEL
Y está claro que Adam Levin es el sabor del momento y que sabe cómo llamar la atención ya desde esos apellidos pynchonianos de sus personajes y su forma de deslizar ideas claramente bellowiana y su por momentos ritmo de stand-up comedy sobre la NADA estilo Jerry Seinfeld y el modo en que es inteligentemente blasfemo como Roth quien, me entero, hasta tiene un cameo en The Instructions. Levin quiere todo y se nota y eso no cae muy bien. Caso a destacar ha sido la fulminante reseña que el suplemento de The New York Times dedicó a The Instructions. Y yo pensaba que los editores del suplemento de libros de tan prestigioso periódico cuidaban un poco más el detalle y no dejaban pasar comportamientos semejantes; pero lo cierto es que alguien de la redacción tuvo la buena-mala idea de encomendarle la reseña a un tal Joshua Cohen. Y sépanlo: Cohen supo ser alguna vez el sabor del momento, ha publicado varios libros en editoriales respetables pero pequeñas y un par de meses antes de la salida del monstruo de Levin publicó su propia Gran Novela Judeoamericana titulada Witz y versando –distópica y entrópicamente– sobre los sufrimientos del último y mesiánico niño judío sobreviviente a una plaga que sólo ataca a los judíos. En Time, Cohen definió humildemente a lo suyo como “la última novela judía de todos los tiempos”.
Y, sí, Witz tiene apenas 800 páginas y es un poco atractivo paperback de la Dalkey Archive mientras que Levin no sólo la tiene más grande sino que su hardback –tres portadas de colores diferentes, a mí me tocó la de fondo blanco con incrustaciones doradas– sale en la mucho más cool y exquisita McSweeney’s comandada por el gran entrepreneur David Eggers. Así que Cohen arranca rezumando bilis con un “¿Quién mejor para reseñar una novela judía de mil páginas que salió en otoño que el autor de una novela judía de 800 páginas que salió en primavera?”. Y añade: “Dentro de este espíritu considérense a nuestros libros como la novela judía que nunca empezarás a leer y la novela judía que nunca terminarás de leer”. Y a continuación -–eso no se hace– habla bien de Witz y muy pero muy mal de The Instructions.
EN RESUMEN
Mucho más equilibrado es lo que hace Douglas Wolk, autor del muy recomendable Reading Comics y crítico de Bookforum –esa más que atendible versión cool de The New York Revie of Books– cuando señala la compulsión de Levin por valerse de todo recurso: documento en doble traducción (The Instructions, se supone, es algo así como la auto-biblia de Gurion traducido del inglés al hebreo y otra vez al inglés y analizado en plan Pálido fuego), los inserts de e-mails, el análisis de canciones de los Fugees, juegos tipográficos, aforística que recuerda a Vonnegut, relatos dentro de la novela, guiños a Harry Potter y a Animal House y a Animal Farm, etc. Como si Levin pensara que esta es su única oportunidad y que tiene que jugársela al todo o nada. Y, teniendo en cuenta el panorama editorial, tal vez no esté tan errado y haya preferido primero gritar fuerte y marcar su territorio en el patio de recreo para, una vez reconocido, dedicarse a susurrar. Wolk concluye que dentro de The Instructions seguramente hay una muy buena novela de unas trescientos páginas pero concede que, también, funciona como inmejorable e irresistible propaganda para el resto de la carrera de Levin. El mañana –o las próximas horas– le pertenecen a Levin, mal que le pese al pesado de Cohen.
THE END
Por la reseña de Wolk, me entero –¿llegaré algún día allí?– que The Instructions concluye con una coda donde se admite la imposibilidad de cerrar todas las puertas que se abrieron y atar todos los cables sueltos.
En las últimas líneas de The Instructions –imposible resistir la tentación de espiarlas– se lee: “Habrá más daños, soy el final de los judíos, y el Templo jamás descenderá desde los cielos. Daño, daño, daño, fin”.
Volvemos a hablarlo quién sabe cuándo.
P.S.: ¿Para cuándo el tan mentado documental sobre Salinger? ¿Para cuándo los supuestos numerosos inéditos de Salinger? ¿Para cuándo el retorno de nuestro verdadero y único Mesías, eh?

El racismo en las familias peruanas

En el colectivo LaMula.Pe encuentro un post, El racismo en las familias peruanas, de Wilfredo Ardito sobre la primera novela de Karina Pacheco, LA VOLUNDTAD DEL MOLLE.
Como toda buena novela, su alcance va más allá de lo literario.

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Si alguna vez fuiste a una fiesta infantil con torta y gelatinas, si alguna vez te dijeron “Te parece” cuando sospechabas que había en tu familia sobrinos, primos o hermanos preferidos o si quieres saber cómo afecta el racismo la vida cotidiana de los peruanos, encontrarás que La Voluntad del Molle, de Karina Pacheco Medrano, es una novela fascinante.
La trama se centra en dos jóvenes cusqueñas de clase media, cuyos padres han fallecido. A través de unas cartas, ellas descubren que en los años setenta, su madre tuvo un enamorado, pero que los padres de ella truncaron brutalmente la relación: el joven era hijo de una campesina, demasiado cholo para ser aceptable. Lo hicieron meter preso injustamente y luego entregaron a su propio nieto a unos campesinos de Chumbivilcas.
Las dos hermanas empiezan a evocar fiestas infantiles, Primeras Comuniones, peleas entre primitos y otros episodios en que sus abuelos y otros parientes y amigos aparecen tratando como pequeños príncipes a los primos de piel más blanca y con distancia a los más oscuros. Nueras y yernos son también tratados de acuerdo a su color de piel.
La novela explora la paradoja, tan peruana, que una misma persona pueda ser tierna y engreidora con sus seres queridos, pero cruel e inhumana con una empleada del hogar o un campesino.
La Voluntad del Molle hace que en cada lector afloren los recuerdos sobre cómo se vivió el racismo en su propia familia:
-Cuando íbamos al Cusco, terminaba peleando con mi hermano más blanco -me confiesa el amigo que me prestó el libro -porque mis abuelos lo engreían tanto, que me hacían sentir envidia y cólera hacia él.
-Mi hermana más blanca era la única que podía decir que una comida no le gustaba. Sabía que a ella siempre mi mamá le podía preparar algo especial –me dice una amiga.
-Era tal la preferencia hacia mi hermano más blanco que sólo me quedaba ser inteligente –declara un futuro abogado.
En todas estas situaciones, es imposible aplicar el argumento frecuente de “no es discriminación racial, sino social”, porque las diferencias se producen dentro del más íntimo entorno familiar. Mientras leía la novela, me ponía a pensar en cuántos peruanos hemos tenido tías o abuelos racistas, así como en cuántos casos nuestros papás quisieron protegernos del racismo o a veces ellos mismos sucumbían a éste, de manera inconsciente. Me pongo a pensar que habrá sido muy difícil de enfrentar un problema que antes ni siquiera se podía nombrar.
La Voluntad del Molle presenta al Cusco como una ciudad profundamente jerarquizada por motivos raciales. Hasta los niños saben que pueden maltratar a un compañero de clases si viene del campo, habla mal el castellano o no vive con sus padres, también una causa de maltrato muy frecuente.
La protagonista observa, además, que muchos cusqueños de rasgos andinos se alegran de contar con un “apellido hispánico al que aferrarse para sobrevivir en el Perú”. En la antigua capital del imperio incaico, todos los personajes parecieran empeñados en ser menos indios. “Mis patas cusqueños se jactaban de tener frente más amplia, porque los indios casi no tienen frente”, concuerda un amigo.
Por eso, cuando la narradora logra encontrar a la familia del primer enamorado de su madre, aparece una dolorosa incomunicación: ella es incapaz de hablar quechua, pese a que ha escuchado ese idioma toda su vida. Muchos cusqueños (o huamanguinos o huaracinos) de clase media viven así, aislados de personas que tienen muy cerca, como si inconscientemente ellos o sus padres hubieran decidido que no valía la pena comunicarse con seres inferiores.
Hacia los últimos capítulos, la novela se hace más débil, porque la autora deja de basarse en el mundo que conoce, para imaginar una serie de crímenes poco realistas, con la entrada en escena algo forzada de Sendero Luminoso y la represión estatal. Puede resultar algo fatalista que varios personajes discriminados se hayan convertido en senderistas… pero al mismo tiempo, deberíamos pensar en cuánto sufrimiento pudo existir detrás de muchos senderistas para que cometieran crímenes tan atroces.
Otra limitación de la novela son algunos pasajes que dejan el estilo literario para volverse casi una reflexión sociológica, como un texto de Nelson Manrique o una RP. Sin embargo, se trata de debilidades menores frente a la profundidad con que Karina Pacheco aborda el racismo, un tema que para muchos literatos peruanos ha sido tabú. Inclusive en las novelas indigenistas, los abusos de los gamonales parecen un problema económico o social, que podría superarse mediante la Reforma Agraria, el desarrollo económico y el impulso a la educación rural.
La Voluntad del Molle muestra cómo el racismo subsiste pese a los cambios sociales y se manifiesta en la vida cotidiana, hasta en el más rutinario lonche con la abuelita…
¿Qué sucedería si más gente se atreviera a dar un testimonio similar?

Palabra habitada. (Recortes de la obra de Óscar Pita Grandi, Paisaje habitado)

PAISAJE HABITADO, de Óscar Pita Grandi, es una de las novelas más interesantes publicadas el año pasado. La ambición del autor en esta su primera creatura queda pues patentizada.
Sobre la novela, encuentro en el blog Verdeopinión un post sobre ella. Palabra habitada. (Recortes de la obra de Óscar Pita Grandi, Paisaje habitado)

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La carátula: «Casi temía que se hundiese ahí, en esa puerta desmayada, hasta desaparecer de pies a cabeza» (página 263).
Desde el inicio de esta maravillosa novela ya se perfila el culto a la palabra, a la musicalidad y a la construcción de retazos poéticos. La urgencia del autor es hacia el lenguaje, la historia parece utilitaria para llevar al lector, pero la fuerza está en las frases, en los detalles, en la armonía.
Dottore, el protagonista, no tiene nombre, se lo llama así por ser abogado, lo lleva a un contexto jerárquico dentro de Ausonia, un componente de la sociedad que justamente busca con desenfreno el significado de las cosas que lo rodean, que lo limitan. Este personaje es también parte de un paisaje habitado, cumple una función, es una pieza, busca una verdad que le es escurridiza y que al final de la obra sorprende el engranaje de los elementos colocados desde el principio. Es un paisaje habitado también el pasado, los antiguos moradores donde creció Ausonia y donde radica el argumento.
Ausonia, que parece extraída de Italia de los años 30, es escurridiza cronológicamente, a pesar que luego la novela sí la sitúa, incluso con fechas, parece enclavada en un lugar al que no pertenece, es una mezcla de tranvías y laptops.
La primera escena, las aves estrellándose en la ventana de Dottore, es similar a Salir a robar caballos (Out stealing horses) de Per Peterson, donde Trond, viejo ya, está echado en su cama y este constante golpe de las aves lo hacen aventurarse hacia el mundo exterior, en cambio, en Paisaje habitado, este suicidio de las aves parece encerrarlo más a Dottore, avisarle de lo hostil de lo exterior, de la violencia, y lo hacen refugiarse en su mirador desde donde puede, sin necesidad de echarse al peligro, observar lo que ocurre. «Me plantaba un momento al pie del ventanal» (página 44).
Hay una pulcritud por el lenguaje que emplea Dottore, una necesidad de dar personalidad a las cosas, tiene una entrega con las objetos, por la soledad que cree padecer y porque llamándolas por el nombre que tienen les devuelve el reconocimiento de la compañía. «Sobre ellas reposaban decoradas servilletas de lino en el mismo tono de la cenefa del mantel,… un vistoso quinqué...».
«Me repetía mientras nos mirábamos como dos buques oxidados» (página 82). A veces las imágenes son tan pulidas que no concretan la urgencia de la historia.
El gran tema de este libro es la soledad. «Había comprobado que la soledad, más que tiempo y velocidad, era espacio» (página 15). El protagonista está en constante e íntima relación con las cosas, porque en su soledad son estas las que cobran un significado contundente ya que el carece de aproximaciones hacia las demás personas, es en realidad un personaje que tiene miedo al contacto, al compromiso, sólo busca lo verdadero y hermoso, sin embargo es consciente de su ominosa dureza. «Mi pequeña selva ha sido liberada» (página 364). Casi al final, Dottore descubre que son los espacios los que lo van dominando, el tiempo y la vida son solo prolongaciones de esta verdad. Los espacios, trastornados por las construcciones son los que le dan estabilidad, pero al mismo tiempo lo cercan lo deforman, son un espejo de su situación. «Si las puertas eran ventanas torturadas (estiradas en un potro inmisericorde, o enterradas al olvido hasta la cintura, por ejemplo) y las ventas eran puertas paralíticas (a las que les había amputado las extremidades inferiores por diversión y no por enfermedad o accidente, por ejemplo), entonces ‘tanto las puertas como las ventanas son esclavas de ruindades, de perniciosas prácticas de arquitectura, de salvajes parcelaciones’»
(página 182).
«Creemos que la soledad nos traerá libertad, soltura, incluso juventud, y por ese camino dirigimos nuestros pasos con una inocencia bastante absurda para un hombre adulto, que ni qué decir para uno viejo, Dottore… Pero una noche recapacitamos en que no hay nadie con quien compartir las satisfacciones. Nadie con quien ensañarse por nuestras torpezas» (página 90).
«Mi vida había sido educada par eso: trazar en secreto y soledad los senderos por donde suele marcharse la gente, y esperar porque alguien regresara a contarme las aventuras que yo me evité vivir. La soledad es un vacío poblado de recuerdos. Ningún recuerdo es vacío. Ninguna soledad se está sola en el recuerdo A fin de cuentas saber mentir es una manera de acercarse a la verdad» (página 348).
Así como en los personajes de Henry James que creen que merecen algo mejor pero que no saben qué es y que confían en el destino para cambiar el curso de su vida, Dottore parece confiar o al menos encontrar un espacio donde su vida podría tener otro significado, o al menos uno, «¿Cuál habría sido el curso de mi vida si no hubiese entrado al salón por mi café? ¿Y si antes el viento no hubiese arrebatado el diario de mi mesa? ¿Y si antes no sme hubiera antojado acomodarme el sombrero?» (página 28). Aquí muestra lo aleatorio del encuentro con Nebbia. Nebbia y el amigo íntimo de Dottore, Tomasso, son personajes que siempre lo acompañan, le ayudan, nunca lo contradicen, aliados.
Otro tema que se toca es el del amor, pero el amor a través de un proceso cognitivo. «Tenía la sensación que el amor era una prueba de resistencia» (página 32). «¿Hasta cuándo se puede amar sin renunciar a la propia felicidad? (página 35). «Ahora sé que el amor es un pequeño territorio estacionario. Una exquisita geografía que no admite certezas, atravesada muy de prisa infinidad de veces y sin reparos, mientras se es joven. Y al arribo del estío, al agotársenos belleza y vitalidad, aquel territorio se torna, inabarcable, seductor e imposible de alcanzar. Como una inquietante pesadilla, surge entonces la fealdad, arrojándonos al centro de la nada, a esperar porque un recuerdo se apiade y nos recoja» (página 48). «He confundido los límites del amor, justamente por conocerlos» (página 117). Existe solo una mención de pertenencia hacia Nebbia, a quien siempre dibuja como una criatura libre casi como una espectro «Las manos de mi mujer» (página 187). Sobre su pequeña hija, Dottore la percibe casi como un ser de luz.
La pérdida está también incluida en la novela, sobre todo la pérdida de la lucidez, ante la vida, pero como un constante crecimiento de los espacios que van recordándole lo rotundo que puede ser la soledad. «Cuando se pierde el deseo del placer, se pierde todo. Por eso, algunos viejos creen enloquecer de tedio cuando en el fondo aquella enajenación no es otra cosa que el agotamiento de la fuerza que nos empuja en busca del placer» (página 57). La ruina es la memoria.
Una negación a la arquitectura y a la construcción porque demanda espacio y por lo tanto empequeñece, hay también un desprecio de Dottore por el pragmatismo que inducen las ciencias, la ingeniería, la medicina. «Lo cierto es irse. Quedarse es ya una mentira, la construcción, paredes que parcelan el espacio sin anularlo» (página 130). El personaje no llega a relacionarse con su entorno más cercano, ni con el tiempo que también rechaza.
Hay alusiones literarias diversas, por ejemplo, esta: lanzó mierda con el ventilador, que era también una de los títulos que Bolaño usaría en vez de Nocturno en Chile, que no fue aceptada por su editor, una novela también sobre la búsqueda.
«Desde entonces me he aficionado a coleccionar amaneceres. Sumaba días, semanas, y después los borraba, los perdía, todos» (páginas 350). Parece que la búsqueda ha terminado y al mismo tiempo es el inicio, antes del muro, antes de Ausonia, esperando por el Telón.
«A fin de cuentas saber mentir es una manera de acercarse a la verdad» (página 323).

miércoles, enero 26, 2011

lunes, enero 24, 2011

Entrevista: Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen

(Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio. Letras.s5.com)

“Nos propusimos, más que un libro multigenérico, un libro que sea divertido”

Una de las publicaciones más esperadas del 2010 fue POESÍA EN ROCK. UNA HISTORIA ORAL. PERÚ 1966-1991 (Altazor), de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen. Libro polémico, pero sumamente necesario para afianzar convicciones.

Gabriel Ruiz Ortega

Por el título de la publicación, como que el libro estaba destinado a ser escrito por ustedes. Es decir, no pocos saben que son conocedores del rock y atentos lectores de poesía peruana.
Ambos somos fanáticos de ambas artes, aunque en distinto grado. Al comienzo de la investigación leíamos a poetas como Verástegui, Málaga, Santiváñez, que en nuestro imaginario habitaban un limbo entre la poesía y el rock. En nuestras conversaciones hablábamos por igual de ambas e intercalábamos sus referentes intentando crear una especie de red narrativa que lo contuviera todo, o lo más sustancioso del asunto, por lo menos. Por eso el libro está construido utilizando gran cantidad de información, con el objetivo de que el lector no iniciado no se pierda nada de lo que fue esa época, tanto poética como social y políticamente. Claro, sabemos que nos faltan varios datos, medianos y menores, para que esta historia esté de verdad completa. Por eso en las siguientes ediciones nos reservamos el derecho de ampliarla.
En la dedicatoria, se consigna que el punto de partida fue el verano del 2000. Digamos que en ese contexto el libro nació como idea; y si no me equivoco, tú, Carlos, te fuiste a vivir a España. Entonces tenemos presente el factor de la distancia. ¿Cómo trabajaron?
Me fui a vivir a España y prácticamente corté todos los vínculos con el Perú. En el 2006 presenté una ponencia sobre rock y poesía en un congreso de poesía peruana en Madrid. José Carlos me ayudó mandándome ingente información consistente en recortes periodísticos, raros poemarios y antologías de la época, que me sirvieron de mucho para terminar mi ponencia. Seis meses después conversamos por teléfono, una mañana de sábado de febrero del 2007, y alguno de los dos planteó la idea de escribir un libro en base a lo que había leído en aquel congreso. Comenzamos comunicándonos varios días a la semana, mediante el mail y el skype, elaborando la estrategia del libro (que cambiaría a medida que este iba avanzando). Fuimos haciendo también las entrevistas necesarias, según nuestras posibilidades; por ejemplo, Carlos interceptó en España a Oscar Málaga y lo sometió a un meticuloso interrogatorio; José Carlos visitó el departamento de Jorge Pimentel durante dos largas jornadas preguntándole su versión de los hechos. En octubre del 2008, ya con Carlos en Lima, entrevistamos juntos a Jáuregui, Verástegui, los falsos primos Mendizábal y a Tulio Mora, además de otras fuentes que aparecen en los agradecimientos del libro. El magma del libro fue escrito de junio 2008 a enero 2009, y corregimos y aumentamos durante año y medio, cotejando testimonios de poetas que nos íbamos encontrando en el camino. Cada dato nuevo, cada contradicción, aumentaban geométricamente los pies de página con el paso de los meses. Además consultamos casi un centenar de libros, decenas de estudios críticos, muchas revistas, todas las antologías disponibles y en algún caso citamos a la mesa de un bar a un poeta del que teníamos como referencia un texto presuntamente rockero al cual nos era imposible acceder. Buscamos en el fichero virtual de la Biblioteca Nacional libros desconocidos que podían servirnos, la mayoría de veces sin mucha fortuna. La carnecita de la información la encontramos en los archivos personales de los mismos poetas; Pimentel guardaba incluso algunos volantes de los recitales, además de la mayoría de manifiestos de Hora Zero (nadie tiene la colección completa). Y ahora que hemos publicado el libro, nos hemos topado con más información, más sucesos, más contradicciones, que, si hubiéramos seguido escribiéndolo, hubieran aumentado al menos veinte páginas más al texto original.
El libro he tratado de ubicarlo en un género, mas no he podido. Y es allí donde creo encuentro su riqueza, ya que es un cacerola de géneros, tenemos mucho de ensayo, algo de teoría, testimonios y relatos con sabor a crónica.
Es verdad, es un montaje de textos de diversa índole, que más que un amplio fresco recuerda más al collage, al patchwork. Seríamos hipócritas si no reconociéramos que nuestra referencia principal fue Por favor mátame, de Legs McNeil y Gillian McCain, además de Algo muy divertido que jamás volveré a hacer, de David Foster Wallace, porque esta es una historia oral en la que nosotros también participamos, a través del pie de página. En realidad nunca nos planteamos que este fuera un libro multigenérico: lo que pasa es que quisimos completar las partes de una escena muy compleja y llena de contradicciones, historias oficiales, leyendas urbanas y autocensura que ha ocultado o deformado la verdad, aquella que nunca sabremos. Esto lo sabíamos desde un comienzo, y por eso dejamos hablar a los protagonistas principales que siguen vivos (En ese sentido seguimos creyendo que sin Juan Ramírez Ruiz este libro queda incompleto) para que concordaran, se contradijeran y se desdijeran entre ellos, con total libertad e impunidad. Intentamos, sí, obviar toda referencia a la vida privada de los protagonistas: si el libro hubiera sido escrito sin este filtro, hubiera resultado impublicable. Otra cosa que quisimos fue armar una suerte de libro paralelo mediante las notas a pie de página, aprovechando este recurso para sembrar la narración principal de atingencias, opiniones muy personales, auténticas boutades que encontrábamos divertidas a la hora de discutir ciertos aspectos de algún episodio… nos propusimos, más que un libro multigenérico, un libro que sea divertido, directo, incluso muy subjetivo en sus juicios como lo eran los poetas con sus testimonios. La moraleja de esto es que nos hemos esforzado por no presentar una verdad única e indiscutible, una historia oficial, y sobre todo, en no tomarnos en serio a nosotros mismos: creemos que eso es a veces necesario para no ser tan solemnes con la poesía peruana, que últimamente ha perdido el sentido del humor del que gozó durante tanto tiempo.
Justo en los pie de página. Hay dos que me son de antología. A lo mejor se me escapan algunos más. Sin embargo, la semblanza que hacen de Juan Ojeda es por decir lo menos, alucinante. Como si fuera el punto de partida para una novela. El otro es, indefectiblemente, desgarrador. Me refiero al testimonio de Manuel Aguirre.
En casos concretos hemos escrito algunas de las notas con el objetivo de divagar un poco sobre ciertos personajes o situaciones que derivan de la historia principal, procurando que el lector no iniciado sepa de quién o de qué estamos hablando. La vida de Ojeda es quizá la más rockera de todas, aunque él no escuchaba rock (solo escuchaba música clásica) y aunque no paraba tanto con los grupos vimos necesario hacer una breve relación de su carrera vital y poética. El testimonio de Aguirre era el de un solitario con talento en pleno apogeo de los grupos poéticos. Era el único militar en un medio repleto de militantes. Por eso nos fue muy difícil decidir el lugar donde poner su declaración, y resolvimos hacerla un larguísimo pie de página en medio del libro, casi como una caja china. Es un juego, porque si te das cuenta al más insular de todos lo hemos puesto en el mismo centro.
En la introducción señalan que el centro de eclosión de esta historia urbana es Poemas Underwood de Martín Adán. Entre otras cosas, Adán dejaba sentada una actitud para con la poesía, que yacía en que las ganas de vivir eran más que las actitudes señoriales de la poesía. O sea, este texto de Adán fue un pionero de lo que varias décadas después sería la manera de asumir la poesía.
Poemas Underwood está escrito en versículos, no con verso medido y anuncia el verso libre, coloquial y confesional que se pondría en boga varias décadas después, opción que vino para quedarse hasta hoy. Como la poesía conversacional popular, su escenario es urbano y su espíritu libertario y expansivo. La juventud como la edad de lo confrontacional es otro elemento que Poemas Underwood comparte con la obra de los poetas analizados en el libro. Este texto de Martín Adán, en suma, es el primer poema rock, con actitud punk, de nuestra tradición poética.
También dicen que en la historia de la poesía peruana hemos tenido solamente tres generaciones, y que el resto han sido y son promociones. La última promoción sería la conformada por los poetas del setenta. Definitivamente es una toma de posición que no gustará a muchos. Como que la etiqueta “Promoción” fuera una suerte de carné de identidad.
En primer lugar, tenemos que recordar que esta percepción de las tres promociones no la vendemos como una verdad absoluta –como no vendemos ninguna de nuestras aseveraciones como dogmas, sino como acercamientos, opiniones y apreciaciones. No son las nuevas circunscripciones del canon poético, que tienen derecho a cierta cantidad de escaños en el parnaso (porque en el fondo es así como muchos poetas ven estas divisiones teóricas), sino un mapa mental para introducirnos a la realidad del libro. Es una herramienta metodológica que nos ha servido para enhebrar narrativamente el texto, poblado en gran parte por poetas con una estética similar y de referentes comunes. Este ciclo poético, lleno de matices, afinidades, continuaciones y cismas, duró veinticinco años. Si a otro investigador le funciona el esquema de las generaciones por década no habría una contradicción, sino un esquema distinto para una misma coyuntura más o menos reconocida y aceptada. En segundo lugar, existe un mito muy difundido que afirma que la obra de cada poeta particular está signada por el devenir de sus coetáneos, lo cual es bastante discutible, dado que las propuestas poéticas de nuestros protagonistas, más allá de compartir el aliento conversacional y todas las características que este implica, han escrito obras muy distintas entre sí, incluyendo las del grupo más disciplinado, Hora Zero.
El hecho de situar su trabajo a partir de 1966 puede ser tomado como una negación de los discursos poéticos signados por el hálito del rock, desarrollados en, por ejemplo, los inicios de los sesenta.
Hemos tomado como punto de partida la fundación de la revista Estación Reunida porque se trata de la primera agrupación de poetas con afinidades auténticamente rockeras, con una actitud que combinaba el aliento pre rockero de Hernández y Cisneros (más las consabidas influencias directas beatniks y poundianas) con una actitud menos cosmopolita y más cercana a la calle. No te olvides que en 1966-1967 Manuel Morales escribe Poemas de entrecasa, el libro fundacional de esta vertiente, y que marca una forma de poetizar absolutamente distinta a la anterior. Esa es la época que hemos querido narrar, que no niega a la anterior, sino que tiene características distintas, más contestatarias, más impúdicas, más violentas, es decir, más rock and roll. El rock que practican los poetas que aparecieron en Los nuevos es hippie; lo que viene después es punk. ¿Harías un libro presentando ambas historias como una sola? Incluso te diremos que los poetas early 60’s profundizaron más en la sicodelia que los poetas del setenta, como es el caso de Chirinos Cúneo, Rodolfo Hinostroza y Mirko Lauer, pero es otra corriente, que prefigura la que nosotros contamos, y luego se desarrolla por ámbitos distintos. Lo que sí tenemos claro es que los aportes de los sesentas fueron decisivos para que los poetas del setenta pudieran desarrollar una obra acorde a sus necesidades, y que para negar ese aporte es necesaria una ceguera, voluntaria o no. Entre nuestros proyectos está justamente hacer un libro sobre esa historia entrevistando a cuatro poetas de los primeros sesentas, pero sería un libro aparte, distinto, más situado en Londres y en Barcelona que en la Plaza San Martín o el Wony.
Cuando dan paso a los testimonios de los poetas, es el de Roger Santiváñez el que marca la pauta, ya que estuvo, de alguna manera, en todos los grupos poéticos que encontramos en Poesía en Rock.
Roger estuvo en La Sagrada Familia, Hora Zero segunda etapa y luego en Kloaka, colectivo del que fue líder. Su relación con los grupos poéticos fue muy temprana. Tenía dieciocho años cuando viajó de su natal Piura a Lima para estudiar Literatura en San Marcos. Pero en lugar de prepararse para postular se dedicó a deambular por el Centro de Lima intentando encontrar a los Hora Zero (los había leído en Estos 13), justo cuando estos se encontraban en pleno interregno entre la primera y la segunda etapa. Roger pertenece, propiamente, a la promoción del 75, por lo que sus coetáneos son los de La Sagrada Familia, colectivo en el que milita durante toda su duración. Luego se va a Hora Zero segunda etapa y al final, por fin, funda su propio grupo. Roger, en definitiva, ha sido testigo de todo. Si a esto sumamos su memoria prodigiosa (pese a su bohemia radical), se convierte en la fuente ideal para escribir un libro como este. Narrativamente, además, es una presencia constante, una especie de hilo conductor que enhebra casi todas las etapas desarrolladas en el libro. Más allá de sus indudables cualidades como poeta, es esta condición de testigo privilegiado lo que convierte sus testimonios en una especie de columna vertebral.


Ahora, algo que me pareció más que interesante, fue el testimonio de José Rosas Ribeyro. Específicamente cuando relata la forma cómo Enrique Verástegui conoce a Octavio Paz; a partir de ese encuentro Roberto Bolaño no perdonará jamás a Verástegui, al punto que se burla de él en Los detectives salvajes.
Rosas es un tipo muy chispeante, muy gracioso, además de un estimable narrador oral. Si tuviéramos un poco menos de escrúpulos, habríamos repletado el libro de decenas de anécdotas impropias sobre poetas que Rosas nos contaba con mucho humor. Creemos que la anécdota de Verástegui con Paz reviste mucho interés literario –el encuentro del mandarín intelectual mexicano con la jovencísima promesa poética peruana- y de por sí es entretenidísima, nos reímos mucho escribiéndola, intentando que no se perdiera la carga humana, absurda, del incidente. En general Verástegui es uno de los grandes personajes del libro, nuestra entrevista con él distó de ser fácil pero nos dio algunas claves que fueron muy útiles para entender la historia de Hora Zero en toda su magnitud. En cuanto a que si Verástegui no ha perdonado a Bolaño, es verdad. En la entrevista que nos concedió aprovechó para llamar al narrador chileno (y en general a todo el infrarrealismo) “la cloaca de México”, además de otros calificativos.
Cuando leí las páginas sobre el duelo poético entre Pimentel y Cisneros, me vino a la mente la conocida frase “es preferible creer en la leyenda que en la realidad”, algo así. Si no me equivoco, es la primera vez que tenemos –en libro- la versión de este asunto por parte del autor de Como higuera en un campo de golf.
Cisneros, sin participar en los testimonios, es quizá uno de los personajes más ubicuos del libro: prácticamente todos lo mencionan o como amigo o como influencia o como enemigo, pero siempre está. Le preguntamos sobre el duelo poético y respondió lo que sale en el libro, nada más. Sin embargo su breve intervención es interesante, porque es el único paréntesis cuestionador al tono épico de la historia de Hora Zero relatada en el libro, la única impugnación al discurso de los miembros del Movimiento.
Algo me dice que al momento de ordenar los testimonios, se divirtieron mucho con los de Jorge Pimentel y Eloy Jáuregui. Con este libro se gradúan de excelentes narradores orales.
Y son narradores muy distintos uno del otro. Pimentel está más cerca de la épica y Jáuregui de la picaresca. A éste último bastaba escucharlo en Panorama, cuando hacía la voz en off en los reportajes, para darse cuenta de lo ingenioso que podía ser su discurso. Todo esto por no hablar de su faceta como cronista, llena de juegos de lenguaje y sentido del humor. A veces uno termina creyendo que el mejor barroco de Jáuregui no se encuentra en sus poemas –que tiene varios muy buenos- sino en sus crónicas. Lo entrevistamos en la cafetería de profesores de la Universidad de Lima, en los altos de un edificio desde donde podía contemplarse La Molina. Estaba completamente sobrio y fue quizás uno de los testigos más honestos, uno de los que menos quiso preservar una historia oficial, y por eso las contradicciones entre su versión y las demás, contradicciones que enriquecen muchísimo el libro, en realidad. En cuanto a Pimentel, debemos consignar que ésta es una de las escasas entrevistas que ha concedido en varios años, y fue muy generoso con su tiempo, como ya dijimos. En la conversación prácticamente se le dio rienda suelta para que se explayara. Y no nos equivocamos al quitarle los frenos pues su discurso oral era arrollador y lleno de recursos literarios.
De hecho, es el Movimiento Hora Zero el que más prestancia tiene en la publicación. Fueron los que llevaron a los extremos la actitud del rock en la escritura poética. Hoy en día, el movimiento no tiene los fuegos de antaño. La juventud no es eterna.
Para juzgar a Hora Zero hoy, debemos considerar una realidad que a veces parece no tomarse en cuenta: el Movimiento como tal ya no existe como organismo vivo y activo hace muchísimo tiempo: lo que queda es un legado importante –muy importante-, varios libros excelentes, una actitud que hace treinta años era justa y necesaria para, parafraseando a Velasco, romperle de un golpe el espinazo a la oligarquía literaria. La primera etapa (1970-1973) es sin duda la mejor literaria y teóricamente, la más consistente y la más justificable históricamente. Juan Ramírez Ruiz nos parece un componente imprescindible, y creemos que ese “fuego de antaño” que pareces extrañar (y que nosotros también extrañamos) se debía también en parte a él. Hablar de este tema, lo reconocemos, es espinoso porque sabemos que hay cierta gente que considera que el Hora Zero de la segunda etapa traicionó los ideales de la primera y por lo tanto Juan Ramírez era el único puro de ellos, el verdadero horazeriano, mientras que hay otra que considera que el único Hora Zero es el que alguna vez lideraron Pimentel y Mora. La verdad es que nos sentimos ajenos a estas disputas, que nos parecen totalmente inútiles; también nos parecen inútiles algunas voces que intentan quitarle todo mérito histórico y literario a Hora Zero y de ese modo otorgárselo a una generación posterior para conseguir más escaños en el parnaso mental de nuestros críticos y estudiosos. En general, es irritante que los debates de poesía en el Perú no puedan avanzar ni llegar a buen puerto porque no son debates, sino confrontaciones de grupos (o membretes, más bien, porque ya no existen los grupos poéticos en sí) que no se conceden un ápice entre ellos y que intentan imponer una verdad única sobre los demás. Se discuten cosas intrascendentes, a veces apertrechándose de argumentos que pueden ser válidos o no, pero el objeto de fondo suelen ser minucias al fin y al cabo: que por qué no se puso en tal antología a este, que si Jorge Pimentel escribió o no escribió Palabras urgentes junto a Juan Ramírez Ruiz, que por qué se hizo determinada encuesta preguntándole a tal y no cual. La verdad, con una poesía peruana como la actual, -la que va a tomar el relevo, la del 2000 y la que se prefigura- que francamente se cae a pedazos, da que pensar ver como en vez de atender temas más importantes e inmediatos, desde hace treinta años la discusión y los calificativos y la animadversión sean los mismos.
Un alto a la entrevista. Acaban de hacer alusión a “por qué se hizo determinada encuesta preguntándole a tal y no cuál”. Se refieren a la encuesta sobre una antología consultada, cuyos resultados han generado cierta polémica en el ambiente poético limeño.
Mira, no creemos mucho en las encuestas poéticas (aunque participamos en esta porque, la verdad, siempre es bueno poder expresar nuestros cánones individuales y cotejarlos con los de los demás, aunque eso no contenga ninguna valoración absoluta, ni mucho menos), y en realidad consideramos que esta en particular se pudo hacer mejor; se pudo tomar cierta distancia para evitar las suspicacias en los resultados, por ejemplo, o categorizar y delimitar adecuadamente el universo de encuestados. Pero nos parece que pudo haber un debate de verdad en torno a esta propuesta y eso no ha sucedido. Las encuestas no van a canonizar a nadie nunca, la cosa es más compleja, mucho más larga y menos coyuntural.
Extraña, sí, que el legado no haya seguido después, ni por asomo en los poetas que conforman las promociones.
En cuanto a si las nuevas generaciones han recogido o no el legado horazeriano, de hecho que desde el 75 para adelante muchos poetas de valía han recibido su influencia desde el punto de vista poético, con notables resultados en varios casos. Si la pregunta va por si es que los nuevos poetas deben seguir el legado contestatario de Hora Zero, diríamos que todo tiene su época, que imitar ese accionar a estas alturas no solo es redundante sino ineficaz, y que ahora el debate debe estar signado por la firmeza, el respeto y la capacidad de dialogar con nuestros adversarios ideológicos sin asesinarlos literariamente en el camino.
Mientras leía los testimonios del los poetas del grupo Kloaka, tenía la sensación de que la toma de posición ideológica se convertía en medular, al punto que aquello terminó transformando poéticas. Ellos vivieron en carne propia los años duros de la violencia política, ya sea por parte de Sendero Luminoso y la ineficacia del estado que no actuaba con firmeza.
Los ochenta fueron la peor época en la historia del Perú desde la Guerra con Chile. A veces uno olvida que ser joven durante aquellos años era lo peor que le podía suceder a alguien, más aún a un poeta. La violencia influyó en la poética haciéndola más radical. Por eso el paso del lenguaje callejero, en los setenta, al lenguaje lumpen, en los ochenta: este paso fue coherente con la degradación social, material y política del país en aquellos años. Sin embargo, la relación entre poesía y revolución es algo patente desde siempre. Está en Vallejo, por darte el ejemplo más obvio. No creemos que esto sea algo privativo de Kloaka, sino que más bien Kloaka lo asume como una de sus banderas principales, reivindicando una tradición que reconocen y rescatan (pues el parricidio de Kloaka siempre fue más moderado e inconsistente que el de Hora Zero). Simplemente adoptó el signo de los tiempos, pues: exigían una toma de posición más clara en una época urgente.
Santiváñez, aparte de ser el más destacado de Kloaka, fue, digamos, también el más radical.
Santiváñez, creemos, es tan politizado como todos los otros, y que incluso su politización fue más larga, radical y compleja.
En el capítulo final, muestran un panorama muy desalentador de la literatura peruana en general. Y, en parte, ello se debió a la política económica llevada a cabo por el gobierno de Fujimori a inicios de los 90, al que se suma un generalizado espíritu de desconcierto, lo que hizo que todas las manifestaciones artísticas cayeran en un páramo, la poesía incluida.
¿Damos un panorama muy desalentador? Creemos que en realidad hemos sido mesurados a la hora de interpretar nuestros últimos veinte años, pero a la vez no vendemos humo diciendo que nos encontramos en un momento de auge y de consolidación de varias poéticas, como sucedía de verdad en los sesentas y setentas. Cuando leemos en la prensa a los reseñadores afirmar que nuestra poesía está en un gran momento, se nos viene a la mente las carátulas de las revistas argentinas, afectadas por la censura, en la época de la guerra de las Malvinas: “estamos ganando” decían, mientras en el frente los hacían añicos. La corriente conversacional hegemónica –no la poesía conversacional en sí, sino las poéticas conversacionales que la conforman en nuestro imaginario-, extenuada, agotada, ya dio lo mejor de sí, y si bien puede dar muy buenos libros a estas alturas, ya todo va sonando igual y diciendo las mismas cosas, con variaciones muy discretas, que en los años pretéritos. Las otras corrientes, como el último neobarroco, por ejemplo, han dado resultados muy discutibles todavía, con excepciones claras, pero son aportes insuficientes todavía como para quitarnos la impresión de que todavía tenemos un gran espacio absolutamente en decadencia frente a ramas marginales en estado rudimentario. Esa es la poesía peruana hoy. Hay algunos poetas interesantes, sin duda, muy buenos, también, pero no podemos hablar de que en los últimos diez años su número sobrepase los dedos de una mano, siendo algunos bastante epigonales de los poetas conversacionales de los sesenta y setenta. Aquí también existen los amiguismos, reacomodos y capillas que imposibilitan un diálogo, una estructura visible de lo que se está haciendo, de qué es resaltable y qué no. Volvemos al problema de las verdades únicas, del establecer un canon más basado en cuestiones políticas que en un análisis cualitativo. Debemos desviar la cuestión sobre la poesía peruana de una vez hacia asuntos más sensatos que quién es el que debe estar o quien no en el canon. Quizá de esta manera podamos comenzar a darle un sentido nuevo a la discusión sobre nuestra poesía y hacer menos irrespirable el ambiente de estos últimos dos lustros.
La lucha de poderes siempre ha estado presente, pero durante el fujimorato esta cambió de atuendos. Y la lucha por el poder cultural no pudo ser ajena. Hablan de un grupo de escritores vinculados a una derecha conservadora y un círculo de izquierdistas progresistas vinculados a la academia americana.
Hay varios factores a tener en cuenta. En primer lugar, de los setenta a los ochenta hay casi un monopolio de la izquierda sobre la cultura. La excepción es, claro, MVLL a partir del caso Padilla. La caída del socialismo a partir de 1989 cambia el panorama. Ya en los noventa, con la estabilidad económica llegan las multinacionales (Norma y Santillana) al Perú. Además, la globalización entra definitivamente al mercado cultural. Es así que se fomenta una literatura de consumo, hedonista y tranquilizadora de conciencias. Paralelamente, hay un sector de la izquierda que permanece inalterable en sus postulados. Aquí están los viejos representantes del Grupo Narración, que regresan con obras mayores, pero que no alcanzan la internacionalización, quizás porque sus libros son más herméticos (y por lo tanto menos comerciales) o porque su discurso es profundamente cuestionador. En cuanto a la izquierda académica, recordemos que las universidades de Estados Unidos tienen una clara tendencia izquierdista y que la avalancha de estudiantes peruanos a estos centros de estudios comienza en los ochenta. Por otro lado, es casi una verdad de Perogrullo que los intelectuales de derecha en este país van a hacer una literatura dirigida al mercado y los de la izquierda van a hacer una reivindicatoria. Si fueses editor de una multinacional, ¿a quién publicarías?