miércoles, noviembre 20, 2019

clásicos


Hace varios meses tuve la oportunidad de entrevistar al literato italiano Nuccio Ordine a razón de su ya referencial Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal (Acantilado).
Ordine es un defensor de la educación tradicional, aquella que se justifica en la memoria y la reflexión, que para ser eficiente requiere de la participación de un maestro apasionado en la formación del alumno, al que tiene que guiar y estimular en la lectura de los clásicos. Para Ordine no hay otro camino para la educación de calidad que no sea por medio de la lectura de los clásicos. En este sentido, es un defensor acérrimo de la importancia de los mismos, ya que son fuentes inagotables de respuestas.
Hasta aquí, lo dicho no podría pasar del lugar común. Sin embargo, habría que preguntarnos cuánto estamos leyendo a los clásicos. Claro, se trata de una inquietud ingenua. Por ejemplo, los clásicos vienen siendo ninguneados de los programas escolares de lectura (o llámese Plan Lector) que, literalmente, han convertido en millonarios a no pocos mercachifles impresores mediante textos que son axiomática basura. Estos mercachifles han diseñado un plan de promoción y posicionamiento (con la ayuda de mafiosos burocráticos del Ministerio de Educación) en los colegios, el cual les permite excluir todo programa que aborde a los clásicos como se debería, es decir, desterrando los manuales y resúmenes. 
No niego que leer a los clásicos requiere de un esfuerzo, no importa si se tiene experiencia o no como lector. Ingresar a los clásicos puede significar en principio una ardua tarea, pero no hay otra que cumplirla. Como todo en la vida que vale la pena, en este caso el esfuerzo deviene en conocimiento real.

jueves, noviembre 14, 2019

tres decepciones


Este año se han publicado algunas buenas novelas, como Cementerio de barcos de Ulises Gutiérrez, Adiós a la revolución de Francisco Ángeles, Balada para los arcángeles de Luis Fernando Cueto y La Perricholi de Alonso Cueto. Pero también de las otras, de las que en principio tenía expectativas por lo que venía «leyendo», cuándo no, en la redes. Me sumergí en ellas, con toda la buena intención, pero la decepción se impuso como un inesperado tacle en una pichanga nocturna. Lo curioso es que son novelas que pudieron funcionar mejor, tener otro destino y no la desazón que me invadió tras leerlas.
Solo vine para que ella me mate (Planeta) de Charlie Becerra, quien había brindado algunas luces de su talento narrativo en su libro de no ficción El origen de la hidra, comete el craso error de caer en un efectismo discursivo que plastifica la dimensión humana que creemos nos propone: el autorreconocimiento de sus personajes. El argumento es atractivo, pero se impone el desconocimiento de los géneros que se funden en un proyecto que descuida precisamente la densidad que le da sentido a la configuración moral de los personajes, los que a fin de cuentas nos llevan a la verdad textual, inexistente en estas páginas.
Compórtense como señoritas (Paracaídas), de Karen Luy de Aliaga, tenía todo para imponerse como una publicación por demás importante. Sin embargo, el tema de la orientación sexual en un contexto represivo no es suficiente para alterar los sentidos del lector. La autora trastabilla en el tratamiento y no nos referimos a la furia anímica de su narrativa, sino a la ausencia de metáforas que representen la molestia en pos de la libertad (revisar a Marosa Di Giorgio y Alda Merini, a saber). Si en futuras incursiones, Luy de Aliaga deja de abusar de la enunciación literal, podría llegar a marcar un magisterio que no dudaremos celebrar. 
Algo sucede con Raúl Tola. Lo digo con pesar por tratarse de un autor experimentado. En La favorita del Inca (Alfaguara) no solo tropieza con la inverosimilitud (vista también en La noche sin ventanas), sino que es evidente una caída que un escritor de su trayectoria no debería tener a estas alturas: el apuro, pues.

domingo, noviembre 10, 2019

«carta al teniente shogún»


Una de las publicaciones peruanas que quería leer y leí hace un mes (cuánto tiempo ha pasado): Carta al teniente Shogún (Debate, 2019) de Lurgio Gavilán.
Desde hace un tiempo vengo señalando que, al menos este año, la producción libresca local viene mostrando una media de calidad relativamente estimable. De lejos, este 2019 es muy superior a temporadas editoriales pasadas. Esta última entrega de Gavilán confirmaría la impresión, pero ahora hablamos de las parcelas de la no ficción, y en este caso que nos cita, la que se relaciona con la memoria.
Gavilán se hizo conocido por Memorias de un soldado desconocido (2012), publicación a la fecha icónica, no solo como documento sobre los años de la llamada violencia política, sino también como muestra de las grandes posibilidades de la literatura testimonial. En este libro, el autor nos contó su paso por las huestes terroristas, el ejército peruano y la Iglesia. Bajo todo punto de vista, Gavilán es un personaje excepcional.
En su último libro, Gavilán vuelve a transitar por los caminos de la autobiografía. En estas páginas nos habla del teniente que lo rescató de la trampa senderista, pero aquí aplica un registro rico en posibilidades pero a la vez peligros en la administración de sus alcances expresivos: la epístola, como aliento, no como forma.
Hablamos de narrativa del yo. Pero de un «yo» de verdad, sin melindro discursivo y lejano de efectismo ramplón como lamentablemente exhiben (por confusión e ignorancia) algunos autores de esta aldea.
Gavilán nos lleva a sus orígenes. Escribir de estos lo motiva a brindarnos una radiografía ontológica del militar que lo rescató. Para ello, se vale de las armas de la especulación, porque más allá del hecho que significa Shogún para Gavilán, este último no llegó a conocerlo del todo. La prosa es tersa y diáfana, no libre de cierto barniz lírico, que siempre se agradece. Sin embargo, nuestro autor tropieza en las peligrosas aguas del impresionismo, convirtiendo, por momentos, su relato en un insoportable reguero sentimental (que no es igual a sensibilidad), que nos revela una ingenuidad que no podemos justificar en un autor maduro. Gavilán debió aprovechar otras licencias del registro, como la reflexión. 
Más allá de este reparo, CTSH es un documento necesario, una inmersión en la barbarie que a Gavilán le tocó vivir.

sábado, noviembre 02, 2019

reseñismo de competencia


Después de un tiempo, regreso a las redes literarias del lindo Perú. No son pocas las sorpresas que uno encuentra, pero una de ellas llama mi atención, no por ser sorpresa positiva, sino por su evidente lastre, es decir, la negatividad que pocos asumen como rigor.
Así es, el reseñismo.
Si existe el reseñismo amical (el que domina por estos pagos), del mismo modo el argollero y el infaltable vengativo, no podemos dejar de pensar en el reseñismo de competencia.
Aquí el celador aborda la obra de turno desde el ánimo destructor y no tiene la más mínima intención de brindar luces sobre el título que escribe. Lo que le importa al celador es dinamitar para lucirse. No veo nada de malo en el lucimiento de la tradición personal, menos cuando esta se relaciona con la dinámica del estilo en la reseña; tampoco subrayo el hecho de que un escritor desgrane la obra de otro. Sin embargo, para que estos criterios se cumplan, urge dinamitar el lugar de competencia desde el que se escribe. Con mayor razón cuando la obra del celador irradia una prosa amaneradamente imbécil con evidente inclinación al aburrimiento. 
Lamentablemente, esta práctica inmoral desestima el ejercicio de la reseña, proyectando una injusta idea de la misma. Y claro, nos dice mucho de quien se lanza a destruir una obra cuando la suya propia es una mierda al lado de esta.