sábado, marzo 31, 2012

Jóvenes poetas de ayer



Meses atrás compré una plaqueta de poesía. Recorría un lugarcito de venta de libros en Breña y, entre el material sepia, divisé uno que llamó mi atención, por su carátula (de Marco Leclere) principalmente.  

Antología poética, publicada por el Centro Federado de Letras de la Universidad Católica, en 1962. En la introducción, de una sola página, no se dice gran cosa, solo que se pretende apoyar en difusión a la labor de creación de los alumnos, convertirlos en poetas cuyo “mensaje… hace posible el paso a través de las barreras artificiales que dividen a los hombres en su hora de tristeza y desolación (Juan XXIII)”.

No me gustó el fragmento, así que pasé rápido a los poemas y de esta forma esperar encontrar alguna voz conocida, o, en su defecto, un aliento valioso que se perdió por esas decisiones que se toman en la vida.

No tardé en quedar sorprendido, ya que más de un vate resulta, a la fecha, referencial por sus cualidades literarias, otros pujantes que aún no encuentran su sitial en el imaginario poético nacional y, claro, los que conocemos no precisamente por sus virtudes en el verso.

En la plaqueta leemos a los siguientes jóvenes poetas de ayer: Pablo Bercholtz, Antonio Cisneros, Luis Doheler, Livio Gómez, Luis Hernández, Félix Huamán, Marco Martos, Conrado Mauricio, José M. Navarro, Adolfo Olaechea, Rafael Roncagliolo e Isaac Susanibar.

El lector atento o informado de poesía peruana, ubica a Cisneros, Gómez, Hernández, Huamán y Martos. A Roncagliolo, el actual canciller peruano, por la estupidez política de hace algunos días. A los demás, muy poco, aunque acepto que puedo estar equivocado, y ojalá sea así, puesto que los textos más interesantes de la publicación pertenecen a los “no contactados” Doholer, Susanibar y Mauricio.

Ahora, para la siempre fiel hinchada de Hernández, siempre será gratificante contar con un documento de uno de sus poemas más citados, “Charlie Melnik”, que de lejos es lo más llamativo de la presente plaqueta.

viernes, marzo 30, 2012

Cuentos de Pujol



Escapo del trabajo. He quedado con Abelardo, mi amigo librero de Amazonas, para hablar de algunos asuntos. En el trayecto me animo, luego de no pensarlo mucho, y voy un toque a la librería El Virrey de Lima.

Me gusta el lugar. Solía frecuentarlo mucho en el 2006. Aún sigue el piano de cola, la disposición de los libros es no menos que muy agradable. Lo malo: ahora no se permite fumar.

Me encuentro con Jorge, quien me saluda y me pregunta por las cosas que estoy leyendo últimamente. Le respondo, mientras miro con atención el estante de novedades, que llevo varios días drogado con La caza sutil de Julio Ramón Ribeyro, también con la relectura de El viaje de Sergio Pitol y entusiasmado con el comienzo de El enigma Jim Morrison de Stephen Davis.

Pues bien, las mejores traducciones que conozco de las novelas de Balzac, Shakespeare, Stevenson, Proust, Hemingway y Verlaine y muchos más, vinieron por cuenta del catalán Carlos Pujol (1936 – 2012). Ahora, fue gracias a una escritora española que me enteré, hace ya buen tiempo, que Pujol no solo era traductor, sino también poeta, ensayista, crítico literario, editor, novelista y articulista. Con razón, cuando lo leí por primera vez como escritor de ficción, su estilo se me hacía conocido (las traducciones).

Y un dato: Pujol es considerado uno de los escritores españoles más secretos, motivo suficiente para los cazadores de rarezas.

Y una recomendación: Jardín inglés, novela por la que no dejó de hacer proselitismo. Todavía recuerdo, hace ya un par de años, cuando la encontré, en un huequito de la Av. Venezuela.

Volviendo al Virrey de Lima.

Compro el librito de cuentos de 133 páginas: Fortunas y adversidades de Sherlok Holmes (Menoscuarto, 2007).

Llamo a Abelardo y le digo que otro día iré a Amazonas.

Llamo al trabajo y miento: me encuentro atrapado en un tráfico de mierda. Fácil regreso en dos horas.

Y camino al Don Juan de Carabaya. Busco una mesa personal. Pido la especialidad de la casa: Cheese Cake de fresa.

Como me lo suponía… El maestro Pujol lleva a cabo un homenaje abierto al protagonista mayor de Arthur Conan Doyle, Sherlok Holmes. Para ello se vale del recurso de utilizar como narrador a John H. Watson. En tal sentido, lo que nos ofrece el clásico ayudante es una visión íntima, no pocas veces amable, del legendario detective Holmes.

La prosa de Pujol resulta para sus fines funcional, mas no carente de profundidad e inteligencia. Cada uno de los 16 textos son, a secas, fecundos pincelazos de su talento narrativo y, lo más importante, destilan en el lector el ánimo de ir luego de su lectura a recorrer las novelas de Conan Doyle, a volver a la estimulante complicidad de las bases del policial enigma. Relatos como “Ficción”, “John Watson y el arte de escribir”, “Sherlok Holmes y los fantasmas”, “Dolly”, “La aventura del anticuario sin orejas” y “La gran guerra” tranquilamente deberían gozar del rótulo de “joyitas literarias”, de ejemplos de arte narrativo.

Los demás cuentos carecen del toque mágico de lo imperecedero, de ese factor extraño, que no se entiende pero que sí lo sientes, de la incomodidad que alejan al lector de la indiferencia, lo que me lleva a especular sobre el carácter de ejercicio de los mismos y que fueron incluidos para dar mero “volumen” a una entrega de un autor del prestigio de Pujol.

martes, marzo 27, 2012

domingo, marzo 25, 2012

Buenas entrevistas de Barnechea



Una entrevista literaria, imagino, debe resaltar la poética del autor y en lo posible revelar los circuitos motivacionales de la misma. No sé desde cuándo tengo un desmesurado interés por las entrevistas a escritores, mas sí perviven en mi memoria ciertas lecturas relacionadas, como los 4 tomos de entrevistas de The Paris Review, que me los prestó, hace varios años, el excelente prosista Marco García Falcón.

Ahora, días atrás di con un libro de entrevistas que venía buscando. Junto a una amiga caminaba por la Feria de Libros Amazonas. Íbamos a la caza de novelas de ciencia ficción y, para calmar ansias, hablábamos del mal momento de Alianza Lima.

Había muchísima gente, principalmente padres de familia desesperados por textos escolares para sus hijos. Se colige entonces: no podíamos caminar bien y, en lo personal, como no soporto la multitud, mucho menos en pleno verano, le propuse a mi amiga venir otro día y no a una hora en la que a más de uno ya le había abandonado el desodorante. Era, literalmente, insoportable caminar por Amazonas.

Dimos vuelta hacia la puerta de ingreso. Y algo curioso ocurrió.

Vimos al entrenador del club íntimo, José Soto, recorriendo puesto por puesto de la feria, en compañía de sus hijas. Tenía una lista en la mano. “¿Tienes Matemática 5 de Editorial Bruño?”, preguntaba a los vendedores.

“No se puede ser tan tacaño”, pensé.

O sea, no todos los días ves al entrenador de uno de los clubes peruanos de fútbol más populares comprando textos escolares en un espacio en donde suele venderse libros de bajada, de segundo uso y casi nunca nuevos.

Ahora, si no hubiera visto a José Soto, no me habría percatado de que a pocos metros de mí, yacía en el suelo de un puesto Peregrinos de la lengua (Alfaguara, 1997), el excelente libro de entrevista a escritores latinoamericanos de Alfredo Barnechea.

Lo compré en el acto, ni siquiera pedí rebaja.

Durante el verano de 1998 frecuentaba la biblioteca del ICPNA. Me había propuesto devorar, sea en castellano o inglés, a todos los narradores de La generación perdida. En eso iba, cuando en una tarde, vi en uno de los anaqueles la publicación de Barrenechea. Lo saqué y me ubiqué en una mesa esquinada.

Sin exagerar, lo leí en una hora. En esos años tenía una capacidad de concentración que extraño hoy en día.

Pues bien, en Peregrinos de la lengua nos topamos con entrevistas a Borges, Bryce, Cortázar, Donoso, Edwards, Fuentes, Mutis, Onetti, Paz, Puig, Sábato y Vargas Llosa. No hay mucho que explicar: la nómina es de polendas. En cada una de las entrevistas queda de manifiesto el genuino amor del entrevistador por la literatura. Barrenechea no pregunta cojudeces, mucho menos sus opiniones descansan en el lugar común. Me lo imagino preparando sus entrevistas, rodeado de libros y  fichas sobre los títulos que debía traer a colación.

Cada uno de estos peregrinos, de alguna y otra manera, forjó un discurso que contribuyó con aires de frescura a la narrativa y poesía latinoamericana de la primera mitad del siglo XX, entonces anclada en un exasperante aliento realista y sentido temático reivindicatorio. Buscaban ubicarse en la modernidad, no deseaban ser herederos de una tradición que poco o nada les ofrecía; es por ello que privilegiaron los alcances del lenguaje en fusión con la experimentación formal. No es casualidad que más de uno sea a la fecha una referencia insustituible entre los nuevos narradores y poetas en lengua castellana. Pienso ahora en Puig, por ejemplo.

Y lo más importante, lo que me dejó el ya lejano primer acercamiento al texto: tracé un plan de lectura de dos años. Sin esas entrevistas, no conocería en integridad, solo había picado sus títulos capitales, la obra de estos 12 peregrinos de la lengua.

sábado, marzo 24, 2012

jueves, marzo 22, 2012

martes, marzo 20, 2012

Las definiciones de Roas


No soy un conocedor de la literatura fantástica, pero sí han pasado por mis armas no pocos títulos capitales de esta tradición que viene ganando terreno entre los jóvenes lectores peruano
Desde hace algunos años vengo notando un interés, principalmente en estudiantes de literatura, sobre lo fantástico y sus derivados, patentizado en congresos y conversatorios. Y eso es bueno: este género en Perú está dejando de ser una rareza, un tópico condenado a cenáculos, abandonando de a poquitos esa huachafa esencia de caletismo ilustrado para asentarse en un imaginario mayor. Obviamente, nuestra literatura fantástica aún sigue en pañales. Para cimentarse como tradición, pienso, tendría que existir una obra maestra y no solo buenos e interesantes títulos.
En julio del año pasado conocí al escritor español David Roas en la Feria Internacional del Libro. David y su esposa Ana Casas no estaban de paso, sino viviendo en Lima, a razón de un trabajo de investigación de Ana. Aquella vez no hablamos mucho pero quedamos en hacerlo días después, en el Berisso de Lince. En ese segundo encuentro tampoco hablamos demasiado pero sí quedaron claros más de un punto en común sobre lo que es el mundo de la literatura hoy en día.
Semanas después David y Ana regresaron a Barcelona. Y al parecer, la estadía en Lima le trajo a David una buena estrella, puesto que en cuestión de meses su Distorsiones ganó el prestigioso Premio Setenil como mejor libro de cuentos y su Tras los límites de lo real se hizo con el Premio Málaga de Ensayo.
Pues bien, Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico (Páginas de espuma, 2011) llenó un vacío personal, o mejor dicho, ordenó algunos conceptos que tenía sobre lo fantástico. Y confieso que acercarme al libro requirió que dinamitara ciertos prejuicios. (No leo teoría, no me interesa.) Lo que he leído sobre el asunto en más de una ocasión me ha alejado del mismo. Sin embargo, son textos como los de Roas los que me permiten no solo comprender el mundo de la realidad fantástica, sino también a comprometerme con ella.
Roas es un académico de prestigio, uno de los principales especialistas de la materia que nos compete, entonces, sabedor de su alcance y con miras a que se lea más allá de la academia, nos entrega una publicación que puede ser asimilada por todos los interesados, es decir, Roas no azota al lector con una jerigonza extenuante, sino que hace uso de una prosa clara y una argumentación excesivamente inteligente, que le permiten abordar conceptos no solo relacionados a la pureza del género, lo que a todas luces le impele a disparar sus definiciones hacia un crisol de fuentes (excelentemente documentadas) que en apariencia no tienen nada que ver con lo fantástico. En cada una de las secciones (“La realidad”, “Lo imposible”, “El miedo”, “El lenguaje” y “Lo fantástico en la posmodernidad”) queda rubricada una postura personal que, de hecho, generará más de un patatús entre los apolillados celadores de la teoría fantástica. Y es precisamente en su postura personal donde Roas demuestra su valía y axiomática referencia. Todo ensayo debe graficar el riesgo de su autor, no tiene sentido alguno llevar a cabo una empresa bajo el sendero de la mera descripción y el temeroso paso firme.
Tras los límites de lo real se convierte en lectura obligada (y estimulante) para los conocedores (críticos y creadores) de la tradición de la literatura fantástica. Con ensayistas como Roas, el estudio del género descansa en buenas manos.

domingo, marzo 18, 2012

sábado, marzo 17, 2012

jueves, marzo 15, 2012

Un (gran) ejemplo de la literatura de No Ficción



Consumo mucha literatura de no ficción. Semanas atrás me acerqué a las páginas de El Reino y El Poder (Grijalbo, 1973) de Gay Talese. Esta lectura refrendó una vez más mi libertad de lector promiscuo. Es decir, no me importa en absoluto el género en el que se inscribe el texto al que me enfrento. Se pierde mucho cayendo en la racionalidad de las taxonomías. Si eres lector tienes que dejarte llevar. Leer, a fin de cuentas, es una experiencia sensorial.

Llevo tiempo interesado en el tema del poder. Y fue bajo el flamígero influjo de Talese que busqué en mi biblioteca un lomo similar, que tuviera al poder como fuerza centrípeta. De esta manera me puse a revisar Sexo & Poder. El extraño destape chileno (Planeta, 2004) del cronista Juan Pablo Meneses. Era mi segundo acercamiento a la publicación y valió la pena haber dejado de lado algunas lecturas.

En Sexo & Poder nos topamos con la radiografía del escándalo sexual que movió las cimientes del país más conservador de América Latina. Esto ocurrió en el 2002, cuando el influyente magnate Claudio Spiniak fue procesado por pedofilia. En aquel entonces Spiniak llevaba tiempo ofreciendo auténticos bacanales en su residencia, a la que concurrían las personalidades (políticos, en especial) más poderosas del imaginario chileno. Como es de suponer, un hecho como este captó la atención de la prensa, se convirtió en el tema de cada día de los sureños. No había alma que no quisiera saber lo que Spiniak hacía en su cama. Y como buen cazador de historias, Meneses no fue ajeno a relatar este escándalo.

El presente trabajo de Meneses destaca por su monumental investigación invisible, o sea, no se nota el filtro de información, y ello en no ficción es más que un buen indicativo, porque no se trata de aplastar al lector con innumerables datos, fechas y testimonios, sino de adentrarlo en el tópico sin que este se dé cuenta. Al igual que sus maestros Mailer y Talese, el cronista se vale de la narración en primera persona para forjar el primer contacto con el lector, en donde la fuerza narrativa descansa en el asesinato del ego, el no hacerlo equivale a resentir, desviar, cualquier empresa (ejemplo mayor: el bodrio La cuarta espada de Roncagliolo); por otra parte, y siguiendo en la escuela de sus mentores, el tema lleva al gran tema, y en Sexo & Poder lo es la doble moral delatada por las ansias de poder, tanto en los que abusan como en los abusados, y de los que juzgan y miran sin pasar más allá de la fugaz indignación. Meneses nos muestra la otra cara de la sociedad chilena, la preocupada en ocultar la mierda de perro bajo la alfombra, aún sabiendo que muy pronto esta empezará a oler, pero que prefiere soportar el hedor con tal de que esa mierda no se vea.

Podría pensarse en la necesidad de conocer mejor el contexto chileno para entender la publicación. No es necesario. Y lo es gracias a los buenos oficios de Meneses, que nos adentra en los tejes y manejes de su historia, haciéndonos partícipes de sus personajes, desnudándolos, proyectando sus miserias en nosotros, y por qué no, también las nuestras en las de ellos.

Cerré el libro y pensé en las oportunidades perdidas de los cronistas peruanos. No es que no haya nivel, para nada, tenemos de sobra plumas de gran alcance, pero estas solo prefieren perfiles y reportajes a media caña. Cada cierto tiempo nos encontramos con textos muy bien escritos pero sin ambición totalizadora, como si existiera falta de arrojo a la hora de embarcarse en un gran proyecto de investigación. ¿Acaso la realidad peruana no es lo suficientemente sucia como para intentar algo parecido a lo que Meneses en Sexo & Poder? ¿Acaso en Perú no pasa nada que no sea digno de escribir?

La única publicación peruana de no ficción que se me viene a la mente, sin duda por su grandeza y patente perdurabilidad: Muerte en El Pentagonito de Ricardo Uceda.

miércoles, marzo 14, 2012

lunes, marzo 12, 2012

En la yugular 4



Luis Hernán Castañeda es uno de los principales escritores peruanos de su generación. En su haber, 5 entregas, siendo su primera novela, Casa de Islandia, lo más perdurable de su producción. Su última publicación, la también novela  La noche americana (Peisa, 2011), pretende ser lo más logrado después de su invencible primer título.
Dos amigos peruanos residentes en Estados Unidos se reencuentran luego de una década. Cada quien, a su manera, ha sabido mantener la esencia de sus ambiciones literarias de sus años universitarios en Lima. Sin embargo, lo que se nos ofrece como un reencuentro amistoso trueca en un enfrentamiento silente en este par de sensibilidades un tanto hipócritas. Ambos están convencidos de que el éxito literario les pertenece, quieren ser escritores reconocidos, mas no pasan de lo que se quiere ser y lo que se es. En síntesis: tanto Daniel Casaverde y Carlos son amables detectives salvajes.
Este par de “detectives salvajes” llevan adelante un plan: “dinamitar”, por decir lo menos, la universidad donde Carlos labora. Empero, este plan no es más que un pretexto que los rescate de la modorra de la comodidad económica y la abulia de las ilusiones perdidas. La fuerza de la novela yace en el cruce de discursos que sostienen la viabilidad del atentado llamado La noche americana. En discurso las cosas marchan muy bien, pero en su hechura es donde se resbala. Carlos, Daniel y los demás personajes que pululan, son en conjunto parodias de originalidad, no más que cinismo y fanfarronería intelectual. Los 2 protagonistas, en especial, persiguen el sentido que otorgue valor a la que quizá sea la única oportunidad de sentirse como lo que nunca serán: artistas integrales.
No dejaré de resaltar el fulgor de la prosa de Castañeda. Hasta el último día de su vida, este talentoso autor nos ofrecerá brillantes páginas. Castañeda no escribe, cincela (a la fecha, cualquier antología, sea de nueva narrativa peruana o latinoamericana, que se dé el lujo de no contar con él, caería en un irrebatible entredicho). Pero hace falta soltar demonios, conflictos, un poco de suciedad en la trama y más contradicción en los personajes. No es que nunca lo haya hecho. Claro que sí, allí están Casa de Islandia y El futuro de mi cuerpo.



Una pregunta: ¿A la fecha existe la novela insignia del tan codiciado (por lo pecuniario, obvio) Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro del BCR (por ejemplo, el de la Villarreal (pasemos por alto la extensión de los textos) tiene dos novelones: Retablo de Julián Pérez y Rosa Cuchillo de Óscar Colchado)? No sé si para bien o para mal, no. O en todo caso, se nos ha promocionado sebo de culebra (Benavides y Planas). Claro, la negativa de mi respuesta es inmediata y algo prejuiciosa, porque hay dos novelas premiadas que merecieron mejor suerte (no son obras maestras, pero sí inmensamente superiores a La paz de los vencidos y Alrededor de Alicia) y que debieron gozar de una mayor apuesta de los organizadores en cuanto a la difusión. Una de ellas, Tigre Hircana (2007) de Roberto Zeballos; y la otra, que comentaré, Sonata para Kamikazes (2010) de Giancarlo Poma Linares.
Siempre he creído en dos maneras de fracasar en narrativa: por defecto y por ambición. Esta primera novela de Poma se cae por ambición. No obstante, y aunque suene contradictorio, es muy recomendable; hasta podría servir de ejemplo ya que en nuestro pueblito literario no hace falta ser un muy buen narrador para generar una relativa atención. A Poma le faltó ganar batalla en el terreno de la “otra literatura”, esa de los cafecitos (no menos de 80 soles si aspiras a una estafeta), los contactos en prensa (patas que te aseguren entrevistas sin haber leído tu libro), las dizque amistades idóneas, el lustrabotismo estratégico… En fin…
Nos enfrentamos a cuatro frágiles sensibilidades. Óscar Beltrán, Juan Pablo Adriazola, Billy Alva y Alonso Mendizábal, La banda de los corazones solitarios, que aprovechan el cumpleaños de Billy para dar rienda suelta a sus respectivos recuentos personales. No por nada la novela transcurre a fines de año, un 18 de diciembre. Los amigos se juntan, fuman y planean la noche de juerga. Conversan de todo, pero un tema es el recurrente: el de la muerte. En este sentido cada quien hace gala de peculiares conceptos sobre la misma, la muerte se inserta en todo (he allí lo de sonata en el título, versiones distintas para un solo fin).
Muchachitos tanáticos. Niños viejos. Postulantes a desadaptados. Malditos de vereda. Matones de óvalo. Valientes a la distancia. Estas son las configuraciones morales de la interesante novela de Poma, que usa inteligentemente su conocimiento enciclopédico sobre literatura, música, cine y filosofía, que canaliza en su peculiar cuarteto. Ni hablemos del estilo, que linda con la influencia de la buena poesía. Hartas digresiones administradas en lo mejor de la novela: los diálogos. En forma y estructura Poma hace sus buenas huachitas, pero si a punta de huachitas quieres impactar al lector (dicho sea, un lector preparado), terminas aburriendo, nadie está dispuesto a aplaudir huachitas sin parar a lo largo y ancho de 211 páginas. El lector busca impacto, el que sea...
Sonata para Kamikazes pudo ser la mejor primera novela de la literatura peruana de los últimos años. Ese lugar sigue siendo para Casa de Islandia de Castañeda. Y también para La evasión de Christopher Van Ginhoven y La línea en medio del cielo de Francisco Ángeles.



Soy un consumidor de poesía, de la peruana en especial. Sin embargo, confieso que poco o nada sabía de la obra del vate arequipeño Edgar Guzmán (1935-2000). Por eso, Obra poética completa (Cascahuesos, 2010) llena un vacío, literario y ético, para todo aquel que se precie poeta o amante de la poesía.
Las más de 300 páginas nos adentran en una voz peculiar. Cronológicamente, Guzmán pertenece a la generación del 50. Y por lo leído, creo que nuestra crítica periodística y académica nos debe una explicación. Cuando terminé de leer el libro me quedé pensando en los circuitos ocultos que se tejen en la crítica literaria made in Perú (menos González Vigil, que sí se ha ocupado de Guzmán). Y con el perdón de los hinchas, pero si de algo estoy seguro es que estamos ante una propuesta coherente y deslumbrante, que deja por los suelos, y lo digo con todo respeto y franqueza, a las de Sologuren, Varela y Belli. Entonces, no sería nada raro proponer una mirada objetiva hacia lo que en décadas pasadas se ha escrito en el interior del país (¿qué nos asegura que no haya otros grandes narradores y poetas ninguneados por el ombliguismo limeño). Es decir: no se puede ser tan mezquino y bestia a la vez… Guzmán no es un buen poeta. Guzmán es Imponente y merece sí o sí figurar entre lo más destacado de la mejor generación literaria peruana del siglo pasado.
La publicación incluye los siguientes títulos: ‘Hilos’, ‘Poemas sueltos’, ‘Perfil de la materia’, ‘Rondando la casa de la Dickinson’ y ‘Trilogía del mar’. Y sirve de mucho el extenso prólogo de Raúl Bueno-Chávez, que nos intenta convencer, más allá de sus sesudas luces sobre el autor, de la importancia del mar como elemento simbólico de su poética, cuando lo cierto es que lo mejor de su proyecto se percibe durante su iniciática etapa de búsqueda temática, en la que encontramos a un Guzmán angustiado, una voz tenue que pisa firme pero con curiosidad, donde empezamos a percibir la disposición, en su poesía, de su conocimiento científico, filosófico, literario y político, sin caer en los parámetros de la época rubricada por la discusión entre poesía pura y poesía social. Obviamente, a los años ese tipo de cruces nos parecen bizantinos, pero es muy fácil hablar desde la comodidad de la lejanía.

domingo, marzo 11, 2012

jueves, marzo 08, 2012

Descubramos a Grigoróvich



Luego de algunos días de ausencia, vuelvo de a pocos al blog. Y quiero hacerlo por medio de un libro que recomiendo con lo que resta de mí, puesto que la lectura de Memorias literarias de Dmitri Grigoróvich ha sido una de las más gratificantes desde que empecé este 2012.

Una amiga lectora me venía hablando de las publicaciones de Nevsky Prospects, tanto era su entusiasmo por los títulos de esta editorial española, que me animé por fin a escoger uno de sus libros. La suerte y el azar permitieron que me acercara a las páginas de este genial autor ruso del que estoy seguro poco o nada sabemos. No me sorprende. La narrativa rusa del siglo XIX nos ha brindado tamañas plumas, que no es novedad que estas hayan eclipsado a otras que merecían una similar atención.

Si Grigoróvich hubiera nacido en otra época, ahora estaríamos hablando de una de las voces más importantes de la tradición narrativa rusa, tal y como lo anota Andrés Santana Arribas en el prólogo de Memorias literarias. Según él, nuestro autor no solo fue un grande, sino también un testigo privilegiado de la gestación de no pocos proyectos literarios de sus amigos y conocidos, como Dostoievski, Turguéniev, Belinkski, Goncharov y Chéjov, entre varios más. Vivió el día el día de la etapa más maravillosa de la literatura rusa, fue uno de sus principales impulsores y si hoy en día disfrutamos de obras maestras de dicha tradición, se debe pues al coraje que este le insufló a sus compañeros de generación para que siguieran en el proceso de sus poéticas.

Leer estas memorias me permitió acercarme a un alma noble, a un hermano de Monterroso, para quien resultaba más importante la literatura como fin que alcanzar a como dé lugar la propia gloria. Nuestro escritor no sufría de egotitis, no se dejaba quemar por los sentimientos menores tan vistos en nuestras dachas literarias. Pero lo que recordaré con gratitud es la manera como lleva a cabo las disecciones de las sensibilidades de sus amigos generacionales, llevándonos, por ejemplo, a los callejones oscuros de Dostoievski y a las inseguridades de Chéjov, a los que trata con cariño y crítica, sin dejar de reconocer ese gran toque mágico que destilaban al escribir. Estas memorias nos introducen en una época rusa signada por la sangre y la grandeza, a los recovecos emocionales que los narradores rusos debían afrontar, como el hecho de tener que escribir una novela que lo abarqué todo, en la que hasta el personaje más nimio debía gozar de una atención tan importante como la depositada en los protagonistas axiales, deslizando, de esta manera, la teoría, patentizada de sobra décadas después, sobre la importancia capital de la configuración del personaje, muy por encima de la trama y el estilo. Teoría a todas luces discutible hoy en día, cuando la forma lo es prácticamente todo en ficción narrativa. Lo que suma a favor del ruso, en este aspecto, es lo aplastante que puede llegar a ser la tradición que defiende y enarbola, ejemplos (obras maestras) le sobran para callar desde la tumba a los defensores y publicistas del estilo y la forma.

Resulta estimulante leer entre líneas a Grigoróvich, es en lo que no dice y sugiere en donde radica la fuerza de estas memorias que son un canto desinteresado y entregado a un oficio tan duro y peligroso como el literario, en el que sobreviven los que persisten.

“Finalmente, quiero expresar mi sentimiento de profunda gratitud a la Divina Providencia por haberme encaminado desde mi juventud a las tareas literarias. El amor a la literatura ha sido mi ángel de la guarda, me enseñó a trabajar y a menudo ha actuado como el mejor remedio para prevenirme de peligrosas tentaciones; solo a ella, en definitiva, le debo una parte de esa verdadera felicidad que he experimentado en la vida.”

martes, marzo 06, 2012