jueves, agosto 30, 2018

pacheco / quiñonez


Felizmente, la poesía (peruana) no está en las redes sociales. No hay que dejarnos llevar por lo que vemos en ellas: las payasadas de algunos personajes, la mentira relacionista de los recitales, los inútiles conversatorios de casi tres horas, el negocio de parecer de los colectivos/grupos/manchas, entre otras cosas peores. No, cachorro, allí no está la poesía, así te mueras por salir etiquetado en alguna lectura pública al lado de poetas que detestas en la valentía de tu privacidad o desde la trinchera de tu cuenta virtual, tú escoge nomás.
La vida real nos arroja otra experiencia “en poesía”, parafraseando a Santiváñez, que prefiero en lugar a la que sucede en las pantallas.
Por eso, voy a lo que me importa, aunque sé que esta actitud no me garantizará la revelación del instante poético: la lectura del texto, el poemario.
Como tengo una inevitable reunión en esta mañana de jueves, feriado para más señas, me gustaría sugerir la lectura de dos poemarios de autores (relativamente) jóvenes. Ojalá guste y no. De eso se trata: no encontrar el punto de encuentro, la zona de la miseria y del olvido. En las opiniones confrontadas descansa la riqueza de todo libro.
La arquitectura del humo de Jhonny Pacheco, voz a la que hay que prestar más atención. Su poética exige (vaya lujo en estos tiempos en que los poetas exhiben una cultura tallada por el mal gusto) un lector entrenado, que como tal no asegura su valoración positiva, pero sí un acercamiento honesto. Además, ya es hora de expresar la sentencia: la “crisis” de la poesía peruana del nuevo siglo es reflejo también de la deficiencia de su lector. Ya lo dijo Chus Visor: “cualquiera no puede leer poesía”. El otro poemario: Matacaballos de Ana Carolina Quiñonez. En esta ocasión la autora nos hace olvidar sus dos incursiones anteriores, pautadas por la búsqueda temática en estado de pasmosa ingenuidad. Ahora, con más seguridad en la dirección del tópico, Quiñonez entrega una propuesta que se erige hasta el momento como la más llamativa en lo que va del año. Madurez, nervio y sensibilidad, elementos potenciados en su aparente sencillez. 
Dos poemarios que se diferencian de las vacuidades discursivas con sabor a teoría que signan a las últimas publicaciones locales. Búsquenlas.

miércoles, agosto 29, 2018

las mujeres están hablando


En la madrugada leí un artículo de Gabriela Wiener publicado en The New York Times en Español.
El texto me gustó por su postura. Wiener es una de las feministas más radicales en el ámbito hispanoamericano y su actitud la ha llevado a tener aciertos y desaciertos, destinos naturales a los que nos llevan la furia y la indignación. Muchas veces no he estado en sintonía con su discurso (obviamente sí con los principios de respeto a la Mujer), que me parecía motivado por el señalamiento estratégico. Felizmente, ya no tengo esa impresión y a las pruebas de sus últimos textos me remito.
Una de las pésimas costumbres del intelectual peruano promedio es la manifestación de su molestia a media voz. Su queja solo sirve en la generalidad, legitimada por el aplauso de la platea. Sin embargo, la médula de su crítica la deja para la libertad del inbox o la conversa en el bar con las amistades cercanas. No debe sorprender, si algo caracteriza al intelectual y creador de estos lares es el extremo cuidado de sus palabras.
Partiendo de la noción del “poeta maldito”, la escritora pasa revista a los casos más sonados de maltrato contra la Mujer por cuenta de los escritores peruanos, que valiéndose de su posicionamiento en nuestro cosmos letrado, han pretendido pasar por agua tibia sus acciones. El ejemplo mayor de esta bajeza lo representa Reynaldo Naranjo, que ya debe ser un miserable cadáver en vida y ojalá lo siga siendo por muchos años más por violador.
El artículo incide principalmente en la doble moral de los representantes más conocidos o visibles del mundillo literario. Wiener llama a esta situación complicidad machista y tiene toda la razón. A saber, lo que sucedió con Gustavo Faverón en la noche de la presentación de su última novela. Faverón dio muestras caradurismo cuando lo más sano para todos (y en especial para él) hubiese sido que pida disculpas si en “caso alguien se haya sentido ofendida” por su comportamiento. A las horas del apanado que le propinó el Comando Plath salieron voces referenciales a defenderlo, exhibiendo no solo frialdad hacia las víctimas, sino también viveza discursiva con el asunto del debido proceso legal, que nos refleja lo poco o nada que conocen de las mujeres peruanas acosadas/maltratadas que también son humilladas en las dependencias policiales y judiciales (Jorge Eduardo Benavides firmó lo que sospechábamos: es el campeón idóneo de la tontería, no olvidar: “si fuera cierto, GF ya tendría juicios”). Se consigna también lo sucedido con la periodista Claudia Cisneros, que en tres artículos en La República expuso los abusos que sufrió a cuenta del poeta Luis Enrique Mendoza. Mendoza tuvo la oportunidad de brindar su versión y no le dio la gana de hacerlo. ¿Acaso hubo condena social? No.
Hay una verdad instalada en el imaginario del circuito: las mujeres han sido maltratadas por hombres que tienen una presencia nominal gracias a la literatura. Entonces, cuando se nos dice que la persona no va ligada a su labor literaria, caemos en una inmoralidad: la literatura no puede ser el escudo de abusadores, acosadores, maltratadores, menos de violadores.

i. jacob / profilaxis


Entre las actrices y que sigo y de las que me he propuesto ver toda su filmografía, sin importar el peligro de hallarme con uno que otro bodrio en el camino: la francesa Irène Jacob.
Cada quien debe tener en mente la película con la que la conoció. En mi caso, esa película es Rojo (1994) del polaco Krzysztof Kieślowski. La vi en el cineclub del Banco de Reserva a fines de los noventa. Recuerdo bien la tarde de verano en que hice cola durante dos horas, el sol me daba en la cara, detalle que agravó mi problema de insolación, al menos me di cuenta de que el asunto cutáneo era más grave de lo que había pensado. Tenía en manos un ejemplar de Aullido de Ginsberg y repetía mentalmente, como si se tratara de un mantra, varios versos de aquel poema que asumí como un manifiesto personal.
No es una obra maestra, pero la película había conectado conmigo. A partir de entonces no dejé de verla aunque sea un par de veces por año, pero esa costumbre se quebró a mediados de la década pasada, simplemente la perdí del radar y me prometía que volvería a ella pero la ocasión no se daba. Tras una conversación en la noche de ayer, me animé a buscarla entre mis películas.
Conseguí encontrar las otras dos películas del director, Blanco y Azul, que completan su trilogía de los colores. En algún rincón, oculto, se ubicaba Rojo, pero mi paciencia había llegado a su límite. Por tal motivo, aproveché algunas horas libres de la tarde para comprarla en Polvos Azules. Se suponía que sería eso: tenerla y regresar con a casa para visionarla cuanto antes. Pero no, el tráfico me jugó la mala pasada de la hora punta. Ni el transporte público, menos el taxi, eran la solución. Entonces, regresé caminando.
Como toda película con nervio y hechizo, esta se presta a distintas interpretaciones. Pienso en la relación de paulatina dependencia entre la estudiante y modelo Valentine Dussaut (Jacob) y el juez jubilado Joseph Kern (Jean-Louis Trintignant). En apariencia, lo de Kern pinta de pasatiempo de retorcido por espiar telefónicamente a sus vecinos. Valentine pasa de la actitud moralista/condenatoria a la complicidad con ese hombre mayor, cuya acción no solo es edificante, sino también profiláctica. Me fue imposible no tener presente los audios que vienen marcando la agenda política y social del país. 
No spoiler. Ya lo sabes: tienes que verla si en caso aún no.

martes, agosto 28, 2018

lectura al paso


En la mañana de hoy, mientras regresaba a casa y revisaba mails al compás de la cabeceada, me percaté de la presencia de un adolescente que en diagonal a mí leía un libro. Me sorprendió, más aún en una era de millenials dependientes de los móviles. Incliné la cabeza para ver qué libro estaba leyendo. La sorpresa no solo fue grande, sino también cómplice: Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, en Alianza Editorial.
No recuerdo a qué edad leí la novela por primera vez, solo sé que en la última tenía veintipocos. El adolescente no tenía la edad que yo al conocer a Victor Hugo. Me fijé en su concentración. Esta es una mala costumbre que arrastro, en la forma de leer puedo especular sobre el compromiso del ocasional lector con el texto, puesto a prueba, por ejemplo, a la más mínima puteada del chofer o cobrador en plena carrera con otra bestia al volante. 
Esta clase de imágenes son cada día menos. Lo que tendría que ser una impresión natural se ha convertido en una excepción en medio de tanta ignorancia, malgusto y huachafada. A lo mejor ese muchacho tiene la suerte de contar con padres que valoren el ocio de la lectura, seguramente un amigo algo mayor le está sugiriendo qué leer, lo más probable un profesor de literatura que ha visto en él un interés que no hay que descuidar. Claro, un muchacho que lee no es garantía de que sea una buena persona, pero sí alguien que tendrá una visión de la realidad menos limitada.

apoyo a ale wendorff / actualización: domingo de ramos


En la madrugada me entero de la denuncia de la artista y activista Ale Wendorff, quien acusa de intento de violación al poeta ochentero Domingo de Ramos.
El texto de Wendorff es largo y pautado por el detalle de los acontecimientos. No hay mucho que decir: le extiendo todo mi apoyo moral y la felicito por su valentía porque su testimonio es antipopular, más en el circuito cultural peruano, tan entregado al ahuevamiento amical y el silencio cómplice, en especial en quienes asumen el discurso de la superioridad moral como bandera representativa.
Lo sucedido con este poeta es una metáfora del abuso de poder de artistas con trayectoria sobre mujeres y hombres que los ven desde la admiración. De Ramos es un personaje más que poeta, le reconozco cierta relevancia por su poemario Pastor de perros, solo por ese libro, porque lo que ha publicado después ha sido chapuza y media. La medianía de su poesía era compensada por el “don humano” que solía mostrar: dicharachero, anecdótico, festivo, culinario, cervezófilo y demás hierbas de la criollada local. Si le queda algo de reserva moral, debe pedir disculpas públicas y enfrentar la condena social por sus actos.
Seguramente sus defensores, aquellos infaltables imbéciles, brindarán razones paralelas a la médula de la acusación de Wendorff, el efecto distractor para llevarnos a la lástima, como el conocido alcoholismo del poeta, o lo que es peor: relativizar el testimonio de la artista exigiéndole un proceso legal.
Lo que transmite esta denuncia es un saludable anuncio: las mujeres en el circuito están perdiendo el miedo a protestar. Ya vamos teniendo varios ejemplos de mujeres que están señalando a sus agresores sin importar su grado de influencia. Lo vimos hace poco en el caso de Reynaldo Naranjo. 
Wendorff viene recibiendo el apoyo de gente ligada a De Ramos. Gratifica ser testigo de esa apuesta por los principios, como lo estoy viendo en Roger Santiváñez y el Comando Plath. Ojalá podamos ver esa misma actitud en José Antonio Mazzotti. Hacerse el loco no es el camino.


ACTUALIZACIÓN

Siendo las nueve de la noche del día miércoles 29, termino de confeccionar una entrevista a un excelente narrador mexicano, y me pongo a revisar el descargo del poeta Domingo de Ramos.
Al respecto, debo decirte Domingo que te pasaste de pendejo. Esa es una de las razones por las que no te toman en serio a menos que desempeñes el rol que la platea espera ver de ti.
Supongamos que sea cierta tu versión, pues bien, en coherencia a la misma deberías mostrar las pruebas completas, como sí lo hizo Wendorff, cosa que así tendríamos una idea completa de tu testimonio, barajaríamos más de una opción para considerar tu descargo. Y claro, te faltó hombría para pedir disculpas. Viejo, pedir disculpas no mata a nadie, ni te hace menos débil. Si las pedías, con maneras pero con firmeza, así hayas tenido o no la culpa, en estos momentos se estaría hablando de tu caballerosidad. 
En otras palabras, ponte serio, tío: te están acusando de intento de violación. No es para que te pongas en plan de joda, eso déjalo para los bares, para el rollo lastimero, para las palmaditas de Paolo Gómez y el Like solidario de Mazzotti. Chato, deja de mirar la chela de Paolo y presta atención, repito: te están acusando de intento de violación: solo te faltó cerrarla con “y todos nos fuimos a chupar”. Hasta las huevas.




domingo, agosto 26, 2018

silencio cómplice


Sorprende el silencio cómplice de la llamada clase intelectual de izquierda peruana en relación a la migración venezolana. En estas últimas horas, libre de las obligaciones laborales, me puse a revisar los muros de sus más conspicuos personajes, que cada día, a primera hora, segundos antes del café con leche del desayuno, nos brindan sus infaltables dosis de moralina y condena contra los males y vejámenes que sufre el mundo a causa del demonio del sistema neoliberal.
Claro, la reacción sería otra si toda esta gente huyera de un sistema corrupto de derecha. Ahí sí, y sin ningún tipo de pausa, estarían condenando y exigiendo al gobierno que abran las fronteras y que se destinen recursos a los miles de refugiados.
Cuidado, señores de la superioridad moral, que su actitud no sintonice con las huestes naranjas, que tanto detestan. Hagan memoria y no la vuelvan a cagar como a fines de los ochenta, cuando apoyaron a Fujimori, a quien ayudaron a llegar a la presidencia.
Viene pesando el factor ideológico al momento de opinar sobre una calamitosa situación que atraviesan los venezolanos, cuando lo que tendría que imperar es una sensibilidad por el otro, tan necesaria en estas semanas en las que la xenofobia, alimentada de ignorancia y malcriadez, amenaza con tomar posesión de millones de peruanos. 
Contra el discurso xenófobo, los letrados de la zurda podrían cumplir un rol determinante, hasta iluminador, pero ya sabemos a qué factores obedecen los principios, bajo qué escenario estos se expondrían. Pura cojudez.

jueves, agosto 23, 2018

venezolanos


Me desconecto un toque de mis actividades para ponerme al día con las noticias del Perú y del mundo, del mismo modo para revisar los mensajes y archivos que me llegan a diario.
Preparo un pan con pollo deshilachado y me sirvo café, algo me dice que pasaré más tiempo del que suponía. Además, los últimos días en la BNP han sido absorbentes, ni siquiera estoy en la mitad de lo que me he propuesto hacer esta semana. Para mi buena suerte, devoro mi rico pan cuando me entero de que las redes tienen a su piñata del día: el exalcalde de Lima, Ricardo Belmont. Solo en un país como este, tan deseducado, tan ahuevado y tan inculto, Belmont puede ser tendencia.
Este señor representa lo mejor de lo peor de nuestras taras: la viveza, la criollada, la mentira, el escándalo, la matonería, la agresión y otras maravillas de la deseducación. En una sociedad normal, en la que sus habitantes no dependan de la billetera para ser respetados, un personaje como este, también llamado “Hermanón”, sencillamente no existiría. Sería a lo mucho un inevitable anciano senil hablando huevadas por las calles. Pero no es así, resulta que sí tiene injerencia en miles de limeños. Como este país es una versión bamba de Macondo, todo pues puede ocurrir: Belmont podría llegar a ser alcalde de Lima otra vez.
Hacía falta un personaje como Belmont para confirmar varias impresiones, pero hay una que no está siendo comentada: Belmont es el candidato de Perú Libre, partido político de abierta simpatía con el chavismo y el castrismo. Su fundador, un recalcitrante que obedece al nombre de Vladimir Cerrón, viene cumpliendo el libreto encomendado desde Caracas: contratar al payaso que denigre la presencia de los venezolanos que vienen cruzando la frontera peruana y ecuatoriana. Como Belmont no es un hombre de argumentos, apela a la trampa discursiva, a la seguridad ciudadana, que como tal salpica mucha xenofobia. 
Xenofobia. Aberrancia que no puede ser admitida por mujeres y hombres  de buena voluntad. Por ello, como se supone que los principios deben estar por encima de las preferencias ideológicas, espero pues una postura más encaradora de nuestros guerrilleros y rebeldes de izquierda que pueblan Facebook y otras redes sociales. ¿O es que le seguirán la payasada al “Hermanón”?

martes, agosto 21, 2018

moreau


En la madrugada regresé a una película, la cual no solo me dejó satisfecho una vez más, sino que su (re)visión hizo que me diera cuenta de un detalle: Ascensor para el cadalso (1958) de Louis Malle, es una de las películas que más he visto en mi vida.
Lo sé. No es una obra maestra, pero tampoco es de las malas que conectan con uno, esas que habitan en nuestra dimensión emocional, en donde no existe el juicio valorativo. En este sentido, el director francés cumple entreteniendo con inteligencia. Veamos: una pareja planea fugarse tras asesinar al esposo de la mujer, rol interpretado por Jeanne Moreau (odiosa comparación: ¿existe hoy alguna actriz que aparte de garbo y belleza exhiba el enorme talento de la Moreau? Hace un rato se lo pregunté a un amigo y me respondió que no, estuve a punto de sintonizar con él, pero me acordé de Charlize Theron).
Los amantes se aman. El diálogo de ambos en la llamada telefónica inicial es ya un clásico, tendría que estar en una antología de las mejores declaraciones de amor en la historia del cine). Cuando el plan parece concretarse, un detalle olvidado por Tavernier en la escena del crimen cambia el curso de lo que se suponía un plan perfecto. 
Para ser una primera película, Malle se luce. La hizo sencilla: respetó las leyes del cine negro y aprovechó el recurso humano que tenía. Pudo ser una película auspiciosa, pero ahí estaba Moreau para hacerla perdurable. ¿Acaso Tavernier la ha abandonado por otra? Lo que acaba de ver en el café al aire libre brinda sospechas razonables que refuerzan una catástrofe emocional, pero sospecha no es certeza. Entonces ella lo busca por todo París, recorriendo los lugares que frecuenta. Esa actitud caminante de Moreau, en plena noche invadida por la lluvia, sintiendo las miradas devoradoras de los inevitables machos, es poesía visual, no solo simbología de fidelidad, y es también metáfora absoluta de lealtad. La tienes que ver si es que todavía no.

lunes, agosto 20, 2018

memoria / películas


Días atrás terminé VHS (unas memorias) del escritor chileno Alberto Fuguet.
Lo que tenga que decir de este libro, lo manifestaré en su momento.
En lo que sí me gustaría incidir es en su carácter de búsqueda, de reconstrucción de la memoria mediante las películas. Muchos de los títulos que se consignan aquí bien podrían pertenecer a una dimensión inaceptable para cualquier cinéfilo que “se respete” y eso me gusta, porque lo que realiza Fuguet es armar su rompecabezas emocional y sentimental con las películas que conectaron con él. Se menciona, por ejemplo, Willie & Phil (1980) de Paul Mazursky.
El autor cuenta lo difícil que le significó volver a verla. Yo también la recordé, aunque no precisamente por los elementos que señala, sino porque su protagonista habitaba en mi pureza infantil tras apreciarla en las entregas de Superman. Ajá, ella misma: Margot Kidder.
Durante la década del ochenta, Canal 2 emitía películas los domingos en la noche bajo el rótulo de Función Estelar. Recuerdo haber visto muchas y también sé que muy poco he logrado retener de ellas. No era un cinéfilo y no sé si a la fecha lo sea (¿o es que no me gusta la palabra “cinéfilo”?). Sea como fuere, la vi motivado por el avance que horas antes dieron de W&P. En un tramo que duraba, supongo, no más de un par de segundos, se veía a Kidder desnuda y jugueteando en una laguna con Willie y Phil. Tenía diez años y esa imagen fugaz de Kidder bastó para que se fuera a la mierda mi inocencia infantil.
No puedo decir que me gustó este trabajo de Mazursky, de quien con algo de suerte se encuentran cosas suyas en Fox Classics. Algunas veces he preguntado por W&P entre mis proveedores, obteniendo respuestas negativas. Seguramente, mi persistencia no ha sido suficiente, con mayor razón cuando hoy en día los trabajos fílmicos canibalizan su soporte, a saber, ya es posible encontrar Ménilmontant (1926) de Dimitri Kirsanoff en dvd, incluso en Youtube. 
La recuperación de mi memoria emocional va más por películas de entretenimiento. Sé que sonará a vergüenza y espanto para todo diletante del “séptimo arte”, pero esta es una de ellas: Muerte antes del deshonor (1987) de Terry J. Leonard, protagonizada por Fred Dryer, el de El cazador, serie policial que transmitía Canal 9  una vez a la semana, ni sé qué día.

las redes y la vida


En un reciente artículo en la revista Caretas, dije que muchos de nuestros escritores locales se habían desengañado de la mentira de las redes sociales. Obviamente, esta situación la podemos aplicar a cualquier circunstancia de la vida, la desazón no es solo propiedad de los egos alucinados y sobredimensionados.
No es necesario quemar cerebro: lo que se transmite en las redes debe guardar coherencia con la realidad. Lamentablemente, no pocos han caído presos de sus telarañas y terminan asumiendo como verdadera cada manifestación que supura en ellas. La persistencia en esta práctica revela el magisterio de una superlativa burricie que encuentra idóneo hogar mental en sus entusiastas y parlanchines creyentes.
En la mañana del domingo, mientras untaba mi tostada con mermelada de piña, recibí una viñeta virtual, un pantallazo tomado de un diario local, en donde un “escritor” se quejaba ante su abuelita por no ganar el Premio Nacional de Literatura. Esta inquietud se vuelve epifánica gracias a la dulce octogenaria: “Qué raro, a todos nos encantaron los 1356 posts que publicaste el año pasado”.
No tengo idea de cómo ha circulado ese pantallazo, yo ya lo subí a mi cuenta privada de Instagram, cosa que la tengo de recuerdo porque no solo es genial, sino también porque me hizo reír rico. Seguí en mi desayuno y cuando Onur intentó subir a mi regazo, recordé que en 2010 fui invitado a la Feria del Libro de Huancayo, en donde ofrecí una charla sobre literatura y redes. Este evento se promocionó con la debida anticipación y no vi reacción alguna, poquísimos likes y nulo rebote. Por un momento barajé la idea de no viajar, pero lo hice con la idea de almorzar una apetecible trucha a la parrilla.
Me instalé en el hotel, que también servía de concentración para el equipo de fútbol profesional de la ciudad, y salí a caminar. En mi nada apurado paseo repasaba mis anotaciones y pensaba en los distintos escenarios que tendría en la noche. Así sea con dos gatos o con auditorio lleno, la actitud tendría que ser la misma. Como tengo buena estrella, fue muchísima gente a la charla. Mientras hacía alarde de improvisación discursiva con una asistencia que no dejaba de mirarme, traje a colación lo que Carlos Calderón Fajardo me acababa de decir días atrás: “las redes sociales solo sirven para informar, no para creer que lo que sucede en estas es una extensión de la vida”.
Carlos resultó profético. El tiempo legitimó cada una de sus palabras y me preguntó qué pensaría de las locuras y pataletas que hoy vemos en estos espacios del ego ahuevadazo. Felizmente, hay quienes se han dado cuenta de la trampa, en cambio no pocos siguen cagados, veamos: autores con caras confundidas ante una sala a medio llenar luego de que 2000 saludaran su evento; la verguenza contenida del escritor que el año pasado anunció que estaba a nada de agotar tiraje y que al siguiente ve ese mismo tiraje con 40 % de descuento, dispuestos en filas y que el buen ojo dicta 500 ejemplares; el aguilucho que se burla de escritores mayores y que al darse cuenta de que su espanto narrativo es soslayado por los lectores por impostado y aburrido, no tiene otra salida que rogar para que lo compren… Como se podrá ver, tenemos celebridades de desmonte de canales de desague hasta para obsequiar. 
Para su suerte, existe la solución, el detergente contra esta cadena de malgustismo virtual: hacer suya la máxima de nuestra filósofa local Susy Díaz: “vive la vida y no dejes que la vida te viva”. Sabías y sanadoras palabras de Susy. La amo.

sábado, agosto 18, 2018

mirada fanática


Mientras llevo a cabo un rastrillaje de documentación en la Hemeroteca de la BNP, también aprovecho para revisar diarios y revistas más “actuales”, tipo cosas de los setenta u ochenta.
Por ejemplo, ayer viernes, busqué El caballo rojo, el suplemento cultural de El Diario Marka. Me concentré en el segundo semestre de 1984, para ver cómo terminaba el gobierno de Belaunde. Entonces, mientras recorría las páginas que me llenaban la cara de ácaros y polvillo (se acabaron las mascarillas y guantes), di con una crítica de cine de Christian Wiener a la última película de Brian de Palma, Scarface (1983).
Obviamente, me llamó la atención y la leí dos veces, cosa que me aseguraba cierta objetividad. Wiener demolía la película de De Palma, pero sus criterios valorativos obedecían a los azotes de las espuelas ideológicas. No esperaba menos, este diario era rojazo, y más allá de condenables excesos, en su mejor momento llegó a cumplir una labor disidente en comparación a otros medios ligados al derechismo.
Un perla: “Las fascistonas Expreso de medianoche y Conan”. 
Claro, un texto así obedecía a una fiebre de contexto y a una actitud ciega, digamos fanática, de muchos izquierdistas peruanos radicales de esos años. El tiempo calló a Wiener, del mismo modo a muchos. A la fecha, Scarface es una obra maestra más allá de los supuestos circuitos que la animaron.
La mirada ideologizada ha hecho mucho daño a la valoración de nuestras manifestaciones artísticas contemporáneas. Veamos, por ejemplo, lo que sucede con la producción narrativa que aborda los años de la violencia terrorista (para quien escribe, cojudeces nominales como violencia política tienen peso nulo por inmorales y mentirosas). Hay mucha academia ligada a la izquierda, lo cual no me fastidia. Lo que sí, su inclinación por el tema y el punto de vista ideológico del autor, que se anteponen a lo que importa: la calidad literaria. 
En ese sentido, me alegra mucho que mi amigo Miguel Gutiérrez no haya sido víctima de esos dislates. Era un hombre que amaba la lectura y esta la defendía en su sola experiencia, dejando su convicción de izquierda en donde debía quedar. Si ese ejemplo siguieran nuestros maravillosos académicos de la zurda (cucarachas de la inconsecuencia en comparación a M.G.), no estaríamos echando a la basura los cilindros de sebo de culebra que vienen con el cintillo de la superioridad moral, no se sería tan evidente el filtro que ejecutan con narrativas escritas desde la otra ribera ideológica.

viernes, agosto 17, 2018

a. f.


En estas semanas venía escuchando religiosamente toda la discografía de Aretha Franklin, hasta programé en mi lista de Spotify algunas canciones de esta mágica intérprete, la que, según me arroja la información cruzada, nunca sufrió de la atorrantez de la soberbia.
Me enteré de su muerte mientras la escuchaba en el taxi, atrapado en un tráfico de sanputa en la Canadá, lo que me dio tiempo para una reflexión fugaz, o quizá el pertinente cuestionamiento a mis costumbres escanciadas por la proyección de anuncio aciago: cada vez que escucho o vuelvo, metódicamente, a un cantante, este muere. Pero bueno, tampoco es para lamentarse, es el destino, el azar, o simplemente su penosa confluencia.
En las próximas horas mis conversas estuvieron pautadas por Franklin. A mis pocas amigas y contados amigos, con los que felizmente compartimos gustos básicos, les pregunté por los temas que más les gustaban de la artista. Casi todos señalaban a “Say a little prayer” como uno de sus predilectos. Faltaba más. Esta canción vendría a ser la metáfora (temática y rítmica) de la cantera que influenció su trayectoria: la religión protestante.
A diferencia de otros músicos, Franklin no estaba en mi altar personal, hasta podría decir que no sintonizaba con su propuesta, pero tenía un par de canciones (la que acabo de citar es una de ellas) que aparecían en los momentos precisos, que asocio al ánimo bajoneado o exaltado, cosa jodida para los que no conocemos el punto medio de las emociones. 
No la escuchaba por encontrarme en el subsuelo, sino todo lo contrario, me sentía muy bien. Franklin me preparó, prefiero pensar en positivo, para los cambios radicales de los últimos días. La otra canción: “Son of a preacher man”, que más de uno debe conocer en la voz de Dusty Springfield gracias a Pulp Fiction. D. S. la grabó en 1968 tras ser rechazada por Franklin por considerarla irrespetuosa, pero al cabo de un par de años se le pasó la moralina e hizo su propia versión de la misma.

jueves, agosto 16, 2018

pasarla bien


De los libros peruanos que se presentaron en la pasada FIL, el último de Fernando Ampuero, Lobos solitarios y otros cuentos (Peisa).
No, no es lo que piensas, tú lector altivo y amargado, que levanta la ceja cuando lees o escuchas de Ampuero: es y no es el libro homónimo del año pasado, el cual, como se recuerda, recibió merecidos saludos.
De la presente publicación no me interesaba el texto conocido, sino los “otros cuentos”, cosa que veía qué tan bien acompañado estaba ese relato que ya debe figurar entre lo más destacado de la narrativa breve del autor.
Lo que siempre me ha llamado la atención del tío es el tono festivo (no necesariamente feliz) con el que ha conducido su propuesta. En ese tono, proveniente de la tradición oral, a saber, las primeras historias que escuchamos cuando niños, Ampuero ha sabido edificar una poética en diálogo cómplice con el lector, lo que a los ojitos legañosos de los puristas resultará inadmisible, siempre estos en la fijación de las tribulaciones del hombre, entre otras hierbas.
La lectura también va de esto, a ver si nos ponemos en onda: hallar el punto de encuentro en una propuesta y justificarla o condenarla en esa coordenada. En este sentido, y más allá de lo desfasados que puedan ser los temas de Ampuero, asistimos a una proyección vital vigente, la cual, supongo, más de un joven narrador que escribe como si tuviera noventa años ya quisiera tener.
En esta ocasión tenemos cuatro cuentos más, de los cuales el primero me pareció flojo, que peca en el trámite discursivo, pero los otros son otra cosa: “Aplausos” y “Una chica aventurera y un poco loca” (no consigno el entrañable “Largos de piscina con Julio Ramón”, que está incluido en la antología Íntimos y salvajes, publicada en 2017 por Tusquets), que en su sencillez muestran no pocos pasajes para atesorar en la memoria, que confirman una vez más a Ampuero como un excelente cazador de instantes, pensemos en los gestos del loco de la Vía Expresa en el primero y en el segundo: el encuentro en una mañana cusqueña entre la pelirroja y el narrador protagonista que acaba de ser echado a la calle por su pareja de viaje. Obvio, no me puedo permitir spoilers, pero lo que sí puedo afirmar es que a ritmo de entrenamiento nuestro escritor se impone por goleada a las novelas y los cuentarios publicados este año. Claro, no faltará quien me tilde de exagerado, cosa que sería cierta porque me esperan más libros por leer, o que me llamen irresponsable. Quizá sea un exagerado e irresponsable, pero uno satisfecho: nadie me quitará lo bien que la pasé leyendo este librito.

sábado, agosto 11, 2018

violación


Las condenas sociales no forman parte de la conducta de los preclaros nombres del circuito literario local, cosa que no extraña, porque no pocos tienen hipotecada la opinión. Así, cualquiera huevonazo se convierte en el faro de la moral en este bosque de intereses cruzados.
Días atrás se publicó en el portal Ojo Público un reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar, conocidos periodistas del medio que trabajaron sobre una información que recogieron meses atrás, esta concernía al poeta Reynaldo Naranjo, acusado de haber violado hace cuarenta años a su hija y su hijastra en París.
Poeta menor y ducho en el relacionismo, Naranjo no tendrá que responder ante la justicia (creo que poco nada se podrá hacer contra un anciano de 82 años), sino vivir escondido. El reportaje, bajo todo punto de vista, es objetivo y letal. No se hizo con el fin de formalizar una denuncia, por el contrario, fue una catarsis para las víctimas, a las que los lameculos de este poetastro vienen poniendo en duda, la muestra más risible: ¿por qué no lo denunciaron ante la justicia? O la excusa perfecta, con tufillo a complicidad: “yo no sabía nada”.
Roxana Naranjo y Nadia Paredes son mujeres íntegras, brindaron su testimonio sabiendo que ni siquiera tendrían garantía de paz interior al dar a conocer esta historia de terror, cerraron un círculo: exponer el dolor, desechar la vergüenza y dar un ejemplo que solo el tiempo y muchas mujeres identificadas con el caso van a agradecer. 
Naranjo ha  amenazado con denunciar a los periodistas y R. Naranjo. ¿Conchudez?, preguntó alguien. Miserable, piensan todos.

martes, agosto 07, 2018

xenofobia


Desde hace varios días escucho sobre una ola de odio, y creciente, a los miles de venezolanos que trabajan en Lima. No es que me sienta privilegiado, y eso que vivo en un barrio que ya se ha convertido en colonia venezolana, pero hasta el momento no soy testigo de expresiones xenófobas, a lo mejor tengo una coraza mental que me impide ser partícipe de la conchudez que significa ser xenófobo en un país como Perú, de todas las sangres, de todas las taras.
Lo que sí es cierto: la presencia de los amigos del norte ha dinamizado la economía, hecho que no podemos negar, como tampoco podemos hacernos los desentendidos en cuanto a lo que esta significa: el fracaso del socialismo del siglo XXI. Pregunto: ¿merece Venezuela estar en la miseria siendo uno de los países más ricos del mundo? ¿Qué sistema político e ideológico podría ser tan bestia/inútil para lograr lo impensado? La respuesta está cantada y las justificaciones son una pérdida de tiempo.
Volviendo al tema, que lo comento con la señora que me vende ricos tamales de chancho: ¿detesta a los venezolanos?, le pregunto mientras cuenta sus monedas para mi vuelto. Ella me dice que no, por el contrario: es gente trabajadora. Criterio básico, es lo que vemos todos los días. Y aquí otra vez la elementalidad de criterio, a la que tenemos que apelar para entender a una sociedad tan gratuitamente rencorosa como la nuestra: ¿acaso por algunos energúmenos, como aquellos que pretendieron asaltar una agencia bancaria en Plaza Norte, vamos a tildarlos de delincuentes? 
En estas dos últimas décadas de supuesto crecimiento económico, los peruanos hemos llenado nuestros bolsillos, hemos accedido a beneficios que considerábamos inimaginables en los decenios del ochenta y noventa. Solo nos faltó nutrir la mente, aún hay tiempo.

jueves, agosto 02, 2018

exponerse


Aunque lo tenía en el radar, tarde más de la cuenta en leer este título de Lolita Bosch: Ahora, escribo, (Periférica, 2011).
Quizá la demora se deba a que lo leído de la autora española no me había entusiasmado lo suficiente, como Japón escrito y La familia de mi padre, no porque fueran proyectos fallidos, sino a razón de falta de conexión con ellos. Suele ocurrir y pienso que ya es hora que comience a subrayarse la diferencia entre lo que no te gusta de aquello que te parece deficiente. 
En este pequeño librito, Bosch traza una línea discursiva delgada y gaseosa mediante la autobiografía y el ensayo. La autora parte de un hecho triste: recordar la muerte de su padre. A partir de aquí, Bosch enhebra una serie de conceptos pautados por la pena y la memoria, que le sirven para presentarnos la trastienda que ha ido nutriendo su obra, el ánimo que la ha impulsado. En este sentido, se destaca la mesurada reflexión en relación a su escritura calmada, pero no libre de furia contenida. Por medio de esta actitud hayamos la primera riqueza de la publicación: la exposición de la sensibilidad quebrada. Sin duda, Bosch es de las autoras a las que algo le ha ocurrido y lo dice sin enunciar, siendo el propio discurso el eje protagónico de esta sensación. La segunda, la cadena de circunstancias que la llevaron a luchar contra el bloqueo creativo, que no es más que la falta de ideas (o cuando el cerebro se seca, dicen) para echar a andar una empresa narrativa. Es precisamente en estas líneas en las que se hayan los momentos más reveladores del híbrido: quebrar la no escritura valiéndose de una confrontación despiadada con la misma. Hay que ser muy valiente para haber escrito un libro así, cosa que nos satisface en estos tiempos narrativos con autores entregados a la payasada y la floritura verbal, o peor: a la narrativa de compensación.