miércoles, agosto 31, 2011

Jueves 1 de setiembre: Recital de poesía - Ramiro Vicente y Clara Vasco


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Fernando Vallejo gana el Premio FIL de Guadalajara


Un reconocimiento más para este genuino narrador de sangre. Fernando Vallejo ha sido declarado ganador del Premio FIL Guadalajara. Vía El Cultural.es
En nuestras siempre completas librerías ojalá podamos encontrar, algún día aunque sea, El mensajero, la biografía de Vallejo sobre el excelente poeta Porfirio Barba Jacob.

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El escritor de origen colombiano Fernando Vallejo, radicado en México, ganó hoy el Premio FIL de Literatura, dotado de 150.000 dólares y que se entregará el 26 de noviembre en la feria del libro de la ciudad mexicana de Guadalajara.

Al dar a conocer el fallo, el jurado dijo que se trata de "una de las voces más personales y exuberantes de la literatura latinoamericana". El jurado estuvo formado por siete miembros: la chilena Cecilia García Huidobro, el mexicano Jorge Volpi, el peruano Julio Ortega, el canadiense Calin Mihaeilescu, la colombiana Margarita Valencia, el español Juan Cruz y el británico Michael Wood.

El autor nacido en Colombia renunció a la nacionalidad el año pasado al hacerse mexicano, y dijo entonces que su país era una "mala patria" que le había cerrado las puertas. En la edición pasada el Premio FIL fue para la mexicana Margó Glantz. Este galardón, antes llamado Premio Juan Rulfo, es uno de los más reconocidos en el mundo de las letras en español.

El Premio FIL busca reconocer la trayectoria de un escritor vivo, cuyo medio de expresión literaria sea el español, el catalán, el gallego, el francés, el italiano, el rumano o el portugués.

martes, agosto 30, 2011

Lo que significa ser un malpensante


El Nictálope es un blog que desde hace tiempo quiero recomendar, pero lo hago ahora con esta buena entrevista de Karen Delgado Torres a Mario Jursich, director de la excelente revista El Malpensante.

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La última edición de la Feria Internacional del Libro de Lima trajo entre sus principales invitados al responsable de una de las revistas culturales más importante en Latinoamérica. Se trata de Mario Jursich, director de la publicación colombiana El Malpensante. No quisimos perder esta oportunidad para hacerle algunas preguntas acerca de la revista, su esencia y el mundo cultural en la actualidad.
«El Malpensante es una revista que empezó el 31 de octubre de 1996. ¿Acá celebran el Día de las brujas, Halloween? Bueno, pues, emblemáticamente, El Malpensante nació el 31 de octubre de 1996, bajo el auspicio de la cofradía de las brujas. ¿Por qué nace una revista como El Malpensante? En esencia, yo diría que fue la confluencia de tres factores. El primero es que a mediados de los años 90, en Colombia, empezó un declive muy pronunciado de los antiguos suplementos literarios de los periódicos. Bien sea por que dejaron de publicarse o porque empezaron a disminuir el número de páginas hasta prácticamente llegar a la inexistencia. También tiene que ver con que en esos suplementos hubo un cambio de política. Se empezó a publicar una serie de materiales que, con justicia o injusticia, a los responsables de El Malpensante, Andrés Hoyos y yo, nos parecía que eran materiales aburridos, que no respondían a la mentalidad de la literatura que se estaba escribiendo en ese momento en Colombia. Y la tercera razón es simplemente el fastidio. Creer, aunque eso sea muy narcisista, que en el país en el cual uno vive no se estaba haciendo una revista que uno quisiera leer. Entonces, el motivo fundamental para hacer El Malpensante es que nosotros queríamos fundar una publicación en la cual podamos leer lo que nosotros quisiéramos leer.
Nosotros hicimos la revista al revés. Cuando se va hacer un nuevo medio de comunicación, normalmente se hace un estudio de mercado, se identifica que haya alguna carencia o un vacío de cierto tipo de información y la revista se crea en función de eso. Nosotros lo hicimos al revés. Nadie estaba pidiendo una revista cultural. Nadie estaba pidiendo una revista literaria. Sin embargo, teníamos la intuición de que había un público, pero también teníamos la intuición de que había que crear ese público. La revista nació con un propósito de un lector hipotético. Un lector hipotético que se ha ido materializando con el tiempo. Si no hubiera sido así, nosotros no hubiéramos cumplido 15 años siendo una revista independiente. Nosotros no recibimos ningún tipo de subsidio ni por parte del Estado ni por parte de alguna otra institución. Vivimos solo a costa de nuestros medios.
El término El Malpensante nació en la época de la Revolución Francesa, en una especie de contraposición al término que existía en ese entonces que era el bienpensante. El bienpensante era la gente partidaria de la Antigua Monarquía. Por extensión, hoy en día vino a significar todo tipo de actitudes, no solo muy liberales, sino cierto espíritu vanguardista, arriesgado. Tratar de incursionar en terrenos en los cuales no había tradición y había que ir creando de la nada. Y la revista se fundamentó en esa propuesta. Tradicionalmente hay algo. No sé si acá existe la expresión la malicia indigna. Bueno, en Colombia la malicia indigna es un término de uso muy popular. Es Tener cierto escepticismo, ver un poco más allá de lo literal que le están diciendo a uno. Entonces, la malicia indigna tiene que ver, al menos ante nuestros ojos, con ser un malpensante, que finalmente es tratar de promover un espíritu escéptico, el espíritu tolerante. Y tratar de explorar terrenos que no han sido muy visitados por el periodismo o por la literatura.
Después de llegar al nombre de Malpensante, la verdadera discusión fue si era niña o niño. Es decir si la revista se llamaría El Malpensante o La Malpensante. Ahí sí hubo una polémica bastante fuerte. Finalmente, Andrés, que es el gran accionista de la revista, dijo "tiene que ser niño" y quedó como El Malpensante.
En efecto, yo he trabajado de disc jockey. Es una especie de profesión alternativa que tengo. Disc jockey de salsa… Varias veces que me han preguntado alguna definición de la revista, a mí me gusta recordar la época en que existían los discos de acetato. Los discos de acetato tenían dos caras: lado A y lado B. Bueno, para los que tenemos experiencia con esas cosas, era muy clara la distribución de esos discos. En el lado A estaban todos los temas que presumiblemente iban a hacer un éxito. Todas las cosas que presumiblemente iban a pegar en la radio. Y en el lado B estaban todos los temas raros, donde el grupo exploraba sus opciones musicales verdaderamente a fondo. Una de las paradojas de la música es que muchísimos pero grandísimos éxitos eran temas del lado B. Incluso, a veces, el último del lado B. Entonces, por esos azares del gusto se convirtieron en iconos, en clásicos de la música. Utilizando esa analogía, a mí siempre me ha gustado decir que El Malpensate es una especia de lado B de la cultura. Para volver a lo que estábamos conversando, no buscamos bienpensantes, sino las cuestiones malpensantes. Ese lado B donde presumiblemente tratamos de publicar las cosas que se podrían convertir en clásicos del periodismo y de la literatura.
El periodismo cultural
Siempre he tenido la impresión de que -y esta es una de las razones por las que acabamos fundando El Malpensante-, el rasgo definitorio de la mayoría de editores de hoy en día es la cobardía. Digamos que ninguno se atreve a tomar algún riesgo. Todos quieren funcionar con redes de seguridad. Las cosas que hacen soy muy predecibles. Por eso no me extraña que el público haya ido abandonando los periódicos y las revistas. Y una de las causas por las cuales ha pasado esto es que no hay nada polémico. Todo el mundo quiere ser muy amigable, muy diplomático, darse palmaditas en la espalda. Yo creo que, como dice el dicho, que si uno quiere hacer tortilla tendrá que quebrar algunos huevos, y, a veces, pues tienes que quebrar la vajilla entera.
Esto apunta a una cuestión. Las revistas en el pasado fueron muy ideológicas, siempre consideradas como un órgano de un determinado tipo de ideas. El Malpensante, por lo menos en esta parte, creo que es algo muy diferente, como una especie de zona de tensión en la cual se discuten muchas ideas. Por ese motivo, alguna vez hemos publicado un artículo que causó mucha polémica que se llama "Démosle un chance a la guerra", de algunos de los halcones de George W. Bush. Pero también hemos publicado un elogio al manifiesto comunista. A mí me interesa que la gente no nos encasille ideológicamente. Por el contrario, que piensen en El Malpensante como una revista donde no se defiende un ideario, sino que hay puntos de vista que pretenden ser inteligentes y, por supuesto, estar bien escritos. Por eso, la revista tiene un subtítulo que es "Lecturas paradójicas". Es decir, nosotros esperamos que el lector vea el índice y piense que somos unos esquizofrénicos.
El hecho de que se estén cerrando páginas culturales no significa que el público haya perdido interés en el tema, sino que la forma cómo se aborda, lo que se llama lo cultural, resulta poco atractivo para el público. Y una de las razones es que en el periodismo cultural hay mucho fariseísmo. Hay una insinceridad. Te pongo como ejemplo el de las reseñas de los libros. Realmente, un lector que tenga interés de conocer si determinada novela o determinado libro es bueno o vale la pena leerlo, no se puede guiar de las reseñas porque normalmente las escribe una persona que conoce muy poco el libro; que, en la mayoría de los casos, ni siquiera lo ha leído; y que, por lo tanto, da una opinión muy utópica sobre eso. En El Malpensante hemos tratado de revertir ese estado de las cosas hasta donde es posible. Entonces, después de 15 años, la gente sabe que puede estar de acuerdo con nosotros o no, pero sabe que la gente está opinando con franqueza, que se está haciendo artículos en los cuales hay un punto de vista informado y que opina sin pelos en la lengua.
Nosotros tenemos una revista literaria que publica, por lo tanto, materiales que tienen que ver con la literatura: cuentos, ensayos, reseñas de libros, reseñas de cine, etc. Pero frecuentemente nosotros también hacemos incursiones en muchos otros campos que no se consideran como campo de la literatura. Es un espíritu de exploración. A menos como yo lo pienso, una revista no solo puede ocuparse de la literatura. En ese sentido yo te diría que sí, que cualquier cosa podría ser objeto de nuestra curiosidad. Finalmente, más que como una zona temática, yo diría que nos define eso: la curiosidad. Y esa curiosidad nos lleva a terrenos inexplorados, por eso en la revista hemos publicado artículos sobre culinaria, cuestiones de análisis geopolítico y una larguísima lista que yo me acabaría la noche enumerándote.
El trabajo de la edición
Suelo citar esa frase que dice que "un editor es un maquillador de muertos". Bueno, yo empecé así, editando muchísimo los textos; a menudo reescribiéndolos completamente. Pegado a ese tipo de doctrina, de intervenir muchísimo en los textos, de cambiarlos bastante. Pero con el pasar del tiempo, llegué a entender que eso a veces uniforma, para mi gusto, de una manera no apropiada la voz de una revista. Otra de las metáforas que yo empleo para definir la revista es que me gustaría que cuando la gente está revisando el índice, sintiera como si estuviera pasando el dial. Entonces está pasando muchas emisoras, muchos tipos diferentes de música. Me interesaría que en esta revista que yo hago hubiera voces, puntos de vista, enfoques claramente diferenciados. Cuando uno edita tanto, fatalmente tiende a acomodar los textos a las cosas que uno piensa sobre el periodismo o sobre la literatura. Eso es un peligro muy latente, que yo lamento mucho, pero veo muchísimo en las revistas anglosajonas. Seguimos editando, pero en algún momento yo me detengo. Me detengo simplemente porque me doy cuenta que, con algunos autores, si uno edita demasiado con ellos, arruina el texto. Entonces yo prefiero eso que llamo la imperfección dinámica a algo que probablemente esté mejor construido, tenga una estructura más nítida, pero cuya vibración vital es menor. Yo soy muy consciente de que hay textos que publicamos en la revista que se pudieron haber mejorado bastante. Pero también es cierto que si nosotros hubiéramos avanzado, hubiera sentido como si estuviera maquillando un cadáver, que se ve lozano y todo, pero está así. Y es lo que yo no quiero que se vea en los textos de nuestra revista.
Rescatando la ilustración
En El Malpensante, casi desde sus comienzos se empezó a insistir mucho con la ilustración, y hoy en día es una especie de marca-estilo de la revista. Todo el tiempo estamos probando con varios ilustradores. Diría que ahora se ha convertido como una especie de escuela para gente que está empezando, que hace sus primeras artes en la revista y ha sido muy constante que se proyecten en otros medios. Lo que quería resaltar era que, en Colombia, en los años 50 y 60 hubo una gran tradición entre los ilustradores. En la prensa, en las revistas aparecían bastantes las ilustraciones. Cuando se popularizó la fotografía, pasó un fenómeno muy curioso y es que la ilustración -haciendo la excepción de la caricatura- desapareció casi por completo. El resultado de eso es que son como 25 o 30 años de que en Colombia es muy extraño publicar una ilustración. Ese espíritu de contradicción que buscamos en los textos, también lo hemos llevado a la parte gráfica. Por esa razón, hemos venido publicando muchísima ilustración desde el comienzo. Yo haría énfasis en que, a menudo, el diseño se considera como amueblamiento, diseño de interiores, poner algunas cosas por sentido cosmético. Yo considero que la ilustración es parte de la información, por eso discutimos mucho con los ilustradores qué es lo que queremos lograr con eso. Porque además que imágenes que idealmente deberían ser hermosas, también deberían ser informativas.
Lo que se viene
Como todas las publicaciones, estamos en una encrucijada que es si seguimos persistiendo en el formato de papel o lanzarnos definitivamente a la web. En este momento estamos funcionando de una manera anfibia. La revista sigue saliendo de papel 11 veces al año, y, mientras tanto, tenemos una página web que cada vez estamos mejorando mucho. Por lo pronto te diría que eso significa que vamos a hacer dos revistas. Porque es un error pensar que lo que está en la web debe ser un espejo de lo que está en papel. En realidad, la revista en la web empieza a tener una vida propia. Y eso lo pensamos hasta el punto que ya tenemos una editora que se está ocupando en eso. Y estamos haciendo cuestiones que planificamos con mucho cuidado de nuestra intervención en redes sociales y su desarrollo posterior. Lo que viene es que habrá artículos hechos especialmente para la página web, habrá un blog que empieza a funcionar dentro de un mes, el que ya hemos venido haciendo internamente para ver cómo funciona. En ese blog habrá mucha cuestión de coyuntura, que normalmente no aparece. Yo intento ser un poco escéptico y no pronunciarme mucho al respecto porque nadie sabe cómo irá este asunto. Supongo que conforme van las cosas, lo iremos descubriendo.
Como en muchos países latinoamericanos, en Colombia sigue existiendo mucho fanatismo. El Malpensante es una revista que intenta mostrarte la complejidad en muchas cuestiones. En ese sentido, si El Malpensante contribuyera a que sus lectores tuvieran una cabeza menos cuadrada, yo me daría por satisfecho.
El Malpensante empezó con un director que se llama Andrés Hoyos, que sigue siendo el principal accionista de la revista, pero hoy en día él ya no está dentro de la revista, sino que es una especie de asesor espiritual. Ahora yo estoy enfrente. Yo tampoco pienso eternizarme porque sí sé, lo he visto siempre, que en el trabajo editorial hay un momento donde uno pierde la perspectiva. Entonces, yo espero que alguno de los chicos que están hoy con nosotros asuma después la bandera. Y él hará su Malpensante. Y llevará su Malpensante hasta la dirección donde a él le apetezca o que le parezca correcto. Entonces yo llegaré hasta algún punto en ese espíritu de tratar que la gente entienda que los problemas son complejos, que no tienen soluciones fáciles, eso que te describía como no formar una cabeza cuadrada. Me gustaría que la revista sea reconocida por eso. Que intento aclimatar ese espíritu dentro de la cultura también.»

lunes, agosto 29, 2011

Estirpe de novelistas


En la última edición de Babelia, una entrega de Carlos Fuentes a razón de su libro de ensayo La gran novela latinoamericana. Por otra parte, el renombrado escritor mexicano recibió el pasado sábado el Premio Formentor de las Letras.
Podemos estar o no de acuerdo con Fuentes, pero de lo que sí estoy seguro es que debemos tener el presente texto como referencia.

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Cristóbal Colón vio las sirenas del Caribe en 1495 aunque dice que "no eran tan hermosas como las pintan". En cambio, Diego de Rosales las ve "bien agestadas, con cabezas y crines largas" y al zambullir, noté "cola y espaldas de pescado". Fernández de Oviedo abunda en la descripción de maravillas. Tiburones "que tienen el miembro viril o generativo... cada uno tan largo como desde el codo... a la punta mayor del dedo de la mano". Las sorpresas abundan en estas primeras Crónicas del Nuevo Mundo. Cocuyos que iluminan las noches. Tortugas con nidadas de mil huevos. Perlas negras. Salamandras ardientes y frías a la vez. Es la noche de la iguana, exclamó Cieza de León.
Europa necesitaba un mundo nuevo que colmara sus ansias de fantasía. Pero si la narrativa de las Américas se inicia con la imaginación mítica, Bernal Díaz del Castillo pronto la ubica en la conquista épica. Su Conquista de la Nueva España se inicia con acento mítico: México-Tenochtitlán se parece a "los encantamientos... en el libro de Amadís". Pronto, el asombro del descubrimiento es vencido por el clamor de la conquista. Una victoria llena de dudas, pues Bernal nos describe la destrucción de un mundo al que ama por otro mundo al que obedece. Su libro es la memoria de la juventud de un hombre maduro, olvidado y ciego. El mito ya es épica.
Ambos -mito y épica- serán silenciados por las prohibiciones de la Corona. La "historia oficial" sustituye a la imaginación épica mítica y la obligación de los súbditos del rey es callar y obedecer, dice el virrey de México, marqués de Croix. Sólo que junto con los "libros de los valientes", descubridores y conquistadores, llegaron las ideas de la época, secretas a veces, creciendo a pasos largos y lentos. La idea de América coincide con la Utopía de Tomás Moro, que Vasco de Quiroga quería recrear en Michoacán. Coincide con El príncipe de Maquiavelo, que parecería el abecedario de los conquistadores: no digas, haz. La descendencia literaria de Maquiavelo se encuentra en el Tirano Banderas de Valle-Inclán, los Archivos de Gallegos, el Pedro Páramo de Rulfo, el patriarca de García Márquez y, en su versión moribunda y final, en el Trujillo de Vargas Llosa. Genio y figura hasta la sepultura.
Menos obvia, más profunda, es la herencia erasmista en América. Visible en la arquitectura colonial de Aleijadinho en Ouro Preto o de Kondori en el Alto Perú, es en la poesía de sor Juana Inés de la Cruz donde la influencia erasmista es más cierta:
En dos partes dividida

tengo el alma en confusión:
una, esclava a la pasión,
y otra, a la razón medida.

¿Pasión? ¿Razón? ¿En dónde estaba entonces la fe? Si en estas condiciones el cuestionamiento propio de la novela no era posible, sí lo fue la historia que empiezan a contar, con definiciones nacionales, Clavijero en México y Molina en Chile, jesuitas expulsados de los reinos que para ellos ya eran naciones distintas de España. Es natural que a partir de las guerras de independencia (1810-1821) los historiadores se encargaran de decir lo no dicho: Lastarria y Bilbao en Chile, Mora en México y, sobre todo, Andrés Bello, el venezolano aclimatado en Chile y fundador de su Universidad, y Domingo Faustino Sarmiento, cuyo Facundo es, acaso, el libro definitivo del siglo XIX latinoamericano. Sarmiento consagra la confusión de géneros (como El Quijote): es biografía, geografía, historia, política.
La novela de la independencia la inaugura el mexicano Fernández de Lizardi con El periquillo sarniento (1816) y prolongan el género varios escritores sumamente influidos por el romanticismo, el realismo y, al cabo, el naturalismo europeos. La gran excepción se da en Brasil y se llama Joaquim Maria Machado de Assis, cuyo Blas Cubas (1881) recupera la tradición cervantina de la mezcla de géneros, el humor, el héroe menor, las ilusiones y el engaño, así como la crítica del libro dentro del libro y el cuestionamiento de la autoría.
La novela realista y documental aún tendrá momentos importantes en la obra de Rómulo Gallegos y en los novelistas de la revolución mexicana. Pero dos de estos, Agustín Yáñez y Juan Rulfo, habrían de cerrar el ciclo con obras que a un tiempo tratan de un tiempo histórico (la revolución mexicana) y la trascienden con, más que, aunque también, la novedad del estilo, la estructura y la intención. Al filo del agua y Pedro Páramo cierran un capítulo temático (la revolución), pero abren un capítulo de la escritura como arriesgada búsqueda de lo no dicho antes. Así, la historia que nos contaron en el siglo XIX se convierte en la historia que nadie había contado antes: la pasión de Pedro Páramo por Susana San Juan, la soledad inmensa de los pueblos de Yáñez, la duda acerca del tema fundador: ¿quién es mi padre, quiénes son mis madres?
El heredero mayor de Machado de Assis es Jorge Luis Borges, quien da el paso de más. El universo aspira a la totalidad pero sólo lo explica la excepción. El Aleph es todos los espacios. Funes es todas las memorias, y la Historia universal de la infamia es todas las historias. Sólo que cada "absoluto" borgiano es vencido desde adentro por un amo personal (Beatriz Viterbo en El Aleph), por una disminución del absoluto (Funes) o por la particularidad excéntrica (La infamia). Al cabo, en Pierre Menard, Borges reescribe El Quijote, línea por línea, palabra por palabra. Sólo que la intención es distinta.
Más corrosivos, más libres, en cierto modo, del juego borgiano son Juan Carlos Onetti y Julio Cortázar. Onetti, en La vida breve, triplica al protagonista sin perder la diferencia entre los tres. Y Cortázar, en Rayuela y en sus cuentos, sólo emplea la diferencia entre las dos orillas (Europa-Argentina) para indicar, al revés de Borges, la universalidad de la diferencia. Los tiempos simultáneos de una operación quirúrgica hoy y de un sacrificio ayer nos hablan de este acierto cortazariano: lo diferente puede ser simultáneo o al revés.
Hablo aquí de los contemporáneos de Borges. Bioy Casares y José Bianco, pero sobre todo de sus descendientes, Tomás Eloy Martínez, Sylvia Iparraguirre, Ricardo Piglia, Luisa Valenzuela y Matilde Sánchez. La literatura más variada y fervorosa de la América española es la argentina. La más sui géneris (como el país mismo) es la chilena. País de poetas (Neruda, Huidobro, Mistral, Parra), la narrativa moderna arranca con José Donoso y Jorge Edwards y prosigue hoy con Isabel Allende, Arturo Fontaine, Antonio Skármeta, Sergio Missana, en tanto que en Perú, después de la gran obra de Mario Vargas Llosa, que va de La ciudad y los perros a El sueño del celta, se refundan los derechos no sólo de la imaginación, sino de la expansión, simultaneidad y precipicios de la lengua. Santiago Roncagliolo es un ejemplo.
Más arduo ha sido el problema de los jóvenes novelistas de Colombia. García Márquez es, a un tiempo, referencia, calidad y estorbo. Lo significativo de Gabo es que con Cien años de soledad recogió las grandes tradiciones de la selva y el campo para transformarlas en una narrativa doble, que por el hecho de serlo, disminuye a las anteriores. Porque el secreto de Cien años de soledad es su doble narración. Los Buendía son objeto de una primera narración que resulta, al cabo, ser la falsa narración del verdadero narrador, el taumaturgo gitano Melquíades, anuncio, en sí, de una serie de narraciones continuas anteriores, imaginables, imposibles, olvidadas y deseadas.
Heredar semejante excelencia es el problema de Santiago Gamboa y de Juan Gabriel Vásquez. Ambos superan la tradición, claro está, con nueva creación. El síndrome de Ulises de Gamboa o Historia secreta de Costaguana de Vásquez no niegan lo que heredan, pero saben que el parricidio puede ser un renacimiento.
La literatura mexicana, superada la fatalidad agraria por el arte de Yáñez y Rulfo, se ha centrado en la vida urbana (Villoro, Enrigue) aunque también en el pasado como memoria de la actualidad (Solares, Celorio, Lara Zavala). El punto de renovación, sin embargo, fue el Farabeuf o la crónica de un instante (1965) de Salvador Elizondo, antecedente extremo de una imaginación tan liberada que ella misma es su única frontera. Las "prohibiciones" nacionalistas del pasado fueron superadas, pos-Elizondo, por el grupo autodenominado El Crack y su compañero Xavier Velasco. La literatura escrita por mujeres (que no literatura femenina) ha acompasado este cambio.
Regreso adonde empecé: el Caribe, cuna de nuestra cultura. Son dos de sus novelistas mayores en castellano, ya que el Caribe es región de muchas lenguas y muchos perfiles. Del Caribe son William Faulkner y Jean Rhys, Édouard Glissant, Saint-John Perse, Derek Walcott y Aimé Césaire. También, y cubanos, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.
Lezama, poeta (Enemigo rumor, 1941) y ensayista (La expresión americana, 1957), escribió una de las más difíciles y complejas novelas latinoamericanas, Paradiso (1966). Hablo de ella por muchos motivos. La riqueza del lenguaje, las formas proteicas del libro, su atrevimiento mayúsculo en todo lo necesario para crear la obra mayor del barroco literario latinoamericano. Se recomienda leer primero a Luis de Góngora y Argote ("no puede durar el mundo... que suena a vidrio quebrado y que ha de romperse presto") y un poco a Francisco de Quevedo ("abuelo de los dinamiteros", según César Vallejo). Dura el mundo sin embargo, a pesar de los dinamiteros y el vidrio quebrado. ¿Hermético, metafórico, neoplatónico? Lezama descubre sus propias claves, y las nuestras, en un ensayo fundador de nuestra cultura, La expresión americana, donde todo lo que parecía lugar común reaparece como luminoso renacimiento: la cultura como destino porque tiene orígenes, la literatura como alusión de la realidad, la imagen como relación. Todo lo que creíamos saber de la América española, nos pide Lezama, debemos repensarlo y aun así no lo conoceremos del todo, jamás.
El otro gran cubano es Alejo Carpentier. Como Lezama, Carpentier redescubre un mundo nuestro. Lo coloca en la historia (Guerra del tiempo, El siglo de las luces), en el drama político (El acoso), en la imaginación de las culturas (El reino de este mundo), en la parodia voluntaria (Concierto barroco) y en un audaz remontarse al origen de la vida en Los pasos perdidos. Quizás ésta sea la novela clave para entender la obra de Carpentier. Una novela contiene a todas las novelas porque toda literatura, aunque no lo sepa, es idéntica a su origen más remoto. Y éste, en Los pasos perdidos, es el primer fuego en la montaña, la primera palabra en la selva, el primer baile ceremonial para celebrar el origen (siendo el origen sin saberlo). Majestuosas creaciones literarias las de Carpentier. La negra magia religiosa de Ti Noel. La magia negra política de Víctor Hugues. El derecho a la resurrección en Guerra del tiempo. El derecho al amor de Sofía y Esteban del narrador y la narrada en Los pasos perdidos. La soledad del perseguido acompañado sólo por la música de Beethoven en su acoso. Y un poder solitario, resuelto por un dictador latinoamericano que en su apartamento parisiense necesita unas palmeras y un perico para sentirse "en casa" (El recurso del método).
Incluyo en este libro a dos autores que parecerían (y son) atípicos. La brasileña Nélida Piñon, porque es gallega de origen y más cercana a este volumen que sus grandes antecedentes Jorge Amado, Clarice Lispector y João Guimãraes Rosa. No nos entenderíamos sin Brasil y Brasil no se entendería sin nosotros. Por eso, además, de Nélida, hablo en este libro de Aleijadinho y de Machado de Assis, y en cuanto a Juan Goytisolo, si escribe en castellano, habla también en hebreo y árabe. Ateo de cultura cristiana y heredero, nolens volens, de Grecia y Roma. Es nuestro porque señala como nadie nuestra heredad, en este volumen evocada.
* Carlos Fuentes (Panamá, 1928) ganador del Premio Cervantes en 1987, es autor de novelas como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, Los años con Laura Díez y La Silla del Águila. Y de los ensayos El espejo enterrado y Los cinco soles de México. También acaba de publicar su libro de cuentos Carolina Grau (Alfaguara).

Canon siglo XX

- El Aleph
Jorge Luis Borges
- Los pasos perdidos
Alejo Carpentier
- Rayuela
Julio Cortázar
- Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
- Paradiso
José Lezama Lima
- La vida breve
Juan Carlos Onetti
- Noticias del imperio
Fernando del Paso
- Yo el supremo
Augusto Roa Bastos
-Pedro Páramo
Juan Rulfo
-Conversación en La Catedral
Mario Vargas Llosa
-Santa Evita
Tomás Eloy Martínez

Canon siglo XXI

-Historia secreta de Costaguana
Juan Gabriel Vásquez
- En busca de Klingsor
Jorge Volpi
-Oír su voz
Arturo Fontaine
-El desierto
Carlos Franz
- Las muertes paralelas
Sergio Missana
-Amphitryon
Ignacio Padilla
-El síndrome de Ulises
Santiago Gamboa
-Abril rojo
Santiago Roncagliolo

domingo, agosto 28, 2011

sábado, agosto 27, 2011

Cine Club-Letras PUCP - Los años 60. Francia

Recuerdos del futuro


Días atrás tuve la oportunidad de revisar como se debe el diario semanal Hildebrandt en sus trece. Había olvidado una novelita de bolsillo y me encontraba en una cola interminable, de esas que solo hay en esta ciudad.
Empecé a leer y me pareció un periódico más que interesante, con sus cimas y bajones tan característicos de su conocido director.
Sin embargo, una pequeña columna llamó mi atención. Nadie la firma, aunque por el estilo podemos saber de quien se trata.

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Había una vez una librería que tenía a otra librería en su seno. La primera tenía lo que tenían todas: libros actuales, portada vistosas, títulos marqueteros, autores de moda, clásicos del lugar común, lo último de la ensayística posmoderna. Pero, al costado, un librero devoto, hijo del fundador, había construído un fastuoso imperio del pasado: el paraíso del libro viejo, de la joya inencontrable, de la química arqueológica. Esta segunda era no solo una librería: era un viaje a bordo de la máquina del tiempo. Cuando murió el fundador, vinieron los problemas y la librería de antiguedades y reliquias empezó a ser mirada con hostilidad porque ocupaba mucho espacio y no daba dinero. Años después, con ocasión de una mudanza, la oportunidad llegó redonda  y, aduciendo razones de espacio, el santuario de decrepitudes invaluables desapareció. De ese modo, la librería que ayer había sido única se convirtió en un almacén ordinario en el que los libros mayores de tres años llegaban a avergonzarse y donde relucían títulos dedicados a la bolsa, a las mascotas y a la historia de la electrónica. Un horror.

viernes, agosto 26, 2011

¿Y la actitud vigilante?



Sorprende, pero en realidad no debería sorprender. Resulta vergonzoso el silencio de la izquierda peruana ante la designación de Eduardo Roy Gates como consejero, en temas jurídicos, del presidente Ollanta Humala. En este tipo de silencios nuestra izquierda se muestra como lo que es: un pantallazo de dignidad, una fuerza interesada y capaz de olvidar sus principios, tal y como lo hizo al apoyar a un tipo de quien se tenía sospechas razonables sobre violaciones a los derechos humanos.

Pues bien, esta misma izquierda se comprometió a tener una actitud vigilante en caso de salir elegido presidente el señor Humala.

Y hasta el momento, esta izquierda rayana no hace nada. Aplauden –y quién no en su sano juicio− las últimas movidas de nuestro señor presidente. Obviamente, no vamos a caer en la mezquindad, Humala ha dado primeras muestras de responsabilidad y compromiso con el pueblo peruano, como la reconstrucción de Pisco.

Sin embargo, causa extrañeza la convocatoria de un abogado como Roy Gates, cuya hoja de vida profesional no calza con uno de los principios fundamentales del plan de gobierno de Gana Perú: la lucha contra la corrupción.

No quiero ser malpensado. Pero ¿contra qué quiere blindarse el gobierno? ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurre recurrir a un lego que ha representado a gente como Manuel Sánchez Paredes y otras joyitas más?

El más ingenuo podría decir que estamos ante una torpeza. Total, ¿qué gobierno debutante no la tiene? Pero no. No es en absoluto una torpeza. Algo muy feo huele allí. Y las sospechas se afianzan aún más cuando uno de los baluartes morales del partido de gobierno, como Salomón Lerner Ghitis, se pone a defender lo indefendible.

Por ello, este aberrante silencio coloca a la izquierda peruana a años luz de lo que esta alucina ser y la pinta como una izquierda posera, sin letra, frívola, sin consecuencia y ataviada de cinismo.

¿Las izquierdas de Brasil, Uruguay, Paraguay y España hubieran incurrido en el silencio que la peruana? No. Esta izquierda aún tiene muchísimo que aprender.

Vida y hechos de José Mourinho


Contundente, por decir lo menos, el último artículo de Juan Gabriel Vásquez sobre José Mourinho. Vía El Espectador.

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De José Mourinho sabíamos que era un mal perdedor, un grosero y un chabacano, un encantador de serpientes, un experto en crispaciones y un manipulador barato.

Después del partido pasado (después de la victoria del Barça en la Supercopa, tan manchada y contaminada por la filosofía de la agresión que Mou ha inyectado al Madrid) sabemos otras cosas: que es un cobarde, un trapacero, un pueril, un tipo peligroso y además, sí, un pésimo estratega.
Un cobarde y un trapacero, sí, porque es de cobardes y trapaceros la manera en que se acercó a Cesc, que no sólo no lo estaba viendo, sino que estaba tirado en el suelo, y trató de pisarle la cabeza. Un trapacero y un cobarde porque es de trapaceros y cobardes aprovechar el tumulto, cualquier tumulto, para meterle el dedo en el ojo a un contrario. Es un pueril porque sólo puede llamarse puerilidad su actitud después del partido, la rueda de prensa en que fingió (como un niño, un niño malcriado) no haber hecho nada ni saber quién era Vilanova, e incluso llegó a ridiculizar su nombre (“Pito”, lo llamó, con los aires y las maneras de un matón de escuela primaria). Es un tipo peligroso porque ha recurrido con toda conciencia a la confrontación violenta entre el Madrid y el Barça, porque en cada una de sus declaraciones y sus ademanes ha buscado provocar y crispar, y eso no viene sin consecuencias en esta rivalidad. Los dos equipos tienen sus ultras y sus radicales violentos; y si bien a Messi o a Guardiola los tienen sin cuidado las salidas de tono de Mourinho, allá afuera hay un skinhead que está respondiendo cada vez mejor a las palabras del portugués.
Y es, para terminar, un pésimo estratega.
Y esto sí es una sorpresa. Hasta ahora parecía que un sector nada despreciable del madridismo en particular y de la afición en general —en España, pero no sólo en España— le perdonaba sus desmanes, sus desplantes y su general inelegancia con el argumento de que todo eso era parte de una inteligente estrategia para enfrentarse a su archienemigo: Mourinho estaba sacando al Barça de quicio, y eso, aunque es un recurso de fracasados, no está prohibido. Como estaban de acuerdo en que Mourinho era el mejor técnico del mundo, todos los interesados en cortarle la racha al Barça de Guardiola decidieron recibir su discurso antideportivo y sus infantiles calumnias como si se tratara de, por ejemplo, un cambio de alineación. Pero hasta el más despistado se da cuenta de que el macabro plan del gran estratega ha tenido el resultado contrario. Si el principal problema de Guardiola era cómo motivar a este equipo que ya lo ha ganado todo, que no se preocupe: de eso se ha encargado Mourinho.
En el camino, sin embargo, van quedando las víctimas colaterales de esta guerra. Primera víctima: el espíritu de equipo de la mejor selección española de todos los tiempos, envenenado por el rencor que hay ahora entre Casillas y Ramos, de un lado, y Puyol, Xavi, Iniesta y Piqué del otro. Segunda víctima: la reputación del Madrid, que en todo el mundo —de Inglaterra a México, de Argentina a Australia— se está ganando el menosprecio de los neutrales. Y esto es, quizá, lo que no le perdono a Mourinho: que haya convertido un equipo de fantasía, encabezado por un caballero del fútbol como es Casillas, en una triste reunión de resentidos.

jueves, agosto 25, 2011

El nudo apretado de los 90


La soga de los muertos (Alfaguara, 2011) es la primera novela del escritor y periodista chileno Antonio Díaz Oliva (imagen).
Hace un par de días la terminé de leer, y estoy seguro que no tardará en ubicar a su autor como un referente de la nueva narrativa de su país. Y espero que tarde o temprano esta publicación circule en Perú.
Para que tengan una idea tanto del autor y su libro, esta recomendable nota de Alejandro Joffré para Paniko.cl. Si gustan, pueden descargar un capítulo del libro aquí.
(Yo también daré cuenta de la novela de ADO, en las próximas semanas.)

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En plano subjetivo avanzamos rajado por calles polvorientas. Estamos en un pasaje de La Reina, el calendario fecha los 90 de Frei y una muralla llama nuestra atención. Digamos que hace ruido, molesta. La bicicleta se detiene justo en el muro cuando aparece un corazón con patas y brazos que más al costado dice “Parra al Nobel“.
Había una foto de un viejo canoso, había un padre y había un niño: el de la escena anterior, que protagoniza una de las tres historias de “La soga de los muertos“, la novela de Antonio Díaz Oliva que estrecha un lazo apretado con otros dos relatos, narrados de manera urgente y ágil en microcapítulos. La visita del poeta beatnik Allen Ginsberg a Chile en 1960, cuando apareció invitado a un encuentro internacional de escritores organizado por la Universidad de Concepción y, tiempo después, terminó buscando ayahuasca en los bosques de Temuco. Y la cruzada del grupo de adultos para que Nicanor Parra ganara el Premio Nobel de Literatura en 1994, la cara más terminal y perturbadora de esta novela, con una campaña que moviliza por toda la ciudad rayados en muros y hasta panfletos voladores.
La delirante anécdota lleva el nudo ciego de una utopía. Las páginas, un tono gris y triste.
Los tres relatos funcionan como hebras y, a su vez, se leen como en un View-Master, jugando a saltos con el tiempo y con las páginas en blanco, como en el DeLorean de la película “Volver al futuro“.
Del otro lado está Antonio Díaz Oliva, que es chileno, que nació en 1985, en Temuco, que es periodista, que el año pasado también publicó la investigación “Piedra roja: El mito del Woodstock chileno“, en Ril editores, que ahora se ganó una beca Fulbright para estudiar literatura creativa en Estados Unidos, que ya trabaja su segunda novela que se llama “Papeles panamericanos“, que se ha especializado en temas culturales, que presentó un par de libros de la argentina Hebe Uhart y la boliviana Liliana Colanzi, que publicó en Alfaguara, y que, en esto de los saltos de tiempo, hace poco más de dos años estaba de este mismo lado- el de entrevistador- en estas mismas páginas.
A fines de septiembre, a propósito, se re-estrena Volver al futuro en los cines chilenos y en una escena de “La soga de los muertos” un niño distingue una foto de Nicanor Parra en la pieza de su viejo, y le parece tan similar al Doc de la película, “canas, entradas en la frente y las mismas arrugas repartidas en el rostro“, que funciona como una perfecta alegoría a la cultura popular de la época.
¿Qué significan para tí esos dos íconos pop?
—Bueno, para mí Nicanor Parra es Chile. O más bien, los Parra representan muy bien lo que es Chile. Y Volver al futuro es los 80 y los 90 para mí. Los 90 porque la primera que vi fue “Volver al futuro” (parte 3) en un cine en el centro. Aluciné y fue como drogarme. Luego, a propósito de que estaba la tercera en cartelera, me imagino, dieron la segunda en TVN, y la vi y quedé peor. Como todos, quería un skate volador y no pasó mucho hasta tener zapatillas con luces, claro. Es raro, pero en ese entonces uno podía tener epifanías en frente de un televisor. ¿Tendrán ahora, las nuevas generaciones, epifanías frente al computador?
¿Te topaste alguna vez con Parra? ¿Qué onda?
—Sí, una vez -en la Universidad Diego Portales- Rafael Gumucio organizó un encuentro con Nicanor Parra, abierto a todo público. Aproveché y llevé dos libros para que me firmara y varias preguntas sobre Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, que es el otro beat que vino a Chile, pero se quedó poco, allá por 1960.
Luego de que hablara, me acerqué y le pregunté por Ginsberg. No se acordaba mucho, aunque recitó un poema de corrido de Ginsberg y otro de Ferlinghetti. De ahí me firmó los libros y la Colombina se lo llevó de una. Y nada: fue raro. Pero Parra tiene buena memoria. O una buena memoria selectiva. Fue extraño verlo de tan cerca. En ese encuentro, también, se reforzó mi idea de comparar a Parra con el Doc de “Back to the future“, como sale en una de las entradas de la bitácora del niño, parte que, por lo demás, leí en la presentación del libro hace unos días.
A propósito de “Volver al futuro”, su guión parte de la idea de Robert Zemeckis de haberse hecho amigo de su viejo si los dos hubiesen ido al mismo colegio juntos. ¿Puede ser un gesto atávico publicar esta novela, debutar en el paisaje literario?
—Sí, es raro lo de “Volver al futuro“. No lo había pensado de esa forma, porque no sabía el dato ese. Un dato que, por lo demás, le viene justo a la novela, ya que el rollo padre-hijo es uno de los ejes centrales. No sé. La novela tiene algo de volver: volver a la infancia, volver a los 90, volver a esa época donde ver “Volver al futuro” en TVN era algo que te cambiaba la vida (tu corta vida). Así que, sí, supongo que tiene algo de eso: de gesto atávico.
Mucho antes de las horas de microfilm que terminaron en tu investigación del año pasado, “Piedra Roja: El mito del Woodstock chileno”, la biblioteca de periodismo en la universidad era tu punto fijo. También es un dato biográfico que en las sobremesas de ese tiempo- no más de dos, tres años- ya estabas contaminado con el chispazo de publicar literatura.
Bolaño decía que “escribir no es normal. Lo normal es leer y lo placentero es leer”.¿Qué hizo crac para ponerte a escribir?
—Yo creo que si uno lee mucho, va a querer escribir. No tiene por qué ser ficción, pero uno siempre va a querer escribir, crear. El mismo Bolaño leyó mucho, mucho, en su etapa formativa y se puso a escribir y terminó escribiendo mucho. Y lo de la biblioteca, you got me: siempre he sido un poco nerd. Me encantan las bibliotecas como lugares. Voy mucho a la de Providencia. Pero volviendo a lo de ser escritor, bueno; viene porque me gustaba leer y porque sabía que quería hacer algo con las palabras. La vocación estaba ahí, tal vez un poco subterránea, pero estaba ahí. En un momento salió a la superficie. Y acá estoy.
“En el mundo según Garp, todos somos casos terminales”, dice un personaje de John Irving, que también abre tu novela con otro epígrafe de ese mismo libro. ¿Es La soga de los muertos una historia de personajes terminales?
—Sí. O por lo menos me gusta pensar eso. Quería que fuera una historia triste. O se me fue dando ese tono. Es, tal vez, porque me parece que el gran sentimiento que cruza a la literatura chilena es la tristeza. O una suerte de melancolía. Desde la forma en que los personajes de Manuel Rojas ven el mundo, lo mismo para González Vera y varios más.
En el capítulo El beat, un gringo loco vende una copia artesanal de “Cartas del Yagé” de William Burroughs y Allen Ginsberg en el Santa Lucía. Cuentas que de ahí viene el título de “La soga de los muertos”. ¿Es real?
—Difícil responder. Digamos que esa anécdota es casi 70% ficción, pero tiene algo de verdad. Digamos que una vez conocí un gringo bastante gagá que vendía copias, hechas por él, de traducciones de poetas beats.
Entre las disgresiones sobre Ginsberg, una de las tres historias de esta novela, qué hay de falso y qué hay de cierto en lo que investigaste sobre su visita a Chile: ¿Realmente quería drogarse en un bosque de Temuco, se juntó con los Parra, olía tan mal?
—Jaja. No sé. Y no te voy a decir. Pero hay cosas que sí y cosas que no. Y digamos que entre esas dos tipos de cosas hay una línea que las divide y digamos que, a ratos, corrí la línea. O sea: hay cosas de esas que hizo Ginsberg y otras que no.
¿Qué fue lo mejor y lo más perturbador de su visita a Chile? Entiendo que te documentaste con Apsi.
—Hay poca información sobre la visita de Ginsberg. Está
el artículo de Vadim Vidal, que es muy bueno. Hay una entrevista que, en su momento, le hizo Jorge Teillier. Y algunas pequeñas crónicas de la época, pero no mucho. Pese a que Fernando Alegría había traducido El Aullido rápidamente, en Chile no se conocía tanto a Ginsberg (¿qué tanto se le conoce hoy?). Es como si hubiese venido, no sé, Bob Dylan unos meses antes de ser famoso y luego haya ido cobrando más y más fama. En verdad, me interesa la generación beatnik, lo que me lleva a decir que me interesa el canon de la literatura estadounidense. Ah, y tal como dices, hay una entrevista a Allen Ginsberg de a fines de los 80 en la Apsi. De ahí saqué el epígrafe al final, cuando dice que fue a Temuco y que ahí encontró sustancias “novedosas”. Eso, esa frase, es verdad. También es divertido porque Ginsberg era y siempre fue homosexual. Y venir al Chile de 1960, bien conservador, era como un reto para un poeta gay. Y Ginsberg que venía de San Francisco u otros lugares donde no era tan mal visto, se topó con un país ultra cartucho.
Zambra cuenta en “Árboles cerrados” que encontró, en el diario, la fotografía de un árbol cubierto por una tela transparente, de la serie “Wrapped Trees” de Christo & Jeanne-Claude. Y que de ahí llegó a la historia de su novela “Bonsái”. ¿Cómo nace “La soga de los muertos”?—Nace de escuchar la historia de Ginsberg recorriendo Chile, nace de recordar las historias cuando alguien de mi familia estaba metido en un grupo que buscaba el Nobel para Parra, nace de, claro, de mi infancia (por eso la foto de portada es el pasaje en La Reina donde viví todo ese período). Pero también nace de los cómics, de películas como “Akira” que uno tuvo que ver cortadas a la mitad, ya que duraba casi tres horas, en Chilevisión, nace de lecturas como Salinger, Bolaño y Fresán, quienes tienen un cameo en la novela que pocos han podido hallar (una pista: los cuadros que ve el niño). Por eso lo de puzle narrativo: son varias piezas, referencias de todo tipo, las que se unen y forman un cuadro.
¿Paga algún tipo de deuda este libro?
—Sí, puede ser. Con los noventa especialmente. Por lo menos para mí era una deuda: la de poner por escrito, de forma encubierta, o sea, con el velo de la ficción, lo que era ser un pendejo en los 90. También hay otra deuda, claro, pero es de índole más familiar y tiene que ver con el grupo PARRA.
El graffiti tiene como antecedente directo la frase “La imaginación al poder” de los disturbios de mayo del 68 en París. En La soga de los muertos el “Mr. Nobody” de Parra también intenta una reivindicación cultural: que el antipoeta gane el Nobel de Literatura. Como lector, crítico y narrador: ¿qué injusticia cultural te escandaliza hoy?
—Ummm. Qué tan poca gente lea. Que cada vez que me subo al metro hay más gente tuiteando o viendo sus iPhones, que leyendo un libro.
¿Debió/debe Parra hacerse del Nobel?
—No sé. Si soy sincero, prefiero algo más radical: démoselo a Thomas Pynchon y que ojalá lo vaya a recibir con una bolsa de basura en la cabeza. O, ya que estamos, a Bob Dylan. Parra no lo ganó. Y será difícil que lo gane. Chile tiene dos premios Nobel y el año pasado se lo dieron a Mario Vargas Llosa, quien me parece un gran escritor, especialmente en novelas como La ciudad y los perros o su lado de memorista/ensayista tipo La verdad de las mentiras. Por lo que la cuota de América Latina ya está bien copada. Creo.
¿Qué lecturas actuales te han volado la cabeza?
—Me gustaron mucho los ensayos de Fabián Casas que leí hace poco (“Ensayos bonsái”). Leí la última novela de Patricio Pron (“El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia”) y me gustó harto; es una historia de padre e hijo, pero que en un momento se convierte en un policial sobre la dictadura argentina. También estoy con un ensayista/narrador mexicano que se llama Heriberto Yépez, quien hace unos cruces increíbles de cultura pop con cosas más literarias y académicas. Y hace poco devoré la última de Jonathan Lethem: “Chronic city”, que está muy, pero muy rara.
¿Como periodista: qué te atrae de publicar ficción?
—Un cliché: hay cosas que en la no ficción no alcanzan. Por ejemplo: la única forma de reconstruir lo que fue ese grupo que quería que Parra ganase el Nobel, por lo menos para mí, era usando material de la ficción. Es verdad: podría haber hecho una reconstrucción de lo que sucedió en serio e investigar. Pero, con eso, debería haber traicionado a mi memoria y darme cuenta de las cosas que he inflado con el tiempo y las que he distorsionado. Tal vez no quiero recordar cómo fue exactamente, sino recordar desde la confusión de la memoria.
Hablamos más arriba del paisaje literario. Ahora mismo, en Chile, sub 30, la topografía de esa superficie muestra varios accidentes, incluyendo a Pablo Toro, Daniel Hidalgo, Diego Zúñiga, Maorí Pérez, Felipe Becerra. ¿Te parece que es el momento de hablar de una generación?
—Puede ser. Pero no es mi tarea. O sea: sé que hablar de generaciones es lo más fácil cuando uno quiere presentar un cierto de grupo de escritores que comparten ciertas cosas en común. Pero incluso en las generaciones más consagradas hay divergencias grandes, gigantes; de García Márquez a José Donoso había un mundo, pero los dos eran del Boom. Es innegable, eso sí, de que algo está sucediendo con esos escritores. La cosa se está moviendo en los que son menores de 30 años. Pero hay que darles tiempo. Wait and see.
¿Y a quiénes de ellos recomiendas y descartas?
—Creo, también, que todos esos escritores están (algunos más otros menos) en una etapa primeriza (incluyéndome). Todos tienen buenos primeros libros. Y libros que se defienden solos. Diego Zúñiga, Daniel Hidalgo, Francisco Díaz Klaassen, Juan Pablo Roncone, Maorí Pérez, Felipe Becerra y uno que otro que se me va. En cuanto a descartar, joder, es muy temprano para andar cortando cabezas. Dejemos que los niños jueguen antes de que llegue el lobo, ¿no?
Se supone que la primera novela viene con toda la carga de ADN del autor. ¿De qué tratará Papeles panamericanos?
—Yo creo que el ADN de un escritor menor de 30 se va gestando en las primeras novelas, no sólo con la primera novela. En mi caso, creo, mi ADN tiene mucho de melancolía. Un poco como lo de F.S. Fitzgerald. Hay una escena muy linda en “Crack-Up” en que va en un taxi saliendo o entrando a Nueva York y ve el cielo –que es de color malva- y se pone a llorar porque sabe que nunca va a ver algo así de nuevo. Pero la melancolía es horrible porque es como la azúcar; dulce, adictiva y más vale no consumirla en grandes cantidades. En fin. Cambiando de tema: “Papeles panamericanos” o “Panamericana” (aún estoy viendo el título) trata sobre otras cosas y transcurre en otros territorios. Para ser más específico: sucede en la frontera entre Estados Unidos y México. Una parte está inspirado en un trabajo de voluntario que me tocó hacer en la frontera, en Tucson; trabajé en una ONG, como parte de una beca que gané, poniendo barriles de agua para que los inmigrantes no murieran deshidratados. Era horrible. Muchos inmigrantes mueren de sed y calor. Y el ambiente de la frontera me recordó un poco, a la partes macabras de 2666 de Bolaño. Pero más que nada, lo que quiero hacer es ahondar en la palabra frontera. No sólo de países, también en todo sentido, ya que las fronteras de todo tipo se están diluyendo cada vez más.

Una ética literaria para la vida


No sé si quede un ejemplar más, pero puedes encontrar Por cuenta propia. Leer y escribir de Rafael Chirbes, en la sección Ensayos de la librería La casa verde.
Sobre este libro, escribe el narrador argentino Patricio Pron en El Boomerang.
Y si les parece, pueden leer esta entrevista que le hice a Chirbes sobre su celebrada novela Crematorio.

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Aunque desde su mismo subtítulo el nuevo libro del escritor español Rafael Chirbes equipara los términos "leer" y "escribir", Por cuenta propia presenta una relación asimétrica entre ambos. En estos dieciocho textos escritos a partir de 2002, Chirbes se interesa más por el primero de estos términos sin soslayar, sin embargo, la productividad del acto de leer. Así, Por cuenta propia se convierte en un mapa de lecturas del que emergen varias cuestiones.
Una de ellas, y probablemente las más obvia, es la del precursor. A menudo la obra crítica de los escritores de ficciones tiene como finalidad excluyente recortar un fragmento del pasado literario que otorgue sentido e importancia (en otras palabras, que constituya un "espacio de lectura") para la obra propia, y Por cuenta propia no escapa a este uso específico del ensayo: de hecho, Chirbes dedica todo un apartado a esta cuestión, titulado significativamente "Maestros", y en uno de sus mejores textos compara favorablemente a La Celestina con El Quijote, al destacar que "[c]omo más tarde hará Cervantes con la novela de caballerías, Rojas somete a una relectura la tradición, y aniquila todo el corpus de convenciones literarias del medievo, con su trasunto moral" (46).
A Chirbes le interesa del texto de Fernando de Rojas "el manejo de los materiales literarios como palanca para romper un acuerdo a la vez estilístico y social" (46). La equiparación entre gusto literario y orden social que realiza aquí el autor remite a los referentes principales de su forma de comprender la literatura, Raymond Williams y Terry Eagleton, cuyo interés en la creación del gusto estético como forma de control social permea todo el libro. Chirbes no establece distinciones entre los enfrentamientos que tienen lugar en el campo de la literatura y aquellos que se producen en la sociedad; por el contrario, da cuenta de cómo las cuestiones estéticas están supeditadas a las políticas, como sucede en el caso de Benito Pérez Galdós, desprestigiado tras el final de la Guerra Civil Española por el uso que la República había hecho de su obra y reivindicado más tarde por "un activo e inquieto núcleo de novelistas [...] para proclamar la reconstrucción de una narrativa de corte realista y cargada con un decidido afán de denuncia" (120-121).
La reivindicación de Galdós practicada por el autor en uno de los mejores ensayos del libro recorta el grupo de escritores al que Chirbes se siente afín: Juan Marsé, Ramiro Pinilla, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa y Luis Martín Santos, a los que en el apartado titulado "Contemporáneos" suma a Carmen Martín Gaite, Manuel Vázquez Montalbán ("su Crónica sentimental de España me había enseñado que el sórdido mundo de mi infancia, las películas vistas en sesiones dobles, los cuplés, los tebeos, eran materiales para la construcción de una cultura de los de abajo", 170) y Andrés Barba. Esta reivindicación apunta también al tipo de literatura que el autor rechaza: "lo literario como valor autónomo", "el tema del yo con mayúsculas" (124), "una literatura que reclama su derecho a librarse de todo vínculo con el entorno" (127), aquella que "agoniza por una sobredosis de inteligencia" (212).
A este tipo de literatura Chirbes le contrapone otro, remanente de un período histórico en el que "la novela anunciaba aún cierta verdad que estaba a punto de llegar" (207) y cuyos representantes son, para el autor, James Joyce, Michail Bulgákov, Alfred Döblin, John Steinbeck, William Faulkner, Upton Sinclair y John Dos Passos. Chirbes procura con ello reivindicar la función de los textos como expresión de un programa ético de acción práctica ("algo que reconciliara la política con la vida" lo llama en otro lugar, 173), de allí que no deba sorprender que Por cuenta propia proyecte estas cuestiones en un apartado dedicado a asuntos mayormente políticos: la recuperación de la memoria por parte del partido gobernante para "volver a comprarse la legitimidad malgastada" (217) la manipulación de la figura de Max Aub por parte del mismo, la ilusión retrospectiva de una "resistencia interior" al franquismo (223), la desaparición de la figura del obrero de la discusión en torno a lo público, etcétera.
Aunque algunos lectores considerarán que estos textos constituyen una desviación del tema que preside el libro, lo cierto es que, en la concepción de la literatura que emerge de la obra, estos textos son necesarios, por cuanto recortan el fondo del que ésta emerge; pese a ello, el libro se crece ante los ojos del lector allí donde Chirbes se ocupa principalmente de literatura. En "Después de la explosión", por ejemplo, donde el autor evalúa la aparición de la Primera Guerra Mundial y la conmoción que ésta dejó en sus contemporáneos en obras de autores como Marcel Proust, Thomas Mann, Italo Svevo, Henri Barbusse, Robert Graves y Jaroslav Hašek; en el ensayo en el que se ocupa de Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes o en los pasajes en los que literatura y sociedad se iluminan mutuamente. "La narrativa se ha convertido en un arte inane: se ha reconciliado con el público, precisamente porque dice poco de lo público" (266) escribe el autor poco antes de destinar el epílogo a dar cuenta de su relación con Jorge Herralde, su editor de toda la vida. Por cuenta propia, pero también Crematorio y las otras obras del autor, son ejemplo de la posibilidad de otro tipo de literatura, una literatura ética que se plasme en los libros pero proyecte sus efectos mucho más allá de ellos.

miércoles, agosto 24, 2011

Missing... ¿missing?


En Apuntes autistas, blog del escritor y cineasta Alberto Fuguet, encuentro un artículo de Ignacio Echevarría, publicado en El Mercurio, sobre Missing, aunque también aborda otros aspectos. Definitivamente, estamos ante el Libro de Fuguet.

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Leí semanas atrás Missing , de Alberto Fuguet. Lo leí con placer y admiración, pues se trata de un libro excelente. Discurre muy originalmente sobre asuntos importantes y candentes -la familia, la emigración, la desaparición-, y lo hace con inapelable solvencia. No es frecuente que un autor acierte de modo tan rotundo a adaptar el proyecto que lo ocupa a la medida de su talento, de sus propios recursos. Buena parte del encanto del libro consiste en la manera en que su propia forma se abre camino, imponiéndose de modo muy natural, pese a su complejidad.
Había oído hablar muy bien de Missing . Lectores de confianza me lo habían recomendado, y aguardé a que se distribuyera en España para hacerme con un ejemplar. Pero pasó más de un año sin que eso llegara a ocurrir. Si no me equivoco, el libro se publicó en Chile en noviembre de 2009 y la edición española es de abril de 2011. Fuguet ha tenido tiempo, entretanto, de publicar un nuevo libro: Aeropuertos (2010). De modo que cuando leí por fin Missing , quedaba lejos de ser una novedad, al menos en Chile. Sí lo era en España, donde llegó antecedido por una muy elogiosa tribuna de Mario Vargas Llosa, y adonde acudió el mismo Fuguet a promocionarlo. Pese a lo cual, Missing no ha sido saludado exactamente como una novedad, o no al menos por los más conspicuos suplementos literarios, que me da la impresión de que no le han prestado la atención que uno hubiera esperado.
No es ocioso especular sobre las razones de este “desfase”. Al parecer, ciertos problemas de Fuguet con la agencia literaria de Guillermo Schavelzon pudieron tener alguna incidencia en los planes de edición. Pero es más probable que la explicación resida en las a menudo indescifrables estrategias de los grandes sellos multinacionales del libro (Alfaguara, en este caso), que no siempre parecen actuar con criterios comprensibles.
Lejos de contribuir a una mejor circulación de los autores y libros que publican, los grandes sellos multinacionales tienden en muchos casos a entorpecerla. Las sucursales de cada país operan con criterios propios, muy cautos cuando se trata de importar autores de otros países de habla española. Se diría que falta a menudo una visión de conjunto, y una mayor coordinación de las apuestas respectivas, tanto más imperiosa en la medida en que la literatura latinoamericana, en su conjunto, está viviendo, de unos años a esta parte, una evidente revitalización de sus caudales, ya que no de sus cauces.
Hace tiempo que se viene denunciando cómo dichos sellos, a la hora de contratar los derechos de un libro, se reservan automáticamente su explotación en todo el ámbito de la lengua española, alentando la lógica expectativa de una mejor distribución. Pero es muy frecuente que esa distribución se limite al país en que el libro ha sido contratado, y éste quede en cierto modo bloqueado, impedida su publicación por otros sellos, en otro países.
No es el caso de Fuguet. Autor de ya larga trayectoria, y bien conocido fuera de Chile, uno pensaría que sus libros son de los que podrían aspirar a ser lanzados internacionalmente, al menos en principio. No es así, sin embargo. A España no han llegado ni la mitad de los que lleva publicados, y sospecho -no lo sé con certeza- que Missing es el primero en ser impreso en la península, después de haberlo sido en Santiago.
Como fuere, Fuguet -y ello justifica acaso la poca prisa de sus editores en publicarlo fuera de su propio país- pertenece a una promoción de escritores que se dieron a conocer antes de la relativamente reciente reactivación del interés en España por la narrativa latinoamericana, que empieza a hacerse perceptible en la última década, al unísono del boom que por sí solo generó Roberto Bolaño. Durante este tiempo, se ha hablado con insistencia de una nueva y, sobre todo, de una joven narrativa latinoamericana que, extrañamente, deja de lado a los autores que la precedieron. Es el caso, por lo que a Chile toca, de Rafael Gumucio o del mismo Fuguet (por no hablar de autores pertenecientes a más veteranos segmentos generacionales, como Roberto Brodsky), publicados ambos en España, pero comúnmente excluidos de los censos de esa nueva o joven narrativa latinoamericana de la que fueron adelantados y a la que se adscriben escritores a veces mayores que ellos.
Esto aparte, está la cuestión, también, del valor estratégico que, si quiere ver sus libros publicados en España, y que éstos sean bien atendidos, sigue teniendo para un autor latinoamericano residir allí. Por supuesto que ello no basta, ni mucho menos (como saben muchos, quizá demasiados escritores que pululan por la península sin beneficio, casi sin oficio), para asegurar ninguna posición de privilegio. Pero lo cierto es que, por mucho que se hable de la progresiva normalización del tráfico editorial entre los países de Latinoamérica, dicho tráfico sigue manteniendo una estructura radial, con centro en España, y el grado de presencialidad allí de un autor determina no poco los reflejos de los editores a la hora de publicarlo.
En cualquier caso, la fortuna que está conociendo en España una novela de la calidad de Missing es indicadora de muchas, todavía demasiadas anomalías en los circuitos editoriales y, por extensión (pero esta ya es otra historia), de los circuitos de la recepción y crítica de sus novedades.