jueves, octubre 31, 2013



No Poetas


¿Qué es lo que buscas en poesía?, me preguntaron hace algunos días.
La pregunta parecía sencilla, en realidad era una pregunta muy (demasiado) sencilla. Su supone que tenía la respuesta adecuada, una que no incomodara y que a la vez fungiera de catalizadora a quien la escuchara. De un tiempo a esta parte, no tengo la misma respuesta para todos, siempre y cuando hablemos de libros, rock y cine. Hay que saber administrar lo mucho o poco que sepas, porque sin que te des cuenta, corres el riesgo de ser visto como un pedante y no hay nada peor que hablar con un pedante.
Entonces respondo.
Mi respuesta, que pensaría en detalle en mi casa horas después, es la misma para los que saben mucho y para los que no. Cuando le di mi respuesta a la joven lectora apegada a la poesía, no tenía en mente el discurso de los sabelotodo que no hacen otra cosa que espantar a los potenciales interesados. En mi mente solo había lugar para la verdad emocional, aspecto que siempre busco en  poemas y poemarios, sin importar si son logrados o no.
Es que no debemos hablar de buena o mala poesía, sino de poesía como tal.
Ahora, lo peor que puede escuchar alguien que escribe poesía es que le digan que no es poeta. No ser poeta es pisar fondo, un fondo en el que no hay vías de escape.
Pienso en los No Poetas.
Pienso en los poemarios de los No Poetas, algunos de ellos muy bien reseñados por la crítica. Muchísimos No Poetas son convocados a cuanto evento se realice no necesariamente en nuestras hermosas tierras. Los No Poetas son nuestra Marca Perú.
Pienso en el daño que le hacen los No Poetas a la poesía peruana contemporánea.
Pienso en alguna solución contra los No Poetas.
Pienso que lo ideal sería matarlos. Hacer, por ejemplo, un festival de poesía de un solo día y programar únicamente a los No Poetas, cosa que nos evitamos un despilfarro de recursos si es que los eliminamos individualmente. Sí, a todos en mancha.
Pienso en que con menos No Poetas vamos a tener más posibilidades de encontrar a los Poetas, ajá, a los Poetas, a secas.

miércoles, octubre 30, 2013



martes, octubre 29, 2013



lunes, octubre 28, 2013



domingo, octubre 27, 2013



sábado, octubre 26, 2013

¿Boom literario peruano?/¿Nuevas voces de la literatura peruana del siglo XXI?


Un par de notas llaman mi atención.
La primera, publicada en el semanario Siete hace ya buen tiempo, y la segunda, hace muy poco en la web de RPP.
Cuando las (re)leo me es imposible no pensar en lo que más de uno piensa y calla por estrategia: cualquiera puede dedicarse al periodismo cultural. Googleas y listo.
Si a esta facilidad para trabajar, le sumamos un ánimo condescendiente, pues más de un interesado podría resultar engañado de la verdadera realidad, de esa verdadera realidad que absolutamente nadie está dispuesto a poner en el tapete. ¿Se imaginan si empezáramos hablar de ella? Yo sé lo que pasaría: tendríamos un suicidio colectivo de narradores y poetas que se han creído durante toda una vida lo que no fueron, no son, ni serán.
Pero vayamos primero a las notas de Carlos Amorós y Joel Maldonado, que no son más que un producto natural de ese mundo de mentiras que es nuestro circuito literario. En sus entregas no hay mala entraña, no hay argolla, ni preferencia solapada, pero a través de ellas sí es posible detectar sus pocas lecturas, su escaso criterio y un excesivo entusiasmo para con tan poco. No es necesario que sean críticos literarios de oficio, ni hablar, pero al menos se hubieran dado el trabajo de buscar (leer) y comparar, un poquito más, cosa que nos evitábamos sus zafarranchos.
Veamos:
¿Acaso los premios son un indicativo de que estamos yendo por un buen camino, cuando lo cierto es que los premios en Perú no son garantía, en lo literario, de nada (a ver, a lo Ferrando: regalo  A la busca del tiempo perdido, en 3 tomos en Valdemar (500 maracas es el precio), a quien me cite una novela, cuentario y poemario galardonado en los últimos 25 años; novela, cuentario y poemario que haya marcado un antes y un después en nuestro devenir literario)? ¿Hablar de nuevas voces del siglo XXI nombrando a Rodolfo Ybarra, Victoria Guerrero y José Carlos Yrigoyen, cuando más de uno sabe que provienen de las canteras noventeras del ¡siglo pasado!? ¿Sugerir que estamos ante un Boom -o preguntarnos al respecto- de nuevos narradores y no mencionar, ni a pie de página, Los caminantes de Sonora, publicación que reúne a los ganadores y finalistas de la última bienal de cuento de Petroperú, en la que tenemos un estimable número de jóvenes narradores a los que habría que seguir la ruta, detalle que hay que consignar pese a la irregularidad del libro?
Si el criterio del premio es el factor que guía mi reportaje, ¿por qué no investigar más en lugar de quedarme con esos paquetes de aire que son los premios de Víctor Ruiz, Diego Trelles, Alejandro Neyra y Olney Goin? Y lo digo con todo respeto a estos autores (incluyendo al salado): no pasa nada con ninguno de esos libros premiados. ¿Por qué no investigar más y así llegar a la narradora peruana más coherente que tenemos (con varios premios, por cierto)? No sabes de quién hablo, acá te paso el yara: Karina Pacheco. Uno más, el tapadito: Giancarlo Poma.
¿Qué paso? ¿Telefónica te cortó la señal de internet y por eso googleaste a medias?
¿Cómo es posible que hables de las nuevas voces del siglo XXI, te preguntes por un Boom, y no consignes al “Granta Boy” y Luis Hernán Castañeda? Yushimito, quizá una de nuestras prosas más dotadas, y Castañeda, el más prolífico de su generación. ¿Eres suicida, no? Ambos nombres tienen que figurar de todas maneras en cuanto reportaje/nota/artículo se haga sobre narrativa peruana última, no importa si acaba publicándose en El Trome o en El Men. Y claro, poco puedo esperar a que sepas de Martín Roldán, Orlando Mazeyra y Jennifer Thorndike.
Tomen nota: Roldán solito tiene más convocatoria que todos los premiados y consignados por Amorós y Maldonado. La segunda edición de Generación Cochebomba es un suceso. Este pata, al igual que Bellatin, no tiene lectores, tiene hinchas. Mazeyra la viene rompiendo con Mi familia y otras miserias, su último libro de relatos. Estamos pues ante el Jugador de la fecha de la narrativa peruana actual. Y Thorndike, nuestra narradora de mayor proyección, cuya novela (Ella), que aparte de conseguir buenas reseñas, estuvo nominada a Mejor Libro 2012 (ajá, el año pasado nomás) en El Tromercio (a mí me resbala lo que haga El Comercio, pero pongo el dato para reforzar la idea de que no hablo de una pluma desapercibida). Ojo, no te nombro autores ocultos, aislados del sistema, en absoluto. Te menciono plumas ubicables, cuyos libros están a la mano y que por flojera no los has leído.
¿Si existe o no un Boom literario? ¿Las nuevas voces del siglo XXI? Muchacho, para la próxima, si intentas hacer algo parecido, hazlo, pero antes lleva a cabo lo fundamental: cambia de bar, lee más y no tengas miedo a decir lo que piensas.
(Continuará…)

viernes, octubre 25, 2013



jueves, octubre 24, 2013





miércoles, octubre 23, 2013

Distancia

Uno de los libros que desde hace tiempo quiero recomendar y que por esas cosas de los apuros cotidianos no he podido hacerlo es, sin duda alguna, El segundo avión (Anagrama, 2009) de Martin Amis. La recomendación obedece a ciertas lecturas de ensayo que vengo abrigando de un tiempo a esta parte, como, por ejemplo, todo lo que escribió Hitchens. Esta preferencia yace en mi atracción por el pensamiento disidente de la opinión y del supuesto sentido comunes.
Pues bien, aparte de ser uno de los mejores narradores ingleses contemporáneos, Amis es también un estupendo pensador a quien le importa muy poco las más feroces reacciones que puedan generar sus opiniones (y si gustas, léete la monumental Experiencia, una de las autobiografías más letales de los últimos lustros). Amis es de los que disfrutan pergeñando argumentos provocadores, de los que prefieren quedar bien con su conciencia y ética a ser visto como un caballero de la diplomacia o una personalidad a la que todos quieren y estiman por el sencillo hecho de no meterse con nadie.
El terrorismo islámico es el eje temático de El segundo avión. Para más señas, el primero de los artículos fue publicado a los días del atentado a las Torres Gemelas, el 11 de setiembre de 2001. O sea: el autor de Dinero se la tomó las cosas en serio desde esta catastrófica fecha, haciendo uso de todos sus recursos literarios e intelectuales. Pues bien, una empresa como esta suele traer muchos peligros, sobre todo cuando la llevas a cabo en la inmediatez, inmediatez que no tarda en tachonar de prejuicios la postura hasta del más pintado en los terrenos de la argumentación. Amis lo sabe pero no duda en seguir y arremeter contra el islamismo (no te confundas con el Islam), tomando partido por la franja de poder que buscaba poner un alto a su avance y responder como se debe a los que osaron amenazar a occidente.
La capacidad expositiva del autor es no menos que impecable/brillante. Creo que en mi vida muy pocos libros de ensayos y artículos han generado por igual un sentimiento de admiración y rechazo. Este es uno de ellos, definitivamente. Ni hablar de los dos cuentos/cuentazos, “En el Palacio del Fin” y “Los últimos días de Mohamed Atta”, que se incluyen, a lo mejor con la idea de aplacar en algo la lluvia de críticas que finalmente tuvo la publicación.
Sin embargo, si ampliamos nuestra mirada, saliéndonos del encontronazo occidente-oriente, podríamos decir que una lectura como esta ayudaría a ampliar el panorama de aquellos narradores e intelectuales que escriben sobre la violencia política latinoamericana. Lo que deja esta colección es lo que se puede llegar a pensar y canibalizar cuando careces de distancia, cuando tomas partido sin conocer a fondo de aquello por lo que se apuesta ya sea en ficción y en ensayo, en especial, muy en especial, cuando el punto nutricio es uno tan llamativo como el terrorismo. 
En Latinoamérica hemos vivido/vivimos más de una clase de terrorismo y se ha escrito y publicado demasiado al respecto, sin encontrar, ahora en lo que concierne a la ficción, una obra que podamos tildar de maestra. A lo mejor la maestría pueda verse o intuirse en lo que los chilenos vienen escribiendo “hoy en día” de la aberrante dictadura que les tocó vivir. Han procesado, pues.

martes, octubre 22, 2013



lunes, octubre 21, 2013

Novelita de un viejo zorro


Sin duda, El fantasma nostálgico (Animal de invierno, 2013) es una de las mejores novelas del narrador peruano Carlos Calderón Fajardo. Narrador que a la fecha habría que dejar de mirar/ubicar como raro y oculto, pese a que durante un tiempo él mismo contribuyó a que lo miremos así.
La novela en cuestión me deja varias preguntas y pocas respuestas. Veamos solo una: ¿hasta qué punto el tópico de la violencia política seguirá ejerciendo magisterio en nuestra narrativa? En lo personal, el asunto ya me cansa y mientras leía el presente libro, barajaba la idea de que podría ser la última gran novela que se ha escrito sobre el punto. Especifiquemos: una de las contadas grandes novelas...
Se ha publicado demasiado sobre el tema y hay que saber buscar en esa hojarasca de novelas y cuentarios animados por el inmediato reconocimiento comercial y por la revaloración ideológica. Pienso en las que van a quedar: Retablo de Pérez, La hora azul de Cueto, La violencia del tiempo de Gutiérrez y Rosa Cuchillo de Colchado. Y paremos de contar.
Hagamos un poco de historia. Se supone que El fantasma… debió ganar el Premio Tusquets de Novela 2006. Pero no fue así. Y ¿por qué no si tenía todos los méritos, más aún cuando el tópico de nuestra violencia política gozaba de cierta moda internacional? La novela está muy bien escrita y transmite en su brevedad; además, el autor hace uso de una estructura en apariencia fácil (mas esta es sumamente complicada en ejecución, no lo olvidemos: Calderón Fajardo es un viejo zorro, mientras nosotros estamos de ida, él ya está de vuelta, sentado y bebiendo vinito, mirándonos y sonriendo mientras intentamos desentrañar los secretos de su costura narrativa). Pues bien, esta novelita no podía ganar el Tusquets, ni ningún premio parecido, menos aún los galardones novelísticos de la quinta división de la literatura en castellano. Comercialmente no funciona. Premiarla hubiese significado tirar al agua una inversión. Y está bien que haya sido así, porque ganó la literatura escrita desde la honestidad de oficio, aquella que rehúye del efectismo narrativo calculado y del aprovechamiento temático que hemos visto en no pocos narradores de estos lares.
Calderón Fajardo nos ofrece una mirada muy curiosa del muy abordado asunto de la violencia política. Nos presenta la búsqueda que realiza Valentín López de su padre Avelino, abatido por las fuerzas antisubversivas en los años del conflicto armado. Pero esta búsqueda tiene lugar en los terruños de la memoria, el pasado. Estamos pues ante una novelita de espectros, ante una deliciosa novelita de atmósferas. Además, en más de un párrafo, somos testigos de la excelencia estilística del hacedor, que nos transporta a los mejores instantes de su también novelita La conciencia del límite último
Nuestro autor marca con cuidado sus coordenadas. Él, mejor que nadie, sabe que en esta empresa un párrafo demás, una abierta postura ideológica, puede derrumbar su pequeña catedral. Lo suyo es contar una historia y le es fiel a esa apuesta. Le hace ascos al alegato, como tiene que ser, para seguir hurgando en la recuperación de la memoria del padre de Valentín y llegar a saber lo que verdaderamente pasó con él. Para tal efecto, se vale de logradas metáforas y alegorías, que a fin de cuentas, son lo mejor del presente trabajo. Calderón Fajardo no solo nos entrega una muy buena novela, también escuelea a sus compañeros generacionales y a las aún jóvenes promesas literarias, el mensaje es claro: la literatura no debe mancharse con posturas políticas e ideológicas personales, ni por afanes comerciales que marcan la pauta editorial. Por otra parte, El fantasma nostálgico podría interesar al cada vez más creciente número de lectores peruanos de narrativa fantástica. No soy el primero en señalar esta peculiaridad. Pero tengamos en cuenta que la hechura de la novela no es reciente y que, como sabemos, llevo buen tiempo sin publicarse. Por ello, enhorabuena a los seguidores de lo fantástico Made in Perú, puesto que ahora tienen a la mano un libro de alta calidad, porque con calidad es que se debe empezar a hablar de tradición. Lo demás es demagogia barata.
 
Publicado en Lee por gusto.

domingo, octubre 20, 2013



sábado, octubre 19, 2013



Manuscrito

Estoy en el Domino´s de La Plaza San Martín.
Acabo de terminar un jugo de piña. Y releo por octava vez El mago de Viena de Pitol. Este libro es tan bueno que quiero dilatar su lectura.
Pero abandono a Pitol y me pongo a pensar en lo que le diré a Santiago, un patita que tuvo a bien confiarme el manuscrito de su primera novela.
Abro mi cuaderno Loro y escribo las dos ideas centrales que le diré. La primera: que reescriba su novela y que cambie la línea argumental de la misma a partir del cuarto capítulo. La segunda: que no la publique.
Miro la hora y falta medio minuto para la hora pactada. Lo que me fastidia es la impuntualidad y eso lo sabe muy bien el aspirante a novelista.
Felizmente, Santiago llega a la hora acordada. Viene acompañado de su enamorada.
La pareja llama al mozo y hace su pedido. Por lo que ordenan, imagino que se quedarán en el café esperando a alguien más. Lo mío será preciso y con las mismas me retiraré.
Le digo al aspirante a novelista lo que pienso de su novela.
Y observo el rostro de su enamorada, que comienza a adquirir la tristeza del cielo gris limeño. También observo el rostro de Santiago, que al parecer va despedazando su lengua con los dientes, a menos que haya venido masticando algo y no me haya dado cuenta. Es duro escuchar la verdad, pero me deja tranquilo que cosas aún más duras les he dicho a mis amigos que también escriben.
Felizmente, Santiago toma las cosas deportivamente. Al menos esto es lo que creo durante algunos segundos.
Suena mi celular. Me dispongo a pararme y retirarme.
Pero su enamorada me mira. Mira a su enamorado. Y vuelve a mirarme.
¿Quieres preguntarme algo?
Ella respira y me dice que no quiere preguntarme nada. Solo que se siente sorprendida.
Y ella me cuenta lo que ha pasado.
Pues bien. Hace quince días Santiago ofreció el mismo manuscrito de novela a cuatro editoriales. Una de ellas rechazó el manuscrito en el acto y las otras no han dejado de llamarlo en los últimos días, mejorando su oferta de impresión, como el hecho de ofrecerle una fotazo en Somos y una reseña o nota en un medio impreso.
Como todo narrador ansioso por el debut, Santiago eligió la propuesta que más le convenía. Y como lo suponía, en menos de media hora vendría el director del sello editorial que sacaría su novela. Aquí mismo, en el Domino´s, firmarán el contrato y el impresor recibirá el adelanto de 2500 soles.
“Ellos me han dicho que soy bueno. Mi novela dará que hablar”.
No demoré en preguntarle quiénes eran “ellos”. Pero no recibí respuesta, Santiago solo decía “ellos”, “ellos dicen que mi novela vale la pena”.
En este punto debo ser lo suficientemente cauteloso, cuidar bien de ahora en adelante los adjetivos. Sé por experiencia lo peligroso que puede llegar a ser un autor con el ego dañado.
Ya no tengo nada que hacer y me dispongo a despedirme de Santiago y de su enamorada. Pero no me voy. ¿Por qué me voy a ir?
Le sugiero a Santiago que se vaya a otro lugar. “Aunque no lo parezca, bro, el Domino´s se llena de gente de mal vivir a eso de las 5 de la tarde. Vienen maleantes, caneados, proxenetas, mafiosos, matones. Acá no puedes firmar tu contrato editorial”
Le tuve que mentir, pues.
Y le recomiendo un chifa ubicado en Carabaya. “Ahí puedes cerrar tu trato editorial con toda tranquilidad”.
La enamorada de Santiago hace una llamada. Habla con el impresor que está en camino y le pasa las señas del nuevo punto de encuentro.
La pareja abandona el café. Me quedo un rato más. Pido un americano y sigo releyendo El mago de Viena.

martes, octubre 15, 2013



lunes, octubre 14, 2013

Una mujer peligrosa


No hay nada mejor que despertarte en la mañana luego de una larga y sufrida noche de esporádicos dolores en los oídos, conectarte a Internet para responder algunos mensajes de Facebook y correos electrónicos, y enterarte de que la escritora canadiense Alice Munro ganó El Premio Nobel de Literatura 2013. Una noticia como esta no solo puede curarte; también te hace creer en la justicia literaria, que cuando llega, lo hace de la mejor manera.
Munro, hasta hace poco recurrente candidata al galardón sueco, ha mantenido una obra coherente con sus principios narrativos. No es una narradora de grandes temas: lo suyo siempre ha sido el individuo y su periplo existencial enfocado en detalles que reconoce como señales, las cuales les impele a huir con el único objetivo de no ser transmutados en lo que más temen. Munro es, pues, la maestra de la violencia emocional; además, es tan dueña de sus recursos narrativos que nos adentra en los escenarios, situaciones y descripciones que refuerzan ese viaje hacia el infierno del sí mismo. En apariencia no pasa nada, pero sus personajes van siendo destrozados, de la misma en que lo es el lector de turno.
Las lunas de Júpiter fue el primer libro suyo que leí y más allá de reconocer y admirar su pericia narrativa, que brotaba en cada uno de los cuentos premunidos de frases trabajabas, en los que el lenguaje resultaba tensado hasta no dar más, quedó en mí la mirada y la voz de la escritora, distintas y epifánicas a la vez. Había pues que ir con cuidado con ella. Es una mujer peligrosa. ¿A qué se debe este impacto, que también vemos en Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Demasiada felicidad, Escapada y otros? Es que Munro es ante todo una cuentista, una heredera y renegada con conocimiento de causa de las poéticas de Poe y Chéjov. Para ella, saber mirar no es suficiente. Quiere más, y gracias a ese deseo es que se vale de toda una tradición narrativa que esconde y camufla, depositándola en un registro en el que sí tiene el poder, el mando total. No es gratuito que lo más endeble de su envidiable producción sea su única incursión en la parcela de las distancias largas, la novela La vida de las mujeres.
No importa si haya optado por la jubilación de la escritura, pues lo hizo en pleno uso de sus facultades y por la puerta grande, que es por donde deben retirarse los genuinos hechiceros de la palabra. ¿Si estamos ante un justo premio Nobel? Lo es, porque Alice Munro representa al cuento cuando nadie apuesta por el cuento.

Publicado en la edición 33 de Velaverde.

domingo, octubre 13, 2013



sábado, octubre 12, 2013



viernes, octubre 11, 2013

Edítate


Leo un recomendable libro de ensayos de Jonathan Franzen, Más afuera. Lo leo despacio y en algunos tramos anotando. Estamos pues ante una voz privilegiada, que exhibe una visión de la literatura y el mundo, que muchos podrían calificar de desfasada, muy necesaria hoy en día. Es que Franzen es lo que podríamos llamar un escritor comprometido.
Pero mi lectura se ve interrumpida por la llegada de El Pupilo.
Estamos ante un joven escritor inédito, su talento ya se hizo presente ocupando un honroso segundo puesto en un concurso local. Además, es un lector voraz y cuando le ha tocado hacerla de crítico, ha sido pues muy duro y objetivo. No se casa con nadie.
El Pupilo quiere publicar su libro. Me dice que ya se sentó a hablar con algunos dizques editores y todos ellos, a los diez minutos de conversación, sacaban la calculadora y una hojita en blanco. Esta hojita en blanco era el contrato. Estos impresores al vuelo, sin haber leído el manuscrito, se ponen a hablar del tipo de papel, del diseño de la portada, de la distribución y de la prensa. Se portan como encantadores de serpientes. Le pregunto al Pupilo qué es lo que hizo. Y él hizo lo que toda persona decente y con amor propio haría. Pararse e irse.
Es que la movida editorial peruana aún sigue en pañales. Muchos de los nuevos y no tan nuevos sellos editoriales viven de lo que el autor, si es desconocido mejor, pueda pagar por su edición. Por ejemplo, el 90 % de los nuevos narradores y poetas peruanos se ha dado a conocer de esta manera. No es el mejor de los escenarios, pero sin duda se puede mejorar.
Lo que sí me extraña son un par de aspectos, Pupilo. Apunta en tu cuaderno Loro: 1) Hay pues una mescolanza, hace falta un filtro. Los editores decentes se confunden entre pendejos que se hacen llamar editores, que no son más que payasos impresores cabeceros, payasos impresores cabeceros del Scorza High School, que ojalá fueran solo de Lima, pero no, hay Scorza Kids en el interior del país (ya ubiqué a uno en Arequipa). En este circuito más de uno tiene miedo a quedar mal, a levantar el dedo acusador. Uno los ve felices, juntos y revueltos, chupando en el barcito de turno, son los hermanitos de sangre, pero separados y recuperados de la borrachera se indignan de los delitos del mal colega de oficio. Es que no se denuncian por estrategia, todos tienen intereses comunes. No quieren poner en peligro su carrera ferial (en estos momentos hay un silencioso fuego cruzado por cogerse del estribo de la Feria del Libro de Guadalajara), sus posibles contratos con gobiernos regionales para enyucarles el tan codiciado plan lector. Es que necesitan platita, la carencia de chibilines los convierte en vendedores de sebo de culebra. No se ponen a editar por amor a la literatura, sino para ver si de esa manera obtienen ingresos rápidos. Por eso, desde hace un tiempo soy de la idea de que necesitamos gente culta y solvente que se ponga a editar. Quien piense que se gana al toque editando libros, está equivocado. Obvio, sí se gana dinero editando libros, pero con el tiempo, a los cuatro años, mínimo.  Y 2) me sorprende e indigna el bajísimo nivel cultural de la gran mayoría de nuestros editores. No leen. No leen. No leen. No leen ni mierda. Es debido a su incapacidad lectora, a sus afanes por llenar el chanchito, que tenemos cuentarios, poemarios y novelas que no son más que pésimas bromas, y encima, sus desubicados autores se alucinan el nuevo Vargas Llosa, la nueva Blanca Varela, el hijo perdido de Martín Adán, el entenado de César Calvo. Nos topamos con estos engendros gracias al enamoramiento de estos dizques editores, que les han hecho creer lo que no son, dizques editores que se desaparecen durante meses ni bien reciben las primeras 1500 maracas del proceso de edición.
El Púpilo me pregunta qué hacer ante este panorama desolador.
Respondo.
Si fueras poeta, te recomendaría que vayas donde Juan Pablo Mejía y Víctor Ruiz, “Kevin Arnold”. Mi recomendación no es gratuita. Me consta, los dos son muy buenos lectores y solo por ese detalle es que te los recomiendo. Pero eres narrador, Pupilo, a quién recomendarte. Conozco a más de un editor responsable que también lee, pero será difícil que apueste por ti.  No eres conocido. Ningún editor va a leer tu manuscrito a menos que le des un adelanto luego de que te comunique que sí ha leído tu manuscrito y que quiere sentarse a conversar contigo. Pero no todo está perdido. Escucha: arma tu editorial y edítate tú mismo. Busca un corrector de estilo (conozco uno muy bueno que cobra baratito), a un diseñador y te pones a cargar tus rollos de papel, ponte a maniobrar esa máquina de la imprenta del Jirón Callao, aprende a cortar las solapas. Métete a talleres de edición con editores de verdad. Hay talleres con editores de verdad. Pupilo, suda tu libro. Pupilo, no le des tu plata al que se la va a chupar.


jueves, octubre 10, 2013

Munro

Escribo la reseña de la novela El fantasma nostálgico de Carlos Calderón Fajardo y termino un ensayo-perfil sobre uno de los más grandes narradores norteamericanos de los últimos veinte años, quizá el más relevante. Entre ventana y ventana, me turno, a los costados de la Leona loca hojas amarillas con anotaciones, aunque estas no necesariamente tengan que ver con los tópicos que ahora escribo.
Si todo sale como espero, terminaré los textos en el curso de la mañana.
Pero una estupenda noticia hace que deje de lado por un momento la reseña y el ensayo-perfil. No es para menos. El Nobel de Literatura 2013 va para la narradora canadiense Alice Munro.
Me alegra, y mucho, además, este día voy a respirar justicia literaria, no hay nada más edificante que entrar a Facebook y ver que cientos de escritores y aspirantes a serlo, y miles de lectores, celebren a una narradora de primera línea. Porque eso es lo que es Alice Munro: una narradora de otro lote.
Durante buen tiempo la tuve en mi lista de autores por leer. Ya sea por dejadez y distracción, la aplazaba, hasta que una mañana de invierno del 2011, en una clase con Alonso Cueto en una casa miraflorina de estilo tudor, el Maestro (porque Cueto es el Maestro), habló de Munro en un envidiable estado de paroxismo, la verdad literaria en patente festiva rebeldía en cada músculo de su rostro.
Terminó la clase y me acerqué a él.
“Alonso, préstame tu libro de Munro”.
“Ya. Pero ¿me lo vas a devolver?”
“Depende. Te lo devuelvo si me lo recuerdas. En cuestión de libros soy muy olvidadizo”.
“Me lo devuelves”.
“Ok”.
No solo me gustó Las lunas de Jupíter, su lectura hizo que volviera después de algunos años al cuento contemporáneo. Por alguna razón, mi radio de lecturas hasta ese momento se suscribía solo a novelas, pero Munro me llevo a la médula de la tradición del relato breve occidental, esa tradición capaz de disfrazar novelas cortas como cuentos, esa tradición que sigue taladrando en las poéticas de los no pocos narradores actuales, es tan fuerte que más de uno se alimenta de ella sin necesariamente conocerla directamente. 
Le devolví el libro a Cueto y en las semanas siguientes empecé a leer todo lo que encontrara de la autora en nuestras “maravillosas” librerías limeñas. Muchos cuentarios, una sola novela, en cada uno de ellos una prosa de peso que ahora todos van a interesarse en leer y apreciar. No hay excusa para no hacerlo. Sin duda, El Premio Nobel de Literatura es el que gana reconociendo a Munro.

miércoles, octubre 09, 2013

Cortázar/Saer/Roa Bastos/Sarquis




martes, octubre 08, 2013

El ruido y la furia


Releía algunos párrafos de una novela que es toda una obra maestra, El plantador de tabaco de John Barth. La releía por la excelente traducción de Eduardo Lago y por la bonita edición de Sexto Piso. Esa era mi idea, picarla mientras llegaba a Lima.
Iba del lado de la ventana, en el asiento del medio mi cuaderno Loro y La leona loca (como llamo a mi Laptop), y en el del corredor quizá una poeta trujillana. Poeta trujillana hacedora de algunos poemas más que apreciables, a la que casi saludo para preguntarle si efectivamente era la poeta trujillana hacedora de algunos poemas más que apreciables y si era verdad lo que dijo de un artículo que escribí sobre un festival internacional de poesía.
Me hacía bien lo que estaba releyendo, me salteaba centenares de páginas, iba al final, regresaba al principio, hurgaba en el centro; me retroalimentaba de una lectura que en su momento me ofreció mucho y que la relectura del presente no solo confirmaba lo mucho que me dio, sino que también reforzaba mis conceptos sobre lo que debe ser una narración metaficcional. Es que con Barth, aparte de disfrutar, sigues aprendiendo. El plantador de tabaco es una novela que necesita de la paciencia del lector, es como para saborearla de a pocos, pensarla en su costura narrativa y así tu sonrisa se justifique, porque se trata de una novela que arranca sonrisas, pero sonrisas malévolas que solo depara una poética festivamente satánica.
Sin embargo, algo pasó. Un suceso que no se lo deseo ni a mis fieles enemigos literarios, de esos que me ven hasta en la rodaja de limón del chilcano, en la canela del queso helado, en la rayita de cocaína de los miércoles en la tarde y en la chapita de la cerveza.
*
Lentamente, un alambre ingresaba en mis orejas, raspando las capas de piel del interior. Era una punzada que no se venía con fintas. Punzada que en cuestión de segundos la sentí en el mismo centro de mi cabeza, acicateada por un disparador de clavos que obligó a que me tapara las orejas lo más fuerte que podía. Miré la hora en el cel y faltaban exactamente 40 minutos de vuelo para llegar a lima. La supuesta poeta trujillana hacedora de algunos poemas más que apreciables leía absorta una entrevista de Alan Pauls a Leila Guerriero, entrevista publicada en la última edición de la Revista In de LAN. Miré alrededor y los demás pasajeros seguían también en lo suyo, cabeceando, escuchando música en audífonos, mirando por la ventana, masticando galletitas de vainilla.
Respiré hondo y me dije que el dolor, que nunca antes lo había experimentado, iba a pasar. Pensé en la sobrepresión, no sería ni la primera ni la última persona que lo sufriría, con mayor razón si regresas de una ciudad de altura, aunque de ciudades de más altura he regresado y como si las huevas. Llamé a una aeromoza y le dije lo que me estaba pasando y ella no demoró en traerme una aspirina y un vasito de plástico con agua. No era el único pasajero con esos síntomas, había tres más en la misma situación que yo, pero que a diferencia de mí, ellos eran de la quinta edad. Tomé la bendita aspirina pero el único efecto que causó fue que atrapada en medio de la garganta. La volví a llamar y me trajo otra aspira y otro vasito de plástico con agua y recién pude sentir las dos aspirinas donde tenían que estar. Ahora sí me sentiré algo mejor, me dije, pero el efecto calmante nunca hizo efecto. En ese plan estuve el resto del viaje, cerrando los ojos, cambiando de postura cada medio minuto, pensando en cualquier cosa que me distrajera del dolor y la mala influencia, pensaba en gigantescas olas a lo Christopher Reeve en En el pueblo de los malditos.
Deseaba llegar a Lima cuanto antes. Miraba a cada momento la hora en el celular, lo que acrecentaba mis ansias, ansias que reforzaban emocionalmente todavía más el dolor. No tenía ánimos para nada. Solo había en mí fuerzas para largarme de una buena vez de ese avión. Y fui uno de los últimos en hacerlo. Retiré mi mochila del compartimento y acomodé dentro de ella a La leona loca y a John Barth.
“Qué haya tenido un buen viaje”, me dijo un aeromozo.
“Sí, HuevóNN”.
Caminaba despacio por las mangas, respirando hondo. El dolor seguía, pero la intensidad del mismo ahora era otra. Las cosas se ponen mejor, pensé. Sin embargo, fue inútil cantar victoria antes de tiempo, ya que mientras esperaba recoger mi maleta, la más ubicable entre todas que circulaban ante mí, gracias a su color celeste, la punzada metálica volvía con fuerza pausada. ¿Tantas maldades he cometido en mi vida como para que me esté pasando esto?, me preguntaba mientras veía la llegada de la maleta celeste. Cuando me inclino para recogerla, con la mano derecha, una espesa gota de sangre cae de mi oreja, en realidad la primera gota de sangre, estrellándose entre mi mano y el mango de la maleta. A ella le siguieron diez gotas más. Chucha. Cambié de mano, pues con la izquierda, hecho que hizo que tres gotas de sangre mancharan mi casaca negra. Ahora sí. Estoy cagado. El dolor que me acompañó en el vuelo, que juraba debido a la sobrepresión, volvió a posesionarse de mi cabeza.
Cerca de 60 personas hablando a mi alrededor y solo percibía ruido, como si estuvieran gritando al ritmo de prolongados zumbidos. Este contexto reforzaba mi visión trágica de la vida, pero a diferencia de antes, este postulaba para “La experiencia más jodida”. Me tomé las cosas con la mayor calma posible. Me dolía como nunca la cabeza, al más mínimo esfuerzo físico, como arrastrar la maleta y cargar la mochila, me debilitaba. Entonces opté por guerrear y llamé a la única persona capaz de venir a recogerme. Pero la llamada fue infructuosa, ya no tenía saldo para hacer una llamada. Horas antes, entre las muchas cosas que pensaba en Arequipa, barajé la opción de cargar el celular, pero no lo hice, no le hice caso a esa voz que una vez más me advertía. Era como un león perdido en rabia e impotencia, un león al que varios policías y agentes de seguridad empezaron a seguir desde lejos. Claro que me daba cuenta de ello y lo mejor que me podía pasar era que uno de ellos se me acerque y pregunte lo que sea, que me pida el DNI y quede atónito ante los chorros de sangre que empezarían a salir de mis orejas ni bien moviera la cabeza.
Acomodé mis cosas en un asiento que acababa de quedar libre. Volví a intentar con la llamada, pero era inútil, ni siquiera una llamada falsa. Esperé en vano a que alguien me llame. Pero quedé sin posibilidad alguna al darme cuenta de que hacía no mucho acababa de cambiar de número y compañía de celular. No podía alejarme demasiado. Si tan solo el dolor no fuera tan fuerte, creía, podría llegar como si las huevas a la puerta de salida. Me ayudaría con uno de los carritos de equipaje pero deseché esa idea.
Lo que sí podía hacer era salir a fumar, por las gigantescas ventanas cuidaría de mi mochila y maleta. Eso es lo que hice. Salí a fumar, a ver si las volutas de humo me calmaban en algo. Con el pañuelo me limpié las orejas, un pañuelo plomo que ahora parecía uno manchado de vino tinto. Hacía frío y corría viento y a más de un taxista estuve a nada de mandarlo a la mierda. Cuando se suponía que prendería el segundo cigarro, recibo una llamada de mi casa, la llamada salvadora de Shalom, mi padre, quien me preguntaba si estaba bien, puesto que antes de partir le había dicho que estaría en casa a las 9 y 30 a más tardar. Le conté lo que me pasaba, que el dolor en la cabeza era tan intenso que ni siquiera podía cargar las maletas. Me pidió que esperara y que permaneciera sentado, él me llamaría ni bien llegara al aeropuerto. Regresé donde mis cosas y esperé. Intenté distraerme, pero no podía. Tenía a la mano los audífonos, mas no tenía ganas de escuchar música, solo concentré mi mirada en un punto fijo y me dediqué a esperar a mi padre, que al encontrarme era cerca de las 11 de la noche. Me ayudó a cargar mis cosas, y como todo padre inteligente, había pasado antes por una farmacia en donde compró potentes antiinflamatorios, cuyo efecto inmediato fue como el de un somnífero.
Al día siguiente en la mañana fui a Emergencias de la clínica de mi abuela y, como se supone, me atendió un otorrinolaringólogo. Luego de casi una hora de chequeos, me dijeron lo que suponía, que mis tímpanos estaban demasiado dañados, que lo de la noche anterior solo había sido un desenlace anunciado y que la sobrepresión del vuelo no hizo más que acelerar ese desenlace. “Te pudo pasar en otro lugar, en el taxi, en el trabajo, en la calle, en tu casa. Tienes que cuidar de ahora en adelante tus oídos”.
Pese a que aún me persigue el dolor de cabeza, aunque no con la intensidad de hace un par de días, puedo hacer mi vida como siempre, pero hago las cosas con un carácter irritado y con poca tolerancia contra las estupideces de los demás. Solo me queda esperar a que esta semana pase y empezar la siguiente la curación real. Como muy bien lo señaló Hemingway en El viejo y el mar, y aunque suene a trabajada frase de autoayuda: “un hombre puede ser destruido, mas no derrotado”.

lunes, octubre 07, 2013



domingo, octubre 06, 2013

Para lectores


Algunos amigos me habían pasado el dato de una librería en el centro de Arequipa. “G, esa librería es para ti”, me dijo hace buen tiempo una gran amiga.
En Arequipa hay librerías, pero ninguna como esta, que encontré mientras merodeada por el centro y me distraía viendo desde los arcos de la plaza a Roxette en el atrio de la catedral. Así es, Roxette deleitando a cientos de nostálgicos noventeros tarareando sus más conocidos temas.
Para dar con El Lector tienes que caminar despacio por la calle San Francisco, mirar bien los letreros de cada uno de los negocios. A la primera distracción, te pierdes. En cierta medida, se trata de una librería oculta, hay que esforzarse un poco para encontrarla.
Una vez que ingresas, sientes como si estuvieras en otra dimensión. No hace falta haber entrado a otras librerías para tener la certeza de que estás ante una diferente, a una en la que te es posible constatar que hay un criterio lector en la selección de títulos. Eres la absoluta nada ante lo que ves. Estás en un agujero negro.
Recorres con paciencia los anaqueles y en cada lugar en el que se posa tu mirada, hay un libro que es pura carne. En verdad, ni en Lima he visto lo que se puede encontrar aquí. Las secciones están muy bien distribuidas y nutridas, aunque no te extrañe que la de literatura peruana contemporánea sea un poco rala, pero eso es lo de menos ante lo que te rodea.
Podría detallar lo que vi, pero no. No lo haré. El que se considera lector, no de los eventuales, sino el voraz, el que solo es capaz de ver la vida a través de los libros, la tiene que conocer. Verás lo que hay y te darás cuenta de lo que cuestan. Pagar te dolerá, quizá poco/mucho, pero nadie te quitará la satisfacción.