martes, octubre 31, 2006

The Who - Won´t get fooled again



Este es uno de los mejores temas de The Who, el que quizá refleje todo el alcance de su rock sinfónico. Cortesía de La Caverna.

Arturo Pérez-Reverte



Ocurre que estamos llenos de snobs, de prejuiciosos y de ignorantes acartonados. Digo esto porque al parecer hay una línea en la que no se duda en denostar a las novelas de asunto. Hace unas semanas, hablando con un hipócrita, este me comentó que la editorial Alfaguara publica basura, que publica a autores sin formación alguna en pos de la publicidad; cómo habrá sido de ignorante mi interlocutor que me gustaría compartir lo que me dijo: “Oye, Gabriel, ¿qué puedes esperar de un escritor que no vacila en proclamar admiración por Arturo Pérez-Reverte?, imagínate, poner a Reverte como ídolo. ¿Qué diablos puede enseñar ese hacedor de bestsellers?” Me hubiese gustado insultarlo, pero sencillamente lo miré depositando toda mi lástima en ese engendro que le hace patería a cualquiera que tenga contactos con alguno que otro editor.

Sin embargo, lo que sí me gustaría comentar –y me pregunto por qué no lo hice antes- es sobre lo que Arturo Pérez-Reverte me deja con sus libros, y lo más importante, lo que transmite con su vocación por este oficio duro y placentero como lo es el literario.

En las novelas de Pérez-Reverte, incluyendo la saga del Capitán Alatriste, notamos a un escritor que ha hecho suyo el legado de la tradición de las novelas de aventuras, pero lo que siempre me apasionará de todo autor es el viaje entre líneas que me deja. Y en ese caso, P-R siempre ha contribuido en ensanchar mis horizontes como lector. P-R no es alguien que se somete a los caprichos del talento esperando que este aflore por sí solo, sino que a este lo lima y lo pule con un impresionante trabajo de investigación, con lecturas y notas. Por ello –cito al azar una novela suya- vemos en La carta esférica toda la tradición novelística que ha girado en torno al mar como tópico, es por eso que son patentes las referencias a Homero, los argonautas, Melville, Conrad, O’brien, etc. O sea, un escritor que es capaz no solo de ofrecer una buena historia, sino que también da luces de toda una tradición en la que ha descansado durante el proceso de su escritura, no es cualquiera. Y ni hablar de El Club Dumas – otra novela suya al azar-, que como es obvio, es un tributo al autor de El Conde de Montecristo, y en el que yace también la tradición de las novelas del policial enigma, en las que teje puentes entre Conan Doyle y Ágata Christie. Ni qué decir de la saga del ya mencionado Alatriste y el canto de agradecido lector que ofrece del Siglo de Oro español.

Y lo importante en P-R es que siempre declara que él le debe todo a los libros que ha leído, ergo, el talento sin lecturas que lo respalden no es absolutamente nada, toda una cachetada para aquellos que denostan con una gran facilidad la formación que traen las lecturas, que no dudan en alucinarse los elegidos en un medio como el peruano, ni más ni menos, en los que cada día es más claro e irrefutable que existe una evidente falta de formación en no pocos de sus narradores y poetas –estos últimos sí necesitan coger de una vez por todas un libro, no todos, gracias a Dios-.

En lo personal, no conozco a ningún gran escritor de respeto que solo se haya conformado con el talento que tiene para escribir, prácticamente no existe, y si existiera ese escritor referencial, pues que no se dude en pasarme la voz y así abandonar para siempre la literatura. Cosa que lo veo muy difícil (imposible).

En la foto, mi maestro Arturo Pérez-Reverte

lunes, octubre 30, 2006

24



No hay nada que hacer, pero he regresado a mis épocas en las que era un fagocitador de series. Desde hace muchos años que no seguía con tanta atención las peripecias de un personaje tan sui generis como Jack Bauer. En mi memoria visual guardo buenos recuerdos de Baywatch, Baywatch y Baywatch. Aunque hubo una temporada en la que por complacer a una buena amiga me tuve que soplar todas las peripecias de la madre intelectual de todas las jugadoras: Candy –claro, era un dibujo animado, pero la carga melodramática me hacía verla como una serie, total, ¿lo era, no?-, en fin. Es que de alguna u otra manera tuve una adolescencia con un ritmo de vida muy agitado, ni bien salía del colegio me iba a mis clases de inglés, y al salir de esta me iba a entrenar basket, y este ritmo me siguió a lo largo de casi toda mi etapa escolar, por lo tanto, llegaba a mi casa molido, con ganas de no hacer muchas cosas, y mientras tomaba mi lonche veía las aventuras de los playeros californianos.

Sin embargo, desde hace unas semanas mi hermano menor me comentaba de una serie “alucinante”; tienes que verla, me lo repetía; ¿a qué hora la dan?, le preguntaba; después de media noche; okey.

Es así que una noche me puse en No Admitir en el messenger, prendí la TV, y esperé a que terminara la perorata sobona de Cecilia Valenzuela, apagué las luces de mi cuarto. Más o menos este es el argumento de 24 –ojo, yo la estoy viendo desde la segunda temporada, en USA ya van por la quinta- y la breve semblanza de su protagonista: CTU es un organismo del gobierno norteamericano que trabaja en paralelo a la CIA y el FBI, cuyo fin es salvaguardar los intereses norteamericanos de posibles ataques terroristas, de atentados a la vida del presidente, de ataques bactereológicos, etc. Y bajo el amparo de CTU se mueve la figura de Jack Bauer, un rudo agente comprometido con su país, quien a medida que avanzan los capítulos libra una lucha personal con un descenso emocional en el que llega a perder a su esposa a manos de una ex amante suya y adquiere una soterrada adicción a las drogas.

Cada temporada está dividida en 24 capítulos, cada uno de estos dura una hora en tiempo real. Ello denota un minucioso trabajo en el guión.

Son varios los detalles que me gustan de esta serie, pero quizá lo que me guste más sea ese componente de malicia y traición que se respira en cada uno de los personajes, sean principales como secundarios; cada quien busca su propio beneficio, buscan un pedazo de la torta del poder, de la atención, en otras palabras, no vale creer en nadie. Espero no exagerar si digo que el espíritu de esta muy buena serie descansa en la amoralidad.

Tampoco quiero dejar de acotar que más allá de lo que se vive en 24, he sentido en no pocas ocasiones –salvando la distancias, obviamente- estar viendo cómo se mueve el mundillo literario peruano, tan propenso a flirtear con el aroma que despide su parrillada de ego.

En la foto, Jack Bauer (Kiefer Sutherland)

sábado, octubre 28, 2006

José Pancorvo

No niego que en su momento solía juerguearme con poetas, dentro de todas las carencias intelectuales, culturales y literarias que encontraba en ellos, la pasaba bien. Pero una de las personas que sí sumo –y suma- en mi apreciación por el oficio literario, el mismo que es llevado con una pasión a la par de su sencillez, es el poeta y amigo José Pancorvo.

Como dije, paraba con poetas, y digamos que conozco bien las carencias que en dicho mundillo se mueve –ojo, no generalizo- pero el conocer a Pancorvo fue para mí una de las experiencias más gratificantes que he podido tener puesto que siempre me llamará la atención el intelecto, la formación, el talento, y lo más importante, la dimensión humana. Todas estas cualidades no las he dicho en un tono elogioso, por el contrario, he tratado de ser lo más justo posible en su descripción.

Pancorvo es el responsable de una poesía de temática mística que se alimenta de diversos crisoles culturales, crisoles que hoy en día están olvidados por los vates herederos de la noche, las putas –con pepeo incluido- y el trago, es que para estos hijos de la inspiración barata la sensación lo es todo y el plagio también –de esto hablaré más adelante-.

Los poemas de Pancorvo son difíciles, crípticos, y es en esta “dificultad” donde encontramos el alcance de su fuerza lírica, la trascendencia de su voz; puesto que en esta descansa un buen maridaje entre el contenido y la forma, un diálogo intercultural que va del poética del Siglo de Oro español a los laberintos de la vanguardia poética del siglo XX, de lo fatua que es la vida contemporánea a las oportunidades que ofrecen los nuevos medios virtuales; todos estos recursos yacen en una inquietud que está presente en la totalidad de sus libros: Dios. Pero la persona de Dios no es vista desde la mirada de la contemplación, sino que esta mirada rota entre la reflexión y el cuestionamiento hacia la divinidad, como se sabe, si uno no cuestiona su creencia o convicción se es ligero; y cuando no se reflexiona, todo acto de fe no tarda en desaparecer; principios aparentemente contradictorios pero que en el fondo de los mismos se complementan.

Los versos largos, de aliento, recogidos de los libros bíblicos del Antiguo Testamento son los canales por los que él ha expresado todo el acervo cosechado en años de estudio, lecturas y vida. Pero digamos lo justo, este uso de los versos largos ha sido utilizado por varios poetas de los noventa –la generación más laxa en la historia de la literatura peruana, de lejos-, lo cual está muy bien, pero es sumamente mezquino cuando no se reconoce –o por lo menos declara- la voz de la que han asimilado, llegando a niveles de sinvergüencería cada vez que afirman que dicha forma es producto de una búsqueda personal, de la tradición libresca (no puedo decir la procedencia porque siempre se quedan en “tradición libresca”) X, y esto sí es a todas luces una muestra tajante de la hipocresía que le suelen ofrecer, y de las que Pancorvo siempre se ha dado cuenta.

Ocurre que José Pancorvo es una persona que no se muere por el reconocimiento, no le interesa el aplauso vacuo de algún premio, y mucho menos intenta quedar como leyenda urbana haciendo payasada y media; quizá por ello, por su renuencia a formar parte de los “grupetes” es que este gran amigo ha sabido cuidar su imagen, y lo más importante, el cuidar su poesía, puesto que el compromiso de Pancorvo con ella está anclado en la genuina comunión espiritual.

viernes, octubre 27, 2006

Viernes



Los viernes son especiales, es el día en el que ponemos el punto final a nuestra semana cargada de mails, artículos, entrevistas, textos que trabajamos en secreto y otros que no son tan secreto.

Así es que espero con ansias la llegada de las seis de la tarde, apagar la PC, y así ponerme a leer hasta las nueve de la noche la alucinante novela Crónica sentimental en rojo que espero poder comentar en los próximos días. Ni bien llega las nueve, empiezo a prepararme para el largo viaje hacia el fin de la noche –me dicen, me cuentan, que The Radio Dept ya está en Lima- y aprovisionarme de cigarros y listo para encontrarme con los patas en algún punto estratégico de la ciudad.

Todo vale, todo se justifica, siempre y cuando se sepa juerguear.

En la foto, un claro ejemplo a seguir de una sana juerga nocturna.

miércoles, octubre 25, 2006

Fernanda



Recuerdo que tenía alrededor de quince años cuando pude verla por primera vez. Estaba sentado con unos audífonos escuchando algún viejo y perdido tema de The Cure, leyendo una novela de la serie del Séptimo Círculo, cuando se me ocurrió prender la TV. Y me topé con un partido de Volleyball entre las selecciones de Brasil y Cuba, hasta ese entonces mi interés por este deporte era írrito, no pasaba de mis clásicas prácticas de Fútbol –en el arco- y el Basket; pero bastó un mate, un grito en el aire, un rostro sudoroso que dejara notar las venas producidas por la euforia para volverme un genuino hincha de esta mujer a quien desde hace mucho había perdido la ruta: Fernanda Venturini.

Quiso el destino que me la tope nuevamente, pero esta vez no fue a través de un canal de cable, sino en persona, caminando sola haciendo compras por San Isidro. Yo estaba en el taxi fumando descontroladamente un Montana rojo, preocupado por la demora puesto que llevaba más de media hora de retraso de la reunión en la que sí o sí tenía que estar. Es así que me llegó la reunión, le pedí al taxista que se detenga, le pagué la carrera y caminé directo hacia esta mujer para verla cara a cara y quitarme así el último resquicio de duda que podía tener –aunque muy dentro de mí estaba más que seguro de que era ella-, y faltando unos metros para que entrara a su hotel, la intercepté. Le dije mi nombre, le dije que era escritor –me sentí medio huevón al decirle esto- y que la admiraba desde siempre. Y ante esto ella me regaló una sonrisa y un beso –en la mejilla-, me dijo que se sentía muy halagada, que estaba de paso en Lima, invitada para dictar unas charlas sobre Volley.

No niego que me perdí en sus ojos, mi mirada inclinada unos cinco centímetros en dirección a la suya, sintiéndome un agradecido retorno a los años en los que sí era lícito creer en los amores platónicos, sensación que me durará por muy buen tiempo. Hasta la vista, Fernanda.

En la foto, Fernanda Venturini, simplemente.

martes, octubre 24, 2006

Los hijos de Dumas



No son pocas las ocasiones en las que me he tenido que topar con muecas prejuiciosas ni bien se me pregunta por mis escritores favoritos –discotecas y bares- y por mis influencias literarias –vinito de honor en cualquier presentación-; pues bien, mi respuesta es siempre la misma: los bestsellers.

Ocurre que cuando hablo de bestsellers mis oyentes ocasionales creen que me estoy refiriendo a los libros de Coelho, Osho, Bambarén, etc; y para que el prejuicio no llegue a la emisión de opiniones que pongan en duda mi calidad de lector –experiencia que ya me ha pasado de diversas maneras-, pongo el quiebre explicando que mi preferencia de siempre apunta más a esos tan llamados “escritores de asunto”, que ante todo seré un fascinado por las novelas en las que se privilegie la historia, la misma que me lleve a vivir lo que sus protagonistas pasan, que llore con ellos, que ame con ellos, que odie con ellos, y lo más importante, que aprenda con ellos, ya sea lo bueno o lo malo porque lo que me interesa cada vez que estoy con un libro es vivir, el poder desconectarme de la realidad y si por mí fuera, el poder levitar siempre, anhelando que el libro que tenga se torne inagotable.

Por ello, cuando me preguntan por mis escritores predilectos, por los que para bien o para mal me llevan hasta el día de hoy a escribir, no dudo en nombrar a Stephen King –nadie es el mismo después de leer Apocalipsis o It-, a Harold Robbins, Frederick Forsyth, el recordado Manuel Vázquez Montalbán, Arturo Pérez-Reverte, Robert Ludlum –El círculo Matarese es el equivalente a La montaña mágica, como lo anotó bien en su momento Rodrigo Fresán al compararla con ese bodrio llamado El código Da Vinci-, John Le Carre, Mario Puzo, George Simenon y el maestro James Ellroy.

Pero no es que solo lea bestsellers, también leo bastante de los otros, en los que hay todo un despliegue de estilo, una introspección a la intimidad, en donde muchas veces no es la historia o argumento el que cuenta sino es el lenguaje el verdadero protagonista de las tramas, de los que alcances que este tiene para hilvanar sólidamente una realidad paralela.

Esta tradición de escritores de asunto no es producto del ya terminado siglo XX –y ahora que escribo, me acuerdo de que la dicotomía asunto/estilo ha generado muchas polémicas, la que recuerdo es la que se libró el año pasado entre Francisco Umbral y Arturo Pérez-Reverte, en la que el autor de La carta esférica y El club Dumas defendió con argumentos y sorna la arremetida de Umbral cuando dijo que las novelas de asunto hacen gala de una falta de calidad literaria; estas palabras fueron dichas a razón de la ceremonia de premiación del premio Planeta 2005, y como la opinión de Umbral tenía a Pérez-Reverte como destinatario, este no tardó en callarlo, y todo parece indicar que es de por vida- sino que esta es heredera de la novela decimonónica, del folletín en especial, género del que se adueñó Alejandro Dumas para dejar una obra que supera las cuatrocientas novelas, en la que cada una de ellas mostraba un argumento orgánico, sin cabos sueltos, pero lo más importante: Dumas escribía pensando en el lector, he allí su éxito, su legado, su compromiso.

Claro que no es el único maestro, pero de lejos, Dumas es quien más escuela ha dejado en muchos escritores durante el siglo XX. Tampoco es que quiera divinizar las cualidades humanas de un ser tan indefendible como él, pero si era o no una buena persona, si explotaba a sus amanuenses, o si plagiaba novelas con el fin de reescribirlas es algo que por el momento no me interesa hablar.

En la foto, George Simenon, autor de más de quinientas novelas.

lunes, octubre 23, 2006

Sexo, humillación y muerte - Un instante



Es el mundo del creador el que siempre ha fascinado a Roman Polanski, pero tenemos muy pocos trabajos cinematográficos que se relacionan a esa ya vieja y muchas veces declarada obsesión suya. Luna de Hiel puede ser catalogada como una película menor dentro de su producción, pero a mí, como compulsivo fagocitador de películas, no dejará de llamarme la atención aquellas películas que muestren el mundo interno del escritor –en especial, este caso- en el que se acrisolan todas las vivencias en las que se fusionan la esperanza, la desazón, la frustración ( todas con un alto contenido tanático) y el patente erotismo marcado por los agujeros oscuros de los desencuentros.

Es así que no es de extrañar que este director polaco no haya dudado en plasmar en celuloide la novela Lunes de Fiel del novelista y ensayista francés Pascal Bruckner. En esta película viajamos por el andamiaje existencial de Óscar ( Peter Coyote), un escritor ido a menos en medio de una ciudad parisina que lo rechaza como narrador pero que a la vez le insufla de vivencias acicateadas por las desbordadas noches de farra que lo terminan dejando en un vacío emocional luego de cada encuentro marcado por las explosiones hormonales; sin embargo, la vida de Óscar adquiere rumbo al quedar obnubilado con Mimi ( Emmanuelle Seigner). La novela da cuenta de la cima y sima a la que llega este aspirante a escritor.

No es necesario que una película respete la estructura de la novela, lo que en estos casos vale es que el director sepa rescatar el espíritu de la misma, si éste llega a asir dicha cualidad, nos podemos dar por satisfechos. Una de la escenas de Luna de hiel que aún se mantienen en mi memoria visual es la que da cuenta del inválido Óscar ante un Nigel ( Hugh Grant) totalmente sumido en un estado de confusión, listo para escuchar la perorata vesánica del escritor fracasado quien no tarda en relatarle sus ansias ya claudicadas por llegar a vivir de sus libros en París, My city dreams, y ser así parte de la veta de Hemingway, Fitzgerald y Miller.

Para Óscar es tan poderosa el ansia por sellar su anhelo que este no duda en eludir la realidad del rechazo escribiendo, tecleando frente a la pantalla en azul, con el sonido de las lluvias otoñales que caen sobre los tejados, cuyas aguas resbalan por sus paredes empedradas de su edificio, anegando el mundo por donde él se entregará –una vez cumplida la faena- a las interminables noches con olores hormonales confabulados con el peligroso y oscuro silencio del Sena.

Esta escena puede reflejar el mundo de un creador marcado por su condición de letraherido, quien pese a las cartas de rechazo de las editoriales que atiborran su escritorio, persiste en no dejar de lado el anhelo de vivir y caer rendido ante los regalos como el que le ofreció el azar al toparse con Mimi mientras viaja en bus, encuentro que determinara un cambio de vida signado por el sexo, la humillación y la muerte.

En la foto, Emmanuelle Seigner, placer, vida y muerte de Óscar

sábado, octubre 21, 2006

Oswaldo Reynoso




Mi recuerdo de Reynoso sólo se limita a una visita que le hice allá por el año 2001 en su antigua casa de Pueblo Libre, ubicada a unas cuantas cuadras de la clínica San Felipe. En esta visita –que hice con la intención de que me firmara todos sus libros-pude notar a un hombre muy consecuente con su visión que tiene del oficio narrativo y con su posición política e ideológica –que gracias a Dios, no compartía, ni comparto-. Aunque dentro de mí no pude ocultar mi respeto y afecto por aquel voluminoso hombre que encontraba la felicidad en la sencillez de sus cosas: muchos libros, muchas hojas, una máquina de escribir de acero de color verde –marca Olivetti, si no me equivoco- y varias latas de Cusqueña diseminadas en puntos estratégicos de lo que él llamaba su casa-estudio-habitación.

Siempre he tenido la convicción de que la mejor manera de admirar y estimar a un escritor es leyendo su obra. Claro, puede sonar a perogrullada, pero es necesario decirlo. Sin duda alguna, Reynoso es uno de los autores que me ha ayudado mucho con sus libros, razón más que suficiente para expresarle gratitud.

A veces, me lleno de efímeras molestias cuando se antepone el discurso ideológico de Reynoso sobre sus libros, o siento mucha lástima por aquellos pateros que lo adulan circularmente cuando en realidad no han pasado de la lectura de un solo libro suyo.

Indudablemente que Los inocentes es un bello libro –no exagero si digo que lo leo dos veces por año-, pero no es el único.

Reynoso es el responsable de textos desgarradores como El escarabajo y el hombre y En octubre no hay milagros, los mismos que superan largamente a Los inocentes; incluyamos también a En busca de Aladino, hermoso relato en el que descansa la estética de este autor, en el que yacen las claves de su parcela creativa, muy superior –de lejos- a El goce de la piel, su texto más flojo, muy por debajo de los libros ya mencionados.

Dicen que los escritores, los grandes escritores, tienen un obra mayor, y Reynoso la tiene: Los eunucos inmortales. Son muchas las cosas que puedo decir de esta deliciosa novela, pero me gustaría que aquellos pateros que no salen de Los inocentes, incapaces de mostrar franqueza ante él, la puedan leer, más que nada, por respeto a este narrador tan querido –querencia que descansa en factores extraliterarios, lamentablemente-, y así puedan ver todo el crisol temático y estilístico que esta novela tiene, de los momentos imperecederos que sus páginas ofrecen, de su estructura que recoge mucho del diario como género literario, de la felicidad que puede alcanzarse en los principios de las utopías.

Es cierto que en cada una de estas páginas se percibe un compromiso ideológico, pero este es superado por el trabajo del escritor con la palabra, volviéndola elástica, sugerente, extremadamente sensual. Por el contenido y la forma que descansan en la búsqueda –no cometeré la idiotez de contar el argumento-, encontramos no pocos puentes con En busca de Aladino y la olvidable El goce de la piel, en las que podemos encontrar matices sutilmente diferenciados, pero cuyo espíritu de búsqueda viaja entre líneas, muy escondido entre las imágenes y conceptos desplegados, y que vale la pena encontrar, descubrir, asir y constatar que la grandeza de un escritor como él se debe únicamente a su placentero encadenamiento con la palabra escrita, que es lo que finalmente quedará de él; lo demás, no sirve para nada.

Las adulaciones son los feudos en los que se regodean aquellos cheleros pateros que muestran su hipocresía cada vez que se le solicita algún favor. O peor aún, cuando suelen hablar de Los inocentes sin haberlo leído.

En el video, Oswaldo Reynoso sobre Las tres estaciones.


Nota: No hacer caso de las líneas, mi cuenta blogger anda con problemas últimamente.

viernes, octubre 20, 2006

Paul Auster



Bueno, ahora que ya estoy curado de mi insomnio –supongo-, espero que mis días sean más provechosos, dicen por ahí que se suele hacer más cosas durante la mañana que en las tardes, noches y madrugadas. Esperemos que sea cierto.

Pues bien, justo el día de hoy, viernes 20, es la entrega de los premios Príncipe de Asturias 2006. Por lo tanto, como hay una diferencia horaria de seis horas con la Madre Patria, esperaré hasta las 11 de la mañana para ver en vivo este ritual. No es que sea un afanoso por saber los detalles que van a ocurrir -pero siempre la admiración me ha llevado por actos desproporcionados que no se ajustan a un comportamiento normal- , pero el evento de este año tiene un cariz especial: uno de los premiados es Paul Auster.

¿Qué puedo decir de Auster que no se haya dicho? Creo que no mucho, pero me gustaría contar la manera en la que me topé con un libro suyo por primera vez; lo recuerdo bien, además, puesto que me acerqué a este autor en una edad exacta, en el momento en el que necesitaba tener un referente, y es así que en medio de una librería X en la que sí se permite fumar, bajo la atención de una simpática amiga que trabajaba allí, quien no dejaba de hablarme de las novedades literarias que llegaban, y yo, ya cansado de tanta nimiedad libresca con aspiraciones a revolucionar el espectro literario de esa época, como que no le hacía caso, así es que me conformaba con lo más fácil –ojo, en esos años aún era un prejuicioso-, o sea, en mirar sus ojos de un intenso marrón claro en el que se llegaba a reflejar desde su retina el delgado semblante de este modestísimo lector.

Aunque, eso sí, fue “un tienes que leerlo” lo que hizo que tomara atención a lo que me venía diciendo. Cogí el libro, me gustó el título La trilogía de Nueva York. Ya sabía algunas cosas de este libro que encierra tres novelas cortas hilvanadas bajo el policial metafísico – ¿?- , bueno, no es tan difícil como suena. Empecé a recorrer las páginas, leyendo párrafos salteados; sin embargo, un extenso diálogo de la primera novela, Ciudad de cristal, llamó mi atención: un atormentado Quinn conversa con Paul Auster sobre la novela dentro de la novela en el Quijote, en relación a los lazos entre Cervantes y Cide Hamete Benengeli. Supongo que todos sabemos de estos lazos temáticos–es cosa de colegio, a secas- pero fue la manera tan sencilla en la que este diálogo estaba escrito, sumado a las ideas vertidas sin ningún afán intelectual lo que me llevó a descubrir cosas que había pasado por alto con relación al Quijote. Me gustó tanto ese derroche de inteligencia que le dije a mi amiga que me llevaba el libro con la idea de leerlo en los próximos días -al menos esa era la intención en principio- pero nada, lo empecé a leer en la cúster, durante la noche y lo terminé en la madrugada. Y quise más; así es que no tardaron en llegar a mi biblioteca La música del azar, A salto de mata, El país de las últimas cosas, Leviatán, La invención de la soledad; y años después La noche del oráculo, El libro de las ilusiones –el Auster más flojo, sin lugar a dudas- y The Brooklyn Folies.

Auster me ha regalado momentos en los que más de una vez he tenido que levantar la cabeza mientras estaba sumergido en libro alguno suyo, pero siento que él ya cumplió para mí con esa novela inagotable como lo es El palacio de la luna.

En la foto, mi pata Paul Auster.

jueves, octubre 19, 2006

Espejo a la deriva

Ocurre que muchos libros suelen pasar desapercibidos, y esto se deja sentir más cuando de libros de poesía se trata. Pues bien, en este caso me ocuparé haciendo un breve comentario de la primera entrega poética de Sara Cortez Pautrat, Espejo a la deriva.

Desde las primeras páginas vemos el diálogo que Cortez tiene con el oficio lírico, canalizado a través una voz cargada de ironía, pero esta ironía termina matando el sendero con los que muchos versos empiezan, lo cual es una lástima ya que muchos de estos comienzos son muy buenos.

La cualidad que se deja ver en Espejo... es la fusión que vemos entre el amor y el misticismo; misticismo entendido como una visión personal de la divinidad. Por ello, esta mezcla yace en varias dicotomías como el amor/despecho, sexo/purificación, lujuria/paz, etc.

Los mejores versos son los que abordan la temática sexual. En este tópico Cortez refleja un buen manejo del ritmo poético. En algunos casos sentimos que somos parte de la experiencia erótica de la poeta. Y seamos justos, las imágenes son precisas, diáfanas y lacerantes. Y este logro la poeta lo lleva por medio de la sugerencia, no cae en el burdo manejo del lenguaje, en ningún momento ronda lo pornográfico. Práctica esta que muy mal lo entienden y escriben ciertas poetas que por abusar tanto del tema terminan agotando a los lectores.

Y hablando de abuso, estos poemas llegarían a más y el conjunto del libro sería consistente si hubiera podado bien sus escritos. La intensidad es clave en todo libro de poesía. Otro de los puntos a destacar es el desenfado. Casi todos los poemas exhiben una agradecida cuota de desinhibición, como constantes guiños al lector, en los que salta una inusitada ternura difícil de conseguir.

Cortez refleja mucho talento, pero el talento se pule, se enriquece, cambia.
Espejo a la deriva, un libro egotistamente apasionado.

miércoles, octubre 18, 2006

Cuando se lee mal y se comenta

Sin lugar a dudas, el blog Zona de Noticias, del poeta y crítico Paolo de Lima, es uno de los más visitados, pero una de las flaquezas del mismo yace cada vez que el blogger decide emitir una opinión –y como suele ser en muchos casos- partiendo de una lectura sesgada y apresurada.

Hace unos minutos, recorriendo su blog, me topé con el post Alonso Cueto sobre el premio Planeta. En este post el poeta De Lima compara dos artículos de Cueto aparecidos en estas dos últimas semanas. El primero de ellos –siguiendo un orden cronológico de publicación- está dedicado a los posibles ganadores del Nobel, en la que el autor de Demonio de mediodía dice de Orhan Pamuk –a quien se terminó premiando- lo siguiente: "un escritor interesante...no tiene, sin embargo, una obra tan completa o integrada como la de otros eternos postulantes: Philip Roth, Paul Auster y Mario Vargas Llosa.” Días después –cuando ya se conocía que el galardonado era Pamuk- Cueto reconoce la importancia del escritor turco, pero manteniendo la idea de que había otros escritores con una trayectoria mucho más orgánica.

Todos hemos sido testigos de que más se ha hablado de la postura moral de Pamuk que de su consistencia literaria, es cierto que voces importantes en el mundo entero han mostrado su satisfacción por este escritor, aunque también han expresado que ha habido “un algo más” que escapa a lo literario.

En el segundo artículo, Cueto escribe sobre el ganador del último Planeta, Álvaro Pombo. Aquí notamos un tono intimista puesto que Cueto conoce a este narrador, de quien resalta sus virtudes literarias bajo un conocimiento de causa.

En lo personal, solo he leído un par de libros de Pombo: La aparición del eterno femenino y El cielo raso. Y los comentarios que hace un tiempo escuché de Jorge Eduardo Benavides sobre este autor fueron muy elogiosos. Pombo es, ante todo, un escritor comprometido con su trabajo y reconocido por sus muy buenas novelas. Por lo tanto, si Cueto celebra la premiación de Pombo es porque el premio Planeta termina ganando prestigio literario con este autor, cosa que era necesario para el premio que mejor paga. Acotemos también que Pombo se suma con justicia a otros buenos escritores que se alzaron con el Planeta en ediciones anteriores como Francisco González Ledesma, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Manuel de Prada, Espido Freire, etc.

En fin, dos artículos de Alonso Cueto muy distintos entre sí; en uno, se habla de un premio que suele anteponer factores extraliterarios en lugar de reconocer la trayectoria de algún escritor con una trayectoria consistente y referencial; en otro, simplemente se comenta de un gran escritor que acaba de ganar un premio importante (pecuniario) para las letras en castellano. O sea, el tratar de encontrar, si quiera, en estos artículos un hiato temático no es más que una muestra de una evidente falta de compresión de lectura, y toda opinión vertida anclada en esta tara genera dudas razonables sobre una posible animadversión del blogger De Lima hacia ciertas personas que, sencillamente, no piensan como él; cosa que me gustaría dejar de creer, sinceramente.

domingo, octubre 15, 2006

15 de octubre.



En la vida de las personas hay fechas que son importantes, y estas no necesariamente están ligadas al onomástico, al aniversario o lo que fuera. Por el contrario, la importancia de estos días –por lo general- están signados por el azar.

Todo aquel que ha escrito un texto importante para uno sabe bien que muchas veces el punto final que se la da a un trabajo arduo es el punto de inicio del desfogue que nos aliviana la carga emocional que lleva el proceso creativo. Es cierto, cuando se termina de escribir una novela terminamos agotados físicamente, es una verdad que muchos tratan de negar; pero todo escrito es autobiográfico, en él se ponen en juego nuestros cinco sentidos en pos de la trama que te tiene atrapado.

En mi caso, las cosas fueron especiales, llevaba más de tres días en blanco, sin dormir, tratando de darle los retoques finales a mi primera novela en el 2004. Sin embargo, un par de detalles se hicieron presentes segundos después al dar por culminada La cacería: por un lado, en la tarde se me había devuelto un añorado libro de Cummings y mi padre me lo había alcanzado justo en el momento cumbre de mi viaje imaginario, cogí el libro y lo empecé a hojear, me dejé llevar hasta el poema En un lugar que nunca recorrí, me dejé caer en picada por dichos versos que me carcomían la piel y henchían mi corazón, pensando en la verdadera razón por la que había decidido arriesgar mucho en una historia, con la esperanza de esperar algo sin esperarlo, sin pedir nada a cambio, pero con la dicha de no haberme sentido solo mientras me encontraba embarcado.

El azar me llevó a la novela, la angustia me llevó a Cummings, Cummings me llevó a experimentar un paroxismo mayor durante los primeros minutos del día 15 de octubre, como para no olvidarlo jamás, como para guardar para siempre un recuerdo que lo cuidaré con todas las fuerzas que aún me quedan. La cacería es una novela llena de claves.

En la foto, EE Cummings.

viernes, octubre 13, 2006

¿El Nobel?



Llega un momento en el que uno tiene que tirar la toalla con esta fiebre que se desata con dar quién será el Nobel. Ahora que sabemos que el Nobel ha sido otorgado a un ilustre desconocido como Pamuk, no tenemos otra que esperar a que sus libros empiecen a llegar a las librerías, y abrigo la esperanza de no irme de cara, tan igual como me sucedió con Jelinek.

El único escritor de quién no sabía nada cuando se le premió y de quien me convertí en su fan es JM Coetzee. Novelas como Desgracia y Esperando a los bárbaros son un auténtico placer que se incremente a cada relectura.

Entre mis candidatos de siempre barajaba los nombres de Philip Roth, Nicanor Parra, Paul Auster, Richard Ford, Ian Mcewan y el de nuestro querido Mario. Sin haber leído a Pamuk me atrevo a decir que con lo hecho por Roth con Pastoral Americana y La Mancha humana me es más que suficiente como para germinar en mí una muy buena indignación. Ni hablemos de nuestro apreciado Mario y sus monumentales Conversación en La Catedral y La Guerra del fin del mundo. Ambos escritores, con una constancia envidiable, no solo son importantes para el mundo de las letras, sino que son líderes de opinión en cualquier lugar de este planeta.

Así es que, sin tanto aspaviento de por medio, me atrevería a decir que este Nobel cada año se desprestigia más, los errores cometidos por estos viejitos suecos no hacen otra cosa que no sea la de desearles que de una vez por todas expiren –lo digo en buena onda- y así tenga este el mínimo aura de justicia que el principal premio de este planetita se esfuerza cada año en mirarlo de reojo.

Es escandaloso, a todas luces, puesto que se supone que un Nobel tiene que ser otorgado a un autor de trayectoria importante, y relativamente conocido en el mundo. Si estos viejitos suecos van a seguir en la onda de premiar a algún perseguido político, o a algún hijo de los desastres históricos del mundo contemporáneo, pues bien, cosas peores están por venir. En fin, las burradas no conocen de edad ni de justicia.

Ojalá este Pamuk me ofrezca los instantes imperecederos de luz.


En la foto, el autor de Amor perdurable y Amsterdan, Ian Mcewan
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miércoles, octubre 11, 2006

Mi insomnio



Soy insomne desde los catorce años. Intento en vano buscar la razón que me permita dar de una vez por todas con una verdad respetable a esto. Y hasta que ello ocurra, trato de aprovechar las madrugadas para actividades que me permitan aprovechar el tiempo, así es que en ellas, sin tanto aspaviento de por medio, me dedico a la lectura.

Ahora estoy en condiciones de decir que más del 90 % de libros que he leído en mi vida los he devorado en intensas madrugadas con olor a tabaco, buen rock y una botella de cítricos. Y esta falta de sueño me ha llevado a hurgar en la tradición de los escritores insomnes. Y los resultados no han sido para nada desalentadores, y puedo decir que no estoy muy solo en esto.

Uno de los legendarios escritores insomnes es Balzac, pues bien, en Balzac, la estupenda biografía escrita por Stephan Sweig, este austriaco nos cuenta que gran parte de Las ilusiones perdidas fue escrita en las madrugadas, y esto se debe al hecho de que en las madrugadas Balzac no podía ser fastidiado por sus acreedores, eso sí, siempre con la compañía de granos de café mientras llenaba las cuartillas sin parar.

Otro de los insomnes, ahora más contemporáneo, es el italiano Humberto Eco, aunque él ha declarado que su insomnio es un mal adquirido partiendo de la comodidad que le deparan las horas en las que no hay absolutamente nadie quien le fastidie, a secas, no se hace problemas el autor de El péndulo de Foucault.

En lo personal, me siento muy cómodo leyendo en las madrugadas, sin esas llamadas jodidas, ni zumbidos de messenger, o mucho menos esos horribles mails en los que se me apura por una traducción a presentar.

Ahora, mientras escribo estas líneas estoy por terminar la lectura de dos libros que me han gustado por igual; por un lado la novela Reconstrucción, del narrador español Antonio Orejudo; por otro, una edición simpática y pulcra del primer tomo de la serie titulada Los otros, en la que se rescatan textos de Mercedes Delgado, Luis Berninsone, Augusto Lunel y Guillermo Chirinos Cúneo. Trataré de hablar de este último libro más adelante, mientras tanto, son las ocho de la mañana, en fin, buenas noches.

viernes, octubre 06, 2006

Leopoldo María Panero - Especial V

Leopoldo María Panero - Especial IV

Leopoldo María Panero - Especial III

Leopoldo María Panero - Especial II

Leopoldo María Panero - Especial I



Juan Luis Panero y sus fetiches

jueves, octubre 05, 2006

Entrevista - Johann Page

"Creo que lo más importante para poder escribir es arriesgar siempre, aunque sea un poco. Creo que eso legitima un trabajo"