martes, noviembre 30, 2010

Rafael Reig ganador del Premio Tusquets de Novela 2010 - TODO ESTÁ PERDONADO

Tomado de aquí.
He leído varios libros del escritor español Rafael Reig, de los que recomiendo, sin dudar, dos: SANGRE A BORBOTONES y MANUAL DE LITERATURA PARA CANÍBALES.

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El escritor español Rafael Reig ha ganado la sexta edición del Premio Tusquets por su novela "Todo está perdonado", según anunció hoy el jurado del certamen en la Feria Internacional del Libro (FIL) que se celebra estos días en la ciudad mexicana de Guadalajara.
El jurado ha destacado en su fallo "la ambición de una novela compleja que, sin dejar de lado el humor, recupera la historia reciente de España y la reinterpreta con un enfoque inédito en la literatura hispana". También ha valorado el "mérito" de un relato "rico" en tramas narrativas "donde el argumento principal, una inquietante investigación policial, deja paso a un retrato realista e irónico de la posguerra, los últimos años de la dictadura y la Transición, con el telón de fondo de un Madrid insólito y sorprendente".
En "Todo está perdonado", Reig (Cangas de Onís, Asturias, 1963) da vida a Laura Gamazo, hija de un empresario enriquecido durante el franquismo, que muere por envenenamiento el día de su boda. Tras su fallecimiento, su padre, Perico Gamazo, recurre a un antiguo guardia civil amigo de la familia para que aclare el caso y es él quien hace un recuento de medio siglo de historia de España con las familias de ambos como hilo conductor.
"Así, la investigación de la muerte de Laura se entrevera con las vidas cruzadas de las familias, que, en sus maniobras para seguir en el poder, se convierten en emblemáticas de la trayectoria política española", según ha explicado la editorial.
Biografía
El asturiano Rafael Reig, de 47 años, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid y ha sido profesor en varias universidades estadounidenses En la actualidad, da clases en la escuela de creación literaria Hotel Kafka y colabora en diversas publicaciones, tanto en papel como digitales.
En 2002 ganó el Premio de la Crítica de Asturias por su novela "Sangre a borbotones", que fue elegida una de las cinco mejores novelas en español de ese año por la Fundación Lara. También ha escrito dentro del mismo género literario "Esa oscura gente" (1990), "Autobiografía de Marilyn Monroe" (1992), "La fórmula Omega" (1998), "Guapa de cara" (2004) y "Hazañas del capitán Carpeto" (2005). Algunas de ellas han sido traducidas al inglés, al alemán, al portugués y al italiano. También es autor del ensayo literario "Manual de literatura para caníbales" (2006) y del volumen "Visto para sentencia", donde recopiló sus artículos de prensa.
El jurado, presidido por Juan Marsé, lo han integrado también Almudena Grandes, Sergio Olguín, Juan Gabriel Vásquez y Beatriz de Moura, en representación de la editorial.
En anteriores ediciones, el premio Tusquets ha recaído en el colombiano Evelio Rosero (2006), el mexicano Elmer Mendoza (2007) y el argentino Sergio Olguín (2009), y en 2005 y 2008 quedó desierto.

Augusto Effio Ordóñez sobre LAS ISLAS de Carlos Yushimito

En el recién estrenado blog Palabra menor, Augusto Effio Ordóñez le dedica un post a LAS ISLAS (2006), el célebre libro de cuentos de Carlos Yushimito.
Personalmente, sintonizo con partes de lo que señala AEO.
LAS ISLAS es un libro que ha tenido la mejor prensa que pueda tener cualquier autor: el genuino reconocimiento del boca a boca de los lectores.
A diferencia de otros libros que salieron en el engañoso 2006, esta peculiar publicación de Yushimito ha sabido mantenerse vigente, fresca, no ha envejecido. Hasta podría catalogarlo como un clásico contemporáneo de la narrativa peruana. Claro, sé que puedo pecar de entusiasta, pero si el entusiasmo ayuda a que más lectores puedan conocer este mágico librito, pues está más que justificado.
Ahora, valoro y aprecio la inteligencia literaria de AEO, pero un párrafo de su texto está demás, es un potencial distractor del objetivo de su post: resaltar un gran libro. Por ello, ese párrafo, felizmente pequeño, no será reproducido.


Confieso, padre, y me arrepiento de ello, haber leído buena parte de los libros publicados en los 2000, con la malsana curiosidad de saber qué hacían sobre el papel —y qué tan bien lo hacían— los niños y no tan niños que empezaron a publicar cuando, de casualidad, yo también lo hice. Acúseme, padre, de haberme equivocado y desperdiciado horas de lectura en librejos que casi no recuerdo —sobre todo aquellos de esa editorial que hace una apología al oxímoron.
Los libros que rescataría no alcanzan para juntar un puñado, pero, gracias al cielo, hay uno que paga largamente la penosa incursión en el fango de las novedades de la más vieja nueva narrativa de la que siempre se habla. Me refiero a “Las Islas” (Sic, 2006), de Carlos Yushimito, un libro con mayúsculas que no ha sido lo suficientemente celebrado, pero que seguro tendrá una segunda y tercera vida, cuando el nombre de Yushimito deje de ser patrimonio de los lectores usureros que llegamos de oídas a esa edición de tapa negra y garabatos de colores, y que comentamos a cuenta gotas para que nadie conozca el brillo de nuestras más preciadas monedas.
He tenido la suerte de escuchar a Yushimito hablar de sus cuentos. No mucho, por cierto, porque Yushimito es esquivo cuando habla de su literatura. Es su manera de ser modesto. O quizá es su manera de ser concesivo (quizá sólo conmigo, y no con sus amigos del oxímoron, por ejemplo). Nunca lo sabré. Y ante la enésima vez que le preguntan ¿por qué ambientar tus cuentos en Brasil, un Brasil que, según dices, no conoces?, Yushimito ensaya una respuesta contundente: para hacer verosímiles mis historias (lo escuché de primera mano, no me lo contaron).
“Las Islas” reúne, de manera engañosa, nueve relatos. Y digo que hay un engaño detrás de la escueta presentación de libro porque en cada cuento, párrafo, imagen, frase, se van construyendo túneles y diques, se suman selvas y desiertos, se fundan y liquidan pequeñas naciones (a veces, naciones de poblaciones minúsculas: el clan de una favela, los habitantes de un burdel, dos amantes y un cornudo, alguien que está a punto de morir, o ha soñado con su muerte; pero eso es lo de menos).
Yushimito huye de la normalidad. Todo lo que escribe está enrarecido. Sus cuentos no entretienen: hipnotizan. El Sao Clemente donde ocurren sus historias es, en la angustia, el júbilo o la melancolía de sus personajes, un callejón sin salida, la promesa de redención, el lugar donde se lanzará el disparo que aguarda nuestro pecho tatuado, y, de pronto, de una página a otra, Sao Clemente no resultó ser lo que creímos que era, solo fue la tinta oscura que lanzan los pulpos para huir hacía otro lado, los desperdicios de los que se valen para engañarnos.
Es inevitable decir que del libro se destacan “La isla” y “Seltz”, por la impecable construcción y carga emocional del primero y por la sabia ironía del segundo. Creo que fue a Fontanarrosa a quien le escuché decir que un libro de cuentos se compone como un disco, con dos temas fuertes, dos hits, y, con suerte, se tienen a la mano algunas otras canciones parejas que no deben desentonar. Pues el libro de Yushimito no sólo tiene dos grandes hits.
“La isla” y “Seltz” son las dos más logradas melodías de un LP que engarza una sorpresa tras otra. “Bossa Nova para Chico Pires”, “Tinta de Pulpo” —en la relectura, uno de mis favoritos, donde Yushimito muestra que es capaz de juntar magia ancestral, cine de gansters y melodrama con una prosa envidiable— y “Tatuado”, componen un tríptico de pequeñas intrigas que se resulten o se vuelven a complicar, y a uno no le importa gran cosa saber cómo es que llegó hasta ahí, lo importante es haber hecho el viaje y, si es posible, regresar por el mismo camino. El libro tiene tantas bondades que un gran relato como “Una equis roja” —una fábula de putas de referencias quijotescas—, puede ser tomado como un relato bisagra, que sirve para ventilar la tensión acumulada del conjunto, y uno llega a pensar que escribir como Yushimito es sencillo, natural, como respirar, pero, en el fondo, sabemos que esto no es así, que la regla es encontrase con falsas promesas de complejidad, con juegos enrevesados que terminan de aburrir, con la prosa plana de los que están apurados de contar lo que nadie quiere escuchar.

El llanto enigmático

Sin pierde el artículo El llanto enigmático de Enrique Vila-Matas, publicado el último domingo en El País.
El contenido del texto también nos ofrece ciertas luces de lo que es la poética del autor: una que huye por principio del lugar común.
La ilustración pertenece a Sonia Pulido.


Hacia el final de un coloquio en Pamplona, en el formidable café Alt Wien, en el parque de la Taconera, una joven levanta la mano para decirme con mucha gracia que le ha interesado mucho todo lo que allí se ha hablado, aunque no ha entendido nada. Me parece fascinante. "Lo ideal", le digo, "sería que todo lo que has oído esta tarde aquí te acompañe al salir, lo ideal es que empiece en ti cuando todo esto termine".
Me doy cuenta al instante de que mi respuesta me ha devuelto a la entrevista a Antonio Lobo Antunes que he leído por la mañana en el avión. Le dicen al narrador portugués que, debido a que es difícil entrar en su escritura, agradecerían un consejo para un lector que se frustrara después de haber leído un libro suyo y no haber entendido nada. Y Lobo Antunes contesta:
-La primera vez que Téophile Gautier vio Las meninas de Velázquez dijo: "¡¿Pero dónde está el cuadro!?". Para mí es la mejor crítica de arte que leído en mi vida. Es el mejor elogio que se le puede hacer a una obra de arte.
Las palabras de Lobo me han llevado a recordar, esta mañana, las ocho o nueve tardes casi seguidas en las que, cuando tenía 15 años, vi en Barcelona la película El año pasado en Marienbad, siempre con el objeto de tratar de entenderla, ya que sentía que el filme me desafiaba y me hacía dudar de mi inteligencia, puesto que, por mucho que pusiera de mi parte, no lograba entenderlo nunca. Fueron días memorables en los que, al salir por las tardes del colegio de los jesuitas de la calle de Casp, subía paseo de Gràcia arriba a toda velocidad y me dirigía al cine Publi, dispuesto a ver por enésima vez la película y tratar por fin de comprender algo. Contaba con la inestimable complicidad del tío de un amigo, que era acomodador en esa sala y me dejaba pasar sin pagar. Ocho o nueve veces vi el filme y no lo entendí nunca, pero es que nunca. Luego, con el tiempo, perseguido por aquella experiencia de juventud, fui entendiéndolo de mil maneras distintas. Todavía hoy la película me entusiasma, aunque no es precisamente lo que le dije a su guionista y gran responsable del duro enigma, Alain Robbe-Grillet, la tarde en Barcelona en que le conocí y no pude evitar comentarle la cantidad de veces que había visto El año pasado en Marienbad con el objeto de tratar de entenderla.
-¿Y la entendiste al fin? -me preguntó de inmediato Robbe-Grillet.
Me di cuenta de que me la jugaba, de que según lo que le respondiera iba a pensar que yo era un imbécil, de modo que opté por contestarle la verdad. Si quedaba en ridículo, al menos que fuera habiéndole dicho la verdad.
-No. Sigo sin entenderla -le dije.
Vi como la sonrisa de Robbe-Grillet se triplicaba, feliz supongo de haber comprobado que, tantos años después, El año pasado en Marienbad seguía causando trastornos y siendo una fuente de energía creadora, una inagotable fuente de interpretaciones.
Pensé en Pamplona en todo esto al evocar aquella respuesta de Lobo Antunes, que, como le apuntaba el propio periodista, parecía estar insinuando que a él le gustaba que, al terminar sus novelas, los lectores se preguntaran dónde estaba el libro.
-Exactamente -le contestaba Lobo-. Los libros que me gustan empiezan en mí cuando termino de leerlos.
La frase me recuerda ahora lo que hace años me dijera Mercedes Monmany acerca de los libros que uno escribe y pierde, pierde para siempre, porque se apoderan de ellos los lectores, que los continúan en el espacio y el tiempo, lejos ya de quien los escribiera. Esa es la clase de libros que más habría de interesarnos a todos escribir, aquellos que empiezan en los lectores cuando estos acaban de leerlos.
Creo que hay algo de lo que me olvido en demasiadas ocasiones, pero que en los últimos tiempos pierdo menos de vista: en el arte de narrar no es necesario que todo quede explicado. Parece que es algo que sabían muy bien los clásicos. La mitad, como mínimo, de lo que contamos debe quedar sin explicaciones que lo hagan demasiado comprensible. ¿O acaso vamos nosotros por la calle comprendiéndolo absolutamente todo?
Una historia que quede bien explicada carece de excesivo interés, es más informativa y periodística que narrativa. Hay una historia que cuenta Heródoto que contiene ciertas fórmulas para construir -si el talento es también nuestro aliado- narraciones perdurables. Es la historia del faraón Psamético. En ella se nos cuenta cómo, tras la caída de Menphis, 500 años antes de la era cristiana, Psamético fue capturado por el ejército persa junto con su familia. Según el relato, el cruel Cambises puso a prueba la entereza del faraón infligiéndole el más doloroso de los castigos al colocarle en un ángulo de una vía a través de la cual iba a pasar el desfile de la victoria; un lugar estratégico desde donde le hizo ver también a su hija convertida en sirviente y a su hijo, completamente vejado, marchar camino de una dura muerte. Dice Heródoto que Psamético no se conmovió ante la suerte de su familia y aguantó firme, con la mirada en el suelo, todo lo que tenía que ver y que tan solo al final de todo se desmoronó, se derrumbó cuando reconoció entre los prisioneros a uno de sus sirvientes, un hombre viejo y miserable. Entonces, rompió a llorar. El misterio de ese incomprensible llanto permanece todavía hoy. Montaigne trató de explicarlo, pero no logró convencerse ni a sí mismo, porque acabó abriendo aún más interpretaciones del misterio de aquel extraño comportamiento. "Lo seguro es que hoy un periodista lo daría explicado de inmediato", escribió Walter Benjamin a propósito de este relato de Heródoto en el que veía el modelo ideal de narración, el cuento que nunca se entrega. Desde luego ha llegado hasta nuestros días, ha llegado hasta aquí, y es una historia que nunca nadie se acaba de explicar, quizás porque empieza en nosotros cuando terminamos de leerla.

lunes, noviembre 29, 2010

Librazo: POESÍA EN ROCK, de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen


Clic en la imagen.
Y desde este blog, mi alegría y felicitaciones por este librazo a mis grandes amigos Buco y José Carlos.

jueves, noviembre 25, 2010

"La novela le dio un nuevo sentido a mi vida"

Gracias a los envíos electrónicos de David Abanto, me entero de la entrevista de Michael A. Zárate a Miguel Gutiérrez, publicada en Diario 16.
De lejos, parece una entrevista literaria, pero de cerca es una que nos presenta al ser humano que hay detrás de este gran escritor.
Y desde este blog, les pido a los amigos de Diario 16 que afinen su web. No puedo hacer el respectivo enlace en azul.


Un crítico en los sesenta y setenta dijo que usted era un escritor acabado. Muchas veces lo sentenciaron de muerte literaria.
Lo que pasa es que durante quince años yo asumí ciertos compromisos en cuanto a mis ideas y les dediqué mucho tiempo, y no puse en el centro de mi vida o que debió ser siempre: la creación literaria.
Es uno de los problemas de mi vida que siempre me produce tristeza, nostalgia, porque empecé muchas novelas que no las pude terminar.
¿Se arrepiente de eso?
En parte. Pero debido a la experiencia en esos quince años me abrí hacia otro mundo que no conocía. Y sin esa experiencia no hubiera podido escribir ‘La violencia del tiempo’. Fue una cosa por otra. Yo publiqué ‘El viejo saurio se retira’ en 1969, pero por mi acercamiento al marxismo me pareció que esa novela tenía muy poco que ver con lo que estaba pasando en el país.
Se me viene a la mente 1985, año convulso por la lucha contra el terrorismo. Usted –como otros– fue sometido a investigación. Una hora antes de ser liberado, un oficial le preguntó cuál era su mayor aspiración. “Escribir una buena novela”, respondió.
Sí, y ya estaba escribiendo ‘La violencia del tiempo’. Y el oficial creía que mi máxima aspiración era ser ministro de Educación.
¿Por qué creía eso?
Por estúpido (ríe). Él seguramente creía que los pensamientos, las imágenes y las fantasías de un escritor no tenían importancia. Eran estupideces. Seguro pensaba que la vida estaba hecha de requerimientos materiales. Yo jamás he sido autoridad. No he sido jefe de nadie ni de nada.
¿Acaso tenía miedo de asumir una responsabilidad?
No. ¿Sabe por qué? Porque para ser todo lo veraz posible en tu creación artística es necesario que tengas los menores compromisos y otorgues las menores concesiones.
Cuando leyó su primera novela (Crimen y Castigo), a los 14 años, usted era “víctima de tormentosos análisis autopunitivos”. Eso lo ha escrito usted. ¿Por qué se castigaba?
Es que la religión está basada en el sentimiento de culpa.
¿Pero de qué se sentía culpable?
Me sentía culpable, por ejemplo, de que yo pudiera estudiar y otros no. Y en la pubertad, me sentía culpable del desarrollo de los instintos sexuales.
Pero cuando leyó Crimen y Castigo, usted ha dicho que lo acosaban “terrores nocturnos y era martirizado por insomnios tenaces”.
Usted se ha tomado el trabajo de citarme.
Tengo algunas ojeras por la lectura. ¿Pero a qué se debía el insomnio?
Tiene que ver tal vez con el origen de mi familia. Mi familia fue a vivir a un barrio pobre de Piura. Y en ese barrio mi familia tenía un estatus especial porque mi padre era un padre extraño: tenía aspiraciones por la cultura, compraba libros. Y eso hace que a uno lo miren mal.
¿Por qué?
Porque tus compañeros de edad te veían diferente. Después, la situación de mis padres mejoró y pasé a un barrio de clase media, pero que limitaba con las clases más altas de Piura. Me permitió ver los contrastes. Eso me causó problemas de tipo moral, de tipo psicológico. Yo tenía dificultad para relacionarme con gente de mi edad. Eso me llevó a que me indagara sobre mí mismo, a contarme historias, antes de que conociera la novela.
Cuando conoció la novela, todo calzó.
Todo calzó. Y otra cosa interesante es que mi padre –un hombre tímido también– se formó solo y llegó a tener una pequeña biblioteca.
Una biblioteca que usted no pudo gozar. Su padre la vendió porque uno de sus hijos lidiaba con la muerte. Y, al final, este hijo murió.
Sí, mi padre tuvo que vender la biblioteca. Seguro la malbarató el pobrecito. Y me quedé con la nostalgia por esa biblioteca que no gocé. Pero tenía una tía que curiosamente había leído los libros. Y ella me contaba las historias. Ella me dijo una vez: “No te olvides que la mejor novela que se ha escrito en el mundo es Crimen y Castigo”.
Usted quiso mucho a su tía. Sin embargo, la perdió cuando ella se casó y se fue a vivir a Lima. Y la volvió a perder cuando murió de cáncer sin haber llegado a cumplir siquiera los 30 años.
Y murió por una operación que no debió ser mortal. Era una apendicitis que se convirtió en peritonitis por falta de intervención quirúrgica inmediata. Era una persona muy vivaz, muy imaginativa. A veces, cuando estaba en la cocina, preparaba recetas que leía en los libros. ¿Usted sabía que las tías son muy importantes en la creación literaria en Latinoamérica? Esas tías que no llegan a casarse o que tienen mala fortuna en el amor son grandes conversadoras. Y para mí esa tía fue formidable.
Lo penoso es que no solo perdió a su tía, sino que volvió a perder esa biblioteca que tanta nostalgia le causaba.
Sí, es curioso. Mi padre era un hombre un poco tímido e introvertido. Curiosamente, he sabido cosas de él cuando ya era anciano. Me sorprendió la cantidad de novelas que había leído. Yo nunca he contado este tipo de cosas, pero un día le pregunté a mi papá hasta qué año había estudiado en el colegio. No había estado en ningún grado.
¿Es verdad que usted bebió 18 horas seguidas con Martín Adán?
Es verdad. Uno comete también agresiones contra su cuerpo terribles, ¿no? La Plaza San Martín (donde hoy estamos) estaba llena de bares. Era otra Lima, que entró en crisis en la época de Velasco. El Centro se fue haciendo peligroso. Ahora se han abierto nuevos bares y la gente se está volviendo a encontrar. Hoy el Centro de Lima está bonito.
Martín Adán creía que Lima tenía muy hermosos crepúsculos. “Yo por ejemplo”, decía.
(Ríe) Una vez, en el bar Palermo, un amigo le dijo a Martín Adán: “No estoy de acuerdo con que haya abandonado la prosa por la poesía”. Él se levantó y dijo: “¿Cómo que he abandonado la prosa? Mire cómo camino” (ríe).
Usted ha dicho que ningún suceso en su vida habría tenido importancia de no haber mediado la novela. Dígame, ¿la novela le salvó la vida?
Le dio un total sentido de vida. Yo antes no sabía qué hacer. No era un estudiante brillante, no era deportista, no tenía ansias de poder, tampoco ansias de dinero, todo lo que sirve de estímulo a la persona. Pero cuando leí Crimen y Castigo y Los Perros Hambrientos dije que eso era lo que quería hacer. Y así he organizado mi vida.
Vilma, su ex esposa, fue importante en su vida.
(Se queda mudo varios segundos) Yo quisiera… Para mí es muy doloroso hablar de Vilma.
Lo comprendo. Díganos lo que usted pueda.
Vilma fue una mujer llena de ternura. Eso contrastaba con el camino que ella siguió (Sendero Luminoso). Ella creyó en ese tipo de cosas, al igual que mi hijastro (Carlos Eduardo), a quien yo críe desde muy chico. Yo tuve discrepancias muy fuertes con esa organización, especialmente con la cúpula, pero ambos –para hablar de los míos– no mataron a nadie. Vilma era bondadosa. Por eso la muerte que tuvo me dolió mucho, pero estaba dentro de lo posible. Dentro de ese compromiso, la muerte era posible.
Apenas encuadernaron el primer juego de los tres tomos de ‘La violencia en el tiempo’, usted se los hizo llegar a Vilma, quien ya estaba en el penal de Canto Grande.
Cuando le llevé el libro, ella se emocionó mucho. Sé que ahí sus compañeros creyeron que iba a hacer una novela apologética del movimiento y se sintieron decepcionados. Yo jamás pensé en eso. Además, esta novela terminaba en 1967 o 1968. Sin embargo, Vilma estaba emocionada y me ilusiona un poco que haya tenido en sus manos esta novela.
Vilma murió en la matanza en el penal Castro Castro de 1992.
De alguna manera me venía preparando. Sabía que eso podía pasar. Incluso, pensaba que esos presos cometían un error tratando de desafiar al Estado estando en una ratonera. Ellos creían que eran un estado independiente. Cuando comenzaron las hostilidades fui a las inmediaciones del penal Castro Castro, con la esperanza de que pudiera salir con vida. No fue así. A los siete días descubrí su cadáver en la morgue.
A su hijastro, Carlos Eduardo, le gustaban los Beatles. Lo curioso es que su ídolo no era John Lennon o Paul McCartney. Era Ringo Starr.
Sí. A veces me pongo a pensar qué hubiera sido de la vida de este chico si yo no me hubiera encontrado con Vilma. Recuerdo que este chico se encerraba y hacía de las ollas su batería. Y tocaba muy bien. Tenía oído. Algunos se recluyen leyendo novelas, él se recluía tocando las ollas.
Carlos Eduardo murió en la matanza de El Frontón. ¿Le persigue la culpa por haber aparecido en la vida de Vilma y quizá haber cambiado así el destino de ambos?
No, la culpa no. Al comienzo sentía eso, pero realmente ya eran personas mayores las que tomaron esa decisión. Él siguió determinado camino, pero siempre queda el pensamiento de que si yo no hubiese conocido a su madre, de repente él hubiese terminado sus estudios en el colegio Franco Peruano. Pero así es la vida, ¿no?

martes, noviembre 23, 2010

Jueves 25: Presentación de la novela PAISAJE HABITADO, de Óscar Pita Grandi

Este jueves 25, a las 7 y 30 de la noche, en Pescados Capitales (La Mar 1337, Miraflores), mi buen amigo Óscar Pita Grandi estará presentando su novela PAISAJE HABITADO (Estruendomudo, 2010).
Los escritores Enrique Planas e Iván Thays serán los encargados de comentarla.
En lo personal, lamento no poder estar presente el jueves. En estos momentos me encuentro lejos de Lima la gris. Sin embargo, ello no impide, Óscar, que te exprese mi más profunda alegría y satisfacción por este primer libro del que estoy seguro dará mucho que hablar.

Entrevista: Luisa Fernanda Lindo


(Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio (Letras.s5.com))
“Cada uno de mis libros responden a un concepto que trasciende lo meramente literario y se soporta en diferentes registros”
Luisa Fernanda Lindo, escritora
Luisa Fernanda Lindo (Lima, 1979) es una de las voces poéticas más interesantes que han aparecido en la década. Autora de Postizas y Postpop. Su poesía ha sido incluida en no pocas antologías. Es también actriz y curadora de arte. En esta entrevista conversamos sobre su última entrega, Simulacro (Tranvía Editores, 2010).
La lectura de Postizas, Postpop y Simulacro, pueden generar en tus lectores la certeza que has cerrado una etapa en tu propuesta poética.
Y sería una lectura correcta, pues siendo tres libros disímiles, con propuestas conceptuales particulares, dialogan entre sí. Postizas se presenta como un libro agenérico o degenerado, en donde el yo poético es travestido para dar paso a una voz que, despojada de marcas genéricas, expone el agotamiento social. En el caso de Postpop, son nueve voces que se ceden la posta en un discurso desencantado que trata de mostrar los rezagos de los 80 y 90 en Lima. Simulacro es un libro que considero límite, en tanto cierra una etapa de mi propuesta poética; es el primer libro en el que realmente expongo un yo poético que mezcla la autobiografía con la ficción. Dividido en tres partes: ‘Simulacro’, ‘Pragmática’ y ‘Lo Sublime’, presenta tres registros opuestos entre sí pero que en conjunto engloban el concepto del libro, que refiere a todas las prácticas repetidas que adquirimos, ya sea por elección o imposición, y por medio de las cuales nos construimos como sujetos dentro de un sistema.
Una de las características de tu obra, es que la misma puede complementarse con otras artes.
Cada uno de mis libros responden a un concepto que trasciende lo meramente literario y se soporta en diferentes registros: fotográfico, auditivo, visual. Cuando pienso en un libro inmediatamente estoy pensando en su soporte, en su formato, hasta en la tipografía. Soy amante del diseño, por eso mis dos primeros libros fueron planteados como libros objetos. Postizas era un abanico de imágenes fotográficas (para el cual conté con la colaboración de la fotógrafa Laura Batticani) y Postpop jugaba, desde su título, con un concepto musical (por ello la inclusión de un CD con música, creada en conjunto con el sonidista y productor Juanjo Salazar, que acompaña a cada uno de los textos).
¿Y Simulacro?
En el caso de Simulacro luego de haberle dado vuelta a más de diez propuestas gráficas, opté porque pesara más el contenido del libro. Por ello, junto con mi editora (Cecilia Podestá) pensamos en una textura; ella trabaja con papel encerado que elabora artesanalmente en su taller, así que juntamos mi diseño con su técnica, y el resultado fue un libro muy simple pero delicado a la vez. Lo cierto es que mi obra no termina en el producto ‘libro’ sino que siempre busco una manera diferente de presentarlos, puesto que las presentaciones de libros me son tediosas. Tanto en las presentaciones en Lima como en Buenos Aires (ciudad donde residí por casi nueve años) he jugado con elementos, escenografías, vestuario e intervenciones del espacio. Simulacro no podía ser sino una performance. Así que empecé a armar el guión, luego convoque a tres actrices (Patricia Biffi, Katerina D’Onofrio y Tabata Fernández-Concha) y un baterista (Felipe Morey), y empezamos a ensayar la performance durante tres semanas.
¿Cómo fue la presentación-performance?
Fue un grato reencuentro con la dirección y la actuación. La performance iniciaba desde el momento en que el público ingresaba a la sala de La Ex-Culpable. Las actrices, vestidas como pacientes de hospital, recibían al público: les desinfectaban las manos con alcohol en gel, luego les daban de comer y de beber. El contacto era físico, no verbal. Un timbre daba inicio a la performance, que era seguido de un drum n’ bass desgarrado que marcaba el ritmo de las secuencias de repeticiones. Primero la infancia, como el aprendizaje; luego, los personajes se iban transformando en sujetos sujetados del sistema. Todo lo aprehendido se manifestaba en movimientos que iban repitiéndose constantemente hasta la irrupción de lo desconocido. El descolocamiento daba paso al texto, que no era sino otra repetición de los discursos aprendidos socialmente. Hacia el final de la primera parte, en la sala contigua, se escuchaba por un megáfono la grabación del texto final del libro (‘Lo sublime’) mientras yo, vestida de enfermera gore me enfrentaba, con una comba, a una pared de ladrillos de 170 x 300 cm. (que era parte de Los Textos, el site specific de la escultora peruana Raura Oblitas). Mi acción era tumbar el muro a combazos, el enfrentamiento con los propios fantasmas, el enfrentamiento con las estructuras preconcebidas socialmente, el derrumbe del sistema y el encuentro con lo sublime. Fue una acción in-situ que creo irrepetible. Y esa era mi intención, que los espectadores se llevaran una experiencia distinta, que salieran desbordados de sensaciones. Como la crítica sí me importa, invité a cuatro de los críticos literarios más destacados, que a mi gusto tienen una lectura aguda, a escribir sobre mi libro, y sus comentarios los incluí en la contratapa y en la solapa.
En este último libro hay una firme intensión retratar un horror, ya sea generacional, existencial, tanto en lo colectivo e individual.
En Simulacro hay una firme intensión de despojarme de fantasmas. Fuera de bromas, creo que es el texto en el que más me expongo como sujeto; hay cosas muy íntimas que están ahí. Por otro lado, el simulacro es una práctica repetida, una representación de lo ‘real’ desconocido. Desconocemos la realidad hasta la aparición de lo sublime. Esta simulación la podemos llevar a distintos ámbitos: educación, familia, relaciones sociales, relaciones afectivas, relaciones laborales. El miedo es lo que paraliza, es lo que no nos permite salir del sistema que nos han impuesto. Tan solo piensa en todos los simulacros realizados cuando estabas en el colegio: simulacro de sismo, de bomba, de incendio, de examen. Esas repeticiones que se daban casi automáticamente cuando sonaba el timbre. Nos han criado como seres pavlovianos. Ahora piensa, qué sucedió la noche del 15 de agosto de 2007. Todo ese aprendizaje se desmoronó en el momento del terremoto; la realidad acapara, descoloca. Hay un miedo al cambio (si lo llevamos al ámbito político piensa en las últimas elecciones regionales, sobre todo lo que sucedió en Lima), hay un miedo a enfrentarse a uno mismo a reconocerse diferente. Claro que hay un horror, que no es sino el miedo a lo ya conocido.
Tus tres libros son la cartografía del proceso, o la biografía, de tu estilo. En Postpop se dan las primeras señas de la prosa poética –de relativo largo aliento- que se asienta con prolijidad en Simulacro.
Es interesante lo que dices, pues creo que Simulacro se acerca más a Postpop en cuanto a estilo, quizá por las temporalidades en los que fueron producidos. Con Postpop busqué trabajar un lenguaje despojado de retórica. Trato sobre los restos, lo que queda son ruinas, son recuerdos. Las voces de los personajes se suceden, hay un tránsito de una historia a otra, desde una niña hasta una mujer que sale de prisión. Si lo pensamos en una cartografía, pues sí, hay un camino de reconocimiento y una fuerte crítica social.
¿Cuándo empezaste a escribir Simulacro?
Simulacro lo inicié en 2007, luego de estar unos meses en Lima, y lo dejé reposar, y lo retomé, y lo volví a dejar, hasta que apareció ‘Pragmática’, y luego Postpop, y bueno, ya era momento de que dejara de ser un simulacro. Entonces, es un libro previo a Postpop, quizá por ello sea más fácil leer en ambos una ruta.
En la segunda parte del libro, haces uso de la estructura del diario, lo cual permite dotarle a tu propuesta de una alta dosis confesional.
La segunda parte del libro se llama ‘Pragmática’. Está conformado por textos que fui encontrando en mis apuntes de la facultad; era como un simulacro de diario íntimo que iba construyendo esparcidamente. Un diario íntimo es una práctica de escritura diaria (valga la redundancia); sin embargo, lejos de la ‘practicidad’ lo que se manifiesta en este diario desgarrador es una detención del tiempo, que se manifiesta en las fechas que se suceden desordenadas y en que lo narrado por el personaje es siempre lo mismo (así cambien los nombres de los personajes). La posibilidad de salida aparentemente es nula, la sensación de encierro invade y lo confesional perturba.
Percibo que el “yo poético” se encuentra en un estado de hastío -de él mismo, de la vida- y diera la impresión de querer eclosionar; sin embargo, por momentos este “yo poético” también es mucho más calmado, como si reprimiera pensamientos y sentimientos.
Todo está marcado por la repetición, entonces tu lectura del hastío es correcta. Cuando el sujeto es consciente de que vive un simulacro, no puede sino rechazar su propio entorno y al sistema que lo instaura; sin embargo, ¿existe la posibilidad de pensar una vida diferente? ¿Es posible autoconstruirse? Si todo es un simulacro, ¿cuál es el límite entre la realidad y la ficción? No sé, me vienen ejemplos cinematográficos: The Truman show, Who wants to be John Malkovich, Matrix, entre otros. Más que simulaciones hablan de sistemas, y si pensamos en la historia, se me ocurre de pronto Hobsbawm, podemos entender que muchas de las tradiciones que asumimos como partes esenciales de nuestras vidas son meras construcciones que se han instaurado por medio de la práctica. ¿O es que acaso uno nace cantando un himno, saludando una bandera y haciendo un acto de contrición? Ahora, si planteas que ese ‘yo’ aparece, a su vez, calmado como reprimiendo pensamientos y sentimientos, pues solo podría responderte que está simplemente respondiendo a una manera de ser impuesta por el mismo sistema del cual pretende salir. El miedo silencia. El golpe duele y deja marca, cuando se cae la costra queda la cicatriz, ahí la denuncia en la piel. El vacío se hace necesario para que otro lo complete.
Y como única salida a los conflictos interiores que leemos en Simulacro, se presenta el amor como alternativa. Pero este no es un amor asumido de manera feliz.
El amor es lo sublime, es lo que desborda, descoloca, nos deja mudos, se torna desconocido. Toda práctica se torna inútil ante la presencia del amor. Lo infeliz es la repetición, la estancia en el mismo lugar; esto es lo que se manifiesta de manera sarcástica en ‘Pragmática’. La ‘practicidad’ es solo una pantalla que detenta las fisuras, una imposibilidad. Si en ‘Simulacro’ el amor detenta una despedida obligada porque se descubre que no era un verdadero amor sino un fantasma (el cual desaparece en el momento en que el personaje enciende la luz), en ‘Pragmática’ el fantasma se potencia hasta volverse carne. Hay muchos intentos de dejarlo, pero él siempre regresa; entonces, todo se repite una y otra vez. Ya no importan los nombres, sino que la relación decadente es la misma sin importar la fecha del calendario. En el momento en que aparece la identificación del personaje con una lectura (el Crack-up de S. Fitzgerald), todo se desmorona y aparece ‘Lo sublime’.
Hagamos un alto. Eres también curadora.
Bueno, vamos a tener que esperar unos quince años para asumir el ‘título’, así como sucedió con la escritura y como me sucede hasta ahora con la actuación. Digo, hay que formarse: estudiar, investigar, cultivarse; no se trata de autocolocarse títulos porque el nombre queda corto. Mis primeros acercamientos con la curaduría fueron en Buenos Aires, cuando me desempeñé como gestora cultural (labor que realicé de 2002 a 2005). Cuando regresé a Lima empecé a relacionarme con muchos artistas plásticos, sobre todo por mi trabajo de periodista cultural. Así fue como conocí a las artistas Nani Cárdenas, para quien escribí los textos de los catálogos de sus dos últimas exposiciones Cuaderno de dibujo y Picnic, y Marinés Agurto (para quien escribí el texto de su exposición). En noviembre de 2009 fui invitada por Armando Williams (quien era subdirector cultural del ICPNA) para realizar la curaduría de la muestra antológica de la fotógrafa María Cecilia Piazza. Al principio pensé que se trataba de la sala pequeña del ICPNA de Miraflores, pero no. Se trataba de la sala Germán Krüger, una de las salas más grandes de la ciudad. Fue uno de los retos más importantes que se me han presentado hasta ahora. El acercamiento fue de aprendizaje, tanto de la obra como de la artista. Mi intención no era repetir los modelos de algunos curadores que más que acercar la obra la distancian al hacer uso de un lenguaje embrollado, sino poder transmitir mi lectura de la obra con un lenguaje simple que acerque al espectador con aquello que está viendo. Hay una falsa imagen del curador, como si tuviese la verdad absoluta; he tratado de romper con eso. Yo no tengo la verdad absoluta, no soy dios; y esto lo dejo claro en mi ensayo de la exposición al invitarlos a compartir un viaje, el viaje que significó para mí los diez meses de intensa investigación, selección de obra y asesoría que dieron como resultado la muestra Percepciones. María Cecilia Piazza 1975-2010 (la cual puede visitarse hasta el 23 de enero de 2011). Ha sido una experiencia más que grata y la repetiría con gusto.
Hace un momento dijiste que has vivido muchos años fuera de Perú. ¿Cuánto ha influido la distancia en tu obra, y específicamente en Simulacro?
No creo que se trate de ‘distancia’ propiamente dicha, sino de la manera cómo uno lleva su vida y toma decisiones. La distancia permite objetualizar y desujetar, así como permite una perspectiva distinta proclive a la crítica. Si bien he vivido fuera de Perú por casi 9 años, siendo una elección propia, creo que, más que la distancia, los contextos en los que me he desenvuelto son los que han determinado mi escritura. Definitivamente cuando uno opta por algo deja de lado otras cosas, y eso determina no solo el contexto sino la manera cómo uno enfrenta el día a día y percibe las cosas y las situaciones que lo van atravesando. Simulacro lo inicié en julio de 2007, luego de un corto viaje a Lima. Hacía casi cuatro años que no viajaba a Lima, y un accidente hizo que me cayera la ficha. Entonces las decisiones: renunciar a mi trabajo, viajar a Lima y publicar mi primer libro. Hecho esto, mi regreso a Buenos Aires marcaría el inicio de mi retirada que duró un poco más de un año. En ese lapso de tiempo, mientras rendía los finales para mi licenciatura, escribía ‘Simulacro’ y ‘Lo sublime’. El 15 de agosto de 2007, cuando me dirigía a un programa de radio al que me habían invitado los escritores Rodolfo Edwards y Lucio Greco para hablar sobre Postizas, me encuentro con un amigo limeño en el Obelisco. Ni bien me ve, pregunta: ¿has hablado con tu familia? Su pregunta me pareció por demás bizarra, vivía sola en Buenos Aires y tenía muy poco contacto con mi familia. Mi cara de desconcierto fue el pie para su intervención: hubo un terremoto en Lima. Yo escribía Simulacro, parecía una cargada del destino.
La tercera sección se titula “Sublime”, ¿el estilo que empleas allí es una pista del derrotero que piensas seguir en tus próximas entregas?
No lo creo. ‘Lo sublime’ es un desborde emocional, una especie de catarsis que responde a ‘Simulacro’. Solo que esta vez, el encuentro con la realidad descoloca, desborda; entonces el lenguaje se torna una concatenación que aparenta no tener final, hasta que sucede: ‘en el momento de decirlo sucede’. El espacio-tiempo se diluye, la aparición de lo sublime abarca todo y se da fin a la escritura; la práctica se desmantela y la estructura cede paso al encuentro con lo otro.

lunes, noviembre 22, 2010

Blog de Augusto Effio Ordóñez: Palabra menor

Augusto Effio Ordóñez es uno de los más destacados narradores peruanos que han aparecido en la década.
Para mí, uno de los mejores, o quizá el mejor, en cuento.
Es por ello que me gustaría que se den una vuelta por su blog Palabra menor, dedicado exclusivamente al cuento. Dicho sea, un género difícil de dominar.


“Un arte de hacer ruinas y otros cuentos” (Antonio José Ponte, FCE, 2005) reúne dos libros de cuentos del cubano: “Cuentos de todas partes del imperio” (2000) y “Corazón de Skitalietz” (1998).
Ese hermoso ejemplar de tapa dura y portada de rojo diluido (me niego a decir rosa), que hallé en la mesa de saldos del FCE, salvó mi balance lecturas el 2009 (es que el año pasado leí muy poco y, entre esas miserias, la mayoría de veces escogí mal).
Los cuentos de Ponte tienen varios aciertos. Además de una prosa que no le huye al lirismo y que tiene la dosis justa de acción y reflexiones (en forma de bellos aforismos), les otorga unidad el desarrollo de un tema central que podemos llamar el extraño desarraigo que supone, para sus personajes, el hecho de ser cubanos (en Cuba, fuera de Cuba, o dentro de la Cuba que hay para cada cubano).
Mi primera lectura del libro fue afiebrada y cada nuevo cuento era una promesa de nuevos hallazgos. No me defraudó nunca. “Cuentos de todas partes del imperio” es mucho más logrado que “Corazón de Skitalietz”, sin duda. Mis favoritos del primero son “Lágrimas en el congrí”, “A petición de Ochún” y “Un arte de hacer ruinas”, y del segundo “Viniendo” y el propio ““Corazón de Skitalietz” (que en el libro es identificada como noveleta; yo entiendo nouvelle, es decir, un cuento que por exceso de páginas corre el riesgo de ser acusado de ser novela, que es mucho decir para el honor de un cuento).
Y un buen día, cuando casi rogaba por encontrar algo medianamente parecido al gozo de los cuentos de Ponte, doy con una novela suya: “La fiesta vigilada”. Dudé, como dudo de todas las novelas. ¿Será sensato correr el riesgo de poner a prueba el cariño que le tengo a la escritura de Ponte? ¿Seré capaz de terminar una novela de casi 250 páginas? ¿No me volverá a defraudar Anagrama, como tantas otras veces?
En fin, ya les dije que el año pasado escogí muy mal. Y compré la dichosa fiesta, con el firme propósito de vigilarla en busca de la sombra de los cuentos de Ponte, si tenía la suerte de mi lado.
Y la novela no dejó de ser una sorpresa. Nada nuevo, pero sorpresa al fin. Resultó ser una mezcla de ensayo (literario, ¿urbanista?), crónica (de la inmigración, ¿de la identidad?), novela (¿falsa novela de espías?). Suma de personajes difusos, un narrador que se pierde en sus reflexiones, anecdotario de ocurrencias de escritores, músicos, cineastas, rendido homenaje y desmenuzamiento de Our Man in Habana de Graham Greene, entre otras miles de cosas.
Resultado: si Ponte poetisa en sus cuentos, berrea en la novela. Si en sus relatos su estilo es sugerencia, elegancia y emoción, en la novela es un remar y remar de ideas (demasiadas ideas) que se juntan y juntan debajo de una barca que no está en capacidad de controlar. Lo peor que pudo hacer Ponte fue dejar que el germen que lo obligó a escribir sus cuentos se sobrealimentara. Sus ideas mueren de empacho en la novela. En sus cuentos son dosis justas, medicinales.
Seremos más concretos. “Un arte de hacer ruinas” es un cuento de menos de veinte páginas. El cuento se construye hábilmente alrededor de lo que parece ser una de las obsesiones de Ponte (resulta que Antonio es, además, ingeniero hidráulico): la contradicción urbanística de la Habana.
La trama del cuento permite asimilar muy bien la idea de la “estática milagrosa” que, según los personajes (un estudiante, un asesor de tesis y un maestro retirado), es la que sostiene en pié a una ciudad que, de otra manera, debe hundirse en el mar. “Estática milagrosa” y “tugurización” son los vectores que explican el prodigio y la ruina de los habitantes de la isla. Los personajes dicen cosas como estas:
“¿Para qué echan abajo los edificios?”, concreté mi pregunta.
“Son de sombra ligera, tiene sangre de nómades”, me dijo.
“Y es duro ser así en una isla pequeña.”
“Piensa en que el horizonte se alcanza enseguida. Das dos pasos, llegas a la costa, y todas las promesas que te fueron hechas como nómade resultan nada. Lo que la sangre te dicta en cada anochecer es cuento de camino si la tierra no sigue.”
La idea de la “estática milagrosa” también se aborda en la novela. “No recuerdo en cuál artículo di con el concepto de estática milagrosa”, inicia un capítulo para desenredar y desenredar el concepto en un puñado de capítulos siguientes que retoman, además, a los anteriores. Ponte se encarga de develar el secreto, de poner en la mesa todos los ungüentos, polvos, tubos de ensayo, balanzas, que le permitieron condensar la dosis medicinal de sus cuentos.
El boticario ya no parece un mago, sino un oficinista.

miércoles, noviembre 17, 2010

EN FORMA DE PALABRAS, de Micaela Chirif y Gabriel Alayza

Polifonía Editora, como parte de la colección Juguetes Polifónicos, tiene el agrado de presentar En forma de palabras, obra escrita por Micaela Chirif e ilustrada por Gabriel Alayza.
Sobre el álbum ilustrado
Micaela Chirif y Gabriel Alayza pasaron juntos varias mañanas de café creando En forma de palabras. Micaela llevaba palabras; Gabriel, cualquier papel que encontrara en el camino y dos lápices de color: azul y naranja. Este singular álbum ilustrado está dedicado a los que aman el trazo rápido, el papel y las palabras como objetos. Libros viejos, libretas de apuntes, diccionarios, guías telefónicas, documentos: todo esto sirvió para configurar el universo de Mario, protagonista del cuento.
El breve relato parte de la premisa de que la realidad está configurada a través del lenguaje. Por ello, Mario ve todo en forma de palabras. Hay palabras que le dan miedo y palabras que no quiere escuchar, palabras que no debe repetir y palabras que a veces le resultan indispensables. Pero, ¿qué sucede cuando las palabras no son necesarias?
Este álbum ilustrado se creó a partir de un juego sencillo y complejo a la vez, donde se combina el dibujo con el collage, la presencia de las palabras y la ausencia de las mismas. Invitándonos a reflexionar sobre la importancia del lenguaje, pero también sobre el valor del silencio.
Sobre la escritora
Micaela Chirif (Lima, 1973). Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los poemarios De vuelta (Colmillo Blanco, 2001) y Cualquier cielo (Mundo Ajeno, 2008). Ha escrito los cuentos para niños Don Antonio y el albatros (Peisa, 2008), en co-autoría con José Watanabe, y Buenas noches, Martina (Peisa, 2009). Actualmente prepara un nuevo poemario y, entre sus múltiples ocupaciones, planea crear un par de cuentos más junto a Gabriel.
Sobre el ilustrador
Gabriel Alayza (Lima, 1981). Recibió la medalla Adolfo Winternitz en el 2006 por ser el mejor egresado de la especialidad de Pintura de la Facultad de Arte de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En el 2007 presentó Cargar en la galería Forum, su primera individual. Ha participado en varias muestras nacionales e internacionales. Ilustró el cuento para niños Buenas Noches, Martina (Peisa, 2008), escrito por Micaela. Además, ilustra para diversos medios como El Comercio y Dedo Medio. Es profesor en la Facultad de Arte de la PUCP. Actualmente prepara su segunda individual que se realizará en febrero del próximo año en la galería Forum.
Sobre el formato del álbum
Título: En forma de palabras
Género: Álbum ilustrado
Año de publicación: 2010
Páginas: 36
Formato: 24 x 21 cm. Tapa dura.
Sobre el evento
Presentación del álbum ilustrado y muestra/instalación En forma de palabras
Fecha: Jueves 18 de Noviembre. Hora: 7:00 a 10:00 pm.
Lugar: Dédalo Arte y Artesanía. Avenida Sáenz Peña 295 - Barranco
Música en vivo y brindis.
La muestra permanecerá abierta hasta el lunes 22 de noviembre

martes, noviembre 16, 2010

Miércoles 17: Presentación de la novela UN DESCONOCIDO PERFECTO, de Leonardo Caparrós

Los directores del sello literario Punto de Narrativa tienen el agrado de invitarle a la presentación de la novela Un desconocido perfecto de Leonardo Caparrós con los comentarios de los escritores Héctor Ñaupari, Gabriel Ruiz Ortega y Jorge Valenzuela.
La presentación se llevará a cabo el miércoles 17 de noviembre, a las 6.30 p.m., en la Casa de la Literatura Peruana (jirón Áncash 207, Centro Histórico de Lima).
José Donayre y Aldo Ocaña agradecen su gentil asistencia.
Lima, noviembre de 2010

Leer con luz de luna

Los artículos de Arturo Pérez Reverte pueden leerse todos los domingos en XL Semanal. También en Patente de corso de su página web.
No suelo sintonizar con sus ideas, pero sí muestro mi total adhesión a lo consignado en Leer con luz de luna.


Hace tiempo que me preguntan por el libro electrónico. Qué opino y cómo veo el futuro, la desaparición del papel, los formatos clásicos y demás. Siempre respondo lo mismo: me da igual, porque yo escribo lo que va dentro. Mi trabajo es ocuparme del contenido: contar historias y que la gente las lea. Del soporte se ocupan otros. Editores y gente así. Y, por supuesto, los lectores que recurren al medio que estiman conveniente. Estoy convencido de que, en un mundo razonable, la oposición entre libro de papel y libro electrónico no debería plantearse nunca. Lo ideal es que el segundo complemente al primero, llevándolo donde aquél no puede llegar. Como herramienta eficaz de trabajo, por ejemplo. O facilitando el acceso a asuntos menos afortunados en librerías convencionales: teatro, poesía, autores sin respaldo editorial, literatura bloguera, descargas y otros experimentos interesantes que el concepto clásico no favorece demasiado. Pero no es eso lo que se plantea. Al hablar de libro de papel y libro electrónico, lo usual es oponerlos. Obligarte a elegir, como siempre. O conmigo o contra mí. Y no es ésa la cuestión. Creo. El libro electrónico es práctico y divertido. Hace posible viajar con cientos de libros encima, trabajar consultándolos con facilidad, aumentar el cuerpo de letra o leer sin otra luz que la propia pantalla. Incluso los hay con ruido de pasar páginas cuando se va de una a otra «lo que no deja de ser una simpática gilipollez».
Además, mientras lees puedes zapear a tu correo electrónico, escuchar música, ver imágenes y cosas así. Todo muy salpicadito, multimedia. Cuando lees, por ejemplo, «Tienen, por eso no lloran / de plomo las calaveras», puedes ilustrarlo con la foto de guardias civiles que hizo Robert Capa, escuchar a Estopa, ver cómo va el Barça-Osasuna y mandar un emilio a tu churri anunciando que le vas a sorber el tuétano. Y ahí surge uno de los problemas. No con la churri, ni con García Lorca. Ni siquiera con la Guardia Civil. Surge cuando, en vez del Romancero gitano, lo que trajinas es el Oráculo manual y arte de prudencia de Gracián, Lord Jim o La Regenta. Entonces la atención necesaria se puede desparramar un poquito. Entre otras cosas. Porque leer no tiene nada que ver con eso. Me refiero a leer de verdad, en comunión estrecha con algo que educa tu espíritu, que te hace mejor y consciente de ti mismo. Que aporta lucidez, multiplica vidas, consuela del dolor, la soledad y el desamparo, aclara la compleja y turbia condición humana. Leer así requiere tiempo, serenidad concentrada, ritual. Cuando estás en ello, ni siquiera las bombas son capaces de romper el vínculo mágico. No hay comandante de avión que obligue a apagarlo para el aterrizaje, ni batería que te deje a medias; y si se funden los plomos, o como se diga ahora, el verdadero lector es capaz de seguir haciéndolo a la luz de una vela, de un encendedor, o a la luz de la luna llena reflejada en la arena de un desierto. Puestos a setas o a Rolex, aún hay más. He dicho que libro de papel y libro electrónico deberían ser complementarios; pero si me obligan a elegir, diré alto y claro que no hay color. Y que, llegado a ese extremo, la pantalla portátil me la refafinfla.
Estoy harto de toparme con pantallas en todas partes, hasta en el bolsillo, y me niego a transformar mi biblioteca en un cibercafé. Con un libro electrónico, sea El Gatopardo o El perro de los Baskerville, no puedo anotar en sus márgenes, subrayar a lápiz, sobarlo con el uso, hacerlo envejecer a mi lado y entre mis manos, al ritmo de mi propia vida. No hay cuestas de Moyano, ni buquinistas del Sena, ni librerías como las de Luis Bardón, Guillermo Blázquez o Michele Polak donde los libros electrónicos puedan ocupar sus venerables estantes y cajones. Nada decora como un buen y viejo libro una casa, o una vida. Ninguna pantalla táctil huele como un Tofiño, un Laborde o un Quijote de la Academia, ni tampoco como un Tintín, un Astérix o un Corto Maltés al abrirlos por primera vez. Ninguna conserva la arena de la playa o la mancha de sangre que permiten evocar, años después, un momento de felicidad o un momento de horror que jalonaron tu vida. Y déjenme añadir algo. Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico sin complejos el privilegio de pertenecer a ella. Que se mueran los feos. Y los tontos. Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro.

lunes, noviembre 15, 2010

John Cheever web-blog. El ladrón de Shady Hill

Los muchos seguidores de John Cheever tienen más de un motivo para celebrar.
En la web El ladrón de Shady Hill encontrarán todo lo referido a la obra de este tremendo escritor.
Clic aquí.

Nueva edición de La violencia del tiempo

Bajo Nueva edición de La violencia del tiempo Pedro Escribano titula su entrevista al gran escritor Miguel Gutiérrez.
Como es de suponer, la entrevista salió publicada ayer domingo en La República.


–Tenemos una nueva edición de La violencia del tiempo, ¿es como tú la querías?
–Sí, claro... primero, porque está publicada en un solo tomo. Es una novela única y su publicación en tres o dos tomos incide de alguna manera en la lectura. Ahora, en un solo volumen reafirma su carácter de obra única. Por otro lado, es importante subrayar que se haya restablecido el texto original. Tú sabes la situación que vivía el país en el momento en que apareció La violencia…, en 1991. De modo que le entregué a mi buen amigo editor Carlos Milla Batres un original, pero que no tenía las últimas correcciones ni añadidos que yo había hecho. Milla Trabajó con ese original y ahí surgió una serie de problemas. Por ejemplo, para referirme al más simple: todos los capítulos estaban subdivididos solo en dos, pero Milla rompió con el diseño al subdividir o fragmentar los capítulos en más; así, uno de estos capítulos apareció con siete subcapítulos. Otra cosa, yo había hecho una serie de subrayados tipográficos que no fueron tomados en cuenta. Otra alegría es que se restableció el texto original. Todos saben la realidad que vivía el país y de alguna manera se vieron involucrados en esta situación. Yo no fui la excepción. Por lo tanto, no pude participar en las pruebas. Yo no tuve el libro hasta el final, hasta cuando estaba editado. Cuando lo vi salté hasta el techo. No era mi libro. Alguien me dijo, no importa, Miguel, lo importante es que haya salido. Ya llegará el momento en que se publique tal como realmente es. Han pasado 20 años para que eso ocurra.
–La polémica fue por las alusiones a Miguel Grau. ¿Cómo ocurrió?
–Una mañana me llama Carlos Milla y me dice que está muy preocupado porque allí hay un texto sobre Grau. Miguel, me dijo, yo no puedo publicarlo así, de modo que te sugiero, te ruego, que reescribas ese texto. Bien sabes que soy extranjero, si yo publico ese texto tal como está sobre Grau, la Marina de guerra puede considerarlo lesivo al héroe, y es capaz de ponerme una bomba o de hacer que me expulsen del país. Probablemente exageraba, aunque por la situación que vivía el Perú no estaba tan desatinado. Yo me negué a reescribirlo porque lo que dije sobre la infancia de Grau era verdad y de ninguna manera infamaba su memoria. Así que le dije: hagamos lo siguiente, deja el texto en blanco y quedará como testimonio de la realidad que vive el país. Y así salió publicado.
–¿Pero eso fue autocensura o realmente había una presión de la Marina?
–No, creo que fue autocensura, por temor, pero un temor que tenía cierto fundamento. Milla tenía un flanco vulnerable por ser extranjero.
–El texto censurado refería la infancia de Miguel Grau…
–Repito: el texto censurado por mi editor no era de manera alguna lesiva a Grau, no tenía por qué serlo. El texto abordaba la infancia de Grau, que era un niño marginado, repudiado, tanto que no se le permitía ingresar a la casa por la puerta grande, sino por la de la servidumbre. Su madre se había casado varias veces y quizá por esos infiernos conyugales terminó por detestar al niño. Según la biografía de Grau, a los 12 años ingresa a la Marina mercante. Fue su refugio.
–Se dice que la familia de Grau era tratante de chinos culíes también.
–Pero eso no estaba en mi libro. Esa objeción hizo la Marina a una biografía sobre Grau. Pero igual, eso tampoco es culpa de Grau. La Marina no debe escandalizarse, al contrario, de esa situación pantanosa surge la gran figura que es. Sí, mi texto aludía a la marginación de la que fue víctima Miguel Grau en los años de su niñez. Y esto no era lesivo al héroe.
–¿En esta novela se puede decir que tú eres un escritor balzaciano?
–Mira, creo que cuando se leyó por primera vez La violencia del tiempo, debido a las circunstancias que vivía el país y por razones ideológicas, fue de manera unilateral. Una lectura muy ideologizada, tal vez guiada por la forma de pensar que se le atribuía al autor. Creo que en ese entonces se habló de realismo social. Mi novela es realista, pero también metarrealista, conjuga lo mágico, lo mítico, lo onírico, lo demencial, pero asimismo tiene una estética que se puede decir social. Ahora espero que la novela se lea con más libertad, con una mente más abierta, otro aspecto que no se tuvo en cuenta fue su dimensión lúdica. Tiene diversos tonos y registros y si bien pasajes serios, graves, también los hay irreverentes y jocosos.
–¿Afirmas que era una lectura guiada por la ideología del autor? ¿Qué más no se vio en la novela?
–Esta novela es de aprendizaje porque Martín Villar se busca a sí mismo para asumir su identidad. Martín también está aprendiendo a escribir novelas. Es un pichón de novelista, él mismo lo dice. Martín, que tiene 23 años, aspira escribir una novela en la que se cristalice toda la tradición novelística. Hay ecos de Dostowieski, Tolstoi, Proust, Joyce, Faulkner y, por cierto, de Balzac. Y quiere sacarle todo el jugo al género novelesco. Pero al mismo tiempo esta novela rinde homenaje a los grandes escritores de la novela latinoamericana, como Carpentier, Guimaraes Rosa, Borges o Rulfo. Como ves Martín Villar por esos años estaba completamente loco.
–¿El Perú es un país de rencores?
–El rencor tiene que ver con la condición humana. Como individuos todos estamos expuestos a la pasión del rencor. Pero hay rencores que tienen un origen en la historia de los países. Y en el Perú, por su formación histórica, por el colonialismo, el atraso, las desigualdades sociales, por la exclusión racial, sobran motivos para que los rencores sean una parte del ser de los peruanos.
Perfil
El escritor. Nació en Piura en 1940. Estudió en la Universidad Mayor de San Marcos. Se graduó con una tesis sobre Todas las sangres, de Arguedas. Ha publicado, entre otras novelas El viejo saurio se retira, Hombres de camino, Poderes secretos, Confesiones de Tamara Fiol, Babel, el paraíso. La nueva edición de La violencia del tiempo es de Alfaguara.
Tema de la guerra y el mercado
–¿Por el tema y por las circunstancias que vivía el Perú, no tuviste que llegar hasta los años de Sendero?
–Hubiera escrito otra novela. Por lo demás los sucesos eran demasiado recientes y me hubiera faltado la necesaria perspectiva novelística. Pero estoy trabajando en ese terrible tema.
–Una pregunta al crítico, ¿qué opinión te merece, cómo se está abordando la violencia de estos años a través de la narrativa?
-Escribí un ensayo sobre la narrativa de la guerra en el Perú. Y se han escrito algunos libros valiosos. Pero también se están dando novelas en las que la guerra interna es tema exclusivamente literario y se le aborda porque puede tener demanda en el mercado del libro. Pienso que todavía deben pasar algunos años para que surjan grandes novelas, que no sean ni apología ni sólo denuncia.
–¿Qué libro se viene?
–He terminado Una pasión americana y está muy avanzada Se busca a Kymper que junto con Confesiones de Tamara Fiol y Carta de Deyanira Urribarri tiene como trasfondo la guerra de Sendero.

viernes, noviembre 12, 2010

Nabokov


¿A dónde fugó la crítica literaria? A la Red

Ayer jueves el crítico, escritor y periodista Mirko Lauer (en la imagen) publicó en su habitual columna de La República el artículo ¿A dónde fugó la crítica literaria? A la Red.
Desde hace buen rato los debates literarios, al menos los que acaecen en Perú, vienen dándose en la Red. Entonces, lo abordado por Lauer no es del todo una novedad, aún así, no hay que soslayar esta cruda radiografía que el autor de SANTA ROSITA Y EL PÉNDULO PROLIFERANTE coloca en el tapete.


En la primera oleada de entusiasmo que siguió al Nobel de Mario Vargas Llosa hubo todo tipo de pronóstico acerca de la manera cómo el premio remozaría la cultura en el Perú. Unas pocas semanas más tarde hemos vuelto a la normalidad. Una flamante novela del prolífico autor acaba de ser importada, y por supuesto también pirateada.
Los medios empiezan a llenarse de la actividad promocional de los editores españoles, que aquí no suele incluir la crítica literaria, sino sobre glosas periodísticas sobre el tema de la obra o la circunstancia del autor. La crítica literaria casi ha desaparecido de los diarios y las revistas, y con ella el debate sobre las obras.
Los autores peruanos más célebres encontrarán esa suerte de segunda vida intelectual de sus obras, hecha de reflexiones y comentarios con tiempo y espacio suficientes, en los medios de otros países. Para los demás solo queda la cosecha de gacetillas más o menos glorificadas con que se busca atraer lectores en un medio que, según es fama, lee poco.
Sin embargo el debate sobre literatura, peruana o de la otra, existe. No en los medios, como ya se dijo, ni en las revistas culturales locales tiradas más bien hacia el culto académico al canon, sino en la red, donde menos de una docena de blogs logra hacer del comentario sobre literatura algo inteligente, documentado y afilado.
Para mi gusto el más atractivo de estos blogs es puenteareo1.blogspot.com (así, con errata), que escribe Gustavo Faverón desde Maine, EEUU. Versado, desenfadado y polémico, enriquecería cualquier periódico o revista locales, si hubiera tanto espacio para las letras. Pero es probable que la red le aporte lectores suficientes.
Este y otros blogs nos hacen notar los tabiques que empobrecen el debate nacional sobre literatura. Uno es el que separa el cosmopolitismo de la red y el parroquialismo del mercado local. Otro es el que separa el ánimo intransigente de una crítica que toma en serio los contenidos y el clima concesivo que suele acompañar los lanzamientos.
Antes el país valoraba y seguía las polémicas literarias, y la lista de las que han enriquecido la historia de las letras es larga. Las polémicas subsisten, pero ya no llegan al gran público socializado que les daba el acceso a los medios importantes. La red es importante, sin duda, y acaso más que los medios, pero sigue siendo un espacio especializado.
Quizás lo más conveniente en esta etapa sería una suerte de alianza entre la riqueza de contenidos críticos de peruanos en la red y los públicos de los medios impresos locales. Algo así como un nuevo modelo de negocios en la literatura peruana, hoy agostada por los limitados horizontes de lo comercial en un mercado reducido.