miércoles, agosto 31, 2016

voluntad política

Ayer martes tuve la oportunidad de presentar el libro de Jorge Coaguilla Mario Vargas Llosa. 80 años. Entrevistas escogidas (Revuelta Editores, 2016). Se trata de una edición aumentada de este conocido libro de Coaguilla, en el que reúne las más importantes entrevistas a nuestro Nobel de Literatura, que nos ayuda a comprender la trastienda vital y literaria del hacedor de novelas capitales para nuestra tradición como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, La casa verde y La guerra del fin del mundo, novelas a las que siempre vuelvo, más ese maravilloso libro de memorias llamado El pez en el agua.
La presentación fue todo un éxito, Alfredo Barnechea, Jorge y yo dijimos lo que teníamos que decir y el público quedó complacido. No hay que perdernos en deducciones: Barnechea fue el que habló más, prácticamente dio una clase de maestra y dejó en el imaginario de los asistentes lo que debería ser un político culto e intelectual. Se lo reconozco al ex candidato presidencial, sin pasar por alto los no pocos desacuerdos que se pudo haber tenido con él durante el fragor de la pasada campaña electoral.
Llegué antes de la presentación y me puse a caminar por los ambientes de la feria, que a diferencia del año pasado, reflejó una buena logística que va desde la distribución de los stands hasta la presentación de los mismos. Es decir, el buen gusto en la arquitectura ferial, más un auditorio que exhibía todas las comodidades necesarias. No es la primera vez que se realiza una feria del libro en el distrito de Los Olivos, pero sí es la primera vez que podemos hablar de una feria exitosa, no solo en lo comercial, sino también en la asistencia de público.
Como ya señalé, no es la primera feria. Recordemos las anteriores ediciones, como la llamada FELINO, que destacó por su rotundo fracaso, lo cual llamó la atención, siendo Los Olivos el distrito con más actividad comercial de la ciudad y uno cuya población es mayoritariamente juvenil. Al respecto, este distrito está llamado a convertirse en un gran foco cultural, el ideal para la promoción de la cultura y el fomento de la lectura. 
Por lo que pude hablar con expositores y autoridades ediles, me quedó claro un hecho a destacar: la voluntad política del gobierno edil de turno, al mando de Pedro del Rosario, que no solo dio las facilidades para el desarrollo de la feria, a saber, en el frontis de la municipalidad, sino que apostó por la promoción de la misma. Pueden parecer detalles muy sencillos, pero lo que debería ser una norma, es ahora una cualidad, porque muchos distritos de la capital no brindan facilidades idóneas para desarrollar eventos culturales como una feria del libro. El distrito de Los Olivos marcó una diferencia, manifestó su apuesta por la lectura como medio y fin del desarrollo humano, y esperamos que esta diferencia se siga repitiendo en los próximos años.

martes, agosto 30, 2016

519

Nueve de la mañana y decido salir a correr.
Pero antes estuve releyendo algunos pasajes del libro de Barnechea, Perú, país de metal y melancolía.
Y también escuchando en atosigante y placentero repeat el “Glory” de Television, cosa que libro mi mente hacia instancias de sensación canábica luego de horas dedicadas a romperme la cabeza.
Cuando decido darme tres vueltas al parque, desisto de la intención a razón de la lluvia. Si corro, lo más probable es que me saque la mierda y le hago caso a mi instinto. Entonces, regreso a la casa y me dispongo a ordenar algunas carpetas virtuales. Se supone que los días adrenalínicos han pasado, pero no, lo que hay es una tregua con los mismos, y disfruto de esa tregua.
Ahora, más despejado, me pongo al día con algunas cuestiones a las que no he prestado la atención que merecían. De todas ellas, un par para subrayar, pero desarrollaré una aparte, en un post no numerado, por tratarse de un tema delicado, el cual abordé el año pasado en un artículo que fue muy polémico y por el que más de un huevonazo pidió que me denuncien por difamación y calumnia. Ajá, hablo de los chanchullos editoriales que se viene haciendo veladamente con la plata de los cusqueños… Lo que dije está sucediendo…
Me sirvo la primera taza de café del día mientras observo la reacción que por estos lares ha suscitado la reseña de Lorena Amaro sobre La distancia que nos separa de Cisneros.
Así es, dije reacción. De la reseña no tengo mucho que decir porque está bien sustentada. En más de tramo estoy de acuerdo con Amaro, en especial cuando se refiere a un determinado tipo de autoficción. Y en otros tramos no, obviamente.
Pues bien, si la reseña hubiera sido positiva, no se estaría hablando de la misma. Y no me sorprende que no pocos que la han rebotado sean escritores que la usan para reforzar el discurso contra el amiguismo que, para ellos, signa a la crítica local, cuando lo cierto es que esta suerte de indignados no son ajenos de esta práctica que con ahínco señalan. 
Claro que existe amiguismo en la crítica local, pero hay que tener la suficiente fuerza testicular para nombrar a los hacedores de ese amiguismo (un ejemplo de lucha contra el amiguismo, y sin falsa modestia, este pechito, que lo ha hecho más de una vez). Es que allí radica la gracia, nombrar, no jugar a lo fácil. A lo fácil juega cualquiera. 

domingo, agosto 28, 2016

518

Domingo de sol y con muchas cosas que hacer por delante. La principal de ellas, seguir pasando a Word las 120 páginas, escritas a mano, que encontré en un folder escondido días atrás mientras ordenaba mi pequeño almacén. Esas páginas eran del 2006 y de las mismas se publicó un fragmento en un blog de aquel entonces. No esperaba encontrar ese folder, pero de poco o nada me servía tenerlo como un archivo guardado si no tenía su versión en Word. Entonces, le dedico una hora diaria a pasar las páginas a otro soporte, que imagino, tarde o temprano me servirá para algo, quizá para una reescritura y para saber qué es lo que puedo o no hacer con ese texto.
Me encuentro en viada, pero me doy cuenta de que me falta el elemento nocivo de la escritura. Me quedé sin cigarros y debo salir por una cajetilla, y lo hago mientras escucho por el móvil una clásica canción de Lou Reed, que me la ha pasado una guapa activista newyorkina.
En el trayecto me cruzo con algunas amigas del barrio, las hermanas Bernardo, que no conformes con mi saludo de lejos (aún andaba en sueños), se me acercan. Ellas ya no viven en el barrio pero sé que los domingos vienen a visitar a su mamá. Nelly y Paquita, lo recuerdo, eran la sensación todo Apolo, hasta recuerdo que varios jugadores profesionales venían desde Breña, el Rímac y, obviamente, de Matute, a buscarlas. Hablo pues de la primera mitad de la década del noventa, años en los que futbolísticamente destacamos por las cañas de sus protagonistas. Más de uno se moría por ellas, hasta hubo un jugador paraguayo que a nada estuvo de comprar un grifo para ponerlo a nombre de Paquita. Nelly y Paquita me preguntan qué ha sido de mi vida y les digo lo que estoy haciendo, algo que las sorprende porque jamás pensaron que me dedicaría a un oficio “interesante”. Sonrío y no me hago paltas de lo que opinan, porque esa es la amistad, no hacerse paltas, sin importar las galaxias en las que habitemos ahora, sabiendo que la galaxia que queda en uno, en mi caso, el de la adolescencia, tiene a las hermana Bernardo como protagonistas.
Me despido de ellas, pero me es imposible no pensar en ellas, en especial en un hecho que aún recuerdo bien, porque también se trataba de un domingo de sol como hoy, quizá el último domingo de agosto de 1996. Aquel domingo, y por aquel entonces, ¿Paquita o Nelly? salía con un patita abogado, a quien le gustaba hacer ruido con su caña cada vez que venía a recogerla o traerla. Ese domingo, Santiago, el Bernardo Brother, y yo, nos dirigíamos a la canchita ubicada al lado de la comisaría a jugar basket, íbamos medio fumados, por eso al llegar a la canchita nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado del elemento esencial del deporte: la pelota.
Al regresar a la casa de Santiago, encontramos a ¿Paquita o Nelly? llorando en la puerta. Nos acercamos corriendo y ella exhibía un par de moretones en la cara. Esa sola imagen hizo que Santiago entrara rápido a su casa a la búsqueda de un cuchillo o un pico, pero esa búsqueda tomó más tiempo del que pudo pensar. Escuché las razones de la hermana de mi pata, razones que solo obedecían a una sola: había decidido terminar con el patita abogado, quien no contento con ello, le dio un par de puñetes en el rostro de la tentación apolina. La escuchaba y sentía rabia contenida. Ella para mí era también como una hermana mayor (al menos, trataba de hacerme esa idea). Y el huevas triste de su hermano seguía sin salir de casa (recordé en ese instante que su padre había sido policía y se cruzó por mi mente la razonable posibilidad de que esté buscando un arma oculta, cosa que no debía sorprender, porque en cualquier casa de militar o policía, siempre hay armas ocultas).
Consolé hasta donde pude a ¿Nelly o Paquita? No podía hacer más. Lo único que ella pedía de la vida, en ese mismo instante, era justicia.
Y Santiago seguía sin salir de casa.
Cuando me dispuse a ir a mi casa por un vaso de agua para ¿Nelly o Paquita?, apareció el patita abogado en su cañaza. Bajó del auto, tenía el rostro desencajado, apagado por las lágrimas secas en la piel, sus dientes castañeteaban y no demoró en pedirle perdón a la mujer que en el último año y medio había sido su enamorada.
Por esos últimos días, el señor Maldonado, un buen vecino que se alucinaba fiscal, había estado techando su tercer piso, por ello, fuera de su casa e invadiendo la pista, había un montículo de arena, más pequeñas montañas de piedritas y, tácito, más de una torre de ladrillo. Entonces, cogí todos los ladrillos que pude y se los tiré al patita abogado, quien una vez en el suelo fue merecedor de mis patadas. No me conformé con ello y volví por más ladrillos, aunque se me pasó por la cabeza matarlo, tuve un momento de lucidez, y como este baboso había dejado abierta la puerta de su auto, decidí destruir el interior de esa cañaza con una lluvia de ladrillos.
Salieron los vecinos. Sin embargo, el señor Maldonado, en vez de preocuparse por la agredida, me exigió que le pagara los ladrillos que usé para la destrucción de la caña; otros, más cuerdos, tuvieron una lectura rápida de la situación y le pidieron al patita abogado que se largue del barrio y que, por su bien, no regresara jamás. El patita abogado se quitó sin antes amenazarme y a cada amenaza respondía con el ademán de tirarle otro ladrillo con toda la furia de mis catorce años. 
Esto es lo que recuerdo en líneas generales, no recuerdo quién fue la agredida, pero lo que sí recuerdo fue que Santiago se demoró en salir a razón de un resbalón en su cocina acabada de encerar, hecho que motivó la fractura del tobillo izquierdo y el brazo derecho roto. 

sábado, agosto 27, 2016

517


Me levanto más o menos tarde. Siento algo de malestar, pero nada que un duchazo no pueda solucionar.
Una vez bañadito me alisto para comenzar el día, pero antes, el café de rigor, que su solo hecho se ha convertido en un elemento central en cada jornada signada por la lectura, la escritura y la música.
Entonces, mientras bebo el café y preparo más café para mi termo, me pongo a leer las noticias, a la caza de un dato que me permita arrancarlo, teniendo para ello o una regla o una tijera. Las cosas siguen en su normalidad, sin embargo, lo que uno teme, pero es inevitable, puesto que laboralmente dependo de las llamadas que recibo en el celular, el cual debo tener prendido. Antes me sentía feliz con el celular apagado, y más allá de los meses transcurridos aún tengo que acostumbrarme a esta nueva rutina.
Cuando vibró el móvil, algo me decía que era “Mr. Chela”, y, efectivamente, era él, que me estaba animando a que vaya al Don Lucho por unas chelas. Pero le digo que no me interesa beber en estos fines de semana, que ando muy concentrado en varios textos y no pocas buenas lecturas que se me han juntado. Entonces, le sugiero que no pierda tanto el tiempo en los bares, que aún puede salir de las garras del alcoholismo y le pongo un ejemplo patético de innata estupidez reforzada por el alcohol, ajá, así es, solo me bastan dos palabras para graficarle el destino que solo él puede evitar: “Cachetada Nocturna”. Entonces, “Mr. Chela” queda en silencio y un aura de seriedad cubre nuestra conversación. Me jura que tratara de beber lo menos posible, y para ello, a modo de contribución, le sugiero que deje de chupar de a pocos, paso a paso, cachorro,  si la semana tiene 7 días, chupa 5 y así vas bajando la dosis. “Mr. Chela” promete hacerme caso, cosa que dudo, pero cumplí con decírselo. 
Hace tiempo Miguel me dijo que la bohemia no tenía nada de malo, por el contrario, la bohemia resultaba necesaria. El problema, y recuerdo su énfasis, era salirse de la bohemia. Eso era lo más jodido. Él pudo salir de la bohemia de joven, claro, jamás abandonó el trago, que tenía como un placer oculto, al punto que cada novela suya (y vaya que escribió muy buenas novelas) venía con el homenaje a una bebida alcohólica. Miguel sabía de los peligros del alcohol y la bohemia, que tienen ese poder de quitar tiempo. Anoche lo constaté una vez más, mientras caminaba por Quilca y Camaná, rumbo a Polvos Azules. En esas dos calles libreras, a golpe de 8 de la noche, la sazón nocturna estaba armándose y la tentación era más que patente, patas y flacas me llamaban, del mismo modo Richi Lakra, pero solo me limité a saludar al paso, dejando el camino libre a la cachorrada, para que viva lo que tenga que vivir y con la esperanza de que puedan zafarse de lo que deben vivir.

viernes, agosto 26, 2016


martes, agosto 23, 2016

516


Un día lleno de reuniones, día en el que estuve por más de un distrito, reuniones de cara a las próximas semanas que se me pintan de adrenalínicas.
Luego de la primera reunión en Barranco, con Walter, me dirigí a Miraflores, pero en el trayecto me detuve por una chelita y un sanguchón. De paso, maté algunos minutos viendo a la gente pasar por el parque Kennedy, algunos de ellos, ya desprovistos de la vergüenza, sumidos a la caza de bestias virtuales. Aprovecho en revisar mi correo y mis cuentas de Face e Insta. Nada del otro mundo, aunque la cachorrada viene discutiendo sobre un artículo de Iwasaki. Leo el artículo en cuestión y no me parece que era para tanto la discusión, pero eso es lo que signa a la realidad virtual: manifestar nuestra impresión primeriza que hay que tomar con buen humor, aunque no pocos lo hacen, porque así hay que jugar: no voy a matar mi hígado con el fugaz muestrario irreflexivo de los usuarios. Hay que pasar de ello y en lo que se pueda concentrarse en lo que en verdad importa y lo que en esos momentos más me importaba era otra chela.
Sigo en mi ruta y recibo algunas llamadas que dudo en contestar, porque no tengo grabado los números que me llaman y lo que no deseo es distraerme con promociones. Sin embargo, la insistencia me hace pensar en que podría tratarse de un asunto que hay que atender, así es que respondo al número más insistente. No era nada malo, porque era “Mr. Chela”, que me preguntó por una novela de la que estuve hablando días atrás en una reunión. Hice memoria y después de unos segundos supe a qué novela se refería. Eso es lo que me gusta de “Mr. Chela”, que podría ser un gran literato si no dependiera tanto de la chela, pero bueno, lo positivo de él es que siempre profundiza en sus intereses, es pues un lector obsesionado y bienintencionado, como tiene que ser un lector de verdad, que ve la lectura como un placer que hay que compartir. Sin duda, estaré atento a la publicación de su novela autobiográfica Buenos criollos
Luego de realizar los trámites me dispongo en la ruta de destinos inevitables y me invade la sensación de que ya debo regresar a casa cuanto antes, no sé a qué se debe esa sensación, seguramente al tráfico que bestializa más esta ciudad. Pero antes, me siento en la banca de un parque innominado y continuo la lectura de Bowie que, de no mediar inconveniente, acabaré en las próximas horas, durante esos tiempos muertos dignos de la espera.

lunes, agosto 22, 2016

"crónicas de un país que ya no existe"

Cuando uno acaba la lectura de Crónicas de un país que ya no existe (Sexto Piso, 2015), el recomendable libro del periodista estadounidense Jon Lee Anderson, uno entiende, ahora sí en serio y por fin (y una vez más), que es toda una pérdida de tiempo preguntarse si el periodismo y sus variantes de registro, a saber, la crónica, son o no literatura. Pese a títulos que tranquilamente pueden carpetear la pregunta, se sigue en ese círculo vicioso en el que se citan la ignorancia y el prejuicio, la estupidez y la altanería; pregunta innecesariamente recurrente que pone de relieve el temor de los que precisamente más dicen saber de los alcances expresivos de la escritura. Lo cierto es que el periodismo (llámese también No ficción) ya ha ingresado en el imaginario de los lectores sin necesidad de trámites y permisos académicos. Tanto un texto de ficción como uno de no ficción deben cumplir un solo propósito: conectar, transmitir. Pues bien, lo dicho no nos impide señalar que desde hace “algunos años” se viene forjando una peligrosa postura frívola precisamente en un oficio en donde la frivolidad (¿aburguesamiento?) debe ser visto como una peste y no como la marca en alto relieve en quienes se consideran protagonistas o simpatizantes de la aún joven tradición del Nuevo Periodismo (aunque un par de visitas a las bibliotecas bien nos puede indicar lo contrario a lo “nuevo”).
Lo sabemos: JLA es uno de los actuales referentes mundiales del periodismo, toda una leyenda viva que en este libro, publicado por entregas entre el 2011 y 2015 en la revista The New Yorker, y editado como tal primero en español antes que en inglés, brinda una cátedra que más de un amante de la crónica y entusiasta de la no ficción debe seguir como si tratara de un mandato bíblico. Veamos: JLA la tiene clara: así como escribir bien no es suficiente para hacer gran literatura, escribir bien tampoco es suficiente para escribir gran periodismo. Aunque esté demás señalarlo, por tratarse de una obviedad, la prosa de nuestro autor sigue exhibiendo los senderos estilísticos ya recorridos y que hemos celebrado en títulos como Ché Guevara. Una vida revolucionaria, La caída de BagdadLa tumba del león, La herencia colonial y otras maldiciones y El dictador, los demonios y otras crónicas.
Un libro como el que nos convoca no tendría razón de ser únicamente a cuenta de su muy buena prosa. Para JLA resulta insuficiente. Y como ya es un sello de la casa: nuestro autor escribe y reporta desde el lugar de los hechos. En el presente título nos narra los últimos meses de la dictadura de Gadafi y de los posteriores ecos que generó su muerte. Por más de cuarenta años este dictador hizo lo que quiso en Libia. Pero JLA no cae en los conceptos generales que podamos tener del dictador, sino que nos presenta a un peculiar hombre carismático y excesivamente atractivo que en 1969 derrocó al rey libio Idris I, hecho que supuso una esperanza para los libios que veían en aquel joven de 27 años al líder que los sacaría de la opresión y también de la pobreza, específicamente de la pobreza, siendo pues Libia uno de los países más ricos del mundo. Gadafi llegó al poder con un discurso premunido del aliento izquierdista y de enfrentamiento contra el abuso imperialista de Occidente. No por nada a Gadafi se le llamó el “Ché Guevara árabe”. Lo que nadie imaginó en ese entonces fue lo que haría ese joven militar en el poder y de lo capaz que era con tal de cuidar precisamente ese poder con el que configuró la identidad de toda una nación.
Sin juzgar y lejano de la mera descripción de sucesos, nuestro autor opina valiéndose de los recursos intelectuales que le brindan la sociología, la historia, la antropología y la filosofía. Solo de esta manera JLA puede escribir de Gadafi, de Libia, que a fin de cuentas son lo mismo. Desde el registro del periodismo es prácticamente imposible centrarse en esta figura protagónica de la historia política mundial. Gadafi es pues un personaje histórico fascinante al que no solo vale abordarlo desde una sola mirada, sino desde distintos ángulos por tratarse de un peculiar fresco individual y social. No es para menos, a razón de Gadafi Libia se ha convertido en un país destinado, entre varias perlas, a ser un espacio geográfico de descanso y entrenamiento para terroristas internacionales. Ocurrió en la década del setenta y ocurre hoy en día: Libia es un punto de paso para el Estado Islámico. Este es uno de los tantos legados del dictador.
En más de un pasaje uno se pregunta si Gadafi es una exageración del mito, pero no, no se nos presenta una exageración, sino una realidad que pauta los destinos de Libia aún sin su presencia. He allí pues el punto de quiebre de JLA con otros reportes sobre lo que ha venido y viene ocurriendo en Medio Oriente. JLA no nos muestra una realidad histórica inmediata caracterizada por la impresión informativa, lo que hace es mostrarnos una realidad histórica inmediata enfocada en la profunda reflexión y el sesudo análisis. JLA hace historia y también historia mínima, esa que no se ve, pero que tiene que consignarse para completar el fresco que nos quiere relatar. Por ejemplo, las dificultades de los colegas de oficio para enviar a sus medios de comunicación sus reportes y archivos visuales. En estas páginas jugarse la vida no es un cliché, sino un riesgo en pos de informar una verdad, sin importar si esta verdad sintoniza o no con las afinidades políticas e ideológicas de quien la reporta.
Solo una advertencia: el lector debe superar las primeras veinte páginas, maculadas de exceso de información y con una pesadez estilística no vista antes en los textos de JLA. Superado este óbice narrativo, el libro muda de piel hasta ser lo que es, un librazo, una joyita para apreciar y atesorar, pero ante todo, y con mayor razón en estos tiempos de estupideces informativas fugaces, muy necesario para todos aquellos que asumen el periodismo como una profesión, puesto que JLA nos subraya que el periodismo no es una profesión sino un oficio al que se debe honrar con el compromiso con la verdad y una constante formación plural, siendo sus principales armas el lenguaje y la actitud infatigable en el cultivo de la inteligencia, ergo, en el nivel cultural del que se hace llamar periodista.

… 

Publicado en El Virrey de Lima

viernes, agosto 19, 2016

515

En una inevitable caminata por Mesa Redonda, tras los pasos de unos cables para parlantes, sumergido en el inacabable mar de gente, deseando salir de la multitud de la que se huye, me topé con un lugar que bien puede justificar todos los sacrificios. Siempre he parado por estas calles, pero otra cosa muy distinta es ponerse a buscar, a preguntar, a explicar, como en mi caso, el tipo de cable para parlante que necesitaba. Allí cambia el panorama, la contemplación queda de lado, dando paso a una contenida desesperación.
Después de un par de llamadas en las que me proporcionaron los datos esenciales para el tipo de cable que buscaba (sin duda, estos adminículos encierran una ciencia oculta), compré el cable que requería. Me retiré sin más, pero antes de llegar a Abancay entré una galería innominada, porque quería saber el precio de una lámpara. El guachimán me indica que en el tercer piso hallaré lo que busco y me dirijo hacia ese tercer piso. Una vez allí, lo que veo son lámparas, pero muy distintas a las que busco, más bien son lámparas de estilo palaciego. En ese piso no encontraría el tipo de lámpara que busco, pero sigo caminando, como quien cumple con el recorrido, cuando encuentro un stand en el que termino quedándome cerca de cuarenta minutos. Espacio marcado por un buen gusto y un apego muy original por lo que podamos entender por el pop. Cuadros de 30 x 20 de bandas y películas inspirados en los referentes obvios de la cultura pop, dispuestos no solo en la pared, sino también en cajas como si se trataran de vinilos. En la hechura y diseño yacía el apasionamiento y conocimiento de su creador, llámalo estilo si quieres. Compré tres cuadros, de Television, Pink Floyd y Stealers Wheel.
Sin duda, volveré a este stand. 
Luego caminé al Virrey de Lima, en donde coordiné con José Luis sobre los detalles finales de la conversa que hoy viernes en la noche sostendré con Álvaro Portales sobre tu trabajo gráfico. Tomé algunas fotos de la librería, en especial a ese antiguo tablero de ajedrez que siempre ha llamado mi atención, el cual está en su mismo lugar desde hace más de 15 años. Un tablero legendario testigo de históricas disputas.

jueves, agosto 18, 2016


414

Pienso en esta pregunta: ¿por qué en los cines del norte, centro y sur de Lima las películas se proyectan dobladas y por qué no en los cines de ese triángulo conformado por Miraflores, Surco y San Miguel?
Bueno, se deduce que me gusta mucho el cine, y en el caso de las películas extranjeras, sin importar su estatus categórico, me interesa verlas subtituladas. No es posería, ni eclecticismo, como podría pensar algún despistado, sino una preferencia/modo en que he sido educado y formado al ver películas. A partir de esta gracia del doblaje/subtitulado bien podríamos forjar una cartografía interior de lo que viene pasando en el país y que muy poca gente toma en cuenta, aunque más de una especulación habrá al respecto, especulación que podría partir de cualquier tema, no necesariamente de lo que acabo de señalar en cuanto al cine. Lo pensaré y veré qué hago en los próximos días.
Ayer estuve por San Miguel, distrito en el que siempre me he sentido perdido, desde niño prácticamente, quizá a la anchura de sus calles y la extensión de sus parques, lo que me lleva a preguntarme si en este distrito hay o no parques medianos o pequeños. En unas horas vería Jason Bourne en Cinemark, pero mi idea inicial era ver esta película en algún cine del centro, cosa que aprovechaba en buscar libros o música, hasta la misma hora de la proyección, y así quería que fuera, pero lo que supe ese mismo martes fue que en todas las salas de los multicines del centro las películas en idioma extranjero (o sea, inglés) no iban subtituladas, sino dobladas. Entonces, fui hacia el sur, como quien cambia el circuito de costumbre.
Como no había donde buscar libros, decidí hacer hora por allí. En ese fugaz trayecto me encuentro de casualidad con ND, mi impetuosa y salvaje amiga fotógrafa.
Con ella no hay huevadas, ni vainas con respecto al nivel del periodismo peruano y para reforzar nuestras impresiones, nos fuimos por un café, a uno de esos locales imperialistas en donde también se puede picar los periódicos del día. ND, para reforzar lo que me decía, me mostraba la frivolidad argumentativa, la visión plástica, de nuestros maravillosos nuevos periodistas. No hay que pensarlo mucho, algo está ocurriendo en el periodismo peruano, y no hay que hurgar más de lo que supondría, como tampoco negar la evidencia: hay pues buenas plumas, gente comprometida con la verdad de una vocación como el periodismo, que han aprendido lo que han tenido que aprender, pero que no han llevado el curso que en algunas maestrías extranjeras de escritura creativa se imparte: relaciones públicas.
Escuchaba las palabras de mi buena y aguerrida amiga, tenía razón en todo lo que decía, y no escribo de ella por tratarse de mi amiga, sino porque la he visto en la práctica, he sido testigo de su coherencia con un oficio cada vez más emputecido, que informa y se indigna de acuerdo a los intereses de los patrocinadores. ND no es la única, felizmente hay mucha más gente como ella, que conozco directa e indirectamente. 
Los minutos avanzan y ya era hora de ir a ver la película y le pregunto a ND si me puede acompañar. La idea le parece y no niego que me siento un poco raro, porque después de varios años que entré a una sala de cine. Consumo mucho cine, sí, pero en casa. Lo único que esperaba de ayer: no experimentar la situación que me alejó de los cines, discutir y masacrar a un inevitable huevón que en plena película hablaba por nextel.

miércoles, agosto 17, 2016


martes, agosto 16, 2016

513

Luego de desayunar, salí un toque a fumar al parque. Sin embargo, me confié. No cerré bien la puerta.
En el parque, paseando, toda coqueta cerca del árbol plantado por mi abuela paterna, Pinky, una perra cuya obsesión es mi falso pekinés que responde al nombre de Onur.
Onur, imagino, despierta de su sueño mañanero y con su pata derecha abre la puerta que comunica al parque. No lo piensa mucho, corre tras Pinky. Me doy cuenta de lo que pasa y no me preocupo mucho. Onur está en mi ángulo de visión, pero lo que no calculé fueron las ansias de correr de Pinky, y Pinky, a diferencia de mi falso pekinés, tiene más calle, más mundo. La perra no duda en correr por todo el parque, Onur detrás como lo que es, un perro, y no “el niño peludo de la casa”.
Apago el cigarro cuando me percato que los perros están muy cerca de las rejas que colindan con la calle Fortis. Pinky, como si nada, pero mi perro no conoce esa calle. Ni mi padre ni yo no tenemos la costumbre de pasearlo por allí.
Lo que temía ocurrió. Pinky sale por la puerta de Fortis y Onur también. Entonces allí comenzó mi mañana. Tuve que correr como no lo hacía en años. Pinky y Onur toreando autos y uno que otro camión. No pues, mi perro no estaba para esas huevadas, no tenía el sentido de realidad que sí tiene la perra, que sabe en dónde y cuándo alejarse de los seres motorizados. En cambio Onur, como si nada, creyendo que esos seres motorizados son perros con armadura.
Tuve que detener hasta tres autos y un camión de mudanza. Entonces, supe la verdad de la situación, Onur se movía al capricho de Pinky y a Pinky me dirigí e hice que entrara al parque y Onur se fue tras ella, pero ahora dentro del parque. ¿Problema solucionado? Pues no. Ahora la perra corría en dirección a la otra puerta, la que conecta con Tres de Febrero, calle que sí conoce mi perro, pero que poco o nada le importaba conocer, porque ya estaba obnubilado en su salvaje estado hormonal.
Corrí tras los perros y, para mi buena suerte, una pareja entraba por la puerta de Tres de febrero. No conocía a la flaca, pero sí al pata, a quien he visto crecer. Le pedí que le obstruyera el paso del falso pekinés, cosa que hizo con eficiencia ante la mirada amorosa de su flaca por Onur. 
Cargué al perro y este, como si siguiera jugando, me lamió la cara.

lunes, agosto 15, 2016

512

Sin pensarlo, y qué mejor cuando haces las cosas sin planificarlas, me sumergí en una maratón de películas de Woody Allen.
Acababa de ordenar mi estudio y me dispuse a leer una novela de Escanlar, pero antes de hacerlo, me percaté de que mis películas en DVD estaban desordenadas, con una fila a punto de caer como fichas de dominó, pero al vacío. Entonces, me puse de pie para ordenar y prevenir esa posible tragedia. No me imagino el ruido que harían de caer las películas, y lo más jodido, mi molestia sin atisbo de calma, porque me cuesta muchísimo dormir, tengo el sueño muy sensible, detalle y gracia del insomnio. Mientras acomodaba esa fila de películas, dos de Woody Allen llamaron mi atención: Deconstructing Harry y Celebrity.
Esas dos películas fueron el inicio de una maratón que se extendió por cerca de ocho horas, en las que repasé las películas que más me gustan de este director, en una suerte de limpia del alma o del gusto, no pocas veces amenazado por la inevitable realidad, pero de inevitable realidad no es de lo que quiero hablar por el momento, puesto que los ecos de la marcha del sábado seguían su curso, marcando la pauta temática de las conversas e impresiones, y eso me parece de la putamadre, porque fue un suceso histórico, ajeno a la utilización que del mismo hace más de uno viene realizando en las redes sociales, a saber, las fotos de su participación. Un pata me hizo su comentario al respecto, resaltando, tan propio en él, un tono de burla hacia las participantes del sábado, las que a como de lugar quieren manifestar ante los demás que estuvieron allí
Capté su idea y entendí al instante su disparate interpretativo. Que más de una haya querido manifestar su participación en la marcha, no es el punto de discusión. Los patas somos peores al momento de figurar, sino, y para reforzar lo dicho, veamos lo que son capaces de hacer nuestros escritores con tal de aparecer así sea del estribo en los saraos literarios. En fin, lo que mi pata no entendía a causa de su inteligencia horadada por una oligofrénica vehemencia para lanzar conceptos y críticas, es que para miles de mujeres se trataba de la primera marcha que hacían en sus vidas. Si la marcha fue lo que fue, si significó lo que significó, se debió a esas mujeres que veían esto de las marchas y protestas por tv o internet. Eso es lo que hace de la marcha del sábado un suceso histórico, que como tal, merece ser promocionado y registrado todas las veces posibles, porque solo así, con la llama del fuego temático, evitaremos uno de nuestros más peligrosos lastres: el olvido rápido.

domingo, agosto 14, 2016

511

Luego de la euforia, con los ánimos más calmados, me retiro del grupo y me dedico a caminar, a seguir caminando por las calles del centro. En ese trayecto sin rumbo, se me antoja una chela en lata e ingreso a una tienda. Al igual que en otras marchas, sucede un hecho que no me gusta del todo: me topo y cruzo con más de un conocido y esta vez doy gracias porque todos fueron conocidos, de haber encontrado gente amiga, la situación hubiese sido distinta, y muy fastidiosa para mí, porque así esté mal de ánimo, o cansado, me muestro pata, al menos en la conversa protocolar sin hipocresía antes de abrirme.
El Paseo de los Héroes fue el destino final de lo que sin duda se había convertido en el País de las mujeres. Soy de la idea de que este país debe ser gobernado por mujeres de buena voluntad, eso, buena voluntad, dejando de lado sus posturas políticas y discursos ideológicos. Solo con ellas nuestros problemas serían otros, al menos imperaría el criterio esencial en las soluciones. Lo de ayer fue el grito de las mujeres, grito que ha marcado hito en la historia peruana reciente.
Mis pasos me llevaron a Alfonso Ugarte. Mientras caminaba, me llamaron al cel y me dijeron que me estaban esperando en una chupeta en un galpón de Camaná. Conozco ese galpón, que todos los sábados lo cierran a las nueve de la noche para dar rienda suelta a un festín alcohólico del que solo se sale en camilla. Ya he escuchado de las muchas leyendas sobre ese espacio, de lo que suele ocurrir bajo los efectos festivos del trago y las anécdotas contadas. No lo niego, lo pensé por un momento, pero al final decidí seguir el camino sin rumbo, reconociendo las calles de las que he estado ausente en las últimas semanas a causa de un malestar que no le deseo a nadie.
Aproveché en comprar una cajetilla de cigarros en una tienda de Bolivia. En la tienda, más de treinta mujeres jóvenes, comprando agua mineral y cervezas. Habían estado en la marcha. Compraban y cantaban a la vez. Me hice a un lado, esperando a que terminen de hacer lo que tenían que hacer. Cuando compré la cajetilla, también me animé por una chela en lata. La chela ligera en mi garganta, ahora sí totalmente recuperado, sin los estragos del malestar que por más de un instante me hizo pensar en la posibilidad de internarme. La gracia me deja una enseñanza de vida: al menos, por muy buen tiempo, no comeré nada en la calle. Si tengo hambre, me aguanto hasta llegar  casa.
En las noches suelo ser tentado por los antojos, pero anoche esa tentación no se presentó, y qué bueno que haya sido así, porque solo me concentré recorrer sin recorrer calles, algunas recorridas horas antes. Cuando me encontré con los libreros de Alfonso Ugarte, me puse a conversar con ellos y, de paso, reviso qué es lo que tienen. Por lo general, suelo quedarme más tiempo del que pensaba en principio. Y vaya que más de una vez me he quedado hasta altas horas de la noche conversando con los libreros de Alfonso Ugarte, a veces, al final de la jornada, esperaba a que ordenen sus cosas y e iba con ellos por un chifa, y ahora que lo recuerdo, durante un tiempo fuimos a ese chifa de la muñequita china que asesinó a los chinos del Dragón rojo. 
Compré un par de libros y me perdí en la noche, que recién comenzaba.

viernes, agosto 12, 2016

510

A razón de la entrevista a Parra en SB, me han llovido mails y mensajes de Inbox de Face. Contra lo que pudiera pensar, las opiniones y preguntas poco o nada tenían que ver con la referencia final que en la entrevista se hace de “Cachetada Nocturna”, sino a la fuerza argumentativa de Parra, a su posición que él tiene como escritor, si es que tuviéramos que llamarlo de alguna manera, porque sí sintonizo con la idea que él despliega: no ser escritor para que, irremediablemente, lo seas.
Eso, pues: no ser escritor.
Y eso es lo que viene ocurriendo no solo en la narrativa peruana, también en la latinoamericana. Hay mucho que se alucina escritor y que pontifica desde esa posición alucinada. Claro, para reforzar la idea, podría invitarlos a que revisen las cuentas virtuales de nuestros preclaros protagonistas, tan duchos en la opinología; no hay tema que no puedan abordar, pero al momento de argumentar, o bien se aferran al mutismo o a los lugares comunes, o al insulto artero que solo puede ser comunicado en las redes sociales, porque en persona, más de un payaso se te presenta como pata, diciendo que no, que no quise decir lo que dije, la culpa fue de la conexión, del Frente Amplio. En fin, entiendo a estos huevas, es por ello que las respuestas de Parra sí nos brindan la esperanza de encontrar más personas que escriban y que sepan argumentar con rigor, en autoexigencia.
Cerca de las dos de la tarde, me dirijo a Chorrillos a recoger a mis padres de la casa de mi hermano. En el taxi, sigo leyendo un libro de Lee Anderson, concentrado en lo que pueda estarlo en medio del inevitable tráfico, pero avanzando contento entre las páginas. El taxista me pregunta si puede salirse de la Vía Expresa, ya que hay un grifo cerca, cosa que aprovecha no solo en llenar el tanque, sino también en cambiarme el billete duro con el que le pagaría la carrera. Le digo que no hay problema.
El taxi subió por Canaval y Moreyra. O sea, por la esquina con la Vía Expresa, en donde se encuentra el edificio de estilo brutalista de Petroperú.
No lo niego, ni exagero: una cola de cuadra y media, de hombres y mujeres, con sobres manila en la mano, y más de uno con varios sobres. Pensé, en principio, que eran postulantes a una vacante en Petroperú, y hubiese pensando así si no fuera por el tráfico, que obligó a mi taxista a apagar el motor, hecho que me ayudó a mirar con detenimiento esa larga fila de personas con sobres manila.
No puede ser.
¿Todos los escritores peruanos en busca de trabajo, desde consagrados, medios y jóvenes por un puesto burocrático en Petroperú?
Pero no. No demoré en saber la verdad.
Hoy viernes 12 es el último día de la entrega de cuentos para el Copé de Cuento de este año. Como dije, más de uno cargaba más de un sobre manila, todos exhibiendo cara de molestia, como si estuviera prohibido hablar con el colega de al lado, también miraban las pantallas de sus móviles, leyendo, o quizá descargando el App para cazar pokemones. Miré a todos mientras el taxista encendía el motor, cosa que avanzábamos algunos metros, pero uno llamó mi atención. En principio no le vi la cara, porque estaba recogiendo sobres manila del suelo, que seguro se desparramaron de la maleta con rueditas con la que los trajo. Conté los sobres, o sea, los cuentos. Conté quince, aunque dentro de la maleta había más sobres.
Sin duda, este concursante quiere ganar el Copé como sea. Ya sea por prestigio, si es que somos ingenuos, o lo que manda: la plata. Me dio risa cómo recogía los sobres manila, las babas goteando debido a los nervios, porque la cola comenzó a avanzar rápido. Sin embargo, el patita de los sobres detenía el avance. Me dio pena, porque más de uno que iba detrás le pedía que avanzara ya. Entonces, metió los sobres como pudo y se acomodó los lentes.
Nada del otro mundo, a no ser por el detalle de que el patita que estaba por enviar más de quince cuentos al Copé de este año no era otro que “Cachetada Nocturna”, el ganador del Copé de Novela 2015. “Cachetada”, el personaje de la semana.
Mi taxi avanzó y lo último que vi fue a “Cachetada” gritando a los patas y flacas que iban detrás de él. “Ustedes no son ni mierda, yo soy ganador del Copé de Novela del 2015, carajo, no me apuren, bestias”, les dijo.
“Avanza nomás huevón”, le gritó un guachimán de Petroperú. 
Tamare, “Cachetada” es una vergüenza pública.

"la conciencia del límite ultimo"

En la pasada FIL de Lima tuve la oportunidad de presentar, junto a Francisco Ángeles y Pablo Salazar Calderón, la nueva edición de la novela La conciencia del límite último (Tusquets) de Carlos Calderón Fajardo (1946 - 2015).
De lo dicho en la noche de presentación, tengo algunos apuntes, los mismos que me sirven para ilustrar las impresiones que me suscita esta edición, del mismo modo la figura de Calderón Fajardo, a quien conocí, aprecié y admiré por su ánimo infatigable para contar historias.
Si algo recordaré de este escritor es precisamente su aparente facilidad para escribir libros, sin importar los registros ni los géneros, lo que me lleva a corroborar la sospecha que siempre tuve de él: CCF era toda una máquina de narrar. Al respecto, le pregunté, en una tarde mientras dábamos cuenta de varias tazas de café, por su método de trabajo, a lo que me respondió que él escribía en cuadernos, puesto que la escritura a mano le brindaba esa necesaria lentitud que le permitía, “en lo que yo creo”, ejercer una escritura inteligente.
La relectura de esta novela me hace pensar en esa lejana respuesta: la escritura inteligente. ¿A qué se refería CFF con eso? O sea, repasando su obra, y más allá del nervio narrativo que sus textos mostraban, y también más allá de la sensibilidad los mismos, había una actitud narrativa por tensar el proceso de su escritura de ficción, que traduzco como una estrategia por salirse del camino seguro y apostar por una intención narrativa instalada en la peligrosa frontera de la indefinición genérica. Una vez instalado en esa frontera, CCF podía, y vaya que lo consiguió, escribir de todo lo que le vino en gana. Si analizamos someramente su obra, este fugaz análisis nos lleva a una pregunta por demás retórica y reveladora: ¿de qué no escribió nuestro autor?
En todos los registros y géneros que abordó, la solvencia fue la marca de agua, aunque esta solvencia convivió en algunos títulos con la irregularidad. A CCF le importaba poco si ingresaba a los terrenos de la irregularidad, hasta pienso que lo hacía con el propósito de conocer su pulsión narrativa y el alcance que podía ejercer en ciertos tópicos, que, para ser sinceros, no fueron contados.
Hablamos de un narrador por demás raro, extraño para los celadores literarios, y también extraño y sugerente para los lectores. Al respecto, nos ahorraríamos mucho si llevamos a la práctica la sana costumbre de catalogarlo como un epifánico narrador multigenérico. Al menos, de esta manera pienso asumirlo de ahora en adelante y no hacerme problemas con la extrañeza que más de uno le adjudica cada vez que intentan referirse a él.
Para hacernos una idea de la obra de este contador de historias, haríamos bien en pensar en un laberinto minado con sorpresas.
¿Cómo entrar y cómo salir de este laberinto? No lo pienso mucho y menos lo tiene que hacer el lector que aún no lo conoce. Bien dicen los que saben: los buenos y grandes escritores tienen ventanas de entradas. Al respecto qué mejor ventana/puerta que La conciencia del límite último, a la fecha, una de las joyitas breves de la tradición de la narrativa peruana, compartiendo espacio con La casa de cartón de Adán y La iluminación de Katzuo Nakamatsu de Higa.
En su brevedad, La conciencia… exhibe el suficiente poder de obnubilar, cuestionar y confundir al lector. Esta experiencia de la lectura no es gratuita, puesto que siendo uno de los primeros libros del autor, este ya sabía a lo que iba, qué era lo que anhelaba proyectar más allá de una historia enraizada en la tradición de la novela enigma, es decir, partiendo de esa base genérica se permitió más de una licencia para literalmente transitar por los registros realistas y fantásticos, valiéndose de un personaje de mente endemoniada que debía inventar historias, en principio por necesidad económica y poco después por el oscuro placer de inventarlas.
Así es:
Novela de novelas (entendiendo la sobredosis de su encapsulamiento).
Novela germen.
Novela seminal.
Novela que en sí sola se erige como una de las mejores de su autor, novela sin la que no nos podríamos explicar el proceso de la narrativa peruana desde 1990. Novela que tuvo un eco peculiar en la década noventera y que a partir del 2000 comenzó a formar lectores, a fortalecer convicciones en quienes sentían la pulsión por la escritura. Novela que en su brevedad no dejaba de ser total, novela de una brutal riqueza interpretativa que no ha envejecido. 
Si había algo que detestaba Carlos (ahora sí lo llamo por su nombre), era que se le catalogue como autor de culto. Un escritor con tantos libros publicados (llegó a publicar hasta tres títulos en algunos años), no podía ser catalogado de culto, puesto que la seguidilla de títulos que entregó a las editoriales demostraba en los hechos una tajante intención de ser leído y no confinado a un estrecho círculo de lectores. Carlos escribió novelas complejas y a la vez atractivas en su desarrollo con el objetivo de compartir experiencias literarias con los lectores.

miércoles, agosto 10, 2016


martes, agosto 09, 2016

Entrevista a Richard Parra

Es que se ha frivolizado la vida literaria. Los saraos literarios son importantes y en cierto sentido inevitables, pero hay que saber “salirse”, no entregarse al lustrabotismo.

Si hay que pensar en vida literaria, pensemos por ejemplo en la de Arguedas, Revueltas o Vallejo, encarcelados por gobiernos represores. En Mariátegui, enviado al exilio, enfermo. Pensemos en Rodolfo Walsh, asesinado por el derechismo. O en Blas Valera, nuestro primer escritor anticolonial, condenado al silencio, la cárcel y la tortura. Guaman Poma también fue torturado. Se dice que Miguel Gutiérrez también. En Sor Juana Inés de la Cruz, enclaustrada, callada por el poder. En Giordano Bruno, quemado por la Inquisisción, en Walter Benjamin, asesinado por el fascismo. Repensemos el exilio del Inca Garcilaso. La vida de Martín Adán u Oswaldo Reynoso. El proyecto político de Flora Tristán. El suicidio de Virginia Woolf o Klaus Mann. O la muerte de Pasolini. Pensemos en esas “vidas literarias”.


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lunes, agosto 08, 2016

509

Después de una sana desconexión, con algo de sueño previo al duchazo de la mañana, abro mi correo electrónico y me topo con un mail que me deja perplejo.
Hace algunas semanas falleció un amigo que escribía y al que quería mucho y este también me quería a mí. Como su muerte me cogió de sorpresa, y como no tenía más que el número de teléfono fijo y su mail, que sabía que revisaba su mujer, le escribí a ella, haciéndole sentir mi pesar y diciéndole que contara conmigo para lo que guste. Obviamente, ese mail era solo el primer paso, porque a las horas de enviarlo fui al velorio para despedirme de él, verlo por última vez y pensar que no estaba muerto, sino durmiendo. En esos segundos lo recordardé tal y como era, sin endiosarlo, y quedarme con lo mejor que tenía, indefectiblemente, con su pasión por la lectura, puesto que esta pasión hizo de él el narrador que fue, más un compromiso político e ideológico pautado por la coherencia, así nos gustara o no.
Como no me gustan los velorios, esa suerte de reuniones sociales, dispuse a irme, no sin antes abrazar a la mujer de mi amigo y decirle que contara conmigo; además, le di algunas sugerencias de cara a los próximos días, esos días que en su aparente tranquilidad encierran la violencia brutal de la ausencia del ser querido en medio de la rutina.
No supe de la mujer de mi amigo hasta esta mañana, que recibí su mail de respuesta.
Sin duda, voy a responderle el mail. Pero su respuesta, apartándome de su pesar por su compañero, me hace pensar en algo que no se viene diciendo, aunque seguramente se dirá en los próximos días, en ese mediano plazo que nos presentará una realidad no menos que brutal: la ausencia de este amigo que escribía para el panorama de la narrativa peruana contemporánea. Es decir, su actitud literaria es la que debería buscar todo aquel que sienta una pulsión por la letra impresa: leer y escribir, lo que interesa, lo demás, ser escritor, es solo una mera consecuencia. Este amigo era pues el anti escritor. Mientras menos se mostraba, sus libros hablaban por él. 
Hace algunas semanas, mientras caminaba con José Carlos, un amigo que escribe y publica, le comenté que aún no nos hemos dado cuenta de la verdadera resonancia de la muerte de Miguel, del agujero negro al que ingresa la narrativa peruana sin él. O sea, no lo vamos a negar: tenemos en nuestra narrativa otras voces mayores, pero en Miguel había un proyecto de novela, una actitud balzaciana por querer relatar la vida peruana, una actitud literaria alejada de la vida literaria. Mi amigo se quedó pensando y al cabo de muchos minutos me dio la razón: sin Miguel, la narrativa ha ingresado a un agujero negro.

sábado, agosto 06, 2016

508

Mañana de sábado. Me encuentro solo en casa, porque mis viejitos se han ido donde mi hermano a recibirlo luego de una semana de viaje familiar. Voy al baño y me remojo la cara. Y con las mismas me dirijo a la cocina. En la refrigeradora, un generoso bisté. No lo pienso más de la cuenta. Freiré el bisté y también tres huevos.
Preparo una taza de café mientras el aceite calienta en la sartén. El aroma de la carne enciende los sentidos de Onur. Cuando el aceite está en su punto, pongo la carne, con suavidad, no la tiro como otra gente sí. Lo demás es pan comido. Le meto un poco de vino y listo.
Ahora sí, ese es el aroma que busco.
Desayuno rápido.
Luego de un fugaz descanso, dedicándome a leer Somos y El Comercio, La República y Exitosa, me meto a la ducha.
En mi escritorio, tengo los apuntes que hice en mi última incursión en la BNP. Me encuentro viajando en el tiempo, pero ese viaje me está dejando una suerte de picadura en la punta de la nariz. Por un momento, barajo la idea de usar mascarilla, aunque se supone que no es necesario debido a los buenos cuidados que los bibliotecarios hacen del material bibliográfico. La picadura se vuelve más insistente a medida que me rasco más. Me he estado rascando más fuerte de lo que podría hacerlo. Entonces me miro en el espejo. La punta de mi nariz en rojo intenso, como si mis fosas nasales hubieran sido partícipes de un endiablado viaje de coca, pero no, lo que parecía una molestia el día anterior, se ha convertido en una cruda realidad en las últimas horas.
Me puse un polar y salí directo, primero y con la esperanza de que sea el único destino para el problema, a la farmacia, en donde un par de señoras y un médico conocen como pocos de los repentinos atentados que sufre mi salud.
Les conté lo que me venía ocurriendo, la sensación de escozor se había asentado en las últimas horas y que estaba tentado en pasarme la punta de un cuchillo por la nariz. Se me acercaron las farmaceutas, una se subió a un banquito para poder estar (en algo) a mi altura, me cogió el rostro y lo acomodó varias veces a sus ángulos de visión. 
No es nada grave, es solo una infección que se soluciona con una crema. Las señoras me preguntaron por mis padres, a quienes mandaron cariñosos saludos. Lo mismo por mi hermano y su familia. Respondía y recibía sus encargos de afecto, y al hacerlo, hice memoria. Se me hacía difícil creer lo ingrato que había sido con esta farmacia, por las miles de veces que he pasado de largo por ella sin dignarme a entrar y saludar a las farmaceutas y el médico que más de una vez han estado allí ante cada problema de salud. Eso es lo más jodido, sentirte un malagradecido con esas personas que te siguen tratando de la misma manera que cuando tenía 13 o 15 años. Esta farmacia es quizá una de las mejores de La Victoria, que no es decir poco, siendo este un distrito de tantos contrastes y espacio de bizarras situaciones, y no es la mejor por lo bien surtida en remedios, sino, ante todo, por la excelente atención, la misma desde hace más de treinta años.

viernes, agosto 05, 2016


jueves, agosto 04, 2016

507

Cuando la estupidez se apodera de la llamada reserva moral del país, me doy cuenta de que este país es una total falsedad. Anoche, cuando salía de la BNP, caminando lentamente a Aviación, diviso a tres escritores peruanos, de los más furiosos e indignados de Facebook, de esos que han hecho de las salas de la BNP el espacio de consagración intelectual en medio de un país de bestias, ajá, país de bestias a los que ellos van a civilizar. Cómo no.
Los vi, y como no les hablo, ni me interesa hacerlo, dejé que siguieran su rumbo, y para asegurarme de no toparme con ellos, cruzo a la vereda del frente, cosa que ahora sí caminaba a mi ritmo. Además, quería llegar cuanto antes a casa para ver el partido de Alianza con Melgar. Los veo ahora desde mi otra posición, y pienso que bien pude pasar por su lado sin necesidad de tener que saludarlos, puesto que los tres estaban concentrados en las pantallas de sus móviles.
No me hago problemas, si me vuelvo a cruzar con ellos, o con quien sea que merezca mi desdén, me cercioro bien antes de ejecutar mi plan B de evasión. Ajá, más de uno me debe pensar que estoy mal por mi actitud antisocial, pero al menos no me vengo con remilgos, lo que más detesto es tener que saludar a medio mundo, mostrarme pata cuando en verdad me provoca darle tacles a más de un energúmeno, a los que suelo ver en contra de mi voluntad en las salas de investigación de la BNP. Por eso, hago uso de un plan B.
A metros de llegar a la intersección de Aviación y Javier Prado, los tres chiflados comenzaron a hacer movimientos extraños, siempre sosteniendo sus celulares, y la gente que pasaba cerca de ellos, también comenzó a prestarles atención. Era imposible no prestarles atención, de la nada, saltaban y se arqueaban. A lo mejor estuvieron investigando sobre teatro y danza, pensé, y discutiendo al respecto decidieron realizar una suerte de performance callejero, o un happening conceptual que llame a la reflexión a los transeúntes, que pasaban de largo de ellos sin dedicarles risas. Entonces, me percaté de que esos tres no eran los únicos de movimientos extraños, como si estuvieran de cacería, porque se formaron islotes humanos que hacían lo mismo, y con una mayor predisposición al histrionismo. Por un momento me vino a la memoria algunas escenas de la película The Happening de M. Night Shyamalan. 
Claro, en la película una fuerza sobrenatural se apoderaba de las personas. Era una pues una película. Pero lo de ayer era la vida real, una metáfora chusca del triunfo de la estupidez que no conoce barreras ni reparos. Hay que tener cuidado: los pokemones han llegado para quedarse.

miércoles, agosto 03, 2016

"lo contrario de la soledad"

No todos los libros que uno lee son una maravilla en cuanto a tema y forma. Pero hay que tener mucho cuidado al calificarlos, no cometer la estupidez de bajarles el dedo sin pensar antes, sin someter a la reflexión que merece todo texto, por más irregular o malo que sea el mismo. Esto es lo que ha venido ocurriendo con no pocos libros, y no me refiero solo a la triste realidad de la crítica literaria peruana, puesto que en todos lados tenemos críticos que caen en los pozos del prejuicio, en la altanería por haber leído mucho, pero mal, pavoneándose del desarrollo de la mente y no de esa cualidad esencial para enfrentarse a una publicación: la sensibilidad, sensibilidad que te permite leer más allá de las letras impresas, sensibilidad que destroza las puertas de hierro de la supuesta perfección.
La experiencia me ha enseñado lo siguiente: los libros imperfectos, al final del partido, tienen más posibilidades de sobrevivir que aquellos saludados hasta el hartazgo a cuenta de su perfección temática y formal. Pues bien, uno de esos libros imperfectos que ya sobreviven a la criba de los celadores, y que gozan de los favores de los lectores (a quienes, pienso, no les interesa mucho si la publicación es perfecta o no), es el siguiente: Lo contrario de la soledad (Alpha Decay, 2014) de la escritora norteamericana Marina Keegan (1989 – 2012).
Bien hace el lector en fijarse en la cronología vital de la autora que nos cita. Keegan falleció a los 22 años, en un accidente de tránsito, a días de graduarse magna cum laude en Yale. Pues bien, mientras se celebraban los funerales de Keegan, un texto suyo, homónimo al título de la presente publicación, escrito para el periódico de la universidad, se hizo viral.
Nacía pues una leyenda.
¿Quién era Marina Keegan más allá del asombro que generó su trágica muerte? ¿Acaso un bluff? ¿Seguramente una promesa que entregó un chispazo textual que conmovió a cientos de miles de personas? Los más escépticos tienen todo el derecho de pensar que están ante una treta editorial que se valía de una leyenda, con mayor razón cuando si se muere muy joven.
Más allá de la introducción de la escritora Anne Fadiman, introducción que nos revela el despliegue vital que Keegan depositaba en cada uno de sus intereses creativos e intelectuales, que bien podríamos de calificar de poliédricos, nos queda lo que en realidad nos debería importar: la escritura de Keegan.
Si hay algo que hará que sobreviva por buen tiempo a esta suerte de libro póstumo, dividido en dos secciones, Ficción y No ficción, es precisamente su actitud devoradora y celebradora de la vida, una actitud que edificó la prosa de la autora, una actitud que definió su mirada. No hay que pensarlo mucho, nos enfrentamos a una escritora que lo entregó todo como escritora, a la que el destino truncó el desarrollo de su poética. Entonces, nos estamos refiriendo a una escritora incompleta, imperfecta, sí, pero rica en visión del mundo y sensibilidad. Keegan, como escritora de ficción, sabía mirar y escuchar, detalles que vemos en sus cuentazos “Fría pastoral” y “Leer en voz alta”, que se ubican muy por encima de la irregularidad de los demás cuentos de la sección Ficción. Pero no hablamos de una irregularidad por carencia de oficio, sino por carencia de madurez. Pese a la carencia de madurez narrativa de los demás relatos, estos no dejan de exhibir un nervio narrativo, una administración inteligente de la estructura que exige cada uno de los textos que componen la sección. No lo vamos a negar, a estos relatos les faltaba un mayor tiempo de maceración, pero les sobraba intensidad, mas no esa intensidad ligada al efectismo tan cara e inevitable entre los narradores jóvenes. Con lo escrito en ficción, Keegan era más que una saludable proyección.
Sin embargo, lo de mejor de la autora lo vemos en los textos de No Ficción.
Aquí nos encontramos con una Keegan en estado de gracia salvaje. Nos encontramos con la Keegan que Fadiman nos presenta en la introducción.
Basta con la lectura de estos ensayos para atesorar este libro en cualquier biblioteca que se respete, en esa sección destinada a los libros a frecuentar en tiempos de inutilidad existencial. No me refiero al pulso de la escritura, detalle que en ella no es cualidad, más bien la norma, sino a la mirada crítica en contra de lo que se suele pensar de una mirada crítica. Nos referimos a una crítica feroz y festiva del mundo. El secreto de la autora es exactamente su falta de secretos. No pontifica. No juzga. Se ubica muy lejos de la solemnidad del ensayismo. Sus ensayos tienen una clara intención: transmitir al lector. Y vaya que lo logra, su actitud de esponja irreverente le brinda una posibilidad que no desaprovecha: escribe y piensa de los tópicos que le vienen en gana. Lo vemos, principalmente, en “Por qué nos preocupan las ballenas”, “Contra el cereal”, “Mato por dinero”, “Las alcachofas también dudan”, “El arte de la observación” y “Canción para los especiales”. Y para que tengamos una idea más clara del alcance de Keegan como ensayista: ya había sido contratada por la revista The New Yorker.
Es cierto lo que se dice de Keegan: escribió de lo que vivió para impactar en el mundo. Pues bien, no debemos ser ajenos a ese impacto. 



Publicado en El Virrey de Lima

506

Me despierto y me pongo a leer un par de horas, un título de Iain Sinclair y otro de Hitchens. El de Hitchens lo venía buscando desde hace buen tiempo, con mayor razón siendo uno de sus títulos más conocidos. Ahora que lo pienso, y no sé si a cuenta de la claridad sensorial producto del buen sueño, me puse a pensar en las no pocas puntas, muchas menores de 30, casi todas aspirantes a escritores, cuando me preguntaban por la actitud creativa. Entendía a lo que se referían y algo en mí me animaba a desanimarlos, convenciéndolos que la literatura no solo es publicar, hacer el payaso y sonreírle a medio mundo.
La mayoría de escritores Sub 30 que conozco exhiben una rebeldía, seguramente a manera de marca de agua en alto relieve, prefiriendo una conducta bolañera o bukowskiana, por citar un par de faros muy recurrentes, figuras, pues, a imitar, que les llaman la atención por la actitud vital. Pienso en esto mientras observo a mi vecina y a Mota, su perra siberiana, por el parque, ese parque enrejado que a más de un vecino desubicado le ha hecho creer que es un parque privado. Mi vecina corre y Mota va detrás de ella, y detrás de Mota quiere ir Onur, que empieza a rascar la puerta, con inusitada furia. ¿Qué podría salir de Mota y Onur, teniendo en cuenta la evidente diferencia de talla que al ojo hay entre los dos perros? Pero Onur está decidido a todo, actúa con la soberbia del perro que ha seducido perras y humanos. 
Desde la distancia, mi vecina me saluda y yo acabo mi cigarro y entro a la casa. Onur comienza a morder mi tobillo y con el falso pekinés en mi tobillo derecho me dirijo a la cocina, en donde me sirvo la primera taza de café del día. El poco sueño que siento termina por desaparecer. Al rato, como para asegurarla, me sirvo otra taza de café y me dirijo a mi escritorio. Prendo la Laptop. Me conecto al mundo, pero el libro de Hitchens a mi costado, detalle menor que me hace pensar en si alguna vez he escrito de este ensayista, o sea, con el largo respiro que se merece su obra y su coherencia. Hitchens siempre me ha parecido un genuino rebelde, un pata que decía las cosas como eran, sin importarle el daño que podían causar sus dardos verbales, además, cada vez que he podido, y ante la presencia de la Sub 30 de la narrativa peruana, les recomendaba que lo lean. No sé si me hacían caso, pero no pienso mucho al respecto. Pasaban de Hitchens.

martes, agosto 02, 2016

505

Pasé parte del día en Barranco, después de algunas gestiones en el Centro de Lima, caminando y conversando con Alina y Chaqueta. Felizmente, no hubo mucho sol, porque de haber sido así, las horas de caminata se hubieran reducido considerablemente.
Cerca de las tres de la tarde, me despedí de ellos y me dirigí a casa. En el camino, revisé las noticias en el móvil y me descubro ajeno a los vaivenes de los últimos días, expulsado de las velocidades mediáticas y de los tópicos recurrentes.
Imposible pasar por alto, bajo una primera impresión, lo dicho por Cipriani. Entonces bajo distintos puntos analizo lo dicho por el mandamás de la iglesia católica, lo hago mientras “Jeremy” me dice lo mismo que desde hace varios días, que revise ya sus cuentos, y yo le digo que preferiría no hacerlo, al menos no inmediatamente, ya que, si desea una lectura atenta, debo estar libre de algunos compromisos que debo cumplir, que se me han juntado a razón de lo mal de salud que estuve hasta la semana pasada.
Me concentro pues en lo dicho por Cipriani. El taxista, de cuando en cuando, intenta hablarme, pero solo asiento por asentir. Tampoco es mi intención desairarlo, entonces, solo en un tramo, le sigo el curso temático: La marcha del 13 de agosto. Me pregunta si es una exageración. Le digo que no. Para nada es una exageración, más bien, hay que apoyar esa causa y no hacernos problemas con ciertas falencias de los discursos de los organismos y colectivos que organizan la marcha, puesto que el fin que reúne a estas mujeres, el principio que defienden, es superior a ciertos vacíos de su discurso. Es imposible calibrar un discurso homogéneo en tan poco tiempo, en este caso, la intención y su hechura son los factores que cuentan.
Para nadie es un secreto, aunque nunca falte un subnormal que diga lo contrario, pero será una marcha histórica, al punto que la marcha Anti Keiko será un chiste a su lado. El taxista no me entiende, además, percibo machismo en lo que me sigue diciendo sobre la marcha, y me limito ahora sí a asentir hasta que se aburra y se dedique solo a conducir.
En frío, y dejando de lado apasionamientos.
Esta vez el cargamontón contra el mandamás de la iglesia es desmedido. Cierto, lo dicho por él es de una estupidez censurable, pero analizando sus palabras, sus tiempos para armar la idea, me queda claro que no quiso decir lo que dijo, solo que se equivocó en la forma de decirlo. Se hueveó feo el tío y si de esa hueveada es víctima del apanado que viene experimentando, pues bien que se lo merece. Junto a Fujimori, Ciprianoi es lo peor que le ha podido pasar a este país.
Llegué a casa.
No había nadie. 
Solo Onur, que había destrozado mis almohadas, como si se hubiera mechado con ellas. Me le acerqué y le dije que cuando sea presidente de este país, él capitaneará el desfile militar de fiestas patrias. Y no va ser.