lunes, abril 29, 2013

'Poesía en Rock. Una historial oral. Perú 1966 - 1991'




 


 

Una de las publicaciones peruanas de estos últimos años que indudablemente sobrevivirá, por lo menos, un par de décadas más, es, sin duda alguna, Poesía en Rock. Una historia oral. Perú 1966 – 1991, de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen.

Reconozco mi entusiasmo, justificadamente excesivo, para con esta publicación. En primer lugar, los autores son muy amigos míos. Y en segundo, y no creo que esté mal que lo diga, en su momento hice todo lo posible para que el presente libro sea una realidad, al menos colaboré con un granito arena para dicho fin. Era pues un libro polémico. No sé cuántas veces he vuelto a sus páginas. Hay muchos datos que pueden recogerse de él, como los detalles del famoso duelo entre Antonio Cisneros y Jorge Pimentel, o el encuentro de Enrique Verástegui con Octavio Paz en México. Pero ante todo, es un libro muy divertido.

Pues bien, días atrás volví otra vez a sus páginas. Andaba tras un dato incluido en un pie de página, mi idea no era releer el texto completo, pero lo volví a hacer, quizá llevado por una mirada más calmada, más analítica y con algo de espíritu crítico. Al cerrarlo, me quedé pensando, pensando en lo necesario que resulta su lectura, más aún en estos tiempos en los que la poesía peruana actual transita alegremente en las acequias del olvido; si buscamos en la hojarasca, a las justas podrán encontrarse tres o cuatro alfileres. Pero esto no es lo peor, lo peor es que estamos siendo testigos de la celebración de la mediocridad, la falta de talento, la carencia de lecturas ligada al alarmante desconocimiento de nuestra gran tradición poética.

Desde la primera vez que lo leí, no dejé de resaltar su extraño poder, poder casi mágico de afianzar convicciones, poder que solo muy contados libros pueden transmitir. Uno no es el mismo luego de su lectura. O se es, o no, así de simple es el asunto.

 En principio sería difícil ubicarlo en un género específico. Para mí Poesía en rock es un artefacto, en donde vemos una bien pensada mezcla de registros, en donde entran a tallar el ensayo, la historia, la crónica, el testimonio y la poesía. Si Poesía en rock existe como libro es porque no pudo ser un documental.

Más de una vez he dicho que la década del setenta fue propicia en cantidad y calidad para la poesía peruana. Sin exagerar, son nuestros años maravillosos. Dicha década tuvo de todo. Se vivió la violencia que despertaban los discursos ideológicos y políticos, era pues la cima de la alteración continental proveniente del decenio anterior. Por ello, la poesía que se escribía no era ajena a ese influjo, no era un ejercicio descontextualizado, era como una esponja que se alimentaba de los vientos calientes de la revolución, siendo uno de sus principales nutrientes lo vivido en Mayo del 68 francés, cuando se creyó en el rock, la poesía y la revolución como una sola fuerza capaz de cambiar el mundo.

Durante décadas se ha hablado mucho de la poesía peruana de los setentas y ochentas. Sobre la década setentera tenemos un documento importante, como la antología Estos 13 de José Miguel Oviedo. Pero si tomamos como cierto lo que él dice en su prólogo, tendríamos una visión realmente deformada de lo que ocurrió poéticamente. Ni hablar de lo que se dice y escuchamos en los bares y tertulias. Se hacía necesario tener la palabra de los principales implicados, de los sospechosos comunes. Ellos tenían que hablar. Exponer sus puntos de vista, puntos de vista que abarcan un cuarto de siglo que estamos en la obligación moral de conocer a fondo.

Para este fin, Torres Rotondo e Yrigoyen reúnen a los poetas de los grupos poéticos más representativos de la época. Estación Reunida, Hora Zero, La Sagrada Familia y Kloaka. A excepción del movimiento fundado por Jorge Pimentel, los demás dejaron de ser lo que se suponía tenían que proyectar. En HZ podemos ver una actitud de golpe, una poesía que no solo se justificaba como tal, sino también en la actitud de sus integrantes. Es por ello que los horazerianos marcan la pauta de la historia que se nos cuenta. No es para menos, los testimonios de Pimentel, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui, José Rosas Ribeyro, Roger Santiváñez y Tulio Mora son cartuchos de dinamita encendidos, es Historia Literaria dicha desde la calle y uno se siente parte de esa Historia Literaria, deseando haber podido vivir aunque sea una parte de la misma. Más allá de las contradicciones que puedan tener, más allá de exceso egocéntrico, no demoramos en llegar a la conclusión de que estamos ante las principales voces de nuestra última generación. Así es, como suena, nuestra última generación de poetas.

Mejor que lo expliquen los hacedores del libro: “Escuchen bien. En la tradición poética peruana solo existen tres generaciones, cada una con su propio abanico de propuestas estéticas y sus ecos en poetas posteriores. Tres: no más. El resto son promociones, no ciclos con una propuesta estética cohesionada. La teoría de las generaciones por décadas ha sido institucionalizada oficialmente o por pereza intelectual o para repartir más lotes en el Parnaso de los efímeros egos literarios”.

Hora Zero, sin pasar por alto los valiosos aportes de las otras agrupaciones y los poetas que desarrollaron en paralelo una propuesta poética, como José Watanabe, Abelardo Sánchez León y Manuel Aguirre, es el eje central, la fuerza centrípeta.

¿Pero qué es lo que, en especial, leemos en los testimonios? Recordemos que los protagonistas hablan valiéndose de la memoria, y por más que existan inexactitudes en sus versiones, hasta mezquindades repartidas, y por más que se adornen, yace una creencia en la práctica de la poesía como tal, en asumirla como fin. Es decir, primero la voz poética y luego el reconocimiento y la fama minúscula. Que la mayoría de ellos cayó en la posería, tan frecuente en la juventud (por ejemplo: Verástegui semidesnudo promocionando un libro en Caretas), es innegable. Total, la fama y el reconocimiento son resultados lícitos, y si ellos los obtuvieron tan jóvenes, fue debido a que ante todo se imponía la poética individual y colectiva. Pensaban que sin furia no podía haber poesía. Estaban convencidos de que la poesía es inconformidad. Estas agrupaciones entendieron el mensaje, sabían lo que tenían que hacer, pero solo Hora Zero fue consecuente, hasta el día de hoy.

En el capítulo “Nota de febrero de 2010” nos encontramos con un panorama cruel pero real de la producción literaria peruana. En lo personal, en este punto tengo más de un reparo con Torres Rotondo e Yrigoyen, pero no en lo sustancial. Habría que ser un habitante de Saturno para no darnos cuenta que pasamos nuestro peor momento. No existe discrepancia. La crítica literaria en medios, o lo que queda de ella, está emasculada, incapaz de decir las cosas por su nombre; pero la crítica académica, la llamada a escribir el canon, a cartografiarlo, ningunea a las voces de valía, forjando un discurso guiado por el amiguismo, o sea, mintiendo.  Para esta, por ejemplo, el discurso de la calle llevado a la poesía nace y alcanza su cima en los ochenta, negando, o prestándole poca atención, a lo que se hizo una década atrás.

Como dije, Poesía en rock es un libro divertido. Pero es también uno sumamente incómodo. Aquí hablan sin censura los poetas convocados y sus hacedores exhiben sus urticantes puntos de vista. Sin duda, estamos ante un documento histórico de la literatura peruana contemporánea. Su perdurabilidad no descansa en su excelencia, sino en su imperfección, imperfección que nos lleva a revisar nuestra tradición poética última y así saber, descubrir y redescubrir quién es quién.

viernes, abril 26, 2013


miércoles, abril 24, 2013

Otro Pamuk



En más de una ocasión me he acercado a la obra del escritor turco Orhan Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006). Digamos que, entre lo que he leído, conozco sus novelas más representativas, como El castillo blanco, Me llamo Rojo y Nieve. Sin embargo, Pamuk no me entusiasmaba, imagino quizá a cierta deformación lectora, a lo mejor mi sensibilidad aún no es del todo permeable. Lo mismo me ocurre con casi todos los escritores orientales, entre clásicos y contemporáneos.

Sé que tiene una pequeña legión de seguidores. Algunos son conocidos míos y doy fe de su capacidad lectora. Y no pongo en duda de que sea uno de los pocos, contados, galardonados por la academia sueca que vaya a quedar. Se trata de un escritor serio, con una propuesta literaria coherente; además, su figura no solo se asocia al espectro literario, es también un intelectual comprometido con los problemas del mundo de hoy, en especial con la historia turca contemporánea. Muchos aún lo recuerdan por sus declaraciones, en el 2005, a razón de la matanza de un millón armenios y treinta mil kurdos por cuenta del gobierno de Turquía. Estas declaraciones le valieron ser víctima de una serie de ataques bajos por parte de la prensa sensacionalista, incluso fue llevado a juicio y llegó a creerse que seguiría el sendero de Salman Rushdie. La polémica es, pues, parte de su faceta intelectual. Si lo comparamos, estaríamos hablando de un escritor en onda, aunque no al nivel de producción, de la Industria Mario Vargas Llosa.

Como dije líneas arriba, sus libros no me entusiasmaban. No me entusiasmaban hasta el pasado fin de semana, en que devoré como no lo hacía en mucho tiempo Otros colores (Mondadori, 2009), en donde pude encontrarme con un Pamuk distinto, un Pamuk que hace un derroche de una inestimable pasión por la lectura de los grandes clásicos e imprescindibles autores contemporáneos, un Pamuk entregado al humor y la ironía, un Pamuk que escribe desde la aguas marinas del “yo”, y, claro, un Pamuk con involuntarias ganas de provocar.

Este es un escritor de otra época, o mejor de dicho, uno a la ahora vieja usanza de escritura. Su prosa está marcada por un ritmo cadencioso, indudablemente decimonónico, que a un lector no entrenado podría aburrir, pero es precisamente en esa cadencia que roza lo insoportable que consigue urdir sus ideas. No tiene la más mínima intención de facilitar la lectura del lector, quiere que este trabaje, se esfuerce y así comprenda lo que en realidad quiere transmitir: un mensaje de perdurabilidad moral. A modo de prueba tenemos “Mi padre”, conmovedor tributo que le brinda, obviamente, a su progenitor, en donde se pregunta constantemente cómo así un hombre tan bueno, premunido de valores, abrigó la idea de ser escritor. En estos párrafos subyace la idea de la infelicidad como crisol inherente de la literatura, y contra esta idea es que el autor ha luchado desde muy joven, puesto que tuvo una vida feliz y todas las oportunidades para desarrollarse como escritor. Al respecto, basta hacer un breve repaso a su obra de ficción para nos damos cuenta de que su poética se alimenta de la visión histórica de Turquía y Europa, dejando en un segundo plano el desarrollo de una visión intimista.

Con el citado texto, nos adentramos en la lentitud, y latente estilo risueño, de los más de cincuenta textos que integran las secciones ‘Vivir y preocuparse’, ‘Libros y lecturas’, ‘La política, Europa y otros problemas relativos a ser uno mismo’, ‘Mis libros son mi vida’, ‘Cuadros y textos’, ‘Otras ciudades, Otras civilizaciones’, ‘Entrevista con Paris Review’ y el relato “Mirar por la ventana”. O sea, la biografía/radiografía de Pamuk. Avanzamos de a pocos, pero avanzamos disfrutando del hechizo de su sabiduría, porque Pamuk no solo sabe de literatura y política; sabiduría que la transmite con generosidad y sencillez, sin dejar de lado el rigor intelectual, rigor que es desmenuzado y exhibido en la interesante entrevista que le hiciera Paris Review, en donde, entre otras cosas, nos dice sin decir que una de las razones de la aceptable morosidad de su estilo obedece a que escribe a mano, presa del seseo del bolígrafo o el lápiz.

Pese a ser Nobel de Literatura, la obra total de Pamuk no genera mucho entusiasmo entre los lectores hispanoamericanos, entre los que me incluía. Sin embargo, Otros colores es una invitación a su sendero emocional, nos enteramos de lo que está hecho como persona y de cuáles son sus pulsiones narrativas. El presente título es una puerta que hay que abrir y cruzar con algo de esfuerzo y voluntad, puesto que las poéticas que perduran, algunas de ellas, necesitan de un respiro mayor, un desgaste que no mata, porque al final la recompensa será grata. Nos quedamos con la sensación de que el tiempo invertido valió la pena y volveremos a su obra de ficción con otra visión de la misma, como fue mi caso.

martes, abril 23, 2013


domingo, abril 21, 2013


sábado, abril 20, 2013

EVV



A fines del 2006 hice un viaje a Cusco, se trataba de uno especial, no era de placer, mucho menos de trabajo. Ya conocía Cusco y en ese viaje pondría punto final a un largo proceso emocional y existencial que venía cargando desde hacía siete años. Un día antes de partir, pasé por la librería El Virrey, del Centro de Lima. No sé qué estaba buscando, a lo mejor mi presencia en aquel lugar obedecía a una innata propensión por perder el tiempo, un modo de distracción, un preludio a los días que vendrían. No recuerdo si fue Mariano Orozco, Erika Miranda o Yesenia Ballardo, quien me puso al día de las novedades peruanas.

De los libros que me dieron para ver, uno de lomo delgado y formato relativamente grande.

No hay duda alguna, la Generación del 50 es la mejor, la más dotada de talento de nuestra tradición literaria. Cada día estoy más convencido de que no puede existir escritor peruano que no haya bebido o beba su fuente, que por igual se reparte en narrativa y poesía. Y si en caso haya alguno, porque todo puede pasar y todo puede ocurrir en nuestro circuito literario, que la conozca (lea) de oídas, no tengo otra que conminarlo a visitarla, visitarla como se debe y de esta manera aprender.

Uno de sus principales nombres es Eleodoro Vargas Vicuña (1924 – 1997). Si ofreciéramos una visión de su obra, esta lo ubicaría como un extraordinario escritor menor. No debe sorprendernos. EVV tenía un gran talento, era un voraz lector, pero nunca escribió todo lo que se esperaba de él. Y la razón, me aventuro a especular, es muy sencilla: EVV quiso ser narrador llevando una vida de poeta. Son tantas las anécdotas que sé de él, que muchas veces estas terminan opacando u oscureciendo su gran narrativa lírica. En cierta oportunidad, un amigo mío que lo conoció de cerca, me dijo que este autor confiaba mucho en sus recursos, sabedor pues que tarde o temprano entregaría a las imprentas una obra maestra. Y así vivió, engañándose, seguro de que el talento le era suficiente para escribir esa obra maestra de la que tanto hablaba y de la que nunca pergeñó una sola línea. Su error fue depositar sus fuerzas en un vitalismo excesivo, le gustaba alimentar su imagen de bohemio y vivió para ello. Su deseo era que todos hablaran de él, a como dé lugar.

Por ejemplo, en cierta esta ocasión este amigo que lo conoció muy bien salía de un café de La Plaza San Martín, era de noche y lo único que deseaba era llegar a su casa y seguir leyendo a Thomas Mann. Cuando se disponía a abordar un colectivo, alguien lo llama desde lejos. Era EVV. ¿Qué haces hombre? Me voy a casa. ¿A tu casa? Sí. Olvídate. Vamos a Breña, que me han invitado a un matrimonio. ¿Vamos? Vamos. Llegaron a la fiesta del matrimonio. Ambos entraron. EVV fue directo donde los novios y le quitó el micrófono al maestro de ceremonias. EVV habló, habló largo y tendido de la importancia de la familia y del amor. Su discursó generó más de una lágrima, en especial en las viejitas que se preguntan si ese hombre era familiar del novio o la novia. Ni bien terminó, EVV besó en los labios a la novia, e hizo lo mismo con el novio. Era su bendición y todos los asistentes aplaudieron. EVV y mi amigo la pasaron bien en esa fiesta, bailaron, rieron y comieron rico. Horas después mi amigo le pregunta si era familiar de la novia. No, no soy nada de la novia. ¿Del novio? Tampoco, nunca he visto a ese tipo. ¿Entonces? No te quejes, has bailado y has comido todo lo que has querido.

El libro que compré en la librería era una reedición, por cuenta del INC, de Ñahuín y no paré hasta terminarlo. Y volví a leerlo varias veces en los días siguientes, jugaba a su favor su brevedad y una extraña sensación, como si en la poesía de las frases, desde muy dentro de ellas, se me lanzaran dardos de incomodidad y revelación. No dejaba de preguntarme cómo era que había dejado pasar tanto tiempo sin leerlo.

En los cuentos de EVV existe pues una visión íntima y universal del sujeto andino, la misma que encierra un contenido universal expresado a través de un lenguaje seco pero no libre de lirismo, canalizado por medio de una técnica narrativa deudora del dato escondido. Entre los cuentos que me gustaron, difícilmente abandonarán mi memoria “El tiempo de los milagros”, “La Mañuca Suárez”, “Chajra” y “Esa vez del huayco”.

Pienso en EVV y llego a una conclusión: se le lee poco y cuando se le lee, se le lee mal, asociándolo únicamente a la veta indigenista. Y no es así, pues. Ahora que andamos engañados con que el estilo justifica la narrativa, sería bueno entonces volver, descubrir, como gustes, la obra de este estupendo narrador peruano, quizá el mejor estilista, luego de Martín Adán, de nuestra historia narrativa.

viernes, abril 19, 2013


miércoles, abril 17, 2013

'Bolivia' (2001), de Israel Adrián Caetano



martes, abril 16, 2013

'Cortos' de Alberto Fuguet




Publicado en Lee por Gusto – Perú 21


En alguna oportunidad, no muy lejana por cierto, escuché más o menos lo siguiente: “Alberto Fuguet es un gran escritor que aprendió a escribir luego de publicar varios libros, tuvo que ser famoso para que aprendiera a escribir muy bien”.
No sé cuán cierta sea esa opinión. Hasta suena mezquina. Lo que sí muy bien es que el autor chileno tuvo que recorrer un largo camino para que se le reconociera como una de las voces capitales de la narrativa latinoamericana contemporánea. La primera vez que escuché de él, en el primer lustro de los noventa, se hizo referencia a que era el escritor de la derecha chilena, un producto de su sistema económico. Obviamente, quien lo dijo era un literato que leía mucho, pero era de esos que leían con el ojo izquierdo, y en base a ese ojo izquierdo valoraban. Este dato nos sirve para darnos cuenta de cómo puede ser vista y apreciada una poética desde sus inicios y de cómo esta se abre paso. Y por más extraño que parezca, esta poética se abre paso entre los senderos de la fama, nunca dentro de los difíciles senderos que recorren los desapercibidos. Por demás, es el público el que ha legitimado su poética, siempre, pero siempre ha estado con él. El público no se ha dejado influir ni atarantar por la férrea resistencia valorativa de la crítica literaria, tanto la que se practica en la academia y en los medios.
En estos días he estado releyendo Mala onda y mientras lo hacía me venía el recuerdo de Sobredosis. Tanto la novela y el cuentario me gustaron cuando los leí, pese a ciertas falencias y grietas en el andamiaje estructural de ambos, había pues una furia, sea patente y latente, en el nervio narrativo, una furia que incomodaba, y también una tristeza, una agobiante tristeza, casi tanática. A medida que avanzaba la relectura, tenía la fugaz sensación de que no estaba ante un escritor, es decir, no ante uno que transmitía escribiendo literatura, sino ante uno que transmitía narrando. Porque Fuguet es una máquina de narrar y si lo conocemos como escritor es porque la literatura era el medio que se adecuaba más a su urgencia de narrar. De haber sido su deseo, especulo, y de haber tenido las posibilidades, Fuguet sería primero director de películas y de cuando en cuando escritor.
Uno de sus títulos que entre nosotros pasó relativamente desapercibido, fue Cortos (Alfaguara, 2004). Lo leí en el año 2008, inmediatamente después de una novela suya que me había gustado hasta el exceso, Las películas de mi vida. Cortos podría ser visto como el laboratorio de Fuguet, su cocina creativa en donde se condensa el nervio de su poética, tanto literaria como visual, en donde nos preguntamos constantemente qué es lo que estamos leyendo. Sin embargo, preguntarse qué es lo que se está leyendo, no es más que una pérdida de tiempo, no tiene sentido alguno ubicar los relatos dentro de alguna parcela, sea esta literaria o visual. Cortos no es más que narración, gran narración que consigue lo que algunos libros y películas: ser otra persona, tener otra visión de la vida, no feliz, obvio, luego de haber incursionado en sus páginas.
Los relatos que conforman la publicación, podrían ser catalogados como cuentos y cortometrajes. Y más allá de las estructuras que emplea, Fuguet no descuida el punto único, axial, que una narración debe exhibir: la configuración de los personajes, que bien podrían ser la versión treintañera del adolescente y bipolar Matías Vicuña, el recordado protagonista de Mala onda. El primer relato, ‘Prueba de aptitud’, cuentazo en todo el sentido de la palabra, que a lo mejor, espero que sí, en el gran futuro figurará como un texto medular de la cuentística latinoamericana, nos da las suficientes luces del camino a seguir en los demás relatos: un viaje al pasado ochentero a través de la tristeza, viaje motivado por el presente de la indefinición existencial y los golpes sin avisar de la depresión, tan común en quienes deben sobrevivir la fase de los treinta. En el mismo respiro del relato, quedan también ‘Más estrellas que en el cielo’, ‘Road Story’ y ‘La hora mágica (Matiné, Vermouth y Noche)’.
Creo que no caería en la mera exageración: Fuguet es uno de los pocos escritores latinoamericanos actuales que más ha afianzado su propuesta y el que más transmite. Porque eso es lo que todo escritor tiene que cumplir: no escribir bien, sino transmitir. Cortos no será su título más representativo, pero sí el que más expone su envidiable acervo creativo, acervo que no solo se nutre de la tradición literaria.

domingo, abril 14, 2013


¡Nada de Chibolín! - Aventuras y desventuras de Diego Trelles, el corrector de estilo




Algunos pueden pensar que mi post anterior fue demasiado hepático. Puede ser. Concedámoslo.

Y si alguna disculpa debo pedir, pues se las pido a Chibolín, al verdadero Chibolín.

Ahora, si alguien quiere pruebas de la incapacidad literaria de Diego Trelles para criticar los textos de los demás (eso: criticar los textos de los demás, gratuitamente, sin intención de aportar, con el único afán de hacerse el bacancito de la literatura peruana), aquí una breve muestra, que encontré al vuelo por ahí, de los gazapos de Trelles en su novela Bioy.

 


 

“Aunque era blanco, sus rasgos trigueños delataban su origen mestizo”

Sin comentarios.

 

“Un rápido puñete con el dorso de la mano”

Bueno, no me voy a detener en el sinsentido de la frase. Pero algo así solo lo puede escribir alguien que nunca se ha trompeado o que, en el peor de los casos, no sabe pelear.

 

“No pude evitar soltar un grito que se quedó atrapado en mi garganta”

Juro que esto solo puede aparecer en una barata novelita pornográfica, de esas en las que hay mucho efectismo y cero placer, y que por ese motivo son baratas.

 

“Las piernas laxas contraídas contra el abdomen en posición fetal”

Al parecer, alguien apuró al autor a terminar su novela, le dijeron que había premio al toque, “presenta ya”. Si sustraemos la frase del libro y obviamos el nombre de su hacedor, podríamos asegurar que es de autoría de un patita que quiere empezar a escribir porque le gustó El alquimista de Coelho y que piensa que hacerlo es muy fácil. O sea, ¿cómo las piernas pueden estar laxas y contraídas a la vez?

 

“Le descerrajaron la cabeza de un tiro”

Recomiendo a Trelles leer ya, inmediatamente, las novelas policiales del genial Richard Price. Clockers para empezar. Saca tu cuaderno Loro y apunta los secretos de la costura narrativa de Price. Ni se te ocurra ver antes la adaptación de Spike Lee. Si haces bien la tarea, Price será para ti lo que Faulkner fue para Vargas Llosa. Acuérdate: me lo vas a agradecer.

 


 

Y así tienes el cuajo de decir que yo escribo mal?

Já.

sábado, abril 13, 2013


Chibolín dizque salvaje



           Actualización del post, aquí. Y allí termino.

           ...
          
Bueno, no es que quiera cambiar la dirección temática del blog, pero me fastidia la mala leche. La mala leche acompañada de desinformación e ignorancia.

Diego Trelles Paz, más conocido en el ambiente literario peruano como Chibolín, acertado chaplín que proviene desde las mismas entrañas de Borrador, escribe una reseña sobre 17 fantásticos cuentos peruanos Vol 2 de Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor.

Chibolín no tiene mejor idea que empezar su texto de la siguiente manera:

“Uno de los primeros antólogos en notar las bondades de la reproducción en serie fue Gabriel Ruiz Ortega. El método era simple: prólogos flojos, intuitivos, mal escritos, de escaso rigor académico, una selección aceptable de relatos y un título, con las mañas de la etiqueta publicitaria –Disidentes–, que se reproduce ad finitum (ya va tres entregas; tres más y tendremos al nuevo Rocky de la literatura peruana)”

Pues bien, desmenucemos la convulsionada cabecita del Chibolín de la nueva narrativa peruana.

En primer lugar. A la fecha nadie puede negar, y la verdad que no me gusta decirlo, el éxito rotundo de Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana (2007). Tiempo después publiqué Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas y el año pasado Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos (2000 – 2010).

Del segundo y tercer florilegio sí tengo algunas cosas que decir…

Vayamos.

En más de una ocasión he escrito sobre las narradoras peruanas, específicamente de las aparecidas en el decenio anterior. Anotaba que necesitaban una antología que reflejara coherencia en su búsqueda de nombres, que brindara bases sobre su nacimiento y posterior eclosión. Y su hechura obedeció a un aspecto simple: a las mujeres les cuesta más que a los hombres que las tomen en cuenta. Me fastidiaba, y aún me fastidia, que a muchas de ellas no se les preste atención, no les basta con publicar un buen libro. Hay un puto machismo en nuestro medio literario. Por eso, D1 fue una respuesta a ese sistemático ninguneo, y en segundo lugar una de perfil a Matadoras, supuesta antología de nuevas narradoras signada por su frivolidad y su evidente flojera, porque allí no se buscó nada y si en caso hubo búsqueda, esta solo se limitó a digitar en Google “Nuevas narradoras peruanas”. Sobre ese libro Chibolín jamás dirá nada, se orina este infrarrealista bamba, porque como todo rey de la Otra Literatura, no debe chocar con Estruendomudo. No es estratégico, pues. Mucho menos abrirá el hocico sobre las dos versiones, ultracomercialonas y literariamente endebles, de Selección peruana.

De Disidentes 2 estoy más que satisfecho. En vano no pasan los años. Mi mirada ya no es la misma de cuando hice el Disidentes primigenio. Todo aquel con dos dedos de frente no demora en llegar a la conclusión de que el criterio para conformar la nómina D2 es producto única y exclusivamente del nivel literario de sus integrantes. No obedeció a factores comerciales y publicitarios. ¿No te has fijado, querido Chibolín, que allí no tengo a tu prologuista Santiago Roncagliolo?... ¿Y así tienes la concha de sugerir que hice la serie Disidentes debido a factores marketeros cuando tú, pequeña bestia, permitiste que Roncagliolo prologara El círculo de los escritores asesinos? Entonces, ¿quién es el marketero aquí?... Siempre he sido de la idea de que los libros de ficción se defienden solos; libros con prólogos de escribas famosos le quitan piso a cualquiera. Más aún a un impostado bolañista como tú. La verdad, Bolaño te estaría agarrando a patadas en estos momentos.

Sin escritores famosos, sin escritores influyentes en prensa, sin escritores contactados en la academia, salió D2. Y su reconocimiento vino sin ayuda de nadie. Un ejemplo nomás: D2 llenó el auditorio más grande de la pasada feria internacional del libro. A D2 le bastó y sobró el boca a boca del lector. En cambio, ¿qué pasó con la presentación de la edición peruana de tu primera novela? ¿Qué paso, criatura? Yo te respondo: ni mierda. Con todo el tinglado publicitario que armaste fuiste incapaz de llenar la sala más pequeña de esa misma feria. A las justas veinte puntas que se preguntaban “¿Quién este huevón?”, “¿Chibolín presenta libro?”, “Es un impostor, no es Chibolín, somos fuga”, “Mmm”. El público lector, y te jode saberlo, no se traga embustes.

Aparte de pseudopendejo, eres un ocioso, un soberano ocioso mental. Si vas a reseñar un libro, haz bien tu chamba, huevas. En más de una ocasión he declarado que con D2 se acababa la serie Disidentes. Ahora, te paso el dato de un expediente secreto: más de un allegado a ti te puede confirmar que pensaba armar el cuarto número de la serie, el cual daría registro de los poetas peruanos de 1990 al 2010. D3 iba a ser publicado en México. Y no me emocioné con esa posibilidad, porque antes de presentar una selección por el solo hecho de presentarla, estaba mi capacidad de lector. Toda antología es una prueba de fuego para su antólogo, si no lo sabes. Tenía que estar seguro de su fuerza poética en conjunto, fuerza poética que no pude reunir porque me faltaban nombres, los nombres que yo quería, o mejor dicho, los permisos de los herederos de los poetas que fallecieron a fines de los noventas.

Si vas a referirte a la serie Disidentes, primero llena una minúscula sala de feria y allí recién hablamos. Llena una minúscula sala, nada más, no te pido la sala más grande. Pero sabes, te la hago más fácil, lee las antologías nomás; hay que leer, pues, aunque sea los índices (lo sospechaba, pero ahora sé que eres un limitado lector de solapas y contraportadas) para que así te desahueves desde el saque y veas que estos tres libros son ajenos a las motivaciones extraliterarias con las que tú sí mueves los tuyos, que nada tienen que ver con la reproducción en serie. ¿Qué pasó, chato, estabas fumando orégano cuando escribías esa reseña?... ¿O es que estás preparando el terreno para la salida de una antología de nueva narrativa peruana, que no la haces tú, felizmente, porque no pasa nada, ni chicha ni limonada, con la edición peruana de El futuro no es nuestro, pero en la que estás incluido, y no tienes mejor idea que ponerte a joder gratuitamente?... En literatura y política, nada es casualidad…

Motivaciones extraliterarias… Motivaciones, precisando, oscuras y sucias y huachafas... Al respecto, todos recordamos que durante meses no hiciste otra cosa que mamársela, virtualmente, a José Carlos Yrigoyen en Facebook. Claro, te convenía hacerlo. Yrigoyen, aparte de excelente poeta, es alguien influyente. A él se le lee mucho y querías que sea uno de los que comentaran Bioy. Estabas trabajando la difusión de la novela, lo cual no tiene nada de malo, pero lo que sí es asqueroso es que trabajabas la publicación de reseñas positivas. Si Yrigoyen es mi pata, ya tengo mi reseña positiva, pensabas. Ahora, ¿cuál fue tu actitud cuando se publicó su reseña en Buensalvaje 2? Fácil: te arañaste. Y por las huevas. No soportas que alguien diga que Bioy es una cagada.

Pequeña bestia, nadie está obligado a que le guste lo que tú escribes. O sea, si alguien te dice “Chibolín, perdón, Diego, sabes, no me gustó tu libro”. ¿Qué haces? ¿Te arañas? ¿Le dejas de hablar?

La realidad, Chibolín, la realidad… Lo real es que te hicieron mucho daño. Bien por el premio, en verdad... Somos Brasil 2014... Pero quemaste cerebro, y bien feo, porque hay que ser huevón, rehuevonazo más bien, para creer la mentira de que Bioy es la versión 2.0 de La ciudad y los perros. No necesito decirte que Bioy no es ni la caca ni la pichi de ese novelón de Marito. Debiste poner el pare, todas las veces posibles, a esa maña publicitaria y no lo hiciste con determinación. Y no lo hiciste porque te gustaba la huevadita… No eres ni la carca de Vargas Llosa, ni siquiera el pedo de Bolaño (¿no te han dicho que te has convertido en lo que Bolaño más odiada?)… Únicamente eres alguien que sabe mover sus fichas en los terrenos de la Otra Literatura, terrenos que a un genuino escritor no le tienen que interesar. Como bien me dijo Miguel Gutiérrez, amigo que me estima mucho, y asimila las palabras del maestro, cosa que así fumigas tu alma, y que tuvo la generosidad de presentar tu libro… Apunta en tu cuaderno Loro: “A los escritores de verdad, tarde o temprano se les reconoce. Solo los escritores mediocres gastan sus energías sobando a los críticos y haciéndose amigos de los periodistas, preocupados en las notas de prensa”.

Dicho esto, vuelvo a mis lecturas.

viernes, abril 12, 2013


martes, abril 09, 2013


domingo, abril 07, 2013


sábado, abril 06, 2013

'La mujer partida en dos'

 

Vuelvo a la obra de Philip K. Dick, quizá con un mayor interés de cuando empecé a leerlo; con ganas de aprender y encontrar el enigma del por qué su poética aún despierta poderosamente mi atención; pero el acercamiento de ahora no dista mucho de cuando conocí su literatura por primera vez, solo se diferencia en la madurez lectora, o sea, ya no soy un lector plano y me interesa más la costura narrativa, el hipnótico y canábico mensaje que Dick transmite entre líneas. De este modo releí el pasado domingo y de un solo tirón, olvidándome del agotador sábado instalando el stand de Selecta Librería para la Feria del Libro de la PUCP, y reconciliándome con mis fuerzas de adolescente, una novela que se me pinta genial y hasta profética, Valis.

Terminada la jornada, necesitaba despejarme, pero los que han leído a Dick con algo de caleta rock setentero, saben bien del relajamiento necesario que se requiere, con mayor razón si el sueño no te es cercano. Así que busqué en mi colección de películas, algo sencillo, que no requiriera de un mayor esfuerzo de concentración, pero que a la vez no sea vacío. Tenía pues que encontrar un director de género, obedecer el llamado del inconsciente que te obliga a seguirla luego de haber pasado horas de horas releyendo a un gran autor de género, uno de esos directores que han hecho escuela y que no dejan de escuelar aún desde el más allá.

No la he visto muchas veces, pero qué bien me resultó escoger La mujer partida en dos (2007), penúltimo trabajo del prolífico francés Claude Chabrol.

Charles Saint – Denis (François Berléand) es un escritor cincuentón, reconocido y millonario; vive en las afueras de Lyon con su esposa Dona (Valeria Cavalli), con quien lleva más de veinticinco años de casado. Tiene una amante, la agente literaria Capucine Jamet (Mathilde May), detalle que no molesta en nada a Dona, porque ella también puede sacar los pies del plato, con tal de no afectar la imagen de seductor de su marido. Ese parece ser el trato tácito de esta pareja que necesita de la infidelidad para mantenerse junta.

Su estancia en Lyon no es tomada como algo superfluo, que pase desapercibida. Por el contrario, las autoridades ediles consideran todo un honor tener a Saint - Denis como vecino. En una firma de libros en una librería, nuestro afamado escritor queda enamorado, a primera vista, y también motivado por llevársela a la cama cuanto antes, de la bellísima veinteañera Gabrielle Deneige (Ludivine Sagnier), que trabaja como meteoróloga de un noticiero televisivo. Pero Gabrielle también es pretendida por Paul Gaudens (Benoit Magimel), el joven rico de la ciudad, heredero de la fortuna de Laboratorios Gaudens, el chico malo que arranca más de un suspiro femenino.

Estamos pues ante la disputa de dos hombres por una mujer. El mayor no puede concebir sentimiento alguno a menos que no sea por medio de la degradación; caso contrario con el joven rico, que la desea como su esposa, madre de sus hijos, prometiéndole una vida sin apuro económico. Gabrielle no se presta a disyuntiva alguna. Quiere vivir, sacarle el jugo a los mejores años de su plenitud sexual, o sea, ella prefiere la experiencia. Se entrega sin reparos al letraherido y con este explota, redescubre, todo su arsenal hormonal. Pero las cosas con Saint- Denis terminan mal, al punto que ella toma en serio la posibilidad de quitarse la vida ni bien es abandonada por él; sin embargo, Gaudens, el enamorado, que se carcomía viendo su romance con el viejo, la rescata de la depresión y logra su objetivo: casarse con ella.

Lo que se suponía un matrimonio feliz, vira en un maltrato psicológico en el que Gaudens no deja de sacarle en cara todo lo que ella hizo con Saint - Denis y lo que este la obligaba hacer para satisfacerlo. Harto de los fantasmas, cansado de que se hayan burlado de él, el neófito marido llega a una solución acorde con su engreimiento: matar al escritor. Así de simple.

Chabrol es un contador de historias. Nada más. Conoce su oficio. Pese a que la película no pocas veces amenaza con írsele de las manos, logra redireccionarla en el sentido del cantado desenlace: que Gabrielle declare en el juicio a favor de su esposo, aduciendo que actuó bajo los efectos de la enajenación, deshonrando así la memoria del escritor, escritor que no puede, ni podrá olvidar.

La obra de Chabrol es impresionante, más de cincuenta películas en las que ha transitado por distintos géneros, siempre privilegiando el Asunto, es decir, la historia, el argumento. Chabrol no es un estilista de la imagen, mucho menos un depurado de la técnica, pero vaya que sí tiene las cosas claras al momento de narrar. La mujer partida en dos no es su mejor trabajo, pero qué importa, este se deja ver con sumo placer, como para pasar el rato sin sentir que has estado perdiendo el tiempo.

viernes, abril 05, 2013


'Trilogía sucia de La Habana' de Pedro Juan Gutiérrez



 
Una de las lecturas que guardo placenteramente en la memoria; una de las lecturas que recomiendo cada vez que puedo; una de las lecturas capaces de transmitirte desde la más sublime sordidez; esa lectura es, sin duda alguna, la de Trilogía sucia de La Habana del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (1950).
Como tuvo que ser, me la recomendó uno de los más grandes lectores que conozco, Guillermo Niño de Guzmán. No me la recomendó directamente, sino que el nombre del cubano salió luego de que estuviéramos hablando de la tradición del realismo sucio. Para aquel entonces mis ideas e impresiones no estaban muy claras sobre el realismo sucio. Es decir, ya conocía su tradición, me gustaban Carver, Fante y Bukowski, por citar a los que tenemos a la mano, pero a la vez los sentía demasiado lejanos, como que no calaban del todo en mí; necesitaba experiencias escritas desde mi realidad, en mi idioma.
Siempre he leído todo lo que he querido. La falta de dinero jamás ha sido obstáculo para no leer. Mi acercamiento a este librazo se lo debo a mi amiga Erika Miranda, quien en ese entonces, 2001, trabajaba en la librería La casa verde, en su local de Larco. Este libro costaba carísimo, más de cien soles, y quería leerlo sí o sí. Erika me lo prestó, cuando no debía hacerlo, por un día. Solo un día. Me lo llevé a casa y lo leí en una sola sentada.
La presente publicación contiene tres cuentarios: ‘Anclado en tierra de nadie’, ‘Nada que hacer’ y ‘Sabor a mí’, que dicho sea, no son hijos de la tradición del realismo sucio. Pensarlos así no sería más que una definición reduccionista y limitada de lo que realmente es: literatura de alta calidad que refuerza, una vez más para variar, la rica tradición de la literatura cubana, quizá la más influyente, desde el siglo pasado, y nutriente para el panorama literario latinoamericano contemporáneo; pero influyente y nutriente desde el margen y el silencio estratégico, por eso es que golpea tanto sin que nos demos cuenta, su campo de radiación no solo se suscribe al neo-barroco, como podría pensarse.
Un escritor como Pedro Juan Gutiérrez es un producto nato de su contexto (una isla y una dictadura), contexto que ha abordado con una mirada nihilista, irónica, es decir, sin afán de denuncia, abocándose únicamente a configurar personajes que a pesar de no tener ningún tipo de futuro en cuanto a realización personal, se las ingenian para pasarla bien. Y eso es lo que hacen, la pasan bien a punta de ron, baile, conversas en doble sentido y mucho, muchísimo sexo, sazonado y condimentado con un estilo narrativo duro, seco, directo… Navajazos directos en la yugular del lector que lo dejan pensando y sumamente aturdido… Me pregunto: ¿quién no queda aturdido con las detallada y ya mítica descripción de la perla en el glande, perla en el glande con el único propósito de generar todo el placer posible a las mujeres, y que ellas agradecen como nadie, en los interminables y sudorosos encuentros hormonales consignados en casi todas las páginas?
Gutiérrez se vale de su narrador protagonista Pedro Juan. Y no pudo elegir mejor estrategia narrativa, puesto que todos los relatos están narrados desde una proximidad que convence, una primera persona letal, brutal, un “yo” que desgarra y cercena. Además, no sería nada descabellado leer el libro como una novela episódica, al menos esa fue la sensación que tuve durante la primera lectura.
 Pedro Juan se gana la vida como puede, tiene sensibilidad para el arte, le gusta escribir y pintar, y solo espera de la vida vivir todo lo que pueda, solo eso. No le interesa su futuro, ni inmediato ni a largo plazo. Algo en él le convence de que jamás saldrá de La Habana. Tampoco le interesa la política, le es indiferente. Por otro parte, las mujeres que nos presenta Pedro Juan, son otra cosa, y no necesariamente por su exuberante y tostada belleza, sino por su determinación, carácter,  fuerza y alegría. En este sentido, las mujeres de la trilogía son las otras grandes protagonistas. Sin ellas, sus aventuras se verían demasiado resentidas. Es que él, para sobrevivir, y más allá de los elementos básicos, como la comida, el vestido, el ron y la música, necesita del sexo, de su práctica constante, del contacto carnal, y aprende, bastante, de cada una de ellas, que encierran un mundo que repotencia y enriquece su visión de la vida, de la vida que le ha tocado vivir en medio de la pobreza y la violencia.
Algún tiempo atrás, cuando hacía más seguido entrevistas a escritores, tuve la oportunidad de entrevistar a este cubano. En una de mis preguntas hice referencia a la recurrencia del sexo en su obra. El autor, en lo que sería una respuesta honesta y festiva por igual, me respondió que en lugar de que sus personajes se maten entre sí, él los ponía a “templar”, es decir, a “tirar”.
Como dije líneas arriba, Trilogía sucia de La Habana es literatura de alta calidad. Y si en caso la cartografiáramos en la tradición del realismo sucio, pues quizá sería uno de sus primeros referentes. Y con todo el aprecio que tengo por la obra de Bukowski, no deja de parecerme jalado de los cabellos que a Gutiérrez se le califique, y se le venda, horror que también comete su editorial Anagrama, como el “Bukowski tropical”, cuando lo cierto, y a sus libros me remito, es que el isleño es superior en todo sentido al querido Hank. Gutiérrez se expone más, es más escritor, es un artista de la escritura cuyas historias sobrepasan la mera anécdota.

 

jueves, abril 04, 2013


martes, abril 02, 2013


lunes, abril 01, 2013

Desvargasllosiándose




Corría el año 2001 y desde España se publicaba la primera novela de Jorge Eduardo Benavides, Los años inútiles, vía Alfaguara ni más ni menos. Muchos, o casi todos hasta entonces, no sabían de la existencia del narrador arequipeño. De la aparente nada un autor peruano irrumpía en el mercado español. Sin embargo, Benavides no era tan nuevo que digamos. Años atrás, cuando vivía en Lima, había publicado un más que aceptable libro de cuentos, Cuentario y otros relatos. Y al igual que muchos peruanos de los ochentas y noventas, tuvo que emigrar, harto de esa pesadilla llamada Perú que pocas o nulas oportunidades ofrecía a sus miles de jóvenes.

Los años inútiles, al menos para mí, es la novela que mayor tributo le rinda a lo mejor de nuestro Nobel, Conversación en La Catedral. Se trata de una muy buena novela política, que reflejaba el inmenso talento de su hacedor, pero que a la vez lo condenó a ser visto y ubicado como una especie de Vargas Llosa Kid.  

El magisterio Vargas Llosa no solo se limitó a su primera entrega en las distancias largas, también se hizo presente en Un millón de soles y El año que rompí contigo, y en algo en el buen libro de cuentos La noche de Morgana. Benavides intentó salirse del magisterio con La paz de los vencidos (novela ganadora del BCR 2008), que de lejos es lo más flojo de su producción.

Ahora, las cosas cambian. Su nueva novela Un asunto sentimental (Alfaguara, 2012), nos pone a un escritor distinto, libre de las ataduras vargasllosianas, en ejemplo tajante de parricidio, pero parricidio con conocimiento de causa. Además, uno se quedaría corto catalogándola de muy buena novela. Tampoco es una obra maestra, pero sí una gran invitación a una historia de amor y desamor que se deja leer muy bien. Benavides ahora sí suelta harto nervio narrativo, escribe de lo que conoce de cerca y sus recursos narrativos son administrados de la manera en que lo hacen los que saben de verdad: sin que se noten.

Libre de Vargas Llosa, sí. Pero no libre de uno de sus temas recurrentes: la política, que en esta empresa cumple la función de accesorio clave que nos permite entender a Dinorah Manssur, que seguramente generará más de un mohín en los lectores que solo leen con el ojo izquierdo, más de un mohín en ciertos nostálgicos izquierdistas del terror que vivimos en los ochenta. Dinorah Manssur es la mujer fatal que impulsa a Jorge Benavides (alter ego del autor) a buscarla e indagar sobre ella, impulsado por la enajenación emocional y un solapado prurito hormonal, en doce ciudades (Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife, Ginebra, París, Lima y Cusco).

El narrador protagonista es un escritor que se mueve en la primera división de las letras en castellano, por ello, su autor no tuvo mejor idea que incluir en su lista de interpelados a una variedad de letraheridos, agentes y editores conocidos y ubicados del imaginario literario, como Enrique Vila-Matas, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Carlos Franz, Juan José Armas Marcelo, Javier Reverte, Jorge Gorostiza, Mercedes Monmany, Juan Gabriel Vásquez y demás. A todos los trata bien, excesivamente bien, tampoco la idea obedecía a entregarnos un recuento de chismes literarios, por lo que también podría leerse el libro como uno sobre la amistad, amistad a la que faltó un poco de puñete, porque el mundo literario, tanto aquí como allá, dista mucho de ser cordial y desinteresado.

Pues bien, hay una presencia que aturde a nuestro narrador protagonista: el escritor Albert Cremades, el causante de su obligada insania viajera. En un momento, bajo la guía de una lectura ligera, podría pensarse que la historia de amor que Cremades le cuenta a Benavides en Venecia es lo que enciende su curiosidad por aquella mujer que fue su traductora en Damasco, pero a medida que avanza la novela, nos damos cuenta de que, más allá de los efectos emocionales, es la inquietud creativa, el hecho de saber que puede estar ante una historia que remueve su inconsciente, lo que lo lleva a seguirle los pasos.

Entonces, aparte de una historia de amor, la novela es, en todo sentido, una especie de canto al proceso creativo, pero no desde la posición metaliteraria, sino desde su margen vital. Lo que hace Benavides es tomar apuntes, memorizar y proyectar una estructura de búsqueda, convirtiéndose en un detective tras los pasos de lo que parece ser un objeto en constante huida. Y el cierre de la peripecia, en la ciudad en donde empezó todo, Venecia, no pudo ser mejor: Benavides emborrachándose con un Cremades que pone las cosas en su lugar, aclarándole todas sus inquietudes y afianzando aún más su innata vocación de buscador de historias.

Un asunto sentimental se impone por puntos. Bien sabemos que Benavides no es muy dado a la condensación en novela, a excepción de La paz de los vencidos; lo suyo es mostrarnos novelas grandes y ambiciosas; y en este caso sí hubo necesidad de supresión de páginas y frases, no por flojas y mal escritas, sino en pos de un mayor efecto narrativo. Sin embargo, debo decir que lamento no haberla leído en su momento. Más de un amigo me decía que se trataba de lo mejor de su obra, y no solo me aúno a la opinión, sino también la catalogo, algo tarde, como la mejor novela peruana del 2012.