viernes, febrero 28, 2014
Una tarde como las otras, pero ahora en
los ambientes del Don Lucho, con una Pilsen fría y esperando a que baje el sol.
El bar, en teoría vacío.
Miro la hora: 3 y 30 de la tarde.
Sigo leyendo El juramento de la pista de frontón de John Ashbery. Y confirmo una
vez más mi teoría poética: no hay mejor momento que leer poesía en las tardes y
no hay mejor lugar que hacerlo en el silencio y frescura de un bar. Si a esto
le sumamos la voz de Elton John con “Philadelphia Freedom”, que emite la
rockola, como que más no podemos pedir.
Ashbery.
A este sí le daría el Nobel de
Literatura, como si las huevas.
¿Acaso exageramos si decimos que es el
poeta más grande en la actualidad? Muchos dicen que sí, otros, los más poseros,
muestran sus reparos, buscando ridículamente la opinión/concepto que los
diferencie.
De lo leído de este gran poeta norteamericano,
ningún poemario tan críptico, experimental y audaz como este que rescata y
edita Calambur. En la publicación se incluye también una entrevista al poeta,
entrevista realizada por Julio Mas Alcaraz, responsable también de la
traducción y del prólogo.
Me detengo en la entrevista.
Pienso en la entrevista.
La entrevista no es la gran cosa, por
momentos JMA se muestra excesivamente ceremonioso. Vale indicar que Ashbery no
es de los habituales para las entrevistas. Prácticamente, no le gusta ofrecer
entrevistas. Por este motivo, resulta meritorio lo del entrevistador, que en
contadas veces lleva al poeta a brindarnos luces de su pensamiento y
generosidad.
Notamos en Ashbery una actitud de huida
hacia sí mismo, que bien podríamos ejemplificar con su marcha de Estados
Unidos, puesto que no deseaba perder la lozanía de sus años juveniles en la
burocracia, en el trabajo asegurado. Ashbery, sin más, se quitó, lo dejó todo,
pero no para vivir por vivir, sino para encontrarse a sí mismo viviendo lo que le
tocaba vivir. O sea, no se instaló en Europa, como también lo pudo hacer en
otro lugar, para forzar la experiencia, sino para esperarla.
12
Entre los escritores latinoamericanos
contemporáneos, ninguno eleva la oralidad a los reinos celestiales de la
impureza literaria como el chileno Pedro Lemebel.
De alguna u otra manera, conocemos la
obra literaria de Lemebel. Sea cual fuera nuestra apreciación de la misma,
constatamos que su hacedor no escribe ni habla, sino que canta bajo el compás
de tres ritmos que hermana: la verdad, la denuncia y la indignación.
Resulta imposible no referirnos a él
como un artista e intelectual comprometido, que ha encontrado en la realidad
inmediata el voltaje verbal que valida todos sus reconocimientos. Voltaje
verbal que hace eco en uno ni bien lo lees o escuchas por primera vez. Así son
los grandes, marcan terreno en el imaginario del lector/espectador en una. Por
ejemplo: conozco a más de uno que lo admira sin haberlo leído, lo cual no me
sorprende, porque en esta admiración juega la imagen que Lemebel ha forjado de
sí mismo: la de un homosexual desenfadado y teatrero que diserta de cualquier
tema sin tapujos, haciendo uso del humor, la ironía y la rabia, actitud que le
celebran hasta los más conservadores.
No pocos se preguntan en qué radica su
hechizo, esa mezcla de musicalidad y despreocupación que seduce a lectores
cuajados y doctos. Anotemos también que su obra es una de las más estudiadas en
el ámbito académico no necesariamente hispanoamericano. Lemebel escribe de
Chile, su mirada se alimenta de sus gentes y calles, y es precisamente esa
mirada la que lo extrae de su contexto, radiografiando así la actual realidad
latinoamericana, sea abriendo heridas o removiendo traumas nacionales, heridas
y traumas lejanos de esa falsa idea de progreso que se nos quiere vender.
Lemebel irrumpe en la fiesta del dizque desarrollo y nos grita alegremente y en
tono cachoso que estamos ingresando al primer mundo, sí, pero por la puerta de
servicio.
Por esta actitud es que nos gusta
Lemebel, pese a que no compartamos su ideología y opción política. Lemebel
escribe con rabia política, rabia política alejada de la sobredosis
panfletaria, que no macula la plástica tersura de su prosa, que a buena hora le
hace ascos a los registros ortodoxos de la “crónica limpia” y que se reconoce en
el verbo callejero, ramplón, es decir, en la marginalidad, plasmado en un
discurso no culto que a la fecha podemos catalogar de proyectivo gracias a su
libertad en el nervio narrativo.
Un detalle ilumina esta propuesta, lo
suficiente como para diferenciarla. Hemos hablado del endiablado voltaje
verbal, pero este sería inútil sino se sustentara en la valentía personal del
autor. El chileno no escribe desde la distancia, sino desde el compromiso y la
cercanía, o sea, en la verdad y no en la verosimilitud. En este sentido,
Lemebel es más hombre y valiente que muchos
escritores machos latinoamericanos, de derecha e izquierda, que fungen de
comisarios literarios e intelectuales, perdidos en las medias tintas, los
discursos torcidos y, vaya novedad, puestos en evidencia por su inconsecuencia.
*
Esta postura ante la vida y que
justifica la obra de Lemebel la podemos ver en Poco hombre (Ediciones UDP, 2013), en donde encontramos una
atractiva cartografía de cuarenta años de lo mejor de su involuntario género
natural: la crónica.
Lemebel no es periodista, tampoco
cronista.
Se le llama cronista porque de alguna
manera hay que definirlo. Si lo prefieres, podríamos decir que es un escritor
que escribe crónicas. He allí la razón del involuntario género natural.
Por otra parte, nunca te hagas problemas
con los géneros literarios, solo déjate llevar y disfruta de lo que lees.
Lo que no dejará de llamarnos la
atención es la frescura que exhibe la escritura de Lemebel, frescura que nos
remite a Arlt. En las crónicas de la presente publicación apreciamos una
sostenida tensión en el lenguaje, la consolidación de un lenguaje literario,
llevado al límite, que se ha mentido en su ley desde sus inicios. En otras
palabras: somos testigos del por qué Lemebel es considerado la prosa en
castellano más viva y plástica de la actualidad.
Desde la primera página el sureño
arremete. A saber, un fragmento del poema “Manifiesto”: “Me apesta la
injusticia/ Y sospecho de esta cueca democrática/ Pero no me hable del
proletariado/ Ser pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo”.
Somos pues partícipes de esta acidez.
Y somos también partícipes de la fuerza
que emanan cada una de las crónicas seleccionadas, a años luz del ripio.
Crónicas seleccionadas por el crítico español Ignacio Echevarría, que se
encarga también del prólogo que nos sumerge en la galaxia lemebeliana. Las
crónicas se agrupan en las secciones “Los duendes de la noche”, “Hacer como que
nada, soñar como que nunca”, “¿Dónde estabas tú?”, “Su sonrisa loca” y “Chile
mar y cueca”, secciones autónomas y complementarias, las cuales nos brindan esa
gran puerta a lo más destacado de un gran escritor, gran escritor dispuesto a
todo, pero jamás dispuesto a agradar.
…
Publicado en Lima Gris.
jueves, febrero 27, 2014
11
Antes, mucho antes de que mi vida
estuviera pautada por cierta rutina laboral, solía leer no pocos manuscritos de
amigos y conocidos. Con el tiempo, algunos de esos textos se convirtieron en
libros y me alegra que les haya ido bien, puesto que de alguna manera me siento
parte del éxito que tuvieron, si es que pudiéramos llamar éxito al favor del
lector y los buenos saludos reseñísticos.
Hoy en día no tengo el mismo tiempo de
antes. Sigo leyendo mucho e intento ir a la fija en cuanto a manuscritos, o
sea, solo leo a los autores que considero serios y con oficio. Claro, en esta
especie de filtro el prejuicio cumple un rol fundamental, rol que se refuerza
en el respeto que le tengo a las horas, programadas y muertas, que dedico a la
lectura.
En más de una ocasión he sido víctima de
punzadas extrañas al leer manuscritos, quizá tu sentido crítico se convierta en
una malvada guadaña a la caza de las evidentes falencias, porque en esta
experiencia eres un lector más atento y es precisamente en esa sobreatención en
la que vives la epifanía del acto de leer, que bien podríamos enlazar con el
trance de la escritura.
Últimamente he leído dos manuscritos,
sus autores son capos que dominan los registros poéticos y narrativos. Uno más
joven que el otro, este último a la fecha un referente de la literatura peruana
contemporánea.
Me he acostumbrado a imprimir los textos
que voy a leer. Mi temperamento me permite leer cinco páginas, a las justas.
Además, me cuesta entender a los lectores que se mandan sus distancias largas
frente a la pantalla, como si las huevas devoran libros de 200, 300, y 400
páginas, y hablan de ellos con la pasión de la verdad emocional. No me hago
problemas, envidio su capacidad de concentración. En cambio, yo sigo en la
vieja usanza, para mí la lectura es parecida al sexo, hay que gozarla, explorar
su tersura de mujer, escucharla gemir, sentirla sudar; por eso, le lectura
frente a la pantalla es como el sexo virtual, que no va conmigo.
Por esta razón imprimo los textos.
El joven escritor me entregó su libro en
un sobre manila. Me gustó, muy bueno. En cambio, el escritor referencial me lo
pasó por el chat de Face. Por ello, aprovechando la noche que caminaba por
Petit Thouars, a cuadras de 28 de Julio, imprimí su libro en un puesto que
brindaba servicios de tipeos, fotocopias e impresión.
Ya había leído, con demasiado esfuerzo y
traicionando mi principio de las cinco páginas, su libro frente a la pantalla y
le escribí al autor diciéndole que valió la pena tantos retoques para esta
supuesta última versión. Pero leerlo en papel fue otra cosa, otra experiencia,
que agradezco.
Mi idea era leer primero y luego ver por
octava vez El expreso de medianoche de
Parker. Pero no, esas hojas quemaban, revolvían, me detenía una y otra vez en
pasajes, páginas e hicieron que aprecie más como ser humano a este escritor,
que es mi amigo, por cierto.
Como sé, estimado, que lees este blog, te
doy un consejo/sugerencia de pata, de Jedi: no retoques más tu libro, tal y
como quedó está de la putamadre.
miércoles, febrero 26, 2014
martes, febrero 25, 2014
10
Desde hace algunos días soy testigo de
suicidio moral de la izquierda peruana. Pues bien, no estamos ante un hecho que
debe sorprendernos, tarde o temprano supuraría el pus de su incoherencia ética
y moral.
Leo sus descargos y justificaciones. El
discurso que emplean para defender a Maduro carece de las mínimas bases
lógicas, saben de su zafarrancho, pero no les importa, de alguna u otra manera
se tienen que pagar los favores, todo el apoyo recibido, porque sin los
petrodólares del chavismo una buena parte de esta izquierda no existiría, por
el contrario, estaría abocada a actividades más nobles, como el trabajo, la
investigación y la lucha desinteresada por los derechos humanos.
Obvio, es de irresponsables meter a
todos los intelectuales y escritores peruanos de izquierda en el mismo sacón,
pero son tan pocos los que se diferencian, en realidad contados con los dedos,
que nombrarlos despertaría la retahíla de insultos de los que no, de los
convenidos capaces de subastar la virginidad de la hermana con tal de no perder
las gollerías que les depara la conveniencia ideológica. Es que los
izquierdosos son campeones en el insulto cada vez que la argumentación no les
acompaña. Se comportan como lo que más critican y señalan, como los del otro
bando, los de derecha.
Pero no todo es malo.
Gracias a los izquierdosos peruanos he
aprendido un par de cosas: 1) ser de izquierda no significa que vas a ser el
bueno de la película y 2) ser de derecha no te pinta de abusivo, de matón, del
imperialista de barrio.
En lo personal, no me hago problemas. Me
considero un librepensador.
Mejor solo y con opinión propia, sin
taladrarme la mente defendiendo las causas según ideología y preferencias
políticas.
Coherencia/Consecuencia, pues.
lunes, febrero 24, 2014
9
Caminaba por la calle. Era de noche y
muy dentro de mí sentía no poca angustia.
Necesitaba un cigarro. Pensé que la
cajetilla me duraría, pero no, mis cálculos no estuvieron acertados.
*
Parado entre la Javier Prado y Arriola.
Debía caminar hasta la intersección de
Arriola con Canadá. Más de ocho cuadras ante mí. En dicha intersección el
grifo, en donde quizá se ubique uno de los Minimarkets mejor surtidos de la
ciudad. Allí conseguiría la cajetilla que calmaría mi ansiedad.
No necesito pensarlo mucho. Soy una
víctima de las consecuencias, fumo demasiado. Esta adicción es peor que otras
adicciones, la marihuana y la cocaína son nada al lado de la nicotina.
Entonces te calmas. Respiras hondo. De
nada sirve que te agites. Las cajetillas las conseguirás en ese Minimarket.
Aunque podría calmar la ansiedad con un par de puchos de alguna carretilla, que
siempre ves cuando pasas en las mañanas, pero para tu felicidad no hay
carretilla esta noche. Vuelves a respirar hondo y piensas en cosas que te
ayuden a desconectarte de esta jodida realidad inmediata.
Lo aceptas: el cigarro y tú son una sola
persona.
Aunque eso sí: fumas porque te gusta. He
allí la defensa contra los estragos de la nicotina. Si no fuera por ese gusto,
estarías igual que los otros patas de tu edad, de cansada apariencia
cincuentona, que dicen llevar una vida más saludable que tú. Quizá esto último
sea verdad. Pero callan ante una realidad: que te ves más joven y saludable que
ellos. Claro, hay que ser entusiastas con uno mismo, y ese entusiasmo lo
refuerzas/renuevas con el factor de toda la vida. La lectura, pues, qué más.
Últimamente lees con miedo y cruzas los
dedos para no toparte con páginas que te hagan perder el tiempo. Felizmente,
sigues en buena racha, porque los aforismos que has leído te acompañarán cada
vez que tengas una visión fatalista de la vida, y eso que no eres muy asiduo de
los aforismos, lo cual es mucho decir.
¿Era Voltaire un hombre feliz? ¿O acaso
era alguien que no se hacía problemas con las inevitables vicisitudes del mundo
exterior? Conocemos la obra de Voltaire, pero si la memoria no me traiciona,
nunca hemos tenido acceso a su intimidad.
En la pulcra edición de Aforismos, por cuenta de Hermida,
tenemos una selección de fragmentos extraídos de la correspondencia de
Voltaire. No lo pienses mucho, nos enfrentamos a una publicación mutante, una
que no fue concebida bajo el registro del aforismo. Como fuera, los presentes
fragmentos exhiben una natural cadencia y sabiduría, que nos pone en el tapete
a un hombre bueno de aleccionador espíritu autocrítico.
No vale perder el tiempo en lo que no
suma e importa, nos dice el francés.
Tiene razón.
domingo, febrero 23, 2014
viernes, febrero 21, 2014
8
Es cierto que me gusta muy poco la ficción
que se viene escribiendo últimamente en Perú. Sin embargo, no es algo que me
alarme, más bien, lo veo como un inevitable hiato que caracteriza todo proceso
o transición. No siempre estaremos como estamos, todo indica que tendremos muy
buena ficción en los próximos meses. Así será, tiene que ser así.
Ahora, lo que ha llamado mi atención es
el registro de no ficción de algunos narradores peruanos, ese registro hecho de
retazos, fragmentos, que no conforman la obra mayor, sino en deuda con la
inmediatez del trabajo periodístico, que más de un escriba soslaya al no
considerarlo un género literario.
No obstante, podríamos decir que tenemos
una interesante tradición al respecto, “La tradición de los retazos”. Pues
bien, en los últimos años esta tradición nos ha entregado dos títulos que he podido
revisar hace algunas horas. De ambos he escrito en este blog y no me hago
problemas en quitarme el sombrero ante ellos, porque a lo mejor sean lo mejor
que hayamos tenido en estos tiempos signados por la aridez ficcional.
A lo mejor exagero.
Qué importa.
Me gusta exagerar.
*
Especulo sobre la fuerza narrativa de Viaje de ida de Fernando Ampuero y Peruanos de ficción de Alejandro Neyra.
La
especulación no me demanda mucho esfuerzo, ya que su fuerza narrativa descansa
en la sencillez de los autores al momento de llevar a cabo sus proyectos. Me
explico: hablo de una sencillez intelectual, de una despreocupación por
presentar una obra referente. Esta despreocupación se siente en cada una de sus
páginas. A ellos no les interesa pintarse como los chancones de la clase, ni
como iluminados de las letras que escuelean al vulgo, menos aún como los
chamanes que nos dicen qué es lo que debemos leer y qué no.
Lo que veo en ambos libros es un gusto
por el ejercicio de la escritura y una generosidad al compartir conocimiento. Además,
percibimos un ánimo risueño, una intimidad que conecta al lector con el libro.
El lector, sin darse cuenta, ya está metido en lo que Ampuero nos dice de los escritores,
pintores, cineastas y músicos que admira; el lector, sin darse cuenta, ya
quiere leer todas las novelas que Neyra incluye al momento de buscar peruanos
en la narrativa contemporánea.
Conectar con el lector no es poca cosa.
No me refiero a la funcionalidad de la prosa, menos al aprovechamiento temático
que dicta la moda, aquello que suena, aquello de lo que todos hablan hasta por
las puras. Viaje de ida y Peruanos de ficción no son producto de
una circunstancia ajena al simple gusto de escribir de lo que se quiere
escribir.
*
Y para variar, ambas publicaciones no
recibieron los saludos reseñísticos que merecían, pero eso no me fastidia, en
verdad ya no me fastidia la miopía de nuestros reseñistas.
jueves, febrero 20, 2014
7
Hoy jueves tenemos un inevitable
inventario en la librería, por ello, estuvimos todo el día de ayer revisando
nuestro catálogo. Estaba tan concentrado y ajeno a todo que se me pasó la hora
habitual para almorzar. Vi la hora, 3 y 30 de la tarde. Mi estómago rugía y
para calmarlo pensé en un lomo saltado. Sí, almorzaría un generoso lomito.
Fácil pude ir al Queirolo, pero no, puesto
que a Yesenia se le antojó un Cheese Cake del Don Juan.
No me hice problemas, de paso
aprovecharía la oportunidad de comer un lomito del restaurante que frecuento
cuatro veces por semana a razón del postre favorito de Yesenia. Los empleados y
el dueño del restaurante ya reconocen mi voz cada vez que llamo para separar
una porción de Cheese Cake.
Por el Cheese Cake y el lomito iría
hasta cerca de la Plaza Mayor. Pero no, no fue así, puesto que recordé que mi
buen amigo el narrador ecuatoriano Miguel Antonio Chávez me enviaba su novela Conejo ciego en Surinam con una
compatriota, la narradora Solange Rodríguez Pappe, quien participaría del IV
Congreso de Escritores de Literatura Fantástica, el cual justamente se inauguró
ayer en La Casa de la Literatura Peruana.
*
Hice el siguiente plan: iría al Don Juan
y pagaría el Cheese Cake y el lomito, los cuales recogería después de veinte minutos
porque aprovecharía en ir por la novela de Miguel Antonio.
*
Soy poco asiduo de congresos,
conferencias, coloquios y presentaciones. A las justas, y a duras penas, voy a
las actividades literarias en las que participo.
Pues bien, algo tengo que decir de este
congreso. En realidad, algunas cosas que vi. Primero, me llamó la atención el
creciente interés del público por la literatura fantástica. Ver a más de 40
personas en un pequeño auditorio sin aire acondicionado, en un horario para
nada flexible, en un sitio que para llegar a él se ha convertido en una odisea,
no es más que sinónimo de fidelidad. Segundo, y esta quizá sea una de mis más
vesánicas impresiones, me consta que el seguidor o interesado en la literatura
fantástica, no es, digamos, cualquier huevón. He notado que los que practican y
estudian lo fantástico tienen un muy buen nivel de lecturas, un buen nivel que
sobrepasa la medianía de aquel acostumbrado a leer, ojo. Por ejemplo, en la
mesa que participaba Solange, pude ver a Fernando Honorio, un conocedor como
pocos de lo fantástico, lo mismo puedo decir de más de un asistente.
Como bien sabemos, el interés en lo fantástico
recién empieza (o descubrimos su tradición) entre nosotros. No tengo la más
mínima duda de que con el curso de los años tendremos ensayos y obras de
ficción que marquen la diferencia, ese es pues el cauce natural que debemos
esperar en tranquilidad.
*
Tenía ganas de quedarme un toque más en
el congreso, pero debía recoger el lomito y el Cheese Cake. Por ello, le pedí
un favor a Jaime Cabrera: que le pida a Solange el libro de Miguel Antonio.
Al salir de los frescos ambientes de la
ex Estación Los Desamparados, me crucé con el talentoso narrador Stuart Flores
y su novia Karen. Los saludé y felicité a Stuart por lo bien que le está yendo
con su cuentario La muerte es una sombra.
Te lo mereces, estimado, te lo mereces.
miércoles, febrero 19, 2014
martes, febrero 18, 2014
lunes, febrero 17, 2014
5
Suelo levantarme temprano todos los
lunes, sin embargo, hoy fue la excepción. Sentía toda la pesadez del mundo en
mi cuerpo. Literalmente, no quería levantarme ni despertarme, pero algunas
llamadas hicieron que abandonara la cama con las pocas fuerzas que aún me
quedaban.
Antes de ir a Selecta, debía ir al
centro de Lima, al mismo centro del movimiento, dentro de las manzanas que
conforman ese gigante triángulo de concreto capitaneado por la Av. Abancay.
Caminar por allí no me significa ningún problema, el problema era pues el
calor, calor que me calcinaba la piel en hora punta, sin contar el aire
contaminado.
Caminaba despacio, como si nada me
importara. En mi mente, un solo objetivo: un potente matapolillas, puesto que
las polillas amenazan con traernos problemas en la librería. A pesar de ver
muchos negocios, no encontraba el bendito matapolillas. Cuando preguntaba por
una referencia, los comerciantes me mandaban a cuadras muy distintas, como si
quisieran deshacerse de mí porque no les iba a comprar.
Decidí no preguntarle a nadie y
encontrar alguna tienda o galería especializada en desinfectantes. Compré una
botella de agua mineral sin gas, la cuarta del día, y prendí un pucho al amparo
de la sombra que me salvaba del infierno.
Otro día vendré y compraré con calma y
en otra hora el matapolillas, pensé.
Entonces recibo la llamada de Richard,
un pata que trabaja en periodismo económico en uno de los diarios del Grupo El
Comercio. Me pregunta si ya leí la última novela de Zambra y le digo que no, y
que, de paso, no estaba del todo seguro de que la novela hubiera llegado al
Perú. Para que me escuche, debía levantar la voz, el bullicio de la calle se
imponía.
“Hey, G, ¿por dónde andas?”
Le respondí que estaba por Cusco,
Andahuaylas, en fin, por allí, quizá cerca del Barrio Chino.
“¿El Barrio Chino? Hey, G, justo acabo
de terminar una comisión con unos empresarios cerveceros aquí en Capón. Vente
que me han dejado unas cervezas heladas que son otra cosa. Habla, es mi hora de
almuerzo y tengo una hora libre”.
No se diga más. A la mierda el
matapolillas. A la mierda el calor.
domingo, febrero 16, 2014
4
No puedo decir que es un fin de semana
tranquilo. Aunque lo es, en realidad.
Pienso que ha sido saludable alejarme
del ambiente literario limeño, en especial de esa facción izquierdista que
exhibe una aberrante doble moral.
Creo que es gente que no ha leído ni
estudiado sobre lo que significa ser de izquierda. Si son de izquierda, lo son
por interés, porque a lo mejor es más divertido, porque seguramente puedes
conocer mejores flacas/patas, porque tienes más posibilidades de viajar, porque
puedes forjarte un nombre público a través de la queja, en fin. Hemos llegado
al punto en que podemos pensar cualquier cosa de estos escritores peruanos de
izquierda.
¿A qué obedecen ideológicamente?
¿Por qué el silencio sobre lo que acaece
en Caracas?
¿Acaso el chavismo representa a la
izquierda del Siglo XXI?
¿Ahora el imperialismo viene manipulando
la información?
¿Los muertos de hace unos días eran
actores que actuaban como muertos?
*
Sé que este post va a joder a mis incondicionales
zurdos.
Pero igual, les cae con cariño porque
conozco a estos bacalaos.
Solo les recomiendo que lean, que se
informen.
*
Venezuela.
¿Qué viene a mi mente cuando pienso en
Venezuela?
Sin duda: Susan, de Matrín. Poeta y
fotógrafa a la que le mando un fortísimo abrazo.
viernes, febrero 14, 2014
jueves, febrero 13, 2014
3
Toda generación tiene su narrador
secreto. Muchas veces permanecer en el secretismo no es una opción, es el
destino, destino que los lectores no tienen que abrigar como tal, sino rescatar
al autor secreto y hacerlo más visible en el circuito y de esta manera valorar
lo que importa: sus libros.
Este es el caso de Daniel Soria, autor
de un cuentario hoy inubicable, Tres
heridas nocturnas (1999). En los
anales literarios podemos encontrar la siguiente información: Soria, en un
arrebato de furia, quemó “todos” los ejemplares de su libro en la Costa Verde,
bebiendo ron y escuchando en un tocacassete a Grateful Dead. Por suerte,
sobrevivieron algunos libritos, que llegaron a las manos de determinados
lectores que supieron recomendarlo. En cuanto a mí, me lo recomendó Milagros a
fines del 2005. Y para más señas, por esas semanas me hablaron del mismo libro
contadas puntas que también puedo catalogar de excelentes/buenos lectores.
*
Me gustó Tres heridas nocturnas.
Razón más que suficiente para jugármela
por Soria al incluirlo en una antología de nuevos narradores peruanos,
antología que se suponía debía dar cuenta de autores aparecidos a partir del
2000. Por un año del límite no voy a perderme de un buen narrador, me dije. Hice
trampa, pues; es que siempre he sido un tramposo, pero como atravieso una etapa
de cura del alma, de a pocos iré revelando las trampas cometidas en mis
antologías, al punto que adelanto que yo no tuve nada que ver en ellas, solo
las firmé.
*
He aprovechado estos días sabáticos para
reordenar mi biblioteca, separando los libros que se quedarán para siempre
conmigo y los que no. Cuando llegué a la supuesta sección en donde descansa la
memoria de la narrativa peruana última, encontré la novela Monólogo en blancohumo (2011), la primera novela de Soria.
Recordé la tarde en que me entregó el
manuscrito de la novela, en un pequeño pero acogedor café de Lince, a mediados
del 2008. Esa vez hablamos en detalle del entierro griego de su cuentario y de
otros temas relacionados al ambiente literario de los noventa, puesto que en
esos meses tenía la inquietud de escribir una novela sobre esos años signados
por el hartazgo, la posería y el vitalismo oscuro. Y recordé también que al llegar a casa
leí el manuscrito en cuestión, el cual me gustó aún más que su libro de
cuentos. Pero a la vez sentí desazón porque no tenía idea de alguna editorial
que lo pudiera publicar. Estaba ante un caso injusto: un buen narrador sin
editorial. Ahora, tengamos en cuenta que hubo un tiempo en que todas las editoriales
independientes cobraban a los autores, es decir, se editaba al que tenía pasta
en la billetera. Felizmente, los tiempos están cambiando, hoy en día más de una
editorial independiente ya es capaz de poner de la suya.
*
Pasan algunos años y Soria se decide, no
lo pensó dos veces: él mismo fundó su editorial Delfín Arisco y publicó su Monólogo en blancohumo.
¿Cómo no alegrarse cuando una buena
novela sale a la luz?
Esto es lo que deberían hacer los
autores que creen en sí mismos, creencia en el talento avalada por la opinión
responsable de los que tienen el privilegio de leerte: fundar una editorial si
es que ninguna te convence. Saca lo tuyo y tú mismo juega tu partido, es la
apuesta.
*
En la novela tenemos dos historias en
paralelo y en contextos diferentes, la de David y Carmela.
David es un muchacho ochentero con
afinidad para la literatura, la música y el pensamiento. Por su formación, no
tardamos en deducir que estamos ante un pata en constante cuestionamiento de sí
mismo, siendo su cuestionamiento mayor su pasado, el explicarse de quién es
para saber quién es. Vive los años del desastre, o sea, los ochenta. Por su
parte, Carmela es una educadora a la que en apariencia le va bien, en realidad
le va bien gracias a su esfuerzo, mas no en el amor. Ella vive lo que tiene que
vivir en los años sesenta, los años de los descubrimientos y de la emancipación
hormonal y personal. A ellos se le suma un tercer personaje, Lima, una Lima gris y asfixiante.
En principio podríamos estar ante una
novela que explora los senderos del hartazgo existencial, ambos personajes
brindan más de un detalle depresivo. Pero no, lo que leemos es una historia sobre
el reencuentro del pasado al futuro y del presente al pasado. Podemos tener
nociones de lo que finalmente pueden ser David y Carmela, pero Soria se vale de
recursos que nos alejan de ese misterio, misterio que en realidad no nos
interesa conocer, puesto que esa intriga cae en un agradecido segundo plano que
nos permite disfrutar de una prosa que sabe bien a qué obedece, prosa que sabe
bien cuál es su destino.
2
¿Por qué escriben así los nuevos
intelectuales peruanos?, me vengo preguntando más de la cuenta desde hace
algunos meses. No es para menos, percibo entre líneas aberrantes lagunas de
formación, poquísima cultura libresca y un declarado afán de escribir a como
bien salgan las cosas.
¿No serán los responsables los
correctores de las editoriales universitarias? Si lo piensas bien, en frío y
sin afán de justificación, no. Más bien, los correctores hacen su trabajo, pero
a estos no deberíamos pedirles más de lo que pueden realizar, no hay que
exigirles milagros. Cumplen con dejar los textos limpios y sanos antes de
entrar a las imprentas.
No, no me refiero a los críticos
literarios de la academia. Tranquilo.
Apunto a la nueva camada de sociólogos,
historiadores, antropólogos, filósofos y educadores, a esa camada menor de 50
años que viene publicando con regularidad y que anhela perfilarse como
referente del pensamiento nacional.
Uno los lee y hace el esfuerzo por
leerlos. Los patas saben de lo que hablan, son capos en la materia y sus títulos
y doctorados justos frutos del esfuerzo y no de la criollada del Jirón
Azángaro. Eso no está en discusión, lo que está en discusión es la pobreza de
la prosa en sus libros de carácter divulgativo.
Para ser aunque sea un aceptable
pensador e intelectual, no solo basta conocer el tema a desmenuzar y pensar, se
hace necesario tener prosa, esa marca de agua que diferencia, ese sello en alto
relieve que nos engancha aún sin ser duchos en el tema. Una buena prosa,
responsable y arriesgada, quiebra los muros del eclecticismo conceptual. Por
ello, no nos sorprendamos que siempre volvamos a los tíos que la siguen
rompiendo, como Hugo Neira, Sinesio López y el inacabable Carlos Araníbar.
miércoles, febrero 12, 2014
1
En la madrugada terminé de leer el
último libro de César Aira, Continuación
de ideas diversas (Ediciones UDP, 2014). No se trataba de un libro de
ficción, como bien podemos suponer, sino de esos que van al galope entre el
ensayo, las ideas, la crónica y el diario. Digamos, para entrar en onda, que
bien podríamos estar ante un híbrido.
Pese a que el argentino no está entre
mis escritores favoritos (ojo: que no me guste o sintonice con determinada
poética no me lleva a catalogar de mala dicha poética), pienso en lo que puedes
hacer si te desenvuelves en la más absoluta libertad, siempre y cuando apliques
esa libertad con la respectiva honestidad. La presente publicación no es más
que la confirmación de esa honesta libertad creadora que bien le justifican a
Aira todos los reconocimientos. Aira, no lo pienses mucho, es quizá uno de los
escritores más raros de la historia narrativa latinoamericana y, sin duda, el
más raro hoy en día.
Suele decirse que lo más importante para
un escritor es la voz. Conozco escritores con una rica obra que ya han
encontrado su voz, otros que aún no la encuentran y que seguramente nunca la
encontrarán. Mediante la voz, conectas con tu obra, pero esa voz te presenta
hitos temáticos, como si esta solo funcionara dentro de la parcela que marcan
los hitos, sin embargo, ¿qué ocurre cuando a esa voz la dotas de una mirada?
Allí, a mi entender, es donde marcas la diferencia, llámale originalidad.
Voz y mirada. Voz y mirada es lo que
vemos en este delicioso y breve libro, en donde Aira nos habla de todo, en
donde constatamos lo mucho que ha leído y en el que presenciamos una apuesta
por la opinión propia. Cada fragmento no es más que un cartucho de dinamita
encendido, polémicos, incómodos, cartuchos escanciados de humor e inteligencia,
cartuchos que exudan (gran) literatura, que nos ponen en el tapete la biografía
mental de un escritor que ha forjado una obra bajo el ánimo de no tomarse las
cosas tan en serio, y ese es pues su secreto: no tomarse las cosas en serio,
sencillamente hacerlas por mero gusto.
martes, febrero 11, 2014
lunes, febrero 10, 2014
domingo, febrero 09, 2014
*
Anoche me quedé relativamente tarde en
Selecta. Tarde para lo que suelo quedarme en el Boulevard de la Cultura Quilca,
en donde se celebró el Quilcazo, evento que reunió a artistas de diferentes
disciplinas en pos de una causa común: la defensa de un espacio destinado a la
difusión del libro.
*
No me cansaré de aseverarlo: resulta no menos
penoso que nuestro avance económico no vaya acorde con uno de carácter
cultural. Lo que ocurre con el Boulevard de la Cultura Quilca es solo una
triste radiografía de nuestra realidad, de la verdadera, no de aquella que nos
venden por los canales oficiales, bombardeándonos con la idea de progreso y
desarrollo, cuando en realidad estamos accediendo a ese progreso y desarrollo
por la puerta de servicio.
*
Tenemos plata, pero no sabemos ni
redactar una carta a la madre. Tenemos plata, pero ni siquiera tenemos nociones
de nuestro contexto social. Tenemos plata, pero al hablar no podemos hilvanar
ni dos frases coherentes… Esta tara que funge como un código de barras, ejerce
magisterio en la gran mayoría de ciudadanos peruanos, sin importar en qué
estrato te ubiques.
Sin construcción, no hay progreso,
parece ser la consigna de los que nos quieren traer el progreso y desarrollo…
Ahora, las cosas se ponen más jodidas cuando
instituciones que nunca han dejado de venderse como garantes de la cultura y la
educación, como la Iglesia Católica, por ejemplo, también se prestan al juego de
los mandatos del mercado.
*
Parte de mi educación libresca, musical
y sentimental se la debo a esta calle del centro. Desde que empecé a
frecuentarla, sabía que podía encontrar en ella lo que en otras no. Lo que
encontraba en Quilca era una variedad cultural, y en una sola calle, aquí se
representaba el mundo que me interesaba, el más afín a mi sensibilidad.
No hablo de un punto en el que
únicamente se puede comprar cultura, sino de un punto encuentro enriquecido de
leyendas sobre narradores, poetas, artistas y músicos. Me reunía con
amigos/enamoradas/amigas/conocidos en Quilca para ir al Boulevard de la Cultura
y ver o comprar libros, luego caminábamos al Averno para encontrarnos con la
tribu, al rato calmábamos la sed o avivábamos la violencia con pomos en el Queirolo,
Don Lucho y la Perricholi, si teníamos tiempos buscábamos música y revistas a
lo largo de la calle y regresábamos al Averno para fijar la hora del concierto
al que asistiríamos cerca de la medianoche.
*
Aquí no hay secretos, como ya “dije”: en
esta callecita pervive una esencia que la diferencia. Si gustas, llámala
tradición.