viernes, septiembre 28, 2018

muñoz


Un comentario escuchado en el taxi: “Si ya nos gobernó un asesino, ¿qué importa otro para Lima?”
Hasta ese momento creía que había sido un error iniciar una conversación con el taxista. Me quedé chico en la sospecha. Es solo la constatación de la degradación moral en la que vive la población peruana, que en un par de semanas tendrá que elegir a sus alcaldes. En el caso de Lima, el horror no solo se centra en Urresti, quien es investigado por el asesinato del periodista Hugo Bustíos (si no tuviera este anticuchazo, sería un candidato potencial, aunque sí tengo serias reservas en cuanto a lo que haga en el plano cultural, que en varias ocasiones ha demostrado que no le interesa en lo más mínimo), también en las otras dos alternativas: Belmont y Reggiardo. El primero, que apela a lo peor de nuestra idiosincrasia a la caza del favor popular: la labia que sobredimensiona el logro de sus dos gestiones ediles, ahora condimentada con el verbo xenófobo contra los venezolanos, que halla recepción en mujeres y hombres de escaso nivel cultural y elemental desarrollo cerebral. Ni hablar del tercero, el representante del fujimorismo, la improvisación en mágico estado de putrefacción.
A lo mejor de estos saldrá el próximo alcalde de la capital. Y saben qué: nos lo merecemos por pusilánimes. Por no haber sabido hacer la diferencia cuando se tuvo la oportunidad: el gobierno municipal de Susana Villarán, que como tal fue el peor en la historia de la capital, cosa penosa porque Villarán tuvo todo a su favor para realizar una gestión que condicione a las siguientes en bienestar de la población. 
Nos queda pues ser partícipes de la puesta en escena de un bacanal en el que el improperio y la estolidez anunciarán al próximo mandamás municipal. Tan ahuevados estamos que no nos damos cuenta de la participación de un buen candidato: Jorge Muñoz.

miércoles, septiembre 26, 2018

a. kristof


La tengo en el radar pero nunca me animé a leer a la escritora húngara Agota Kristof. Son varias las razones, pero una se impone como la principal: creía (y mal) que la conocería en algún momento, siendo ese aplazamiento un burdo pretexto. De sus títulos, a la mano un par: Claus y Lucas y Ayer, en El Aleph.
Sin embargo, ninguno de ellos me significó el primer acercamiento, sino uno que a primera impresión puede parecer por demás extraño, hasta superfluo. Claro, dicho esto por la brevedad que anuncia a La analfabeta (2004 / Alpha Decay, 2015) como un “relato autobiográfico”.
Como tenía que hacer algunas gestiones en la mañana de ayer y para sentirme liviano de la gripe que creía superada, decidí llevarlo conmigo. De paso, lo último de Richard Ford si en caso me demoraba más de la cuenta (al final de la jornada fue por las puras).
Efectivamente, Kristof pasa revista a los avatares de su vida en once capítulos, que como tales no caen en la menudencia del dato (información inútil), menos en las trampas del desborde emocional que contamina a la prosa, que algunos confundidos asumen como el “barroquismo de la experiencia”. Lo primero que se destaca es la poesía silente que apreciamos en un registro narrativo diáfano, pero que como tal encierra un conflicto que percibimos en lo no dicho.
La autora testimonia su voracidad por los libros de todo tipo y su capacidad para la fabulación que comenzó a germinar desde una temprana edad. Sin embargo, tras la muerte de Stalin, su situación cambia en su país. Junto a su hija pequeña huye a Austria, en donde trabajará en una fábrica y desarrollaría su trayectoria como dramaturga, novelista y poeta.
Como ya sugerimos, asistimos a un conflicto en la escritura. Precisamente los parsimoniosos silencios violentos obedecen al tránsito del húngaro al francés, que será su lengua literaria oficial, en la encapsulará las tres vetas de escritura de preferencia. En su aparente “pequeñez” hay tanto de tensión, historia y sensibilidad, que consiguen un efecto que no depende de la árida belleza verbal, sino de la administración de las fisuras emocionales. 
Kristof fue una mujer que en vida no la pasó nada bien y a pesar de ello este título es ajeno a la cólera entendible/justificable, reflejando una actitud ante la vida, o llámalo, si gustas, esperanza. Por ejemplo, veamos lo que dice del acto de escribir: “uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe”.

lunes, septiembre 24, 2018

kloaka / borrado con lija


Un fin de semana en que me recuperé de una gripe fulminante. Lo que hice fue releer, a saber, Pago de Letras de Víctor Hurtado Oviedo. Esta publicación viene dorándose como un librito de culto, al menos esa es la impresión que tengo. Podría decirse que VH es de los autores que cincelan, no de los que escriben, de los que pertenecen al magisterio de Francisco Umbral, basta esta seña para que aparezca el interesado, o todo lo contrario: el desdén inmediato.
Vi también algunas películas, pero también fui testigo de la destrucción moral del grupo Kloaka.
La historia de este borrado con lija comenzó cuando uno de sus poetas insignia, Domingo de Ramos, es acusado de intento de violación por la artista Ale Wendorff. Ante la gravedad de los hechos, DDR tuvo la oportunidad de pedir disculpas (lo que AW le exigía en lugar de denunciarlo penalmente), mas su descargo resultó vomitivo, exhibiendo la bajeza de los que se cagan en los principios que juran defender y en el dolor/incomodidad/malestar de los agraviados. Claro, todo este histrionismo vino con la sazón del pacoyunquismo, que como era de esperar, fue celebrado por gentuza. Horas después AW demostró con pruebas lo que DDR negaba: la intentó violar.
Cuando pensábamos que el silencio era lo mejor y así  dejar que la condena social se encargue de DDR y del sinuoso discurso moralista de los poetas y simpatizantes de Kloaka, el poeta más representativo de la agrupación terminó por rubricar la catástrofe. El post de Roger Santiváñez en el que brinda su apoyo a AW y a DDR es, bajo todo punto de vista, de una inmoral asquerosidad, la que termina ubicándolo en la acequia de los acomodaticios, de los que no tienen bandera, de los que hacen de la hipocresía su modo de vida.
El grupo Kloaka, y esto lo digo en base a la experiencia de la lectura, está conformado por poetas de evidente medianía, por uno que hizo solo un buen poema (DDR) y otro extraordinario (RS). El aparato crítico que se ha formado en base a la agrupación encuentra su justificación en las resonancias de la primera etapa poética de RS, más el aditivo de la denuncia contra las injusticias sociales de los años (80) en que se dieron a conocer. Hemos visto cómo funciona la alianza académica, que encierra una trampa: exaltar a Kloaka para meter de contrabando otras propuestas para que de esta manera encuentren la legitimidad en el testimonio de época.
Los promotores de Kloaka, como el crítico José Antonio Mazzotti, saben que todo discurso debe guardar coherencia con una postura ética. Si mi discurso es deudor del ánimo de denuncia, no puedo cerrar el hocico y conformarme con ser testigo de una inmoralidad. Por ejemplo, ¿de qué me vale señalar los atentados a los derechos humanos de los comandos paramilitares de la dictadura fujimorista si me cobijo en el mutismo cuando uno de mis amigos viene representando públicamente lo que más detesto? 
¿O es que para Mazzotti y compañía la defensa de los principios es aplicada dependiendo de la lejanía ideológica y amical con el perpetrador? El silencio cómplice es lo que ha primado en este destilado de sinverguenzería a causa de la denuncia de AW, silencio ante un intento de violación que ha terminado por evidenciar el doble rasero ético de absolutamente todos los poetas e “intelectuales” que han hecho carrera valiéndose de la década más sangrienta en la historia del país.

viernes, septiembre 21, 2018

remolino


De los directores que sigo con atención, el canadiense Denis Villeneuve es uno de los que encabeza la lista. Hace poco volví a su segundo largometraje, Maelström de 1999, del que podemos desprender algunos lazos que veremos en el futuro, como en la injustamente subvalorada Enemy, de 2013 y basada en la novela El hombre duplicado José Saramago.
Si tuviéramos que señalar reparos a Maelström, estos no pasarían de la dimensión caprichosa. La película es protagonizada por una joven Marie-Josée Croze (la vimos en el rol de seductora asesina a sueldo en Munich de Spielberg), que interpreta a Bibiane Champagne, supuesta empresaria de un negocio que no es más que la fachada de una red de narcotráfico conducido por su familia. Pero es también alcohólica y según los datos brindados, como que su suerte en el amor es no menos que nefasta (la historia empieza con ella abortando). Cierta noche arrolla a un hombre que labora en una pescadería y no lo auxilia. Este acontecimiento acelera el descuido del “negocio”, del que es despedida por su hermano. Bibiane asume esta situación como unas forzadas vacaciones, en las que intentará encausar su vida. Sin embargo, conoce a Evain, el hijo del hombre atropellado, iniciando con él un romance. 
Hasta aquí, una descripción lineal del argumento, que en realidad es lo de menos, porque lo que brilla es la disposición de Villeneuve de los recursos oníricos y surreales. Prestemos atención a la voz en off, la que “ordena” la narración, un pescado que es troceado una y otra vez por un adiposo ejecutor, del mismo modo pensemos en la aparición del gordo solitario que en distintos momentos resulta clave en las decisiones de Bibiane y Evain. Y claro, el conocido remolino noruego, del que se sirve el director para titular su película, suerte de representación de lo que es la vida, un vaivén de posibilidades a elegir.

jueves, septiembre 20, 2018

lectura torcida


En su momento no hacía caso de lo que se decía que podría ser una catástrofe para la literatura. Creí que se trataría de una moda pasajera. Ahora veo que no es así, va en serio y con el peligro de instaurarse en la libertad de la lectura.
Siendo la lectura un acto placentero, causa pavor que ciertos grupos feministas estén promoviendo la lectura de capirote, aquella que encuentra su justificación en las buenas costumbres, es decir, la moral creativa bajo cotos.
Resulta positivo que los grupos feministas estén alzando la voz de protesta en el circuito literario peruano. Pero mucho más es que se estén organizando en pos de un objetivo común: protegerse del miserable que abusa de las mujeres exhibiendo el distintivo de “escritor”.
Lo sé. El lector no habituado a estas aberrancias creerá que el circuito literario y cultural está poblado de huevones con un elemental nivel cultural. No están muy lejos de la verdad.
Sintonizo con las acciones que han llevado a cabo las feministas locales, sea en presentaciones y en las redes. Sin embargo, lo que sí me fastidia es que ese ánimo vigilante venga atentando contra la experiencia de la lectura, que se justifica en el gozo de la estética y de lo que esta es capaz de transmitir. Juzgar a la persona por encima de la obra hace que perdamos la perspectiva de lo que es apreciar una obra de arte y el solo hecho de enunciarlo me brinda un panorama por demás degradante, un claro retroceso a los avances que el feminismo peruano ha venido mostrando. 
Llámalo intolerancia. Del mismo modo fanatismo.

"la uruguaya"


Comenzó como un rumor, hasta convertirse en un tsunami, un franco testimonio que honra la sintonía con lo que vemos pocas veces: coherencia entre el saludo del público y la valoración crítica.
Bien reza el título del post, me refiero a la novela La uruguaya (Emecé, 2018), del escritor argentino Pedro Mairal.
He leído algunas cosas del autor. Si bien reconozco talento y oficio, no hallaba en su poética una conexión más allá de lo atendible. Obviamente, es una opinión personal, tan válida como la de sus muchos seguidores.
No solo me parece, de lo leído, el mejor libro de Mairal (aclaración: mejor como mejor, no mejor como menos malo), que tiene los elementos que justifican su éxito arrollador mediante un argumento atractivo y un lenguaje parco que como tal no deja de proyectar una extraña sensibilidad poética. Si a estas dos columnas las barnizamos con el aderezo del humor, la temática sexual, el discurso de la crisis de pareja y algunos párrafos situacionales que cumplen el objetivo de dar respiro a la historia, el resultado no puede ser menos que adictivo.
Lucas Pereyra, su pareja Catalina, Maiko, el hijo de ambos, y Magali Guerra, son los personajes centrales en los que el primero sostiene su narración. Él viaja a Uruguay a cobrar el anticipo de un par de libros, en donde espera encontrarse con Guerra, a la que conoció meses antes en un evento literario. Lucas no solo anhela una aventura, sino también aliviar su relación con Catalina y de esta manera dar un sentido a su proyecto de vida.
Se deduce que muchas cosas suceden en Uruguay.
Ese es precisamente el problema. Demasiada información para tan pocas páginas, que arroja un descuido inaceptable: la laxa configuración moral del narrador protagonista. Por eso su discurso personal muestra demasiada ingenuidad y no lo que se supone, los quiebres anímicos que nos permitan tratar de entenderlo. 
Nos enfrentamos a una buena novela, pero esta no es magistral.

miércoles, septiembre 19, 2018

artista / política


Luego de una mañana acabando un ensayo sobre un querido autor mexicano, me alisté para los partidos de la Champions. Mi atención, como la de muchos, estaba en el encuentro entre el Real Madrid y la Roma. No me considero seguidor de los blancos, pero no creo ser el único que tenga curiosidad por saber cómo jugará este equipo sin la hoy estrella de la Juventus.
Tres golazos.
Luego, el forzoso aterrizaje en la realidad. Ver de qué va la política nacional, tratar de dar con la médula del concierto reguetonero en que se ha convertido el contexto político. Sin duda, más de un congresista está nervioso ante la no reelección parlamentaria o, peor, la posibilidad razonable de que se cierre el Congreso, que bajo ningún motivo debemos comparar con lo sucedido en 1992.
Si en caso suceda lo segundo, los planes de vida de los congresistas quedarían truncos, todos han presupuestado sus gastos en función a su labor congresal, además, de aprobarse la no reelección, esto daría pie a la aparición de pulpines improvisados y cosas peores.
Por eso, estos ociosos vienen mostrando impensadas virtudes laborales. El país ya los vio, pero también ya decidió. Sin embargo, qué clase de gente será la que postule a un cargo público. Me adelanto al futuro e imagino a las pequeñas bestias del izquierdismo local, haciendo loas por los Humala y cerrando el hocico ante la masacre de Maduro en Venezuela, senderistas de cantina en pleno hueleguisismo.
Ahora, las cosas se calmaron cerca de las siete de la noche, luego de recibir una llamada provechosa, cuando revisando una edición de Caretas de 1995, doy con una noticia que me sacó de la información que buscaba. En el semanario se daba cuenta de los ataques que recibió Alfredo Bryce cuando este rechazó la condecoración la Orden del Sol que pretendió otorgarle el gobierno de Fujimori. Bryce se hallaba en el balneario chiclayano de Pimentel, rodeado de amigos, y no se prestó a la jugarreta del dictador. Razones atendibles, pero una excluyente: la nefasta ley de amnistía militar, con la que se benefició al Grupo Colina.
Bryce le escribe una carta abierta al Presidente, un cachito: “Señor Presidente, yo soy feliz en Pimentel y usted ha envejecido en palacio”… “Ayer me infligí la tortura personal de verlo en televisión en vez de mirar al mar. Cámbiese de gorra, señor Presidente, o cambie de asesor de imagen. Su visera no puede contra lo visceral. Lo visceral es mi rechazo contra su autoritarismo y prepotencia”.
En lo personal, esa es la imagen de Bryce que prefiero, y claro, la del autor de extraordinarias novelas. La nota venía a cuenta de la salida de su entonces último título, en lo personal el mejor de todos: No me esperen en abril.
Pero hay más, esto dice de los artistas que ingresan a la política: “Cuando un artista, sea este escritor o lo que fuere, se acerca al poder, es para ser bufón. El hombre de poder siempre va a querer que el artista lo divierta”. 
Claro, esta sentencia puede estar sujeta a cuestionamiento. No es una regla, porque hay creadores de buena voluntad y con vocación de servicio, que desempeñan su labor lejos de la aceptación de las redes, comprometidos con la educación de los menos favorecidos, por ejemplo. Eso es hacer Política de verdad.

martes, septiembre 18, 2018

egos golpeados



Me despierto relativamente temprano, el motivo: los partidos de la Champions. No serán disputados, pero al menos hay un par de encuentros que podrían resultar interesantes. De paso, reviso los diarios, del mismo modo las redes. Ahora todos se han vuelto especialistas constitucionales, en atalayas de la catástrofe que relacionan el último mensaje del presidente Vizcarra con lo perpetrado por Fujimori en 1992.
En mis manos, una novela que acabo de terminar, Perro con poeta en la taberna (Escuela de Edición) de Antonio Gálvez Ronceros. Por donde la leas, una maravilla, la orfebrería en la prosa, no esperábamos menos del autor. No me refiero a preciosismo narrativo, sino a un código trabajado, que no carece de sustancia vital, esa festiva maña tan ausente en la mayoría de nuestros escritores, ya hipotecados al discurso literario (y extra) de lo políticamente correcto.
La brevedad basta y sobra para AGR. En lo poco dice demasiado gracias a las metáforas que encierran otras metáforas. Al respecto, pensemos en los egos de los escritores, que en estas páginas son ultrajados y con justa razón. Esto sucede a cuenta de la mirada del autor, que sabe cuándo cargar la cacerina de sus recursos, es decir, no cae en el ánimo sentencioso, menos en la sustentación de una verdad para exponerla desde una aparente superioridad moral, tal y como sucede en la valoración de la narrativa sobre los años de la violencia terrorista. El autor hace la del maestro: administra su voltaje verbal y su crisol temático. 
Perro con poeta en la taberna va más allá del deleite de la lectura, puesto que podría servir como un provechoso manual sobre cómo se construye una novela corta sin depender de la olvidable plasticidad formal. No sé cuál sea el futuro de este librito, lo que sí espero es que con los años pueda inscribirse como un clásico de la narrativa peruana.

lunes, septiembre 17, 2018

murdoch


Desperté temprano y busqué las novelas de Iris Murdoch. Alguna vez lo dije en una reseña en la desaparecida revista Buensalvaje, más o menos así: Murdoch es una de las mayores plumas del siglo XX.
Con ella no me pasó lo que sí con otros autores que me gustaron, que luego de leerlos sentía el temor de la posible decepción ante la lectura de otro título. Simplemente, con ella nació en mí una adicción, repotenciaba ante la poca disponibilidad de sus libros en librerías limeñas.
Con mi ejemplar de El mar, el mar, ahora con tintes y huellas sepias, y muy cerca el de Henry y Cato, piqué segmentos por azar, ejercicio de ocio que me duró hora y media, acabado con el bocinazo del panadero. ¿A qué se debe esta vuelta? Fácil: días atrás pude ver Iris (2002), por fin. No es que la llevara buscando por años, en realidad siempre estuvo al alcance, solo que las distracciones me llevaron por otros intereses, quizá el descubrimiento de nuevos directores. Sea como fuere, la visión de este trabajo de Richard Eyre, en el que Kate Winslet y Judi Dench interpretan a la escritora irlandesa, cumple en la medida de ofrecernos el apretado perfil de una mujer que vivió como quiso y que en el tramo final de sus días sufrió de Alzheimer, enfermedad que le impidió seguir haciendo lo que validaba su vida: escribir.
Se nos muestra a una creadora que racionalizaba festivamente la “experiencia”, pero que al momento de plasmarla en literatura, abría las compuertas del impresionismo, seguramente adrede, a la caza del conflicto que deparaba una carga extra a la prosa, aderezándola con esa extraña sensualidad vista hasta en la descripción de la situación obediente del mero trámite narrativo. 
Por estos pagos, Murdoch merece tener más lectores. Ojalá sea así.

miércoles, septiembre 12, 2018

las otras víctimas


Ayer martes 11 fue un día especial para la historia peruana contemporánea. Primó el sentido común y se condenó a cadena perpetua a la cúpula de Sendero Luminoso por el atentado de Tarata de 1992. Cosas del destino, desde hace algunos meses Osmán Morote y Margot Liendo venían cumpliendo arresto domiciliario, hecho que había desencadenado no pocas críticas al sistema judicial. Ahora regresarán a la cárcel, de donde jamás debieron salir.
No soy el único que lo ha dicho: esta gente no debe esperar nada bueno de la sociedad, jamás ha brindado las señas mínimas de arrepentimiento, menos se ha dignado a pedir disculpas públicas. Siguen con la mente torcida, espueleados por la ideología mal asimilada, sin la base de la legitimidad popular.
En todos estos años hemos sido testigos del aberrante descuido del Estado ante las víctimas del terror. Me refiero a las otras víctimas, esas que no son tomadas en cuenta por los nostálgicos del terror, ni la ociosidad oenegenera, mucho menos por los senderistas de cantina que pueblan el circuito cultural local.
Para esta recua, los policías y militares mutilados y los hijos huérfanos de los mismos, por ejemplo, no califican de víctimas, debido a esa delgada línea que divide lo prioritario de lo que no lo es: la ideología. 
En este sentido, la lectura de la sentencia que escuchamos ayer es también una condena para la izquierda peruana que sigue mostrando una postura laxa ante las atrocidades de sus homúnculos políticos. No hemos visto en estas últimas horas ningún tipo de declaración de sus representantes al respecto, el mutismo ha sido total. Más allá de este rabopajismo, llama la atención la insensibilidad, esa que tanto direccionan a la derecha cada vez que se piensa en el otro, el menos favorecido.

martes, septiembre 11, 2018

"archivo de recortes"


El fin de semana terminé de leer Archivo de recortes (Escuela de Edición, 2018) del escritor y crítico Alonso Rabí.
Como bien reza el subtítulo, nos hallamos ante crónicas literarias en tono menor, seña que vemos reflejada en una prosa pausada y, en no pocos momentos, cautelosa, estrategia que termina rescatando del olvido a todos los textos que fueron escritos para la prensa cultural.
A diferencia de su anterior entrega, Animales literarios (2016), ahora el autor navega con más comodidad y seguridad. En este sentido, la selección que hizo de su producción exhibe una genuina pasión por sus autores favoritos y temas de interés, cosa que agradecemos porque en nuestro periodismo cultural urge la pasión generosa por compartir.
Rabí establece un diálogo cómplice con el lector, no importa si este es informado o no. Ahí lo del "tono menor", que asumimos en su dimensión íntima, como lo podemos ver en Y al comienzo fue un libro, Padre del periodismo gonzo, Un Beatnik en la Ciudad de los Reyes, El viejo lobo de mar, El periodismo latinoamericano, El desenfreno de Levrero, La ciudad de los cafés, De cómo Don Quijote llegó al Perú y Amor por correspondencia. No solo nos enfrentamos a una ética valorativa, sino también a un ánimo aleccionador, aquel que teje la información sin que esta se pierda en el mero efectismo del escueleo ni en el dato superfluo. 
Ahora, no sé si esta selección haya estado sometida a una nueva revisión por parte de Rabí, pero algunos textos debieron recortarse, a saber, el final de En busca del crimen perdido. Más allá del señalamiento, ADR se erige como el testimonio de una época en que el periodismo cultural cumplía una noble función, que con sus yerros y aciertos, transmitía un amor por la lectura. No como el que se viene practicando últimamente, tan entregado a la fiebre de la novedad y a los chabacanos pases del relacionismo.

lunes, septiembre 10, 2018

"ip"


En la última edición del semanario Hildebrandt en sus trece, el reconocido director firma un artículo que seguramente habrá sacado roncha a más de un intelectual peruano, o lo que entendamos por “intelectual peruano” a estas alturas.
Pondría el link de Dónde están los intelectuales, pero no es posible. Si lo buscan en redes, lo encontrarán.
Es cierto: este país se está yendo a la mierda y muchos de los que se cobijan en la superioridad moral no se están portando a la altura de las circunstancias. El “ip” exhibe ahora una tendencia: trabajar con esmero su imagen, dorar el verso de la indignación (mejor si hay lisurita), que brinda frutos inmediatos, no lo vamos a negar. Lo estamos viendo desde hace algunos años: pseudo matones virtuales justificando lo inmoral, sin posición clara en cuanto a las serias acusaciones (asesinatos de por medio) contra la ex pareja presidencial, pienso en Faverón, en el guerrillero del inbox Chiboliné du France y otros especímenes parecidos. Lo acabamos de ver días atrás, con la acusación por intento de violación al acabado poeta ochentero Domingo de Ramos, que en lugar de recibir un serio llamado de atención de su grupete de poetas igual de acabados y comandados por Mazzotti, recepciona su apoyo, hecho que dinamita el discurso social del grupete, tan inclinado en teoría a la protección por el menos favorecido y otras hierbas similares. 
La lista podría ser larga, pero solo me he limitado, por esta vez, a los representantes más estrafalarios de la fauna literaria, que asumen los principios como medio, no como fin a proteger con todos los recursos intelectivos posibles. A todos ellos, les sugiero la dosis de desahuevina de El intelectual barato de El pez en el agua de Vargas Llosa.

jueves, septiembre 06, 2018

ansiedad de poder


Un libro que me gustaría recomendar en esta mañana de jueves, minutos antes de salir a una reunión: H & H. Escenas de la vida conyugal de Ollanta Humala y Nadine Heredia (Planeta) de Marco Sifuentes.
En apariencia, se trataría de una empresa fácil: el tema que lo conduce es muy conocido por los lectores informados de la realidad política actual. Sin embargo, no es así: ¿Qué sabemos y qué no de Humala y Heredia? ¿Qué más podemos decir de esta pareja de sinvergüenzas para algunos y de perseguidos políticos para otros? ¿Qué hacer para que este mounstro sea interesante?
Para retratar a esta bestia de dos cabezas, Sifuentes se sirve de la radiografía de los torcidos circuitos que conforman y justifican la moral de quienes hasta hace algunos años dirigieron los destinos del país. Para entender la descomposición, primero hay que escarbar la materia en su estado de gracia, es decir, durante el llamado “mejor momento”. Esta estrategia no es novedosa, ya la hemos visto en una obra maestra de Norman Mailer, la madre referente de la intoxicación del alma: La canción del verdugo. Entonces: ¿en qué yace el mérito de Sifuentes? No vamos a destacar la dimensión de la investigación y documentación, por tratarse de un tácito principio que dirige este tipo de trabajos, sino subrayemos la fluidez de la prosa, que ha encontrado un punto de equilibrio entre la fugacidad de la escritura periodística y la densidad narrativa, que nos arroja lo que pocas veces vemos: retener información en el ritmo. 
Sifuentes ofrece un fresco letal de la perdición a la que pueden llegar mujeres y hombres ante la peor de las adicciones: la ansiedad de poder. El periodista cumple su propósito con los lectores, pero en esta empresa hubiésemos deseado un mayor riesgo opinativo, el condimento que dora la voz. Reparo importante, pero que no desmerece lo que H & H es: una de las mejores publicaciones de no ficción del año.

miércoles, septiembre 05, 2018

armar el caso / condena social


Si tienes cuenta de Facebook, aquí puedes ver el último comunicado del Comando Plath.
Felizmente, no tuvieron que pasar muchos meses para que se digan algunas cosas claras en cuanto al señalamiento de los acosadores del mundo letrado peruano, que aprovechan su condición de creador / intelectual / académico / literato para justificar sus fechorías contra mujeres del circuito cultural.
Se trata de un texto histórico que servirá de precedente para visibilizar futuras denuncias de acoso. El objetivo, infiero, es que las acusaciones tengan una solidez y que en base a esta se pueda proteger a la mujer denunciante. En este sentido, lo acaecido con el poestastro y pedófilo Reynaldo Naranjo resultó aleccionador, porque partiendo de la información de las agraviadas se formó un caso para su exposición. Construirlo tomó tiempo y su impacto no pudo ser más que efectivo.
Ese es pues el camino. Forjar una narrativa sustentada y de esta manera reafirmar la denuncia del maltrato o desechar lo que solo pertenece a un asunto doméstico.
Poner en evidencia un acoso es un asunto muy complicado y lo peor es caer en las trampas del apuro, en la demanda de la indignación que en toda razón requiere de justicia. Sabemos que los mecanismos legales no cuidan a las mujeres, basta ver los ejemplos más sonados fuera del ámbito cultural para darnos cuenta del lugar que ellas ocupan.
Queda la condena social, que no es poco: lo acabamos de ver días atrás con Domingo de Ramos y la artista Ale Wendorff, que lo acusó de intento de violación. Ante esta gravedad, DDR reaccionó como todo un imbécil, actitud celebrada por algunos autodenominados representantes de la superioridad moral de izquierda, cuando lo lógico, ya que lo consideran su amigo, era conversar con él y hacerle ver la importancia de pedir disculpas. DDR tuvo la oportunidad de hacerlo y prefirió la victimización racial, el pacoyunquismo. 
El silencio cómplice de los defensores de DDR grafica en dónde están sus principios. Ya los quiero ver hablando pestes del sistema neoliberal, para esas cojudeces sí son campeones, maravillosos guerrilleros del verso.

martes, septiembre 04, 2018

"lcn" / ws


Más de una vez lo he dicho, sea en este espacio, en Caretas y en alguna entrevista, seguramente a manera de queja: los escritores peruanos desaprovechan su privilegiado contexto temático. Claro, en esta sentencia hay mucho de preferencia personal, de ordenanza caprichosa que como tal no es justa, puesto que cada creador es dueño de forjar su poética de acuerdo a sus intereses.
Dicho esto, no puedo ser ajeno al entusiasmo que me dejó La coca nostra (Alejo, 2018) de Wilfredo Silva Mudarra.
Esta novela merece un post especial, que haré en los próximos días. Mientras tanto, un par de preguntas se imponen, más sus inmediatas respuestas: ¿Qué hacer para que circule en librerías limeñas, al menos en las que no pidan tanto papeleo para la exhibición? No puedo asegurar que su presencia en el circuito librero genere un impacto, pero sí podría concitar la atención de algunos lectores que gustan del tópico del narcotráfico. La segunda: ¿los escritores que escriben fuera de Lima son mejores? No lo creo. En todos lados hay espantos narrativos, la diferencia radica en que los de acá saben maquillar sus deficiencias gracias al relacionismo (pensemos en las reseñas a pedido). En este sentido, WS ha forjado su trayectoria desde Chanchamayo, lejos de este antro de frivolidades, es decir, de la distracción. Por momentos, siento curiosidad por leer lo que ha publicado antes de LCN, cuya lectura me ha presentado a un escritor maduro en oficio y que escribe con conocimiento de causa; además, me revela su conocimiento del género de divertimento, pero  aquel pautado por el trabajo en la verosimilitud, sea en la voz narrativa, los personajes y la trama. 
Ojalá, sí, ojalá, algún maravilloso distribuidor se ponga en contacto con WS y vea la posibilidad de que su libro pueda estar por estos lares.

lunes, septiembre 03, 2018

lozanía / envejecimiento


2016 fue calificado por los críticos como el año de la poesía.
2017 como el de las reediciones.
Y todo indica que este 2018 será el de la no ficción.
Me centro en las publicaciones del año pasado. Es cierto: tuvimos reediciones muy importantes, como Un único desierto de Enrique Prochazka.
No sé, ni me interesa, cuál es el presente comercial del libro. De lo que sí estoy convencido es que su circulación no debe descuidarse, siempre aparecerá el lector curioso, al acecho por saber cuánta verdad hay en aquel autor al que muchos catalogan de raro y que es dueño de un inquebrantable reconocimiento entre los letraheridos entrenados. Desde este pequeño espacio me sumo (una vez más) a lo obviedad: UUD es un alucinógeno para la lectura y haríamos bien en recomendarlo todas las veces que sea posible.
*
El gordo Javier me pregunta por la reedición de Las fotografías de Frances Farmer de Iván Thays. Entonces, ingreso a los terrenos de la duda existencial: la franqueza o el buenagentismo. ¿Qué camino elegir? Escojo lo más sano: me despido del gordo Javier y voy tras la butifarra y el espresso de los lunes.
No lo voy a negar: este libro fue importante en la década del noventa. Hagamos memoria: en esa era signada por el ahuevamiento fujimorista no teníamos lo que hoy: alternativas editoriales que propicien la aparición de nuevas voces narrativas. El circuito editorial era como un pueblo de tierra, adobe y paja que veía interrumpido su inutilidad ante la huida de un cuy de un perro. En esas duras circunstancias aparece Thays y este cuentario gozó de muy buenos comentarios, del que se destacó la fuerza poética en textos como “Nosotros hubiéramos querido que ella fuera eterna” (primera y segunda parte), “Los hombres al viento”, “No necesariamente rubia”, entre otros. Cuando lo leí, mostré también el mismo ánimo. Thays escribía/escribe bien. Pero también sabemos que la experiencia de la lectura no se ajusta a la factura del momento, esta es sometida a escrutinio y en esta vía nos podemos dar cuenta si un libro de ficción queda o no.
La relectura (en mi caso, en dos ocasiones más) nos indica que LFDFF ha envejecido muy mal. El problema no radica en una posible deficiencia de la pericia narrativa, sino en la ausencia que potencia incluso a los textos imperfectos: la dimensión humana. Cuando me refiero a esta dimensión, no estoy pensando en el vitalismo barato, sino en la esencia espiritual y emocional que sostiene todo proyecto literario. Líneas atrás mencioné a Prochazka, cuyo libro podría exhibir más de un punto en común con el de Thays, pero en lo de Prochazka es posible detectar una extrañeza que no solo contribuye a la arquitectura de la prosa, también a la configuración moral de sus personajes y a las atmósferas en las que se amparan sus cuentos, por eso es que UUD se mantiene vigente, lozano, del mismo modo los títulos noventeros Orquídeas del paraíso de Enrique Planas y Al final de la calle / Ciudad de M de Óscar Malca. 
En la primera entrega de Thays todo es cartón, plástico, papel bulky y bolsita de marciano. No hay incomodidad, ni cuestionamiento, ni corazón, solo olvidable belleza verbal. Vacío.

domingo, septiembre 02, 2018

cosas del método


Mañana de domingo. Me sirvo café y dos panes con palta. Pienso leer hasta las tres de la tarde, porque a las cuatro saldré a recorrer las vacías calles que solo puedes disfrutar en este día.
Antes de terminar algunos libros ya muy avanzados, veo los suplementos y revistas. Entre estas últimas cojo Somos. La recorro de la última a la primera página. Como suele ocurrir, hay notas que me gustan y otras no.
Llama mi atención la sección de reseñas de libros, a cargo de Dante Trujillo. Como publicación principal, aparece la última novela de Luis Hernán Castañeda, Mi madre soñaba en francés, que goza del entusiasmo valorativo del reseñista. Sin embargo, el sábado pasado, en esa misma sección, comentó No somos cazafantasmas de Juan Manuel Robles. Aquí también hubo bendición, pero en su discurso mostró más de un reparo. 
Ya leí ambas publicaciones y no quiero apurarme en el veredicto (los que me conocen, saben que una de las cosas que detesto más es estar apurado, y me refiero a estarlo en todos los aspectos de la vida). No me sorprendería si sintonizo con Trujillo, pero ese no es el punto, sino este: la falta de coherencia en el método valorativo. ¿Por qué con uno sacó la guadaña y con el otro no? Hay que tener mucho cuidado en ese aspecto, ese desliz alimenta habladurías que vienen cuestionando al reseñismo local. En la valoración de un libro puede haber errores, pero lo que no debe existir es fisura en el método. Hablamos de la página de libros más leída del país, no de Don Lucho Review of Books que Pedro Escribano conduce con festiva irresponsabilidad en La República, en donde hemos encontrado hasta inmorales reseñas de desagravio.

sábado, septiembre 01, 2018

discusión


Anoche revisaba la edición facsimilar de la revista Narración, editada por la Universidad Ricardo Palma, que al igual que muchas casas de estudios, a excepción de la PUCP, tienen una pésima red de distribución, y peor aún, de promoción. Frente a mí una vista nocturna, desordenada y erótica de La Colmena.
Me puse a leer el testimonio de Miguel Gutiérrez que acompaña a la publicación, pero la lectura se vio interrumpida por una súbita discusión entre dos chibolos sentados a varias mesas de donde me encontraba. Cuando llegué al Restaurante Bolívar, este se encontraba vacío, lo que terminó por animarme a quedarme, a dejar pasar el tiempo hasta que el tráfico se ponga más amable.
Esos chibolos (no más de veinticinco, en pleno fulgor de la posería),  mozos/meseras y yo. Es decir, imposible no escuchar el tema de su discusión, que por esas cosas de la vida, también me interesaba, pero hasta cierto punto. Este par de malditos que venían en plan turismo de aventura al Centro Históricos, obnubilados ante el paso raudo de una camioneta de serenazgo, estaban enfrascados en lo siguiente: ¿cuándo se hizo el mejor rock peruano: en los años de la llamada movida subte o en las dos décadas que precedieron a esta? 
La inquietud resulta idiota por donde la mires. A menos que carezcas de sentido común y sufras de sordera, es obvio que hubo un bajón en la calidad musical rockera en los ochenta. Basta y sobra comparar a las bandas de entonces con Los Belking´s para zanjar toda discusión. Lo que sí hay que reconocer de la movida subte es que supo enhebrar no solo un discurso, sino también una actitud, que podemos ver hasta el día de hoy, sea en manifestaciones gráficas, conversatorios y ensayos/estudios sobre el contexto del rock peruano durante los años del horror.