jueves, septiembre 30, 2010

Viernes 1 de octubre: Presentación de SIMULACRO, de Luisa Fernanda Lindo

Siguiendo la línea conceptual de sus dos libros anteriores, Postizas (2007) y POSTPOP (2009), el viernes 01 de octubre la escritora Luisa Fernanda Lindo presenta su tercer libro Simulacro editado por Tranvías Editores (Perú).
SIMULACRO es un libro-objeto dividido en tres partes: ‘Simulacro’, ‘Pragmática’ y ‘Lo Sublime’; consta de tres registros literarios que dialogan entre sí -poesía, diario íntimo y prosa-, y trata sobre las prácticas repetidas, aprehendidas e impuestas por la sociedad.
La presentación constará de una performance, en la que participarán las actrices: Patricia Biffi, Katerina D’Onofrio y Tabata Fernández-Concha, acompañadas de Felipe Morey en la batería, así como de la acción in-situ realizada por la autora, quien intervendrá la exposición Textos de la escultora Raura Oblitas Jordán.
Viernes 01 de octubre 8 p.m. (puntual*)
Espacio La Ex - Culpable
(Sucre 101 - Barranco)

Philip Roth

El olor de la tacuchaufa

En la mañana de ayer, vi en mi bandeja de gmail un correo electrónico del escritor Rafael Inocente, quien nos pedía a otro blogger y a mí difundir su largo texto –en adjunto- El olor de la tacuchaufa.
Descargué el archivo, con la idea de leerlo más tarde y ver así qué día de la próxima semana podría postearlo. Y pensaba también que iba a tener que censurar algunos pasajes de su texto, tal y como hice hace unos meses con su kilométrico artículo sobre la novela RETABLO de Julián Pérez.
“Hay que tener cuidado con Inocente”. Al menos así pensaba antes de ponerme a leer sobre su experiencia en Mistura 2010. Sin embargo, debo decir que estoy de acuerdo en muchas de las cosas que consigna. Es por ello que esta vez no editaré su texto.
Por otra parte, y ya que estamos hablando de comida, involuntariamente he estado asistiendo a varias actividades literarias en estas últimas semanas, ya sea en calidad de presentador, interesado o mirón al paso. Me preocupa pues que haya tanto escritor –entre ellos varios que admiro- con sobrepeso. Parecen tragones bestiales. Son firmes candidatos a un paro cardiaco. Tienen que someterse a dieta, muchachos. Si su salud les importa un comino, al menos háganlo por estética, ¿no se han dado cuenta que un escritor gordo se ve hasta las huevas?
Se los digo con toda mi buena onda.


El que nació para panzón, aunque lo fajen, decían las abuelas decimonónicas y, a la par que aconsejaban a la hija acerca de las cualidades de un nutritivo yantar para los infantes, velaban por la economía doméstica, salmodiando el refrán popular, somos lo que comemos. Es que se conservaba todavía una cierta decencia para el bitute y el convite de olla. Hoy no. Hoy las cosas han cambiado y tanto salen por televisión un cerdo fujimontesinista y tragaldabas, corrupto dirigente de fútbol, pontificando de cebiches, cau-cau y chancho al palo, como un afeminado maromero pretendiendo engañar a las marujas nativas afirmando que con veinte lucas adereza un plato gourmet para una familia peruana. Si antes la carrera del futuro era la computación, hoy miles de willys y panchitos desinformados sueñan con ser futbolistas o cocineros para alcanzar rapidito nomás su primer millón y mudarse de barrio. Si este corral porcino llamado Perú se ha envilecido en manos de políticos apátridas, arzobispos renegados del Cristo, abogados delincuentes, militares inmundos y ministros rateros, ahora se suman a la pandilla opresora, cocineros sabelotodo. Escribo hastiado de estos sujetos, de sus sartenes y cacerolas, de sus marmitones y fogatas ofensivas. Harto de toda esa horda guisandera que infesta la televisión, aliñando platillos de nombre impronunciable a mujercitas inútiles. Hoy en la televisión peruana reinan zorrimodelos que enantes nomás se entregaban por cien dólares, futbolistas fronterizos, cabrillas envilecidos y cocineros mediáticos tragando como gargantúas en cuchipandas onerosas, afrenta grotesca para millones de peruanos que sobreviven con un caldo de chuño o un puñado de cancha. Atestiguan mi palabra veinte mil tuberculosos limeños y sus empobrecidas familias, mudos espectadores del banquete del escarnio, la Tercera Feria Gastronómica Mistura.
¿Que mi crítica es inmediata y mezquina? ¿Que el peor enemigo de un peruano es otro peruano? ¿Que confundo gastronomía con nutrición? ¡Bah! lugares comunes, frases de adocenados, optimismo oligofrénico de arrebañados orgullosos de un país inexistente. Solidaridad, dignidad, esfuerzo, patria, memoria común, son palabras desconocidas por glotones de izquierda y derecha, hijos todos de la misma madre, mamones todos de la misma teta1.
Como soy de los que deben ver para creer, conseguí mi reventa a treinta soles en una de las puertas del Parque de la Exposición, a vista y paciencia de los tombos. Ni siquiera hice cola para ingresar y en un santiamén me encontraba sitiado por miles de insaciables que pujaban por hacerse plaza en una de las decenas de colas en donde se apretujaban monjas lascivas embutiéndose gruesos churros chorreantes de manjarblanco, emergentes2 endomingados orgullosos de codearse con la high life lorcha, intelectuales cansados infectados de sociología —postmodernos adoradores de Tongo y la buena olla—, pitucos progre capaces de tragar ceviche+tallarín colorado+papa a la huancaína+chicha morada helada y votar luego a la Susana Villarán, pero incapaces de pagarle un sol más a la muchacha que les cocina, les lava y les limpia el depa de San Borja y un ministro de la incultura, que confunde kotosh con tocosh, pero es capaz de admirar a Alan García por su visión de momento (sic).
Así estaban las cosas ese sábado. Mas de un de repente, como dicen los nortinos, de una guarida en donde vendían curiosos helados de papa, rocoto y palta, veo salir a uno, alucinante por la tenida. Pensé que se trataba de la propaganda ambulante de la exótica gelateria: pero no, se trataba un ser humano ataviado con un terno verde ocopa, abierto de par en par, con una camisa nívea y una corbata de seda con topitos negros. Saboreaba un helado de palta. Llevaba en una mano una bolsa plástica grabada que decía Ermenegildo Zegna y en la otra, a una gordita con botas de cuero y lentes para el sol ¬¬—¡pero estaba nublado!¬¬¬¬¬¬¬—, sospechosamente lacia como Cleopatra. La joven madona engullía a dos cachetes un pan con jamón rebosante de ajíes, cebollas y salsas de colores. Eran mis viejos conocidos del Jockey Plaza y no pude más que alegrarme por tan dichoso encuentro. Los seguí discretamente, lo cual no fue difícil, confundido entre la mar de gente excitada. Recordé mis días vividos en Egipto y La India. Me sentía en un mercadillo de El Cairo o Calcuta por lo apretado de la vía, pero la lujuria que destilaba aquél amasijo frotidista no la observé durante el año que pasé en Oriente. Aquí el ambiente exudaba saliva, lubricidad y efluvios malolientes. El olor de las viandas difuminaba el de los perfumes con que se había adobado aquél horroroso monstruo acéfalo, un bestial tubo digestivo ansioso de comida, diversión, trago y más comida.
Willy y Verito venían decididos a todo. Como dicen los jovenzuelos indolentes de hoy en día: asumo que se cuadraron primero en El Chinito, por los panes con jamón cuyas envolturas arrojaron sin miramientos al suelo. El tour de mis bizarros amigos había comenzado. El mapa obsequiado por el revendedor lo arrojé por la borda apenas divisé a la dichosa parejita, seguro de que ellos serían la mejor guía por aquél dédalo de sabores.
Lo que siguió raya en lo inverosímil. Se cuadraron para empujarse un extravagante tacuchaufa a una velocidad asombrosa, lo cual por otra parte no fue nada del otro mundo, porque la porción ameritaba el apetito de un periquito enfermo. Acto seguido, la pareja se zampó en la cola del cebiche y con las cebollas rebasando por sus mandíbulas, miraron el mapa que Verito llevaba en un carterón chino de cuero sintético. Sin pérdida de tiempo corrieron hacia la chanfainita con tamales e inmediatamente después dieron cuenta de seis palitos de anticuchos elaborados con corazón de res importado, ese que parece tecnopor viejo. Calmada su ansiedad, nuestros mamones alargaron la fila para ingerir un chupe de camarones, coloradote, grasiento y vaporoso.
Ya a estas alturas, la mistura de frijol canario, huevo, sillao y cebollita china, aderezado con ají amarillo y abundante ajo habían convertido los intestinos de Verito y el estómago ulcerado de Willy en un campo de batalla en donde metilsulfuro, amoníaco y escatol, sulfuro de hidrógeno, helio y otros gases nobles, pugnaban por desbandarse por arriba y por abajo. Mi amor, todavía tengo hambre, me ha dado la depre, rogó Verito volteando los ojos. Al frente suyo, tres kilómetros de trogloditas babeaban por el chancho al palo. Se sumaron a la interminable fila de glotones y, con la esperanza de apaciguar la efervescencia de su fuero interno, cataron de un jugo frozen de melón +naranja+ pepino dulce, el popular mataserrano del criollo añejo. En poco menos de media hora, el bolo alimenticio fermentado, hedía. Los canarios silbaban y los palominos maculaban el calzón Leonisa de Verito, anticipando enteritis aguda a nuestros precoces ventrales.
Si comprendemos que la capacidad del estómago humano apenas llega a 1.5 kg, entonces repararemos en el crimen que cometieron contra sí mismos los circunstantes del Mistura. Entre el chancho al palo, el tacuchaufa, los anticuchos, el sándwich de jamón, el chupe y el cebiche de lenguado, la parejita había engullido por lo menos 5 kg de comida, justo lo que cabe en el estómago de un chancho joven. Willy se había descorrido la correa para aliviar la opresión de la guata y se venteaba sin pudor alguno, mientras que Verito ya no cabía en el jean al cuete en el que había calzado su figura cuadrada.
Daban las siete de la noche. Sucesivos shows habían engalanado la Feria y peruanos de todas las clases comían, bebían y bailaban al son de la cumbia postmoderna de Bareto. Pero un olor sulfuroso, pesado e irrespirable abotagaba el recinto de la alegría. Los gases nobles habían logrado escapar del pozo séptico y el producto de la sobreingesta compulsiva de los intemperantes se liberaba al ambiente: ni los más potentes jugos gástricos, ni las más furiosas enzimas hidrolíticas habrían digerido tal cantidad de comida tan torpemente combinada. ¿Cuántos años permanecería todo ese alimento putrefacto en el pozo séptico, negro y estancado, en que se había convertido el colon de nuestros ventrales? ¿Sus cerebros aturdidos de comida repararían en ello?
En las grandes orgías romanas eran más previsores y si bien es cierto, satisfacían a saciedad los deseos del cuerpo, los desechos y la mierda propia de la condición humana seguían un cauce ya previsto. Nuestros romanos comían como leones, bebían como camellos y fornicaban como bononos, pero vaya que tenían un sistema sanitario impecable. Baños públicos, bacinicas al paso, sistemas de canalización de aguas servidas. En el Mistura, tamales, cebiche y carapulcra, causa, seco y tallarines, estofados, paellas y anticuchos, chanfainita, chupe y tacuchaufa, chinchulines, pancita y chancho al palo, jugos de frutas, helado y pisco sour, se habían mezclado de manera tan innoble, desatinada y compulsiva en las vísceras purulentas de los golosos que inodoros, urinarios y vomitaderos públicos brillaron por su ausencia o notoria insuficiencia.
En algún momento de mi odisea me crucé con Gastón Acurio. Más asediado que estrella del rock, el cusqueño sonreía a todo el mundo. Iba sin afeitar y el chaquetín cocinero lucía arrugado. Su peluquín oleoso apenas se mecía al traidor viento limeño. Si antes un hijo te salía golfo lo metías a cocinero. Sudoroso, panzón y autoritario, este cachaco de la cocina guisaba para las fauces de la alta burguesía y se preciaba de usar sólo productos franceses. A Gastón, por el contrario, se le veía tan bonachón, tan intercultural e incluyente que resultaba imposible agarrarle bronca alguna a este pretendido Che Guevara de la cocina peruana. Esa facha de ex gordo beneficiario de banda gástrica, chévere con todos, es lo que hace de Gastón bolo fijo a lo que sea. En cambio, los pequeños cultivadores serranos de papa lucían menguados y silenciosos. Silenciosos como los anémicos que estiraban las manos por entre las rejas del Parque rogando por un mendrugo a los ventrales. Esos 600 pequeños productores de papa invitados al Mistura, utilizados hábilmente por el discurso gastronómico y ministerial, permanecían impermeables al boato de la concurrencia y al protagonismo atribuido por el discurso gastronómico. Sospechaban quizá que las 15 toneladas de papa que movieron en la Feria eran nada frente a los 3 millones de toneladas que anualmente producen 600 mil agricultores peruanos y que cada año pierden terreno frente a los productos importados subsidiados: trigo, arroz, soya, azúcar, aceite, lácteos y, paradójicamente, papas. Sospechaban seguramente que al día siguiente del Mistura los intermediarios seguirían pagando por las papas nativas 10 o 20 céntimos de sol por kilo, mientras que sus hijos formarían parte de ese vergonzoso ejército de desnutridos crónicos o de esos 20 mil tebecianos que agonizan lentamente sólo en la Ciudad de los Culpables.
Al retirarme vi a Rómulo, Alan y Remigio, esos ladrones que esperaron pacientemente a que sus delitos prescriban para retornar al país y seguir robando. Sus carrillos repletos de caucau de pota —¿o poto?— acusaban el desgaste de la mentira. Dos mujeres, rubias al pomo y rucas a la vista, masticaban tallarines a la huancaína, colgadas de sus brazos haraganes de logreros profesionales. Sentí horror y pena por el Perú y por los miles de chiquillos ingenuos, futuros chefs subempleados —¿sabrán acaso que Ferrán Adriá empezó lavando platos y jamás pisó una escuela de hostelería?¿sabrán cuántos bistros y restaurantes tres Michelin hay en Lima?¿serán lo suficientemente guerreros como para sobrevivir con una fonda decente cuando el papi ya no les subvencione?—. Sentí lástima por Gastón, sobrepasado a la legua por las condiciones del neocapitalismo consolidado desde políticas liberales e inequitativas en sí mismas. Sentí pena por Gastón, aprovechado por esa manada de políticos filogenéticamente ladrones que medran sin remordimientos su bonito discurso inclusivo, su discurso de poeta-cocinero de una burguesía cada día más soberbia, insensible y decadente.
1 Poco ha cambiado el Perú desde 1907 cuando Manuel Gonzáles Prada escribió “Vemos la prosperidad de una oligarquía, el bienestar de un compadraje; no miramos la prosperidad ni el bienestar de un pueblo. Lima es no sólo, el gran receptáculo donde vienen a centralizarse las aguas sucias y las aguas limpias de los departamentos: es la inmensa ventosa que chupa la sangre de toda la Nación. Esas quintas, esos chalets, esos palacetes, esos coches, esos trajes de seda y esos aderezos de brillantes, provienen de los tajos en la carne del pueblo, representan las sangrías administradas en forma de contribuciones fiscales y gabelas de todo género.
2 Emergentes: esa categoría postmoderna inventada por la sociología embustera para disfrazar los conflictos de clase. Hoy más que antes se debe hablar de proletariado, subproletariado, pequeña, mediana y gran burguesía. Lo increíble es que existen quienes se sienten orgullosos del dichoso adjetivo, emergente, flotante, grumoso, como el mojón que sobrenada en el inodoro por su propio peso específico.

martes, septiembre 28, 2010

Lituma, un personaje que siempre está dispuesto

Vía el chat de Facebook, el todavía joven poeta peruano Diego Lazarte me avisa de un nota suya, Lituma, un personaje que siempre está dispuesto, publicada en El Peruano, a razón del honoris causa que le otorgó la Universidad Autónoma de México a Mario Vargas Llosa y José Emilio Pacheco.
Para los que aún no lo saben, el talentoso poeta Lazarte se encuentra desde hace varios meses en México.


El pasado viernes, pese al intenso aguacero y tráfico del D.F, se llevó a cabo una concurrida sesión de Diálogos Literarios en la sala Nezahualcóyotl. El motivo era celebrar el doctorado honoris causa conferido por la Universidad Autónoma de México a los escritores José Emilio Pacheco y Mario Vargas Llosa. La sala, atiborrada de jóvenes universitarios, se llenó de flashes y ovaciones al aparecer en escena nuestro compatriota y Premio Cervantes. En su disertación, el narrador arequipeño reveló varias sabrosas anécdotas sobre su quehacer literario.
Vargas Llosa recordó con humor que la censura quería cortar muchas páginas de su primera novela, La ciudad y los perros, que ganaría después el Premio Biblioteca Breve. Pero al final de esta dura lucha, consiguió junto a su editor, Carlos Barral, que sólo le suprimieran ocho palabras que luego se restituirían en una segunda edición.
Personaje de guardia
Mencionó que una de las frases que el censor había objetado mencionaba la ida al burdel de un capellán. El argumento del censor, calificado de muy divertido por el novelista, decía que siendo cierto que hay pastores que frecuentan esos lugares, el único sacerdote que aparece en la novela hace eso, y allí ya no es el personaje, sino la iglesia la que quedaba contaminada. “Yo propuse cambiar, tomándolo en chacota, prostíbulos por burdeles. Parecía menos peligroso que frecuentara los burdeles que los prostíbulos”, agregó con ironía el escritor.
Sobre el suceso de esa novela en España y en América Latina confiesa que no se planteó como un escritor de éxito. Recuerda que ya llevaba un año redactando La casa verde, y para él fue una gran sorpresa la difusión alcanzada. “En el Perú un escritor de éxito tendría mil lectores, eso era romper el cerco en el que se movían los escritores, que era un cerco de amigos, familiares y conocidos”.
También tuvo palabras para Lituma, uno de sus personajes más recurrentes. Al hablar de su génesis, quien aparece por primera vez, muy borroso, en el cuento “Los jefes”, para luego tomar un mayor protagonismo en La Casa Verde, confesó que “es una de esas obsesiones que no tienen explicación”.
Añade, además, que “con él me pasa lo que no me ha pasado con otros personajes. Cada vez que empiezo una novela, Lituma ahí aparece como ofreciéndose, como diciéndome yo no he sido lo bastante aprovechado por usted”. Recordó que por ejemplo en Lituma en los andes le sirvió para que un forastero cuente la visión desesperanzada de lo que era el Perú en los tiempos de la guerra contra el terrorismo. Menciona que reaparecieron en Ayacucho supersticiones que se creían extinguidas, como los pishtacos.

Un ventanal abierto

En la edición de hoy martes 28 en El País, encuentro el artículo Un ventanal abierto, en el que Enrique Vila-Matas aborda la figura del desaparecido ensayista Frank Kermode (en la imagen).


Creemos que, más allá de la ciudad, siempre habrá granjas, campos, sapos, árboles sempiternos y críticos literarios de primera fila, alejados de la inercia académica y en abierta batalla contra sus colegas estáticos, hasta que un día comprendemos que nada es inmutable y, además, Franz Kermode ha muerto. Adiós al gran ensayista y crítico. No era de los que, viendo incierto el futuro de su oficio, hallan en el pesimismo una excusa para la haraganería. Murió el pasado 17 de agosto, a los 90 años. Opinaba que cuanto más de vanguardia es un escritor, menos puede permitirse caer bajo este calificativo. Creo que lo mismo podría decirse de un crítico como él. Adiós a su gran ventanal abierto a Selwyn Gardens, en Cambridge.
Una de sus conjeturas más célebres la hallamos en El sentido de un final. Cuando decimos que un reloj hace tic-tac, sostiene Kermode, estamos otorgando al ruido una estructura ficcional, que diferencia entre dos sonidos que, físicamente, son iguales, de modo que tic sea un principio y tac sea un final. Oímos en realidad tic-tic, así que el tic-tac del reloj sería el modelo de lo que llamamos trama, una estructuración que da forma al tiempo y así lo humaniza. (Tac-tic sería en cambio la trama del Ulises, de Joyce, añade Kermode, no sin humor).
No se espera de los críticos, como se espera de los poetas, que nos ayuden a hallar sentido a nuestra vida. Quizás por eso, Kermode siempre dijo que, entre otras tareas, a los críticos les corresponde ensayar la hazaña menor de hallar sentido a las formas en que intentamos hallar sentido a nuestra vida. A esa gran hazaña menor dedicó Kermode su obra ensayística, algo que llevó muy lejos en El sentido de un final, donde analizó la eterna idea de caos y crisis, uno de los grandes enigmas de nuestra cultura.
La escena póstuma de su vida no habrá distado mucho de la que él mismo describe hacia el final de Not entitled, sus memorias. Allí nos cuenta que una voz femenina que canta a Bach le conecta de pronto con lo sagrado y le lleva a buscar en el hogar algo que perdure cuando él ya no esté y acaba encontrando en su jardín esa diosa Diana que le regalaron los amigos y que amanece a veces -diosa pasajera del arco y la flecha- con una diadema de rocío. A esa diosa pagana en el jardín inglés le lanza una mirada de despedida que es tanto un "guiño de continuidad" como una señal a la que podrán recurrir sus lectores cuando les llegue la angustia del punto final.
Precisamente esa continuidad le es imprescindible a todo narrador para ir hacia adelante en su relato. La necesita sin cesar y por eso, con intensidad, apela constantemente a ella. Lo raro para todo narrador llega cuando, al sentirse ya en el final, se ve obligado, con la misma intensidad, a ignorar esa continuidad. Pero es evidente que ningún relato puede eludir su particular momento apocalíptico, la necesidad del cierre que da sentido.
Llegado a este punto, veo la sombra del fin avanzar sobre estas líneas. Adoro la continuidad, pero ella no me quiere a mí. Debo acabar y, por tanto, trazar el sentido que le doy a mi mundo, o al mundo de este artículo, y digo, así a bote pronto, que lo mejor será abrir los ojos y contemplar el desorden. Tac-tic. No se trata de un desorden que quepa comprender. Propongo que lo dejemos entrar porque es la verdad. Propongo un ventanal abierto. Que entre el desorden en la continuidad.
Atónito ahora, observo que he abierto perspectivas. Pero también que, aún siendo el tiempo nuestro elemento, no estamos adaptados a los grandes panoramas que se nos abren a cada instante. Y es que el guiño de continuidad de Diana lo hemos leído como una señal pletórica de vida, pero las largas perspectivas parecen encadenadas a la sombra del fin.

Carmen Ollé en La Casa de la Literatura Peruana

La escritora Carmen Ollé (Lima, 1947), una de las voces más notables de la literatura peruana contemporánea, visitará la Sala del Autor de la Casa de la Literatura Peruana (Jr. Ancash 207, Lima), donde participará en un nutrido diálogo con el público asistente.
La Sala del Autor es un espacio destinado a acercar a los lectores a sus escritores favoritos y darles la oportunidad de poder dialogar con ellos sobre sus obras, anécdotas y motivaciones literarias. Asimismo, se invita a los escolares de diversos colegios de Lima para que a través del contacto con los escritores puedan hacercarse de una manera vivencial a la literatura.
Las presentaciones se realizarán los días jueves 23 y 30 de setiembre de 3:00 p.m. a 5:00 p.m. La autora tratará temas como su paso de la poesía a la narrativa, su experiencia en el movimiento Hora Zero, sus anécdotas como escritora y sus influencias literarias. También se podrán adquirir sus libros a un precio especial. El ingreso es libre.
Autora del destacado poemario Noches de adrenalina (1981), que revolucionó el panorama literario de la década del 80, Ollé se ha consolidado en los últimos años en el género narrativo, con libros como Las dos caras del deseo, Pista falsa, Una muchacha bajo su paraguas y su más reciente publicación Retrato de mujer sin familia ante una copa (2007).
Para mayor información comunicarse con la Srta. Alessandra Tenorio, Responsable de la Oficina de Imagen Institucional, a los teléfonos: 426 2573 / 990977993.

lunes, septiembre 27, 2010

Del cielo al infierno y del infierno al cielo

Desde hace algunos años el mercado editorial latinoamericano se ha visto inundado por un sin número de libros escritos por ex secuestrados de las FARC.
Obviamente, una experiencia como la de tener violentada tu libertad por mucho tiempo no es para nada poca cosa, pero de allí a intentar sacar alguna clase de provecho inmediato sobre dicha experiencia es de una frivolidad sin nombre. Y lo digo con relativo conocimiento de causa, puesto que he tenido la oportunidad de revisar algunas de estas publicaciones, las cuales he dejado sin más gracias a mi orgullo de lector, por la sencilla razón de que sentía que perdía mi tiempo.
Sin embargo, esta impresión -condimentada con prejuicio- podría cambiar en algo, debido a la recomendable entrevista río de Héctor Abab Faciolince a Ingrid Betancourt sobre NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE, libro de memorias en el que Betancourt relata sus seis años de cautiverio.
Abad Faciolince califica a la publicación de “gran literatura”. A tener en cuenta, entonces.
La entrevista río Del cielo al infierno y del infierno al cielo fue publicada en el diario El espectador.


El mundo ha sido tierno y duro con Ingrid Betancourt. Varias veces la vida la ha encaramado al cielo como cogiendo impulso para arrojarla con más fuerza al infierno. Con ella no hay medias tintas: o es una santa súbita o de repente se transforma en una arpía enferma de maldad y de codicia. Es, al mismo tiempo, el hada y la bruja de los cuentos. La opinión pública, con una actitud ciclotímica, pasa con ella del amor al odio y de la veneración al desprecio. En este momento la fase es depresiva y casi todos la detestan. Su última salida en falso, hace un par de meses, cuando demandó al estado colombiano por seis millones de euros, fue recibida en su país y en el mundo como una muestra de avidez e ingratitud, y por mucho que haya retirado la demanda, se la siguen cobrando. No fue oportuno llamar “simbólica” a una cifra así.
Después del éxito de la Operación Jaque en la que, mediante una especie de helicóptero de Troya, el ejército de Colombia engañó a la guerrilla de las Farc y la liberó junto con otros 14 secuestrados, Ingrid Betancourt pasó a ser una heroína mediática internacional. Tratada como una moderna Juana de Arco, devota del rosario y de la Virgen María, fue admitida en audiencia privada por el Papa, recibió la Legión de Honor de manos de Nicolas Sarcozy, el Premio Príncipe de Asturias y fue nominada al Premio Nobel de la Paz. De seis años de infierno indudable en las selvas amazónicas pasó al dudoso cielo de los palacios de gobierno. Después de pisar demasiadas alfombras rojas y de pernoctar en las residencias de huéspedes ilustres de los gobiernos de medio mundo, Ingrid Betancourt resolvió retirarse de la escena y encerrarse en una casa en las montañas. “Después de seis años en la selva” –me dice- “no quería volver a ver nada verde. Me fui a un sitio completamente aislado. Sola, en las montañas, me puse a escribir. Montañas con nieve; era febrero y si miraba por la ventana todo estaba nevado, blanco. Nada verde. Hoy me puse este vestido verde y pensé: Me lo voy a quitar, parece la selva. Luego me fijé bien y vi que tenía flores; como en la selva no hay flores, me lo dejé puesto”.
Y en las montañas nevadas, día tras día durante varios meses, Ingrid Betancourt escribió 700 páginas de un libro poderoso en el que narra con todos los detalles el horror de su experiencia. Fueron casi seis años y medio de secuestro: del 23 de febrero del año 2002, al 2 de julio de 2008. Lo escribió originalmente en francés, pero ella misma supervisó y corrigió la traducción al español. Su título, No hay silencio que no termine, es un verso de Pablo Neruda. Lo leí, lo devoré en pruebas por una deferencia de su editora en castellano, y la lectura me dejó trastornado. La odiadamada Ingrid Betancourt, santa o bruja que sea, se revela aquí como un ser humano complejo, reflexivo y como la misma escritora deslumbrante que le escribió a su familia –desde su cárcel en la selva- unas cartas desoladoras y magníficas. El libro, que tiene el mismo tono de aquellas cartas estremecedoras, es una descripción precisa y dolorosa de una vivencia infernal.
En No hay silencio que no termine Betancourt cuenta que una vez, en la selva, una guerrillera le preguntó: “¿Qué va a decir de las Farc, cuando salga de aquí?” A lo que ella contestó: “Voy a contar lo que vi.” Su libro es eso: lo que vio, lo que vivió, lo que pensó y sintió durante esos años de espanto en “un campo de concentración tropical”. Además es un tratado sobre la miseria humana, pero también sobre su dignidad. Por eso quise tanto conocerla, entrevistarla. Decidir con mis ojos y con mis oídos si era la bruja que dicen o la mujer profunda que se puede adivinar leyendo el libro. Es la segunda: una persona dulce y serena, inteligente y adolorida, con las heridas curadas, pero con cicatrices todavía frescas. Ya no es la política altiva, mediática e incluso antipática de antes del secuestro, sino una mujer llena de compasión humana, que ha cambiado la acción por la reflexión y los discursos exaltados por la escritura medida. Estuvimos conversando durante varias horas en la tranquila y bonita casa de su agente, Susanna Lea, en el barrio de Chelsea en Nueva York. Como no la conocía, intenté tratarla de usted, pero el tuteo se impuso después de haber leído un libro tan íntimo. Entre otras muchas cosas, me dijo lo que sigue:
HA: Quisiera que me contaras la historia de la gestación de No hay silencio que no termine. Y ante todo, ¿por qué en francés y no en español, que es la lengua de tus padres?
Quizá lo escribí en francés, inconscientemente, para poder tomar una mayor distancia de mi experiencia. Era tan doloroso revivir los años del secuestro, que en otro idioma tenía un pequeño filtro, cierta lejanía. Yo viví en Francia toda la infancia y mi primera adolescencia, por lo que el francés me sale natural. Pero al principio ni siquiera pensaba que fuera a escribir en francés; el francés escrito me intimidaba porque tiene unas reglas formales muy rígidas. Yo discutí esto con Gallimard, que me preguntó: “¿En qué idioma lo vas a escribir?” Y yo le dije: “Me imagino que escribiré en español porque muchas cosas las viví en español.” Pero no estaba segura. Recuerdo el día en que me senté a escribir. No tenía claro ni la lengua ni por dónde iba a empezar. Tenía frente a mí unas hojas blancas y un estilógrafo que había comprado especialmente para el libro. La primera frase me salió en francés y lo primero que quise recordar fue uno de mis intentos de fuga. A partir de ahí ya no pude parar.
Me impuse un plan de trabajo muy estricto: me levantaba a las seis y media de la mañana y hacía una hora de gimnasia. Después un buen desayuno, de manera que pudiera trabajar sin parar desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Pero había días en que me daban las 8 de la noche y seguía escribiendo. Estuve largos meses completamente sola. Cambié el teléfono y el correo. Estaba conectada con el mundo a través del computador. Cuando me iba mal escribía diez páginas por día, cuando me iba bien, veinte. Lloraba mucho. Tenía que levantarme, parar, mirar un rato por la ventana antes de volver al escritorio.
HA: Muchos secuestrados –colombianos y norteamericanos- han escrito libros sobre su experiencia del cautiverio. Todos lo han hecho con la ayuda de un periodista o un redactor. ¿Nunca pensaste en escribir el libro con uno de estos ayudantes?
Después de la liberación, una de las primeras personas que vino a verme fue mi antiguo editor, Bernard Fixot, de XO éditions. Yo había publicado con él mi libro anterior al secuestro, La rabia en el corazón. Bernard me dijo: “Obviamente vas a escribir un libro; lo estamos esperando. Hay que sacarlo rápido; te pondremos un redactor, como en el libro anterior. Tiene que ser un libro con mucha acción.” La rabia en el corazón lo habíamos escrito entre dos; yo contaba la historia y Lionel Duroy redactaba. Así que yo no tenía la experiencia de haber escrito un libro sola. Pero esta vez lo había pensado bien: el libro que quiero escribir, me decía, primero que todo, lo quiero escribir yo. Sin intermediación de nadie. Quería tomarme mi tiempo para escribirlo y Bernard tenía afán. Yo le dije, mira, ese no es el libro que yo quiero escribir; este libro tengo que escribirlo yo sola y muy despacio. Entonces Bernard me dijo: “Tú no puedes escribirlo, tú no sabes escribir, Ingrid.” Y eso me dejó pensando mucho, dudando de si yo era capaz, pero igual lo quería intentar. Tampoco quería un libro de acción. Lo que yo quería era que la gente que leyera mi libro estuviera conmigo en la selva. De alguna manera lo que yo buscaba, lo que yo necesitaba, era escribir ese libro para poder llevar a mis niños y a mi mamá a esos años que me tocó vivir.
HA: Antes de escribir el libro ¿les habías contado a ellos tu experiencia?
No, durante mucho tiempo no fui capaz de contarles nada a mis hijos ni a mi mamá. No podía, no me salía; no sabía siquiera por donde empezar. Era un bloqueo no tanto por no querer contar la historia sino porque me daba susto hacerles daño; no quería ver en la cara de ellos el dolor. No quería conmoverme tampoco, tanto, frente a ellos.
HA: Durante el secuestro te pasó algo parecido. Con uno de tus compañeros, del que te enamoraste, intercambiabas mensajes y entonces comentas: “descubrí una distancia que me liberaba, al escribir cartas”. La comunicación cara a cara, mirando a la otra persona, es mucho más difícil, ¿no? Lo bueno de escribir es que no tenemos un espectador al frente.
En un relato hablado hay dos dificultades: primero revivir lo que se vivió y luego la dificultad de lo que tú ves en el ojo del otro; del horror que tú les estás contando y generando. La reacción ajena te crea una emoción adicional a la tuya y eso se vuelve muy complicado. Escribir fue, de alguna manera, más fácil que contar, porque no tenía que llevar a cuestas la reacción del otro. Sentirte juzgado inhibe la espontaneidad; uno sospecha que lo próximo que diga puede producir dolor, y se frena. La escritura es muy liberadora. Es algo más depurado.
HA: A mí no me ha interesado el género de los libros de secuestrados, pero después de No hay silencio que no termine decidí leerlos todos. Lo que en los demás es una anécdota, en el tuyo es gran literatura. Tres secuestrados distintos cuentan el mismo episodio, por ejemplo una fuga. ¿Por qué el tuyo es gran literatura y por qué los otros son una aventura anecdótica? Al no revivir todos los detalles, al no explicar todos los matices de lo que está pasando, no se siente la vida, no se siente el dolor, no se siente la angustia, el miedo, la humillación, la rabia, y todo lo que es fundamental en una persona. Y algo más: la catarsis solamente ocurre si uno mismo cuenta lo que tiene que contar…
Con un periodista o con alguien que no lo vivió es muy difícil que salga bien. Falta la vivencia. Escribirlo yo misma me sirvió muchísimo. Para poder llevar a las personas adonde yo estaba, para poder llevar a los que quería que estuvieran allá un rato conmigo, tuve que repasar esos momentos vividos y sucedió algo tremendo: en ese ejercicio de estar allá con el pensamiento, estuve allá, volví allá físicamente. Terminaba extenuada: sudando, llorando, riéndome; era muy duro porque yo podía estar allá: veía, oía, sentía, tenía la temperatura del sitio, la humedad, los olores, los colores, la luz, las voces. Era un regreso en el tiempo y una inmersión en la memoria muy fuerte, pero (y ese ejercicio fue vital para mí) en momentos que fueron muy dolorosos, al contarlos con la distancia, lograba ver los mecanismos que me habían llevado a reaccionar de alguna manera, y entendía… Empecé al fin a entender qué era lo que me había sucedido en realidad: fue como hacer una disección de mí misma. Y también pude entender a los otros. Gracias al libro pude perdonarme y perdonar a los demás.
La escritura sana tanto los rencores que para mí fue muy importante el ejercicio. Creo que mis compañeros que escribieron otros libros, lo hicieron muy en caliente, recién llegados, y no pudieron procesar lo que nos pasó, narraron hechos. No pudieron sumergirse de cabeza en lo que realmente habían sentido o vivido; no lo pasaron por ellos mismos.
Mi curación ha sido muy lenta y muy difícil. Revivir los hechos implicó que la curación se prolongara más, pero al revivir y repasar y analizar lo que me pasó, curé mis heridas a fondo. Lo que siento es que muchos de mis compañeros curaron sus heridas muy pronto. Entraron con afán a la vida, se casaron, se divorciaron, encontraron un trabajo nuevo, tuvieron más hijos, todo, pero cuando hablo con algunos de ellos, siento que hay todavía cosas que no han sanado y otras que ya serán muy difíciles de sanar.
HA: Muchas veces te planteas durante el secuestro que tienes que blindar el alma; que no puedes mostrar ni alegría ni tristeza para no darles ventajas a tus captores. Que tienes que suprimir la espontaneidad; eso es tal vez lo que te hunde en el silencio, en la incomunicación. Esto puede crear un hábito. ¿Has podido romper con ese hábito, si lo adquiriste?
Esa pregunta hace parte de mis reflexiones diarias. Yo creo que todos nosotros, los secuestrados, consciente o inconscientemente, dándonos cuenta o no, salimos de nuestra experiencia minusválidos, de muchas maneras. Salimos muy mal de la selva; minusválidos en el sentido de que las reacciones están marcadas por lo que vivimos. Y entonces hay mucha dificultad en vivir normalmente. Salimos, espiritualmente hablando, y emocionalmente hablando, como salieron físicamente los soldados de la Primera Guerra Mundial de las trincheras de Verdun: sin una pierna, sin un brazo, sin un ojo. Nos hacen falta miembros para poder establecer relaciones simples y digamos, descontaminadas, con el mundo. Yo siento que tenemos mucha prevención con el mundo. Hay una relación con la verdad que es un poco esquizofrénica en el sentido de que vivimos en un mundo donde siempre nos decían mentiras. Entonces, sabiendo que sólo nos decían mentiras, nuestra manera de interpretar la información que nos llegaba siempre era bajo el filtro de que, si me dijo esto, sabiendo que ellos actuaban de tal modo, lo más probable es que la verdad no sea esta sino esta otra; un laberinto en el procesamiento de la información. Y yo me doy cuenta de que muchas veces en mi mundo de la libertad, donde hay mucha más seguridad sobre las intenciones de las personas y sobre la veracidad de sus afirmaciones, sigue existiendo ese filtro nuestro que es muy difícil de desmontar, de evaluación de lo que le dicen a uno, y hay una prevención que está siempre ahí. Hay dificultades para decir lo que se piensa, porque durante tantos años, simplemente no se decía lo que se pensaba por razones de seguridad con la guerrilla y de convivencia con los demás secuestrados. Entonces recobrar la espontaneidad ha sido muy difícil.
HA: No haber perdido completamente la cabeza ya me parece una conquista increíble…
Sí, no salir loco ya es algo maravilloso. Unos salen mejor que otros. Y de hecho, no todos… Yo me siento bien librada en el sentido de que estoy normal. Sufro, pero dentro de la normalidad; todavía tengo ese bagaje de sufrimiento que está ahí, pero poco a poco lo voy asimilando, se va diluyendo poco a poco en el presente. Ya las cosas cuando hablo de ellas, siguen doliendo pero no con la misma intensidad y ya cuando menos les veo un propósito. Es decir, lo bien interesante -y esto sin querer decir que lo que se vivió fue bueno, que no lo fue para nada-, en mi caso personal, es que cuando estoy sola conmigo misma, y pienso en todo lo que viví, muy honestamente, tengo que darle gracias a Dios, porque creo que fue una oportunidad extraordinaria para recorrer caminos que yo nunca hubiera recorrido si hubiera estado en mi vida normal. Y en particular el camino espiritual; yo nunca hubiera reflexionado ni “perdido el tiempo” en reflexionar en cosas esenciales si no hubiera tenido ese vacío absoluto, esa eternidad de tedio que fue el cautiverio.
HA: Algo completamente nuevo en el libro, una revelación, para mí y supongo que para muchos lectores, es que Clara Rojas hubiera pedido permiso para ser madre. No teníamos ni idea de que ella les hubiera escrito a los comandantes de las Farc pidiendo autorización para tener un hijo.
Todo eso fue muy humano. Yo pensé mucho si iba a contar esto o no. No me quería inmiscuir en cosas que son estrictamente de ella y si lo conté fue básicamente porque quería explicar el conflicto que fue para mí; yo no sabía qué hacer en ese momento. Pienso que lo ocurrido fue algo de lo cual ella debe sentirse muy tranquila. Para mí no hay nada más importante que mis hijos, y no tuve la suerte de poder vivir toda la vida con el papá de ellos. De alguna manera el resultado de la reflexión es que, con padre o sin padre, la relación con los hijos es tan esencial que yo comprendo que ella hubiera sentido que el secuestro la estaba expoliando de lo más importante para ella, que era el derecho a ser madre. Ahora, yo no tengo ni idea de cuál haya sido la secuencia de pensamientos de Clara porque en ese momento estábamos separadas y muy distanciadas, y nunca más volvimos a ser amigas realmente. Voy a matizar esto para que se entienda: ella y yo siempre seremos hermanas; la distancia de la amistad depende del momento; pero independientemente de esto, yo respeto por completo la decisión que ella tomó.
HA: A mí me parece que Emmanuel fue una bendición, una bendición terrible. Emmanuel le dio a Colombia, o por lo menos a muchos de nosotros, la convicción clarísima de que no podía haber un bebé “prisionero político”; no podía haber un niño “canjeable”. A mí lo único que se me ocurrió fue gritar, ¡liberen a Emmanuel!
Sí, Emmanuel fue una bendición porque humanizó lo inhumanizable. Es decir, lo más inhumano y lo más infame. Para resumir mi sentimiento: Yo creo que la única decisión humana que tuvo Manuel Marulanda en su vida fue la de liberar a Emmanuel. No creo que hubiera sido espontánea, creo que Chávez tuvo mucho que ver con eso…
HA: Pero él no lo liberó, porque ya no lo tenían, liberó solamente a Clara Rojas…
Creo que él no sabía que Emmanuel ya no estaba en manos de sus milicianos. Él había tomado la decisión de liberarlo. Y pienso que esa decisión de liberar al niño no fue nada simple para las Farc. Yo me sentía metida ahí sin querer, pero para mí el niño era muy importante; yo era la madrina y lo sigo siendo en mi corazón. Me acuerdo que tuve con Sombra [Elí Mejía Mendoza, alias Martín Sombra, hoy preso] y con otros comandantes conversaciones sobre el niño y lo que las Farc decían y creían con todo convencimiento era esto: “ese niño es nuestro; cuando crezca ese niño será un guerrillero de las Farc.” Mira cómo es su lógica porque esto es fundamental: cuando una guerrillera queda esperando un niño de otro guerrillero, tiene que pedir permiso para tenerlo. Si no le dan permiso tiene que abortar; si le dan permiso, ella lo tiene, le dan tres o cuatro meses para amamantarlo y sacarlo adelante y después se lo entregan a un miliciano. Y ese niño va a crecer en manos de esa familia de milicianos y cuando cumple diez o doce años, se vuelve guerrillero. Por lo general difícilmente habrá conocido a su mamá, a duras penas sabrá quién es su papá, son niños de las Farc.
HA: Es como criar un ternero para que después pelee.
Exactamente eso. Y el niño de Clara entraba en esa categoría. El pensamiento de las Farc para con Emmanuel no era para nada diferente de cómo ellos trataban a los niños de sus guerrilleras. Entonces Chávez llega y les dice: “No, esto no se puede hacer.” Esta es una reconstrucción mía, nunca he hablado con Chávez sobre esto, no tengo ni idea de cómo fue, pero es algo que puedo reconstruir por conjeturas. Cuando Chávez se mete y comienza a buscar liberar secuestrados, en algún momento tuvo que haberle dicho a Manuel Marulanda: “Ustedes están locos; ustedes no pueden pretender que el mundo acepte que el niño que tuvo Clara en cautiverio vaya a ser de las Farc; el niño tiene una mamá y ustedes no lo pueden secuestrar.”
Ese fue el primer momento en que a las Farc les hizo clic algo que no les había hecho clic nunca. Fue monstruoso que no sacaran a Clara para que la atendiera un partero; cómo es posible que no le pidieran a William, el enfermero militar secuestrado, que estaba ahí en la misma cárcel, que ayudara. [Ingrid se queda meditando un momento, con los ojos encharcados, como reuniendo las ideas]. No, no, no. Dios tiene sus caminos. Todo parece mentira. Es increíble que el niño haya terminado en un hogar infantil, y que lo hayan encontrado, y que hayan podido dar con él. Y además que Pincho [el policía John Frank Pinchao] se haya volado a tiempo para poder dar información sobre el niño de modo que lo pudieran rastrear… Porque si Pincho no se vuela nadie se entera de que el brazo era el brazo izquierdo, de que tenía tantos años, que había nacido en tal fecha…
HA: Perdóname que te pregunte esto. Cuando liberaron a Luis Eladio y a Clara Rojas, ¿sentiste envidia?
[Suspira] Sí. Sí, mucha. Y me dio más envidia con Clara que con Lucho, porque la salida de Clara fue antes, fue la primera. Pero de alguna manera también me quitó un peso de encima. Yo pensaba, sí, qué bueno para ella, qué duro para mí. Pero al mismo tiempo pensaba: dos menos, tres menos, algo es algo. Esto lo sigo sintiendo. Uno carga con el sufrimiento de los demás una vez que sabe cuál es el sufrimiento de ellos porque es el mismo de uno. Por ejemplo hoy en día el sufrimiento de los que siguen allá es para mí una tortura; es lo que no me ha dejado desconectarme completamente de la selva. Acabo de saber que se murió el papá de Libio, el secuestrado más antiguo de las Farc, que lleva ya más de doce años en la selva, y eso es como una puñalada para mí.
HA: Hay un tema ineludible, el de tu demanda, después retirada, al Estado colombiano. Lo que yo más lamento del episodio de la demanda es que eso impida que mucha gente lea tu libro. Porque se ha levantado un gran movimiento en contra de ti. Hay una reacción en contra muy fuerte y la gran mayoría de los colombianos quieren sabotear tu libro, dicen que no lo van a comprar, que prefieren quemarlo… Y a mí me parece que este libro hay que leerlo; creo que para los colombianos es muy importante porque nos haría entender muchas cosas sobre la guerrilla, claro, pero también sobre todos nosotros.
¿Sabes qué? Yo soy muy creyente. Y durante todos estos años lo que yo aprendí es que Dios piensa mejor que yo. Es decir, Él tiene sus caminos y sus vías. De todas maneras hay tanto odio en Colombia, que me iban a descuartizar por cualquier cosa. Y yo prefiero que me descuarticen por lo de la demanda, que ni me importa –no pierdo nada-, a que me descuarticen por algo que para mí es fundamental, como el libro.
HA: En el caso de mi familia también había una responsabilidad del Estado, pero yo pienso que los que deben demandar al Estado son las víctimas más vulnerables. Los desplazados que lo han perdido todo y no tienen siquiera con qué comer. A nosotros se nos han acercado muchos abogados a aconsejarnos: demanden, esa demanda la ganamos, el Estado tendrá que indemnizarlos con miles de millones de pesos. A mí me parece bien que los desplazados lo hagan, los familiares de los masacrados o asesinados lo hagan, pero a nosotros, que no nos falta nada…
Ustedes se equivocan; eso no es así. Si los que tenemos algo no lo podemos hacer, los que menos tienen mucho menos van a poder demandar. Yo retiré la demanda porque no quería hacer más daño del que estaba haciendo, ni crear más polémica y odios, pero me parece que todo lo que hicieron le hizo mucho daño al derecho básico del ciudadano.
HA: A mí me parece que personas como tú deberían ayudar a otros a demandar, pero no demandar.
No, yo creo que las demandas nuestras les ayudarían a los demás. Habrían ayudado. Es como el oxígeno en el avión: primero tú y luego el más débil, el niño. Es un tema de sociedad; nosotros no podemos aceptar que en Colombia se vea la demanda de perjuicios o reparaciones como algo indecente. Es un derecho.
HA: El tema de la demanda está muy ligado a la polémica que hay con el ex presidente Pastrana sobre el momento del secuestro. Lo que yo me pregunto es si esta pelea entre Pastrana y tú no es un poco absurda. Unos u otros tratan de darle la responsabilidad a Pastrana o a Ingrid por el secuestro, cuando los únicos culpables de todo fueron las Farc. ¿Por qué pelean ustedes? Yo no creo que Pastrana quisiera que te secuestraran y tú tampoco querías ser secuestrada.
Yo creo que aquí hay un problema de miedo de ser acusados de algo. Cuando a mí me secuestran, mi familia cuenta que me habían quitado los escoltas, y cuando cuentan esto, obviamente la reacción del Gobierno es pensar: “nos van a echar la culpa de…” Yo creo que a mí me quitaron los escoltas para disuadirme de que fuera a San Vicente del Caguán; para que no le aguara la fiesta al Presidente, que iba también para allá. Lo que se les olvidaba es que yo llevaba mucho tiempo pidiendo escoltas y que me había recorrido la mitad del país en un bus con una sola persona que me cuidaba, lo cual era absolutamente insuficiente. Yo no tenía carro blindado ni escoltas ni nada. No tenía los esquemas de seguridad de los demás candidatos.
Para mí San Vicente era el patio de mi casa, había ido cientos de veces, y teníamos al alcalde que era de Oxígeno verde. Era el sitio donde era fácil ir y hacer cosas que se veían en todo el país. La carretera la había recorrido muchas veces; no es una carretera de montaña, es plana, podían anticiparse los retenes. Había una agitación electoral y había helicópteros sobrevolando la zona todo el tiempo.
HA: Pero Pastrana probablemente no sabía que tú tenías planeada esa visita…
Él sí sabía, por una razón: porque yo soy muy amiga de Juan Carlos Pastrana, a quien quiero infinitamente. Y cuando se acabó la zona de distensión yo llamé a Juan Carlos, y le dije, bueno, yo sé que tu hermano, el Presidente, está planeando ir a San Vicente, ¿tú crees que podamos irnos con él, me puedes averiguar a ver si nos puede llevar en el helicóptero? Y Juan Carlos me llama y me dice, olvídate, imposible.
HA: Pero eso puede entenderse, pues si te llevaba podía interpretarse como una participación en política del presidente Pastrana en plenas elecciones.
Puede ser. Y yo misma no insistí. Pero me terminan dando un carro del Gobierno. ¿Cuál es la diferencia entre montarse en un carro del Das o en un helicóptero? Los dos son del Gobierno. ¿Cuál es la diferencia entre desplazarse en carros oficiales o en un helicóptero? Cuando Juan Carlos me lo dice yo digo, no hay ningún problema; solamente asegúrenme un plan de seguridad en tierra. Cuando yo me subo a las 5 am al avión que va a Florencia, lo único que yo pido es que me confirmen el plan de seguridad con las motos, los escoltas y los carros blindados.
HA: ¿Y cuál es la versión de Pastrana?
En primer lugar ellos niegan que me quitaron los escoltas. Dicen que yo no quise llevarlos.
HA; ¿Tú pudiste haber dicho, vengan conmigo los que quieran?
No. Ellos tenían órdenes de no viajar conmigo. ¿Órdenes de quién les pregunte? Esa orden viene de arriba, me dijeron. ¿De presidencia? Pregunté. Me dijeron: sí. Después dicen que me avisaron que era peligroso. A mí personalmente no me avisaron. Pero bueno, supongamos que me avisaron que era peligrosísimo y que yo soy una loca de atar y que me voy por una carretera por donde está prohibido transitar. Pues bien; hay un retén del Ejército, ¿por qué no me paran? Por qué me dejan pasar a mí y a todo el mundo? Cuando el Ejército dice que alguien no puede pasar, nadie pasa. No lo hicieron.
Después dicen que yo firmé un documento eximiéndolos de responsabilidad. ¿Por qué tienen que inventar un documento? ¿Acaso un documento firmado por mí quita la responsabilidad de haberme dejado pasar?
HA: Entiendo el razonamiento. Pero me parece que de fondo hay una pelea de orgullo entre dos versiones, que serviría para una demanda de responsabilidad del Estado. Y yo creo que tienes derecho a demandar porque el Estado no te protegió bien. Ahora, que sea inadecuado, inoportuno, políticamente difícil de presentar, también lo pienso…
Estoy de acuerdo, fue políticamente inoportuno, lo comuniqué mal.
HA: Tal vez debiste haber demandado por un peso, si la cosa era simbólica, o al menos hacerlo a nombre de una Fundación, también. Pero si ustedes se enfrascan en una discusión, se empecinan en esta pelea de orgullo entre Pastrana y tú por dos versiones, eso no le hace bien a nadie…
Es que yo lo único que pido es que no distorsionen la verdad. Porque no hay necesidad. Yo, hasta el día de la demanda no me había molestado por decir esto o aquello sobre Pastrana. Pero sí me molestaba mucho que cada vez que yo hablaba sobre el secuestro me dijeran, es que fue culpa suya, es que usted lo buscó, es que usted quería que la secuestraran para hacerse publicidad de campaña. Eso lo han dicho funcionarios del Estado y ha calado en la población por culpa de ellos por culpa de hacer declaraciones irresponsables.
HA: Eso es una infamia. Estoy de acuerdo, pero también es muy duro que al otro, al presidente Pastrana, lo acusen de ser el culpable de tu secuestro.
Sí. Los culpables son las Farc. Pastrana no es culpable. Lo que hubo fue lo que yo llamaría un error de servicio. Yo no quiero entrar a interpretar por qué me quitaron los escoltas. Cualquier razón que fuera… no sé.
HA: Pues creo que fue por tratar de disuadirte de ir, como ya dijiste. Ellos no querían que te le robaras el show al Presidente.
Es lo más probable. Tal vez eso sucedió. Pero a partir del momento en que ellos temen que los puedan acusar de haber sido negligentes conmigo y con el secuestro, cargan la mano sobre mí. No habría debate si ellos hubieran dicho desde el primer momento que el único culpable de mi secuestro son las Farc; pero empiezan a culparme a mí. Yo creo que cada uno de nosotros reaccionamos por nuestros temores; este es un claro ejemplo de reacción por temor. Él, miedo a que lo llamen responsable. Y a mí me acusaron de tener un negocio con las Farc, que yo quería que me secuestraran y torturaran durante seis años.
HA: Imaginar eso es un síntoma de la enfermedad profunda de Colombia. Eso no puede ni imaginarse en una mente sana.
Lo que me sucedió a mí, les sucede a las víctimas en Colombia todo el tiempo. Matan a un cura y dicen que tenía relaciones con los paramilitares; matan a una mujer o la violan, culpa de ella: se prestó. En Colombia no aceptamos que las víctimas sean víctimas. Necesitamos responsabilizar a las víctimas.
HA: Supongo que el poema de Neruda del que tomas el verso que le da el título al libro, lo escogiste porque es un poema que habla de eso. De que uno habla, deja el silencio, para hablar en nombre de los demás, o por los demás, y para todos.
Sí, el poema es para todos, y es la victoria sobre la muerte. Aun la muerte no te silencia. El poder de la palabra. Mi papá sigue en mí vivo por las palabras; sus palabras están vivas dentro de mí. Él está ahí, vivo: el verbo, Dios. Ellos están vivos y tienen palabra y su sufrimiento nos tiene que doler.
HA: En ese tiempo hubo muchas especulaciones. El periodista Jorge Enrique Botero se inventó la historia de una cesárea en una trinchera durante un bombardeo del ejército y se guardó la información del niño un año para poder dar un golpe periodístico con el libro, sin avisarle siquiera a la familia de Clara. De ti se decía que estabas sufriendo el síndrome de Estocolmo.
Hubo muchas cosas horribles de parte de la prensa. Una vez yo estaba encadenada del cuello, amarrada a un árbol en la selva, y en ese mismo momento alcancé a oír por el programa de radio La Luciérnaga que Álvarez Gardeazábal decía, especulando, inventando, que yo probablemente era la amante del comandante de las Farc Alfonso Cano. Yo a Cano no lo conozco, nunca lo he visto en mi vida. Yo estaba recibiendo el peor tratamiento imaginable, me moría de angustia, dolor y soledad, mientras ellos decían que yo estaba de amante de Cano, como si estuviera pasando vacaciones o teniendo un affaire amoroso con un guerrillero de alto rango. [La voz se le quiebra]. Antes de que saliera lo de Clara el hijo era mío, era yo la que había tenido un hijo. No, no, no. Fue tan ofensivo. Tanta maldad. La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira.
Cuando hace dos meses sucedió lo de la demanda, con toda la furia que se levantó en Colombia, volví a sentir todo esto, lo mismo. Otra vez me crucificaban. Un odio concentrado contra mí, como si yo fuera el ser más infame de la tierra. Volví a ver el azufre.
HA: En alguna parte escribes que a Piedad Córdoba la liberaron en parte (cuando estuvo secuestrada por Castaño y los paramilitares) gracias a una gestión que tú hiciste con un hacendado cercano a las autodefensas…
No por eso; yo hice la gestión, pero muchos otros también la hicieron. Recuerdo que Horacio Serpa se movió y que muchos otros también lo hicieron, e hicieron mucho. Yo fui una más.
HA: Bueno. Lo que quiero preguntar es esto: ¿no hay en esa frase un reproche tácito de que la senadora Córdoba no te haya devuelto el favor?
Sí, siempre me sentí un poco así. Yo realmente me había esperado más de Piedad, porque habíamos estado juntas allá en el Caguán durante la zona de distensión. Yo esperé que en los primeros meses ella se moviera y que hiciera algo por mí. Después, con Chávez, hizo mucho y ha hecho muchísimo por todos. Pero durante el primer tiempo, debo confesar, me sentí muy abandonada por ella y por todos; la única que no me abandonó fue mi mamá… Sentí que algunos gozaban con mi secuestro: a algunos políticos les acomodaba, les daba felicidad; esto con el tiempo se convirtió en complejo de culpa, pero al principio se habían alegrado, después les dio cargo de conciencia.
HA: Hay algo muy duro y hermoso en el libro y es que tú siempre buscaste no perder algo que tu padre te había enseñado: la dignidad. Esta se expresa con la capacidad de reconocer muy bien que hay cosas más importantes que la vida, y que aunque te violenten, te maltraten físicamente, te humillen, quedaba en ti algo muy sólido porque a pesar de que te tocaran eras intocable, a pesar de que te humillaran no te hundían. Esa resistencia es lo más importante del libro: mantener la dignidad. Y una cosa hermosísima es que cada vez que te escapabas y fracasabas, aunque te volvieran a coger y estuvieras vencida, de todas maneras el intento te daba algo fundamental: te sentías más libre que antes. Esa dignidad y esa libertad ya nadie te las podrá quitar.
[Largo silencio. Ingrid Betancourt contesta sollozando]: Hay temas que me desbaratan. Hay ciertas vainas que me llevan a ciertos momentos, me veo en ciertas situaciones, siento toda mi debilidad, me da pesar de mí misma, pero al mismo tiempo agradecimiento, porque es verdad que la voz de mi padre, sus palabras, están vivas dentro de mí. Hay mecanismos mentales que a mí me ayudaron a sobrellevar las situaciones más duras e incomprensibles. Ser humano es tener ciertos mecanismos mentales, lo que nosotros llamamos principios, para poderse guiar cuando todo lo que hay alrededor es inexplicable y uno pierde la lumbre y no entiende lo que está sucediendo. Ahí están esas palabras claves, esas fortalezas, que lo ayudan a uno a mantener la perspectiva de las cosas, a cuidar lo que uno es. Hay que proteger el alma, hay que protegerla de muchas maneras, hay que protegerla del odio, de los demás. Yo sigo haciendo el duelo por mi padre. Su misma muerte, un mes después de mi secuestro, con el corazón partido de dolor, fue una declaración de amor. Al menos yo lo siento así.
HA: En la selva a ustedes los asustaban con los animales grandes. Tanto que tú llegas a ser irónica y una vez les dices: “sí, hay tigres y también tiranosaurios”. A mí me da la impresión de que el mayor peligro en la selva no está representado por las fieras, por los animales grandes: el peligro son los bichos pequeños, los insectos, las abejas, las hormigas, las termitas.
Lo terrible son las enfermedades y los bichos que te están agrediendo sin cesar las 24 horas del día y que no te matan en ese momento, pero te hacen pasar el infierno. De los animales grandes, el más peligroso, claro, es el hombre. El problema con los insectos es que no hay inteligencia; los insectos no sopesan el riesgo, no actúan como individuos. Los matas, pero igual a ellos no se les da nada, vienen otros miles o millones. Con una fiera o con un animal, hay la mirada inteligente, el cálculo; aun con los caimanes. Las fieras te evitan. Las pirañas también tienen algo de insectos, por la cantidad. Son muy agresivas y te mordisquean y atacan. No se las puede excitar. Las atrae la sangre, como los insectos, que son atraídos por el sudor y el calor.
HA: A veces parecería que los guerrilleros se portan más como insectos insensatos que como fieras inteligentes. Todavía hay decenas de secuestrados en la selva. Es como si el sacrificio de ustedes no sirviera para que las Farc entiendan que el secuestro es un arma de guerra abominable, inadmisible. En todo caso, si hiciera falta algo más para detestar a las Farc, este libro tuyo es el puntillazo final. Creo que ya nadie podrá admirarlas, en ninguna parte del mundo.
Todavía hay 18 secuestrados, de los de mi grupo, en la selva. Sin contar los secuestrados económicos. No podemos dejar que no nos duela. Yo he decidido no permitir que no me siga doliendo. Yo sé que podría desconectarme y hacer mi vida normal. Tendría derecho a ser feliz. Pero he llegado a la conclusión de que mi felicidad no puede negarme el derecho a sentir el dolor. Sigo luchando por ellos y, sobre todo, trato de ayudar a sus familiares que están libres, pero necesitan de todo.
Yo creo que los guerrilleros no tienen conciencia de lo que nos hicieron vivir. De lo que les siguen haciendo vivir a los secuestrados. Y creo que no tienen conciencia porque ellos viven en un mundo cerrado. Básicamente ellos deciden alejarse de su familia y ser secuestrados de su propia organización. ¡Los primeros secuestrados de las Farc son ellos mismos! Y lo que ellos nos imponían a nosotros era, en la visión de ellos, hacernos vivir a nosotros –de una manera acentuada- la vida horrenda que vivían ellos. Fíjate que muchos de los muchachos que terminan en la guerrilla a partir de cierto momento ya no quieren estar ahí; quieren volver a ver a sus familias, quieren salir de la selva. La vida en la selva es pavorosa… No es un sitio para un ser humano. Ellos, entonces, no tenían conciencia del horror que nos estaban haciendo vivir porque pensaban que nosotros, en últimas, estábamos viviendo lo que ellos vivían desde siempre.
Yo espero que esto que escribí, si lo leen, les haga entender el horror, no solamente de lo que nos hicieron vivir a nosotros sino de lo que significan para Colombia. Pero desgraciadamente las Farc se nutren, sobre todo, de nuestro rechazo. Es gente que se siente rechazada por el sistema y que siente que vivir donde están es una gran oportunidad, porque tienen dinero, tienen armas, hacen su ley. Creo que no se dan cuenta del sistema absurdo que crearon: un sistema de delación, un sistema de corrupción interna… ¿qué le puede ofrecer a Colombia, (un país polarizado, nutrido por mucho odio y por mucho rechazo también), qué alternativa puede ser una organización como las Farc, hecha de odio, de corrupción, de violencia? Si yo hubiera visto dentro de las Farc un sistema en el que ellos, por lo menos entre ellos, hubiera gran camaradería, hubiera amor, hubiera ética, grandes ideales, yo habría dicho quizá esta gente sí pueda ser una alternativa para el país, pero lo que yo veo en las Farc es la caricatura de todos los vicios de nuestra sociedad. Por esto mismo tengo un anhelo fundamental: pienso que Colombia tiene que cambiar su corazón. Creo que estamos muy enfermos como sociedad, y tenemos que empezar a cambiar en cada uno de nosotros: no es el Presidente, no es el Congreso, no es la Justicia, no es el narcotráfico (siempre les echamos la culpa a ellos), todo eso entra dentro de ese mismo círculo vicioso del cual hacemos cada uno parte. Es la manera como nosotros vivimos en sociedad lo que está enfermo. Hay cosas que tenemos que procesar y cambiar.
Si este es el puntillazo para las Farc, está bien. Si ese es el efecto del libro, está bien. Porque lo que yo sí quisiera es que ellos rectifiquen… Ellos tienen una terminología y una de las cosas que está en su jerga es la palabra “rectificar”. Pues bien, yo creo que ahí hay mucho que rectificar. Las Farc son totalmente anacrónicas, no son viables sino en la selva. En la selva entendida como lugar prehistórico, del paleolítico.
HA: Creo que la escritura te ha transformado. Creo que te ha servido mucho escribir este libro. Creo que ya eres otra…
Mi vida cambió completamente con el secuestro. Lo que hoy me hace feliz, no tiene nada que ver con lo que me hacía feliz antes. Mi ritmo de vida, mi pensamiento, todo es diferente. Yo creo que ya no soy feliz de la misma manera; no necesito las mismas cosas. Hay un desprendimiento de muchas cosas, necesito de muy poquito. Y ahora mi vida ha vuelto a cambiar, con este libro que pude escribir sola, y que me curó por dentro. Me fascina escribir; quiero decirte que me fascinó escribir. Ya no quisiera hacer nada más en la vida sino escribir.
Las fotos de Ruven Afanador
Los retratos que ilustran esta entrevista, trabajo del fotógrafo colombiano más famoso y uno de los más reconocidos del mundo, se gestó en Bucaramanga, donde Ruven Afanador nació en 1959. Allí, en la Feria del Libro, se cruzaron el artista y Héctor Abad. El escritor le contó de su entrevista con Íngrid Betancourt y le preguntó si le interesaba hacerle las fotos. El fotógrafo se emocionó y dijo que le encantaría, que hace años quería hacerle una foto a Íngrid. ¿Cuánto costaría? “Si hacemos el trabajo en Nueva York pues nada. Sería mi regalo a ti, a El Espectador, a Colombia y, aún más, sería un gran regalo para mí”. Gracias Ruven. Aquí está el resultado. Las imágenes se hicieron el miércoles en uno de sus estudios en la Gran Manzana. ¿Quién es Afanador? Un colombiano que se fue a probar suerte a Michigan, se consolidó en estudios de Washington, se hizo artista global desde Milán y ha recogido parte de su obra en los libros Torero y Sombra.
Lo define un aparte de la entrevista que publicó la revista Summus, de El Espectador, en septiembre del año pasado: “Ruven Afanador habla suave, rozando casi el silencio. A pesar de que su cuerpo acaricia los dos metros de altura y de tener una espalda maciza y la cabeza rapada como la de un boxeador, se revela como un hombre de gestos sutiles apenas abre la puerta del apartamento 7B, ubicado en el corazón del barrio Chelsea, al oeste de Manhattan. Ruven Afanador se ha convertido en uno de los fotógrafos preferidos de las principales casas de moda del mundo y de los editores de las revistas más vanguardistas y las estrellas de cine más codiciadas. Innumerables celebridades han posado para él y cientos de revistas le han confiado sus portadas. Basta decir que Afanador forma parte de la élite del arte mundial”.
El animal más peligroso
“Lo terrible son las enfermedades y los bichos que te están agrediendo sin cesar las 24 horas del día y que no te matan en ese momento, pero te hacen pasar el infierno. De los animales grandes, el más peligroso, claro, es el hombre. El problema con los insectos es que no hay inteligencia; los insectos no sopesan el riesgo, no actúan como individuos. Los matas, pero igual a ellos no se les da nada, vienen otros miles o millones. Con una fiera o con un animal, hay la mirada inteligente, el cálculo, aun con los caimanes. Las fieras te evitan. Las pirañas también tienen algo de insectos, por la cantidad. Son muy agresivas y te mordisquean y atacan. No se las puede excitar. Las atrae la sangre, como los insectos, que son atraídos por el sudor y el calor”.
“Había esperado más de Piedad”
H.A.: En alguna parte escribes que a Piedad Córdoba la liberaron en parte (cuando estuvo secuestrada por Castaño y los paramilitares) gracias a una gestión que tú hiciste con un hacendado cercano a las autodefensas…
I.B.: No por eso; yo hice la gestión, pero muchos otros también la hicieron. Recuerdo que Horacio Serpa se movió y que muchos otros también lo hicieron, e hicieron mucho. Fui una más.
H.A.: Bueno. Lo que quiero preguntar es esto: ¿no hay en esa frase un reproche tácito de que la senadora Córdoba no te haya devuelto el favor?
I.B.: Sí, siempre me sentí un poco así. Realmente había esperado más de Piedad, porque habíamos estado juntas allá en el Caguán durante la zona de distensión.
“Me dio mucha envidia”
HA: Cuando liberaron a Luis Eladio y a Clara Rojas, ¿sentiste envidia?
I.B.: (Suspira) Sí. Sí, mucha. Y me dio más envidia con Clara que con Lucho, porque la salida de Clara fue antes, fue la primera. Pero de alguna manera también me quitó un peso de encima. Pensaba, sí, qué bueno para ella, qué duro para mí. Pero al mismo tiempo pensaba: dos menos, tres menos, algo es algo. Esto lo sigo sintiendo. Uno carga con el sufrimiento de los demás una vez que sabe cuál es el sufrimiento de ellos, porque es el mismo de uno. Por ejemplo, hoy en día el sufrimiento de los que siguen allá es para mí una tortura; es lo que no me ha dejado desconectarme completamente de la selva. Acabo de saber que se murió el papá de Libio, el secuestrado más antiguo de las Farc, que lleva ya más de 12 años en la selva, y eso es como una puñalada para mí.
El poema de Pablo Neruda que inspiró el título del libro
Para todos
De pronto no puedo decirte/ lo que yo te debo decir,/ hombre, perdóname, sabrás/ que aunque no escuches mis palabras/ no me eché a llorar ni a dormir/y que contigo estoy sin verte/ desde hace tiempo y hasta el fin./ Yo comprendo que muchos piensen,/ y qué hace Pablo? Estoy aquí./ Si me buscas en esta calle/ me encontrarás con mi violín/ preparado para cantar/ y para morir./ No es cuestión de nadie,/ ni menos a aquellos, ni a ti,/ y si escuchas bien, en la lluvia,/ podrás oír/que vuelvo y voy y me detengo./ Y sabes que debo partir. / Si no se saben mis palabras/ no dudes que soy el que fui./ No hay silencio que no * Del libro ‘Plenos Poderes’, de Pablo Neruda
H.A.: El poema de Neruda del que tomas el verso que le da el título al libro, lo escogiste porque es un poema que habla de eso. De que uno habla, deja el silencio, para hablar en nombre de los demás, o por los demás, y para todos.
I.B.: Sí, el poema es para todos, y es la victoria sobre la muerte. Aun la muerte no te silencia. El poder de la palabra. Mi papá sigue en mí vivo por las palabras; sus palabras están vivas dentro de mí. Él está ahí, vivo: el verbo, Dios. Ellos están vivos y tienen palabra y su sufrimiento nos tiene que doler.

Rodrigo Núñez Carvallo


viernes, septiembre 24, 2010

Martes 28: Presentación de ALMA ALGA, de Karina Pacheco Medrano

Borrador Editores los invita a la presentación del libro de cuentos
ALMA ALGA de Karina Pacheco Medrano
Comentarios a cargo de:
Alina Gadea y Gabriel Ruiz Ortega

Moderador: Leonardo Dolores
La cita será en Jazz Zone: Pasaje del Suche (Av. La Paz 646) Miraflores. Lima
Ingreso libre
Vino de honor
Alma alga es un libro de cuentos, pero también es un cofre donde el lector encuentra objetos únicos: piedras sagradas que hablan desde la prehistoria; un sombrero que guarda el recuerdo del padre; ciudades y desiertos de sol ausente; una mujer que descubre la naturaleza del aliento en las noticias de la televisión; un violín cuya música despierta utopías; y también un grito: Agua, Volcán, Viento, Alma, Alga, desde el fondo de un lago en el que sin querer ya nos hemos sumergido al momento de abrir este libro. Karina Pacheco Medrano nos ha preparado un lugar donde lo mítico y lo real se abrazan; donde la sensualidad, la nostalgia y la contemplación del otro son los ingredientes de un plato servido a través de las palabras.