viernes, septiembre 30, 2011

jueves, septiembre 29, 2011

En la yugular 1

He creído conveniente abordar tres libros de cuentos para este primer post de En la yugular. En realidad, estaba casi seguro que lo haría con novelas. Sin embargo, de alguna u otra manera, he estado leyendo muchos cuentarios en estos últimos meses, por ello no podía ser ajeno con las tan complicadas parcelas de las distancias cortas.

Por otra parte, debo dejar en claro que los comentarios que leerán a continuación no los avala un crítico literario de oficio (en realidad, jamás me ha seducido esa aspiración), pero sí un lector. En este sentido, En la yugular tendrá todo el condimento impresionista posible, en buena onda con las publicaciones (peruanas y extranjeras) que me han gustado e intentando sustentar mis reparos con las que no. Y claro, vale decirlo una vez más (ya perdí la cuenta): este blogger lee libros, no personas.

Ahora, contra lo que algunos puedan pensar, mi contacto con el mundillo literario peruano es casi nulo. En él solo tengo cuatro amigos escritores que frecuento con regularidad (cierta gentita cree que soy “amigo” de medio mundo porque presento libros, porque ven mi nombre en contraportadas, por las entrevistas que realizo a nuevos, no tan nuevos y consagrados escritores, etc.). En otras palabras: algo de objetividad (distancia) verán en este y futuros posts de la sección del blog que, en la medida de mis energías, será semanal.

1.

 Recuerdo bien lo primero que leí del galardonado escritor argentino Andrés Neuman: la novela Bariloche. Y no me gustó. Pero tampoco era para bajarle el dedo. Total, no hay que esperar grandes proezas de los primeros hijos literarios. Empero, lo que aún mantengo en la retina es su prosa muy bien trabajada, quizá en algo tributaria de su faceta como poeta, interesante por cierto. A lo largo de los años he leído otras cosas suyas, como la ganadora del Alfaguara El viajero del siglo. Por razones que no vienen al caso detallar, no la pude comentar. Pero ahora sí se presentan las condiciones para abordar brevemente una publicación suya: el conjunto de relatos El fin de la lectura (Estruendomudo).

Ni bien llegué a su última página, me hice la siguiente pregunta: ¿Escribir bien es literatura? No sé si la respuesta que ronda mi cabeza sea la ideal. Seguiré cavilando. Lo que sí me queda claro es que Neuman tiene los recursos suficientes para escribir con eficiencia de absolutamente toda clase de temas. No hay barreras para su prosa. Es una máquina de narrar. Sin embargo, en ninguna de las cinco secciones del libro (‘Amantes aparentes’, ‘Morir bien’, ‘Familia’, ‘¿Qué es un héroe?’ y ‘El fin de la lectura’) encuentro relato alguno que se salve de la férula del olvido. Como si a estas narraciones les faltara un flujo diferente, un toque mágico, dejando pues una certeza, digamos, flotante: párrafos bien adornados, efectistas (magistral manejo del humor) y más que cumplidores. Certeza flotante que desaparece ni bien pasas al siguiente cuento. Lamentablemente, El fin de la lectura no transmite nada.



2.

 Bastó el cuento “Algo se perdió” para encontrarme ante una nueva Katya Adaui. Algo se nos ha escapado (Borrador) es, por donde se le mire, inmensamente superior a Un accidente llamado familia (Matalamanga, 2007).

 Katya Adaui no se hace problemas. No le interesa cincelar con su prosa. Esta es más que nada funcional, con la que se apoya para transmitir nervio, sangre y experiencia. Adaui sabe lo que cuenta. Mientras más cruda es, resulta excelente; pero cuando apuesta por el humor (forzado) y la onda reflexiva, en especial en los microrrelatos, que jamás debieron incluirse, dan ganas de cerrar el libro y abrirlo días después.

Si la autora plasmara en un relativo largo aliento el pulso y la soltura de relatos de buena factura como “Un accidente llamado familia”, “Es una gorda que gime”, “Sus años como padre”, “Después sabremos”, “Mi hermano afgano”, “El nombre de la isla es perfecto” y un par más que se me van, las demás plumas de su generación (entre hombres y mujeres) publicarán para ser segundas. Esa es la verdad. Ya saben entonces: a leer Algo se nos ha escapado.


3.
 Me causa extrañeza escribir sobre Julián Pérez. Pérez es un narrador que merece sí o sí un mayor reconocimiento mediático. Para empezar, tiene en su haber la mejor novela sobre la violencia política, Retablo (Premio de Novela de la Universidad Federico Villarreal, 2004). Y en lo personal tuve la buena fortuna de presentar, en la FIL de 2007, su muy interesante novela breve El fantasma que te desgarra (Altazor). Pero de qué me vale reclamar una mayor atención para este buen escritor cuando él mismo atenta contra ese fin, cuando ni siquiera asiste a la presentaciones de sus propios libros. Por eso lo de la extrañeza.
En librerías limeñas podemos encontrar sus dos últimas publicaciones: la novela Resto que no cesa de insistir (Atalaya) y el conjunto de cuentos que comentaré: Piel de Utopía (Bisagra).
El mundo literario de Pérez se desplaza, en profundidad en el mundo andino y rural, por la épica, la justicia social, la visión ideológica de izquierda y el erotismo. En esta cuarta característica es uno de los mejores.
Sin embargo, Piel de Utopía es un gran paso hacia atrás. Ligereza épica. Acartonada justicia social. Remanido discurso de izquierda entre líneas. Y plástico erotismo. Una decepción para un lector que esperaba experimentar en el cuento el caudal verbal y lírico de sus reconocidas novelas.
Los ocho relatos de la publicación (la homónima que la titula, “Aguacero”, “Hijos del viento”, “La memoria es un animal encantado”, “Muchacha de coposa cabellera”, “Juramentos del caballero bermejo” y “Pumaranra, una vez más”) se estrellan en sus respectivos desarrollos (comienzan bien y no tardan en morderse la cola), signados por un nada silente espíritu de denuncia, y peor aún: fueron escritos pensando en un reducido sector de lectores duchos en el manejo de insoportable jerigonza teórica. A lo mejor estos patitas le otorgarán a Piel de Utopía el valor literario que yo no he podido encontrar.

miércoles, septiembre 28, 2011

Literatura Magazine


De todos los textos que vengo leyendo de la última novela de Michel Houllebecq, El mapa y el territorio, este de Ignacio Echevarría, en El Cultural.es, parece poner las cosas en su lugar. De paso, el crítico nos deja esta estupenda reseña de Nadal Suau

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La última novela de Michel Houellebecq, El mapa y el territorio (Anagrama), ha sido la estrella de la rentrée literaria. Ganadora del último Premio Goncourt, ha llegado a nuestro país precedida de los entusiastas clamores de buena parte de la crítica francesa, que la ha señalado como la mejor novela de su autor. La recepción que la prensa española viene brindando al libro tiende, en general, a ratificar esta valoración, que matiza y corrige muy bien la estupenda reseña publicada por Nadal Suau en este mismo suplemento, hace ahora tres semanas. Léanla, háganse el favor, si no lo hicieron en su momento, pues se trata de una pieza verdaderamente ejemplar.

Por mi parte, quiero recoger aquí un pasaje que me parece especialmente perspicaz. Dice Suau que “en Houellebecq, como él mismo escribió sobre Lovecraft, hay algo que ‘no es del todo literario'. El francés es un autor imprescindible, pero no un excelente escritor. Quiero decir que sus libros parecían hasta ahora esbozos a la espera de obtener una verdadera forma artística, y a mí me parecía bien así, eso casaba perfectamente con su desnuda convicción de acabamiento del mundo, con su conciencia de callejón sin salida. Era una propuesta interesante: novelas de urgencia para explicar qué está pasando, insinuando que el estilo es hoy por hoy una imposibilidad. Pero de pronto, El mapa y el territorio intenta ser literaria en un sentido perfectamente goncourtiano”.

Parece evidente que es esa pátina de literariedad, en el sentido goncourtiano, lo que ha conseguido disipar la aprensión que algunos sentían hacia un autor que, en efecto, no terminaba de parecerles “del todo literario”. Lo sorprendente, sin embargo, es que, tan contentos con reconocerlo por fin como escritor literario, no reparen en que lo literario, precisamente -como Suau no deja de sugerir-, se le da bastante mal a Houellebecq. Se le da pésimo, de hecho. Desde el punto de vista narrativo, El mapa y el territorio es una verdadera calamidad; lo mismo da que la hayan celebrado como la novela más “clásica” de su autor. Suau hace bien en sospechar si no estarán queriendo decir más “convencional”.

Lo que confiere su aliciente particular a un autor como Houellebecq es eso mismo, que “no es del todo literario”. Más allá de sus actitudes más o menos provocadoras, lo que lo convierte en un escritor significativo de nuestro tiempo es la forma tan desinhibida con que se sirve del molde novelesco para hacer -mejor que nadie hasta el momento- lo que podríamos considerar “literatura magazine”.

La literatura magazine es algo sustancialmente distinto a lo que se entiende por literatura periodística. Viene a ser una mezcla de etnología social, de revista de actualidad cultural, de filosofía de salón, de radar de tendencias, de guía para esnobs, de humorismo crítico, de vaciados de Wikipedia… en fin, de todo eso que se despliega semanalmente, con gran lujo de medios, en cualquiera de los magazines dominicales de la prensa diaria.

Como en ellos, hay en El mapa y el territorio un tema sensacionalista de portada (“el fin de la era industrial”, como se ha dicho pomposamente), un perfil/entrevista con un personaje de postín (el mismísimo Michel Houellebecq, para el caso), varios reportajes sobre temas más a menos “candentes” (las transformaciones del mercado del arte, el recambio de las elites a las que van destinados los productos de lujo, el neorruralismo en auge), las habituales secciones de turismo, gastronomía, música, literatura, televisión, estilo, salud, vida sexual, motor, fotografía, nuevas tecnologías (con bien informadas comparativas entre marcas), un relato policial, amenas curiosidades (sobre la mosca doméstica, sobre cómo se introdujo en la corte de Francisco I ese gracioso perrito de compañía que es el bichón boloñés, etc.), todo ello sostenido -y eso es lo mejor- por incisivas columnas de opinión, a la manera de las que firman habitualmente plumas intempestivas como las de Arcadi Espada o Félix de Azúa, por ejemplo.

Literatura magazine, pues. Que, en este caso, bajo su sobreactuado nihilismo no deja de segregar una ideología básicamente conservadora, de naturaleza reaccionaria, dicho sea en el sentido más cabal y respetable del término. Y que, precisamente por la urgencia con que trata de “explicar qué está pasando”, renuncia a la dimensión más propia de lo literario, que no es propiamente explicar lo que está pasando ni lo que deja de pasar sino más bien comprenderlo, en el doble sentido que tiene el verbo comprender: entender y abarcar, contener. Así, en cursivas, como a Houellebecq le gusta.

Roas premiado


Desde este blog, mis felicitaciones para David Roas por el IV Premio Málaga de Ensayo a razón de Tras los límites de lo real. Una definición de los fantástico.
Tomado de aquí.

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'Tras los límites de lo real', del escritor catalán David Roas, y 'Un incendio invisible', de la sevillana Sara Mesa, son las obras ganadoras del cuarto Premio Málaga de Ensayo y del sexto Premio Málaga de Novela, respectivamente, que convoca el Instituto Municipal del Libro (IML).
El alcalde de capital malagueña, Francisco de la Torre, acompañado por el concejal de Cultura, Damián Caneda, ha sido el encargado de entregar este lunes los galardones, dotado de 8.000 euros en el caso del ensayo, y de 24.000 euros en el de la novela, configurándose éste último como "uno de los premios literarios más importantes tanto de Andalucía como del panorama nacional".
En el acto también han estado presentes el director del Instituto Municipal del Libro, Alfredo Taján; la directora de la Fundación José Manuel Lara, Ana Gavín; el director de la editorial Páginas de Espuma, Juan Casamayor, así como el editor Ignacio Garmendia y el escritor y miembro del jurado Antonio Soler.
En cuanto a la novela ganadora, que Gavín ha calificado como "muy especial", la directora de la fundación que publicará dicha obra le ha augurado "muchos lectores" y, con respecto a la autora, ha manifestado que se trata de "una novelista que tiene futuro". Asimismo, ha valorado la relación existente con el Ayuntamiento, "muy fluida", y "el esfuerzo bastante importante" que supone continuar con este premio.
Mesa, por su parte, ha considerado este galardón "un espaldarazo muy importante en mi trayectoria como escritora", y ha destacado la edición "muy atractiva" que se ha publicado de su obra. Y es que, a diferencia de lo que supone para un escritor consolidado recibir un premio, otro que "está empezando siente un estímulo y un apoyo a la necesidad de seguir explorando".
En cuanto a la temática de la obra, la autora ha manifestado que cuando comenzó a escribirla, hace ahora tres años, no imaginó que la historia de una ciudad repentinamente abandonada pudiera convertirse en "una metáfora de los tiempos actuales". No obstante, ha advertido de que no se trata de una novela "pesimista".
En cuanto al ensayo, Juan Casamayor ha valorado "la apuesta sólida" del Instituto Municipal del Libro y su vocación por "la internacionalización" de este género; que, a su juicio, se manifiesta con "la propia existencia" de este premio, que con éste celebra su cuarta edición.
En palabras de su autor, este libro era "necesario, porque habla de una categoría necesaria: lo fantástico", cuya recuperación como género de investigación ha defendido. Así, con 'Tras los límites de lo real' ha tratado de "intentar definir mi propia idea de lo fantástico", ha explicado.
Según Roas, lo fantástico es "una cuestión que se está investigando", ya que, bien "por desconfianza" bien "por consideración de que es un género menor", no cuenta con la suficiente importancia en España. Sin embargo, ha incidido en que durante los siglos XIX y XX la mayoría de los autores españoles escribieron sobre literatura fantástica, aunque ha reconocido que, desde hace 10 años, "se empieza a ver interés" al respecto.
'UN INCENDIO INVISIBLE'
'Un incendio invisible' es una novela de atmósfera inquietante y perturbadora que retrata el vacío y lo absurdo de la sociedad contemporánea. Con ella, Mesa consigue recrear la degeneración de una urbe de un futuro no demasiado lejano que puede servir de referencia y reflexión.
El jurado de esta sexta edición ha estado formado por profesionales de reconocido prestigio del mundo de las letras, como son los escritores Ángeles Caso, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Orejudo y Antonio Soler, así como el editor y crítico literario Ignacio Garmendia y el director del Instituto Municipal del Libro.
'TRAS LOS LÍMITES DE LO REAL'
En cuanto al ensayo ganador, plantea la iniciativa de proponer una definición de lo fantástico, un mapa casi definitivo de su funcionamiento y efectos trazado a través de conceptos como la realidad, el miedo, lo imposible o el lenguaje.
Las razones alegadas por el jurado para elegir la obra de David Roas como ganadora son que "frente a la imagen habitual de lo fantástico, este ensayo novedoso, propone cuatro categorías para delimitar la noción de la Literatura fantástica en contraposición a otros géneros próximos".
Así, a juicio del jurado, integrado por el catedrático y ensayista Javier Goma Lanzón; la catedrática y ensayista Estrella de Diego; el novelista y ensayista, Espido Freire; el profesor de la Universidad Pompeu i Fabra y articulista del diario El País, Jordi Gracia García, el director de la editorial Páginas de Espuma.

Miércoles 28: Tercer Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor



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Entrevista: Leonardo Caparrós



“Creo en la unicidad del texto, qué cuentas y cómo lo cuentas están íntimamente unidos, y solo juntos creo que pueden dar una relevancia a lo que se escribe”

Leonardo Caparrós, escritor

Leonardo Caparrós (Lima, 1972) es el autor de la interesante novela Un desconocido perfecto (Punto de Narrativa, 2010). Sobre esta publicación, conversé con él.

Gabriel Ruiz Ortega



A primera impresión, podría pensarse que Un desconocido perfecto es una novela sobre la locura.

No lo creo, o por lo menos no fue la intención, aunque muchas veces los textos toman vida propia. Yo siempre la vi como una novela sobre la búsqueda - un tema además para mí recurrente -, la necesidad de encontrar las puertas correctas a como de lugar, de ubicarse en el planeta de alguna forma y con cierto sentido. Esta búsqueda incesante toma diversos caminos y nos empuja a tomar constantes decisiones.  Estas decisiones, por supuesto, no siempre son acertadas o no siempre buscan serlo, solo son lo que tiene que ser y punto, simples senderos que se escogen  en un momento dado, la mayor parte de veces sin mucho análisis, aún cuando luego pueden resultar determinantes en mucho sentidos.

El protagonista, Javier Gamarra, tiene todas las características de un enajenado.

Creo que todos cargamos una angustia por “hacer”, en el sentido más amplio de la palabra, y así empezamos a buscar, una carrera, una profesión, un trabajo, una novia, una esposa, una carro, una casa, y largos etcéteras. Constantemente estamos tras “algo”, o por lo menos buscando el “algo” para estar atrás de él. Esta fuerza de vida no la veo ni mala ni buena, solo está y nos va llevando. Es para mí al menos, la búsqueda llevada a un extremo, cuando la ansiedad y los fracasos se juntan en una formula peligrosa y te obligan (porque realmente creo que en este punto no se tiene alternativas) a tomar decisiones aparentemente radicales para algunos, pero totalmente lógicas para el que se encuentra en ese punto. Javier Gamarra no es un loco desesperado, solo el producto de una serie de eventos ajenos y de acciones propias que lo fueron encaminando mansamente hasta el punto de matar.

Me fue imposible no catalogar la novela como una acertada metáfora de lo que fueron los años 90 en Perú.

Los 90´s en Lima tienen una connotación muy interesante, pues ha sido un década pérdida para muchos, en especial para mi generación. Nada de lo que se sabía o se creía saber antes de los 90 tenía sentido en esa década, nada era útil pues se estaba construyendo un nuevo orden, una nueva sociedad. Lo anterior, era como un pasado muy lejano lleno de mentiras, metáforas y cuentos. Luego de los 90, todo se desarmó, y fue mas bien esa década la del engaño, la de la mentira, y no me refiero precisamente a los actos de un gobierno particular, ni a Fujimori, me refiero a todo en todos lados. Resultado: miles de jóvenes perdidos, tratando de reconstruir un imaginario inexistente con retazos de un pasado ajeno, de una década (90´s) que nunca entendieron del todo y de un presente para el cual no estaban preparados.
¿Qué es lo que más recuerdas de esa época?
Recuerdo que a mediados de los 90 me reunía con gente de mi edad (entre 23 y 28 años), profesionales jóvenes hijos de un mundo liberal y capitalista, y todos se preguntaban cuál era su especialidad. Era muy simpático ver la cantidad de “expertos” en esto u lo otro, con menos de 30 años, que podían caber en una casa un sábado por la noche. A partir del año 2000 la cachetada fue general, nos bajaron de la nube y no todos sobrevivieron.
Javier Gamarra no puede asumir la realidad si no es por medio de una lacerante fragmentación de la misma.

Esa fragmentación que mencionas es definitivamente un herencia que llevo conmigo y si coincido en que se puede ver en la novela. Te hablaba de las búsqueda, pues bien, los 90´s nos dejaron a muchos una ansiedad tremenda por tener una identidad, pues nos dieron nada y nos quitaron todo. Como a Javier, solo nos quedó retacear lo poco que había.

Imagino que investigaste sobre el tema de la locura. De ser así, ¿fue una investigación exhaustiva o solo cogiste ciertos elementos para darle fuerza a la configuración del protagonista?

No fue necesario investigarla. Pero antes una cuestión de orden (se me sale el abogado, perdona), la locura es un término muy duro, pues creo que solo estamos ante la superposición de realidades diferentes, distintos puntos de vista cuyos hilos lógicos difieren bastante de los de la mayoría. En este entendido, no solo los llamados “locos” llevan esta vida paralela, sino otras personas con discapacidades mentales, por ejemplo. La normalidad esta construida sobre la estadística, más pensamos lo mismo, pues más normal se vuelve ese punto de vista. Pero, te decía que no fue necesario investigar. Y en realidad no lo fue, dos personas de mi familia y un amigo de barrio, todos muy cercanos, han tenido intensas etapas fuera de la realidad que conocemos. Han vivido por largas temporadas sumidos en un escenario paralelo que por más que me esforcé nunca pude descifrar del todo.  Yo mismo he vivido etapas en que mi realidad era muy distinta a lo que se podría llamar normal, especialmente en lo que se refiere a fobias. Todo esto me acercó mucho a la comprensión de lo diferente y al respeto que ello merece. Javier era muchas personas que conozco, fundidas en un ser único y distinto. Su manera de ver el mundo es exclusivamente suya, pero su nacimiento se alimentó de gente como él, que sin buscarlo, se alejó un poco mas del resto de lo que llamamos cordura.

En lo personal, me queda claro que el principal tema de la novela es el de la memoria. Hasta pienso que la aparente locura de Gamarra es un pretexto para no solo desmontar su vida, sino también para encontrar “un lugar” en el presente.
Yo te decía que era la búsqueda, pero como me has planteado el tema de la memoria, creo que hay una coincidencia. Encontrar “un lugar” en el presente pasa decididamente por una deconstrucción y comprensión del pasado. Al menos si se quiere un presente equilibrado. Fallar justamente en ello, en esa deconstrucción, es lo que te puede alejar ya en el presente de ciertas “normalidades”. Como siempre en esto no hay malo ni bueno, la carga moral no existe en este proceso.





En cuanto a la manera de relatar, es evidente que empleas una prosa cautelosa.



Creo en la unicidad del texto, qué cuentas y cómo lo cuentas están íntimamente unidos, y solo juntos creo que pueden dar una relevancia a lo que se escribe. Yo no diría que el estilo está al servicio de la historia, creo que ambas, el estilo y la historia caminan juntas y se sirven mutuamente. Creo que no hay historia mala, todo depende cómo la cuentes, pero tampoco hay estilo bueno, que pueda triunfar a pesar de la historia. El lazo es tan fuerte que en realidad sólo veo la diferencia ahora que lo conversamos, pero al momento de escribir todo se funde discretamente.



Tengo la impresión de que la novela como tal la terminaste hace muchísimo tiempo.



Tienes una muy buena impresión. Las primeras 20 hojas de la novela, que empezó como un cuento fuero escritas en el 2000. De esas 20 hojas han sobrevivido muy pocas líneas. En el 2004 retomé este cuento inconcluso justo porque quería cerrar una serie de cuentos que tenía igual, y de pronto la cosa se puso bonita y fueron casi cuatro meses muy intensos. El resultado fueron en ese momento unas 120 páginas ya con el nombre Un desconocido  El final ya estaba.  Luego a partir del 2008 en adelante empezó un lento proceso de revisión, corrección, consulta con generosos amigos, más coerción, hasta que se publicó. Todo a paso muy lento, lo disfruté mucho.



Todo escritor es tributario de sus influencias literarias, lo mismo ocurre con cada proyecto narrativo. ¿Cuáles fueron las que nutrieron Un desconocido perfecto?



De todos lados se cada lago, pero si alguien me marcó de manera importante en la época que escribí la novela fue Roberto Bolaño. Entre 2002 y el 2005 debo haber leído todo lo que había escrito y publicado hasta esa fecha. Luego han salidos otros textos (que ya leí por supuesto), pero fueron Detectives Salvajes, Putas Asesinas y  Llamadas Telefónicas, mis principales influencias en esa época.



La novela también da la sensación de ser un recuento de frustraciones.



La vida está llena de frustraciones, también de pequeños logros, creo que las pequeñas alegrías que he tratado de dejar en la novela pueden haber sido devoradas por las frustraciones. Pero en realidad, eso se deriva de la lectura injusta que muchas veces hacemos de nuestras propias vidas. A veces decimos que nos va mal o nos frustramos por temas que son complicados, nadie lo niega, pero que generalizamos como si fuera nuestro día a día. Los que aparentemente son pequeños momentos de alegría, son muchas veces lo que nos mantienen vivo. Somos más propensos a recurrir a momentos de alegría construidos, y nos olvidamos de los verdaderos, de los que realmente fortalecen al ser humano. Este invento de la “hora loca”, lo habrás escuchado o vivido, es probablemente el punto más alto de esta construcción, un momento dentro de una fiesta o reunión (que supone es un momento de diversión) en el que “tenemos que divertirnos”. Es brutal como concepto.



¿Podrías decirme de qué va tu siguiente proyecto literario?



Tengo una recopilación de cuentos que me gustaría editar pronto, pero todavía no encuentro con quién. Son cuentos que van desde 1999 hasta el año pasado. Son como mi pequeña biografía literaria. Por otro lado he comenzado la segunda novela, la búsqueda de un sitio sigue siendo un tema central, pero ahora estoy tratando de involucrar realidades más lejanas para mí. Los personajes principales, hasta ahora por lo menos son un gay y una mujer. Me está costando llevarlos adecuadamente, pero me parece un paso necesario en mi narrativa, que hasta ahora se ha basado en territorio que conozco: la experiencia masculina.

martes, septiembre 27, 2011

Festival de Poesía de Lima 2011



En las próximas semanas se llevará a cabo El Festival de Poesía de Lima, organizado por Casa Katatay.
En el siguiente enlace verán a los poetas que participarán del evento. Clic aquí.


lunes, septiembre 26, 2011

Jueves 29: Homenaje a Hildebrando Pérez Grande


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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

FACULTAD DE LETRAS Y CIENCIAS HUMANAS
DEPARTAMENTO DE LITERATURA

COLOQUIO
 CELEBRACIÓN POÉTICA: AGUARDIENTE, FOREVER DE
HILDEBRANDO PÉREZ GRANDE
 PROGRAMA


1.  Inauguración:
Hora: 3:00pm.
·         Antonio González  Montes
2.  El tiempo y la memoria en Aguardiente, forever
Hora: 3:10-4:10pm.
·         Horacio Villanueva Álvarez
·         Mauro Mamani Macedo
·         Eduardo González Viaña
    Moderador: Agustín Prado Alvarado

3. Ande, patria y nación en la poesía de Hildebrando Pérez Grande
Hora: 4:10- 5:10 pm.
·         Erick Ramos
·         Alex Morillo
·         Eduardo Lino
     Moderador: Daniel Amayo

4. Aguardiente en la tradición poética peruana: bordes y desbordes
Hora: 5:10-6:10 pm.
·         Gonzalo Espino Relucé
·         Dorian Espezúa Salmón
·         Marco Martos Carrera
     Moderador: Elías Rengifo
  
5. Poesía y música: Margot Palomino
Hora: 6:10-6:30 pm.

6. El poeta y su palabra: Hildebrando Pérez Grande
Hora: 6:30.pm.
Modera: Guissela Gonzales

7. Clausura:
Hora: 7:00 pm.
Dr. Marco Martos Carrera


 
***



LUGAR         : Auditorio Auxiliar de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas
                         [1B-Segundo piso]

DÍA                : jueves 29 de setiembre 2011

ORGANIZA : Departamento de Literatura

AUSPICIA    : Contextos. Revista Crítica de Literatura
      Unidad de Investigación. FLCH-UNMSM.
      Pakarina Ediciones





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Escuela Académico Profesional de Literatura
Teléfono 619-7000 anexo 2826
993054831

Foto inédita de César Moro


Para los buenos lectores de poesía, una foto inédita del gran poeta peruano César Moro.
Moro en el estudio de Xavier Villaurrutia, en 1943.
La foto se la regalaron a Mario Bellatin cuando ganó el Premio Villaurrutia.

sábado, septiembre 24, 2011

viernes, septiembre 23, 2011

Las 10 impertinencias que un editor no soporta de los escritores


En Lainformación.com encuentro una llamativa nota de David González sobre los aires de, seguramente no pocos, escritores durante el proceso de edición de sus libros. El texto parte de una lista elaborada por Mario Muchnik en Oficio de editor. Lo dice Muchnik, pues.

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En ciertos círculos del mundillo literario, el rol del editor se equipara más a la figura de un mercader que a la de un artesano. Y es extraño, porque en otras disciplinas como la música o el cine, su homólogo, el productor, está más valorado.

“Disco producido por” o “una película del productor” de tal taquillazo suelen ser buenos reclamos para seducir al público durante la promoción. En cambio, ningún libro contará en la faja con el nombre del editor: eso no vende.

Quizás, por este motivo, Mario Muchnik no tiene pelos en la lengua. En su ensayo Oficio Editor (El Aleph Editores, 2011), reclama parte de protagonismo para el quehacer editorial. Los editores, sugiere, no sólo mejoran un texto, sino también deciden "el formato del libro, la cubierta, la tipografía, el precio", etc.

Su ensayo autobiográfico es una retrospectiva de cómo aprendió el complicado trabajo de publicar
libros. Lo curioso es cuando llegamos a la página 49. Allí encontramos una peculiar lista de comportamientos de escritores que cualquier editor sufre. A este epígrafe, Muchnik lo titula Hay autores que son una paliza.

Ni una coma
Así, Muchnik ejemplifica que existen escritores que “no admiten que se les toque una coma de su texto”, pese a que el editor cree que si no introduce modificaciones no se comprenderá lo que el autor ha escrito.

La cubierta
Otro tanto sería el hecho del escritor que intenta “imponer su propia idea de cubierta” del libro.

La traducción
O también la exigencia del autor extranjero que se entromete en una traducción, “sin saber una palabra de español”, dice Muchnik en su libro.

Erratas
El autor de Oficio de Editor también señala a algunos escritores que entregan manuscritos sin corregir, para que sea el editor quien haga dicha labor. “Y luego rompen el pacto de fidelidad y se van con quienes les ofrecen condiciones mejores”, añade sobre este asunto.

Escritores fecundos
Además, este listado del Oficio del Editor enumera otra peculiaridad. Es la de aquellos autores que escriben dos o tres libros por año para que su editorial se las publique: “Ya mismo”, entrecomilla irónicamente Muchnik.

Manuscrito lleno de dudas
Otro acto insoportable para un editor sería el hecho de que el escritor entregue su manuscrito “y se desentienda”, para que sea la editorial quien se apañe con las posibles dudas que surjan en su lectura.
Obsesión“Los que llaman una o más veces por día para ver qué tal va la producción de su obra”, sería otro de los comportamientos obsesivos de los escritores, según detalla Muchnik en esta breve lista.

Amiguismo
Insoportable para el editor también es el amiguismo, tal y como se desprende de la siguiente reflexión de Muchnik. Así, el editor tiene que sufrir que el escritor proponga manuscritos de sus “amiguetes”, dice.

Última versión
Quizás uno de las actitudes más repetidas sea también la que Muchnik refleja casi al final de su lista. Es aquella que ejecuta el escritor, casi en fase de impresión. Cuando envía la “última versión” del manuscrito: “una y otra vez”, asevera Muchnik en su ensayo.

Editor rico
A estas nueve –llamémoslas así- impertinencias, se une otra hasta sumar la decena. Es la que nos devuelve la imagen del editor más cercana a un mercader que a un artesano. Mario Muchnik lo expresa así en su ensayo: “Por ejemplo, los [escritores] que van por el mundo convencidos de que el editor se enriquece a costa de ellos”.

En este sentido, Muchnik recuerda al lector que el escritor se lleva un 10% del precio del libro, en concepto de derechos de autor. Mientras, reitera en su ensayo, el editor sólo obtiene el 20% de la facturación, cuantía con la que tiene que soportar “los costes de impresión, gastos generales, impuestos y margen con el que poder vivir”, añade.

Aparte de esta lista de impertinencias, Oficio de Escritor es un libro muy recomendable para descubrir la trayectoria de este físico, fotógrafo y editor llamado Mario Muchnik, desde sus comienzos con Robert Laffont en
París, o la publicación de Guerra y Paz en Del taller de Mario Muchnik.

Aquí, encontramos cómo se realiza la labor de lectura de un manuscrito, cómo llega a los comités de lectura, cómo se calcula un presupuesto o cómo funcionan los agentes y los anticipos a los autores.

“La tarea de editar es tan diferente de la de escribir como la de leer. Al autor, que en su tarea suele perder la perspectiva, le conviene escuchar atentamente al editor. El autor tendrá la última palabra, mejor fundamentada después de haber discutido con el editor”. Así es como comienzan los primeros párrafos de este ensayo.


Oficio de Editor
, en definitiva, corre la cortina y nos deja ver, paso a paso, todos los intríngulis del mundo editorial. Una lectura del ayer de este editor, muy recomendable para aquellos que hoy quieran convertirse en aprendices de brujo de esa profesión.

jueves, septiembre 22, 2011

Operación Estrago


En Radar Libros esta reseña de Rodrigo Fresán sobre Pigmeo de Chuck Palahniuk.
Felizmente los títulos de Mondadori no demoran tanto en llegar a las librerías limeñas.

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La cosa es sencilla: Charles Michael “Chuck” Palahniuk (Pasco, 1962) no es un novelista de ideas sino un novelista de idea. Una sola. Y de la gracia y la originalidad de esa idea depende toda una novela. Su trama y su eficacia. Así, Palahniuk como un siniestro stand-up comedian apoyándose en cada una de sus entregas en la eficacia y poder residual de un único gag para sostener el andamiaje de todo un libro.
Así también, su anterior título, Snuff –donde todo gemía y jadeaba alrededor del mundo del cine XXX– no era uno de los mejores, tal vez porque la transgresión estilo Palahniuk funciona mejor contaminando ambientes y ecosistemas normales y civilizados. Lo mismo sucederá con las próximas Tell-All (con la flora y fauna del Hollywood dorado como telón de fondo y muy por debajo en ferocidad de las aproximaciones de James Ellroy) y Damned (donde Palahniuk se mete con los best-sellers evangélicos de autoayuda). Pero –mientras tanto y hasta entonces– aquí viene Pigmeo. Y buenas noticias: Pigmeo –décimo título de Palahniuk– es una buena idea, una de esas ideas palahniukianas de las buenas, un experto y siniestro divertimento.
Sin la ambición formal de Diario o Rant –pero recuperando ese esperpéntico anarco-nihilismo que hizo célebre al autor con El club de la pelea– Pigmeo es la aproximación marca Palahniuk a uno de los tabúes que le faltaba profanar: el terrorismo internacional y la paranoia norteamericana a todo lo que viene de afuera.
Y de afuera viene el Pigmeo alias Agente 67: trece años de edad y supuestamente inofensivo y diminuto estudiante de intercambio procedente de un estado tiránico y totalitario mezcla de “Corea del Norte, Cuba, China comunista y Alemania nazi” que esconde a un maestro en las artes marciales y miembro fanatizado de una cancerosa célula dormida esperando despertar a la metástasis de un atentado masivo con el nombre clave de Operación Estrago. Hasta que llegue ese momento –y haciendo gala de una narración en primera persona del singular, donde se acumulan los habituales aforismos salvajes, la repetición de tics-slogans y, en esta ocasión, un inglés roto y espasmódico en forma de despachos a los superiores, cadencia no tan marcada en la traducción al español– el monstruito participa y condena y hasta disfruta con culpa de adicto de los rituales de convivencia de los Cedar, una típica familia del Medio Oeste norteamericano. Entendiendo por “típica familia” que el padre es un cristiano adicto al porno que trabaja en una fábrica de armas biológicas y la madre no deja de tragar pastillas mientras vibra al ritmo de sus muchos vibradores (regalo perfecto para el Día de la Madre, amiguitos). De ahí que, en más de un momento, Pigmeo –moviéndose alternativamente entre el trazo grueso y el tajo profundo, y cuya potencia satírica la acerca, por momentos, al Kurt Vonnegut más extremo o un posible primo encerrado en el altillo de Douglas Coupland o Bret Easton Ellis– funcione como una sitcom televisiva y bizarra donde no se respeta el protocolo durante la misa, se invoca al vivaz fantasma y espíritu santo de Columbine o, en un tramo verdaderamente revulsivo, se nos oferta lo que puede llegar a suceder en los baños de una catedral capitalista como Wal-Mart. También hay una decapitación. Y bromas sobre el Coronel Sanders del Kentucky Fried. Y mascotas torturadas. Y diatribas fundamentalistas contra los fundamentos de un Sueño Americano resguardado por zombis cuyos cerebros se lavan y centrifugan cortesía de un sistema educativo tan feroz y tiránico como la patria del Agente 67.
Lo que no significa que Pigmeo –al igual que el tránsito explosivo del ultraviolento Tyler Durden– sea una novela política aunque, por momentos, se presente como una mutación asfixiante y bastarda y humorísticamente negra del sofisticado ruido blanco de Don DeLillo.
Pensar en Pigmeo, mejor, como en una suerte de El verdugo entre el centeno.
Pensar en Pigmeo como en la más terminal de las novelas de iniciación.

Juan Bonilla: "En un país donde el escritor nacional es Camilo José Cela ya está casi todo dicho"


En la siempre actualizada web Jot Down Cultural Magazine acabo de leer esta muy buena entrevista de José Antonio Narbona Valle a Juan Bonilla.
Para los que no lo saben aún, dos libros suyos, en edición peruana de Revuelta Editores, pueden encontrarse en librerías limeñas. Poemas simplistas es una antología sobre el genial y corrosivo Alberto Hidalgo. A Hidalgo lo conocemos muy bien y por lo tanto es una publicación que no necesita de mucha promoción. Sin embargo el cuentario Tanta gente sola merece ser leído. Cuando lo leas te darás cuenta del por qué de su justo reconocimiento literario.

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Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) es uno de esos autores difíciles de catalogar. Viviendo entre el periodismo y la literatura, cautiva a sus lectores con una poesía desgarrada de sus propios miedos y pasiones, novelas que han traspasado fronteras dando el salto a la gran pantalla, libros de relatos galardonados con reconocidos premios, jugosas colaboraciones en la prensa nacional y viajes, muchos viajes narrados en su obra. Su último libro de relatos, Tanta gente sola (Seix Barral, 2009), contiene guiños a Borges y Perec entre otras sorpresas. El autor nos cita en un pintoresco bar de Sevilla durante una soleada tarde de julio, como si de un nuevo cuento se tratase.
Resulta difícil concretar qué género literario predomina en el conjunto de tu obra compuesta por poemas, relatos, artículos de opinión y novelas. En ese sentido, y si me permites parodiar a Jonathan Franzen, ¿quién es Juan Bonilla?
Empezamos fuerte (risas)… Estaría bien cambiarle el tiempo verbal a la pregunta, situarnos en el año 2055 y preguntarnos quién fue Juan Bonilla. Seguramente seré un escritor menor, por el que se interesaron cuatro profesores de Houston o de una ciudad parecida, apenas reeditado y al que alguien, asiduo a las librerías de viejo, a lo mejor alguna vez descubre, se lleva una grata sorpresa y empieza a investigar. Con que le alegre unas cuantas tardes, unas cuantas veladas, unas cuantas noches, con un poema que le diga algo, que le resulte potente o algún cuento que se le quede en la memoria estaré satisfecho.
En muchas de tus obras hay referencias a autores que de alguna manera te inspiraron y nos han servido a tus lectores para descubrirlos, como por ejemplo Georges Perec. ¿Cuáles son tus autores clásicos favoritos o que te han inspirado más?
Tengo una especie de faro al que me prohíbo releer demasiado porque noto que su influencia es excesiva y me hace escribir como él. A mi edad uno debería tener una voz propia, buena o mala, pero propia. Hablo de Nabokov; siempre que lo releo me deslumbra, creo que realmente no se puede escribir mejor, que no se puede llegar más lejos y con tanta potencia. Y luego tengo temporadas. Tuve una temporada de ser borgiano acérrimo y de repente, supongo que porque empezó a interesarme más la vida que la literatura, Borges empezó a decirme menos cosas, aunque sigo reconociendo que tiene una prosa muy personal y que puede ser muy perjudicial con ciertos soniquetes que te acaban viciando. En el terreno de la poesía me gustan mucho más aquellos poetas que se dedican a decir cosas que aquellos que se dedican a decir cosas bonitas. Pessoa, por ejemplo, me parece un poeta inmenso, de ésos que te bloquean. Y últimamente esta autora polaca a la que le han dado el Nobel, Wisława Szymborska; tiene poemas impresionantes. Me doy cuenta de que la poesía es justo lo memorable, que uno diga “esto no lo he encontrado en otra parte y este autor ha dicho algo que yo de alguna manera necesitaba que fuera dicho”. Luego hay autores que me gustan mucho aunque no han dejado huella y autores que sin gustarme tanto seguramente sí han dejado huella en mi obra. Inevitablemente uno es hijo de quien fue, del adolescente que fue, y autores que hoy no me dicen nada como Herman Hesse o Martín Vigil, por decir un disparate, van mentando quién eres. Ese estilo de Herman Hesse de contar cosas importantes para el alma y el espíritu seguramente creó un poso en mí que me impide dedicarme sólo y puramente a frivolizar. Y no digo que eso sea bueno, digo que es así.
Dicen que un artista es más creativo cuanto más atormentado se encuentra, ¿tiene mucho que ver el insomnio en tu producción poética?
Hombre… a ver, el insomnio es medio protagonista de mi primer libro de relatos, El que apaga la luz, y era más bien una metáfora: el insomnio como esa incapacidad para olvidarse uno de quién es, de que la realidad y la vida no nos da una tregua, una posibilidad de privarnos de nosotros, de descansar de nosotros mismos, de esa conciencia permanente. Luego el insomnio como anécdota biográfica para mí es un gran problema que me obliga a empastillarme, quiero decir, no estoy contento y no me parece que sea algo para alardear. Cuando alguien me dice que duerme a pierna suelta diez horas me dan ganas de matarlo. A nivel físico el insomnio es un castigo y me cambiaría por cualquiera que durmiese sin ningún tipo de problemas.
A lo largo de toda tu poesía se pueden entresacar algunos motivos y elementos comunes que aparecen con cierta regularidad. Uno que nos llama particularmente la atención es el motivo del espejo. ¿Qué o quién es el espejo en tus poemas?
Hay un tema fundamental en mis libros de poemas que es la pregunta sobre la identidad, o sea, quién soy yo. Y claro, eso donde mejor se contempla, nunca mejor dicho, es en la superficie de la realidad de lo que se es. Luego me interesa mucho esa especie de guerra entre la identidad entendida como aquello que eres por obligación, definido por la propia realidad de lo que te hacen ser: en mi caso un tipo de 44 años que vive en Sevilla y se dedica a escribir en contraste con la intimidad, es decir, aquello que sólo tú sabes de ti y nadie más que tú sabe. Ese combate está mejor expresado en un espejo que en cualquier otro sitio. Ahí están los dos: el que eres por fuera y el que eres por dentro. Y como elemento poético me parece muy moderno; aunque tiene un prestigio evidente desde el Barroco me sigue pareciendo una fuente de alimentación con mucho potencial.
En tu poema Balada baladí encontramos un verso que dice “la poesía es un arte marcial”. ¿De qué o de quién se defiende Juan Bonilla?
Bueno, hay un juego de palabras, evidentemente, entre lo que representa el arte marcial en cuanto a lucha, a pugna, a combate… y también es un homenaje a un poeta que me gusta mucho, como es Marcial, que venía a decir que utilizaba la poesía para poner en entredicho la sociedad de su tiempo, la hipocresía, la mentira; incluso con epigramas muy personales y muy determinados.
[EXTRAÑA MÚSICA…]
Extraña música:
los pájaros son notas
sobre los cables
El Viajero
Allí de donde vengo nadie me detenía
Sé que nadie me espera donde voy.
Por la ventana inmóviles desfilan los paisajes
Sería hermoso no llegar a ningún sitio.
Permanecer así:
viajando de un lugar que ya no existe
a otro que jamás existirá.
Muchos de tus poemas hablan de la muerte, de la falta de sentido del día a día, el amor perdido o la guerra. ¿Hasta qué punto el lector interpreta acertadamente lo que quieres comunicar con tus poemas quedándose con este pesimismo?
Sería bastante injusto si obviara elementos fundamentales que se dan en muchos de los poemas: el humor y la ironía. Soy un nihilista, pero un nihilista con buen humor, no de los que te dicen “te vas a morir, nada merece la pena” sino justo lo contrario. Mi propuesta es decir “te vas a morir, nada tiene sentido, pásalo lo mejor que puedas”. Si al hablar de lo que yo he escrito se pasa por alto la importancia del humor y de la ironía, del sarcasmo incluso, sería una injusticia. No me considero un autor lúgubre.
En el existencialismo, que tuvo a Nietzsche como uno de sus precursores, se habla de un hombre libre y responsable de sus actos, determinando así el significado de su vida. ¿Consideras que hay bastante de existencialismo en tu poesía? ¿Ser escritor te hace ser más un superhombre?
A la segunda pregunta te respondo que no. Sin lugar a dudas ser escritor no te hace para nada ser un superhombre, en todo caso te puede llevar a lo contrario. En cuanto a la primera pregunta, considero que sí hay bastante existencialismo en mi poesía. Si hay un filósofo cuyo sistema de pensamiento de alguna manera se refleja en mi propio pensamiento, en mi manera de ver el mundo, es sin lugar a dudas Nietzsche. Además de crear esa especie de personaje fantástico que es Supermán, nos traza un itinerario que a mí particularmente me encanta: primero tienes que ser un león y ganar un territorio, después ser un camello y retener agua para cruzar el desierto y luego llegar al punto máximo de esplendor humano que es ser un niño. Reconvertirse en un niño después de haber sido un león, de haber ganado un territorio y de haber cruzado un desierto siendo un camello para después llegar a ser un superhombre, sólo como ficción, me parece mejor que el cuento de Caperucita. Me parece uno de los grandes cuentos. Nietzsche entra en la filosofía como un elefante en una cacharrería, aconseja que con la túnica de Platón nos hagamos una sábana para acostarnos con quien queramos, con la toga de Tomás de Aquino un mantel para la casa y así con muchos otros. Se lo carga todo, es el último gran filósofo. Los que han llegado después de Nietzsche son grandes comentaristas. En mi opinión ninguno ha planteado un nuevo paradigma tan revolucionario como el que hizo él.
En muchas de las reseñas biográficas sobre tu persona que aparecen en la red o en tus libros se menciona al Juan Bonilla viajero. De hecho, uno de tus títulos, Academia Zaratustra, podría definirse como un libro de viajes poco convencional. Te planteamos una doble pregunta: ¿qué busca Juan Bonilla el escritor cuando viaja? ¿Tienes razones concretas para evitar escribir un libro de viajes convencional?
Pues sí, tengo razones concretas porque nunca me ha gustado la literatura de viajes que me cuenta lo que hay allí, donde yo mismo podría ir a ver lo que hay. Si no hay algo más no me interesa. No estoy entre los lectores de los libros de viajes, sobre todo cuando la literatura de viajes se propone ser sólo una guía bien escrita. Yo necesito algo más, necesito encontrar una columna vertebral al libro. Hace un mes estaba en Senegal, había ido a hacer un reportaje sobre la lucha senegalesa y he reflexionado sobre qué sentido tiene, para descubrir que ninguno. El redactor jefe del periódico en lugar de enviarme a mí podría haber localizado a alguien realmente involucrado en lo que ocurre allí. Ahora estoy terminando el reportaje tras darle una vuelta de tuerca al planteamiento inicial. Me he centrado en un solo luchador, en contar la historia de un tipo, es decir, he llegado allí para descubrir a ese tipo y contar su historia. Esto sí lo considero como algo mío, algo propio, algo que se me ha ocurrido a mí, que nadie hubiera contado si yo no hubiera estado allí.
Si en un viaje haces demasiados preparativos, no hay viaje: lo que hay es una excursión. Y si no haces ningún preparativo y te vas directamente, tampoco hay viaje: hay una huida. El viaje está entre la excursión y la huida. El éxito del mismo creo que está en hallar el punto medio, en no hacer demasiados preparativos.
Con La literatura nazi en América de Bolaño ocurre lo mismo que con tu Academia Zaratustra, fantasía y realidad se engarzan en la narración de tal manera que es imposible escapar de su embrujo sin acudir a Internet para comprobar qué es lo que pasa. ¿Te viene a la mente algún autor con un título en esa línea? ¿Tal vez Haruki Murakami?
Apenas he leído a Murakami, la única novela que leí no me pareció nada excepcional, quizá tenga que leerlo más para apreciarlo. Sin embargo, lo que hace Bolaño en ese libro suyo o lo que hago yo y otros muchos en el fondo es muy borgiano, digamos que de la mejor parte de Borges es la que ha envejecido mejor y seguramente es la parte en la que Borges ha sido juguetón. Borges se divertía con las colaboraciones, cuando escribía junto con Bioy [Casares] era un punki total. Tiene un libro que a mí me parece maravilloso llamado Crónicas, firmado por Borges y por Bioy, en el que hace la literatura nazi de Bolaño. Es un libro maravilloso, muy poco conocido, en el que habla de arquitectos, de poetas vanguardistas y de músicos que se inventa. Es un libro verdaderamente delicioso. G.K. Chesterton en su libro de ficción Tipos diversos inventa biografías y en esa misma línea también es recomendable Vidas imaginarias de Marcel Schwob.
Eres licenciado en periodismo. ¿Te hubiera gustado ser corresponsal de guerra como en su día lo fuera Arturo Pérez-Reverte?
No, para nada. El que te está contestando hoy te dice claramente que no. Cuando me licencié hubiera dado la vida, en fin, lo hubiera dado todo porque me mandaran a una guerra a cubrirla, lo consideraba el súmmum de la profesión, para lo que uno había nacido. Ahora no me interesa, me parece que es de esas profesiones que se han perdido, que tenían sentido en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día lo que tienes que hacer en una guerra es ponerte en contacto con quien la está padeciendo, con la gente que está allí, ponerle el micrófono o dejar que sus cámaras y sus voces digan todo lo que hay que decir. También es cierto que a mi edad uno ya tiene bastante experiencia en la profesión y ha visto modos de trabajar que no le gustan. Por ejemplo: cuando un periódico manda a un corresponsal a un conflicto cualquiera; para que sea rentable ese corresponsal tiene que permanecer en ese lugar un tiempo determinado, de tal manera que en ocasiones tiene que estar informando de cosas que a lo mejor no han sucedido o no tienen ninguna importancia.
En uno de tus artículos titulado La Firma de La holandesa errante y con la ayuda de Cy Twombly, nos das tu opinión sobre cierto arte vanguardista. Algunos pensamos que no hace falta irse a Houston para hablar del tema. ¿Qué opinión te merece el “calcetín” de Tàpies?
Es que debo haberlo dicho en alguna parte, creo que en un artículo de El arte del yo-yo. El “calcetín” de Tàpies me parece exactamente lo mismo que a vosotros y que al camarero de este bar, e incluso lo mismo que a los grandes comentaristas de Tàpies aunque no lo reconozcan en público. Es una tomadura de pelo y nada más, no merece ningún comentario.
Es difícil pensar que obras de ensayo como En defensa de la intolerancia de Žižek o Tiempos líquidos de Zygmunt Bauman puedan convertirse en éxitos de ventas, sin embargo Indignaos de Stephan Hessel lo ha conseguido. ¿A qué crees que se debe el éxito mediático de esta obra?
En mi opinión, ni los mismos que se dedican al negocio editorial saben decir por qué una obra funciona y otra no. Žižek es un gran personaje pero es muy difícil de leer, no es un autor que esté al alcance de cualquiera. Es medio raro que sus libros lleguen a la cuarta o quinta edición, sin embargo, llegan. Es decir, aquí, ¿qué es lo que funciona? Obviamente funciona cierto tipo de curiosidad elemental que tienen los cultos de decir: “voy a asomarme a ver si” y eso suma muchos lectores. El Indignaos es un panfletillo donde se dicen doscientas cincuenta y siete obviedades y sin embargo se ha convertido un poco en el gran testimonio de nuestro tiempo, aunque dice poco en favor de nuestro tiempo.
En la literatura juvenil actual, novelas como las que forman la saga Crepúsculo hacen furor entre el público adolescente. ¿En qué momento se han desenamorado de Helena?
¿Estuvieron enamorados alguna vez? Cuando iba al instituto, en los años 80, no había literatura juvenil, no había literatura adolescente. El primer gran golpetazo de la literatura juvenil fue La historia interminable. La literatura juvenil como la conocemos hoy es un invento comercial, los jóvenes son una gran masa de población y se hacen productos diseñados expresamente para ellos. Otro gran éxito que se debe seguramente a los “malos bachilleratos” es El mundo de Sofía, una especie de colección de solapas sobre filósofos que fue un gran éxito de taquilla. De repente estas modas comerciales triunfan, eso no significa más que se ha etiquetado a la juventud en una serie de productos. De la misma manera que nosotros ya no vamos en monopatín porque sería un poco grotesco, podría resultar grotesco que todos leyésemos novelas sobre zombis o vampiros, porque eso es lo que pega en el mundo juvenil. Son productos para apartados muy concretos del mercado. Cuando yo era adolescente nos hacían leer La fontana de oro de Benito Pérez Galdós o La Regenta de Clarín y uno buscaba por sus medios. De repente veía a alguien leyendo a Bukowski y me preguntaba: “¿Quién coño es Bukowski?” Y entrabas en ese mundo. De alguna manera Bukowski es un autor juvenil, sin embargo el mercado no le reconoce esa categoría. Quienes sí pueden disfrutar hoy a Bukowski son los jóvenes. A una persona de cuarenta no le dice nada, pero a un chaval de dieciocho años todavía tiene veneno que meterle en el cuerpo. Prefiero con mucho el sistema antiguo donde los chavales se buscaban la vida ellos solos, cuando no había en las librerías una sección para ellos.
Parece que se han puesto de moda los duetos conversacionales como los de Dragó y Boadella o los de Houellebecq y Bernard-Henry Lévy. ¿Con quén te gustaría entrar en ese subgénero?
No lo había pensado, de hecho es un formato que me recuerda los diálogos que sostuvieron Umberto Eco y el Obispo de Milán Carlo Maria Martini en la revista italiana Liberal.
¿Tal vez con Arcadi Espada?
No, porque estaría de acuerdo con él en muchas cosas y en las que no estuviéramos de acuerdo no quiero discutir con él. Es un tipo con los argumentos muy bien trenzados.
Dices que no escribes cuentos por encargo, pero ¿te has visto alguna vez tentado a escribir libros por dinero siguiendo determinadas directrices?
A escribir por dinero no es que me haya visto tentado, es que escribo por dinero. Siguiendo directrices nunca; miento, nunca firmando, pero sí que he escrito siguiendo directrices como un “negro” para una estrella de televisión.
Con la gracia que le es innata, Arcadi Espada reseñó un poema tuyo titulado Cuanto sé de mí, en el que de forma sarcástica te describes como un conjunto de usuarios y claves. ¿Por qué no podemos encontrar a Juan Bonilla en Facebook, Twitter y similares?
Porque no estoy. Necesito imponerme a mí mismo una serie de hábitos y que nada los ponga en riesgo. Me da la sensación que me harían perder el tiempo ocupándome de cosas que no me interesan, como saber qué están haciendo mis amigos en todo momento. No quiero ser un hombre tecnológico, aunque utilizo Internet muchísimo para otras cosas como comprar libros y enterarme de cosas que me interesan. En cualquiera de mis sesiones de Internet el piloto soy yo.
¿Te consideras un escritor cercano a tus lectores?
No sé quiénes son mis lectores y no quiero saberlo. No son ellos por los que escribo o publico. Me gusta en cualquier caso no saber quién está al otro lado. Me encanta encontrarme con alguien que ha leído y disfruta mis libros, pero no mucho más.
¿Se pueden leer las Greguerías de Gómez de la Serna o tus LI.PO.TIMIAS en un lector de libros electrónicos?
Supongo que se podrá, en un futuro no habrá más remedio. Si las nuevas generaciones empiezan leyendo en libros electrónicos y no conocen otros medios, les parecerá de lo más natural del mundo. A mí me parece particularmente difícil de creer que alguien pueda leer el Ulysses de Joyce en un medio que no sea papel. Me parece que los lectores electrónicos están más enfocados a los textos breves. En mi opinión el libro en papel es la evolución natural del libro electrónico. El electrónico es el pasado, el libro de papel está mejor hecho. Es como la rueda.
En algunas especialidades terapéuticas se utiliza el lenguaje metafórico de los cuentos para reorganizar emocional y vitalmente a personas. ¿Hasta qué punto consideras que tus cuentos y relatos pueden influir en la vida de tus lectores cuando escribes?La persona como ente general no sé cómo es. Dependerá de la edad, de su vida, de su experiencia la biografía, etc. A ciertas edades ya no encontramos en la literatura verdades absolutas. Leo muchos libros al año y no hacen que me haga preguntas que no me hacía antes. Me cuentan historias, se me quedan en la memoria algunos personajes, me pueden hacer gracia y divertir, pero más allá de eso creo que no tengo edad para estar influenciado. Cuando tenía dieciséis años sí que ansiaba encontrar en los libros grandes preguntas y grandes respuestas. He perdido esa capacidad de buscar aunque no la de emocionarme o divertirme. Mis propios libros no pueden dar aquello que previamente no está en el lector.
Haciendo referencia directa a uno de los relatos publicados en tu libro Tanta gente sola, ¿recitarías poemas tuyos en la boda de uno de tus admiradores?
Es que ese cuento es completamente biográfico del principio al final. La respuesta está en el relato.
Tu novela Nadie conoce a nadie fue llevada al cine por Mateo Gil en 1999. ¿Te gustaría ser guionista de tus propias adaptaciones cinematográficas? ¿Cuál de entre tus otras novelas o relatos te gustaría ver en un futuro en la gran pantalla?
No, porque cuando he tenido ocasión de serlo no he aceptado. Está escrito en otro lenguaje que no domino. Por otro lado, cuando te llega esa oportunidad casi siempre estoy en otra cosa y no me compensa dejar lo que estoy haciendo en ese momento. Hay muchos cuentos y relatos que podrían hilarse al estilo de la película. Con Vidas cruzadas, basada en los cuentos de Carver, podría hacerse una película. De hecho Gonzalo Suárez estuvo a punto de hacerlo, pero me quedé con las ganas.
En tu producción literaria destacan los cuentos y son varias las ocasiones en las que has mencionado a Jorge Luis Borges como gran maestro del género. ¿Te has planteado explorar otros géneros, quizás más cultivados al otro lado del océano, como el de la mini-ficción o los microcuentos que tanto popularizara Augusto Monterroso?
Me pasa todo lo contrario, me resulta muy difícil acabar los relatos porque se me alargan aunque no lo suficiente para que considere que ahí hay una novela. Necesito explorar más a los personajes, me siento cómodo entre las 10 y las 20 páginas. Nunca llegué a hacer un microrelato porque no los disfruto como lector, muchos de ellos me parecen chistes, aforismos, gracietas u ocurrencias. No le he encontrado a ese formato la gracia como lector.
¿Vives del cuento?
Fundamentalmente vivo del cuento de ser periodista, del cuento a secas no.
Has traducido a autores como Coetzee, Conrad o Housman. ¿Qué autor te planteó más problemas a la hora de traducirlo?
Nunca he traducido a Conrad. Una vez le puse un prólogo a una novela de Conrad, Tifón, de Ediciones B. Como no aparecía el traductor en los derechos que adquirieron pusieron al prologuista como traductor. A Coetzee sí y a Housman y el Libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya de T.S. Eliot. El que más problemas me planteó fue Coetzee porque lo hice por dinero y no por placer, por el sudafricano y porque me pusieron fecha de entrega. Los poemas de Eliot los traduje porque me gustaban mucho y me permitían hacer malabarismos por las rimas y los de Housman también, por lo que eran trabajos de disfruté. Era casi descanso en mi trabajo cotidiano.
Coetzee era matemático y en tus Partes de guerra señalas la íntima relación entre poesía y ecuaciones, ¿de qué naturaleza es esta relación?
Me parece que tienen mucho que ver porque las matemáticas y la poesía en el fondo tratan de decir lo indecible, lo invisible, lo que sabemos que está pero no se puede expresar de otra manera, y alcanzar a decir eso con una formulación lo más económica posible.
De alguna manera es una definición que vale de la misma manera para la poesía como para las matemáticas. “Las vidas son los ríos que van a dar a la mar” es una cosa tan definitiva como la famosa ecuación de Einstein. Están dichas así y no se pueden decir de otra manera, y por eso me gusta esa relación entre dos lenguajes que a priori parece que no tienen nada en común.
Georges Perec pertenecía al grupo francés Oulipo, grupo de autores que experimentaban con ciertos aspectos formales de la escritura. En Italia tienen la enigmística, disciplina en la que se juega con las palabras. Piegiorgio Oddifreddi desvela los juegos matemáticos ocultos en la literatura en su último libro publicado en nuestro país. ¿Por qué en España huimos de las matemáticas?
La respuesta es muy sencilla, porque el escritor nacional durante 40 años fue Camilo José Cela. En un país donde el escritor nacional es Camilo José Cela ya está casi todo dicho. En España todo lo que ha tenido que ver con el juego, la investigación de la literatura hacia otros campos, ha sido siempre tachado de ocio de gente “tal”. Es que tenemos a uno de los más grandes escritores del siglo XX, el más inventivo, de los más rabiosamente humorísticos que es Ramón Gómez de la Serna, y aquí en España es un escritor menor. Ramón fue uno de los grandes del siglo XX en España. Dice mucho de nosotros que mientras en Italia uno de los grandes haya sido Italo Calvino, aquí en España haya sido Camilo José Cela.