Mario Vargas Llosa y dos libros que marcan su estupenda actualidad intelectual
En la poética de todo
escritor —con mayor razón si este es uno de los grandes— hay una obra paralela
a la llamada obra mayor (compuesta por proyectos literarios de largo/mediano
aliento y no pocas veces orgánicos, como si fueran mundos cerrados que se
reservan el derecho de admisión), desplegada —con regularidad o no—
principalmente en diarios y revistas, mediante artículos, reportajes y ensayos.
La construcción de esta
obra paralela, que aún no es del todo aceptada por los autodenominados sabios
de las letras, pertenece a la tradición de los retazos. Escuchado y visto así,
se podría pensar que efectivamente nos estamos refiriendo a trabajos
secundarios, que no gozan de la atención debida a cuenta de su carácter fugaz.
En este sentido, la obra paralela del Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas
Llosa le ha dado otro vuelo a esta tradición mal definida como “retazos”, no
solo por la densa transparencia de su escritura, sino también por lo acertado
que resulta en sus opiniones y análisis —en este punto, el tiempo casi siempre
le ha dado la razón a Vargas Llosa—, que van desde la literatura, el arte, la
política hasta candentes tópicos de actualidad social.
Si
la obra y figura de Vargas Llosa tiene innumerables detractores, obedece
principalmente a sus opiniones en artículos y ensayos. En ellos está el Vargas Llosa no ficción, el intelectual capaz de
quedarse solo con tal de defender sus ideas (la mayoría de las veces
impopulares). Tampoco olvidemos que, en los últimos años, el Nobel peruano ha
estado en el fuego del ojo público, situación que fue aprovechada por sus
críticos y que Vargas Llosa dominó como si disputara un partido de
entrenamiento. ¿Por qué? Obvio: sabía que tarde o temprano, el tiempo pondría
las cosas en su lugar.
Cuando se anunció el año
pasado que sería un “Inmortal” en la Academia Francesa (siendo el primer
latinoamericano en esta institución gala), empezó la vuelta al orden de las
cosas, ergo: la obra sobre la vida personal. Tras ser incorporado a la Academia
—un logro a la par del Nobel de Literatura—, hubo un “silencio” cultural, pero
de esos que proyectan respeto y callada admiración. Bajo este contexto,
salieron a la venta dos libros que sustentan el actual momento privilegiado de
Vargas Llosa: Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa y El
fuego de la imaginación. Libros, escenarios, pantallas y museos. Obra
Periodística 1, los dos bajo la curaduría de Carlos Granés.
Como lo indican las señas
de los subtítulos de ambas publicaciones, se nos presenta a un Vargas Llosa
humanista, apasionado por la cultura, las ideas y con un evidente afán de
compartir conocimiento. Igual no se huye de la polémica argumentada. Pensemos
en los artículos de Un bárbaro en París, como “El último maldito” (sobre
el corrosivo Louis-Ferdinand Céline) y “Bataille o el rescate del mal” de Un
bárbaro en París, que incluye también su magnífico texto de ingreso a la
Academia, que configuran una actitud ante la cultura: si bien Vargas Llosa no
sintoniza en nada con las ideas de Céline y Bataille, aquello no le significa
obstáculo para leerlos y celebrar el tejido verbal de la prosa, la inventiva
que sostiene a la idea y el propósito que la conduce. Hablamos, pues, de un voraz
lector abierto, desprejuiciado de ideologías y con ganas de opinar para
precisamente polemizar (en YouTube hay una joya: Vargas Llosa discutiendo
alturadamente con Octavio Paz, Manuel Vázquez Montalbán, Jorge Semprún,
Fernando Sabater y Juan Goytisolo), hallando en ese fluido neuronal un
enriquecimiento para la vida que suma a la labor creativa y crítica a ser
expuestas.
A su manera, Vargas Llosa
es parte de esa tradición de escritores con activa participación pública, como
Victor Hugo en el XIX y André Malraux en el XX. Se deduce, la cultura francesa terminó
formando al Vargas Llosa público y multitemático. La realidad, los hechos
axiomáticos, han demostrado que lo consiguió. A la fecha varias generaciones
saben quién es sin necesidad de haberlo leído, en lo que vendría a ser una
canonización pública. Nada, pero nada mal.
Desde adolescente, Vargas
Llosa no ha dejado de escribir textos periodísticos. A saber, su columna Piedra
de Toque ya es histórica y se mantiene vigente incluso en sus tramos de
irregularidad (Vargas Llosa es humano también). Solo basta pensar en los miles
de artículos escritos a lo largo de su vida para tener idea de la tarea
titánica que significa publicarlos en su integridad (este autor seguirá
publicando artículos hasta el final de sus días). Por ello, El fuego de la
imaginación es un paso valioso en esa labor, porque se comienza a ordenar
por temas la imprescindible obra paralela de Vargas Llosa, con un primer
volumen dedicado a la cultura.
Como señalamos líneas
arriba, Vargas Llosa es un devorador de libros. Su historia
intelectual/literaria está marcada por la exquisitez, pero esta también se
nutre de lo popular. A saber: el artículo “Azorín”, que rescata del olvido al
magnífico escritor español y así subrayar que con plumas como la suya el
articulismo tiene peso literario. Más que acertado el Nobel. Del mismo modo
cuando desmenuza la trilogía Millennium de Stieg Larsson en “Lisbeth
Salander debe vivir”, que escribió tras ver la adaptación sueca de la primera
novela de la trilogía: Los hombres que no amaban a las mujeres. Aquí no
solo hallamos a un Vargas Llosa apasionado del cine (sin burdos eclecticismos),
sino también a alguien enamorado de las novelas de caballería y de aventuras,
ecos presentes en la trilogía novelística de Larsson.
De Azorín a Larsson,
muestra tajante de su pluralidad —a imitar por muchos señorones de la cultura
de discursos soporíferos—, cualidad que se refuerza más con “Héroe de nuestro
tiempo”, texto dedicado al protagonista de la serie televisiva 24, Jack
Bauer. Cuando en 2006 salió ese artículo, muchos culturosos saltaron al techo.
No entendían cómo un intelectual de su talla invertía tiempo en una serie
aclamada por el mundo entero (como si una obra artística tuviera valor siempre
y cuando sea celebrada por una minoría). Así es él: libre y plural. Esa actitud
de vida es también parte del legado de Vargas Llosa.
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Publicado en CARETAS. Edición impresa 2677.
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