lunes, diciembre 30, 2019
En la mañana de ayer domingo me entero
de la muerte del escritor chileno Germán Marín. A lo largo del día recorrí
algunas webs de diarios chilenos que daban cuenta del fallecimiento de uno de
los autores referenciales de la literatura chilena contemporánea. Por esas
cosas del azar, desde el día viernes había separado para releer la novela más
conocida de este autor: El palacio de la
risa, publicada en principio en 1995, aunque mi ejemplar pertenecía a
Ediciones UDP, de 2014.
Separé esta novela de Marín movido por
la curiosidad de retorno a los densos recovecos de su prosa. El argumento de la
novela, metáfora brutal de Villa Grimaldi, conocido centro de torturas de la
dictadura pinochetista, no era lo que en esta ocasión llamó mi atención. Me
interesó, en principio, volver a la mezcla de registros que llevó a cabo Marín
en este proyecto. Hay, pues, lo que llamamos narrativa del yo pero sin ser yo,
y mediante esta incertidumbre discursiva Marín brinda un relato social sobre el
periodo más oscuro de Chile en el siglo pasado. En lugar de discurrir por la
exposición de atrocidades, el autor opta por lo no dicho, abocado a la
sugerencia, extraña y que corrompe la
prosa y, por ende, la sensación del lector. Es precisamente esta sensación, la
búsqueda de esta, lo que me llevó a buscar el libro.
Marín es diáfano pero a la vez complejo,
pero ante todo veraz en lo que cuenta, y cuando me refiero a veraz no pienso en verosimilitud, sino a
una inmersión en la desazón personal y (como ya indiqué líneas atrás) colectiva
de la sociedad de su país. A medida que se avanza en este artefacto rotulado de
novela, resulta inevitable no caer presa de un extrañamiento presente en todas
sus páginas: la sombra del peligro por medio del recuerdo y la correspondiente
reflexión mientras se transita por los interiores y exteriores de Villa Grimaldi.
Sobre la vida y obra de Marín se
escribirá mucho en los próximos días. Marín llevaba una vida de perfil bajo y
pertenecía a ese selecto crisol de autores que muchos consideramos perennes. Lo
es ya en su literatura, El palacio de la
risa es una irrefutable prueba de ello.
viernes, diciembre 27, 2019
listas
No esperaba postear nada hasta el
próximo año, pero la conmoción que suscitan los Premios Luces me obliga a salir
de mi zona de confort (relecturas) para brindar algunas palabras esclarecedoras
al respecto, si es que a alguien le interese mis palabras, como siempre tan
saludadas y denostadas. Pero bueno, a lo que iba y para ello me valgo de la
pregunta que me hizo el joven narrador Bebé Sinclair en la mañana, mientras
disfrutaba de un sabroso pan con chicharrón en el local Palermo de Balconcillo:
«¿cuán serios son estos premios del Comercio?».
Los Premios Luces, lo sabemos, son una
tremenda cojudez, pero como tal no menos atractivos para sus protagonistas. No
importa lo imbécil que pueda ser la metodología del galardón, lo que seduce es el lucro emocional y eventualmente económico que se pueda sacar ni bien el
autor lee su nombre entre los nominados. Urge madurez para manejar los
vaivenes del fugaz estrellato, una gotita de desahuevina sería ideal en esos
momentos que sientes tocar las nubes y, en tal posición de privilegio, ver a la
recua que la suda para sobrevivir. Pero ya vemos que las artes del buen
comportamiento sucumben ante las redes de la huachafada bienintencionada
(prefiero pensar que es así), detalle del que son conscientes nuestros autores,
que sabiendo de los peligros del mal gusto, son suicidas y se hipotecan sin más
al ruego de votos, a las dádivas de Likes y los oscuros misterios del rebote.
No hay que ser un dotado de la deducción:
nos hallamos ante una mentira. Sin embargo, en esta ocasión la farsa, a
diferencia de años anteriores, está delatada por el apuro en la confección de
las listas, porque eso es lo que prefiero pensar y no (me aferro a la
ingenuidad) en negociados llevados por lo bajo. En la confección de listas
resulta imposible dejar contentos a todos, no hay suficientes presas para tan
alta demanda, pero al menos un poco de responsabilidad (repaso al vuelo de lo
más destacado, tiempo que no demanda más de tres bocados de pan con chicharrón
del Chinito) podría suscitar el acontecimiento: que estén los que merecen
estar, al menos hacer el intento.
martes, diciembre 24, 2019
cuentarios peruanos 2019
Ya cerrada la temporada editorial 2019, debo
decir que, en lo literario, ha sido un año mucho mejor que el anterior. En este
sentido, pienso en el género que ha sido protagónico, el cual suscitó interés y
anuencia en los lectores: el cuento.
Me alegra, y mucho, por tratarse de un
género no pocas veces maltratado, mirado de reojo, que no despierta esa
algarabía que sí la novela, al punto que se piensa (y mal) que cuando se habla
de narrativa peruana actual se hace referencia a la novela.
Curiosamente, los títulos más destacados
han sido publicados por editoriales grandes. Hasta hace un tiempo se solía
creer que si algún refugio tenía el cuento, este se lo podía brindar el
espectro de las editoriales independientes, que dicho sea, han demostrado un
año más su evidente crisis de catálogo, al menos antes los independientes salían
a buscar.
El libro de cuentos del año se reparte
entre tres títulos: Resina (Seix
Barral) de Richard Parra, Todo es
demasiado (Emecé) de Christian Briceño y Algunos cuerpos celestes (Peisa) de Augusto Effio Ordóñez. Hasta
hace algunos meses, ubicaba lo de Briceño como el cuentario más sólido (que a
decir de muchos buenos lectores lo es), pero no voy a negar que lo de Parra y
Effio sí me generan razones para expandir el entusiasmo por este género tan
difícil y a la vez muy incomprendido, usado por varios autores como puente a la
novela. El cuentario, lamentablemente, es una especie de tarjeta de
presentación en sociedad, requisito indispensable para seducir a los editores
de turno con el proyecto de novela. En estos tres títulos hallamos no solo
oficio, sino también una mirada del mundo de los autores, la cual no se
resiente por efectismos y amaneramientos verbales con inclinación al bostezo.
Además, mediante la configuración moral de sus personajes es posible conocer
los circuitos anímicos y temáticos de los que se nutren sus autores. No hay
satisfacción más saludable que encontrarse con plumas con personalidad, que no
dudan en exponer la vergüenza interna, la humillación silenciosa y caprichosa,
y en especial, ese afán por querer comunicar algo a los lectores.
También subrayo la aparición de Los ríos de marte de Yeniva Fernández, Nunca seremos tan jóvenes como hoy de
Carlos Arámbulo, La otra orilla de
Alejandro Susti y Jamás en la vida de
Fernando Ampuero. Estos tres libros han tenido rebote desigual en prensa, del
mismo modo saludos críticos encontrados. Pero esa es la idea, suscitar diversas
opiniones. En el caso de Fernández, su libro (que contiene una novelita y cuentos
de su primer libro Trampas para incautos)
ayuda a visibilizar una propuesta que transita entre el detallismo y el
registro fantástico. En el caso de Arámbulo, su cuentario lo asumí como un
eslabón más de la cadena de intereses que lo configuran como autor de ficción.
Basta leer su producción para darnos cuenta de que como creador no se queda en
un solo estilo; sus dos cuentarios y la novela que lleva publicados son prueba
de este braceo, el cual realiza con oficio y fidelidad a su tema: la intensidad
de la vida. Si hay un autor peruano a quien debemos leer íntegramente, ese es
Arámbulo. En cuanto a Susti, no podemos dejar de destacar que su cuentario
(ganador del Premio José Watanabe 2018 de la APJ) derrocha una transparente fineza
estilística. Para Susti no existen las reglas clásicas del cuento, para él lo
que importa es el cómo, el tejido
narrativo y la exposición de sensaciones no dichas de sus personajes, como en
los cuentos «El balneario» y «Después de la batalla». No es un autor que tienda
a lo comercial, más bien, su poética exige de un lector entrenado. Susti es
dueño de una obra con variados intereses (también es editor, ensayista y
músico) y en el plano de la escritura de ficción este es su título más
importante. Si bien es cierto que el último cuentario de Ampuero no está como
conjunto entre lo mejor de su rica producción, hay que indicar que estos
cuentos exhiben un estado de gracia que solo se adquiere en años de
experiencia, pero lo que me fascina más es la proyección de la vitalidad que se
cuestiona y que impone revelación y hechizo en la irregularidad, detalle que no
puede ser obviado por los perfeccionistas. Sin embargo, en esta irregularidad,
hay una joya del cuento peruano del presente siglo: el homónimo de la
publicación. Este cuentario se inscribe en un contexto estelar para el autor, que
desde hace algunos años viene siendo testigo de un unánime reconocimiento
literario, local e internacional.
Me gustaron mucho dos cuentarios
reeditados: el primero pertenece a la narradora Mariela Sala, Desde el exilio, y el segundo a Antonio
Gálvez Ronceros, Los ermitaños. Se
trata de una excelente oportunidad para los nuevos lectores de literatura
peruana de conocer a una narradora con mucho por decir como lo es Sala; en el
caso de Gálvez, no podemos dejar de saludar los esfuerzos que se hacen para que
su obra llegue a todos los lectores posibles. Si hay un autor al que debemos
considerar ya un clásico viviente, ese es AGR.
Aunque podría ser una reedición, pienso en la magia de Pajarito de Claudia Ulloa Donoso. Esta
es uno los libros que transmite la luz natural del talento. Aquí hay relatos de
la autora que pudimos leer en el celebrado El
pez que aprendió a caminar más otros de reciente aparición.
Y para terminar, el título de uno de los
nuevos narradores peruanos más representativos: El que golpea primero golpea dos veces de J.J.Maldonado. Maldonado ya nos había dado luces de su talento en su primer cuentario Los Buguis y en esta ocasión refuerza
con ventaja las impresiones que se tenían (y se esperaban) de él. Asistimos
pues a la marca de agua de Maldonado, la nervura del estilo y personajes
ensimismados en la oscuridad. Para Maldonado, el asunto/argumento es
importante, pero más lo es el cómo, en este caso, creer sin reservas en el
protagonismo del lenguaje (no es lugar común, y hay que subrayar la cualidad
porque no me refiero a si el lenguaje es correcto o trabajado, sino a su
dimensional moral en su configuración).
lunes, diciembre 02, 2019
juego de favores
Un artículo de Ignacio Echevarría me
lleva a uno que escribí para Caretas (edición impresa 2616). Ambos textos muestran una
inquietud en común: la conformación de los jurados de los premios nacionales de
literatura.
Como ya sabrá el lector atento, el Premio
Nacional de Literatura de España lo ganó Lectura
fácil de Cristina Morales. Esta es una novela que se alzó también con el Herralde
2018 y que confirma no solo el constante buen momento de la autora, sino
también un proyecto que, en mi opinión personal, es uno de los más sólidos del
imaginario narrativo hispanoamericano actual. Echevarría incide en que habría
que mejorar los mecanismos de selección de los jurados en cuanto a su preparación
para los textos escritos en catalán y euskera.
Imposible, entonces, no pensar en los
ganadores del último PNL peruano en sus tres categorías (Literatura Infantil y
Juvenil, Cuento y Poesía), que no han despertado el entusiasmo de nadie. Este
galardón del Ministerio de Cultura tiene todo para convertirse en el más
importante del país, por la sencilla razón de que transita por títulos ya
valorados por la crítica y los lectores. Pero claro, si hablamos de este
ministerio, no podemos dejar de pensar en su dejadez cíclica, la cual viene
condimentada con una soberbia burocrática, que nos lleva a un despilfarro de
dinero y a una mentira: que sus libros premiados son los mejores en sus
respectivas categorías.
Al Mincul no le interesa trabajar en pos
de una claridad, le importa poco (o nada) filtrar los nombres recomendados por
las instituciones académicas y culturales que proponen a sus representantes
para la conformación del jurado del PNL. Todo indica que su labor es servir chizitos,
gaseosas y panes con atún. En otras palabras, sus funcionarios creen que están
en su chacra y pasan por alto el evidente juego de favores que llevan a cabo
las instituciones al proponer a sus «especialistas».
Se entiende, pues, que el problema de los jurados es doble: su escaso
conocimiento de las publicaciones y su ética. Ante esto, ¿los funcionarios del
Mincul deben hacer algo? Por supuesto, porque para eso se les paga de nuestros
impuestos, para que protejan los intereses de los lectores peruanos, o en todo
caso, hacer menos vergonzoso el juego de argolla institucional que sugiere al causa como jurado.