martes, julio 31, 2012
domingo, julio 29, 2012
sábado, julio 28, 2012
Notas sobre 'Disidentes 2 (Los nuevos narradores peruanos 2000 - 2010)'
Antes que nada quiero
agradecer a las personas que fueron a la presentación de Disidentes 2 (Los
nuevos narradores peruanos 2000 – 2010) y Lima subte de Ernesto Carlín. La sala
César Vallejo de la FIL se llenó, quedó chica.
En el siguiente enlace,
podrán leer el texto de presentación de Alexis Iparraguirre, a quien le expreso
mi aprecio y admiración literaria. Y aquí una entrevista que me
hizo Edwin Cavello para Lima Gris sobre Disidentes 2.
Y a continuación, el
breve texto que leí aquella noche del martes 24.
…
Desde hace buen tiempo
no leo textos propios de presentación. Hasta la noche de hoy, solo me había
desempeñado como comentarista. Se supone que debo tener mucha experiencia en
estas lides, a la fecha no sé cuántos libros he presentado, mas confieso que me
siento como un autor debutante porque no sé por dónde empezar. Quizá la razón
se deba a que Disidentes 2 no es un
libro propio, sino un caprichoso trabajo de escogencia en el que he recibido la
ayuda de 21 narradores, los que elegí y a quienes agradezco por haber confiado en mi persona para que el
mismo sea lo que ahora es.
Realizar una antología,
contra lo que muchos puedan creer, cansa, y demasiado. Hago un somero conteo
mental de los libros de nuevos autores peruanos que he tenido que leer, y suman
casi 300 libros. En la década pasada tuvimos una importante eclosión narrativa,
que tuvo su punto álgido entre los años 2004 y 2007. Se ha dicho, y más de la
cuenta, sobre los motivos de esta súbita
aparición, pero a la vez sería injusto consignar ese periodo como referencial.
Los nuevos narradores peruanos aparecieron y en tropel a inicios de la década
pasada. En aquella época, y a lo mejor de manera involuntaria, tuve
acercamiento a esos textos, casi artesanales, que se publicaban. De esta manera
fue que me adentré, y con cierta constancia, a lo nuevo que se editaba. No todo
resultaba una maravilla, empero de cuando en cuando me topaba con voces que
despertaban mi interés. Cabe decir también que la gran mayoría de esas plumas
venían rubricadas por el debut y la despedida.
Pasaron los años.
Publiqué una novela y empecé administrar un blog desde 2006, La fortaleza de la
soledad. A mediados de ese supuesto año me pidieron realizar una antología. No
tuve dudas en llamarla Disidentes. Hay que ser un disidente de la vida para
dedicarse a escribir. De eso no hay duda alguna. Pero lo que no esperé, ni en
mis más oscuras pesadillas, fue la excesiva demora que iba el libro iba a sufrir.
Fueron meses de tensión y llegó un momento en que no sabía qué decirles a los
narradores convocados que en buena onda me preguntaban cuándo aparecería el
libro.
En febrero de 2007
David Ballardo de Revuelta Editores me propuso publicarla. La saqué de la otra
editorial y se la entregué. Así de simple. Gracias a él salió Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana, en mayo dicho año. Libro a
la fecha agotado. Aún recuerdo las muchas reseñas y notas que esta antología
generó. Era pues el fiel reflejo del momento Kodak de los años maravillosos de
la narrativa del decenio anterior. Pues bien, confieso que la selección resultó
ser muy fuerte, pero que a la vez podía acercarse a lo perfectible.
A fines de 2009 Willy
del Pozo, de Ediciones Altazor, me pidió que armara una gran antología de nueva
narrativa peruana que tuviera periodo lo escrito entre 2000 y 2010. Pero creí
conveniente hacer primero una de narradoras, por la sencilla razón de que las
mujeres que se habían dado a conocer con libro publicado merecían una antología
que graficara su propuesta de manera justa y responsable, no pocas de ellas
injustamente ninguneadas por los medios y cierta crítica de tendencia hormonal
y que en la práctica era un ejemplo de emasculamiento vergonzoso. Los que me conocen
y siguen a través de mi blog, saben bien que no veo diferencia alguna si la
buena o interesante literatura es escrita por hombres o mujeres. Simplemente,
el contexto permitió que haga una de narradoras, la que considero ante todo un
trabajo de arqueología; busqué y recordé todo lo que pude, teniendo como
desenlace un documento férreo de lo que es querer y saber hilvanar una
historia. Ellas, las narradoras peruanas, definitivamente, sí saben contar.
Y ahora tenemos en
manos Disidentes 2. Los nuevos narradores
peruanos 2000 – 2010. Con esta antología cierro un ciclo como lector. Veo
la selección de lejos y me parece que está muy bien, la veo de cerca y no tengo
más que decir que está de la putamadre. Están los que deben estar. Faltará uno
que otro, eso es inevitable. Pero de lo que sí estoy seguro es que no sobra
nadie. Hacerla me hizo sentir un entrenador de fútbol. Como bien saben, los
equipos tienen que cambiarse, no se puede repetir el mismo esquema siempre,
menos aún en relación a los jugadores. A los que integraron la nómina de la
primera versión de la antología, los tuve que releer, someterlos a la criba del
tiempo. Tenía que hacerlo, entre mediados de 2007 y fines de 2010 se dieron a
conocer (y obvio, uno que otro que omití por descuido) narradores interesantes
y extraordinarios que debían conformar este Disidentes
2. Por ejemplo: Jeremías Gamboa, Francisco Ángeles, Martín Roldán, Juan
Manuel Robles, Orlando Mazeyra, Carlos Torres Rotondo, Carlos Saldívar,
Francisco Izquierdo Quea, Sandro Bossio, Juan Carlos Bondy y Óscar Pita. Ellos
se suman a los sobrevivientes Luis Hernán Castañeda, Daniel Alarcón, Carlos
Yushimito, Alexis Iparraguirre, Marco García Falcón, Miguel Ruiz Effio, Augusto
Effio Ordóñez, Edwin Chávez, Pedro Llosa y Leonardo Aguirre.
Si Disidentes 2 fuera la selección peruana de fútbol, no solo
clasificaríamos a Brasil 2014. De hecho llegaríamos a la semifinal. Es un
equipazo. Y yo sería Telé Santana.
En fin, dejando de lado
estas pastruladas, confieso que me siento muy tranquilo con este ya mentado ejercicio
de escogencia. Tengo sensación de que valió la pena, de que en realidad todo
valió la pena.
Muchas gracias.
miércoles, julio 25, 2012
Cuando los ídolos tropiezan
Enrique Verástegui y
Oswaldo Reynoso. Ambos autores capitales para la literatura peruana
contemporánea. Verástegui, dueño de una obra digna de figurar entre lo más
selecto de la poesía escrita en castellano. Pasar por alto la influencia de En los extramuros del mundo y Monte de goce, no sería más que una
laguna poética para todo aquel que se considere amante de la poesía en general.
A pesar de cierta irregularidad vista en sus últimos libros, ya es un autor
estudiado y valorado por la lectoría crítica no necesariamente peruana. Con
relación a Reynoso, es pues innegable su magisterio narrativo en varias
generaciones de escritores. A la fecha no creo que exista ni siquiera uno que
no sea capaz de agradecerle lo mucho que aún nos siguen transmitiendo títulos
suyos como Los inocentes, El escarabajo y el hombre y Los eunucos inmortales. Reynoso no es
dueño de una obra prolífica, pero sí lo suficientemente contundente para
llevarnos a hacer proselitismo por esta, que no solo se limite a ser conocida
en las dachas del imaginario literario local.
Cada vez que nos
entregan nuevos libros, se genera una justificada expectativa. El primero en
aparecer este año fue Verástegui con Tratado
sobre la yerbaluisa, por cuenta del nuevo sello Caja Negra, que también
lanzó una reedición del clásico En los
extramuros… Ni bien empezamos a leerlo se detecta más de una debilidad en
los versos y estrofas, una suerte de exangüe inspiración que intenta elevarse
bajo circuitos artificiosos que descansan en una efectista y forzada jerigonza
científica, en un tono que nos acerca al discurso de los que pontifican
apelando en algunos casos a la biografía y la trayectoria. Verástegui se asume
grande, y vaya que lo es, pero esa justa grandeza se resiente gracias a sus
desvaríos retóricos. Casi todos los poemas parecen chistes, trabalenguas de
genio incomprendido. Pero la culpa no es de Verástegui. Hizo falta un poco más
de franqueza y respeto de los editores para con este celebrado poeta. Tratado de la yerbaluisa no debió
publicarse. Así de simple.
En más de una ocasión
he reconocido los interesantes aportes de la editorial arequipeña Cascahuesos.
Su línea de poesía, por ejemplo, es fuerte. Se nota que hay lectores responsables
en el sello. Sin embargo ahora, en su línea de narrativa, cometieron el error
de dejarse llevar por el prestigio Reynoso. Recuerdo una charla que este dio
años atrás en El Centro Cultural Inca Garcilaso. Luego de relatarnos la génesis
de sus libros, dijo que ya no pensaba publicar nunca más, pero que seguía
escribiendo y que sus textos inéditos serían publicados y ordenados, una vez
que muriera, por personas de su entera confianza. Obviamente, la curiosidad
despertó en mí. No soy el único que le reconoce, luego de Martín Adán, como el
más grande estilista de la narrativa peruana.
Lo bueno: Reynoso seguirá
viviendo muy bien muchos años más. Sin embargo, En busca de la sonrisa encontrada no cumple con las expectativas,
al menos las mías. Y no precisamente por el voltaje lírico de su prosa, sino por
la anarquía de la forma, cosa que sorprende en él, que de la misma dio clase
magistral con El escarabajo… La forma,
en especial, tiene que estar presente en entregas como esta, de deliberado
desorden; sobre todo cuando los textos son testimonios y backstages de su poética. En más de un tramo el reynosiano de
corazón tendrá la impresión de estar dialogando con sus personajes y espacios
conocidos. Pues bien, de lejos puede resultar más que interesante el
intercambio de registros que lleva a cabo (crónica, boceto de novela, cuento y
diario), pero de cerca no despega nunca, denotándose la carencia de un sentido,
el cual debió ser argumental y
subterráneo, que pone de manifiesto el poquísimo conocimiento del autor de la
tradición en la que basa este libro: la del dietario de escritor. Aquí la
belleza del estilo fue insuficiente.
martes, julio 24, 2012
Martes 24: Presentación de 'Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 - 2010'
Hoy martes 24, en el
marco de la Feria Internacional del Libro de Lima, se presenta mi antología
Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010, la cual estuvo a mi
cargo. No fue un trabajo fácil, pero sí muy gratificante.
Agradezco al director
de Ediciones Altazor, Willy del Pozo, por hacer que este proyecto llegue a buen
puerto. Y también a los 21 narradores que son parte de este sano capricho de
escogencia: Juan Carlos Bondy, Daniel Alarcón, Miguel Ruiz Effio, Luis Hernán
Castañeda, Francisco Ángeles, Carlos Torres Rotondo, Juan Manuel Robles, Augusto
Effio Ordóñez, Carlos Yushimito, Alexis Iparreguirre, Marco García Falcón,
Carlos Saldívar, Sandro Bossio, Óscar Pita Grandi, Pedro Llosa Vélez, Edwin
Chávez, Leonardo Aguirre, Francisco Izquierdo Quea, Martín Roldán Ruiz, Orlando
Mazeyra y Jeremías Gamboa.
La cita es a las 7 de
la noche en el auditorio César Vallejo. Y los comentarios estarán cargo de
Alexis Iparraguirre.
Vargas Llosa antes del fin
Leo mucho a Vargas
Llosa, pero siempre lo hago a destiempo. La algarabía y fiebre que despierta
nuestro Nobel de Literatura, en cada última publicación, suele ser descomunal y
engañosa. Existe un consenso en quedar bien con él, a toda costa. Importa poco
si el título ni siquiera llegue a la medianía de ¿Quién mató a Palomino Molero?, Lituma
en los andes o Elogio de la madastra.
Se escribe de Marito
con miedo, reverencia y en algunos casos con un patético espíritu
lustrabotista. Yo prefiero hacerlo con respeto.
Es lo mínimo, pues.
No hay escritor peruano,
y más de uno latinoamericano, que no haya bebido de él. Imagino a todas las
sensibilidades que optaron por ser parte del oficio literario luego de leer sus
libros. Pienso en El pez en el agua, La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, El hablador, La fiesta del Chivo, La
guerra del fin del mundo, Historia de
un deicidio…
Ahora, en La civilización del espectáculo
(Alfaguara, 2012) tenemos un claro viaje a las parcelas del prejuicio y la desinformación.
Durante la lectura cerraba el ejemplar y miraba la portada para cerciorarme si
era Vargas Llosa el autor, albergando la esperanza de una equivocación. Varias
veces me ha pasado. Por ejemplo, hace años quise leer a Eielson y cogí, seguro
por la borrachera, el primer poemario que me había regalado un entonces joven
crítico de San Marcos. Esa gracia me resintió un par de meses del verdadero
hacedor de Habitación en Roma.
Vargas Llosa en su
faceta de ensayista siempre se ha caracterizado por su responsabilidad en la
investigación. En este sentido no ha sido menos que admirable. Sin embargo, el
de la presente publicación practica el gamonalismo intelectual, y en base a
ello pontifica, haciéndonos creer que estamos perdiendo los valores de la “alta
cultura”, arrastrada por la banalización y frivolidad. Es decir, para nuestro
admirado plumífero, atravesamos años en lo que no hay nada que destacar de la
producción creativa y cultural. Diera la impresión, por decir lo menos, que le
ha declarado la guerra abierta al divertimento, sin aplicar ningún tipo de
filtro, siendo ajeno a la sensibilidad contemporánea, que por el hecho de ser
rápida, no quiere decir que sea fugaz. De lo contrario cómo nos explicaríamos
las nuevas propuestas artísticas que recogen mucho, y en demasía, de los
valores y crisoles que tanto dice defender y que a la vez añora (¿no ha visto a
los nuevos cineastas rusos, por ejemplo?, ¿no fue él quien nos recomendó 24 y a Stieg Larsson?).
Su estrategia en
principio se pinta de inteligente. Apela a la comparación, tanto en cine,
literatura, artes plásticas y demás. Por ejemplo, en cuanto a literatura, no
hay mucho que discutir entre Edmund Wilson y Oprah Winfrey, pero ese tipo de
parangón resulta zafio tratándose de una mente brillante como la suya, entonces
lo hace motivado por cierto prejuicio en pos de un discurso que nutre su
poética y visión del arte. Para una persona no muy informada podría resultar
convincente, pero hay que manejar datos, ser dueño de cierta cultura para
detectar las trampas de este magisterio ególatra. No sabía que Marito también
podía convertirse en el rey de la omisión y fungir de paso de príncipe de la
criollada intelectual.
Intentar explicar lo que
ocurre en la sociedad de hoy es ante todo una empresa complicada. Se requiere de
muchas fuentes y datos para sacarla adelante. Y no con el fin de prodigar
certezas, sino ideas dignas de debate y polémica, algo en lo que el autor de La casa verde ha demostrado ser más de una
vez una voz autorizada, que sabía de lo que escribía y por ende discutía.
Ya son varios años en
los que Mario Vargas Llosa no nos entrega algo digno de su calibre, tanto en
ficción como en ensayo. Lo último que leí de valor de su inalcanzable
producción fue Travesuras de la niña
mala. Y no soy el único que ha sido testigo de saludos desmedidos y
trepadores hacia títulos sumamente menores y olvidables como El paraíso en la otra esquina, El sueño del celta y Diario de Irak.
domingo, julio 22, 2012
martes, julio 17, 2012
domingo, julio 15, 2012
Salvaje algarabía
Días atrás llegó a la
librería un lector chileno. Buscaba un libro sobre Roberto Bolaño editado en
Perú. El único que se me venía a la mente: Para
Roberto Bolaño de Jorge Herralde, publicado en estas tierras por
Estruendomudo. Sin embargo, ese no era el que deseaba, sino uno que tenía como
autora a una crítica literaria.
El lector chileno se
quedó buen rato. Estaba interesado en algunos autores peruanos. Leía título por
título a medida que recorría los lomos. Mientras tanto, Yesenia y yo afinábamos
la táctica de búsqueda de unas revistas traspapeladas. En eso estábamos, cuando
el amigo del sur lanzó una pregunta.
En apariencia su
inquietud parecía sencilla. Luego de una fugaz introducción sobre la influencia
de Bolaño en la narrativa argentina y chilena últimas, quería saber si había
publicaciones peruanas que al menos recogieran el espíritu de la poética del
hacedor de Estrella distante. No lo pensé
mucho y le hablé sobre Poesía en rock
y País sin nombre. Sobre Rosas Ribeyro le conté el dato de la famosa
foto de Bolaño con los Infrarrealistas. Y del experimental libro de Buco e
Yrigoyen, el del encuentro de Verástegui con Paz, que lo relata el mismo Rosas Ribeyro,
y que motivó el odio del entonces joven Bolaño hacia el autor de En los extramuros del mundo.
Me gustó la conversa.
Aireó más mi pasión bolañesca, la cual creía que ya no exhibía los fuegos de
antes. No es lo mismo acercarse a Bolaño de joven, o relativamente joven, que
de adulto o adulto que coqueta con la fase cuatro. Lo leí por primera vez en el
2002, y lo hice con una publicación medular: Los detectives salvajes (quizá la única novela latinoamericana contemporánea
que puede hacerle el pare a las novelas del Boom). Conocí este libro de
prestadito, gracias a la generosidad de Erika que trabajaba en La casa verde.
Un año después me hice de mi propio ejemplar en El Virrey del Centro de Lima.
Se ha anotado hasta el
cansancio sobre el hechizo que genera la prosa de Bolaño en los lectores, en especial
jóvenes. Algo parecido dijo José Miguel Oviedo en el primer artículo sobre el
autor que se publicó en Perú, en 1999 si la memoria no me trampea, a razón de Los detectives… y Llamadas telefónicas. En este sentido quiero ser justo, puesto que
reconozco que sin ese texto de Oviedo, no hubiera germinado en mí las ansias
por acercarme a ese escritor que sin leerlo ya me llamaba la atención. Al
menos, durante algunos minutos, me olvidaré de su argolla y del daño que le ha
hecho a la literatura peruana contemporánea con sus antologías que son muestras
de sentimientos menores y rencores ridículos.
Bolaño murió hace nueve
años (2003), precisamente un 15 de julio. No tengo ánimos para referirme a lo
mucho que todavía se escribe de él. Hay gente más preparada en la materia,
algunas dedicadas con seriedad y respeto, y más de una por vergonzante interés,
porque les conviene (y convenía) subirse a la moto Bolaño. Pues bien, lo que nunca
dejará de seducirme es la imagen que este proyectaba, cuya sombra a más de uno ha
vuelto un adicto. Para asimilar la imagen de Bolaño, se requiere de mucha
voluntad testicular. Con mayor razón en épocas como esta, en la que todos,
gracias a las redes sociales, se alucinan escritores y poetas destinados a la
perdurabilidad, haciendo suya la consigna de no quedar mal con nadie, imperando
el saludo hipócrita y la sonrisita diplomática.
Pese a que Bolaño no
era una buena persona (pueden decir lo contrario quienes lo conocieron de
verdad), o quizá exagere y deba quedarme con el calificativo de patán, nunca
dejó de mostrarse consecuente con su discurso, el ajeno a su narrativa y
poesía. Bolaño fue siempre un marginal; y tan cierto como ello fue su afán por
conseguir fama y reconocimiento, aspectos totalmente lícitos cuando se es dueño
de una obra sólida y fresca como la suya.
Ampuero: Cuentos, relatos, artículos y... poemas
Algo de experiencia
tengo en estos negocios de las antologías. En realidad no es para nada difícil,
solo hay que conocer bien el universo del cual quieres llevar a cabo tu
escogencia. Y claro, es necesaria una distancia, una mirada fría con respecto
del material que vas a trabajar. Aunque también
hay que desahuevarse y dejar de lado los amiguismos y las vendetas personales.
¿Pero qué ocurre cuando
un autor tiene que seleccionar su propia obra? En este caso, los parámetros
mencionados en el párrafo anterior se van a tacho. No hay distancia, queda de
lado la objetividad. Se hace la criba desde el terreno del sentimentalismo,
hasta se llega a creer que todo lo que se ha escrito es maravilloso. Entonces
el autor debe atenerse a las consecuencias de su ego y terquedad.
En tiempo record llegó
a mis manos Antología personal (Punto
de Lectura, 2012) de Fernando Ampuero. Cuentos. Poemas. Prosas. A secas.
Conozco bien la narrativa
de este autor, a quien, dicho sea, le está yendo mejor, como escritor, desde
que dejó El Comercio. Y la opinión favorable que tenía de su obra se ha reforzado
considerablemente. Pero siento algo de desazón, puesto que debió asesorarse,
dejar que sea otro quien realice el filtro. Claro, se dirá que si eso pasaba,
el libro ya no sería una antología personal. Pero eso a quién diablos le
importa. Todo vale en pos de antologías redondas, y con mayor razón cuando son
personales.
Ampuero acierta en la
sección Cuentos. Aquí nos topamos con cumbres de la cuentística peruana
contemporánea, como “Taxi Driver sin Robert De Niro”, “Malos modales”, “Voces”,
Bicho raro”, “Kim Novak en París” y “La aventura”. Pero también leemos uno muy
sobredimensionado. “El departamento”. Buena historia, pésimo tratamiento. Pero
en fin. No es culpa suya, sino del crítico Gustavo Faverón, que lo incluyo,
rescatándolo de un número de Caretas de los ochenta, en su antología sobre la
violencia política Toda la sangre.
Nuestro autor salvó al cuento de la guadaña porque ya es parte de una antología
importante, quizá la mejor que se publicó en la década anterior.
Las secciones Relatos y
Artículos pudieron formar una sola. Es casi perfecta. Y lo es no por la
alternancia de textos flojos, sino omisión de algunos que no sé por qué no
integran el volumen. Pienso en “La teoría de la malagua. Narradores peruanos de
fin de siglo”.
En ambas secciones es
posible detectar una mirada distinta, un humor fino y a la vez callejero, capaz
de elevar tópicos en apariencia remanidos. Gracias a su pluma adquieren otra
tonalidad, ajena a la fugacidad de la escritura periodística. Al respecto,
hasta sus más acérrimos detractores estarán de acuerdo con este servidor.
Definitivamente,
Ampuero tiene muchos amigos y amigas. Y entre ellos algún que otro escritor y
varias lectoras empedernidas y serias… Por eso me atrevo a especular, es lo que
me queda para intentar explicarme la justificación de la sección Poemas. O sea,
ninguno de ellos ha sido capaz de decirle que no es poeta. Si le hubieran dicho
que es un mal poeta, sería excesivo, porque estaríamos aceptándolo como vate. Y no, pues. Así no se juega…
Por cierto, en la
contratapa del libro figura un párrafo de Washington Delgado sobre el Ampuero poeta : “Ampuero
es un poeta extremado y original”.
Sin comentarios,
Delgado se pasó de generoso.
Yo no soy amigo de
Ampuero, pero me consta su buen talante para las críticas, e imagino que aún más
para con la verdad. En tal sentido, querido Fernando, no eres poeta. Lo tuyo ha sido, es y será la Narrativa.
sábado, julio 14, 2012
Antología de poesía surrealista
Me encontraba en la chamba (Stand 16, Boulevard Quilca)
fumando y escuchando a bajo volumen una selección personal de Jazz. Sonaba Chet
Baker. Parecía una tarde normal, sin contratiempos. Acababa de apagar la
portátil, segundos antes había enviado para su publicación un artículo nada
zalamero sobre José Saramago. Quería leer algo, de preferencia una novela
corta. Me debatía entre Doble de vampiro
de José Donayre y Matagente de
Rodolfo Ybarra. Por un momento pensé turnarme las lecturas, pero mis planes
cambiaron.
Los libreros tenemos
una fijación enfermiza cada vez que llega una caja de libros. Te importan poco
las guías que tengas que firmar, simplemente quieres abrirlas y sumergirte en
los títulos que hay dentro de ese objeto rectangular de cartón. Prácticamente
me desconecto del mundo. Nada importa. Es una excitación casi sexual.
Algunas cosas se
removieron en mí. Años atrás tuve en mi poder la primera edición de Antología de la poesía surrealista de lengua
francesa de Aldo Pellegrini. Editada en 1961, en Buenos Aires, por General
Fabril Editora, sello dirigido por Jacobo Muchnik. Desde su salida significó todo
un acontecimiento. Al respecto, no hay mucho que pensar. A la fecha sigue
siendo el trabajo más completo que se haya realizado sobre el surrealismo, que
más que un grupo poético, fue un movimiento cultural canalizado en la
provocación y la disidencia de las normas establecidas en arte, que tuvo el fin
de llevar a cabo una cruzada en pos de la esencia del hombre. Sobre este libro
hice una ligera pero exaltada mención en un artículo que escribí sobre Hunter
Thompson, publicado en el segundo número de la recordada revista Pelícano. No
recuerdo el motivo de la referencia a la antología, pero sí que busqué el
pretexto de consignarla puesto que llevaba semanas de haberla adquirido en un
huequito de libros en el Jirón Camaná. Sentía pues una especie de emoción nada
fugaz que lo proyectaba de alguna manera en todo lo que escribía… A los meses
cometí el error de prestarla y quien la tuvo la desapareció, por borracho, para
siempre en el río Rímac.
Ver
entonces una nueva edición de este florilegio, ahora por cuenta de una pulcra
edición de Argonauta de Argentina, no hace sino ubicarme en un estado de gracia
ante uno de los manifiestos de expresión poética más contundentes del siglo
pasado. ¿O acaso alguien en su sano juicio sería capaz de negar a la fecha su
influencia directa e indirecta? Los surrealistas pertenecían a otra galaxia, su
legado nos ha calado a cada uno de nosotros en algún momento, ya sea por un
poema suelto, una anécdota de tinte mágico, una escena de película, una novela
onírica…
Más
de sesenta voces, no todas conocidas por una trayectoria poética, mas sí por
una actitud comprometida con el movimiento. Y lo que hace especial este nuevo
acercamiento es la frescura que percibes de vates no tan fundacionales para
nuestro imaginario, como Maxime Alexandre, Jean Arp, Jacques Baron, Robert
Benayoun, Guy Cabanel, Marcel Lecomte, Robert Rius y Francis Picabia. Y claro,
vuelves a los senderos de los fundamentos que signaron a Breton y compañía,
gracias al inmarcesible prólogo de Aldo Pellegrini, “La poesía surrealista”.
miércoles, julio 11, 2012
martes, julio 10, 2012
Diarios de Sontag
Hace ya varios (muchos)
meses, mi buena amiga Rocío Fuentes me
prestó, ni bien llegó de Buenos Aires, este título póstumo de Susan Sontag (1933
– 2004), Renacida. Diarios tempranos,
1947-1964 (Mondadori, 2011). Como aún no me pide el libro, lo estoy
cuidando como si fuera mío.
Tenía buenas
referencias sobre esta primera entrega de los diarios íntimos de quien en vida
fuera una más que atendible narradora y, por sobre todo, una excelente
ensayista comprometida, es decir, consecuente con las ideas de las que escribía
y defendía.
Hasta hace no mucho,
mis lecturas estuvieron centradas diarios de escritores, pasaron por mis armas
muchas plumas, desde las clásicas a las contemporáneas; por ende, tener en
manos los diarios tempranos de Sontag, fue, en un inicio, una especie de
ansiedad consumada, de respiro aliviado. Pero esta suerte de tranquilidad
festiva no tardó en ataviarse de desazón. En otras palabras: esperaba más,
mucho más, de Renacida.
Más o menos podemos
rastrear esta decepción desde el prólogo. David Rieff es el encargado de
explicarnos la razón de la publicación de los diarios de su madre. Por momentos
peca de solemne, de especulativo en cuanto a haber respetado o no su voluntad. En
más de un tramo de su texto nos dice que fue decisión suya que estos escritos –que
en total suman más de cien cuadernos- vean la luz.
Pues bien, estamos ante
una Sontag en búsqueda de la experimentación sexual y la voracidad lectora, en
especial. Son diarios de juventud, en donde percibimos una personalidad
inmadura y curiosa. Además, es posible rastrear en ellos una apuesta moral por
el “otro”, un compromiso llevado a la praxis, de querer hacer algo ante tanta
injusticia e indiferencia, sin importarle si vaya sola o no en la empresa. Como
también su recurrente cobijo en el arte y la literatura (los guiños a Thomas
Mann, por ejemplo, son radiactivos). Sin embargo, Rieff hubiera ordenado mejor
este legado. La coherencia estructural resulta flojísima, lo cual sorprende
porque tuvo el tiempo suficiente de articular los textos, pudiendo pues
deshacerse del ripio, del hueso… Son tan pero tan redundantes que el lector
tiene que bregar más de la cuenta para dar con los contadísimos instantes de
revelación que nos remite a la mejor Sontag.
Sabemos que vendrán dos
entregas más, y definitivamente esta primera quedará en el olvido. Fácilmente
pudo acoplarse con el próximo tomo de los diarios, lo que da pie a la sospecha
razonable sobre el verdadero motor de su hechura: el factor comercial. Factor
comercial que la misma Sontag hubiera desechado gracias a su conocida autoexigencia
que prodigaba en su obra. Era demasiado estricta y perfeccionista que ni
siquiera pasaba por alto las cartas institucionales que escribía al vuelo.