lunes, abril 29, 2013
Publicado en Lee Por Gusto – Perú 21
…
Una de las
publicaciones peruanas de estos últimos años que indudablemente sobrevivirá,
por lo menos, un par de décadas más, es, sin duda alguna, Poesía en Rock. Una historia oral. Perú 1966 – 1991, de Carlos
Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen.
Reconozco mi
entusiasmo, justificadamente excesivo, para con esta publicación. En primer
lugar, los autores son muy amigos míos. Y en segundo, y no creo que esté mal
que lo diga, en su momento hice todo lo posible para que el presente libro sea
una realidad, al menos colaboré con un granito arena para dicho fin. Era pues
un libro polémico. No sé cuántas veces he vuelto a sus páginas. Hay muchos
datos que pueden recogerse de él, como los detalles del famoso duelo entre
Antonio Cisneros y Jorge Pimentel, o el encuentro de Enrique Verástegui con
Octavio Paz en México. Pero ante todo, es un libro muy divertido.
Pues bien, días atrás
volví otra vez a sus páginas. Andaba tras un dato incluido en un pie de página,
mi idea no era releer el texto completo, pero lo volví a hacer, quizá llevado
por una mirada más calmada, más analítica y con algo de espíritu crítico. Al
cerrarlo, me quedé pensando, pensando en lo necesario que resulta su lectura,
más aún en estos tiempos en los que la poesía peruana actual transita
alegremente en las acequias del olvido; si buscamos en la hojarasca, a las
justas podrán encontrarse tres o cuatro alfileres. Pero esto no es lo peor, lo
peor es que estamos siendo testigos de la celebración de la mediocridad, la
falta de talento, la carencia de lecturas ligada al alarmante desconocimiento
de nuestra gran tradición poética.
Desde la primera vez
que lo leí, no dejé de resaltar su extraño poder, poder casi mágico de afianzar
convicciones, poder que solo muy contados libros pueden transmitir. Uno no es
el mismo luego de su lectura. O se es, o no, así de simple es el asunto.
En principio sería difícil ubicarlo en un
género específico. Para mí Poesía en rock
es un artefacto, en donde vemos una bien pensada mezcla de registros, en donde
entran a tallar el ensayo, la historia, la crónica, el testimonio y la poesía. Si
Poesía en rock existe como libro es
porque no pudo ser un documental.
Más de una vez he dicho
que la década del setenta fue propicia en cantidad y calidad para la poesía
peruana. Sin exagerar, son nuestros años maravillosos. Dicha década tuvo de
todo. Se vivió la violencia que despertaban los discursos ideológicos y
políticos, era pues la cima de la alteración continental proveniente del
decenio anterior. Por ello, la poesía que se escribía no era ajena a ese
influjo, no era un ejercicio descontextualizado, era como una esponja que se
alimentaba de los vientos calientes de la revolución, siendo uno de sus
principales nutrientes lo vivido en Mayo del 68 francés, cuando se creyó en el rock,
la poesía y la revolución como una sola fuerza capaz de cambiar el mundo.
Durante décadas se ha
hablado mucho de la poesía peruana de los setentas y ochentas. Sobre la década
setentera tenemos un documento importante, como la antología Estos 13 de José Miguel Oviedo. Pero si
tomamos como cierto lo que él dice en su prólogo, tendríamos una visión
realmente deformada de lo que ocurrió poéticamente. Ni hablar de lo que se dice
y escuchamos en los bares y tertulias. Se hacía necesario tener la palabra de
los principales implicados, de los sospechosos comunes. Ellos tenían que
hablar. Exponer sus puntos de vista, puntos de vista que abarcan un cuarto de
siglo que estamos en la obligación moral de conocer a fondo.
Para este fin, Torres
Rotondo e Yrigoyen reúnen a los poetas de los grupos poéticos más
representativos de la época. Estación Reunida, Hora Zero, La Sagrada Familia y
Kloaka. A excepción del movimiento fundado por Jorge Pimentel, los demás
dejaron de ser lo que se suponía tenían que proyectar. En HZ podemos ver una
actitud de golpe, una poesía que no solo se justificaba como tal, sino también
en la actitud de sus integrantes. Es por ello que los horazerianos marcan la
pauta de la historia que se nos cuenta. No es para menos, los testimonios de
Pimentel, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui, José Rosas Ribeyro, Roger
Santiváñez y Tulio Mora son cartuchos de dinamita encendidos, es Historia
Literaria dicha desde la calle y uno se siente parte de esa Historia Literaria,
deseando haber podido vivir aunque sea una parte de la misma. Más allá de las
contradicciones que puedan tener, más allá de exceso egocéntrico, no demoramos
en llegar a la conclusión de que estamos ante las principales voces de nuestra
última generación. Así es, como suena, nuestra última generación de poetas.
Mejor que lo expliquen
los hacedores del libro: “Escuchen bien. En la tradición poética peruana solo
existen tres generaciones, cada una con su propio abanico de propuestas
estéticas y sus ecos en poetas posteriores. Tres: no más. El resto son
promociones, no ciclos con una propuesta estética cohesionada. La teoría de las
generaciones por décadas ha sido institucionalizada oficialmente o por pereza
intelectual o para repartir más lotes en el Parnaso de los efímeros egos
literarios”.
Hora Zero, sin pasar
por alto los valiosos aportes de las otras agrupaciones y los poetas que desarrollaron
en paralelo una propuesta poética, como José Watanabe, Abelardo Sánchez León y
Manuel Aguirre, es el eje central, la fuerza centrípeta.
¿Pero qué es lo que, en
especial, leemos en los testimonios? Recordemos que los protagonistas hablan
valiéndose de la memoria, y por más que existan inexactitudes en sus versiones,
hasta mezquindades repartidas, y por más que se adornen, yace una creencia en
la práctica de la poesía como tal, en asumirla como fin. Es decir, primero la
voz poética y luego el reconocimiento y la fama minúscula. Que la mayoría de
ellos cayó en la posería, tan frecuente en la juventud (por ejemplo: Verástegui
semidesnudo promocionando un libro en Caretas), es innegable. Total, la fama y
el reconocimiento son resultados lícitos, y si ellos los obtuvieron tan jóvenes,
fue debido a que ante todo se imponía la poética individual y colectiva. Pensaban
que sin furia no podía haber poesía. Estaban convencidos de que la poesía es
inconformidad. Estas agrupaciones entendieron el mensaje, sabían lo que tenían
que hacer, pero solo Hora Zero fue consecuente, hasta el día de hoy.
En el capítulo “Nota de
febrero de 2010” nos encontramos con un panorama cruel pero real de la
producción literaria peruana. En lo personal, en este punto tengo más de un
reparo con Torres Rotondo e Yrigoyen, pero no en lo sustancial. Habría que ser un
habitante de Saturno para no darnos cuenta que pasamos nuestro peor momento. No
existe discrepancia. La crítica literaria en medios, o lo que queda de ella,
está emasculada, incapaz de decir las cosas por su nombre; pero la crítica
académica, la llamada a escribir el canon, a cartografiarlo, ningunea a las
voces de valía, forjando un discurso guiado por el amiguismo, o sea,
mintiendo. Para esta, por ejemplo, el
discurso de la calle llevado a la poesía nace y alcanza su cima en los ochenta,
negando, o prestándole poca atención, a lo que se hizo una década atrás.
Como dije, Poesía en rock es un libro divertido.
Pero es también uno sumamente incómodo. Aquí hablan sin censura los poetas
convocados y sus hacedores exhiben sus urticantes puntos de vista. Sin duda,
estamos ante un documento histórico de la literatura peruana contemporánea. Su
perdurabilidad no descansa en su excelencia, sino en su imperfección,
imperfección que nos lleva a revisar nuestra tradición poética última y así
saber, descubrir y redescubrir quién es quién.
viernes, abril 26, 2013
martes, abril 23, 2013
domingo, abril 21, 2013
viernes, abril 19, 2013
miércoles, abril 17, 2013
martes, abril 16, 2013
'Cortos' de Alberto Fuguet
Publicado
en Lee por Gusto – Perú 21
…
En
alguna oportunidad, no muy lejana por cierto, escuché más o menos lo siguiente:
“Alberto Fuguet es un gran escritor que aprendió a escribir luego de publicar
varios libros, tuvo que ser famoso para que aprendiera a escribir muy bien”.
No
sé cuán cierta sea esa opinión. Hasta suena mezquina. Lo que sí muy bien es que
el autor chileno tuvo que recorrer un largo camino para que se le reconociera
como una de las voces capitales de la narrativa latinoamericana contemporánea. La
primera vez que escuché de él, en el primer lustro de los noventa, se hizo
referencia a que era el escritor de la derecha chilena, un producto de su
sistema económico. Obviamente, quien lo dijo era un literato que leía mucho,
pero era de esos que leían con el ojo izquierdo, y en base a ese ojo izquierdo
valoraban. Este dato nos sirve para darnos cuenta de cómo puede ser vista y
apreciada una poética desde sus inicios y de cómo esta se abre paso. Y por más
extraño que parezca, esta poética se abre paso entre los senderos de la fama,
nunca dentro de los difíciles senderos que recorren los desapercibidos. Por
demás, es el público el que ha legitimado su poética, siempre, pero siempre ha
estado con él. El público no se ha dejado influir ni atarantar por la férrea
resistencia valorativa de la crítica literaria, tanto la que se practica en la
academia y en los medios.
En
estos días he estado releyendo Mala onda
y mientras lo hacía me venía el recuerdo de Sobredosis.
Tanto la novela y el cuentario me gustaron cuando los leí, pese a ciertas
falencias y grietas en el andamiaje estructural de ambos, había pues una furia,
sea patente y latente, en el nervio narrativo, una furia que incomodaba, y
también una tristeza, una agobiante tristeza, casi tanática. A medida que
avanzaba la relectura, tenía la fugaz sensación de que no estaba ante un
escritor, es decir, no ante uno que transmitía escribiendo literatura, sino
ante uno que transmitía narrando. Porque Fuguet es una máquina de narrar y si
lo conocemos como escritor es porque la literatura era el medio que se adecuaba
más a su urgencia de narrar. De haber sido su deseo, especulo, y de haber
tenido las posibilidades, Fuguet sería primero director de películas y de
cuando en cuando escritor.
Uno
de sus títulos que entre nosotros pasó relativamente desapercibido, fue Cortos (Alfaguara, 2004). Lo leí en el
año 2008, inmediatamente después de una novela suya que me había gustado hasta
el exceso, Las películas de mi vida. Cortos podría ser visto como el
laboratorio de Fuguet, su cocina creativa en donde se condensa el nervio de su
poética, tanto literaria como visual, en donde nos preguntamos constantemente
qué es lo que estamos leyendo. Sin embargo, preguntarse qué es lo que se está
leyendo, no es más que una pérdida de tiempo, no tiene sentido alguno ubicar
los relatos dentro de alguna parcela, sea esta literaria o visual. Cortos no es más que narración, gran
narración que consigue lo que algunos libros y películas: ser otra persona,
tener otra visión de la vida, no feliz, obvio, luego de haber incursionado en
sus páginas.
Los
relatos que conforman la publicación, podrían ser catalogados como cuentos y
cortometrajes. Y más allá de las estructuras que emplea, Fuguet no descuida el
punto único, axial, que una narración debe exhibir: la configuración de los
personajes, que bien podrían ser la versión treintañera del adolescente y
bipolar Matías Vicuña, el recordado protagonista de Mala onda. El primer relato, ‘Prueba de aptitud’, cuentazo en todo
el sentido de la palabra, que a lo mejor, espero que sí, en el gran futuro
figurará como un texto medular de la cuentística latinoamericana, nos da las
suficientes luces del camino a seguir en los demás relatos: un viaje al pasado
ochentero a través de la tristeza, viaje motivado por el presente de la
indefinición existencial y los golpes sin avisar de la depresión, tan común en
quienes deben sobrevivir la fase de los treinta. En el mismo respiro del
relato, quedan también ‘Más estrellas que en el cielo’, ‘Road Story’ y ‘La hora
mágica (Matiné, Vermouth y Noche)’.
Creo
que no caería en la mera exageración: Fuguet es uno de los pocos escritores
latinoamericanos actuales que más ha afianzado su propuesta y el que más
transmite. Porque eso es lo que todo escritor tiene que cumplir: no escribir
bien, sino transmitir. Cortos no será
su título más representativo, pero sí el que más expone su envidiable acervo
creativo, acervo que no solo se nutre de la tradición literaria.
domingo, abril 14, 2013
¡Nada de Chibolín! - Aventuras y desventuras de Diego Trelles, el corrector de estilo
Algunos pueden pensar
que mi post anterior fue demasiado hepático. Puede ser. Concedámoslo.
Y si alguna disculpa
debo pedir, pues se las pido a Chibolín, al verdadero Chibolín.
Ahora, si alguien
quiere pruebas de la incapacidad literaria de Diego Trelles para criticar los
textos de los demás (eso: criticar los textos de los demás, gratuitamente, sin
intención de aportar, con el único afán de hacerse el bacancito de la
literatura peruana), aquí una breve muestra, que encontré al vuelo por ahí, de
los gazapos de Trelles en su novela Bioy.
…
“Aunque era blanco, sus
rasgos trigueños delataban su origen mestizo”
Sin comentarios.
“Un rápido puñete con
el dorso de la mano”
Bueno, no me voy a
detener en el sinsentido de la frase. Pero algo así solo lo puede escribir
alguien que nunca se ha trompeado o que, en el peor de los casos, no sabe
pelear.
“No pude evitar soltar
un grito que se quedó atrapado en mi garganta”
Juro que esto solo
puede aparecer en una barata novelita pornográfica, de esas en las que hay
mucho efectismo y cero placer, y que por ese motivo son baratas.
“Las piernas laxas
contraídas contra el abdomen en posición fetal”
Al parecer, alguien
apuró al autor a terminar su novela, le dijeron que había premio al toque, “presenta
ya”. Si sustraemos la frase del libro y obviamos el nombre de su hacedor,
podríamos asegurar que es de autoría de un patita que quiere empezar a escribir
porque le gustó El alquimista de
Coelho y que piensa que hacerlo es muy fácil. O sea, ¿cómo las piernas pueden
estar laxas y contraídas a la vez?
“Le descerrajaron la
cabeza de un tiro”
Recomiendo a Trelles
leer ya, inmediatamente, las novelas policiales del genial Richard Price. Clockers para empezar. Saca tu cuaderno
Loro y apunta los secretos de la costura narrativa de Price. Ni se te ocurra
ver antes la adaptación de Spike Lee. Si haces bien la tarea, Price será para
ti lo que Faulkner fue para Vargas Llosa. Acuérdate: me lo vas a agradecer.
…
Y así tienes el cuajo
de decir que yo escribo mal?
Já.
sábado, abril 13, 2013
Chibolín dizque salvaje
Actualización del post, aquí. Y allí termino.
...
Bueno, no es que quiera
cambiar la dirección temática del blog, pero me fastidia la mala leche. La mala
leche acompañada de desinformación e ignorancia.
Diego Trelles Paz, más
conocido en el ambiente literario peruano como Chibolín, acertado chaplín que
proviene desde las mismas entrañas de Borrador, escribe una reseña sobre 17 fantásticos cuentos peruanos Vol 2 de
Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor.
Chibolín no tiene mejor
idea que empezar su texto de la siguiente manera:
“Uno de los primeros
antólogos en notar las bondades de la reproducción en serie fue Gabriel Ruiz Ortega.
El método era simple: prólogos flojos, intuitivos, mal escritos, de escaso
rigor académico, una selección aceptable de relatos y un título, con las mañas
de la etiqueta publicitaria –Disidentes–, que se reproduce ad finitum (ya va
tres entregas; tres más y tendremos al nuevo Rocky de la literatura peruana)”
Pues bien, desmenucemos
la convulsionada cabecita del Chibolín de la nueva narrativa peruana.
En primer lugar. A la
fecha nadie puede negar, y la verdad que no me gusta decirlo, el éxito rotundo
de Disidentes. Muestra de la nueva
narrativa peruana (2007). Tiempo después publiqué Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas y el año
pasado Disidentes 2. Los nuevos
narradores peruanos (2000 – 2010).
Del segundo y tercer
florilegio sí tengo algunas cosas que decir…
Vayamos.
En más de una ocasión
he escrito sobre las narradoras peruanas, específicamente de las aparecidas en
el decenio anterior. Anotaba que necesitaban una antología que reflejara
coherencia en su búsqueda de nombres, que brindara bases sobre su
nacimiento y posterior eclosión. Y su hechura obedeció a un aspecto simple: a
las mujeres les cuesta más que a los hombres que las tomen en cuenta. Me
fastidiaba, y aún me fastidia, que a muchas de ellas no se les preste atención, no les basta con publicar un buen libro. Hay
un puto machismo en nuestro medio literario. Por eso, D1 fue una respuesta a ese sistemático ninguneo, y en segundo lugar
una de perfil a Matadoras, supuesta antología
de nuevas narradoras signada por su frivolidad y su evidente flojera, porque
allí no se buscó nada y si en caso hubo búsqueda, esta solo se limitó a digitar
en Google “Nuevas narradoras peruanas”. Sobre ese libro Chibolín jamás dirá
nada, se orina este infrarrealista bamba, porque como todo rey de la Otra
Literatura, no debe chocar con Estruendomudo. No es estratégico, pues. Mucho
menos abrirá el hocico sobre las dos versiones, ultracomercialonas y
literariamente endebles, de Selección
peruana.
De Disidentes 2 estoy más que satisfecho. En vano no pasan los años.
Mi mirada ya no es la misma de cuando hice el Disidentes primigenio. Todo aquel con dos dedos de frente no demora
en llegar a la conclusión de que el criterio para conformar la nómina D2 es producto
única y exclusivamente del nivel literario de sus integrantes. No obedeció a
factores comerciales y publicitarios. ¿No te has fijado, querido Chibolín, que allí no tengo a tu prologuista Santiago Roncagliolo?... ¿Y
así tienes la concha de sugerir que hice la serie Disidentes debido a factores marketeros cuando tú, pequeña bestia, permitiste
que Roncagliolo prologara El círculo de
los escritores asesinos? Entonces, ¿quién es el marketero aquí?... Siempre
he sido de la idea de que los libros de ficción se defienden solos; libros con
prólogos de escribas famosos le quitan piso a cualquiera. Más aún a un
impostado bolañista como tú. La verdad, Bolaño te estaría agarrando a patadas en estos
momentos.
Sin escritores famosos,
sin escritores influyentes en prensa, sin escritores contactados en la academia,
salió D2. Y su
reconocimiento vino sin ayuda de nadie. Un
ejemplo nomás: D2 llenó el auditorio
más grande de la pasada feria internacional del libro. A D2 le bastó y sobró el boca a boca del lector. En cambio, ¿qué pasó
con la presentación de la edición peruana de tu primera novela? ¿Qué paso,
criatura? Yo te respondo: ni mierda. Con todo el tinglado publicitario que armaste
fuiste incapaz de llenar la sala más pequeña de esa misma feria. A las justas
veinte puntas que se preguntaban “¿Quién este huevón?”, “¿Chibolín presenta
libro?”, “Es un impostor, no es Chibolín, somos fuga”, “Mmm”. El público lector,
y te jode saberlo, no se traga embustes.
Aparte de pseudopendejo,
eres un ocioso, un soberano ocioso mental. Si vas a reseñar un libro, haz bien
tu chamba, huevas. En más de una ocasión he declarado que con D2 se acababa la serie Disidentes. Ahora, te paso el dato de un
expediente secreto: más de un allegado a ti te puede confirmar que pensaba
armar el cuarto número de la serie, el cual daría registro de los poetas peruanos
de 1990 al 2010. D3 iba a ser
publicado en México. Y no me emocioné con esa posibilidad, porque antes de
presentar una selección por el solo hecho de presentarla, estaba mi capacidad
de lector. Toda antología es una prueba de fuego para su antólogo, si no lo
sabes. Tenía que estar seguro de su fuerza poética en conjunto, fuerza poética
que no pude reunir porque me faltaban nombres, los nombres que yo quería, o
mejor dicho, los permisos de los herederos de los poetas que fallecieron a
fines de los noventas.
Si vas a
referirte a la serie Disidentes,
primero llena una minúscula sala de feria y allí recién hablamos. Llena una minúscula sala, nada más, no te pido la sala más grande. Pero
sabes, te la hago más fácil, lee las antologías nomás; hay que leer, pues, aunque sea los
índices (lo sospechaba, pero ahora sé que eres un limitado lector de solapas y contraportadas)
para que así te desahueves desde el saque y veas que estos tres libros son
ajenos a las motivaciones extraliterarias con las que tú sí mueves los tuyos,
que nada tienen que ver con la reproducción en serie. ¿Qué pasó, chato, estabas
fumando orégano cuando escribías esa reseña?... ¿O es que estás preparando el
terreno para la salida de una antología de nueva narrativa peruana, que no la
haces tú, felizmente, porque no pasa nada, ni chicha ni limonada, con la
edición peruana de El futuro no es
nuestro, pero en la que estás incluido, y no tienes mejor idea que ponerte a joder gratuitamente?... En
literatura y política, nada es casualidad…
Motivaciones
extraliterarias… Motivaciones, precisando, oscuras y sucias y huachafas... Al
respecto, todos recordamos que durante meses no hiciste otra cosa que
mamársela, virtualmente, a José Carlos Yrigoyen en Facebook. Claro, te convenía
hacerlo. Yrigoyen, aparte de excelente poeta, es alguien influyente. A él se
le lee mucho y querías que sea uno de los que comentaran Bioy. Estabas trabajando la difusión de
la novela, lo cual no tiene nada de malo, pero lo que sí es asqueroso es que
trabajabas la publicación de reseñas positivas. Si Yrigoyen es mi pata, ya tengo
mi reseña positiva, pensabas. Ahora, ¿cuál fue tu actitud cuando se publicó su reseña en Buensalvaje 2? Fácil: te arañaste. Y por las huevas. No soportas que
alguien diga que Bioy es una cagada.
Pequeña bestia, nadie
está obligado a que le guste lo que tú escribes. O sea, si alguien te dice “Chibolín,
perdón, Diego, sabes, no me gustó tu libro”. ¿Qué haces? ¿Te arañas? ¿Le dejas
de hablar?
La realidad, Chibolín,
la realidad… Lo real es que te hicieron mucho daño. Bien por el premio, en
verdad... Somos Brasil 2014... Pero quemaste cerebro, y bien feo, porque hay que ser huevón,
rehuevonazo más bien, para creer la mentira de que Bioy es la versión 2.0 de La
ciudad y los perros. No necesito decirte que Bioy no es ni la caca ni la pichi de ese novelón de Marito. Debiste
poner el pare, todas las veces posibles, a esa maña publicitaria y no lo
hiciste con determinación. Y no lo hiciste porque te gustaba la huevadita… No
eres ni la carca de Vargas Llosa, ni siquiera el pedo de Bolaño (¿no te han
dicho que te has convertido en lo que Bolaño más odiada?)… Únicamente eres alguien
que sabe mover sus fichas en los terrenos de la Otra Literatura, terrenos que a
un genuino escritor no le tienen que interesar. Como bien me dijo Miguel
Gutiérrez, amigo que me estima mucho, y asimila las palabras del maestro, cosa
que así fumigas tu alma, y que tuvo la generosidad de presentar tu libro… Apunta
en tu cuaderno Loro: “A los escritores de verdad, tarde o temprano se les
reconoce. Solo los escritores mediocres gastan sus energías sobando a los
críticos y haciéndose amigos de los periodistas, preocupados en las notas de
prensa”.
Dicho esto, vuelvo a
mis lecturas.
viernes, abril 12, 2013
martes, abril 09, 2013
domingo, abril 07, 2013
sábado, abril 06, 2013
'La mujer partida en dos'
Vuelvo a la obra de
Philip K. Dick, quizá con un mayor interés de cuando empecé a leerlo; con ganas
de aprender y encontrar el enigma del por qué su poética aún despierta
poderosamente mi atención; pero el acercamiento de ahora no dista mucho de
cuando conocí su literatura por primera vez, solo se diferencia en la madurez
lectora, o sea, ya no soy un lector plano y me interesa más la costura
narrativa, el hipnótico y canábico mensaje que Dick transmite entre líneas. De
este modo releí el pasado domingo y de un solo tirón, olvidándome del agotador
sábado instalando el stand de Selecta Librería para la Feria del Libro de la
PUCP, y reconciliándome con mis fuerzas de adolescente, una novela que se me
pinta genial y hasta profética, Valis.
Terminada la jornada,
necesitaba despejarme, pero los que han leído a Dick con algo de caleta rock
setentero, saben bien del relajamiento necesario que se requiere, con
mayor razón si el sueño no te es cercano. Así que busqué en mi colección de
películas, algo sencillo, que no requiriera de un mayor esfuerzo de
concentración, pero que a la vez no sea vacío. Tenía pues que encontrar un
director de género, obedecer el llamado del inconsciente que te obliga a seguirla
luego de haber pasado horas de horas releyendo a un gran autor de género, uno de
esos directores que han hecho escuela y que no dejan de escuelar aún desde el
más allá.
No la he visto muchas
veces, pero qué bien me resultó escoger La
mujer partida en dos (2007), penúltimo trabajo del prolífico francés Claude
Chabrol.
Charles Saint – Denis
(François Berléand) es un escritor cincuentón, reconocido y millonario; vive en
las afueras de Lyon con su esposa Dona (Valeria Cavalli), con quien lleva más
de veinticinco años de casado. Tiene una amante, la agente literaria Capucine
Jamet (Mathilde May), detalle que no molesta en nada a Dona, porque ella también
puede sacar los pies del plato, con tal de no afectar la imagen de seductor de
su marido. Ese parece ser el trato tácito de esta pareja que necesita de la
infidelidad para mantenerse junta.
Su estancia en Lyon no
es tomada como algo superfluo, que pase desapercibida. Por el contrario, las
autoridades ediles consideran todo un honor tener a Saint - Denis como vecino. En una firma de libros en una librería, nuestro afamado escritor queda enamorado, a
primera vista, y también motivado por llevársela a la cama cuanto antes, de la bellísima
veinteañera Gabrielle Deneige (Ludivine Sagnier), que trabaja como meteoróloga de un noticiero
televisivo. Pero Gabrielle también es pretendida por Paul Gaudens (Benoit
Magimel), el joven rico de la ciudad, heredero de la fortuna de Laboratorios
Gaudens, el chico malo que arranca más de un suspiro femenino.
Estamos pues ante la
disputa de dos hombres por una mujer. El mayor no puede concebir sentimiento
alguno a menos que no sea por medio de la degradación; caso contrario con el
joven rico, que la desea como su esposa, madre de sus hijos, prometiéndole una
vida sin apuro económico. Gabrielle no se presta a disyuntiva alguna. Quiere
vivir, sacarle el jugo a los mejores años de su plenitud sexual, o sea, ella
prefiere la experiencia. Se entrega sin reparos al letraherido y con este
explota, redescubre, todo su arsenal hormonal. Pero las cosas con Saint- Denis
terminan mal, al punto que ella toma en serio la posibilidad de quitarse la
vida ni bien es abandonada por él; sin embargo, Gaudens, el enamorado, que se
carcomía viendo su romance con el viejo, la rescata de la depresión y logra su
objetivo: casarse con ella.
Lo que se suponía un matrimonio feliz, vira en un maltrato psicológico en el que Gaudens no
deja de sacarle en cara todo lo que ella hizo con Saint - Denis y lo que este
la obligaba hacer para satisfacerlo. Harto de los fantasmas, cansado de que se
hayan burlado de él, el neófito marido llega a una solución acorde con su
engreimiento: matar al escritor. Así de simple.
Chabrol es un contador
de historias. Nada más. Conoce su oficio. Pese a que la película no pocas veces
amenaza con írsele de las manos, logra redireccionarla en el sentido del cantado
desenlace: que Gabrielle declare en el juicio a favor de su esposo, aduciendo
que actuó bajo los efectos de la enajenación, deshonrando así la memoria del
escritor, escritor que no puede, ni podrá olvidar.
La obra de Chabrol es
impresionante, más de cincuenta películas en las que ha transitado por
distintos géneros, siempre privilegiando el Asunto, es decir, la historia, el
argumento. Chabrol no es un estilista de la imagen, mucho menos un depurado de
la técnica, pero vaya que sí tiene las cosas claras al momento de narrar. La mujer partida en dos no es su mejor
trabajo, pero qué importa, este se deja ver con sumo placer, como para pasar el
rato sin sentir que has estado perdiendo el tiempo.
viernes, abril 05, 2013
jueves, abril 04, 2013
martes, abril 02, 2013
lunes, abril 01, 2013
Desvargasllosiándose
Corría el año 2001 y
desde España se publicaba la primera novela de Jorge Eduardo Benavides, Los años inútiles, vía Alfaguara ni más
ni menos. Muchos, o casi todos hasta entonces, no sabían de la existencia del
narrador arequipeño. De la aparente nada un autor peruano irrumpía en el
mercado español. Sin embargo, Benavides no era tan nuevo que digamos. Años
atrás, cuando vivía en Lima, había publicado un más que aceptable libro de
cuentos, Cuentario y otros relatos. Y
al igual que muchos peruanos de los ochentas y noventas, tuvo que emigrar,
harto de esa pesadilla llamada Perú que pocas o nulas oportunidades ofrecía a sus
miles de jóvenes.
Los
años inútiles, al menos para mí, es la novela que
mayor tributo le rinda a lo mejor de nuestro Nobel, Conversación en La Catedral. Se trata de una muy buena novela
política, que reflejaba el inmenso talento de su hacedor, pero que a la vez lo
condenó a ser visto y ubicado como una especie de Vargas Llosa Kid.
El magisterio Vargas
Llosa no solo se limitó a su primera entrega en las distancias largas, también
se hizo presente en Un millón de soles
y El año que rompí contigo, y en algo
en el buen libro de cuentos La noche de
Morgana. Benavides intentó salirse del magisterio con La paz de los vencidos (novela ganadora del BCR 2008), que de lejos
es lo más flojo de su producción.
Ahora, las cosas
cambian. Su nueva novela Un asunto
sentimental (Alfaguara, 2012), nos pone a un escritor distinto, libre de
las ataduras vargasllosianas, en ejemplo tajante de parricidio, pero parricidio
con conocimiento de causa. Además, uno se quedaría corto catalogándola de muy
buena novela. Tampoco es una obra maestra, pero sí una gran invitación a una
historia de amor y desamor que se deja leer muy bien. Benavides ahora sí suelta
harto nervio narrativo, escribe de lo que conoce de cerca y sus recursos narrativos
son administrados de la manera en que lo hacen los que saben de verdad: sin que
se noten.
Libre de Vargas Llosa,
sí. Pero no libre de uno de sus temas recurrentes: la política, que en esta
empresa cumple la función de accesorio clave que nos permite entender a Dinorah
Manssur, que seguramente generará más de un mohín en los lectores que solo leen
con el ojo izquierdo, más de un mohín en ciertos nostálgicos izquierdistas del
terror que vivimos en los ochenta. Dinorah Manssur es la mujer fatal que
impulsa a Jorge Benavides (alter ego del autor) a buscarla e indagar sobre ella,
impulsado por la enajenación emocional y un solapado prurito hormonal, en doce ciudades
(Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife,
Ginebra, París, Lima y Cusco).
El narrador
protagonista es un escritor que se mueve en la primera división de las letras
en castellano, por ello, su autor no tuvo mejor idea que incluir en su lista de
interpelados a una variedad de letraheridos, agentes y editores conocidos y
ubicados del imaginario literario, como Enrique Vila-Matas, Fernando Ampuero,
Alonso Cueto, Carlos Franz, Juan José Armas Marcelo, Javier Reverte, Jorge
Gorostiza, Mercedes Monmany, Juan Gabriel Vásquez y demás. A todos los trata
bien, excesivamente bien, tampoco la idea obedecía a entregarnos un recuento de
chismes literarios, por lo que también podría leerse el libro como uno sobre la
amistad, amistad a la que faltó un poco de puñete, porque el mundo literario, tanto
aquí como allá, dista mucho de ser cordial y desinteresado.
Pues bien, hay una
presencia que aturde a nuestro narrador protagonista: el escritor Albert Cremades,
el causante de su obligada insania viajera. En un momento, bajo la guía de una
lectura ligera, podría pensarse que la historia de amor que Cremades le cuenta
a Benavides en Venecia es lo que enciende su curiosidad por aquella mujer que
fue su traductora en Damasco, pero a medida que avanza la novela, nos damos
cuenta de que, más allá de los efectos emocionales, es la inquietud creativa,
el hecho de saber que puede estar ante una historia que remueve su
inconsciente, lo que lo lleva a seguirle los pasos.
Entonces, aparte de una
historia de amor, la novela es, en todo sentido, una especie de canto al
proceso creativo, pero no desde la posición metaliteraria, sino desde su margen
vital. Lo que hace Benavides es tomar apuntes, memorizar y proyectar una
estructura de búsqueda, convirtiéndose en un detective tras los pasos de lo que
parece ser un objeto en constante huida. Y el cierre de la peripecia, en la
ciudad en donde empezó todo, Venecia, no pudo ser mejor: Benavides
emborrachándose con un Cremades que pone las cosas en su lugar, aclarándole
todas sus inquietudes y afianzando aún más su innata vocación de buscador de
historias.
Un
asunto sentimental se impone por puntos. Bien sabemos que
Benavides no es muy dado a la condensación en novela, a excepción de
La paz de los vencidos; lo suyo es
mostrarnos novelas grandes y ambiciosas; y en este caso sí hubo necesidad de
supresión de páginas y frases, no por flojas y mal escritas, sino en pos de un
mayor efecto narrativo. Sin embargo, debo decir que lamento no haberla leído en
su momento. Más de un amigo me decía que se trataba de lo mejor de su obra, y
no solo me aúno a la opinión, sino también la catalogo, algo tarde, como la
mejor novela peruana del 2012.