lunes, septiembre 30, 2019
Me había prometido no escribir por un
tiempo de otros temas que no fueran literarios. Ando, pues, en obsesiones muy
personales, terminando planes de lectura de la obra de algunos autores y
viendo, en el mejor de los casos, hasta dos películas por día. Y claro,
escuchando mucha música, descubriendo, revalorando.
Pero poco o nada puedes hacer cuando te
topas con el espectáculo deprimente y sucio que ves en el Congreso en una
mañana en la que se suponía disfrutarías de un buen desayuno.
Congresistas defendiendo lo indefendible.
La repartija evidente en la conformación de los magistrados del Tribunal
Constitucional.
Se veía venir. No sorprende.
Pero tampoco hay que quedarse callados.
¿En qué momento se malogró el inodoro?, ¿qué
tuvo que suceder para que gentuza como Héctor Becerril, Rosa Bartra y demás
representantes del fujimorismo tengan la legitimidad de la población para estar
en el Poder Legislativo? O sea, no es normal. Pero ya sabemos que este país
forja su identidad, incluso la democrática, en la anormalidad, en la sorpresa
teñida de mal gusto.
La solución a esta cadena de impases, de
insultos al sentido común, tiene un origen, que deducimos y que ya debemos
manifestar en nuestros círculos, con los más próximos: la falta de educación.
Que tengamos que aguantar las agendas
politiqueras de los naranjas y los apegos al cargo de algunos caseritos congresales,
no es más que un férreo ejemplo de que a este país le falta espíritu crítico.
No me quejo ante algo que no me guste, total, las diferencias en el punto de
vista enriquecen la discusión, siempre y cuando exista una intención por el
bien del país. Este no ha sido el caso. A los naranjas jamás les interesó el
país, solo imponer la voluntad de una lideresa, ahora en la cárcel tras algunos
meses en los que marcó el devenir político a regalada gana.
Hay que trabajar en las nuevas
generaciones, en especial hay que incentivarlos a leer, no para que solo sean
de mayores personas cultas, sino para que desarrollen un espíritu crítico. Con
el espíritu crítico otros serían los problemas, no los que estamos viendo en
estos momentos, a todas luces provenientes de la matonería y la viveza.
viernes, septiembre 27, 2019
festividad ante todo
Acabo de leer el reciente libro del escritor
cubano Pedro Juan Gutiérrez: Estoico y
frugal (Anagrama, 2019).
Hay lecturas que son propicias, con
mayor razón cuando tu dimensión de lecturas incluye el seguimiento de la narrativa
hispanoamericana contemporánea, que al igual que la peruana, tiene de todo.
PJG es un autor fiel a sus
circunstancias como persona. Supo hacerse fuerte en lo que podía y bajo ese
sendero ha construido una obra con seguidores e hinchas, al punto que basta con
que se haga una promoción básica de sus entregas para que el “boca a boca”
fluya. Mientras que muchos colegas dependen de las entrevistas en las que se
juegan la vida (situación que los convierte en hacedores de estupideces) y la
vigencia (no importa si es de temporada) de sus libros, a PJG solo le basta la
complicidad de los lectores.
No todos los autores llegan a la galaxia
desinteresada de los lectores, identificación tan válida como el escrutinio
crítico. PJG es pues una marca que se nutre de sí misma. Lo digo porque considero
toda una cojudez que se le pretenda ubicar en el imaginario hispanoamericano
como una suerte de “Bukowski tropical”. En lo personal, PJG ya no tiene nada
que ver con el entrañable norteamericano. Es más festivo, característica que
podemos ver mediante sus personajes, que a pesar del contexto aciago que
atraviesan en la cotidianidad cubana, no pierden el afán de vivir, llevando a
cabo esa tarea sin importar si se saldrá airoso o no. Ahí el secreto de la
poética del cubano.
En Estoico
y frugal, PJG nos presenta a su homónimo personaje Pedro Juan, un joven
escritor que llega a Madrid con un libro recién publicado. La narración de sus
peripecias vitales no son ajenas a las ya relatadas por el autor en anteriores
entregas, solo que en esta ocasión el nervio narrativo se direcciona al
cuestionamiento de la vocación literaria. El narrador protagonista escribe,
actividad que desea cumplir en contra de las oportunidades y desgracias que
experimenta. La festividad por la vida es la marca de agua de sus acciones
encontradas.
EyF no es lo mejor
de PJG, pero es el título que un autor como él puede darse el gustazo de
escribir.
miércoles, septiembre 18, 2019
effio
A estas alturas, ya no tengo dudas: el
cuento es el género literario que ha destacado este año en Perú.
Son pocos los cuentarios los que me han
parecidos irregulares o mediocres. Entre los que me han gustado, no he dudado
en mostrar mis preferencias y simpatías (pueden revisar en los posts anteriores).
Refuerzo más esta impresión tras la lectura de Algunos cuerpos celestes (Peisa) de Augusto Effio.
Seguramente, no pocos interesados en
literatura peruana ubiquen a Effio. En lo personal, no me sorprende. Esta época
de redes ha traído mucha información pero también un injusto olvido de voces
más que atendibles. Es tan bestia este contexto que algunos despistados creen
que la literatura peruana del nuevo siglo comienza a partir de 2010.
Effio se dio a conocer en 2006, con un
cuentario de buena factura, imagino inubicable a la fecha: Lecciones de origami (Matalamanga).
Hablamos de un autor ajeno a las
payasadas promocionales de muchos compañeros generacionales, que abrazaron el
relacionismo, la guerra sucia, el lustrabotismo, el drenatrolismo, el
terrorismo de chat y toda clase de maravillas del arrastrismo. Las
consecuencias son incuestionables: la mayoría acabó en las mesas de remate.
Hemos tenido que esperar trece años para
leer su nuevo cuentario. Effio no se ha desesperado por “estar”, pero la espera
sirvió: estamos ahora ante un autor consolidado.
Uno de los logros de Effio en su primera
entrega fue la densa morfología de su prosa, que revelaba oficio, aunque ello
no lo libró de ciertas caídas, tan naturales en todo libro debut. En esta
ocasión, Effio nos presenta 6 cuentos signados por la exploración en la
violencia interna de sus personajes, no pocos de ellos capaces de lo que sea
con tal de hacer suya la oportunidad que los saque de una vez de su condición
de marginales de sí mismos. En cuanto al aspecto formal, Effio rubrica su
referencia como el autor peruano que en la actualidad maneja a gusto (o mejor)
los tan complicados circuitos del cuento. Pensemos en el homónimo del libro, en
“Berisso y el Oso Maldonado”, “Sacaojos” y en “Si juegas el domingo te incendio
la casa”.
Effio lleva a cabo una presión en las
zonas incómodas de sus protagonistas, porque sabe que esa es la única manera de
poner en alto relieve las sensaciones de vergüenza y humillación que los identifica
y que por extensión las transmite, como tiene que ser, al lector. El autor
cumple con creces ese propósito aunque en contados pasajes se le pase
innecesariamente la mano, resintiendo la luz de los cuentos: la verosimilitud.
Otro factor a destacar es una cualidad
casi ausente en nuestra narrativa actual. Los puristas pondrán el grito en el
cielo, pero no me importa, en verdad no le debe importar a todo lector que no
solo busca calidad, sino también divertimento. Los cuentos de Effio no aburren,
no se pierden en la exhibición imbécil de traumas, menos en soliloquios barnizados
de ingenuidad. Por el contrario, sus textos fluyen, están desprovistos de
solemnidad, tienen vida. (¿Desde cuándo el chancaquismo narrativo es garantía
de calidad?)
Effio es un autor a seguir.
miércoles, septiembre 04, 2019
sin asombro
Como ya lo he indicado en algunos posts,
esta temporada literaria peruana viene terminando con dignidad.
Es cierto que no nos hemos topado con
obras maestras, pero estas no tienen que existir para firmar un entusiasmo.
Sin embargo, así como hay libros a
considerar, están del mismo modo los que ofrecen poco, aquellos de los que
esperábamos más y que nos significaron una profunda decepción.
Imposible no tener en cuenta Cuadernos de Obrajillo (Peisa) de Luis Hernan
Castañeda, Paul Baudry y Félix Terrones.
El título promete. El cuaderno como espacio indeterminado y
metáfora total para la escritura de cualquier registro, es decir, la seguridad de
una libertad discursiva asociada, en este caso, a los periodos de mayor riqueza
expresiva de José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro.
Como idea, pues estupendo.
Imagino a Castañeda, Baudry y Terrones
rumbo al norte de Lima, dispuestos a recoger impresiones del lugar en el
estuvieron Arguedas y Ribeyro. Nos referimos a autores reconocidos por su
dominio de la prosa y por su conocimiento de la tradición literaria peruana. En
otras palabras, son voces dueñas de recursos, pero vemos que estos son
insuficientes porque lo que dinamita el proyecto es la actitud que lo construye,
el fogonazo pirotécnico que se justifica en la seguridad de la escritura.
Uno cree, y ahora sé que con ingenuidad,
que por tratarse de “cuadernos” se explotarían más las parcelas emocionales y
las dudas intelectivas, pero no, en CO
todo está en su lugar, y ya sabemos cómo se termina cuando no hay una actitud
de riesgo y no la hay por la falta de asombro.
Sin asombro no se llega a nada. No
importa si sabes o no. El asombro es la sal en este tipo de proyectos. CO es un libro olvidable.