domingo, diciembre 31, 2006
viernes, diciembre 29, 2006
miércoles, diciembre 27, 2006
martes, diciembre 26, 2006
lunes, diciembre 25, 2006
Julio Cortázar - 7
"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja."
(Tomado de Rayuela. Editorial Sudamericana, 1978) Post: Cortázar - dos en uno
(Tomado de Rayuela. Editorial Sudamericana, 1978) Post: Cortázar - dos en uno
domingo, diciembre 24, 2006
sábado, diciembre 23, 2006
viernes, diciembre 22, 2006
El viaje
No hay nada mejor que dar buenas noticias, por ello, siempre es gratificante poder anunciar que ya salió publicada la novela El viaje (film de treinta minutos) del joven escritor Franco Cavagnaro.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de leer el machote de esta novela, y si la edición es como la que vi, pues no dudo en recomendarla. Digamos que El viaje es un libro-objeto, escrito bajo el amparo de un aliento poético, en el que se cuenta una historia de amor, pero ante todo El viaje ahonda en el mundo interior de sus protagonistas, quienes están pautados por sus ideales y utopías.
En Zona de Noticias –mi blog "favorito"- aparece una nota a Franco con relación a esta novela. Y Gustavo Faverón acaba de publicar en Puente Aéreo una entrevista de cuatro preguntas al autor.
Franco también es un apasionado de la poesía de Jorge Eduardo Eielson, así es que sería aconsejable que puedan darse una vuelta por su blog Materia Verbalis.
El viaje ya está a la venta en las librerías La casa verde y El Virrey.
Felicitaciones, Franco.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de leer el machote de esta novela, y si la edición es como la que vi, pues no dudo en recomendarla. Digamos que El viaje es un libro-objeto, escrito bajo el amparo de un aliento poético, en el que se cuenta una historia de amor, pero ante todo El viaje ahonda en el mundo interior de sus protagonistas, quienes están pautados por sus ideales y utopías.
En Zona de Noticias –mi blog "favorito"- aparece una nota a Franco con relación a esta novela. Y Gustavo Faverón acaba de publicar en Puente Aéreo una entrevista de cuatro preguntas al autor.
Franco también es un apasionado de la poesía de Jorge Eduardo Eielson, así es que sería aconsejable que puedan darse una vuelta por su blog Materia Verbalis.
El viaje ya está a la venta en las librerías La casa verde y El Virrey.
Felicitaciones, Franco.
jueves, diciembre 21, 2006
"Yo sería el guardián entre el centeno"
Acepto que la primera vez que leí El cazador entre el centeno lo hice con fines utilitarios porque lo leí en su versión original, conocida por todos como The Catcher in the Rye. Andaba por los dieciséis años y tenía que rendir mi examen final del ICPNA – y como nunca me ha gustado estudiar, me preparé leyendo “algo” que sea lo más digerible posible-. La novela me gustó bastante, y a lo largo de los años venideros siempre escuchaba con creciente atención la leyenda que rodea al autor, J. D. Salinger.
Y digamos que el tener esa novela se me había escapado en varias ocasiones de las manos -no así Nueve cuentos-, siempre existía un motivo o suceso que me impedía leerla, recuerdo que hace unos años la olvidé en el taxi, o sea, esta novela me estaba siendo esquiva (tengo que hacer un post sobre libros esquivos, hay uno, en especial, que lo he llegado a leer, ya sea en la cúster, en cafés, restoranes, taxis, etc., pero que se me ha “perdido” hasta en cinco ocasiones, se trata del libro del escritor más joven de la antología Disidentes), pero esta negación libresca llegó a su final ni bien estuve en la librería La familia, en Cusco, a la que fui infructuosamente en busca de libros de escritores jóvenes de esa ciudad.
(A manera de cherry tengo que decir que La Familia es administrada por el buen poeta joven Martín Zúñiga –saludos y un fuerte abrazo-, quien también administra el ya referencial blog Urbanotopia, así es que cuando vayan por Cusco dense una vuelta por La Familia, esta librería no tiene nada que envidiar ni a la más surtida librería de la capital, hasta te dan cafecito, pero eso sí, lastimosamente no se puede fumar, pero la cuota de aventura está asegurada ya que fui testigo cómo se perseguía y agarraba a un infeliz que salió corriendo con varios libros turísticos).
Bueno, volviendo a Salinger, salí de La Familia con un libro que no pensé comprar, y lo leí en dos noches, en las previas a mis juergas en Mythology.
Ni bien cerré el libro me pregunté el cómo pude haber sido tan volado, tan distraído y tan huevas como el haber pasado tantos años sin haberlo releído. No comentaré nada del argumento, sería un insulto hacerlo ya que estoy convencido que no pocos la han leído. Además, toda información a ella se vería enriquecida googleando.
EGEC tiene como protagonista y narrador a Holden Caufield, un adolescente irónico, corrosivo, hastiado de todo, deprimido, ajeno a la hipocresía social y sumamente enamorado. Pero lo que más me gustó de esta novela es el conmovedor cinismo que supura de cada una de sus páginas, hasta en sus pasajes más chocantes Caufield robó en este cínico lector más de una sonrisa cómplice, en un susurro constante en el que se desbarranca toda su intimidad, carente de solemnidad, muy acorde con el desorden mental que lo aqueja (¿?).
Es imposible no notar los puentes existencial entre Holden y su autor. Bien sabemos que Salinger ha mandado a la mierda ser parte de la parrillada de egos que trae –a veces para bien, a veces para mal- el mundo literario, tanto así que la única entrevista que concedió se la dio a un periodista escolar en 1953 (1).
Hay un pasaje que me gustaría compartir, creo que este refleja el puente entre Holden y su autor. No suelo transcribir pero esta vez me daré el gustazo de hacerlo:
Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo.
Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les ensañaríamos a leer y escribir nosotros solos.
Disculpen la expresión, pero este pasaje es de la putamadre. En fin, más allá de los motivos de Salinger en pos de su actitud huraña, creo que se desprende de esta algo que es muy importante, que lo más importante para un escritor es cumplir a cabalidad y enriquecer las dos bases que solidifican una vocación literaria: leer y escribir. Suena fácil, pero en realidad son dos aspectos muy difíciles de cumplir, casi siempre estamos sujetos a las prisas y una variedad de situaciones no menos que baladíes.
Por otro lado, leer El guardián entre el centeno es como leer una novela actual, y esta frescura no descansa en el estilo coloquial, amparado en la técnica hemingwayiana, con el que fue escrito, sino en la vigencia de su espíritu, en una negación frontal a las fruslerías del mundo de hoy, apuñalando sin piedad en el vacío existencial en el que todos estamos inmersos, del cual tratamos de alejarnos con una serie de sucedáneos. Es que todos somos esclavos de las apariencias, no hay que negar eso.
Hace unos meses el escritor español Antonio Orejudo me comentó que para él era inadmisible que alguien que se haga llamar escritor no haya leída esta maravillosa y deliciosa novela. Cuánta razón tiene. Puede sonar hasta medio posero, pero en el fondo es verdad. Pese a lo depre que puede ser Holden, nos termina insuflando vida, al menos, eso ocurrió conmigo en este reencuentro con El guardián entre el centeno.
Cuánta suerte tienes si ya has leído esta novela, te recomendaría que la vuelvas a leer. Y si aún no lo has hecho, solo puedo decir que es una experiencia que difícilmente se borrará de tu memoria de lector agradecido, puesto que las horas invertidas en ella te acompañarán como un susurro subliminal.
(1) Dato tomado del imprescindible Relámpagos sobre el agua, de Guillermo Niño de Guzmán.
Y digamos que el tener esa novela se me había escapado en varias ocasiones de las manos -no así Nueve cuentos-, siempre existía un motivo o suceso que me impedía leerla, recuerdo que hace unos años la olvidé en el taxi, o sea, esta novela me estaba siendo esquiva (tengo que hacer un post sobre libros esquivos, hay uno, en especial, que lo he llegado a leer, ya sea en la cúster, en cafés, restoranes, taxis, etc., pero que se me ha “perdido” hasta en cinco ocasiones, se trata del libro del escritor más joven de la antología Disidentes), pero esta negación libresca llegó a su final ni bien estuve en la librería La familia, en Cusco, a la que fui infructuosamente en busca de libros de escritores jóvenes de esa ciudad.
(A manera de cherry tengo que decir que La Familia es administrada por el buen poeta joven Martín Zúñiga –saludos y un fuerte abrazo-, quien también administra el ya referencial blog Urbanotopia, así es que cuando vayan por Cusco dense una vuelta por La Familia, esta librería no tiene nada que envidiar ni a la más surtida librería de la capital, hasta te dan cafecito, pero eso sí, lastimosamente no se puede fumar, pero la cuota de aventura está asegurada ya que fui testigo cómo se perseguía y agarraba a un infeliz que salió corriendo con varios libros turísticos).
Bueno, volviendo a Salinger, salí de La Familia con un libro que no pensé comprar, y lo leí en dos noches, en las previas a mis juergas en Mythology.
Ni bien cerré el libro me pregunté el cómo pude haber sido tan volado, tan distraído y tan huevas como el haber pasado tantos años sin haberlo releído. No comentaré nada del argumento, sería un insulto hacerlo ya que estoy convencido que no pocos la han leído. Además, toda información a ella se vería enriquecida googleando.
EGEC tiene como protagonista y narrador a Holden Caufield, un adolescente irónico, corrosivo, hastiado de todo, deprimido, ajeno a la hipocresía social y sumamente enamorado. Pero lo que más me gustó de esta novela es el conmovedor cinismo que supura de cada una de sus páginas, hasta en sus pasajes más chocantes Caufield robó en este cínico lector más de una sonrisa cómplice, en un susurro constante en el que se desbarranca toda su intimidad, carente de solemnidad, muy acorde con el desorden mental que lo aqueja (¿?).
Es imposible no notar los puentes existencial entre Holden y su autor. Bien sabemos que Salinger ha mandado a la mierda ser parte de la parrillada de egos que trae –a veces para bien, a veces para mal- el mundo literario, tanto así que la única entrevista que concedió se la dio a un periodista escolar en 1953 (1).
Hay un pasaje que me gustaría compartir, creo que este refleja el puente entre Holden y su autor. No suelo transcribir pero esta vez me daré el gustazo de hacerlo:
Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo.
Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les ensañaríamos a leer y escribir nosotros solos.
Disculpen la expresión, pero este pasaje es de la putamadre. En fin, más allá de los motivos de Salinger en pos de su actitud huraña, creo que se desprende de esta algo que es muy importante, que lo más importante para un escritor es cumplir a cabalidad y enriquecer las dos bases que solidifican una vocación literaria: leer y escribir. Suena fácil, pero en realidad son dos aspectos muy difíciles de cumplir, casi siempre estamos sujetos a las prisas y una variedad de situaciones no menos que baladíes.
Por otro lado, leer El guardián entre el centeno es como leer una novela actual, y esta frescura no descansa en el estilo coloquial, amparado en la técnica hemingwayiana, con el que fue escrito, sino en la vigencia de su espíritu, en una negación frontal a las fruslerías del mundo de hoy, apuñalando sin piedad en el vacío existencial en el que todos estamos inmersos, del cual tratamos de alejarnos con una serie de sucedáneos. Es que todos somos esclavos de las apariencias, no hay que negar eso.
Hace unos meses el escritor español Antonio Orejudo me comentó que para él era inadmisible que alguien que se haga llamar escritor no haya leída esta maravillosa y deliciosa novela. Cuánta razón tiene. Puede sonar hasta medio posero, pero en el fondo es verdad. Pese a lo depre que puede ser Holden, nos termina insuflando vida, al menos, eso ocurrió conmigo en este reencuentro con El guardián entre el centeno.
Cuánta suerte tienes si ya has leído esta novela, te recomendaría que la vuelvas a leer. Y si aún no lo has hecho, solo puedo decir que es una experiencia que difícilmente se borrará de tu memoria de lector agradecido, puesto que las horas invertidas en ella te acompañarán como un susurro subliminal.
(1) Dato tomado del imprescindible Relámpagos sobre el agua, de Guillermo Niño de Guzmán.
martes, diciembre 19, 2006
Jorge Eduardo Eielson
Puedo escribir que lloro
Mientras sonrío o que sonrío
Mientras lloro. No tengo ideas
Ni sentimientos ni sombrero
Y en lugar del corazón
Me duele el páncreas solitario
Tengo solamente letras
Silenciosas hormigas
De papel y tinta
Interminable desfile
De vocales y consonantes
Que no cesan
Marcha triunfal
De mi zapato y mi cabeza
Hacia la nada
Puedo escribir de todo
Pero no puedo escribir
Sin tropezar con mi esqueleto
Con mi pie derecho
Y con mi pie izquierdo
Puedo escribir de todo
Pero todo lo que escribo
Aunque sólo sea de mis huesos
O del cielo estrellado
No soy yo que lo escribo
Sino mi lapicero
(De Materia Verbalis)
Mientras sonrío o que sonrío
Mientras lloro. No tengo ideas
Ni sentimientos ni sombrero
Y en lugar del corazón
Me duele el páncreas solitario
Tengo solamente letras
Silenciosas hormigas
De papel y tinta
Interminable desfile
De vocales y consonantes
Que no cesan
Marcha triunfal
De mi zapato y mi cabeza
Hacia la nada
Puedo escribir de todo
Pero no puedo escribir
Sin tropezar con mi esqueleto
Con mi pie derecho
Y con mi pie izquierdo
Puedo escribir de todo
Pero todo lo que escribo
Aunque sólo sea de mis huesos
O del cielo estrellado
No soy yo que lo escribo
Sino mi lapicero
(De Materia Verbalis)
U2
Dos versiones de la que para mí es la mejor canción de U2 -bueno, creo que para todos, o casi todos-. ¿En dónde? En dónde más, en La caverna.
lunes, diciembre 18, 2006
sábado, diciembre 16, 2006
jueves, diciembre 14, 2006
Las tres estaciones, de Oswaldo Reynoso
Oswaldo Reynoso nos cuenta la historia que hay detrás de esta publicación, la cual podría dar para una novelita que encierre la historia de su publicación. Bueno, es gracias a su hermano Juan que tenemos ahora una colección de relatos que nos permite apreciar y valorar a un buen Reynoso, al de verdad, y olvidar –indudablemente- esa obra menor que -por donde se le mire- es El goce de la piel.
Confieso que he tenido que esperar un tiempo prudencial para hablar de Las tres estaciones, las cosas que me ha dejado y me sigue dejando merecen ser tratadas y dichas con mucha objetividad, o al menos tratar de hacerlo así. Como se sabe, este libro contiene cuatro relatos, en tres de ellos tenemos como protagonista a Leonardo, y en el otro también lo tenemos, pero de manera implícita.
En La primera estación vemos a un joven Leonardo atraído por la poesía e inclinado por una opción política marxista, quien le cuenta a su amigo Max sus avatares de juventud. Aquí vemos que salpican algunos de los temas que Reynoso ha patentizado en libros como En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre, en donde la frustración existencial es canalizada por opciones políticas radicales, pero aquí la política no es vista como un fin concreto, sino que esta está amparada en la esencia de su ideología, la misma que es asimilada por el joven Leonardo como una muestra de rebeldía que yace en la actitud, no en el compromiso.
Y siguiendo con la feroz crítica a todo orden establecido que se deja notar en la prosa de Reynoso, este no pudo estar ausente en La segunda estación, el relato más flojo de todo el volumen –indudablemente-, pero esta flojedad está más que nada ligada a la brevedad del mismo, a una carencia de ambición por entrar en necesarios detalles de cuando se tiene que hablar de la doble moral de clero católico, lo cual hubiera sumado en intensidad al relato debido al espíritu de impotencia y decepción que se refleja en él. Aún así, lo que prima en él es el voltaje lírico que supera a la musicalidad y ritmo de los demás.
Sin embargo, La tercera estación es la mejor de las dos que la anteceden. En esta vemos la fusión temática ya anotadas en las dos primeras. Tenemos ahora a un Leonardo narrador quien cuenta la relación vivida entre Huallpa Sua y Josefina, la cual está pautada por los embistes hormonales y la vergüenza, pero esto vira hacia el eje central del relato: el enfrentamiento contra el poder gamonal. Aquí tenemos que destacar el buen oído de Reynoso para plasmar el modo de hablar andino, por insuflarle frescura, por dotarle de fuerza y por no caer en ningún momento en la tensión narrativa de este muy buen relato –ojo, no exagero para nada-.
Pero el relato que se lleva de encuentro a los ya mencionados es, sin lugar a dudas, El Triunfo. Este relato no sigue la línea de los otros tres pero ahora Reynoso hace gala de la técnica narrativa que mejor domina: el monólogo. Aquí vemos a un patita confundido que le cuenta su vacío y podredumbre existencial a un ya mayor Leonardo. Este relato es, por decir lo menos, desgarrador. Y encapsula también los grandes temas del autor, los mismos que pueden verse en Los inocentes, En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre. La pobreza, la homosexualidad, la política, la frustración y la violencia pueden ser el canal hacia un desenlace trágico, pero es aquí en donde se nota la maestría del autor al ofrecernos un final conmovedor –fácil, habré levantado la mirada en más de una ocasión mientras lo leía, cosa que me ha ocurrido con pocos libros-.
No sé si sea acertado o no, hasta pueda sonar gratuito, pero solo el tiempo ubicará este libro a la altura de Los inocentes, hasta me atrevería a decir que lo superará. Pero para ello, es necesario que la legión reynosiana se de cuenta que este autor tiene otros libros aparte de Los inocentes, que aún se tienen que saldar deudas con Los eunucos inmortales, porque esa es la manera de admirar a los escritores, leyéndolos bien, puesto que leerlos como se debe no solo es una muestra de respeto, sino que también ayuda a hablar más de su obra que de su persona.
Confieso que he tenido que esperar un tiempo prudencial para hablar de Las tres estaciones, las cosas que me ha dejado y me sigue dejando merecen ser tratadas y dichas con mucha objetividad, o al menos tratar de hacerlo así. Como se sabe, este libro contiene cuatro relatos, en tres de ellos tenemos como protagonista a Leonardo, y en el otro también lo tenemos, pero de manera implícita.
En La primera estación vemos a un joven Leonardo atraído por la poesía e inclinado por una opción política marxista, quien le cuenta a su amigo Max sus avatares de juventud. Aquí vemos que salpican algunos de los temas que Reynoso ha patentizado en libros como En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre, en donde la frustración existencial es canalizada por opciones políticas radicales, pero aquí la política no es vista como un fin concreto, sino que esta está amparada en la esencia de su ideología, la misma que es asimilada por el joven Leonardo como una muestra de rebeldía que yace en la actitud, no en el compromiso.
Y siguiendo con la feroz crítica a todo orden establecido que se deja notar en la prosa de Reynoso, este no pudo estar ausente en La segunda estación, el relato más flojo de todo el volumen –indudablemente-, pero esta flojedad está más que nada ligada a la brevedad del mismo, a una carencia de ambición por entrar en necesarios detalles de cuando se tiene que hablar de la doble moral de clero católico, lo cual hubiera sumado en intensidad al relato debido al espíritu de impotencia y decepción que se refleja en él. Aún así, lo que prima en él es el voltaje lírico que supera a la musicalidad y ritmo de los demás.
Sin embargo, La tercera estación es la mejor de las dos que la anteceden. En esta vemos la fusión temática ya anotadas en las dos primeras. Tenemos ahora a un Leonardo narrador quien cuenta la relación vivida entre Huallpa Sua y Josefina, la cual está pautada por los embistes hormonales y la vergüenza, pero esto vira hacia el eje central del relato: el enfrentamiento contra el poder gamonal. Aquí tenemos que destacar el buen oído de Reynoso para plasmar el modo de hablar andino, por insuflarle frescura, por dotarle de fuerza y por no caer en ningún momento en la tensión narrativa de este muy buen relato –ojo, no exagero para nada-.
Pero el relato que se lleva de encuentro a los ya mencionados es, sin lugar a dudas, El Triunfo. Este relato no sigue la línea de los otros tres pero ahora Reynoso hace gala de la técnica narrativa que mejor domina: el monólogo. Aquí vemos a un patita confundido que le cuenta su vacío y podredumbre existencial a un ya mayor Leonardo. Este relato es, por decir lo menos, desgarrador. Y encapsula también los grandes temas del autor, los mismos que pueden verse en Los inocentes, En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre. La pobreza, la homosexualidad, la política, la frustración y la violencia pueden ser el canal hacia un desenlace trágico, pero es aquí en donde se nota la maestría del autor al ofrecernos un final conmovedor –fácil, habré levantado la mirada en más de una ocasión mientras lo leía, cosa que me ha ocurrido con pocos libros-.
No sé si sea acertado o no, hasta pueda sonar gratuito, pero solo el tiempo ubicará este libro a la altura de Los inocentes, hasta me atrevería a decir que lo superará. Pero para ello, es necesario que la legión reynosiana se de cuenta que este autor tiene otros libros aparte de Los inocentes, que aún se tienen que saldar deudas con Los eunucos inmortales, porque esa es la manera de admirar a los escritores, leyéndolos bien, puesto que leerlos como se debe no solo es una muestra de respeto, sino que también ayuda a hablar más de su obra que de su persona.
miércoles, diciembre 13, 2006
martes, diciembre 12, 2006
La nota azul
Hubo un tiempo que me dio por escuchar jazz. No sé cómo llegué a él, y ahora que lo recuerdo bien asevero que fue a través de algunas novelas de Boris Vian, cuentos de Julio Cortázar –infaltable- y algunos poemas de Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Sarrión y Luis García Montero.
Lo que tengo presente de aquellos textos es la pasión desplegada que salpicaba de sus páginas. Notaba un plus que traspasaba la mera la descripción, como si las tramas dependieran mucho del ritmo que acompañaba al escritor mientras escribía. Claro, esto es algo difícil o imposible de explicar, y sería una pérdida de tiempo hacerlo, lo que valía en esos casos –al menos para mí- era poder sentir la fuerza oscura que emanaban de las palabras. Como si el ritmo de la narración estuviera pautado por un sonido soterrado, casi diabólico.
A lo mejor esa pueda ser la razón por la que siempre releo a Guillermo Niño de Guzmán. Los cuentos de Caballos de medianoche tienen la atmósfera cargada que solo pueden percibirse en una noche premunida de hastío. Hay cuentos en ese libro como El fin de algo, Good morning, heartache y Blues de un lunes neblinoso que difícilmente abandonen mi retina y memoria. Varias veces he intentado perderme por las calles del centro de Lima, en plena madrugada, con el único fin de toparme con alguna experiencia parecida narradas en Caballos de medianoche. Ojo, no es pose, es la verdad. Tanto así que estuve a punto de vivir algo así este último fin de semana.
Aunque eso sí, esto era un lujo que me daba con frecuencia de cuando gozaba de la fuerza y el arrojo -entendibles ambos- de los veintidós años.
Fue a esa edad que solo escuchaba jazz, compraba muchos discos compactos, y cuanto libro sobre la historia del jazz pudiera tener, siempre y cuando mi presupuesto lo permitiera. Pero hay músicos de jazz –músico de jazz no es cualquiera, eso lo tengo muy en claro- que ni bien los escuchas se posan en tu sangrante corazón. Uno de ellos lo sigue siendo Chet Baker. No solo me gusta su música, su vida misma me atrae, hasta pensé en su momento escribir una novela cuyo protagonista estuviera basado en Baker, pero estas ganas se disiparon ni bien leí una novela tan oscura como bella, El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, cuya novela El jinete polaco, es, a decir de muchos, la mejor, pero algo, muy dentro de mí, me lleva a afirmar que es El invierno en Lisboa la mejor. Ocurre que siempre seré un lector sumamente impresionista, y con mayor razón cuando se trata de novelas que me ofrecen algo más que agradecidos momentos de placer como lector.
En El invierno en Lisboa hay un personaje llamado Billy Swann, un trompetista genial producto de la inspiración que generó en el autor la ya mítica figura de Chet Baker. Baker era un alcohólico, un drogadicto, un feliz trasnochado que encontró la muerte en el año de 1988 al caer de la ventana de un hotel en Amsterdan. Cuántos quisieran tener esa muerte -me pregunto-, la de decir adiós sabiendo que se es un genuino genio.
Baker es un grande, pero sería una locura compararlo con Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Joe Henderson. Sin embargo, la música que emana de su voz y trompeta, tan llenas de tristeza y desenfreno, logra, paradójicamente, ejercer en quienes la escuchan, una inusitada reconciliación con la vida.
Ahora, les dejo con un video, Let´s get lost, y así tengan una idea de Chet, y si la ya la tienen, igual vale porque no se ama lo que no se conoce -musicalmente hablando, claro está-.
Lo que tengo presente de aquellos textos es la pasión desplegada que salpicaba de sus páginas. Notaba un plus que traspasaba la mera la descripción, como si las tramas dependieran mucho del ritmo que acompañaba al escritor mientras escribía. Claro, esto es algo difícil o imposible de explicar, y sería una pérdida de tiempo hacerlo, lo que valía en esos casos –al menos para mí- era poder sentir la fuerza oscura que emanaban de las palabras. Como si el ritmo de la narración estuviera pautado por un sonido soterrado, casi diabólico.
A lo mejor esa pueda ser la razón por la que siempre releo a Guillermo Niño de Guzmán. Los cuentos de Caballos de medianoche tienen la atmósfera cargada que solo pueden percibirse en una noche premunida de hastío. Hay cuentos en ese libro como El fin de algo, Good morning, heartache y Blues de un lunes neblinoso que difícilmente abandonen mi retina y memoria. Varias veces he intentado perderme por las calles del centro de Lima, en plena madrugada, con el único fin de toparme con alguna experiencia parecida narradas en Caballos de medianoche. Ojo, no es pose, es la verdad. Tanto así que estuve a punto de vivir algo así este último fin de semana.
Aunque eso sí, esto era un lujo que me daba con frecuencia de cuando gozaba de la fuerza y el arrojo -entendibles ambos- de los veintidós años.
Fue a esa edad que solo escuchaba jazz, compraba muchos discos compactos, y cuanto libro sobre la historia del jazz pudiera tener, siempre y cuando mi presupuesto lo permitiera. Pero hay músicos de jazz –músico de jazz no es cualquiera, eso lo tengo muy en claro- que ni bien los escuchas se posan en tu sangrante corazón. Uno de ellos lo sigue siendo Chet Baker. No solo me gusta su música, su vida misma me atrae, hasta pensé en su momento escribir una novela cuyo protagonista estuviera basado en Baker, pero estas ganas se disiparon ni bien leí una novela tan oscura como bella, El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, cuya novela El jinete polaco, es, a decir de muchos, la mejor, pero algo, muy dentro de mí, me lleva a afirmar que es El invierno en Lisboa la mejor. Ocurre que siempre seré un lector sumamente impresionista, y con mayor razón cuando se trata de novelas que me ofrecen algo más que agradecidos momentos de placer como lector.
En El invierno en Lisboa hay un personaje llamado Billy Swann, un trompetista genial producto de la inspiración que generó en el autor la ya mítica figura de Chet Baker. Baker era un alcohólico, un drogadicto, un feliz trasnochado que encontró la muerte en el año de 1988 al caer de la ventana de un hotel en Amsterdan. Cuántos quisieran tener esa muerte -me pregunto-, la de decir adiós sabiendo que se es un genuino genio.
Baker es un grande, pero sería una locura compararlo con Charlie Parker, Dizzy Gillespie o Joe Henderson. Sin embargo, la música que emana de su voz y trompeta, tan llenas de tristeza y desenfreno, logra, paradójicamente, ejercer en quienes la escuchan, una inusitada reconciliación con la vida.
Ahora, les dejo con un video, Let´s get lost, y así tengan una idea de Chet, y si la ya la tienen, igual vale porque no se ama lo que no se conoce -musicalmente hablando, claro está-.
lunes, diciembre 11, 2006
domingo, diciembre 10, 2006
Ya era hora
No hay nada mejor que sentir cómo la resaca te abandona luego de saber que Augusto Pinochet -execrable asesino- está, por fin, muerto.
Ahora solo queda luchar contra esos locos y tarados que defienden su memoria, su legado, ergo, la estupidez.
Lo que sí deseo es que su muerte haya sido tan dolorosa como lenta, como para que haya sentido en algo las torturas, violaciones y crímenes que infligió a sus víctimas.
viernes, diciembre 08, 2006
jueves, diciembre 07, 2006
sábado, diciembre 02, 2006
La Caverna
Desde mayo de este año viene funcionando en la blogosfera un refugio dedicado exclusivamente al buen gusto musical. Para ello, sus melómanos integrantes le sacan la pulpa a Youtube, a lo que quizá puede ser ese 3 % valioso de lo que realmente puede conseguirse a través de ese medio. Por ello, no es raro que nos encontremos con un grande como Tom Waits, o rarezas –al menos para mí- de grupazos como The Undertones. La Caverna es administrada por Daniel Salas, Miguel Rivera y este inquieto servidor. Así es que si desean escuchar buena música, son más que bienvenidos. Danke schon (diéresis en la “o”).
Comentario sobre Rosa de los vientos, de Héctor Ñaupari
No conozco personalmente al poeta Héctor Ñaupari, toda referencia que tengo de él viene a través de amigos y conocidos, pero sí conozco su poesía, o mejor aún, conozco en especial un poema que lo habré escuchado más de un millón de veces: Sur. Lo habré escuchado tanto que hasta llegué a pensar que solo había escrito ese poema. Pero en fin, vayamos a la última entrega de este poeta que fue integrante del grupo poético más posero y sobrevalorado de la década pasada: Neón.
Pero eso sí, hay que reconocer que algunos ex integrantes de Neón tienen el mérito de haberse sabido marketear a través de críticos-amigos, críticos-pateros y críticos-canjeables, quienes de todas maneras tienen que rebuscar y resaltar las virtudes líricas de estos poetas que viven exclusivamente para cumplir su deseo de trascendencia.
Con Desde el sótano del crepúsculo puede percibirse el interés de Ñaupari por el tópico de lo erótico, esto se dejaba notar en algunos poemas –no logrados-, pero al leer esta última entrega me doy con la agradable sorpresa de que Ñaupari ha logrado superar, y con creces, los intentos fallidos que se dejaron ver en el mencionado libro.
Lo alucinante de Rosa de los vientos es notar la posibilidad que me brinda al poder rastrear tradiciones líricas de temática erótica que me deja satisfecho puesto que el despliegue verbal de Ñaupari descansa en una tradición anclada en la contemplación y reflexión del acto amoroso dentro de la relación matrimonial, demostrando la buena comunión que nace de la fusión entre lo hormonal y lo espiritual. Para esto el poeta se vale metáforas, aunque termina perdiéndose en conceptos soterrados que restan intensidad a los muy buenos comienzos de no pocos poemas.
Algo que no me gusta de este libro es el prólogo, hay mala vibra. Para todos es evidente que el prologuista (un "célebre" blogger-poeta-novelista-crítico-ex librero-ex periodista-graffitero de paredes de baño-agente literario de incautos poetas jóvenes de provincia) aprovecha la oportunidad para lanzar sus clásicos ataques de resentimiento, ejemplito: ...y a su versión intelectual, travestida y equívoca, encarnada en cierto feminismo rabioso y “ferial”... En fin, gracias como esta se pueden notar en no pocas líneas. Es realmente asqueroso porque este multifacético escritor se da el gustazo de refocilarse en sus complejos; total, él no pierde, pero lo que sí termina perdiendo es el libro mismo puesto que ese prólogo no termina su cometido, que es el resaltar las evidentes virtudes de RDLV.
Pero más allá de estos disparates, Rosa de los vientos es un buen poemario que apuesta por un tema poco explorado en nuestra poética reciente, y Ñaupari lo aborda partiendo desde la libertad que yace en el conocimiento de las fuentes de las que es un aprovechado deudor, en ningún momento cae en lo grotesco de lo explícito. Tenemos que tener en cuenta que el tópico erótico -el que coge Ñaupari, en especial- no es algo fácil de abordar, para esto se necesita pulir bastante, trabajar mucho en el concepto -sin expresarlo en el poema (he allí lo difícil)- ya que su fuerza descansa, ante todo, en la idea, no en lo sensorial ni en la experiencia vacua.
En RDLV hay más de tres poemas verdaderamente antologables; pero eso sí, para la próxima, el vate tiene que dinamitar su ego y ser más autocrítico ya que varios versos merecían un soberano tijeretazo.
Pero eso sí, hay que reconocer que algunos ex integrantes de Neón tienen el mérito de haberse sabido marketear a través de críticos-amigos, críticos-pateros y críticos-canjeables, quienes de todas maneras tienen que rebuscar y resaltar las virtudes líricas de estos poetas que viven exclusivamente para cumplir su deseo de trascendencia.
Con Desde el sótano del crepúsculo puede percibirse el interés de Ñaupari por el tópico de lo erótico, esto se dejaba notar en algunos poemas –no logrados-, pero al leer esta última entrega me doy con la agradable sorpresa de que Ñaupari ha logrado superar, y con creces, los intentos fallidos que se dejaron ver en el mencionado libro.
Lo alucinante de Rosa de los vientos es notar la posibilidad que me brinda al poder rastrear tradiciones líricas de temática erótica que me deja satisfecho puesto que el despliegue verbal de Ñaupari descansa en una tradición anclada en la contemplación y reflexión del acto amoroso dentro de la relación matrimonial, demostrando la buena comunión que nace de la fusión entre lo hormonal y lo espiritual. Para esto el poeta se vale metáforas, aunque termina perdiéndose en conceptos soterrados que restan intensidad a los muy buenos comienzos de no pocos poemas.
Algo que no me gusta de este libro es el prólogo, hay mala vibra. Para todos es evidente que el prologuista (un "célebre" blogger-poeta-novelista-crítico-ex librero-ex periodista-graffitero de paredes de baño-agente literario de incautos poetas jóvenes de provincia) aprovecha la oportunidad para lanzar sus clásicos ataques de resentimiento, ejemplito: ...y a su versión intelectual, travestida y equívoca, encarnada en cierto feminismo rabioso y “ferial”... En fin, gracias como esta se pueden notar en no pocas líneas. Es realmente asqueroso porque este multifacético escritor se da el gustazo de refocilarse en sus complejos; total, él no pierde, pero lo que sí termina perdiendo es el libro mismo puesto que ese prólogo no termina su cometido, que es el resaltar las evidentes virtudes de RDLV.
Pero más allá de estos disparates, Rosa de los vientos es un buen poemario que apuesta por un tema poco explorado en nuestra poética reciente, y Ñaupari lo aborda partiendo desde la libertad que yace en el conocimiento de las fuentes de las que es un aprovechado deudor, en ningún momento cae en lo grotesco de lo explícito. Tenemos que tener en cuenta que el tópico erótico -el que coge Ñaupari, en especial- no es algo fácil de abordar, para esto se necesita pulir bastante, trabajar mucho en el concepto -sin expresarlo en el poema (he allí lo difícil)- ya que su fuerza descansa, ante todo, en la idea, no en lo sensorial ni en la experiencia vacua.
En RDLV hay más de tres poemas verdaderamente antologables; pero eso sí, para la próxima, el vate tiene que dinamitar su ego y ser más autocrítico ya que varios versos merecían un soberano tijeretazo.
viernes, diciembre 01, 2006
Pedro Juan Gutiérrez
Llegué a saber de Pedro Juan Gutiérrez por medio del extraordinario narrador Guillermo Niño de Guzmán. Bastaron un par de frases de Guillermo sobre la obra de este escritor cubano como para no perder el tiempo y lanzarme tras los pasos de cada libro de Gutiérrez. Y tengo que aceptarlo, la lectura de más de siete libros suyos me ha hecho creer firmemente en los alcances que tiene el realismo sucio como opción narrativa. Es que el realismo sucio va más allá de un compendio y revisionismo egotista en los que se repasa cuántas borracheras tuve, a cuántas mujeres me tiré, con cuántas putas estuve, cuánta coca me meto, cuántas veces me he bronqueado y demás sinónimos absurdos y gratuitos.
Ocurre que detrás del realismo sucio descansa una alta formación literaria. A mí, como lector ante todo, me cuesta aceptar que Bukowski fuera solamente un derroche de talento, o que Henry Miller fuera solo un desdichado que solo escribía de sus fracasos, por citar solo un par de ejemplos.
Nada de eso, por más vida que se despliegue en texto alguno siempre se tiene que conocer la tradición en el soporte en el que uno decide explayar obra de arte alguna. Es el conocimiento de ese soporte que te permite tocar los mismos temas sin necesidad de repetirte, ¿me explico?
Si bien es cierto que la obra de Pedro Juan Gutiérrez tiene tópicos reconocibles en la mayoría de sus libros, es necesario recalcar que estamos ante un escritor que siempre ofrece cosas nuevas en su literatura, él hace gala de un reciclaje temático que nos permite leer cada libro suyo sin el temor de haberlo leído ya en otros libros. Y ese reciclaje solo puede ser hecho por alguien que está en constante evolución, evolución pautada por las lecturas serias y la escritura marcada por una férrea disciplina.
Entre los libros de Gutiérrez que me gustaron me quedo con El Rey de La Habana, Animal Tropical, Nuestro GG en La Habana y El nido de la serpiente. Hace ya muchos meses tuve el honor de realizarle una entrevista para el Diario Siglo XXI, la misma que apareció después en Letras.s5, pero ahora es un honor total el poder presentar la misma entrevista –con reseña de taquito- en la página web literaria más seria en habla hispana, la misma que ostenta una audiencia de más de 150 000 visitas por mes; pues bien, me estoy refiriendo a la prestigiosa Literaturas.com. Pueden acceder a ella pulsando aquí.
Ocurre que detrás del realismo sucio descansa una alta formación literaria. A mí, como lector ante todo, me cuesta aceptar que Bukowski fuera solamente un derroche de talento, o que Henry Miller fuera solo un desdichado que solo escribía de sus fracasos, por citar solo un par de ejemplos.
Nada de eso, por más vida que se despliegue en texto alguno siempre se tiene que conocer la tradición en el soporte en el que uno decide explayar obra de arte alguna. Es el conocimiento de ese soporte que te permite tocar los mismos temas sin necesidad de repetirte, ¿me explico?
Si bien es cierto que la obra de Pedro Juan Gutiérrez tiene tópicos reconocibles en la mayoría de sus libros, es necesario recalcar que estamos ante un escritor que siempre ofrece cosas nuevas en su literatura, él hace gala de un reciclaje temático que nos permite leer cada libro suyo sin el temor de haberlo leído ya en otros libros. Y ese reciclaje solo puede ser hecho por alguien que está en constante evolución, evolución pautada por las lecturas serias y la escritura marcada por una férrea disciplina.
Entre los libros de Gutiérrez que me gustaron me quedo con El Rey de La Habana, Animal Tropical, Nuestro GG en La Habana y El nido de la serpiente. Hace ya muchos meses tuve el honor de realizarle una entrevista para el Diario Siglo XXI, la misma que apareció después en Letras.s5, pero ahora es un honor total el poder presentar la misma entrevista –con reseña de taquito- en la página web literaria más seria en habla hispana, la misma que ostenta una audiencia de más de 150 000 visitas por mes; pues bien, me estoy refiriendo a la prestigiosa Literaturas.com. Pueden acceder a ella pulsando aquí.