lunes, diciembre 31, 2012
La producción literaria
peruana del 2012 terminó anclada en la irregularidad de años anteriores.
Digamos que el primer semestre nos deparó publicaciones de mucho (demasiado)
interés. Muy en lo personal, pensé que se mantendría ese ritmo en el siguiente
semestre, pero no fue así. La literatura, a fin de cuentas, es como el fútbol,
impredecible, no vale vaticinar, al final terminas estrellándote.
Novela
(Ella) de Jennifer
Thorndike, Obsesión de Alina Gadea, Cabeza y orquídeas de Karina Pacheco, El bibliotecario de las catacumbas de
Carlos Calderón Fajardo, Ese camino
existe de Luis Fernando Cueto, Resplandor
de noviembre de Abelardo Sánchez Léon, El nido de la tempestad de Yuri Vásquez, Babilonia en América de Aldo díaz y Seis
metros de soga de Pedro Novoa. Algunos de los títulos consignados vienen
recibiendo todos los reconocimientos que merecen, pero otros son injustamente
marginados, lo cual refuerza aún más mi certeza de que en Perú no es suficiente
con escribir un buen libro y que bajo
esta línea muchas plumas de interés seguirán perdiéndose.
Cuento
En líneas generales no
hubo un cuentario descollante. Son pocos los que hoy apuestan seriamente por un
género que encierra la esencia de lo que es la excelencia narrativa, como bien
apunta Harold Bloom. Y en esta apuesta caen todos, incluso las voces mayores, y
no por inclinaciones y convicciones literarias, sino por estrategia comercial.
Es preferible ser un mal novelista, pero conocido, que un buen cuentista, pero
solo leído por los amigos. Sin embargo, recomiendo la lectura de los siguientes
títulos, que tienen la virtud de reflejar sólidas propuestas de sus jóvenes
hacedores: La muerte se sueña sola de
Paul Asto, Un perro yonqui de Armando
Alzamora y en especial El libro de los
pájaros negros de Jorge Casilla.
Poesía
En poesía seguimos
igual que desde mediados de los ochenta. Cuesta abajo. Más de un poeta, sea
joven o ya trajinado, debería dinamitar su ego y aceptar su inminente realidad:
su no condición de poeta. Para mi mala suerte, me ha tocado leer muchos
poemarios que no han soportado el más bienintencionado acercamiento. No
obstante, hemos tenido poemarios de mucho valor, que se encuentran a años luz
de ser los menos malos, si al año hubieran al menos quince o veinte títulos de
su misma factura, estaríamos empezando a recuperar las luces de décadas
anteriores.
Cuadernos
de quimioterapia de Victoria Guerrero es el poemario del
2012. Guerrero es hoy por hoy nuestra voz poética más sólida, su propuesta no
ha experimentado otra cosa que no sea el afianzamiento desde que se diera a
conocer a mediados de los noventa. Otros títulos que llamaron mi atención y que
obviamente recomiendo: El Nudo de Teresa
Cabrera, Los hombres rana de Rafael
Espinoza, Barlovento de Víctor Ruiz, Breve historia de la lírica inglesa de
Christian Briceño, Lumbra de Benggi
Bedoya y Los discutibles cuadernos de
Carlos Quenaya. Pues bien, una ligera mirada a estos poemarios, a excepción de
los de Cabrera y Espinoza, nos impide pasar por alto el excelente trabajo que
viene realizando Paracaídas Editores. Esto era lo que nos estaba faltando,
verdaderos editores de poesía, lectores, pues. Tampoco puedo dejar de consignar
la labor de Víctor Ruiz en la dirección de Lustra, literalmente este año la
rompió con pulcras y bellas ediciones de clásicos como T. S. Eliot, Perse,
Vallejo y Rilke. Pero no solo eso, nos entregó también una maravilla, título
capital de la poesía peruana contemporánea: la reedición de Tromba de agosto de Jorge Pimentel. Hay
que tener valentía para editar a Pimentel… Y siguiendo en las reediciones, hace
algunos días salió uno de los poemarios más queridos e inubicables de nuestra
tradición literaria, La tortuga ecuestre
de César Moro, por cuenta de Revuelta Editores. Moro se ha convertido en el
poeta peruano más leído y estudiado de los últimos años.
Lo
mejor
Quizá
mi escogencia a lo que considero lo mejor del año pueda parecer no menos que
caprichosa. Más aún tratándose de textos de no ficción. El primero, Viaje de ida de Fernando Ampuero. Aquí
Ampuero habla, principalmente, de sus escritores y libros favoritos, y consigue
lo que tanto se busca y no se logra: proyectar el gusto y compromiso del
lector, es decir: buscar esos libros y leerlos. Lo mejor de Ampuero, sin duda.
Y el segundo, que considero la publicación del año, que
dicho sea no es fruto de nuestra industria editorial, sino del buen ojo de la
gente de Ediciones Universidad Diego Portales de Chile, La caza sutil y otros textos de Julio Ramón Ribeyro. Esta edición
estuvo a cargo del periodista y narrador Diego Zúñiga, quien no solo rescata el
homónimo libro primigenio, publicado hace ya buen tiempo por Milla Batres, sino
que agrega una docena de ensayos y artículos que andaban desperdigados,
consiguiendo así, un nuevo libro que nos pone de manifiesto el gran nivel intelectual
y literario de quien aún después de muerto sigue siendo nuestro cuentista más
grande.
jueves, diciembre 27, 2012
sábado, diciembre 22, 2012
Lees a Perec
No te gustan los días
de fin de año, no porque seas un ogro, menos aún a causa de tu depresión crónica,
que se asienta más de la cuenta; no, no es eso, no te gustan los últimos días
del año porque la ciudad se vuelve insoportable, una mierda, y peor aún si trabajas
en pleno centro, porque te has dado cuenta de que ahora no caminas, sino corres,
sí, corres directamente a refugiarte en la chamba y así entre libros desentenderte de esos
animalitos de a pie que no saben qué hacer, pero sí gastar su dinero en
cojudeces; sin embargo, no puedes quejarte del todo, te gusta lo que haces,
estás en tu eje, y porque te gusta es que te va bien; además, lees todo lo que
quieres, y sigues escribiendo más ahora que tu guerrera Toshiba te acompaña,
tan guerrera y viajera, a pesar que desde hace año y medio te exige el
mantenimiento de rigor, esos sonidos psicodélicos lo dicen todo, estimado, pero
no haces caso porque como la conoces, sabes bien que en el dolor ella es muy
eficiente, incluso mucho más que la nueva portátil que tienes en casa, tan
suavecita que tienes miedo de teclear fuerte, apenitas nomás, no la vaya a
quebrar, te repites mientras sigues en ese texto de 865 mil palabras que no
sabes cuándo acabar, estás en ese plan desde el 2008, y ya varios te preguntan
cuándo, cuándo, sí, pues cuándo tu nueva novela, pero esa nueva novela no es lo
que te preocupa, no es lo que está en tu mente ahora, sino en el hecho de
sacarle la mierda a ese chofer de custer, bolsa de caca hijo de puta que casi
atropella a Yesenia, pero el momento llegará, tienes el número de placa y solo
te abocarás a esperar, esperar leyendo y escuchando como enfermito el Animals de Pink Floyd y el Selling England By The Pound de Genesis,
una y otra vez, porque no te cansas, habría que ser un subnormal para cansarte
con este par de álbumes, quizá los más perfectos y maravillosos en la historia
del rock; a estas altura de tu vida ya no eres presa del caletismo ilustrado,
tal y como se lo comentabas a “Onetti” Giraldo, puesto que ahora no te da roche
decir que llegaste, casi una década atrás, a la primera etapa de Genesis, la de
Peter Gabriel, a través de Phil Collins, ajá, sí, gracias a Phil Collins, pero
ahí llega tu gratitud, y ahora que te hablo de gratitud, no tienes la más puta
idea cómo agradecer todo lo que te ha deparado la quinta lectura de Un hombre que duerme, en donde estás
seguro haber encontrado el camino, la salida a las trampas narrativas que te
autoimpones a razón de una exigencia frágil, falsa, posera, que te limita tu
natural nervio narrativo, ese natural nervio narrativo, del que te habló García
Falcón cuatro años atrás, en el que te sientes más cómodo, más libre, porque
eso es lo que te transmite Georges Perec, ¿o no?; leyéndolo y releyéndolo te
has vuelto a acercar a ese par de factores tan claves en la etapa de tu primer
amor, esa etapa cuando mirar y escuchar significaban todo para ti.
viernes, diciembre 21, 2012
miércoles, diciembre 19, 2012
lunes, diciembre 17, 2012
domingo, diciembre 16, 2012
Narradora
Vengo percibiendo una
saludable y extraña atención hacia las nuevas narradoras peruanas; o sea, en
los últimos dos meses he podido notar la realización de mesas redondas, y cosas
parecidas, sobre narrativa peruana última escrita por mujeres. De hecho, me
parece más que atendible, pero lo que me sorprende, y para mal, es que se diga
que estamos ante un fenómeno, una suerte de descubrimiento, cuando lo cierto es
que muchísimas mujeres vienen publicando desde hace ya buen tiempo, en los
últimos doce años han aparecido más narradoras que en décadas anteriores
juntas.
Este ánimo ferrandesco
se delata por la nómina recurrente, total, las que la integran no tienen culpa
alguna, se las llama y listo. Asisten y rinden testimonios de sus propuestas. Y
yo lo tengo claro: se empieza a forjar una argollita, pero una argollita sin
mala intención, puesto que se trata de una que es involuntaria, porque no se
busca, porque se investiga someramente, se googlea a la ligera, es decir: no se
lee como se debería.
A las mujeres, pues, a
diferencia de los hombres, les cuesta mucho más generar atención, debido a un
apabullante y silente machismo literario; en este sentido es complicado
realizar un ligero balance valorativo. Si hubiera un mínimo trabajo de
búsqueda, sabríamos ahora los nombres de las nuevas narradoras peruanas que
bajo todo punto de vista merecerían un presente reconocimiento a razón de su
obra. Pero no, más de uno no sabe quiénes son las que capitanean, se refocilan
en una ociosa nebulosa, cuando resulta evidente que Jennifer Thorndike, Alina
Gadea, Julie de Trazegnies, Rossana Díaz y Karina Pacheco son las que han
demostrado una gran valía narrativa. Obviamente, podría sumar algunos nombres,
pero prefiero no extenderme, porque mi intención es realizar un fugaz énfasis en
la que considero ha desarrollado la propuesta literaria más interesante de las
que integran esta primera fila de nuevas narradoras peruanas: Karina Pacheco.
Cantidad de libros
publicados no es garantía de calidad. Pero en este caso sí. Pacheco es autora
de las siguientes novelas: La voluntad
del molle (2006), No olvides nuestros
nombres (2009), La sangre, el polvo, la
nieve (2010) y Cabeza y orquídeas
(2012). Y del cuentario: Alma alga (2010).
Y al César lo que es del César. De los críticos peruanos, en medios, el único
que ha prestado seria atención a esta poética es Javier Ágreda.
Entre los títulos de la
autora, hay un par de premios nacionales de novela. Los premios, como bien
sabemos, no aseguran nada, pero en su caso sorprende que no hayan tenido la
resonancia, aunque sea mínima, que merecían. Diez páginas de cualquiera de sus
libros valen más que los ladrillos de barro de los premiados, inflados y
contactados que conocemos. Y lo digo sin exagerar. Además, ya goza del
reconocimiento que vale, y que en nuestro circuito (plagado de editores,
escritores, poetas y periodistas culturales que no leen) es insuficiente, el
del boca a boca, boca oreja, o como se le quiera llamar.
La prosa de Pacheco no es una que sea fácil de
asimilar, en esta hay un peso, una densidad, que obedece a una evidente honestidad
literaria, en la que descansan las piedras angulares (temáticas) de su obra: la
familia, la historia, la política y el racismo. El lector recurrente solo tiene
que poner un poco de su parte y quedará listo para el buen viaje.
Pese a la irregularidad
de su último libro, Cabeza y orquídeas
(Borrador Editores, 2012), novela ganadora del Premio Nacional de Novela
Federico Villarreal 2010, Pacheco es, sin duda alguna, la narradora peruana de
mayor proyección. Hay que leerla. Si en algo sirve, y si se animan, podrían
seguir este orden de publicaciones: Alma
alga, La voluntad del molle, La sangre, el polvo, la nieve, No olvides nuestros nombres y Cabeza y orquídeas.
sábado, diciembre 15, 2012
viernes, diciembre 14, 2012
jueves, diciembre 13, 2012
Todos leímos a Mo Yan
Acaba de salir el cuarto número de la revista Lima Gris, dirigida por el pujante Edwin Cavello Limas. En
esta publicación aparece un artículo mío sobre Mo Yan. Al respecto debo decir
que me siento raro ya que es la primera vez que escribo de un autor sin haber
leído un solo libro suyo. Seguramente lo leeré el próximo año. Por otra parte,
el texto fue escrito días después de que al autor se le concediera el Premio
Nobel de Literatura.
…
A estas alturas no
debería sorprendernos los criterios que manejan los abuelitos de la academia sueca.
Me los imagino con problemas de próstata, bebiendo tecito y leyendo a las
justas las informativas páginas impresas, sacadas de Wikipedia, de los
candidatos al Nobel de Literatura. En lo personal, el Nobel de Literatura ya no
despierta mi entusiasmo, son tantos los yerros que han cometido estos
abuelitos, que llama mi atención cómo es que, a la fecha, la galaxia del mundo
literario, más sus barras bravas de Facebook, pueda caer en una algarabía
infestada de lugares comunes ante la designación de un nuevo condecorado.
Ahora, se supone que
deberíamos pasar revista a la tradición del premio. Aunque viéndolo bien, no
hay mucho que decir, solo que se trata de uno signado por el más ultramontano
conservadurismo. Sabemos de sobra de sus beneficios, y más allá de los
pecuniarios, el principal: la difusión del autor y su obra. Miles de lectores en
todo el mundo se acercan a las librerías en pos de algún título del último
condecorado. Constatamos así lo bueno, lo malo y lo cuestionable. Hasta nos
llenamos de esperanzas, al menos esto sentí cuando descubrí la prosa de
Coetzee, a quien no hubiera llegado si no fuera por estos réditos
promocionales.
Para la última edición
del Nobel de Literatura, se barajaron los nombres de siempre, volvieron a
resonar Roth, Adonis, McCarthy, Ashbery, Parra, Dylan, a quienes ahora se les
sumaron los españoles Marsé y Vila-Matas. Las casas de apuestas hacían lo que
mejor saben: especular, y más de uno cayó en el atarantamiento. Conozco a
patitas que, de acuerdo a sus posibilidades, lanzaron sus apuestas. Pues bien,
reconozco que, en alguna que otra ocasión, también me presté al juego. Total, a
todos nos gusta la frivolidad. Nos gusta barajar, mandamos al ruedo a nuestros
escritores favoritos y después que cumplimos nuestra parte en el cronometrado
rol de estupideces fugaces, seguimos cruzando los dedos, ya en silencio, y
esperando sí o sí que los prostáticos abuelos nos demuestren que no son tan
vacuos y vacíos como pensábamos.
“¿Y este quién mierda
es?”, fue lo primero que me pregunté cuando en las redes sociales empezaron a
rebotar la noticia del último Premio Nobel de Literatura, el chino Mo Yan. Al
respecto debo emitir un reparo personal, asentado en el más duro de los
prejuicios hacia la literatura oriental. He leído lo que he tenido que leer de
esta tradición, sean japoneses, coreanos y chinos. Desde siempre me ha parecido
una literatura rica en símbolos y en miradas reposadas que se refocilan en los
detalles. Y al momento de escribir estas líneas, no he encontrado obra alguna
que se acerque a mi canon personal, a lo mejor esto se deba a que mi
sensibilidad de lector se encuentre cercenada debido a ciertas lagunas
provenientes de mis años formativos de lector, cuando me significan todo las
novelas de Dumas, Salgari, Balzac y el ciclo artúrico.
A mediados de julio
pasaba por la librería El Virrey de Lima. Tenía que hacer algunas gestiones y
aproveché en ver las novedades. Reviso la sección de libros, en especial la de
Impedimenta. Leo la solapas de algunas novelas. Como ninguna llamaba mi
atención, me puse a hablar con Jorge “Juan Carlos Onetti” Giraldo, quien
entonces trabajaba en dicha librería. Le cuento de mis últimas lecturas, le
hago énfasis en mi desmedido afán por las biografías de escritores. Y él me
dice que acaba de reafirmar su gusto por la narrativa oriental, que acababa de
leer a Mo Yan, la novela Grandes pechos,
amplias caderas. Y fui yo quien empezó la discusión. Y creo que salí
perdiendo. Pero no puedo hacer nada, y eso que a la narrativa oriental le he
dado muchas oportunidades y por más que he puesto todo de mí, detalle que
deviene en un punto en contra, con mayor razón cuando pregono desde todos los
espacios posibles el hecho de que nuestra relación con la literatura debe
basarse precisamente con los libros que nos gustan, no he podido hacerla mía,
ni siquiera con esa imitación de Thomas Mann en onda pop y onanista, Haruki
Murakami. Me acerqué a la mesa en donde estaba la novela en cuestión, le pedí a
Jorge que guardara silencio y me sumergí en sus páginas. Pude notar desde las
primeras líneas que estaba ante un narrador mágico instalado en un realismo
cotidiano. Pero más no puedo decir. Desconfío de los inicios. Dejé la referida
novela en su sitio. Hice lo que vine a hacer a la librería y me quité. Y de
allí en adelante me olvidé de Mo Yan, hasta que lo designaron Nobel de
Literatura 2012.
La frivolidad, la posería
y la estupidez disfrazada de originalidad marcan la línea de los usuarios de
Facebook. Prácticamente todos habían leído a Mo Yan. Llamé al Virrey del Centro
y pregunté por el ejemplar del autor que había visto meses atrás. La encargada
me respondió lo siguiente: “Ese libro no se movía, pero hace una hora un
cliente lo ha separado. Era el único que teníamos”. Volví a Facebook y casi
todos mis contactos demostraban su entusiasmo por ir a la librería más próxima
para leerlo ya, cuando lo cierto era que iban a llevarse una mayúscula
sorpresa, si es que se le lograba encontrar en alguna librería, y no solo por
el precio, sino porque los libros de este chinito son ladrillos casi de mil
páginas. Es decir: Mo Yan desde el saque te dice que no es apto para poseros. Además, el mundo no se acaba si no has leído a este
chinito que, por un momento, confundí con un emprendedor chifero de nuestro
Chinatown.
Los días transcurren y
empezamos a tener noticias sobre sus lazos políticos con el gobierno chino.
Imagino que habría que ser un habitante de Neptuno para no saber que estamos
ante un estado represor y dictatorial. Entonces, la pregunta flotante para los
suecos vendría a tener más de una rama cuestionadora sobre esas miras paralelas
alejadas de las parcelas literarias. No existe indicio contrario que nos
indique que Mo Yan no haya sido beneficiado por el gobierno de su país, lo cual
implica una aceptación, en la práctica, de lo que tanto ha cuidado en preservar
la academia sueca: el respeto a la libertad del ser humano. Revisando en la red
podemos constatar que la fama y prestigio de Yan como escritor es justificada.
Empero, tampoco podemos pasar por alto los reclamos que vienen de otros
escritores chinos exiliados, que no han dudado en calificarlo de miserable y
convenido. Bajo este sentido, entonces la academia ha cometido un error de
costumbre y que a la vez nos permite abrigar la esperanza de estar ante una
posibilidad de cambio: que de ahora en adelante prevalezca el juicio
eminentemente literario, que podría generar más de una polémica sin duda, ya
que también resulta atendible la dicotomía creación-ética, que para estos
menesteres es lo que nos debería importar.
martes, diciembre 11, 2012
lunes, diciembre 10, 2012
domingo, diciembre 09, 2012
Una antología arbitraria
Con algo de tardanza
llega a mis manos Espléndida iracundia.
Antología consultada de la poesía peruana 1968 - 2008 (Fondo Editorial de
La Universidad de Lima, 2012), de los escritores y críticos Carlos López
Degregori, Luis Fernando Chueca, Alejandro Susti y José Guich.
Quizá sea la antología
más sonada de las últimas décadas. No recuerdo otra que haya causado tanta
bulla, incluso antes de su salida. En este sentido, y como bien recuerdan
aquellos que siguen los tejes y manejes que ocurren en el mundillo literario
peruano, se originó un duro debate, acaecido principalmente en el ciberespacio,
sobre el método que usaron los antólogos en la conformación del universo de los
poetas elegidos. Más o menos fue así: a más de un centenar de poetas y críticos
se les preguntó por los poetas y poemarios más relevantes de los últimos
cuarenta años. De las respuestas, se sacaba un balance y listo, una antología
llamada a quedar, una antología canónica.
Pues bien, hasta aquí,
las intenciones parecen puras, virginales, suavecitas, edulcoradas. Pero no, no
es así. Y me apena decirlo porque guardo el mejor de los conceptos de López
Degregori, Chueca, Guich y Susti. En especial de los dos primeros, y muy en
especial del segundo, con quienes he podido conversar largo y tendido sobre
poesía peruana contemporánea. Es decir, querido lector, quiero dejar en claro
que no estamos ante un cuarteto de vivazos, pendejos y convenidos. Estamos
ante letraheridos serios y responsables. Pero letraheridos serios y
responsables que ahora fallaron y resbalaron.
No tengo su formación
teórica, ni su experiencia académica, pero algo sé de antologías. Sé, y sé que
ellos lo saben, que lo peor que se podría hacer, y que al final hicieron, es que
se dependa la escogencia de autores en función a otros y no de los mismos
responsables. Claro, si lo hacían de esta manera, no estaríamos ante un trabajo
consultado. Sin embargo, debieron arriesgar, ser los verdugos, los hacedores de
la criba, asumir su rol de inminentes odiados y no abocarse a sacar balances,
porcentajes y presentar un prólogo, muy bien escrito para ser justos, en base a
los resultados de la calculadora. Por eso esta especie ranking no le cuadra a
nadie, a nadie que no sea amante y buen lector de poesía peruana.
Esta triste realidad es
hija de la poca distancia de sus antólogos para con su universo poético en el
que centraron este presente trabajo, universo poético, salvo excepciones,
carcomido de envidias, de ajustes de cuentas, que tenía en la parcialidad de
sus responsables una evidente directriz. Sumado al hecho, y esto no es ninguna
novedad, que la gran mayoría de los poetas y críticos elegidos para responder
las preguntas no son conocedores de la tradición poética peruana última.
Obviamente, estoy siendo especulativo, pero se trata de una especulación que tiene
apoyo de los lectores, del sentido común sobre todo, puesto que sorprende, principalmente,
el orden de los poetas más “votados”. No es nada difícil constatar que en las
respuestas imperó el afán de quedar bien con el cuarteto que con la calidad
poética como tal; es por ello que no me explico la inclusión de autores
sumamente malos, beneficiados por el amiguismo y el pago de favores. Sin
duda, el método empleado resultó todo un festín para los orgasmos de los
sentimientos menores, orgasmos muy bien repartidos, dicho sea. No pues, aquí no
hubo consenso. Lo que hubo fue una involuntaria criollada que se pudo evitar.
viernes, diciembre 07, 2012
miércoles, diciembre 05, 2012
El policía bueno
Llevo algunos días
perdido de las noticias locales, a las justas sigo la fase oral de los abogados
peruanos en La Haya, así que cogí periódicos pasados y también empecé a
recorrer los archivos de sus respectivas páginas web, aprovechando pues que me
quedo en casa debido a la única persona capaz de quebrarme el alma, mi abuelita.
Quizá más de uno frunza
el ceño, pero en mi modesta opinión, El Búho es uno de los mejores columnistas
de este país. Lo podemos encontrar de lunes a viernes en la última página del
diario El Trome. Así es, recurrente lector hormonal, lo encontramos al lado de
La Malcriada del día.
En una de sus columnas,
El Búho da cuenta de las bandas de policías corruptos que vienen operando en la
capital y a la vez hace un ejercicio de memoria cinéfila y nos brinda dos grandes
ejemplos de policías delincuentes, que más de uno debe recordar. El capitán
McCuskey de El Padrino y el jefe de
la división antinarcóticos, el “Gringo” Mel, de Caracortada. Curiosamente, ambos son asesinados por dos personajes,
obvio, distintos (Michael Corleone y Tony Montana) pero encarnados por el mismo
actor, el más grande de todos, el maravilloso chato Al Pacino.
No lo pensé dos veces,
busqué y busqué una determinada película policial. La tenía febrilmente en la mente y la encontré
luego de un cuarto de hora de cargada intensidad.
La tradición de
policías malos en el cine es rica y variada. Tenemos de todo, y me puse a
pensar en los otros, en aquellos guiados por el halo romántico de justicia,
siendo el balance pobrísimo. Los policías buenos son escasos, no llaman la
atención, escapan a la tiranía de nuestra memoria. Sin embargo, hay uno que se
mantiene en ella, Frank Serpico, de la película Serpico (1973) del maestro Sidney Lumet y protagonizada por el
chato maravilloso.
Si bien podemos estar
de acuerdo en que no es el mejor papel de Pacino -mucho menos el más difícil,
aunque si habláramos de Cruising
(1980) de William Friedkin, en donde interpreta a un policía infiltrado en el
mundo gay de San Francisco, podríamos llegar a un tácito acuerdo-, sí ante uno que
encapsula su gran crisol histriónico.
Frank Serpico es un
policía que recibe un balazo en la cara en un atraco a un narco de poca monta.
Es llevado al hospital y mientras es operado recuerda su trayectoria en el
cuerpo policial. Este fugaz y duro viaje a su pasado lo enfrenta a un enemigo
común: los propios policías. Serpico hace méritos más que suficientes, no solo
como agente del orden, y el toque frívolo: también como sabido conquistador de
mujeres, para dejar de ser un policía de uniforme y ser un detective, su mayor aspiración.
Ya sea como policía y detective, Serpico se resiste a hacer suyo los códigos de
sus compañeros de cuerpo, no acepta el dinero sucio que estos se reparten y a
pesar de las presiones que recibe por parte de los mandamases, se aferra a la
terquedad de su ética y moral. Contado así, podríamos pensar que nos
enfrentamos a un personaje olvidable, pero no, ya sea en la pusilanimidad de su
función, como en la violencia a la hora tratar a los malhechores, somos
testigos de una entereza de carácter. Por eso Serpico es lo que es: un
hombre de carácter. Un policía bueno que hoy en día no encontramos ni en la ficción.