martes, diciembre 31, 2013
domingo, diciembre 29, 2013
recuentos / reediciones
Después de algunos días me pongo a revisar
el acontecer literario local.
Ingreso a páginas webs, blogs y uno que
uno otro muro en Facebook.
Presto atención a los recuentos.
Los leo y los vuelvo a leer.
Después de un rato, no sé si reír o
llorar.
Genera risa la hechura de más de un
recuento. Pero llama la atención que, a diferencia de otros años, ahora
presenciemos la aparición de recuentos que llevan el cintillo de Delivery.
Así es, Recuentos Delivery.
Y es para llorar que más de un incauto
los celebre. Lamentablemente, estamos en la era de la celebración de la
mediocridad.
En los Recuentos Delivery no hace falta
leer libros. No, qué va. Para hacerlos solo hace falta ser un criollazo y jugar
bien las fichas de la promoción. Y claro, saber hacerla: pones a los que tienes
que poner y, al toque nomás, metes la trampa, la bazofia que también calificas
como lo más destacado del año.
¿La supieron hacer? Ni hablar. Los
Recuentos Delivery Perú 2013 se delatan al toque.
*
Quedo tranquilo con mi consciencia. Fue
una buena decisión no hacer un balance literario del 2013. Si lo hacía, me
convertía en un asesino en serie.
Ahora, no todos los recuentos están
rubricados por la frivolidad y la criollada. Ni hablar. Tenemos recuentos que
sí merecen leerse, no por perfectos, tampoco por indiscutibles, pero sí por
coherentes. Recuentos que me permiten aseverar que los hacedores de los mismos leyeron
lo que eligieron como lo mejorcito del año. Por ello, me quedo con el de José
Carlos Yrigoyen en Poema Inútil, con el de Víctor Ruiz en Correo Semanal y con
el de Luis Aguirre en Caretas. Tres son suficientes. No más.
*
Como ya lo dije más de una vez. El 2013
es el peor año literario de los últimos cuatro lustros. Así de remal, de hasta
las huevas, estamos. Los títulos que destacan son tan pocos y contados que
pierden por goleada ante la legión de publicaciones mediocres que hemos tenido
la mala suerte de leer.
Pues bien, llama mi atención la poca
atención a las reediciones.
Si algo bueno trajo este 2013 fue
precisamente un par de reediciones de libros fundamentales para la literatura
peruana contemporánea.
Y aquí ha resbalado más de uno. Casi
nadie se ha dado cuenta de la importancia de El pez que aprendió a caminar
de Claudia Ulloa Donoso y de Generación
Cochebomba de Martín Roldán Ruiz. Si estuviéramos más atentos a nuestra
literatura, a su registro permanente, y no a las campañas autopromocionales de
nuestros escribas, tendríamos más de un motivo para estar satisfechos de lo que
se viene haciendo. Una reedición, más aún si esta es de un joven autor en pleno
ejercicio de su propuesta, es de por sí un motivo de celebración que no tendríamos
que soslayar.
Pero en nuestro circuito soslayamos.
Estamos tan ahuevados que no nos damos
cuenta de lo que nos perdemos.
Nos enfocamos en cualquier estupidez y
no en lo que verdaderamente suma.
Veamos:
Si los cálculos no me fallan, la nueva
edición de El pez que aprendió a caminar
ya debe estar agotada. Su autora es quizá la más dotada de su generación,
dotada con ese aura que existe y que llamamos Talento Natural. Gracias a su Pez, Ulloa Donoso ya tiene un lugarcito
asegurado en el imaginario literario (y no solo peruano) en por lo menos en
tres generaciones más. De alguna u otra manera, soy un testigo presencial del
éxito de Generación Cochebomba, la ya
mítica novela de Martín Roldán Ruiz. Cachorros, queridas, no les exagero: esta reedición
se acabó en dos meses. Es una novela de culto. De todos los libros de autores
peruanos surgidos a partir del 2000, este de MRR viene suscitando tesis doctorales.
¿Por algo será, no?
sábado, diciembre 28, 2013
viernes, diciembre 27, 2013
chimal style
Un libro que se publicó este año y que,
según mi percepción, pasó injustamente desapercibido, fue La ciudad imaginada, del narrador mexicano Alberto Chimal.
Lo leí en su momento, hace ya varios
meses, quizá en pleno contexto de la pasada FIL de Lima. Durante un tiempo
pensé que se trataría de una publicación que más de uno iba a celebrar en
medios, pero no, lamentablemente no fue así. Y el lamento es doble puesto que
se trata de uno de esos títulos en los que aparte de disfrutar de la prosa y la
propuesta del autor, nos ofrece más de un camino para aprender, y aprender de
los libros de ficción, en lo que respecta a la costura narrativa e influencia,
es lo que pocas veces vemos hoy en día.
Reviso la publicación, no para someterla
al juicio del tiempo, en búsqueda de canas y arrugas, sino para refrendar lo
que sigo pensando de nuestro periodismo cultural, que tiene en el hueveo una
norma y en la exaltación de basura extranjera un alegre objetivo a cumplir.
Pero no es la primera vez que esto ocurre, hace un par de años pasó casi lo
mismo con Movimiento perpetuo, la
obra poética completa del vate chileno Óscar Hahn. Tanto el libro de Hahn como
el de Chimal han sido publicados por editoriales peruanas independientes,
Lustra y Casa tomada, respectivamente, y más allá de la saludable distancia que
tenga con sus editores, sería mezquino no reconocer el esfuerzo desplegado,
puesto que, contra lo que se pueda pensar, no es nada fácil publicar en Perú a estos
autores de reconocido nivel internacional.
*
Los relatos de Chimal llevan consigo
trampas, desde que empezamos a leerlos podemos intuir a lo que nos vamos a
enfrentar, pero basta una referencia, sea una descripción, un diálogo, un gesto
de algún personaje, como para quedar sometidos a sorpresas nada agradables. No
me refiero a desenlaces que aturdan, sino a lo que se nos cuenta mientras
cuenta, en el proceso de silente descomposición que no solo sufren sus
personajes (la ciudad es también un personaje), sino también los propios
lectores. La prosa y el estilo del mexicano es como una luz que nos pudre sin
que nos demos cuenta, prosa y estilo que se nutren de la referencia pop pero
también de una tradición gótica que haríamos bien en volver a visitar o empezar
a conocer, en títulos como Madame Putifar
de Pétrus Borel, Venganza fatal de
Charles R. Maturin, El ángel de la
ventana de occidente de Meyrink y, por supuesto, en autores, pero solo en
pequeñas dosis, como Lovecraft.
Chimal es todo un capo, sabe bien cómo esconder
sus referencias. Y las sabe esconder porque es deudor, ante todo, del tejido
narrativo de lo mejor de la narrativa breve latinoamericana. Su originalidad y desbordante
imaginación no nacen de la nada, puesto que descansan en una férrea base que le
permite escribir de lo que bien le venga en gana. Chimal, en relatos como “Mogo”,
“Mesa con mar”, “La balanza”, la homónima que titula la publicación, “Veinte de
robots” y “Los salvajes” construye un universo personal, una tradición
fantástica/gótica que le permite recrear la vida moderna, una poética que más
de uno debe empezar a tomar como referente.
jueves, diciembre 26, 2013
martes, diciembre 24, 2013
lunes, diciembre 23, 2013
hierba/poesía
Los lunes me levanto tarde.
Pero a diferencia de otros lunes, esta
vez me desperté temprano.
Anoche estuve muy cansado y no pude
responder algunos mails y mensajes de Inbox de Face. Entonces la idea era
hacerlo esta mañana. Y en esas se supone que estaba, pero me puse a releer
algunos poemas de la antología de Cummings Buffalo
Bill ha muerto, y, muy en especial, estrené mi nueva pipa para hierba.
Razones más que suficientes para desentenderme de las respuestas que debía
ofrecer para no quedar como un descortés.
Terminé de fumar y de releer los poemas de
Cummings.
No sé qué me gustó más, o la hierba o la
relectura.
Cuando fumo hierba lo hago escuchando
música o leyendo poesía. Si algún consejo tuviera que dar, este sería que fumen
con el Animals de Pink Floyd.
Luego de media hora, tomé un poco de
agua y me preparé café. Entonces recién pude prender a La leona loca y me puse
a responder algunos mails y mensajes de Inbox.
Veamos:
“¿Cuándo reseñas Contarlo todo?”
“¿Cuándo lo del libro de cuentos de
Alvarito 2?”
“¿Cuándo lo del sietemesino, que no deja
de hablar de ti por Inbox?”
“¿Qué opinas del Cartel de Boston?”
“¿Y qué del Cartel de Brown?”
“¿Tan mal estamos que este año no harás
tu recuento literario?”
“Soy un joven autor de provincia. ¿Puedes
ayudarme: un editor de mi tierra, al que llaman “Guayabera sucia”, me viene
meciendo desde hace meses, no me paga, es un conchán que se pasea por todas las
ferias como si nada? No soy el único al que está meciendo. G, ayúdanos con un
post, por favor”.
“¿Ya leíste lo último de Yushimito?”
Y las preguntas siguen. Pero no me
distraigo, aún me faltan dos horas para ir a la chamba y quiero terminar de
leer la novela de Andrés Ibáñez, La
lluvia de los inocentes, que he leído entre taxis, custers y mientras
esperaba en el banco. Una buena novela que ojalá te animes a leer, querido
lector. Pero antes que a Ibáñez, tienes que buscar a Iris Murdoch. Esta Mujer
(así en mayúscula) ha llegado para quedarse con nosotros. Apunta en tu cuaderno
Loro: Henry y Cato.
Entonces, se deduce que hay cosas buenas
de las que escribir y hacia ello me voy a abocar.
De lo que preguntan por mail e Inbox,
fácil: reseñaré lo de Gamboa. Sobre el recuento, como bien lo dije: hacer un
recuento es un arduo ejercicio de memoria, encima imperfecto, además, no quiero
ser parte de una mentira. Pese a que hemos tenido libros buenos e interesantes
en materia literaria, estos son insuficientes para salvar el que de lejos es el
peor año literario del que tenga idea, al menos el peor de los últimos tres
lustros. En este sentido, hacer un recuento es prácticamente avalar y celebrar
la mediocridad. Y lo que más detesto en la vida es la mediocridad. Ahora, el
cuentario de Yushimito, de hecho que lo leeré y también lo reseñaré, lo leeré a
inicios del 2014 y fácil lo reseño en junio. ¿Por qué apurarse con la reseña de
un libro, como si estos fueran a desaparecer, como si estuviéramos cerca del
fin de los tiempos? Así como invertimos tiempo en la lectura, también
deberíamos hacerlo en el proceso de pensar un libro luego de haberlo leído. Al
menos, eso es lo que siempre he intentado hacer.
Y de las otras cosas que me preguntan,
la verdad, no tengo el más mínimo interés en gastar pólvora en gallinazos. Que
si me piensan, que si hablan mal de mí, pues qué bueno, no imaginaba que era una
presencia permanente en las almas de mis tristes y risibles enemigos, por demás
gratuitos, y a quienes les deseo una feliz navidad en compañía de los seres que
más quieren, porque eso es lo bueno que nos trae esta fecha.
domingo, diciembre 22, 2013
sábado, diciembre 21, 2013
testimonio coral
No pensemos mucho: estamos ante la
oportunidad de leer un libro sumamente importante. Importante como documento
histórico. Documento, si se me permite especular, que nos ayudaría a entender y
ver de otra manera los avatares de La Primera Guerra Mundial. El pueblo en la guerra de la rusa Sofia
Fedórchenko.
La presente publicación se traduce por
primera vez al castellano, por cuenta de Olga Korobenko, y la tenemos entre
nosotros gracias al sello español Hermida Editores. Si somos objetivos, fríos y
nada calculadores, no podemos negar que estamos ante un hito histórico que nos
permite entender la novelística rusa de la primera mitad del siglo pasado. O
sea, lo que hay detrás de ella, de lo que la nutre, de las referencias que
seguramente más de un novelista ha usado y que extrañamente no ha reconocido
como una fuente inmediata. Por otra parte, Fedórchenko ha sido víctima durante
décadas del silenciamiento por cuenta de la intelectualidad rusa. Hablaríamos
de machismo, de mezquindad y de innumerables muestras de miserabilismo. Pero
más allá de esto, lo que importa es que hoy en día esta ex enfermera ocupa un
lugar destacado en el imaginario cultural de su país.
*
Si tuviera que hermanar la presente
publicación, podría hacerlo con el
Informe de la CVR.
Esto no es nada gratuito.
Las novelas, cuentarios y poemarios más
celebrados y criticados sobre la violencia política peruana tienen como base
los testimonios consignados en la CVR. Mediante ellos se han forjado registros
narrativos y poéticos que nos permiten entender, o en todo caso cuestionar, lo
que realmente ocurrió en esos años aciagos de nuestra historia reciente. En
este sentido, podemos rastrear una influencia y no debe extrañarnos que más de
un entendido en la materia la llame bajo el rótulo de Literatura Peruana Post
CVR.
*
El
pueblo en la guerra fue la brújula temática para no pocos
escritores rusos que recrearon los estragos de La Primera Guerra Mundial. Aquí
no hay protagonistas específicos, sino más bien directos testigos anónimos,
testimonios de soldados rusos heridos en el frente de batalla entre los años
1915 y 1916. Soldados rusos atendidos por la entonces joven enfermera
Fedórchenko, quien tomaba nota de sus traumas e impresiones que les deparaba la
guerra.
Leemos los testimonios y por instantes
creemos que estamos ante una exageración de atrocidades, pero no, no
encontramos exageración de ningún tipo, sino desazón y un desolador sentimiento
de traición de los soldados rusos que dan cuenta de una guerra en la que se
sintieron abandonados, de una guerra en la que defendían cualquier tipo de
interés menos el de la soberanía. Los testimonios que se nos presentan no son
más que radiografías de la bestialidad a la que puede llegar la involuntaria
degradación humana. Estos soldados no se asumen como héroes, sino más bien como
víctimas y victimarios. Matan, violan, aman. Uno los lee y sospecha que ya lo
has leído. E indudablemente los hemos leído en la narrativa rusa que aborda la
guerra, y no necesariamente lo ocurrido durante La Primera Guerra Mundial. He
allí pues el valor documental que nos entrega Fedórchenko. Pero la publicación
es también el reflejo de la ética y moral de la compiladora, porque dejó hablar
a los soldados, sin tomar partido, es decir, sin divinizar ni satanizar.
Sin duda, no discutimos el
importantísimo aporte que tenemos en manos. Nos adentramos como pocas veces en
los cruces de la guerra, pero ello no implica que extrañemos el vuelo
literario. No olvidemos que la gran mayoría de soldados rusos eran analfabetos
y Fedórchenko no era precisamente una escritora de oficio.
…
Publicado en Lee por gusto.
viernes, diciembre 20, 2013
jueves, diciembre 19, 2013
punto de quiebre
Creo que no hay nada mejor que presentar
un buen primer libro. En este caso uno de relatos.
Pero la satisfacción es mayor cuando el
autor de ese libro es un amigo tuyo, a quien estimas y admiras.
*
Antes de hablar de las virtudes de la
presente publicación, no puedo dejar de expresar mi satisfacción por la vuelta
al ruedo de Matalamanga. Dentro de la eclosión editorial que vimos hace algunos
años, Matalamanga se proyectaba como una editorial representativa. Que en estos
últimos años se haya dejado estar, ese es otro problema, otro asunto, otro
discurso. Lo que debemos subrayar es que necesitamos más sellos como este, que
se den el gusto de publicar los libros que quieren publicar, no lo que les
imponga la necesidad del dinero rápido, como lamentablemente seguimos viendo.
*
Vayamos a lo que nos compete.
Primero, quiero hablar de Stuart. Como
dije líneas arriba, estimo y admiro al autor.
Lo admiro porque desde que lo conocí,
supe que estaba ante un lector voraz. Stuart es un lector que escribe. Un
lector, dicho sea, peligroso, cuyo afán por leer lo que desea le ha permitido
sortear toda clase de obstáculos. Ojalá tuviera su edad y así aprender de él,
ser tan rápido y natural. Aún recuerdo la ocasión en que fue a buscarme con los
tomos de El cuarteto de Alejandría.
Esa vez me quedé callado, a lo mejor ligeramente obnubilado a razón de una
proeza que muy pocos son capaces de llevar a cabo.
Sin embargo, lo que más recuerdo de todas
sus visitas: cuando me entregó el ejemplar de esta publicación.
Me sorprendió porque Stuart se lo tenía
muy bien guardado. El libro ya había salido de imprenta hacía unos meses y yo
ni enterado del asunto.
Cuando se fue, me puse a picarlo. Quizá
bajo un ánimo condescendiente, no muy machetero. Pero lo que empezó siendo un acercamiento
afectuoso, devino en una satisfacción por la propuesta que encontraba.
Por lo general, cuando nos topamos con
libros-debut, casi siempre cuentarios, solemos toparnos con propuestas
orgánicas, en las que notamos, a veces con algo de dificultad, un hilo
conductor que une los relatos. Se trata pues de una estrategia, no pocas veces
el tema es una buena coraza para las deficiencias estructurales y narrativas de
los debutantes. El tema es una especie de “Perdonavidas”.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el
cuentario que lees tiene todo menos una coherencia orgánica? ¿Qué piensas
cuando no hay un solo tema, sino varios, cada cual más independiente del otro?
O bien se es un irresponsable o alguien que arriesga, dispuesto a quebrar la
medianía.
Como todo autor consciente de sus
recursos –y vaya que Stuart los tiene-, su libertad la despliega como bien le
viene en gana. En ellos es posible ser testigos de su inclinación por el arrojo
y el riesgo, privilegiando de esta manera su mirada, por demás curiosa. Llama
la atención los perfiles de sus personajes. Uno no puede sino encariñarse con
este grupo que exhibe una actitud que oscila entre la ingenuidad y la
pendencia, con una postura ante la vida que los pinta de Adultos que se portan
como niños. Es que de alguna u otra manera, estamos ante gente bastante tocada
de la cabeza, enfrentada a situaciones en los que prima un punto de vista
peculiar de la realidad.
El punto de vista.
En el punto de vista de sus personajes
encontramos la dote narrativa de Stuart. Pensemos en los relatos “La guerra
según Octavio”, “Duérmete, niño”, “La cacería” y en el que da título a la
publicación. Leemos entre líneas y nos es imposible no pensar en sus influencias
literarias, siendo la de Dahl la que se impone por deuda. En este sentido,
nuestro joven autor ha sabido alimentarse bien de su influencia, ha captado la
otra mirada de la realidad. Y esa otra mirada es lo que le permite llevar a
cabo una libertad pocas veces vista en nuestra narrativa reciente. Es decir,
hallamos un punto de quiebre, por demás, muy saludable.
Muchas veces se nos ha hablado de
libertad que no deben perder los narradores. Pero hemos entendido mal esta
libertad. La libertad no está en lo que quieras escribir, sino en la fuerza de
la mirada. Leyendo el libro podemos llegar a la certeza de que Stuart, aparte
de leer como una bestia, no ha hecho otra cosa en toda su vida que no sea la de
afinar su mirada. Stuart es un detector de grandes detalles desapercibidos.
“Autógrafo” y “La noche turca” sean
quizá los relatos insignia del presente libro. Leo y releo el primero de los
citados y no puedo sentir otra cosa que no sea estremecerme. No por lo que se
nos cuenta, sino por la forma en que aborda el tópico. Casi siempre los
retratos sobre el padre son hechos desde el resentimiento y el trauma. No hay
pues una fuerte tradición feliz sobre la figura del padre. El relato de Stuart
no es tampoco uno feliz, pero sí intenta hacerlo en la medida de lo que ha
sabido extraer de Kafka y Auster –así de encontrados son sus referentes-,
entregándonos un testimonio disfrazado que irá creciendo a medida que pase el
tiempo. Un lector como Stuart no pudo rehuirle al mundo de los escritores. “La
noche turca” no es más que una patética radiografía de lo que es el mundo
literario. Aquí no hay una referencialidad inmediata. No hay un realismo
mimético literario. Lo que hay es una inmersión en las trampas que nos depara
el ego. No sería descabellado pensar que los personajes del relato sean unos
poseros tarados, poseros tarados no por naturaleza, sino por una necesidad de
nutrir el ego, de sentirse alguien en un microcosmo en el que no necesariamente
se tiene que tener talento o haber leído mucho. No, lo que Stuart nos presenta
es la frivolidad innata y circense de todos aquellos que anhelan llevar una
vida literaria en vez de una vida consagrada a la escritura.
Stuart, querido amigo. No tengo más que
decirte. Estás en el mundo de la literatura desde hace mucho tiempo. La muerte es una sombra es un buen paso,
un testimonio de tu convicción y pasión por esta apuesta dura pero estimulante.
Lo único que te pido es que no te
pierdas y no chupes más. Abandona el Don Lucho.
Gracias.
…
Leído en la presentación de La muerte es una sola de Stuart Flores.
martes, diciembre 17, 2013
narrar
Con Kubrick hay que estar más que
agradecidos.
De alguna u otra manera, sus películas
quedan insertadas en nuestro imaginario, no solo cinematográfico, sino también
vital.
No creo que pueda conocer persona alguna
que pase por alto la primera vez que vio La
naranja mecánica o El resplandor.
Así es, la primera vez. La primera vez
que se vio una película de Kubrick.
Yo aún recuerdo cuando vi La naranja mecánica en la Filmoteca de
Lima, cuando esta quedaba en el Museo de Arte. Era un perdido sábado de junio
de 1999 y aún siento la fuerza y la furia que no pude amainar en días. Fue una
película que me dinamitó ciertas taras y no pocos prejuicios.
Pero Kubrick no solo es un grande a
partir de sus trabajos consagratorios. También lo fue desde sus comienzos, en
esas películas aparentemente lineales y que no provocaban un mero análisis más
allá de lo previsible. Felizmente, las cosas están cambiando.
Debemos volver a la semilla de las
poéticas.
Eso es lo que me pasó hace poco con El beso del asesino (1955). Llevaba días
pensando en los narradores, no solo literarios, también cinematográficos. Y también
musicales.
Me fue imposible no buscar esta
película. Al principio creí que no la volvería a ver, simplemente no la
encontraba, pero la encontré con ayuda de Silvestre, mi gato salvaje, que no
dudó en meterse entre mis anaqueles de películas.
No sé por qué pensaba en El beso del asesino. Pero pensaba en
esta película. Era momento de someterla a un caprichoso escrutinio.
Y vaya que sí pasó la prueba.
Se trata de una película demasiado
fresca, vigente, contra lo que muchos
podrían pensar.
Un boxeador venido a menos. Una mujer irracional,
y como tal, fatal. Un mandamás mafioso. El hilo conductor: la enajenación
emocional y hormonal. Porque eso es lo que genera Gloria (Irene Kane), y por
ella sufren Davy Gordon (Gloria Price) y Vicent Rapallo (Frank Silvera).
El desamor y el afecto por interés.
Como todo maestro, Kubrick saca provecho
de sus personajes. En especial a Rapallo. ¿Qué hombre puede soportar las
humillaciones ante una mujer que no lo ama y que cuando se ve sin salida, esta
misma mujer le promete toda la fidelidad y una vida juntos que hasta hace no
mucho rechazaba porque era un “viejo que olía mal”?
Es que la película yace en la actuación
de Silvera, no en la parejita que sella la historia con un beso, en un cantado
final feliz.
Kubrick la hace linda.
No experimenta.
Es más lineal de lo que podríamos
pensar. Más de uno ha dicho que esta película era no más que un simple
ejercicio del cineasta. A lo mejor. Pero en ese supuesto ejercicio y en la
simpleza de su ejecución demostró que hasta para las historias más sencillas
había que saber narrar. Conocer los secretos de la narración, partir de la
médula, ir paso a paso, dominar lo básico que se enseña para después alterar el
registro.
lunes, diciembre 16, 2013
domingo, diciembre 15, 2013
sábado, diciembre 14, 2013
no recuento literario
Hace unos minutos tuve una revelación.
No una revelación que nace de la nada,
sino a lo mejor producto de cierto espíritu optimista que extrañamente, y por
primera desde que tengo uso de razón, me invade en estos últimos días del año.
Tampoco se trata de un optimismo a lo Contarlo
todo, o producto de la nueva realidad que muchos dicen que vive el país, en
la onda de El héroe discreto, como
algunos ya han sugerido por ahí.
En realidad, peor de lo que estamos no
podemos estar. Por eso sé que el 2014 seguiremos mal, pero no tan mal como
ahora, no podemos descender más de lo que ya estamos en materia literaria y
cultural.
Una de las cosas que más me agradaba
hacer para el blog era el recuento literario del año. Desde que empecé a
elaborar estos recuentos, los mismos no dejaron de recibir tanto saludos como réplicas
de las más furiosas de los lectores. De algún modo, era divertido ver las
pataletas de algunos comentaristas, algunos comentaristas que no eran más que
los poetas y narradores disfrazados en el anonimato y que, a lo mejor en justa
postura, reclamaban por tamaña falta de respecto a la construcción virtual de
su identidad.
Ya no era haré más recuentos literario por la sencilla razón de que tengo muchas otras cosas más de las que escribir. Hacer un recuento es un arduo ejercicio de memoria, ejercicio que me resultaba toda una calamidad. Prefiero cuidar y refrescar mi memoria, ya sea para mis proyectos personales como literarios. He allí el motivo.
Ya no era haré más recuentos literario por la sencilla razón de que tengo muchas otras cosas más de las que escribir. Hacer un recuento es un arduo ejercicio de memoria, ejercicio que me resultaba toda una calamidad. Prefiero cuidar y refrescar mi memoria, ya sea para mis proyectos personales como literarios. He allí el motivo.
viernes, diciembre 13, 2013
miércoles, diciembre 11, 2013
martes, diciembre 10, 2013
lunes, diciembre 09, 2013
Mar/Sal/Sexo/Sudor
Ya sea para bien o para mal, recibo
frecuentemente manuscritos de novelas y cuentarios, sea de aspirantes, jóvenes
y experimentados escritores. Entre los aspirantes (que no necesariamente tienen
que ser jóvenes) y los propiamente jóvenes, noto, en la mayoría de los casos,
que sus textos exudan errores formales y estructurales. Errores subsanables.
Pero lo que me aturde más es el poco compromiso con el tópico que relatan, poco
compromiso que no es otra cosa que asumir el oficio narrativo como mero
pasatiempo.
Uno, en lo que puede, intenta ser suave
con ellos, aplicando una crítica constructiva sin caer en la zalamería y la
mentira. También les advierto de los peligros de los impresores ya quemados que
se reciclan aún más que la basura, impresores sabidos que vienen con el contrato
bajo el brazo, cosa que así aseguran los 3000 soles que, como mínimo en la
primera tanda, le cobrarán al incauto plumífero por el servicio de impresión.
Algunos de estos impresores se pintan de justicieros literarios, de filósofos
virtuales y demás hierbas ante las que callan ni bien les muestras sus
anticuchos que tienen bien tapados debajo de la alfombra de la casa. Hay que hacerlo, advertir a las vírgenes
voces de la narrativa peruana de estas hienas. Hay que hacerlo también porque debido
a estas hienas es que como nunca antes nos topamos con tan malos narradores peruanos,
pésimos chancateclas engañados por estos impresores-mecedores, impresores-mecedores
que les han hecho creer que son la continuación de Clarice Lispector, Henry
Miller, Marito, Carver, Bukowski, Kerouac…
*
Pero qué pensar cuando lees de corrido Las siete bestias de Christ Gutiérrez-Rodríguez.
Piensas en el autor y en los mundos que nos (re)presenta. Comparas con otros
autores lo que has leído y no tienes más que aceptar que has encontrado no solo
una voz original, sino también una poética que no le ve la cara de cojudo al
lector, porque el autor sabe del mundo que escribe, lo radiografía desde
adentro y no desde la comodidad de las películas y los noticieros, no desde esa
falsa distancia que caracteriza a casi toda la narrativa reciente en
castellano.
En este libro está la verdad.
En este libro está la verdad del
enfrentamiento.
En este libro está aquella verdad que no
quieres leer.
Las
siete bestias no es el cuentario de un narrador
joven, sino el testimonio de un narrador maduro que ha pulido y tensado su
lenguaje hasta alcanzar lo que pocos: la excelencia narrativa. Gutiérrez-Rodríguez
consigue esta excelencia narrativa porque ha encontrado su voz, voz que
potencia y nutre gracias a esa poesía callejera de puerto, esa voz que le
permite configurar la sensibilidad moral de sus personajes, que sin ser como
nosotros, cargan como si las huevas toda esa mierda que no queremos ni siquiera
experimentar. En estas líneas no hay verosimilitud. No hay artificio. No. Lo
que hay en estas líneas es Literatura (así en mayúscula).
Los personajes de estos cinco relatos
son sensibilidades tocadas, dañadas, pero las mismas no se dejan amilanar ante
un contexto cruzado no solo de violencia física y verbal, sino también de esa
violencia ausente que ejerce magisterio, que no es sino la violencia emocional.
Gracias a esta violencia emocional los relatos que conforman Las siete bestias golpean, aturden e
incomodan.
*
Violencia emocional, más voz propia,
ergo: el estilo.
El estilo de la lengua de acero, lengua
de acero musical que eleva la poética de Gutiérrez-Rodríguez a las esferas de
la literatura que sin duda quedará. Lengua de acero musical que nos deja sin
aliento, que nos hace retroceder en párrafos y páginas para dar con el secreto,
con el secreto de la jerga, la replana. En este estilo yace un secreto que se
nos camufla, un punto de inflexión que nos eclosiona, que nos libera.
Las
siete bestias se impone por su punzante musicalidad
narrativa, a lo mejor heredera del esperpento de Valle-Inclán, esperpento valleinclanesco
ahora enriquecido por cuenta de las calles de El Callao. Esas calles del Callao
que pocos quieren conocer, pisar, oler y contemplar. Aquí hay que agradecer por
la oralidad, por el estilo afeitado de mar, sal, sexo y sudor. Gutiérrez-Rodríguez
y sus personajes no hablan, hacen música, música de la calle.
Si hablamos de Gutiérrez-Rodríguez,
hablamos de un narrador joven. Pero luego de leerlo, no sé hasta qué punto
habría que llamarlo “joven”. Es cierto que estamos ante cinco relatos, cada uno
de ellos con un universo propio y que juntos forman un gran mosaico, una novela
polifónica. Pero este autor es joven solo en lo cronológico. Tanto “Epilepto”,
“El impermeable negro”, “A las siete en la acequia, Francesca”, “Regla de
cálculo” y “La hebra de cabello” son ejemplos irrefutables de un escritor que
ha vivido y vive para escribir. Es decir: un escritor comprometido con su
poética, desde la médula de la misma. Basta, solo basta, ver la estructura de
los relatos –relatos que en aliento recogen lo mejor de la cuentística gringa
del siglo XIX y en andamiaje estructural lo mejor de la novelística gringa del
XX, hasta podría especular con la idea de que estamos ante novelas cortas--,
como para llegar a la conclusión de que no somos testigos del proceso creativo
de una promesa, sino que estamos ante un autor que es toda una realidad, autor
que ha venido a remover la red de mentiras en que se ha convertido la narrativa
peruana reciente, a rescatarla de ese marasmo temático del que no sale por
falta de fuerza testicular, por creer en esa puta idea de que escribir bonito
es hacer literatura. Por eso tenemos narradores/narradoras que prefieren ser
famosos a ser buenos escritores.
*
Las
siete bestias es el libro más contundente de la
narrativa peruana de los últimos lustros. Desde Caballos de medianoche, de Niño de Guzmán, no me topaba con un
cuentario de tamaña factura. En estas páginas hallamos la mágica y extraña
sensación de lo imperecedero, mágica y extraña sensación que solo nos transmiten
los libros que nos dejan marcas fuego en la piel y en el alma.
Hay que saborear estos relatos, es la
consigna.
Cuando terminas de leerlos no sales
siendo una mejor persona.
No, hijo. No, querida. No te confundas.
Los terminas y sencillamente eres otra
persona, ya sea buena o mala, en fin, ese es tu problema.
…
Texto leído en la presentación de Las siete bestias de Ch.
Gutiérrez-Rodríguez.