martes, abril 29, 2008

Batalla en el Kruger Park



Un pata me habó, hace unos días, de un video que vio en Youtube. En buena onda le dije que no lo creía, pero él me dijo que sí, que lo que me estaba contando había ocurrido. Quedé en buscar el video que tenía como protagonistas a leones, búfalos y un cocodrilo. Pues sin esperarlo di con el video en la web de El Comercio, no pensaba subirlo puesto que estaba buscando información de Cecilia Bolocco y Josef Fritzl para un posible post. Puedo relatarlo, pero lo mejor es que las imágenes hablen por sí solas. Seguramente muchos ya lo han visto, pero para los que no...

lunes, abril 28, 2008

Quipu 3 - Juan Osorio Ruiz


El tercer escritor elegido para su publicación en Quipu es el hasta hoy inédito narrador Juan Osorio Ruiz, nacido en Huancayo en 1976.

A partir de la fecha, Quipu anuncia que sus ediciones serán mensuales y ya no quincenales, de modo que los cuentos o poemas ganadores serán publicados por la red de blogs asociados al proyecto no cada dos lunes, sino cada cuatro lunes de ahora en adelante, para facilitar la labor de las personas encargadas de la evaluación.

Asimismo, comunicamos a los lectores y participantes que uno de los ofrecimientos que recibimos en un principio, la publicación impresa de los textos en el suplemento Identidades del diario El Peruano, no se ha podido mantener en pie en razón del poco espacio disponible en el periódico, motivo que escapa al poder de los encargados de este proyecto.

Quienes necesiten recordar las bases de participación, podrán verlas en los blogs Puente Aéreo y Quipu esta semana.


Ripucuchcaniñam ccamña allimlla

Juan Osorio Ruiz

Mi bisabuela llegó desde Huancavelica unos meses después de la muerte de mamá, a mitad de una tarde en la que las ventanas lagañosas impregnaban de frío la sala de mi casa. Llegó del brazo de mi padre, su nieto, envuelta en sus innumerables polleras, luciendo un sombrero gris decorado con coquetos ribetes rojos, saludándonos con tiernas frases quechuas llenas de diminutivos y con una minúscula maletita en la que traía todo lo que necesitaba: una que otra prenda de ropa, una bolsita con menjunjes que sólo ella sabía utilizar y el álbum de fotos familiares de contenido casi arqueológico.

Una vez instalada en la que era hasta entonces mi habitación, mi padre nos convocó a mis hermanas y a mí para pedirnos estar siempre solícitos y atentos con ella por lo avanzado de su edad. Sin embargo, pronto descubrimos que mi bisabuela tenía la rara cualidad de anticiparse a todo, y a todos: se levantaba muy temprano y con el caminar propio de quien ha comprendido que hay un momento en la vida a partir del cual toda prisa es inútil, pues todo plazo se vence y toda prerrogativa se acaba, se dirigía a la cocina a preparar el más viscoso y más delicioso quáker con leche del mundo. Y antes de que cualquiera de nosotros dijera “Buenos días abuelita” ya estaba ella disponiendo las ollas y cortando las verduras en trocitos de exactitud matemática para prepararnos el almuerzo. Y mientras se cocían las verduras y echaban color los guisos, se sentaba al lado de la cocina a gas, que desdeñaba en un comienzo, a saborear sus trocitos de pan remojados en quáker con leche, haciendo largas pausas y dando mordiscos suaves y periódicos, cual sacerdote en ofrenda eucarística, con una parsimonia que no era producto de la disminución de sus fuerzas, sino de su sabia actitud ante la vida.

Mi abuelo, su hijo, había llegado también a nuestra casa un mes antes a insistencia de mi padre pues los muchos años de bohemia le estaban pasando factura (intereses moratorios incluidos) y aunque a regañadientes, había sido internado en una clínica cercana donde tratarían de curarlo. No había pasado ni una semana desde la llegada de mi bisabuela cuando recibimos la noticia de que los riñones de mi abuelo habían dejado de funcionar. Tras una corta agonía falleció por insuficiencia renal.

Dicen que mi bisabuela había criado a mi padre, su nieto, a mi abuelo, su hijo; había cuidado también de su esposo, mi bisabuelo, y desde muy corta edad, se había encargado de la atención de su padre, mi tatarabuelo. A la luz de los resultados, su caprichosa buena salud no había sido un don tan preciado pues mientras los eslabones más antiguos de esa cadena interminable que es una familia, se habían ido muriendo, a ella le había tocado en suerte mantenerse a pie firme sosteniendo la cadena, sepultando a los más antiguos, y cuidando de los más jóvenes sin emitir queja alguna.

Al contrario de lo que todos pensábamos, la partida de su hijo, mi abuelo, no la afectó demasiado, parecía siempre encontrarse de buen ánimo, excepto algunas mañanas muy temprano, cuando yo la sorprendía sentada en el jardín interior de la casa, con la mirada perdida y hablando sola con ese tonito arrullador que sólo la gente de la sierra es capaz de pronunciar, delicioso, melancólico y musical.

A partir de la muerte de mi abuelo fuimos nosotros, sus bisnietos, los destinatarios de toda su atención; sus mimos se hicieron más prolíficos, sus comidas más reconfortantes, las conversaciones en quechua con mi padre fueron más subliminales a mis oídos y los tejidos de tupida lana con los que nos enfundaba para soportar el frío serrano no tuvieron comparación.

Pero pronto la acrobática economía familiar fue ensombreciendo nuestro cómodo chalet como se oscurecen las tardes antes de una severa granizada. Mi padre era un policía ejemplar pero un pésimo negociante. Y si bien al comienzo no todo el dinero se perdió en las dislocadas empresas que iniciaba, su soledad terminó deprimiéndolo y conduciéndonos a todos a los linderos de la ruina.

Así pasaron varios meses en los que algo fue cambiando en casa. A medida que mi padre se sumía en más deudas, los cariños de mi bisabuela fueron adquiriendo una dimensión distinta, aunque se mostraba excesivamente maternal, nosotros ya estábamos bastante crecidos como para aceptarla como reemplazante de nuestra madre. Aunque no era su culpa, había llegado a nuestra casa demasiado tarde, a destiempo. Así que pronto sus cariños nos hostigaron, sus comidas perdieron el encanto y hasta mis hermanas prefirieron enfrentar al frío invierno en los brazos de algún adolescente oportunista y ya no con las chompas de lana tejidas por mi bisabuela.

Entonces ella, silenciosa y discreta, no hacía mayor cosa que acurrucarse al lado de la cocina a gas, que ya no desdeñaba tanto, inquebrantable en su intención de confeccionar innumerables prendas de lana con la esperanza de que alguna vez volviéramos a usarlas.

Así, nuestra anciana huésped fue paulatinamente convirtiéndose en un mueble confinado en un rincón de la cocina, aferrada a sus costumbres e imposibilitada de comunicarse con nosotros por las distancias del idioma y las insalvables brechas abiertas por el tiempo y las circunstancias.

Aquella noche mi padre había llegado borracho a casa y mi bisabuela, diligente como siempre, le había servido una gran taza de café cargado, lo había llevado hasta su dormitorio y le había intentado quitar los zapatos antes de recostarlo en su cama. Mi padre, obnubilado por el alcohol, se había empecinado en dormir con los zapatos puestos, algo que para mi abuela era inaceptable. “Déjame tranquilo que tú no eres ni mi esposa, ni mi madre” le había imprecado. Tras una pausa prolongada, ella sólo llegó a decir: “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla” y en silencio se retiró a su habitación.

A la mañana siguiente, cuando me levanté, encontré ropas tiradas a lo largo del oscuro pasadizo que conducía al jardín interior; allí, junto a la puerta, se encontraba mi bisabuela sentada en una diminuta banca que se ahogaba entre sus polleras, cortando con unas viejas tijeras la última chompa que había tejido con incansable esmero. Sus labios susurraban una cancioncilla medio triste y medio dulce que me pareció reconocer, quizá de algún tiempo remoto en el que yo aún no existía.

Caminé hasta colocarme junto a ella, sus delicadas manos soltaron las tijeras y me acomodaron el cabello dándome luego la usual nalgadita convertida en caricia. “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla huahua”, me dijo a mí también. A pesar de no entender el significado de aquella frase impronunciable para mí, supuse que quería que la dejara sola. Mientras ella retomaba sus insondables pensamientos me escabullí hasta el umbral de mi dormitorio desde donde todavía podía verla. Su canción terminó unos minutos después para dar paso a un silbido entonado, alternado con gorgoritos deliciosos que me hicieron sonreír. Y con toda calma, como la había visto desde su llegada, se levantó y caminó hasta su cuarto, abrió aquella diminuta maleta con la que había arribado, sacó las fotos que guardaba celosamente y las puso en su velador, en su lugar introdujo los retazos de las prendas de lana que había cortado; la cerró sin prisa, la puso debajo de su cama y se acostó.

La mañana estaba sorprendentemente quieta y tibia, las paredes verde pastel de su habitación hacían ver su cuerpo más pequeño y más distante. Alguna avecilla dejaba oír su trinar en el preciso instante en el que comprendí lo que sucedería después.

Con la mirada incrustada en el techo se persignó juntando sus manos, rezó con ese repetido susurro algodonoso y cuando hubo terminado se persignó, tomó la colcha que le llegaba hasta la cintura y se cubrió el cuerpo y luego el rostro, hasta quedar en la posición exacta en la que quedan los muertos. Y luego partió, partió en busca de la muerte que la había dejado olvidada en mi casa.

domingo, abril 27, 2008

Pink Floyd - "See Emily Play"

sábado, abril 26, 2008

Las mejores novelas españolas (del siglo XX) de Julio Ortega


Por cuestiones de una investigación que estoy realizando, vengo buceando en la historia. Las hemerotecas ya se han convertido en mi involuntario refugio. En la búsqueda me topé, hace varias semanas, con todas las ediciones de 1999 de El Dominical, casi las paso por alto porque mi investigación poco o nada tiene que ver con temas estrictamente culturales (aunque pueda que sí), pero tuve curiosidad y me puse a leer la edición del domingo 16 de mayo, en la que puede leerse un artículo de Julio Ortega, Las mejores novelas españolas del siglo XX.

Hagamos un poco de memoria. 1999 fue año en el que no pocos diarios y revistas (en el mundo) se lanzaron a consignar lo mejor de lo mejor (o lo mejor de lo peor) de los acontecimientos políticos, culturales, deportivos, etc., del siglo que ya estaba expirando. En esa línea, El Dominical no fue menos. Y fue así que el renombrado narrador y crítico ofreció su lista (improbable) de mejores (favoritas) novelas españolas del siglo XX. En la introducción a su lista, Ortega cuenta (a manera de anécdota) que cuando propuso a sus colegas una lista similar, de las diez mejores novelas latinoamericanas del XX, encontró mucho eco y entusiasmo, estos se lanzaron al feliz ejercicio del tanteo acicateado por la agradecida memoria de lector. Como en toda lista de favoritismos (en el buen sentido de la palabra), hubo diferencias y aciertos; en lo que respecta a los aciertos, estos llegaron a seis. Sin embargo, cuando propuso la lista de las mejores novelas españolas del XX a colegas y amigos españoles, el crítico encontró más de un óbice, al punto que varios de ellos le sugirieron que lo más saludable era armar una lista, no de lo mejor, sino de lo peor.

Pues bien, Ortega no se hizo problemas. Él elaboró su lista personal de novelas españolas y se las mandó a amigos, críticos y escritores españoles para que las comentaran en unas cuantas líneas. No necesariamente tenía que ser pura loa. Su selección de las novelas yace en el siguiente criterio:

Esta lista sólo puede ser de novelas españolas de innovación, de aquellas que empiezan por poner en cuestión el modelo de género, prosiguen con la puesta en duda del lenguaje sobrecodificado, y terminan reformulando la nacionalidad. En España lo nuevo ha seguido rutas de subversión, minando la incólume noción de lo real, recusando los inflexibles códigos normativos, haciendo de la ficción una forma entusiasmada de la crisis. Cada una de estas novelas disputa la interpretación de su tiempo, y busca una (in)certidumbre del habla humanizadota. Buscan así habitar una España reconstruida como un proyecto legible.

La lista de Ortega contiene dieciséis novelas divididas en cuatro apartados. Aquí van:

Paradigmas modernos


1. Miguel de Unamuno con Niebla (1915). José Antonio Masolivier.
2. Pío Baroja con Ciclo de la Ciudad (1910 – 1920). Este ciclo está conformado por César o nada (1910), El mundo es ansí (1911) y La sensualidad pervertida (1920). Jordi García.
3. Ramón del Valle-Inclán con Tirano Banderas (1926). Gonzalo Díaz Migoyo.

Modelos de la crisis

4. Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte (1942). J. A. Masolivier.
5. Carmen Laforet con Nada (1945). Wadda Ríos-Font.
6. Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama (1956). J.A. Masolivier.
7. Luis Martín Santos con Tiempo de silencio (1962). Anna Caballé.

Ciclos de ruptura

8. Juan Goytizolo con Señas de identidad (1966). Antonio Monegal.
9. Juan Benet con Volverás a Región (1967). David K. Herzberger.
10. Luis Goytisolo con Recuento (1973). Jordi García
11. Juan Marsé con Si te dicen que caí (1973). Rosi Song.
12. Carmen Martín Gaite con El cuarto de atrás (1978). W. Ríos-Font.

Escenarios de fabulación

13. Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Sabolta (1975). Enric Bou.
14. Julián Ríos con Larva (1983). Julio Ortega.
15. Antonio Muñoz Molina con El jinete polaco (1992). María Pilar Rodríguez.
16. Javier Marías con Negra espalda del tiempo (1997). Gonzalo Díaz Migoyo.

Ortega termina su artículo señalando las relaciones que hay entre estas novelas, precisando los contextos que han llevado a la natural mutación que se da en toda tradición novelística. Lo que me gusta de este artículo es su espíritu abierto: él no pretende sentenciar con un “estas novelas son las que son”, sino que destila el mensaje subliminal, a manera de invitación, a los lectores para que también armen sus listas, con el objetivo de encontrar puntos de encuentro (o coincidencia) en el gusto colectivo. Pues bien, como soy muy sensible a los mensajes subliminales, me animo a dejar constancia de las novelas españolas (del siglo XX) que me han gustado muchísimo (eso sí, sin apartados, me fío enteramente de mi tramposa memoria). Aquí van:

1. Las tres novelas de Ciclo de la ciudad de Pío Baroja.
2. Cinelandia de Ramón Gómez de la Serna.
3. Mortal y rosa de Francisco Umbral.
4. Niebla de Miguel de Unamuno.
5. La verdad sobre el caso Sabolta de Eduardo Mendoza.
6. Las máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada.
7. Corazón tan blanco de Javier Marías.
8. Galíndez de Manuel Vázquez Montalbán.
9. La saga de El Capitán Alatriste de Arturo Pérez Reverte.
10. Crónica sentimental en rojo de Francisco González Ledesma.
11. Jardín inglés de Carlos Pujol.
12. El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina.
13. Las apariencias no engañan de Juan Madrid.
14. Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé.
15. Campo cerrado de Max Aub.
16. El invierno en Lisboa de A. Muñoz Molina.

Mi lista podría extenderse a más de veinte, me hubiera gustado consignar Sed de champán de Montero Glez, Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo, El viaje vertical de Enrique Vila-Matas, En la penumbra de Juan Benet etc. Y soy muy consciente que entre Ortega y yo hay una obvia diferencia cronológica, ergo, él ha leído muchísimo más. Y viendo su lista, esta me lleva a ponerme al día con algunos títulos, como Tiempo de silencio de Luis Martín Santos (esa lectura me viene resultando un placentero reto).

Imagen, Julio Ortega.

miércoles, abril 23, 2008

Calentando el Clásico (Golazo de Henry Quinteros)



Hace unos días un pata me preguntó cuándo voy a contar mi transfuguimo crema a la camiseta blanquiazul. Es que, si no lo saben, este blogger fue hasta los catorce años hincha acérrimo de Universitario de Deportes. Le respondí que no sé, puesto que lo fijo es que vaya a herir “algunas” susceptibilidades.

Pero bueno… Para los que no podemos vivir sin el fútbol, al punto que pasamos las tardes de los sábados y domingos haciendo zapping por FOX SPORTS, CMD, ESPN, RAI, TV GLOBO, GOL TV y TV 5 en búsqueda de un partido que nos enganche, encontré en Youtube, en esta madrugada de miércoles, el GOLAZO (de esos que quedaran, y en vista de que estamos a siete días para el clásico entre cremas y blanquiazules, el cual tuvo que jugarse hace semanas, qué mejor manera que abrir el post con ese video) por el que seguramente recordaremos por siempre a Henry Quinteros, bautizado por Lobito, el entrañable utilero aliancista, como Webster Viejo.

No es que haya querido postear el gol de Webster Viejo, en realidad estaba buscando otro golazo, muchísimo menor al que encontré: el de Alex Rossi, por la U, a Sporting Cristal en 1993. ¿Se acuerdan de su corrida de más sesenta metros, con la desesperación de Jorge Soto al dudar si le hacía una carretilla, que terminó con un tiro fuerte y colocado, en arco norte, a Julio César Balerio (el mejor arquero que he visto en el fútbol peruano)?

Este golazo de Webster Viejo tuvo lugar en el Estadio Nacional, en el marco del Torneo Apertura 2004. Alianza Lima le dio una paliza a los cremas. Ganamos 4 a 2. Aldo Olcese abrió el marcador para Alianza; José Soto, de tiro penal, anotó el segundo; Juan Cominges, también de penal, hizo el descuento para los cremas… En el segundo tiempo, el golazo de Webster Viejo vía corner ejecutado por Olcese, en primera colgó a Pablo Pérez. El argentino Jorge Artigas puso el segundo para los sufridos perdedores y su compatriota Nicolás Tagliani el definitivo cuarto gol victoriano.

Este gol de Henry Quinteros es, ahora sí sin exagerar, uno de los mejores goles anotados en los clásicos peruanos. Un gol de otro campeonato, de otra liga…Si yo era el árbitro, no me hacía problemas, daba por terminado el encuentro y todos a sus casas.
Nota: La baja resolución del video se debe posiblemente a esto: su fecha de aparición en Youtube es reciente, y la persona que lo grabó (un héroe desde ya) lo hizo, comprensiblemente, a la apurada, mientras miraba Clásicos a Mano, programa emitido por CMD.

martes, abril 22, 2008

LA VISITA AL MAESTRO


Rara vez el favor del público lector y la anuencia de la crítica van de la mano. Desde hace semanas el nombre de Philip Roth (New Jersey, 1933) viene sonando con fuerza a razón de la publicación de Exit Ghost, novela que pone punto final al ciclo novelístico narrado por Nathan Zuckerman. Este ciclo tiene algunos títulos claves en la novelística del escritor norteamericano, tales como Contravida, Me casé con un comunista, y las monumentales –en todo sentido- La mancha humana y Pastoral Americana (por cierto, el año pasado se cumplieron 10 años de la publicación de Pastoral…, la mejor novela de Roth, y nadie dijo nada, a excepción de Javier Ágreda; lean aquí).

Hace ya varios meses leí en El Dominical un artículo de Peter Elmore, Los espectros de Philip Roth. Entre otras cosas de valía, el narrador y crítico escribe un párrafo que nos da luces de la obra de quien para mí es uno de los mejores novelistas del planeta. Aquí va:

Inagotable y fértil, Philip Roth es no solo un creador prolífico, sino uno de los más agudos e innovadores en la literatura contemporánea de los Estados Unidos. Entre los novelistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX y de principios de este, Roth se cuenta entre los indispensables: su escritura es actual y polémica, pero es también canónica y de la posteridad.

Cada vez que puedo, no dudo en hablar de Roth con mis patas. Es que me encanta hablar de los autores que me gustan, de los que consideras que debes leer sí o sí. Se aprende muchísimo leyendo a Roth, con él consigo lo que pocas veces: levantar la mirada en plena lectura, pensando en un merecido “qué buen escritor, carajo”… Y esto se lo dije hace unos días, en un café, a mi amigo Marco García Falcón.

- Para mí, Philip Roth es el novelista. Claro, no todos sus libros pueden calificarse de monumentales, pero aun así, este mantiene un ritmo sostenido de calidad, hay títulos que son mejores que otros, pero ninguno es malo, ni siquiera flojo.
- Sí. En ese aspecto estamos de acuerdo. Roth es el novelista –sentenció Marco.

Cuando leí el artículo de Elmore, apunté los títulos que me faltaban del ciclo Zuckerman, sabía que este tiene nueve títulos, y en mi poder tengo seis (tengo otras fuera de dicho ciclo, como El lamento de Portnoy, Patrimonio, El teatro de Sabbath, La pandilla, La caída de los ídolos y un par más que en estos momentos no recuerdo). Como Elmore no es de los que escriben de un libro sin ofrecer un panorama previo, este le dedica generosos párrafos a la primera novela del ya famoso ciclo novelístico, The Ghost Writer (La visita al maestro), puesto que entre esta y la última hay muchos lazos en común, los cuales no solo se suscriben al personaje Nathan Zuckerman.

En Exit Ghost Nathan Zuckerman es un escritor ya trajinado y reconocido; cosa distinta a lo que se cuenta en La visita al maestro, en la que encontramos a un relativamente inédito Zuckerman, jovencísimo, muy preocupado por su familia ya que esta lo tiene contra la pared a raíz de la publicación en una revista de un cuento suyo en el que se “burla” de las costumbres judías. Por ello, el joven Zuckerman busca apoyo y refugio en un viejo escritor recientemente descubierto por el mundo literario, al punto de que la mejores universidades se disputan la tenencia de sus archivos y manuscritos, llamado Emanuel Isidore Lonoff. El atribulado joven escritor va a buscarlo a su refugio en Massachusetts... Y una de las cosas que Lonoff le dice de arranque es que prefiere que le llame Manny, y de esta manera ambos, por decirlo de alguna manera, entran en "confianza".

Lo primero que llama la atención del desconcertado joven escriba es el choque emocional que le produce el hogar y centro de trabajo de Lonoff. Un ejemplo:

Más allá de los antepechos tapizados en las ventanas y las incoloras cortinas de algodón pulcramente atadas a un lado, alcanzaba a distinguir las extremidades desnudas de un gran arce oscuro y campos de nieve no hollada. Pureza. Serenidad. Sencillez. Aislamiento. Toda la concentración y elocuencia y originalidad de que uno es capaz para la fatigosa, exaltada, trascendental vocación. Miré a mi alrededor y pensé: “Así es como quiero vivir".

Lonoff no vive solo. Con él está su esposa Hope, que es su todo: secretaria, agente literaria, cocinera, lavandera y mujer. Ambos atienden bien al joven narrador, hasta que aparece la manzana de la discordia: Amy Bellette, joven judía admiradora de Lonoff, que está pasando una temporada en su casa a razón de que se encuentra seleccionando los manuscritos del viejo escritor para la universidad de Princeton. Las horas avanzan, y tanto Lonoff como su esposa le piden al visitante que pase la noche con ellos; este acepta, y no tiene la más mínima idea de que el lugar en el que dormirá será el estudio de trabajo de Lonoff.

Me gustaría decir algunas cosas más, pero no soy de la idea relatar paso a paso los argumentos. Lo que sí diré es que la estancia en ese estudio de trabajo llega a ser el sitio idóneo en el que el incipiente joven escritor confronta sus temores y reprime sus inseguridades. Y de a pocos, la figura de Amy empieza a tener protagonismo, hasta volverse central, muy decisiva para Lonoff y para el devenir de quien con el tiempo sería el famoso escritor Nathan Zuckerman.

Para este post he estado buscando algunas cosas que puedan enriquecer aún más la figura de Roth. Él no es para nada un escritor a quien recién se le está descubriendo. En el tomo Críticos y Guionistas de Confesiones de Escritores (Los reportajes de The Paris Review) tenemos una entrevista de Antonio Weiss a Harold Bloom, realizada en 1990. La entrevista gira, principalmente, en torno a la labor del crítico literario. Ambos conversan sobre muchos temas, siendo inevitable de que el renombrado crítico diga algunas palabras sobre Roth. A continuación una muestra:

…Opondría a él (Saul Bellow) un talento absolutamente extraordinario: Philip Roth. Me parece que Philip Roth va de un punto fuerte a otro, y en este momento es alarmantemente poco apreciado. Parece raro decir que Philip no es apreciado, cuando tiene un público tan amplio y una fama tan grande, pero Deception pasó bastante inadvertido, y es un extraordinario tour de force.

Fue considerado como un experimento o como una suerte de remanente de…

De The Counterlife. Bien. The Counterlife, por supuesto, mereció todos los elogios que recibió. Es un libro asombroso, aunque yo lo pondría un poquito más abajo de la trilogía Zuckerman Bound con su maravilloso postludio o coda de la Orgía de Praga. Todavía pienso que Mi vida como hombre y también, por supuesto, El lamento de Portnoy, son libros notables. Está el gran episodio de la puta de Kafka en The Profesor of Desire. He escrito bastante sobre Philip. Después de un libro bastante desafortunado llamado The Facts, que me costó leer, ha escrito un libro sobre su difunto padre llamado Patrimony, que es bello e inmensamente conmovedor, un verdadero logro. Roth es un artista de la prosa de gran talento. Tiene una inmensa exuberancia narrativa y también es un auténtico novelista cómico, y quiero insistir en este punto…ya que es muy difícil, como todos sabemos, escribir con éxito narrativa humorística, aunque la risa que Philip produce es por cierto muy dolorosa. No estoy seguro de que en este momento tengamos algún otro auténtico novelista cómico de primer nivel.

Si me preguntaran qué opino de la obra de Philip Roth, diría exactamente lo mismo que Bloom.

Me hubiera gustado hacer este post meses antes, no sé por qué lo estuve postergando. Hasta la manera como llegué a La visita al maestro tiene muchos ingredientes de la anécdota. Más o menos así fue (en síntesis):

Me encontraba en el centro de Lima, era una calurosa mañana dominguera de febrero. Andaba de boleto. La noche anterior había estado en una reunión en Salamanca y no sé cómo fue que aparecí horas después en la intersección de la Av. Tacna con La Colmena. Eran las diez de la mañana. Y justo cuando pensaba parar un taxi para volver a casa, se me ocurrió volver a visitar la tienda de saldos de la librería La Familia, ubicada frente a la universidad Villarreal. El local estaba abierto, revisé los títulos de Argos Vergara, y cuando ya estaba por irme a desayunar, veo un lomo negro con el número 154 en color mostaza. Philip Roth. La visita al maestro. Seguí indagando y vi otro lomo, pero de color plomo, con el número 157. Philip Roth. La liberación de Zuckerman… Compré ambas novelas... Ya en la calle, recibo la llamada de A., y fui a su casa, y como se me va la resaca cada vez que estoy con A., pues me duché y me puse a leer La visita al maestro mientras se preparaba el almuerzo. La lectura me enganchó, me sedujo su inherente humor corrosivo. Fue como un orgasmo de letra pura. Terminé la novela en cinco horas.

Al llegar a mi casa, ya de noche, recogí de la sala la edición de El Dominical. En las páginas centrales había una fotazo de Philip Roth. El artículo era del ya mencionado Peter Elmore... Ambos sucesos los sentí como una revelación, como una profecía que me impulsaba a indagar todo lo que pudiera de Roth…Como se puede colegir, desde siempre tengo al azar como brújula, para absolutamente todo.

Ya para terminar, pues se me viene una frase que hasta ahora recuerdo del celebrado novelista español Antonio Orejudo, cuando dijo, con mucha convicción ante un grupo reducido de personas, que él no concibe que alguien se dedique a la literatura si es que no ha leído El guardián entre el centeno de Salinger. Me robo su idea para decir casi lo mismo: nadie puede dedicarse a la escritura de la novela si es que ha pasado por alto los libros de Philip Roth.

Imagen, portada de La visita al maestro.

lunes, abril 21, 2008

Carlos Yushimito


"Sabes bailar, ¿no".
Esta vez no le miento cuando le respondo que sí.
Durante cinco años lo había hecho para la escuela de samba de Mangueira, hasta que me hice viejo para seguir viviendo de la renta de un mes al año y los trotes entre lentejuelas no me dieron lo suficiente para alimentarme. Antes me había servido para encontrar un trabajo legal, y ahora me serviría para acostarme con una linda chica. ¿Quién me había dicho que bailar no me llevaría a ninguna parte? Qué importada, me decía: uno es lo que vive. Me sentí afortunado por mi agilidad, por mis fuertes y flexibles brazos. No me costó trabajo acomodar mi cuerpo a la curiosa sensualidad que Julia irradiaba; no me costó trabajo atacar sus fuertes ancas con las mías. La clavé con una mirada profesional, dejando en claro que solo éramos un hombre y una mujer haciendo lo que querían en una pista de baile. Nada más nos comprometía. Nos meneamos un buen rato hasta que las piernas nos pidieron una tregua: las suyas antes que las mías, y nos devolvimos a los sofás, exhaustos. Éramos dos langostas observadas por una cámara oculta, pensé: miles de televisores nos miraban de cerca, la complicidad de una buena venta, la felicidad de un par de respetables padres de familia. Sentí que las luces rojas y amarillas de la siguiente canción, la voz grave de Tim Maia arrastrándose como un comando camuflado en la oscuridad, nos calentaban de nuevo.
"Bailas bien", dejó caer en mi oído.
En realidad quería decir: "bailas muy bien, formidablemente", pero la dominaba esa continencia femenina que me había enseñado a comprender, incluso a valorar, en mí mismo, leyendo las revistas del corazón en la peluquería.
"No tanto como tú", le mentí.
"Ya ni siquiera me apatece que venga tu primo, Toninho".
Recordaba mi nombre.
Bailamos el resto de la noche. Nos besamos. Di buena cuenta de lo que sobraba en el sobre. Luego, con alguna excusa, me llevó a su casa. Quería saber si era verdad lo que decían: que uno baila como tira.
Al día siguiente, con el palo adolorido, desperté pensando que había sido el mejor sexo de mi vida.
(De: Las Islas. "Seltz". SIC Libros, 2006)

jueves, abril 17, 2008

Susanne Noltenius en Porta 9


De la interesante lista de escritores que Francisco Ángeles dio a conocer en el trailer inaugural de Porta 9, son varios los que realmente me llaman muchísimo la atención, tanto por el hecho de que los conozco como personas, como por el hecho de que admiro y valoro mucho lo que han escrito. Por eso, será un gusto para este blogger escribir algunas palabras sobre ellos cada vez que vea sus entrevistas ya subidas en el mencionado portal.

Susanne Noltenius es autora de “Crisis Respiratoria” (Estruendomudo 2006, 2007), sugerente y recomendable libro de cuentos. Recuerdo muy bien cuando me lo llevé a casa. Fue a mediados del 2006. Me encontraba mirando algunos títulos en la sección de libros peruanos de la librería El Virrey, como en esa época estaba en los inicios del armado de lo que casi un año después se tituló “Disidentes”, andaba a la caza de los títulos de escritores jóvenes que aún me faltaban devorar. Los que encontré en esa sección ya los había leído, y justo cuando pensaba dirigirme a la sección de bestsellers para adquirir una novela de Michael Connelly, fue que se me acercó un librero. Nos saludamos y nos pusimos a hacer lo que siempre hacemos en esa librería: hablar de libros y de la vida. Le comenté del proyecto ultra secreto en el que estaba metido, le había dicho los nombres que ya tenía asegurados, a lo que él me dijo que se trataba de una selección bastante fuerte. Hasta que:

- ¿Has leído “Crisis Respiratoria? –me preguntó.
- No. No lo he visto en mesa.
- Deberías leerlo. A mí me gustó.
- Como no lo veo en mesa, imagino que se habrá agotado la primera remesa.
- La octava.
- No jodas. ¿En serio? – Saqué un Marlboro y lo prendí.
- Así es.
- Me gustaría leerlo. ¿Y para cuándo estaría la nueva remesa?
- Los de Estruendo la traen en diez días.
- Mmm, ya. Me pasas la voz entonces.


Justo cuando íbamos a cambiar de tema de conversación fue que David me dijo:

- Aguanta, aguanta. Creo que por aquí hay un ejemplar.

David me entregó un ejemplar, lo tenía guardado no sé dónde.

Seguimos hablando algunas horas más. De regreso a casa empecé a leer el libro. El primer cuento me pareció fulminante. No despegué la mirada de él hasta las dos de la madrugada. Lo releí hasta escuchar el concierto sublime de los pajaritos de la mañana. La sensación fue la de haber experimentado un duchazo de sangre y vida. Lo primero que hice al levantarme, o sea, a la una de la tarde, fue escribirle a Susanne, le dije que su libro me había encantado y le comenté de la antología que estaba preparando y le pregunté si le gustaría ser parte de la misma. Aceptó al instante, con muy buena onda. Me mandó los archivos de los cuentos “Crisis Respiratoria” y “Tsunami”.

Algunos patas me dicen que soy bastante exagerado las pocas veces que escribo de libros y autores en este blog no necesariamente literario. Siempre he creído que el mejor compromiso que podemos tener con la literatura es precisamente con aquellos libros que nos gustan, que nos parecen valiosos, que nos llevan a una sensación de levitación cuando nos sumergimos en sus páginas. Y a través de ellos es que con placer, gusto y dedicación damos rienda suelta al tan mentado Rigor Generoso (estas dos palabras se las escuché a Julio Ortega, hace tiempo, en una entrevista para Radio Francia Internacional, me gustaron tanto que no dudo con piratearlas). He allí la razón por la que rara vez he maltratado un libro, si la memoria no me falla, creo que jamás lo he hecho en este tu blog LFDLS.

El conjunto de “Crisis Respiratoria” es muy fuerte. Es cierto que ha tenido algunas reseñas bastante positivas, pero no hay ninguna duda de que ha dejado satisfechos a quienes realmente importan: los lectores. En la entrevista en video que Francisco le hizo a Susanne, hace ya dos meses, podemos conocerla un poco más, saber cuál es el motor que la impulsa a escribir y reconocer sus influencias como escritora.

Solo me queda decir que si aún no lees “Crisis Respiratoria”, no tienes ni la más mínima idea de lo que te estás perdiendo.

Imagen, portada de “Crisis Respiratoria”.

lunes, abril 14, 2008

Hookie


Como todos los domingos, me levanté tarde. Mi sueño se vio interrumpido a causa del grito de mis vecinos ante el tercer gol de la U al Sport Boys. Como soy el único aliancista en la familia, no pude evitar escuchar el regodeo verbal en el que sumergen mi padre y mi hermano cada vez que va ganando la U, festejan como si el equipo crema estuviera ganando la final de la Libertadores. Hice todo lo posible por recobrar el sueño, pero no llegué a nada puesto que cuando creí que dormiría un poco más, Doni Neyra marca el cuarto gol, y al rato el “vagón” Hurtado el quinto. Sinceramente, insoportable.

“Desayuné” Marlboro y café. Prendí la PC y revisé mis cuentas de correos electrónicos. Vi cómo andaba la blogosfera y separé algunas secciones de El Comercio. Pues bien, en la portada de Luces se anuncia una entrevista exclusiva con Peter Hook, el histórico bajista de Joy Division y New Order, a cargo de Raúl Cachay. La pueden leer aquí.

No sé si ya lo he dicho, pero si siento predilección desproporcionada por algún grupo (The Who, The Guess Who, The Stone Roses, Def Leppard, Deep Purple, Uriah Heep, The Flaming Lips, etc., etc., etc.) se debe, en gran parte, a que me vacilan mucho sus bajistas. Y como puede colegirse, mi inacabable admiración por Joy Division y New Order yace en la piedra angular llamada Peter Hook.

Desde hace un tiempo se estaba corriendo la voz que New Order ya fue, que su separación estaba sellada. En lo personal me resistía a considerar tamaña habladuría. Mi escepticismo se basaba en el hecho de que creía muy desatinado que la banda haya ofrecido su último concierto en Buenos Aires, cuando lo lógico era que estos tiren la toalla en la ciudad donde se dieron a conocer: en Manchester, de preferencia en una fábrica abandonada. Pero por lo visto, ciñéndome a lo que Hook le dice a Cachay, deduzco que la última pelea que tuvieron, entre las millones que cargan a lo largo de su trayectoria, fue fortísima, lo suficiente como para negar cualquier tipo de reencuentro. Una pena.

Lo bueno para los discípulos de Hookie (así lo llamamos sus amigos cercanos), es que llegará a Lima en calidad de DJ junto a Andy y Mani Rourke, como parte del proyecto musical Freebass. Está demás decir que la buena música y la juerga están más que aseguradas. En lo personal, me comprometo a llevar a Hookie en un tour de madrugada por Nebula, Visage, El Directorio, Etnias y Yakana (dicen que tiene un nuevo local en Belén), cosa que terminamos el recorrido juergueril como tiene que ser: comiendo anticuchos en la puerta del bar Don Lucho, a las 7 a. m.

En la entrevista hay varias preguntas interesantes. En una se le pide que elija entre “24 Hour Party People” y “Control”, a lo que Hookie dice que “las dos películas son muy diferentes. No creo que sea posible compararlas”. Ahora, como es de suponer, en ambas películas el bajista es personificado, y de lejos me quedo con la interpretación de Ralf Little en “24HPP”. Para el recuerdo la escena en la que Ian Curtis sufre un ataque, a causa de las pastillas para la epilepsia, mientras canta “Transmission” en pleno concierto, Summers y Morris lo llevan al camerino, de la boca y las orejas del cantante sale sangre, y en el escenario Hookie y el manager se las agarran con unos Skinheads; ya en el camerino, el temperamental Hookie, ante los gritos de desesperación de sus compañeros por un médico, en actitud digna de los grandes, se preocupa más por su cajetilla de cigarrillos que el futuro suicida tiene en uno de los bolsillos de su pantalón.

Imagen, Peter Hook.

domingo, abril 13, 2008

Entrevista: José Antonio Galloso

sábado, abril 12, 2008

Dos mujeres, Donna Summer

¿Cómo llegué a Donna Summer?

Quizá se deba a los tonos de fines de semana, interminables, que organizaba mi tía Elizabeth (23 años) en su casa, en los inicios de los 80. Yo tenía 5 años, y como me llevaba bien con mis primos (medios hermanos de mi tía), pues intercambiábamos visitas destinadas a jugar, de viernes en la tarde hasta domingo en la mañana.

No lo niego, en esos años estaba templado de mi tía, así es que disfrutaba mis idas a su casa. Qué puros e inocentes son los sentimientos infantiles.

Desde el sábado en la tarde, Elizabeth y sus amigas preparaban el ambiente para lo que sería la juerga. Ya en la noche llegaba mucha gente, en parejas o grupo. Junto con mis primos nos ganábamos con el pase de los flirteos y agarres desde el segundo rellano de la casa. Y sentía mucha cólera cuando algún patita sacaba a mi joven tía a bailar (me ocurrían “cosas raras” en el organismo, justo en el centro de mi entonces metro cuarenta. Para no despertar sospechas de mis primos, me ponía a hablar de cualquier huevada o los animaba a reanudar las “guerritas”.

En esas fiestas no solo descubrí inocentemente lo que es la furia hormonal, la cual explotó a los once años. Descubrí también la música disco. Por alguna razón, los que llegaban a la juerga solo querían escuchar música disco. No salsa, no merengue.

Es así que se me pegaron los ritmos de las canciones de Gloria Gaynor, Village People, Blondie, Bee Gees y el de la mujer de mi vida, Donna Summer.

No fue difícil de que se me pegaran las canciones de la Summer, pese a ser un niño con ansias de descubrir la vida, jamás fui presa del mal gusto. La Summer exudaba magia con sus temas. Un día se lo comenté a Elizabeth, y ella no tardó en mostrarme un par de discos de vinilo: “The Wanderer” y “I´m a Raimbow”. Lo puso en el tocadisco y nos quedamos escuchando la canción (como en esos años aún no salían los CDs, cada tema en los vinilos venía precedido por el sonido más maravilloso que pueda existir: “la canchita” (shshshshshshshs, algo así), extraordinario).

Tiempo después, toda la familia de mi tía se fue a vivir al extranjero, y por ende me quedé sin fines de semana para jugar, … y lo que me dolió más: no vi más a mi tía, lo cual, impidió que le declarara mi sublime amor de niño (estuve a punto), e impidió también no saber nada más de la Summer, al menos no con la constancia que me hubiese gustado puesto que la escuchaba esporádicamente en las estaciones de radio de taxis y micros.

Pasaron los años, me dediqué a jugar a los Thundercats, a Mazinger Z; a ver Robotech, los Transformers, los Pitufos, etc. Y llegó la adolescencia, época en la que todas mis dudas de la existencia explotaron (algunas de ellas hasta ahora no terminan), y fue cuando cursaba el tercero de secundaria que tuve mi segundo encuentro con la Summer. Y al igual que con mi tía, el reencuentro con la Summer fue a través de una mujer: mi profesora de Historia Universal, María Luisa H. Todos estábamos templados de ella (incluyendo también los profesores). Era la mujer: alta, inteligente, bonita y tenía un cuerpazo.

María Luisa dejó huella en muchos. Por ejemplo, El Plumífero (quien también estudió en mi colegio, tres promociones antes de la mía) la inmortalizó bajo el nombre de María Luisa Calle en el cuento “Mi vida en Beatles” del broli “Manual para cazar plumíferos”. Mi profesora tenía la buena costumbre de explicar sus clases apelando a todos los medios razonables para captar la atención de sus alumnos, y vaya que lo hacía bien: apoyaba la grupa en el borde del escritorio, y con un ligero movimiento de pies (cuidando que la falda, ligeramente (a propósito) sobre la rodilla, no se corriera más de lo necesario) llegaba a buen equilibrio, cruzaba la piernas (carentes del abrigo de las pantis), las cuales recibían los tenues rayos solares que dejaban una impronta brillosa en la piel.

A fines de mi último año escolar, María Luisa, tan buena gente, nos dijo que no hagamos nada, siempre y cuando estemos “callados”, porque tenía que corregir exámenes y pasar notas finales. Estaba sentada, con los audífonos de discman en las orejitas, y atenta a los mensajes subliminales que más de uno le dejaba en las pruebas, los que obviamente tachaba con un grueso plumón rojo. Como me encontraba preocupado por las notas de otros cursos, y aprovechando que era mi tutora, me acerqué para preguntarle si sabía algo de mis notas de Química y Religión.

Ella se desprendió de los audífonos. Se tiró el cabello hacia atrás, un aroma de perfume de joven mujer soltera se estrelló en mi cara. Los audífonos yacían sobre las pruebas.

- ¿Me dijiste algo, Gabrielito?

(Tenía 16 años y todo el mundo me llamaba así.)

Le pregunté si sabía algo de ese par de cursos.

- A ver. En Química sacaste 16, salvaste el curso. En Religión sacaste 09.

Estaba a punto de regresar a mi carpeta cuando la música y las letras que salían despedidas de los audífonos me remontaron a las juergas de mi tía Elizabeth. Me quedé mirando los audífonos.

- Es Donna Summer.

Asentí. Le pregunté por la canción que sonaba.

- Es la mejor. “This Time I Know It`s For Real”.

Ella me entregó la caja del CD. Era el “Another Place And Time”. (Y me dijo después que se lo había regalado su novio, un aspirante a exorcista mucho mayor que ella.)

En esos años me había vuelto un fagocitador de música que no iba acorde con la onda febril de mis patas, y como empezaba a comprar música donde Javier ( pata a quien le debo enseñanzas rockeras impagables, cuyo puesto, junto a otros libreros y demás vendedores, estaba Quilca, entre Camaná y Belén), una mañana de sábado le pregunté por el “Another Place And Time”, él no demoró en ofrecerme todo un fecundo panorama de la música disco. Regresé a casa con dos cassettes: el de la Summer y el “Acto de magia” de Narcosis.

En estos años habré escuchado una que otra vez a la Summer, casi siempre en alguna discoteca o reunión de gentita cuarentona, pero como dije, la música de esta mujer irradia una sensorial magia imperecedera de ritmo y buen gusto, tan necesarios en las juergas de fin de semana de hoy en día. Y como soy un fervoroso creyente del azar, pues mi reencuentro con ella, en estas semanas, estuvo signado con el hecho de haberme topado, luego de muchos noviembres, con mi tía Elízabeth (cincuentona, pero regia) y mi tutora María Luisa H. (cuarentona, pero mamacita). Con la primera en una reunión familiar a la que fui obligado a ir bajo presión de mi padre, teniendo la idea de que solo me quedaría a lo mucho una hora, en la que conocí a una chica menor que yo (por solo seis años), que no tardó en presentarme a su padre, un gringo cincuentón que resultó ser el esposo de mi tía Elizabeth; con la segunda me topé en el óvalo Higuereta, me encontraba caminando por la Benavides soportando la inclemencia del puto sol cuando de lejos reconocí una silueta femenina que lidiaba con un cajero automático. ¿La razón de la cólera de esta mujer que de inmediato me remontó a mis clases de Historia Universal? Pues que su hijito, un chibolito de no más de seis años, había metido mal, como jugando, la tarjeta de crédito de su mamacita. La saludé, y como buen ex alumno la acompañé en todo el engorroso trámite de rigor, de paso que cuidaba las naturales inocencias de su hijo. Miré bien al chibolo, tenía los ojos de su mami, y se me dio por preguntarle cuántos hermanos tenía, me mostró cuatro dedos bañados en helado, que él era el menor…

Bueno, pues, les dejo con el video de la mejor canción de Donna Summer, “This Time I Know It´s For Real”.



Imagen, Donna Summer

miércoles, abril 09, 2008

PORTA 9


Hace algunas semanas, en una tarde noche en un café, Francisco Ángeles, con un Lucky rojo en mano, me comentaba que ya tenía muy avanzado un proyecto virtual. Me habló de los viajes que había hecho para el mismo y de las personas a quienes había entrevistado. Como ya se señaló en Puente Aéreo, Porta 9 será un espacio tanto para los escritores limeños como para los de provincia, en clara muestra de apertura para lo que realmente debe importar: la difusión de la literatura peruana.

En Porta 9 tendremos, periódicamente, las atinadas opiniones del muy buen narrador Carlos Calderón Fajardo; la templanza y agudeza del narrador y crítico José Guich; y los polémicos y estimulantes condimentos de Leonardo Aguirre. A este trío se suman Francisco Izquierdo Quea y Andrea Cabel.

Las reseñas, en sintonía con el espíritu del portal, abordarán no solo las publicaciones de la capital. Estas estarán a cargo de Jack Martínez, Juan Francisco Ugarte, Niki Tito y Marlon Aquino (por cierto, en la reunión de café que tuve con Francisco, le pregunté si Marlon Aquino era su seudónimo (la misma duda tuve, hace ya mucho tiempo, pero en otras circunstancias, con Niki Tito), pero él no demoró en convencerme que Aquino existe, que es tan de carne y hueso como tú y como yo).

Pues bien, Porta 9 da el play de honor con una entrevista en video, realizada por Francisco, a quien quizá sea el narrador más peculiar y consistente de la narrativa latinoamericana actual, Mario Bellatin. Debo decir que este post lo estoy escribiendo a las 4 a. m., y mientras lo hago, escucho la entrevista, y no es que quiera pecar de exagerado, pero se trata, de lejos, de una muy buena entrevista (parece que Bellatin y Francisco están bajo el cobijo del duende), de esas que están llamadas a quedar, en ejemplo irrefutable de que una entrevista, cuando se conoce bien la obra del entrevistado, es también un género literario.

Y bueno, no me queda más que felicitar a Francisco Ángeles por esta excelente iniciativa. (...La cremolada espera...)

Imagen, Mario Bellatin.

domingo, abril 06, 2008

Jarmusch - "Coffee and Cigarettes"



Este es un post para aquellos que gustan del cine en variante caleta y sentido ilustrado. Aunque supongo que muchos, por una cuestión de respeto personal, deben haber visto “Coffee and Cigarettes” del siempre genial, y muy pocas veces comprendido, Jim Jarmusch (Ohio, 1953).

Jarmusch es el responsable de películas de ritmo pausado y espíritu flemático, en las que no siempre parece suceder algo, empero, sus personajes comunican mucho sin decir nada, basta una mirada, un gesto y una postura para lograr el cometido. Sus pelas se nutren de atmósferas que lindan con la abulia, la rutina o el aburrimiento máximo, tal y como lo podemos ver en “Stranger than Paradise” y “Broken Flowers” (por cierto, esta solo estuvo un par de semanas en la cartelera limeña del 2006).

Si tuviera que recomendar algunos trabajos Jarmusch, pues lo haría a la fija: la ya mencionada “Stranger than Paradise”, “Mystery Train” y “Dead Man”. Sin embargo, si quieren verlo y escuchar su peculiar voz, pues qué mejor manera que en la flojísima “Blue in the Face”, del dúo Wayne Wang y Paul Auster. Esta película fue una pésima secuela de esa maravilla llamada “Smoke”, en la que Wang y Auster solo se abocaron a lo que mejor saben: uno en la dirección, el otro en el guión. Pese al mamarracho que es “BITF”, lo mejor de esta es la actuación de Jim Jarmusch, quien da vida a un tipo llamado Bob, un patita que tiene toda la pinta de ver pasar la vida en una esquina de Brooklyn, que en un arranque de voluntad se dirige a la tienda de Auggie Wren (interpretado por mi tío Harvey Keitel, excelente como siempre) y le dice que dejará de fumar de una vez por todas y que ente él fumará su último cigarrito, y Auggie no puede dejar de mostrarse honrado e incrédulo (¿cuántos de quienes vivimos adheridos a un cigarro hemos estado en una situación parecida a la de Bob?). Una escena de antología (por cierto, en “BITF” también aparecen Madonna, Lou Reed (quien se manda toda una declaración de amor por New York), Michael J. Fox y algunos ilustres más que ahorita no recuerdo).

“Coffee and Cigarrettes” es a todas luces el proyecto más personal de Jarmusch (me hubiera gustado consignarlo en la listita de recomendados del párrafo anterior, pero cada vez que lo he hecho me han salido con huevadas tipo “oye, G, puta que no lo entiendo”, “no pasa nada en esta película”, “me aburre, hablan y hablan, nada más”…en fin). La pela es un proyecto trabajado a lo largo de más de quince años, el cual se inició en 1986 con un corto de seis minutos, “Strange to Meet You”, que tuvo como actores a Roberto Benigni y Steven Wright; en 1989 continúa el proyecto con “Menphis Version” (aunque J. J. lo termina cambiando a “Twins”) con el gran Steve Buscemi; en 1993 recibe La Palma de Oro del Festival de Cannes al mejor Cortometraje por “Somewhere in California”, con las actuaciones de, agárrense, Iggy Pop y Tom Waits. Para el 2004, Jarmusch decide reunir todos los cortos, once en total, bajo el obvio título de… “Coffee and Cigarettes”, manteniendo siempre el espíritu de la celebración de la cotidianidad ante un taza de café y cajetillas de cigarros.

Debo decir que cuando vi por primera vez el DVD de la pela, me quedé muy entusiasmado con el noveno corto, “Cousins?”, protagonizado por Alfred Molina y Steve Coogan (es un hecho que más adelante le dedicaré un post), en el cual los dos entran en un “tira y afloja” a razón de un posible parentesco. Sin embargo, en estos días he vuelto a ver el DVD, y me quedé más que obnubilado, e indefectiblemente satisfecho, con el premiado “Somewhere in California”, lo suficiente como para abrir este post. Ojalá les guste y se animen a buscar este singular trabajo de Jarmusch, si es que aún no lo han visto.

jueves, abril 03, 2008

Jonathan Lethem


Una figura solitaria en la acera, un niño blanco, avanza a pasos nerviosos por la manzana de la avenida Atlantic entre la calle Court y Boerum Place. Es una noche fresca de abril, martes, justo pasada la medianoche. Solo y de aspecto más pequeño de lo normal, parece una marioneta en un escenario humano, proyecta sombras que se encogen y vuelven a crecer a la luz de las farolas. La pregunta evidente es: ¿qué está haciendo allí? Esa manzana queda delimitada por el lado de la calle Court por tiendas árabes y por el Boerum por el Orfanato Masculino Saint Vincent. Del otro lado de Boerum asoma el monolito cristalino del Centro de Detención de Brooklyn. Pero la manzana que recorre es una nulidad: solo hay un aparcamiento, un terraplén de rampas de hormigón de cuatro plantas. En la otra acera, una estación de servicio Mobil cerrada.

El chico pasea hasta una esquina del aparcamiento, luego hasta la otra, como si estuviera encerrado, como un jerbo en una jaula. Cuanto más lo piensas, cosa que nadie hace, más inexplicable resulta que está haciendo allí. El lugar es una pésima opción para un paseo a medianoche, seguro que pasa algo malo.

Esa es la cuestión.

Hasta la esquina y vuelta atrás: acelera porque ya ha pasado algo malo.

(De: "La Fortaleza de la Soledad". Random House Mondadori. Debolsillo, 2004)

miércoles, abril 02, 2008

"24" - Quinta Temporada

De chibolo no era muy apegado a las series, salvo algunas memorables excepciones. Ya de grande me vienen interesando algunas, pero ninguna como "24". A lo mejor mi apego por las peripecias de Jack Bauer (Kiefer Sutherland) se deba a mi necesidad compulsiva, vital, por consumir cuanta novela o película sobre las idas y venidas del mundo de la política ficción, del espionaje, de las tretas ocultas en el poder, del terrorismo de estado, etc.

Pues bien, ayer en la noche, luego de llegar de una reunión con un pata, y bajo los efectos de la cremolada de maracuyá que me metí, me puse a mirar sin mirar un poco de TV. Digamos que no había nada interesante que ver, pero justo antes de colocar en el DVD la pela “No matarás” de Krzysztof Kieslowski, vi la entrada de “24” a través de canal 2. Lo primero que pensé fue que se trataba de una temporada ya repetida (en Perú nos quedamos en la cuarta), y como ya me las conocía todas, al detalle, gracias al cable, y pensando que la emisión no sería otra cosa que un refrito, la pela del director polaco era más que fija en mi medianoche.

A buena hora que me mandaron un zumbido de msn, sino fuera por ese capricho de mi contacto, pues hubiera presionado TV/AV, dos veces, del control remoto y así estar listo para la pela. Conversé un toque con mi contacto y lo puse en No Admitir. Y se medio por ver los primeros minutos del refrito de “24”. Pues me equivoqué en parte, porque para mí sí era un refrito, pero supongo que para muchos no. Y me alegré muchísimo porque esta quinta temporada es la mejor, pero de lejos, de las siete que tiene la serie.

Obviamente se extrañan las presencias femeninas, como la mamacita cabeza hueca Kim (Elisha Cuthbert), hija del héroe Jack Bauer; o la villana (mi favorita) Nina Myers (Sarah Clarke). Aun así, la presencia femenina, muy llena de inteligencia y dulzura, está muy bien representada por Kim Raver, quien interpreta a la enamoradísima Autrey Raines.

Pero más allá de estos antojos hormonales, en esta quinta temporada tenemos un argumento sólido que sitúa al agente Bauer como primer sospechoso del asesinato del ex presidente norteamericano David Palmer. Bauer tendrá que desentrañar las razones del por qué se asesinó al ex presidente, del por qué se intenta buscar culpables afuera cuando estos se encuentran muy cerca de uno, y en especial, del por qué el afán de poder pudre sin remedio a la clase política gringa que pregona a los cuatro vientos los más altos valores cuando es esta la primera en socavarlos.

Si te han dicho que "24" es una buena serie, pues tienes que creerlo. Si no la has visto, pues esta es una muy buena oportunidad, porque como dije, esta es la mejor temporada.

Por otro lado, si eres de los impacientes como yo, y quieres ver la temporada completa sin soplarte las medianoches del mes de abril, puedes ir al emporio del DVD. Cada temporada vale lo que te cuesta cinco chelas.
Imagen, Kim Raver