lunes, septiembre 30, 2013
jueves, septiembre 26, 2013
miércoles, septiembre 25, 2013
Influencia
Me encuentro en la librería leyendo, fumando
y tomando café, harto café. Leo Memorias
de Albert Speer y escucho a bajo volumen el maravilloso Talking Book de Stevie Wonder. Parece una tarde tranquila, aunque
me dicen que hubo un temblor, más o menos fuerte, el cual no sentí para nada.
No transcurre mucho tiempo y recibo la visita de Artaud, que me entrega un
poemario de quien, para él, es una de las mayores promesas de la nueva poesía
peruana, Todavía ladran afuera (Tajo,
2013) de Omar Livano. Debido a su entusiasmo, leeré este poemario en las
próximas horas y dejaré de lado a Speer.
Pese a que Artaud y yo hemos conversado
detenidamente sobre poesía peruana contemporánea, nunca le he preguntado por
los nuevos grupos poéticos que han aparecido, es decir, a qué obedecen, qué
referentes siguen. Él pertenece a uno llamado Tajo. Pues bien, el día de ayer
vinieron a buscarme dos integrantes del grupo Mutantres, uno de ellos El
traductor, quienes me invitaron a participar de un lance, al que no accedí
porque no era mi día de vuelo.
Por lo que me relata Artaud, Tajo y
Mutantres mantienen una guerra declarada debido a diferencias estéticas (aunque
ideológicamente tienen más de un punto en común) y una que otra vez se han
agarrado a puñete limpio por allí. Sea por las redes sociales o por los volantes
que llegan a mí, se deduce que son contestatarios, capaces de irrumpir en cuanto acto
cultural consideren una ofensa al buen gusto. Ambas agrupaciones son también
hacedoras de homónimas revistas literarias, en las que dan a conocer sus poemas
y manifiestos. Sus campos de batalla son las universidades Villarreal y San
Marcos, respectivamente. Es que estos malos muchachos no aguantan el maniqueo
discurso oficialista de los celadores de la academia, ni a los profesores
favorecidos por la inclinación partidaria, mucho menos a los que pretenden
entronizarse.
Al respecto, el Departamento de
Actividades de Mutantres ha tenido la mala/generosa idea de invitarme, para
noviembre, a La Antisemana de la Literatura a realizarse en San Marcos, en
donde ofreceré una charla sobre narrativa peruana última. Se suponía que
también iba a participar en una actividad organizada por la oficialidad
académica, una semana antes de la Antisemana, en la llamada La Semana de la
Literatura. Al parecer, los organizadores se enteraron que andaba en
conversaciones con El traductor y su equipo y desistieron de la invitación que
me hicieron, cosa que me frustra porque sí tenías ganas de romperla con mi
ponencia sobre Bolaño y el Post Boom.
¿Censura?
Ni hablar.
En fin, será para otra oportunidad, para
cuando los enfrentamientos se calmen y se chupe y lance un poco más.
Sigo conversando con Artaud y me es
imposible no preguntarle por la influencia directa para Tajo. Una pregunta
parecida se la hice al Traductor la noche anterior. Aquí viene lo interesante:
tanto Artaud y El Traductor fueron enfáticos sobre su influencia poética
nacional. Por un momento pensé que se referirían al grupo ochentero Kloaka,
pero no, Kloaka, más allá de un par de buenos poetas y algunos poemas que rozan
la perdurabilidad, aún no cala como conjunto epifánico en las nuevas camadas de
poetas peruanos. Y eso que cada día se escribe, ya sea desde la academia o fuera
de ella, de la agrupación que lideró Santiváñez. Haciendo memoria, y diciéndolo
en buena onda, en todos estos años nunca me he topado con agrupaciones de
poetas que vean a Kloaka como un modelo a seguir. ¿Qué pasa? ¿Por qué los
nuevos poetas peruanos siguen bebiendo de Hora Zero? ¿Por qué prefieren a los
setenteros que a los ochenteros?
Podríamos ensayar más de una respuesta,
perdernos en los vericuetos del contexto histórico y demás tópicos. En lo que a
mí respecta, yo la tengo muy clara: Hora Zero sigue influenciando porque albergó
a grandes poetas que publicaron grandes poemarios. Este detalle resulta capital.
Poéticamente Kloaka sufre una goleada ante Hora Zero, algo así como un
enfrentamiento entre el UTC y el Chelsea. Y de ello se da cuenta más de un
nuevo novísimo, que en determinado momento de su vida busca reunirse, juntarse,
proyectar una sensibilidad grupal, en una especie de previa al camino propio.
sábado, septiembre 21, 2013
viernes, septiembre 20, 2013
El demonio del sur
¿Buscas nuevos narradores peruanos? ¿No
te gusta lo que vienes leyendo? ¿Sientes que has tirado al tacho tus 30 maracas
después de leerlos? ¿Has pensado en ir a la librería a que te cambien ese ejemplar
por un Debolsillo de Mondadori? No te preocupes, te entiendo perfectamente. Es
hora de desenfocarnos de Lima y comenzar a mirar en serio lo que se viene
escribiendo en otras ciudades. Por ejemplo, es tiempo de empezar a seguir y
valorar la trayectoria del arequipeño Orlando Mazeyra, conocido también como El
demonio del sur.
Pues bien, nuestro escritor no la ha
tenido fácil y ha sabido superar las adversidades que deparan la mala recepción
de una primera publicación, como su cuentario Urgente: necesito un retazo de felicidad (2007). En un circuito tan
pródigo en el autoelogio y tan ducho en la administración de reseñas positivas,
resulta determinante para un debutante salir lo mejor parado posible. La idea
es que si no tienes prensa o saludos reseñísticos, mejor dedícate a otra cosa y
consuélate con la idea de que el haber publicado un librito fue tan solo una
bonita experiencia.
El demonio del sur tuvo la suficiente
testosterona como para no dejarse amilanar y sorprendió en el 2009 con una
segunda incursión en las distancias cortas, La
prosperidad reclusa. En esta colección de cuentos nos topamos con autor
distinto, más seguro y más definido en su propuesta, que lo situaba como un
aplicado discípulo de las siempre complicadas leyes canónicas del cuento, aplicado
discípulo que en conocimiento de causa supo sacarle la vuelta a esas leyes que
más de un desubicado rehúye sin conocerlas bien.
Pero ahora estamos ante un auténtico salto
de garrocha, pues encontramos a un Demonio del sur radical en su voz, voz que
repotencia los tópicos de su título precedente. En este sentido, Mi familia y otras miserias (Tribal,
2013) es, y sin exagerar, un libro celebratorio en el universo de la camada de nuevos/no
tan nuevos narradores peruanos. No te exaltes: he dicho celebratorio, no
consagratorio.
Ahora, el volumen dista de ser una
maravilla redonda debido a su excesiva cantidad de relatos, 32, en donde vemos
la polaridad literaria en estado puro. Si queremos leer lo mejor y lo peor del
Demonio del sur, esta es la oportunidad. Hizo falta pues un mayor poda, si el
libro en cuestión exhibía solo 15 cuentos, seríamos testigos de un soberano
carpetazo a cuentarios referentes de los últimos años, como Punto de fuga, Crisis respiratoria, París
personal, Un hombre distinto, Guerra a la luz de las velas, El inventario de las naves, Manual para cazar plumíferos, Parque de Las Leyendas y Ayuda por teléfono. Aquí la ambición
jugó en contra, pero es preferible fallar por ambición que por defecto.
Por otro lado, llamar cuentario a esta
entrega podría resultar algo confuso. En más de una ocasión tuve la impresión
de que estaba leyendo una novela, una sobre la cruda de lucha de un artista no
tan adolescente que contra todo pretende ser escritor y en ese camino se
enfrenta al primer y más temible de los enemigos: su familia. Esa lucha, la
intención, por afianzar una vocación hace que del texto supuren la rabia y la
furia que llegan a más que apreciables cimas en “Mi primera máquina de escribir”,
“Expiaciones epistolares”, “Cartas cerradas”, “La llave de tu conciencia” y “La
redacción”.
Bien podríamos cartografiar la publicación
en los terruños de la metaliteratura, tendencia que lamentablemente, hace
algunos años, arrojó buenos comienzos y promesas. En lo personal no tendría
problemas en calificarlo como el libro metaliterario más duro y potente de la
narrativa peruana última. No sé si el autor siga en esta vía, pero pienso que
ya cumplió con dejar un testimonio de lo que debe ser escribir en este registro,
un registro que no solo debe ser deudor de lo bien escrito, sino también del componente
vital, que ahora es fuego que incomoda y jode al lector.
Al respecto, hace un tiempo vino a
visitarme J., un conocido narrador con el que me quedé conversando cerca de
tres horas. Y lamento que nuestra conversa no haya quedado grabada, porque
hablamos sobre lo que ha sido, es y posiblemente será la narrativa peruana
contemporánea. Obviamente, tocamos el asunto de lo metaliterario. ¿Qué pasó?
¿Por qué no despegó? ¿Fue culpa acaso de nuestros referentes nacionales?
J: Es que es un sinsentido entender la
metaliteratura sin un componente vital determinante.
G: Por ejemplo, Bolaño, Fresán,
Vila-Matas, Piglia…
J: Claro, todos ellos tienen esa mierdita
existencial que alimenta el acto de escribir, de hacer literatura. Vida y
literatura al mismo nivel.
G: Se pensó que escribir bien era
literatura. En realidad, cualquier imbécil puede escribir bien.
J: Para escribir tienes que recorrer las
calles, no sé, que te saquen la mierda. Tener demonios.
G: Literatura no es solo tensar el
lenguaje.
J: Cuando escribes tienes que dejarlo
todo. Si no, no vale ni mierda lo que estás haciendo.
G: La metaliteratura fracasó entre
nosotros porque o bien no se tiraba o se tiraba muy poco.
J: Por supuesto, si quieres hacer
literatura, en especial eso que se llama
metaliteratura, tienes que tirar como una bestia.
jueves, septiembre 19, 2013
miércoles, septiembre 18, 2013
Incongruencia
Converso con mi pata Parlanchín.
Hablamos de todo y le comento sobre mi intención de hacer un post sobre el
mundo librero local, pero Parlanchín me dice que no lo haga, puesto que me
enfrentaría “innecesariamente” a toda una galaxia de mercachifles que odian la
lectura. Pero eso es precisamente lo que detesto, la aberrante incongruencia de
los que pueblan el mundo de la distribución y venta del libro. Uno no sabe qué
pensar cuando te topas con esta gente, en especial con sus mandamases, cuyas
primeras palabras los delata como zafios a quienes no les interesa leer. No
debería sorprender, obvio, basta con ver a las cabezas de las librerías referenciales,
a Carbajal, Ropón y demás fenicio inculto. Pero esto no es lo que me apena,
Parlanchín, lo que me hunde es que cada vez hay menos vendedores de libros que
leen. Y libreros como tales, hablamos pues de una especie en extinción. En el
mundo tenemos más osos Panda que libreros, de esa certeza no me saca nadie.
Recorres las librerías y vas con la idea de que tienes que atenderte solo, porque
no soportas que los vendedores dependan de una computadora o de Google Images
para recomendarte una buena publicación. Es que la consigna es vender y vender,
negocio y negocio. La venta del libro se ha vuelto una actividad nefasta en
cuanto a esencia, ha perdido mística. Veamos a los vendedores de verduras,
caramelos, pescados, televisores, autos, et al, a quienes les interesa vender y
hacer negocio, pero que a diferencia de los vendedores de libros, saben lo que
venden, muestran aunque sea un mínimo interés en saber algo más del producto
con el que se ganan la vida.
Parlanchín se queda absorto. Me
pregunta:
“G, pero los escritores aquí en Lima
tampoco leen, ¿por qué no leen?
Y mi respuesta es la más dura que puedo
hacer en estos momentos. Una respuesta gráfica del actual estado de las cosas:
“Sin comentarios”.
martes, septiembre 17, 2013
lunes, septiembre 16, 2013
Elogio de la actuación
Mi pata, El Ninja, me pasó el dato de
una película de Leos Carax. A Carax le tengo ley desde Pola X. Cuando le pregunté sobre la peli, me dijo que tenía que
verla, puesto que si me la contaba, así sea a grandes rasgos, el dato perdería
su gracia, su hechizo.
Aproveché la noche del último viernes y
fui caminando a Polvos Azules. En el Pasaje 18 busqué a mi proveedor y le pedí Holy Motors (2012). Busqué algunas cosas
más y regresé a casa. Para esa noche había planeado ver por ¿segunda/tercera/cuarta?
vez un par de Hitchcock, algo que no resulta gratuito, puesto que mi recargado
interés en el director inglés obedece a la relectura de El cine según Hitchcock de Truffaut, libro que sin duda recomiendo
a todo aquel que pretenda adentrarse en los vericuetos del arte de narrar.
Alisto los cigarros, el termo con café,
apago el cel, desconecto el teléfono y me cercioro de que Gringo y Silvestre, mis
gatos, no vayan a molestar.
Después de hora y media (o quizá un poco
más), me doy cuenta de que necesito fumar un poco de hierba. Holy Motors ha sido un despiadado
martillazo en mi cabeza. Sin duda alguna, se trata del trabajo más sugerente
que he visto de Carax. Y entendí pues al Ninja al no querer contarme de qué iba
la peli. No es para menos, lo mejor es acercarse a esta posible obra maestra
con la menor info posible, simplemente hay que dejarse llevar ante un discurso
visual en evidente estado de gracia.
Denis Lavant como Óscar, un sujeto que
lo único que realiza es mutar de personaje a medida que recorre París en una
limusina blanca. El lugar, ya sea la calle, una avenida, un cementerio, una
iglesia, determina el cambio de personalidad, personalidad que puede llegar a
rozar los más altos niveles de ternura, como también apoderarse de un instinto
salvaje, sexual y asesino. Óscar viaja por la ciudad sin esperar nada de ella,
y es precisamente en esa no espera en donde lo no premeditado se yergue como un
factor determinante, en el que confluyen las más insólitas situaciones oníricas
y fantásticas. En este sentido, y más allá de las cimas estéticas de la
fotografía, Holy Motors también
podría ser interpretado como un (gran) tributo a la poética de la actuación
como tal.
domingo, septiembre 15, 2013
sábado, septiembre 14, 2013
viernes, septiembre 13, 2013
Mundo Ferré
Reseña publicada en Buensalvaje 7.
Cuando terminé de leer su penúltima
novela, la finalista del Premio Herralde de Novela 2009, Providence, supe que estaba ante un narrador distinto, que en
apariencia podría ser uno de la escuela argumental, es decir, de los que te
brindan una historia, mas lo que lo diferenciaba era el empleo de una gama de registros
discursivos que hacían de su texto una especie de viaje psicodélico hacia lo
más sórdido de la mente humana. Tiempo después leí su excelente novela La fiesta del asno y su profético ensayo
Mímesis y simulacro. Ensayos sobre la
realidad. Del Marqués de Sade a David Foster Wallace para confirmarlo.
Pues bien, su última novela Karnaval, con la que el autor se saca el
clavo al ganar el Herralde 2012, no hace
otra cosa que convocarnos a una genuina fiesta de desconciertos y excesos.
Tengamos en cuenta lo siguiente: Karnaval
es una novela realista. Karnaval no
es una novela realista. Karnaval es
por sobre todas las cosas un artefacto literario que nos brinda la posibilidad
de enfrentarnos a una realidad transformada, no exhibiendo los sucesos como
fueron, ni cómo pudieron ser, sino desde una mirada lateral, cercenando la
historia y a sus sujetos protagónicos en pos de la intensidad y nervio
narrativos que ningún texto literario que se precie de tal debe carecer.
Lo que hace Ferrer es partir de un
personaje real: el otrora todopoderoso del Fondo Monetario Internacional,
Dominique Strauss-Kahn, quien en 2011 fue arrestado en el aeropuerto John
Kennedy, acusado de violar a una mucama africana en un lujoso hotel de Nueva
York. Como bien sabemos, este suceso fue harto conocido en su momento y el
hombre de la billetera fue la comidilla en los salones y cafés, y la prensa no
dudó en sacar provecho de su vergüenza pública. En este sentido, Ferré no
aborda a su personaje, llamado DK, bajo el aliento de la novela con voluntad de
crónica, sino que lo parodia, lo vuelve sumamente plástico y frívolo. Nos
encontramos con un socialdemócrata “ejemplar” convertido en carne de cañón para
los ojos fisgones de los demás. Repudiamos su abusivo comportamiento sexual,
pero queremos saber detalles, puntos específicos de su memoria que nos brinden
las suficientes luces para saber por qué él es como es.
Ferré huye de la linealidad como si
fuera la peste. En esta apuesta formal descansa lo mejor de su poética, que de
la mano de la sensual densidad de su prosa, resulta en toda una bomba Molotov,
en la que todos los implicados, hasta los involuntarios, quieren participar.
Por medio de la multiplicidad de versiones la novela nos lleva al paroxismo,
muy especial en el documental “El agujero y el gusano” que el autor inserta en
la narración, en donde artistas e intelectuales de prestigio mundial, como
Roth, Houellebecq, Chomsky y muchos más, nos hablan del dios K. Karnaval es subrepticiamente una novela
política, una novela que denuncia sin denunciar, una novela actual e inspirada
en el aliento novelero del XIX pero escrita bajo los recursos discursivos del
XXI.
Texto aéreo
No sé si es hora de hablar de los nuevos
actores del circuito literario limeño. Me refiero pues a los que han aparecido,
con libro publicado, a partir del 2010. De lejos tendríamos la impresión de que
estamos ante un panorama desolador. Por eso, para evitar dictámenes apurados,
se hace menester buscar, aunque sea un poco. No es necesario leerlo todo, se
corre el riesgo de que nos malogremos el gusto, sin embargo, tiene que haber
alguien que emprenda esa tarea y ese alguien definitivamente no es este
servidor. Tal y como estamos, es prácticamente una necesidad moral ir tras las
voces que se confunden entre esa hojarasca de posería y falta de talento, voces
que merecen una primera atención, sea por la fuerza o peculiaridad de su
propuesta.
Basta revisar los programas culturales,
echar una mirada a los recitales, presentaciones y lecturas como para detectar
quién es quién y quién pretende ser sin que lo sea. De que hay poéticas
importantes/interesantes, por supuesto que sí. Pero muchas veces estos autores
no son del todo ubicados, es decir, no los vemos como actuantes de nuestro
egotista circuito literario, los localizamos más que nada en la periferia. Me
explico: no son parte de la fiesta del flash porque no se les tome en cuenta,
sino por una decisión personal, lo cual hace aún más difícil la tarea de dar
con sus publicaciones.
Hace un tiempo escribí brevemente sobre
un poeta llamado Luis León, a quien conocí en circunstancias digamos dadaístas.
Más allá de su opción de no querer aparecer ante los reflectores, su obra sí
merecía una mayor atención y consideración que muchos que se dicen ser pero que
no son. En esta línea, aunque sin el exceso vital e histriónico de León,
tenemos a Christian Briceño, quien es quizá la voz de mayores recursos literarios
de su generación. Haríamos bien en llamarlo escritor, lo suyo no solo es la
poesía (el año pasado publicó Breve
historia de la lírica inglesa), puesto que también ha incursionado en la
narrativa, demostrando oficio en ambas parcelas.
Ahora Briceño nos entrega La trama invisible (Paracaídas Editores,
2013). Pues bien, el lector tiene en manos un texto aéreo, es decir, uno en el
que no tendríamos que perder el tiempo clasificándolo en un género. Hasta
podríamos calificarlo, como para salir del paso, de artefacto literario, en el
que se dan cita la crónica, el ensayo, la poesía y la ficción narrativa,
canalizados en un narrador protagonista que no hace otra cosa que recordar y
reflexionar. Por otro lado, haríamos bien en ampliar nuestras miras y echar
mano de una tradición poco desarrollada entre nosotros, salvo geniales
excepciones, como la del diario de escritor, o dietario como prefieras.
Aunque por momentos Briceño se muestre
excesivamente cerebral, detalle que en más de un tramo resta intensidad y
nervio a los capítulos, no debemos escatimar el sello de agua que consigue: una
voz narrativa/poética de la que sin duda vamos a esperar mucho más.
jueves, septiembre 12, 2013
Esperamos mucho
Termino de releer Oblómov. Qué novela, carajo. Sin embargo, la vuelta a sus páginas
ha llevado a que postergue algunas reseñas de publicaciones peruanas recientes.
Prendo un Pall Mall rojo, miro mi
ejemplar de la novela de Goncharov. Pienso que no sería mala idea cerrar la
librería e irme a mi casa a dormir y ponerme a ver películas y picar libros
entre sueño y sueño. Sí, eso es lo que haré.
Alisto mis cosas, pero recibo la visita
de El nazi del pantano.
El nazi del pantano es un no tan joven
escritor peruano. Lo suyo es la narrativa fantástica y de ciencia ficción. Es
bueno (hay que leerlo). Lo saludo, pero lo noto decaído. “Nazi, ¿qué pasa?”, le
pregunto. El Nazi del pantano me mira, se acomoda los lentes. Respira hondo y
queda en silencio durante algunos segundos. Segundos que son interminables y
algo muy dentro de mí me dice que tengo que olvidarme de mi súbito día
consagrado al ocio.
“G… Puta madre, amigo. Me siento hasta
las huevas”, dice el visitante. Del USB salen cinco temas al hilo de
Jamiroquai, precedidos por esa Just a Man
de Faith no More. “Quiero irme de viaje, aunque sea algunos días fuera de
Lima, con mi esposa y mi hija. Algo corto nomás, pero he gastado mi plata en
huevadas. Nada de lo que compré en la FIL ha valido la pena”.
En mis contadas incursiones en la última
FIL, me crucé varias veces con El nazi del pantano. Lo notaba animado y siempre
cargando bolsas nutridas de libros. Conociendo sus gustos, pensé que en esas
bolsas había joyitas, títulos con los que completaría su buena colección de
narrativa fantástica y de ciencia ficción. “Oye, pero creí que compraste buenas
cosas”, le dije mientras respondía una llamada.
El nazi del pantano es mi amigo. Pero
luego de escuchar la cantidad de dinero que gastó exclusivamente en nuevas
publicaciones peruanas, con la intención de ayudar a los nuevos sellos, y creyendo
también que encontraría aunque sea cinco de valor que justifiquen la inversión,
pensé seriamente en pedirle que se largue.
O sea, no es que en la última FIL haya
habido maravillas, no, en realidad no hubo maravillas. Salvando algunos stands,
más parecía una feria de ofertas de huesos. “Nazi, ¿por qué gastaste tanto en
libros peruanos? Puta, Nazi, buscando bien podías encontrar interesantes. Hay
que sumergirse, huaquear. Tú sabes, pues, ya no hay libreros que orienten, solo
meros vendedores/mercachifles. Fíjate en el personal de Época y Crisol.
Los ojos del Nazi, desorbitados y algo
acuosos. “Me dejé engañar. Decían que eran buenos libros, G”.
“¿Decían, quiénes decían que eran buenos
libros? Ojo, Nazi, no digo que lo que se publica en Perú sea una cagada, pero no
podemos creernos toda esa sarta de estupideces que vemos en Face, ni hablar,
hombre. Hay cosas interesantes y buenas, por supuesto. Es que estamos viendo a
la literatura peruana última como si fuera la selección de fútbol, es decir, como
algo que no es. Esperamos mucho de nada. Aquí el problema no son las mafias,
menos los cambalaches feriales, ni la inoperancia de las páginas culturales y
demás. Nazi, el problema de fondo es que no hay poemarios, cuentarios y novelas
que podamos asumir como literatura. No incomodan, ni siquiera agradan. Ese es
el punto de fondo. Ya sabes: no hay que quedar mal con nadie”.
El Nazi asiente. Permanece callado y me
pregunta por la nueva novela de Marito. No puedo responder. Solo he leído el adelanto
que apareció el domingo. Y lo que leí es bien pero bien tela, pero con el
suficiente poder de llevarse de encuentro a todo lo que se ha publicado en
estos lares en lo que va del año.
lunes, septiembre 09, 2013
domingo, septiembre 08, 2013
sábado, septiembre 07, 2013
viernes, septiembre 06, 2013
miércoles, septiembre 04, 2013
martes, septiembre 03, 2013
Sentimiento crema
A lo mejor este post no guste para nada
a los seguidores blanquiazules del blog. Como sabes, querida/estimado, quien
esto escribe es un blanquiazul hasta el tuétano. Pero siempre he tratado de no
dejarme guiar por las pasiones, que solo las deposito en el genuino placer. Soy
más bien cerebral, más todavía tratándose de la administración de un blog como
este, en donde cada post pende de un hilo.
Pues bien.
Cuando se me pregunta por la presencia
del fútbol en la narrativa peruana, no dudo en responder que este ha sido/es un
elemento lateral en nuestra tradición, No obstante, no hay que negar que tenemos
muy buenos libros sobre fútbol, y no necesariamente desde su lado feliz. Me
vienen a la memoria esa maravilla titulada La
ópera de los fantasmas de Jorge Salazar, como también la biografía novelada
de Alejandro Villanueva Manguera de
Guillermo Thorndike. Y claro, cómo olvidar esas voces que en el articulismo han
dejado más de una perlita, como las que solía escribir Antonio Cisneros. Leía a
Cisneros y me daban ganas de ser el hincha número 15 de Sporting Cristal.
En tiempos recientes hemos tenido
publicaciones -muy pocas, la verdad- sobre el tema. Por ejemplo, la olvidable
compilación Bien jugado de Jorge
Eslava y el buen cuentario Este amor no
es para cobardes de Martín Roldán Ruiz.
Me detengo un toque en MRR.
Aquí el autor escribe de la pasión
aliancista vista por personajes desarraigados, que se mueven, principalmente,
en la aventura y la pendejada barriales. En este sentido, saludo la aparición
de La vida en crema (Edición de
autor, 2013) de Fernando Dávila. Dávila parte desde donde MRR, el desarraigo,
pero añadiendo un componente opuesto: la violencia introspectiva.
Para reforzar su apuesta, Dávila narra
pequeñas historias desde el “yo”, pero este tipo de opciones más de una vez
genera peligros, por ello se tiene que ir con cuidado, no caer en la cursilería,
en la que contadas veces resbala el autor. Pero eso no importa, La vida
en crema tiene personajes que nos afectan, personajes que han vivido lo que cada uno de nosotros en
su momento. Ellos recuerdan con mucho dolor y angustia la infancia, la
adolescencia y la juventud, bajo la sombra del sentimiento crema. Solucionan sus
problemas en la confrontación personal, en una letal autoradiografía que los
hace añicos, y que una vez convertidos en trocitos de mierda empiezan a
recomponerse valiéndose de una pasión que los supera y en la que encuentran
abrigo.
No estamos ante una publicación que
pretende ser el testimonio oficial de los hinchas de la U, pero sí ante una que
ha sido escrita con verdad y dolor. Y por eso vale, y mucho.
lunes, septiembre 02, 2013
domingo, septiembre 01, 2013
Buscando peruanos
Conozco dos tipos de persistencia. La
persistencia de la convicción y la persistencia del capricho. Para ilustrar
mejor la primera, imaginemos a un escritor que día y noche escribe en un
determinado registro, pongamos uno narrativo de ficción. Quienes leen lo que
escribe, incluido él mismo, saben que lo
suyo tarde o temprano detonará en una obra digna de leer y tener en cuenta. Para
la persistencia del capricho, tengamos también a otro escritor. Este escritor
tiene talento y formación, escribe día y noche, maneja registros narrativos
como el de ficción pero es en el ensayo/articulismo/crónica en donde más
peso le reconocemos, en el que supera con creces a lo que se le ha leído en
ficción. Él sabe que lo suyo no es la narrativa de ficción, sin embargo,
persiste porque quiere ser un escritor de ficción, o sea, publica novelas, cuentos.
En esta segunda persistencia ubico a Alejandro
Neyra, cuya última entrega Peruanos de
ficción (Solar, 2013), me resulta imposible no dejar de recomendar. Si la
memoria no me juega mal, en muchos meses ningún título de autor peruano no
captaba tanto mi atención como este. Sin ser una maravilla, voy leyéndolo dos
veces y lo he frecuentado más de quince en pos de datos.
Es que este es el registro de Neyra, en
donde su voz e inteligencia rozan más de una vez, y sin exagerar, la excelencia
y la genialidad, por cuenta de su muy buena prosa, en primer lugar, y también
gracias a una mirada privilegiada y a su evidente dimensión de trabajo. Porque
hay que tener dimensión de trabajo para forjar un proyecto como este. Hablamos
de buscar, leer y seguir buscando. ¿Qué es lo que se busca? Pues Neyra va tras
los peruanos de ficción, la presencia nacional en la literatura y el cine. En
otras palabras, desarrolla lo que no se ha hecho y se debió hacer desde la
piedra dejada por Luis Loayza en “Vagamente dos peruanos” en El sol de Lima.
Tampoco es que haya mucha presencia
nacional en las grandes obras de la literatura universal. Contemos a Salgari,
Melville y Verne, abordados también por Neyra. Pero de allí viene lo difícil: bucear
por los alfileres en la hojarasca. No solo era encontrar peruanos, sino
peruanos en buenas e interesantes novelas, como Perú de Gordon Lish, La
campana de cristal de Sylvia Plath, Una
novela rusa de Emmanuel Carrere, Lima
(el imitador de voces) de Thomas Bernhard, La vida, instrucciones de uso de Georges Perec... Doble/Noble labor
que cumple nuestro escritor, hasta me atrevería a decir que ha llevado el
proyecto bajo un aliento feliz, en franco testimonio de desprendimiento desinteresado.
En ningún momento se le percibe sabelotodo, por el contrario, hace gala de la
sencillez del que sabe de verdad, detalle que hoy en día vemos contadísimas
veces.
En la segunda parte tenemos “Peruanos de
película”. Felizmente es muy corta. Languidece en comparación a la primera, la
que justifica el libro y motivo por el que deberíamos leerlo de todas maneras.