viernes, julio 27, 2018

policial / salle


En la parrilla de Neftlix se puede encontrar una película que sugiero ver por su capacidad de divertimento sin que te estén tomando el pelo. Operación Zulú (2013) del director francés Jérome Salle, que puedes apreciar, por ejemplo, luego de una jornada cargada de actividades.
No es una obra maestra, pero sí tiene todos los elementos para ser considerada en el curso de los años una muy buena película. En su aparente ligereza deudora del género policial, es capaz de brindar el retrato de todo un contexto cultural y político ajeno al nuestro.
Dos policías: el bueno, Ali Sokhela (Forrest Whitaker) y el malo, Brian Epkeen (Orlando Bloom), tienen que investigar el asesinato de una joven encontrada en una playa. Los policías realizan las pesquisas respectivas y se dan cuenta de que ese crimen no es más que el eslabón secundario de una larga cadena de muertes, la consecuencia de un plan de experimentación de productos médicos, que para comprobar su funcionalidad en el mercado europeo y norteamericano, debe ser puesto a prueba previamente en los sectores más pobres de la sociedad Sudafricana.
Hay lo que el registro demanda: sangre, tiros y mutilaciones (por demás impactante la tortura al inspector Fletcher), pero está también lo que saca a la propuesta de su coto natural: el conflicto de los hombres de ley. Sokhela es una persona proba que no puede ser precisamente un hombre a causa de un ataque que sufrió de niño; en cambio, Epkeen es un seductor empedernido que ha perdido a su mujer y que sufre el desprecio de su hijo. 
El mérito de Salle es que sabe encabalgar estas situaciones sin perder la tensión narrativa, para lograrlo se requiere de mucho oficio, con mayor razón cuando se abordan un par de aristas (el conflicto personal y el social) que no deben ser tratadas como si en estas existiera una dependencia, sino un protagonismo independiente. Hay que seguirle la pista, apúntalo: Salle.

viernes, julio 20, 2018

ifm


En la madrugada terminé de leer un maravilloso libro de entrevistas escogidas a Hunter S. Thompson, Antigua sabiduría Gonzo, editado por Sexto Piso, título que sin lugar a dudas comentaré en los próximos días.
A la par de la lectura, me resultaba imposible no recordar los disparates que uno ha escuchado en estos años sobre el concepto gonzo, el más trillado: “este tipo de periodismo es aquel que tiene a su narrador como protagonista de la historia”. Bajo esa elementalidad, fruto del facilismo asociativo, escanciado de pocas lecturas, podríamos ubicar a Isaac Felipe Montoro como un involuntario gonzo a razón de Yo fui mendigo, su libro más conocido, que carga con la leyenda de haber vendido millones de ejemplares en China.
He leído algunas novelas suyas, en esos años en los que bucear entre libros te premiaba con algún tesoro y sí con mucha basura que después de lustros terminabas botando a la calle. Helicópteros, momias, naves espaciales tipo El Halcón de SW, seres mutantes a lo Walking Dead, altas mujeres incaicas de generosas grupas y demás manifestaciones de la hipérbole imaginativa, el sello de agua de la poética de este escritor a quien siempre le faltó un editor que ordene su producción. Hablamos de casi cuarenta de libros. 
La primera vez que supe de él fue mediante un reportaje en un programa televisivo de C. Hildebrandt, en 1997 si  la memoria no me falla. No fue un reportaje feliz y muchos autores locales se vieron reflejados en las condiciones de vida de Montoro. Lo comprobé días después cuando me topé con varios jóvenes y experimentados de entonces, negando que dicha situación sea también la suya. Por lo visto en el reportaje, me quedó claro que Montoro no quería ser un escritor reconocido, solo le interesaba escribir y publicar. En ese aspecto, cumplió su propósito.

jurado de novela irregular


Los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Cultura tienen todo a su favor para convertirse en los más importantes del país. A diferencia de los Copé, en estos compiten obras que ya han transitado por el escrutinio de los lectores.
Para este 2018 las categorías varían, tenemos las de Literatura en lenguas originarias, No ficción y Novela. Es precisamente el jurado de esta última, de lejos la más llamativa de esta edición, el que acrisola atendibles sospechas razonables.
Como se lee en la resolución ministerial, los miembros fueron propuestos por escuelas profesionales, facultades e instituciones humanísticas, sin embargo, los comisarios no deberían limitarse al acuso de recibo, sino también a investigar lo sugerido. Descontando a Pollarolo y en menor medida a García y Fernández, resulta inconcebible sintonizar con Vargas y Del Águila. El primero no tiene legitimidad y la segunda es una autora eficiente pero sin obra mayor. Si la nómina carecía de referencialidad, había que convocar a quienes la ostentan, comunicándoles previamente que decidirían sobre novelas publicadas: Garayar, Mudarra, Hopkins y González Vigil.
Lo que se supone que no debe suceder en este ministerio en cuanto a materia literaria, acaece con una frecuencia que espanta. No olvidemos a los ganadores del PNL del año pasado, que a excepción de Noltenius, no entusiasmaron a nadie debido a la falta de objetividad y distancia de sus jurados con algunos premiados. Tampoco pasemos por alto la lista de escritores que participarán en la próxima Filsa, la mayoría elegidos por discutibles criterios como la “cuota” en lugar de la pertinente calidad.
Esta serie de inaceptables dislates nos lleva a afirmar lo siguiente: la existencia de una argolla que parasita gracias a nuestros impuestos. El mensaje es muy claro: para cualquier autor, publicar un buen libro es insuficiente para ser tomado en cuenta. 



jueves, julio 19, 2018

mujeres


Entre los libros que he leído en estos últimos días, me gustaría recomendar Género y conflicto armado en el Perú (La Plaza Editores), que recoge estudios de Anouk Guiné, Maritza Felices-Luna, Luisa Dietrich, Antonio Zapata, Marita Romero-Delado, Camille Boutron, Pilar Meneses, Óscar Gilbonio y Pablo Malek. La publicación cuenta con prólogo de José Luis Rénique, introducción de A. Guiné y M. Felices Luna, más un epílogo de Milena Justo y Jimmy Flores.
No hay mucho que describir, no porque no llame la atención, puesto que basta y sobra su diferencia de la sarta de imbecilidades que se vienen publicando cada vez que se habla de “violencia política” (las comillas son adrede) y violencia de género. Su esencia distintiva viene a cuenta de una actitud con el que se aborda el tema de la mujer en los años de la guerra interna en los siete acercamientos que exhiben rigor académico pero a la vez una verdad moral que no se regodea ni en la jerigonza ni en el oscurantismo del código teórico.
Entre los textos, sugiero Encrucijada de guerra en mujeres peruanas: Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular de Guiné, La cuestión de género en situación de conflicto armado: la experiencia de las mujeres combatientes de Boutron y Voces, memorias y realidades de las mujeres excombatientes en los documentales  sobre el conflicto armado de Malek. 
Hablo pues de una publicación con la que ideológicamente jamás podría estar de acuerdo, pero esa es la gracia cuando tenemos que disertar de esos años que aún duelen: no llegar al punto medio, sino discutir con argumentación lo que sucedió y qué solución se puede conseguir para las mujeres víctimas no solo de las fuerzas militares, sino también de sus propios correligionarios. “Entenderse es una miseria”, dijo Borges en cierta ocasión. Tenía razón.

martes, julio 17, 2018

¿la marcha?


Al igual que muchos, observo pasmado lo que viene ocurriendo con  el Consejo Nacional de la Magistratura.
No sorprende el mecanismo de corrupción que lo ha conducido, es cosa de toda la vida, en nuestra memoria emocional hay espacio para los tratos bajo la mesa en cuanto a la administración de justicia en el país, solo que en esta ocasión somos testigos de la coherencia. Pasamos de la verdad imaginada a la verdad real, con sabor criollo y uno que otro putamadre en el negociado de favores.
Ante una situación como esta, el presidente Vizcarra no está demostrando lo que debería: fuerza testicular para enfrentarse a toda esa corrupción, que en el colmo de su dimensión circense nos arroja un personaje salido de una zanja bien sucia: Iván Noguera, a quien vemos en el Congreso alzando una bolsa negra con supuestas pruebas contra jueces y fiscales corruptos. Noguera es ya un personaje literario, de esos que solo puede ofrecer este territorio de maravillosas montañas.
Pero lo que esperamos más es la aparición de los líderes anónimos que puedan congregar y movilizar a todas las personas indignadas del país, eso pues: realizar una gran marcha, desproporcionada y violenta que insulte a un poder justicial que jamás nos ha representado. 
Como bien sabemos, y mal: desde hace varios meses la molestia no pasa de un estado de Facebook, de un tuit con aires pendejos o de alguna redacción al vuelo en la web de un diario local. Nadie habla de posibles marchas. Nadie quiere comprarse este pleito. Veamos a los “líderes” de las nuevas generaciones, esa chibolada menor de treinta años que no consigue calzar la indignación virtual, o la destilada en el bar de ocasión, con la molestia de la vida, es decir, carencia de compromiso.

lunes, julio 16, 2018

ms / tm


Aunque en esta época del año la dedico a la caza de novedades cinematográficas, suerte de puesta al día de lo que se me pudo haber escapado, y no solo de los últimos meses; por lo general, absorbo lo no visto en dos años y la empresa la mayoría de las veces me resulta insuficiente.
Días atrás revisaba algunos catálogos de cine independiente y escuché al vuelo la conversación de una pareja de jóvenes, no sé si eran enamorados, lo que sí es que difícilmente vaya a poder olvidar en las próximas horas la voz chillona de la señorita, que le pedía a la vendedora todas las películas con Martin Sheen.
MS no es mi actor predilecto, pero sí ha actuado en un par de pelas que me gustan mucho. La primera es una obra maestra, la otra no tanto, aunque quién sabe: Apocalypse Now y The Departed.
A los interesados se les alcanzó todas las películas en las que el actor salía. Estoy seguro de que tuvieron más de lo esperaban. Al llegar a casa, seguramente motivado por una oscura curiosidad, comencé a buscar una película con MS, la cual ya tiene sus años. No es la primera película que vi del conocido actor, pero sí es la primera de su director, con quien guardo una suerte de relación que transita de la admiración a la subestimación, y viceversa.
De Terrence Malick me “gustan” todas sus películas, pero es precisamente en Badlands (1973) en donde hallo las semillas que desarrollaría en trabajos posteriores. En ella nos topamos con una suerte de remedo barrial de James Dean, llamado Kit Carruthers (MS) y Holly Sargis, adolescente de lindas piernas a cuenta de Sissy Spacek, que queda arrobada por el atractivo de Carruthers, obnubilada por su lado salvaje y por el descubrimiento de su dimensión pasional que este le despierta. Holly se enamora y en ese estado idealiza al joven, al punto que no duda fugarse con él, sin importarle que este haya asesinado a su padre. La pareja emprende la fuga por los desiertos y bosques cobrizos de Dakota. En este tránsito, Malick juega con el tedio de los jóvenes, explora sus quiebres intelectivos que les depara los espacios en los que a las justas hay sombra y no poca sed.
Para quienes han seguido la filmografía de TM, no demoramos en señalar la cualidad que ha signado su cine: la postura moral del personaje ante el entorno. Ellos siempre tienen la potestad de decidir: la autodestrucción o la posibilidad de cambiar el destino inmediato. 
Muchas veces he pensado en las escenas rodadas y adrede desestimadas, no porque estas fueran deficientes, sino porque no se hallaban en sincronía con la revelación del momento. Ese momento es lo que persigue y en esta su primera película tiene varios tramos en los que Kit y Holly están ante la disyuntiva, seguir o no.

lunes, julio 09, 2018

temperamento jrr


El último viernes participé en un homenaje a Julio Ramón Ribeyro en Petroperú. Este evento, por lo que he podido ver en la prensa cultural, no tuvo la suficiente difusión, pero poco o nada importó: bastaron algunos rebotes en las redes para dar a conocer la actividad, lo que terminó reflejándose en más de trescientas personas que desde temprano se acercaron al auditorio de organismo estatal en pos de un lugar a ocupar.
Fue una noche que tuvo de todo, que salió bien gracias al espíritu amical que despierta la figura y obra de Ribeyro. Los participantes hablaron de sus cuentos, de sus recuerdos que tenían de él como persona y quien escribe sobre La tentación del fracaso, el libro de Ribeyro que me gusta más y que no paro de frecuentar.
Hace unas horas terminé de releer Dichos de Luder bajo el sello de Revuelta. No recuerdo dónde quedó mi edición de Campodónico, pero en verdad poco o nada importa, porque lo que sigue prevaleciendo es el hechizo que sigue suscitando la escritura del autor, en estado de aparente facilidad. Esa es su gracia, proyectar dinamismo y naturalidad en tópicos que en otras voces hubiesen recaído en el exhibicionismo críptico. Además, el humor sigue intacto, lo que termina diferenciándolo de otras plumas latinoamericanas a las que precisamente se les pajiza el humor, ni hablar de la ironía. 
Hubo mucho público joven en el homenaje. En más de una ocasión me pregunté por la razón del apego, y la respuesta no es otra: simplemente no creérsela. Ribeyro sabía que ya era un grande, pero nunca asumió del todo esa condición, debía pues cuidar su temperamento creativo, el cual vemos en sus cuentos, artículos, ensayos, piezas teatrales, novelas y registros híbridos, en los que no pasa nada, pero sucede todo.

viernes, julio 06, 2018

ficción en deuda


En la columna del pasado 14 de junio hablamos del buen momento de la industria editorial a razón de las publicaciones de no ficción. Ahora toca preguntarnos por los libros de ficción. Y no nos equivocamos al dictaminar que atraviesan por una severa crisis. Razones sobran pero una se impone: no llaman la atención de nadie. Esta realidad se contrapone con la imagen de éxito que proyectan sus autores en las redes, terruños que deberían ser usados para la sana difusión y no para ahuevarse en modo consagración. Por eso somos testigos de históricas pataletas protagonizadas por inevitables plumas alucinadas, incapaces de aceptar que 1000 likes nunca será lo mismo a 40 libros vendidos.
Este desinterés por la ficción es consecuencia del conservadurismo con el que muchos conducen sus proyectos. A nuestros creadores les falta empaparse de mugre, dolor, humor, semen, indignación. No tienen conchudez para narrar porque andan desconectados de la vida, por eso los vemos en agendadas improvisaciones para el olvido, la payasada diaria: condenar el cabello de Trump, filosofar sobre los damnificados sirios, celebrar a López Obrador y otras maravillas de lo políticamente correcto.
Con esto no quiero decir que deba cometerse la imbecilidad de hipotecar la propuesta narrativa a las pasajeras modas que impone el mercado. Por el contrario, un escritor serio muere en su registro de coordenadas propias, propiciando con base en ellas el esperado milagro: la aparición de su lector.
Esta fiesta no sería tal sin su anfitrión: los editores, que en estos dos últimos años han venido subestimando a los lectores. Absolutamente todos prestan más atención a los “nombres” recomendados que a la riqueza de los textos a publicarse en las mejores condiciones posibles. Aún pueden esquivar la resaca.

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