domingo, julio 28, 2019
Una novela interesante en lo que va del
año es Mañana tendremos otros nombres
(Premio Alfaguara, 2019) del narrador argentino Patricio Pron.
De Pron sabemos lo que debemos saber,
creo que resulta gratuito ofrecer un paneo bibliográfico para el lector
relativamente informado. Pron es ya una referencia obligada en el imaginario
narrativo hispanoamericano y no por haber ganado uno de los galardones más
codiciados, sino por la construcción de una obra que exhibe algunos títulos a
considerar en el radar, a saber, la que antecede a la presente publicación, Lo que está y no se usa nos fulminará
(2018).
Pron relata las consecuencias de la
separación de una pareja. No es el primero, ni será el último, que aborde el tópico
amoroso en conflicto. El autor no apela a la configuración específica de los
personajes, al menos no nominalmente. Esa es la razón por la que esta “historia”
nos presenta a Él y Ella, los ejes metafóricos que le permiten universalizar sus
vicisitudes emocionales, que devienen en una radiografía contemporánea del
desamor. Para tal fin, no cae en el recuento de experiencias de sus
protagonistas (algo que vemos a raudales en otras novelas contemporáneas, sin
importar latitud), sino que escoge la mejor de las estrategias: la especulación
sobre lo que pasó y pudo pasar.
Esta no certeza de los hechos se
convierte desde sus páginas iniciales en un rico crisol de interpretaciones. Se
colige entonces que para estos fines haya sido necesario un registro idóneo,
como aquel que se nutre del ensayo (no olvidemos que Pron es también un
apreciadísimo ensayista), lo que entendemos del mismo en toda la magnitud de su
proyección: la no verdad. Es por eso que en Mton
sus personajes piensan para curarse y también para herirse. No se tienen
consideración/piedad y están dispuestos a hurgar hasta las últimas consecuencias
en la incomodidad de la inseguridad emocional (el orgullo dinamitado).
Algunos dicen que la novela tiene más
páginas de las necesarias. Es pues una opinión atendible, felizmente no
determinante. Con páginas menos o más, Mton
se impone (y no solo en la experiencia literaria) como un mural visceral de la
situación amorosa actual. Chécala.
jueves, julio 25, 2019
pluralidad
Pico y placa, la provisional medida de
restricción vehicular, que creí que no me iba a afectar, terminó siendo toda
una pesadilla. Me tocó vivir la ordenanza en la noche de ayer, justo cuando me
dirigía a la FIL. Lo que supone un viaje de veinte minutos de mi casa a recinto
ferial, terminó siendo uno de casi una hora. A duras penas llegué a la charla
sobre los cincuenta años de la novela El
viejo saurio se retira (Debolsillo) de Miguel Gutiérrez, en la que
participaron también Dimitri Gutiérrez y Ricardo González Vigil.
Hablé de la novela, pero resultó
imposible no ofrecer una pequeña semblanza de la vida y obra de Gutiérrez. Una
visión personal del amigo y maestro, a quien extrañamos y por quien aún falta
hacer una tarea crucial: recomendar sus libros a los nuevos lectores.
De lo que dije, hay algo que sí me
gustaría subrayar, cosa que así comenzamos a dinamitar ciertas versiones
mentirosas y sucias, como aquella que indicaba que Miguel era un sectario y que
asumía la apreciación literaria desde su visión de militante de izquierda. No
sé de dónde nació esa leyenda, seguramente de algún enemigo ocioso, que Miguel
los tuvo hasta para regalar.
Aparte de gran escritor, Miguel
Gutiérrez fue también un voraz lector, una bestia de la lectura, maestro que
aplicaba el rigor generoso, ese que contagia pasión por lo leído y por lo que
no pero que goza de la entusiasta recomendación. En este sentido, no se privaba
del placer de la lectura, le importaba muy poco la preferencia ideológica del
autor de turno, no venía con esa cojudez que sí he escuchado innumerables veces
en académicos y autores de izquierda: “¿es de derecha, no?”
La última vez que hablé con él, diez
antes de morir, me preguntó si Luis Hernán Castañeda estaba escribiendo algo
nuevo y me dijo que estaba leyendo Los
niños muertos de Richard Parra. Estéticas distintas, no me sorprende. A Miguel
le gustaba la pluralidad y nunca se mostró desinteresado de lo que estaban
escribiendo los autores más jóvenes.
sábado, julio 20, 2019
casi un papelón
“Exitosa” la inauguración de la FIL.
A más de uno agradó que se haya abordado
con firmeza el tema de la Ley del Libro. Nos queda claro que su posible logro
se debe más a los esfuerzos privados que a los de los llamados naturales a
luchar por ella. No sorprende, sabemos de sobra que este es un país poblado de
gente tibia e indecisa, valiente en el relacionismo pero cobarde en llevar a
cabo aquella cualidad llamada vocación de servició. Pienso en la entidad
estatal que representa este horror: el Ministerio de Cultura, que seguramente
reclamará un pedacito de la torta del reconocimiento, cuando lo cierto es que
durante este tiempo el Ministerio de Economía y Finanzas se ha paseado con sus
representantes ante su discurso endeble, el cual no incidía en lo que debían
hacer: mostrar un fuerte discurso político sobre la importancia de la lectura.
La presión mediática de las últimas
semanas ha sido medular para comprometer al presidente Vizcarra con la Ley del
Libro. Al respecto, no podemos negar el protagonismo de la CPL, que pudo
redondear una noche histórica a no ser por la torpeza de no incluir a ninguna
mujer en la mesa oficial de presentación de la FIL. Se pueden decir muchas
cosas a favor y en contra, de si las cuotas se justifican o no, pero tratándose
de un evento cultural relacionado a la lectura y la educación, el sentido común
exigía la presencia de Maria Emma Mannarelli, directora de la Biblioteca Nacional,
y Flor Pablo Medina, ministra de Educación.
Ante la presión, la CPL entró en razón y
evitó el papelón. Emitió un comunicado oficial en el que pedía disculpas del
caso. En esta ocasión, la reacción fue inmediata.
miércoles, julio 17, 2019
recomendaciones
Faltan pocos días para la Feria
Internacional del Libro de Lima, sin duda, el evento cultural más importante
del año en Perú. Lo que sobrará en la FIL serán las novedades, cada cual con su
cuota histriónica dependiendo del gusto o huachafada de los autores. Tengo el
presentimiento que cosas muy curiosas ocurrirán en los días feriales.
Pero de esto no va el post, sino de un
par de preguntas que aprovecho responder por aquí y no por mensajes en las
redes, menos en mi cada vez más saturado mail. Las preguntas: ¿qué nuevo libro
leer? y ¿qué libro recomendar? Aunque parezcan, no son preguntas que guarden
relación.
En la primera, hasta el momento, no
tengo dudas en esta recomendación: La
comedia literaria (PUCP), las memorias de Julio Ortega. Sugiero que la
busquen. Por más que la editorial pertenezca al fondo de una de las
universidades más prestigiosas del país, esta no es ajena al mal de todas las
editoriales universitarias del medio: la pésima distribución. Es cierto que por
estos días la publicación ya está en las principales librerías limeñas, pero es
casi un hecho que habrá demora en las respectivas reposiciones. Por eso, en el
stand de la PUCP de la FIL la podrán encontrar sin problema alguno. Pasión,
amistad, ajustes de cuenta, lecturas, autores favoritos y chisme del bueno, están
más que garantizados en el que para mí es el libro peruano que me gusta más en
lo que va del año.
En cuanto a la segunda, la respuesta
resulta más personal y por tanto caprichosa. En las ferias voy a la caza de
algunos clásicos en ediciones preferentemente anotadas y con diseños atractivos
(tapa dura, buena traducción, etc.). Pienso en El Conde de Montecristo de Dumas, que releí en el verano pasado tras
cinco años de la última relectura. Quizá sea exagerado lo que vaya a decir,
pero este nuevo acercamiento me dio la seguridad de avalar la sospecha íntima.
No soy el único convencido de que es la mayor Novela de la Historia. (Imagino a
los haters y lectores sin voz
enarcando cejas en estos instantes, calma bestias.) Creo que si alguien
pretende quedarse enganchado a la experiencia de la lectura (o proyectarlo en
otra persona), ser parte de la misma por medio del goce argumental y
estilístico, este libro puede significar un antes
y un después, y en ello la edad no
juega un rol, tal y como lo testimonió Miguel Gutiérrez en ese título cada vez
más imprescindible: Celebración de la
novela.
sábado, julio 13, 2019
mafia abierta
Días agitados para el mundo editorial y
librero, razón a la vista: la próxima Feria Internacional del Libro de Lima,
que en esta edición tendrá a Mario Vargas Llosa como eje central. Es decir, veremos
charlas, conferencias, besamanos y demás actividades sobre la vida y obra de
nuestro Nobel.
En este sentido, resulta imposible no
pensar en lo que VLl significa para uno. Me gustan muchas novelas suyas, pero
ninguna como Conversación en La Catedral,
que en mi opinión es una de las cumbres de la novelística mundial del siglo XX.
Pero lo que más tengo presente en estos momentos es su dimensión de trabajo. No
olvidemos que la escribió a los 33 años, ya casado y con responsabilidad
familiar, situación que a más de uno desanimaría en cualquier proyecto narrativo
de envergadura. VLl lo hizo y esa es precisamente una virtud a destacar.
Ese debe ser el VLl que nos debe
interesar, bueno, el que me interesa. No el autor engreído que estamos viendo
desde hace un tiempo, con actitudes y, en especial, las de sus allegados, que
transportan la sospecha a la certeza: la existencia de una argolla con la que
no puedes disentir, a menos que tengas huevos o seas un kamikaze. La actitud
intolerante, tanto suya como la de sus escuderos, flaco favor le hace a su
trayectoria, signada precisamente por la discusión ante la opinión contraria.
Anoche un joven lector, protagonista de
su propia y salvaje experiencia literatosa, me preguntó si en la figura de VLl
hay una mafia literaria. Saludé su ingenuidad, que como tal no es menos. No
tuvo sentido explicar lo obvio.
martes, julio 09, 2019
dossier i. m.
De las muchas cosas que agradezco a la
Literatura, una de ellas es haber conocido en su momento la propuesta literaria
de Iris Murdoch. Cuando la leí, sus novelas no eran fáciles de conseguir, es
por ello que cada vez que adquiría alguna de ellas, no solo sentía alegría por
la compra, también me alucinaba un vencedor épico. Los lectores de a pie saben
muy bien a qué me refiero. Existe un sentimiento de plenitud cuando das con un
libro del escritor al que has comenzado a seguir con admiración y lo único que
quieres es devorar lo que este ha escrito, pero no hablamos de una actitud
ligada al apuro, sino más bien a una que se disfraza de lentitud. No sorprende:
quieres leer todo del autor pero a la vez deseas no acabar su obra.
Eso es lo que me pasa con Murdoch. En mi
época de librero la recomendaba mucho, además, hice una reseña sobre su novela Henry y Cato para Buensalvaje. Toda promoción
resulta insuficiente. Creo que si más escritores locales leyeran a Murdoch aprenderían,
aparte de narrar, a no tener miedo a exponer las pulsiones internas a la hora
de construir personajes (Murdoch es la hacedora mayor de los cuestionamientos
que destruyen identidades). No puedo decir lo mismo de los lectores, a los que
nunca hay que mirar por debajo de “escritores” que leen poco o casi nada. Los
lectores ubican a Murdoch y están más allá del bien y del mal, hay que decirlo.
Este entusiasmo por la irlandesa no es
gratuito (y no habría problemas si fuera así), se debe principalmente al
dossier sobre su vida y obra que acabo de leer en El Cultural. En el dossier
podrán encontrar colaboraciones de Ignacio Echevarría, Alvaro Pombo, Gonzalo
Torné y Andreu Jaume. Si existiera la admiración oscura, esta sería la línea
anímica que conduce cada uno de estos artículos, que tienen el propósito de
visibilizar la obra de esta tremenda escritora de la que en este 2019 se
cumplen 100 años de su nacimiento.
Chequen aquí y vayan tras los libros de
Iris Murdoch.
lunes, julio 08, 2019
lo que viene
Pasada la tensión y la ilusión, al menos
quien escribe solo tiene palabras de agradecimiento para la selección peruana
de fútbol, me puse a ordenar algunos libros que tenía sobre el escritorio.
Presté atención a las publicaciones peruanas de este año, separando las leídas,
las avanzadas y aquellas que me faltan leer. Un amigo, periodista cultural, me
preguntó si ya tengo una idea de lo más destacado del año. No me sorprende su
pregunta, me la suelen hacer semanas previas a la FIL, evento en el que se
presentan los libros más llamativos (al menos, eso es lo que indica la teoría).
En cuento, hasta el momento, sigue
capitaneando Todo es demasiado
(Emecé) de Christian Briceño, también me gusta mucho Jamás en la vida (Planeta) de Fernando Ampuero (sugiero que
nuestros jóvenes-viejos narradores lean este título que tranquilamente puede
ser un manual de cómo escribir un cuento sin caer en las trampas del
aburrimiento, como si este fuera mérito literario).
(Por cierto, presentaré lo de Briceño en
la Antifil el domingo 4 de agosto, a las 5 de la tarde; del mismo modo, en el
mismo lugar pero una hora después, la novela Esta casa vacía (Peisa / Premio Nacional de Literatura 2018 y
muchos reconocimientos más) de Marco García Falcón. Será un domingo especial,
por lo que veo. No siempre tienes la oportunidad de comentar buenos libros y eso
es algo que agradezco muchísimo, ya sea a la vida, el azar, lo que fuere.)
Pienso en las novelas peruanas de estos
meses (satisfecho con La Perricholi
(Literatura Random House) de Alonso Cueto, que espero reseñar en los próximos
días) y guardo expectativa en dos que leeré en las siguientes semanas. Tengo
mucha esperanza en ellas, porque conozco a los autores y los valoro
narrativamente más allá de distancias y acercamientos: Cementerio de barcos (Planeta) de Ulises Gutiérrez y Adiós a la revolución (Alfaguara) de
Francisco Ángeles. A la fecha, dos narradores importantes (esto me alegra
porque en calidad de editor propicié sus primeros libros), de esos a los que
tienes que leer. Sé que lo dicho jode a los haters
del segundo, pero esa es la verdad, Ángeles es un autor al que se debe seguir sin importar las simpatías personales (esto es literatura, no es un tono).
Ya les contaré.
viernes, julio 05, 2019
luis león
Hace unos días, un buen amigo, para mí uno
de los potenciales conocedores de poesía peruana, me preguntó por los diez
poemarios que consideraba estimables, aparecidos desde 2009. Por un momento, su
pregunta me pareció tramposa porque sabe qué es lo que opino de la poesía
peruana última, a la que ya no sigo como hace algún tiempo, y no sé si esa
actitud sea la adecuada, porque a lo mejor me estoy perdiendo de una voz a la
que debería prestar atención.
Igual, pasé a responderle, pero mientras
lo hacía, recordé a un poeta que conocí a mediados de 2009. Lo conocí en un bar
de Quilca, situación que me parece extraña porque no soy de asistir a bares,
pero esa noche estaba en uno, del cual no sé su nombre, ubicado en la
intersección de Quilca con Camaná, frente al Queirolo. En la mesa también
estaba un autor de ciencia ficción, al que bauticé, en buena onda, como “El
psicópata”, y seguramente, en una manifestación exagerada de mi parte, le dije
que era el Philip K. Dick peruano, cosa que no me avergüenza, porque uno suele
hablar huevadas en tragos, lo que sí me sorprendió fue que haya tomado en serio
mis palabras, porque empezó a alucinarse el Philip K. Dick peruano. La mesa la
completaba un pata estudiante de la Villarreal, de quien tampoco recuerdo su
nombre, y a quien he visto activo en varios proyectos editoriales. Si no me
equivoco, fue uno de los integrantes del comité consultivo de Colmena Editores
de Armando Alzamora.
No sé de qué estábamos hablando, sin
embargo, pocas veces me he cagado tanto de risa. Las anécdotas estaban en su
punto mágico, festivas y con estilo, desde Puertoelhueco a las últimas
payasadas de no pocos poepetizos locales. Al final hice mi retiro en modo
automático, pero antes de abandonar el innominado bar, Luis León me entregó su
poemario Absolutamente nada.
Lo leí y le escribí (su mail aparecía en
la pequeña publicación) para felicitarlo por el libro, el cual puse como lo más
destacado en poesía de 2009 en mi recuento. Tiempo después, cuando estuve de
librero en Quilca, recibí su visita. Luis León estaba totalmente cambiado a
como lo vi en el innominado bar, o más formal (supuse que la vida lo había
puesto en otras responsabilidades). Me dejó los ejemplares de su segundo
poemario Bástate alegría, publicado
por Paracaídas. Me dedicó un ejemplar y me pidió que los demás los regale a los
lectores, petición que hice con gusto.
He releído los poemarios de Luis León en
estas últimas horas. Luis León ostenta un radar de lecturas suscritas al universo
de los clásicos, el cual también se refleja en estos dos poemarios,
específicamente en la administración de la métrica. No solo hay talento,
también un mundo interior del cual el autor canibaliza a placer, exponiendo y
disfrazando la verguenza (y todas las ramas que salgan de esta), lo no dicho. No es un dato menor teniendo
en cuenta que en la nueva poesía peruana se entiende “vergüenza” y mundo
interior por disfuerzo y una inimaginable lista de derivados idiotas. La
situación empeora cuando en la forma se pretende estar en avanzada cuando esta
no es más que un pálido eco de una expresión ya caduca o en entendible
silencio. Por eso, la poesía actual no sabe cómo salir o encontrar atajos de
este tráfico originado por el ansia de reconocimiento, sensación a la que
contribuyen los colectivos poéticos que más parecen vientres de alquiler,
cuando lo cierto es que ni siquiera pueden hacer eventos poéticos coherentes
(recitales, homenajes, charlas), imperfectos quizá, delatados por el chanchuyo
argolleril y la nula luz poética. Y para dorar más la costilla, hay puro
huevonazo dándoselas de referente, que cuentan con una escuela integrada por
gansos: reseñistas virtuales, la mayoría pavoneados con cartulinas sanmarquinas
y católicas, que ponen su
conocimiento al servicio del amiguismo, los intereses académicos, el tarjeteo
ferial, la propuesta conceptual (cuando en la teoría se intenta justificar el discurso
poético sin vuelo), la rifa festivalera y, obviamente, infaltable, la arrechura,
maravillas con las que pretenden construir lo imposible: el respeto.
Con un circuito así, poetas de valía y
de verdad como Luis León están condenados a desaparecer. No le entran a la
huevadita, es que resulta difícil creer o imaginar que un Poeta le esté dando a
la huevadita, aunque en este pueblito todo puede pasar. A lo mejor Luis León ha
decidido dar un paso al costado, dejar la práctica para siempre o regresar a
ella muchos años después.
martes, julio 02, 2019
cable a tierra
En esta tarde de martes, mientras alisto
algunas cosas que llevaré conmigo a la BNP, leo una entrevista al escritor
español Juan Francisco Ferré. Debo decir que me gustan los libros de Ferré, al
menos los que he podido leer, incluso, si la memoria no me falla, reseñé una
novela suya, Karnaval, para
Buensalvaje, y algunas veces he recomendado por aquí Providence.
Ferré habla de Revolución, su última novela. En el curso de la entrevista dice
varias cosas a tomar en cuenta, pero una llama mi atención en estos momentos,
como un eco que adquiere resonancia, porque no es la primera vez que la
leo/escucho, y que podemos deducir como la crisis de la ficción, últimamente
entregada a las digresiones temáticas de la autoficción, lejana de la esencia
de aquello que ya parece rareza: la imaginación.
Me gusta la autoficción y considero que
todos los registros están ligados a sus variantes, pero hemos llegado a un
punto en que nos tropezamos con innumerables recuentos vitales, que para colmo están
narrados con una soporífera densidad (contadas veces la “densidad” se ha visto
tan cuestionada gracias a los autores de alma chiquita). En este sentido,
cuando Ferré propone a la ciencia ficción como un camino para radiografiar la sensibilidad
del mundo de hoy, lo hace acorde al impacto de la tecnología, tal y como lo
vaticinaron referentes esenciales de la ciencia ficción, pero con un cable a tierra que permita configurar y
enriquecer ese registro.
Salvando las distancias, algo tendría
que hacerse por estos pagos con nuestra ciencia ficción, que urge de ese cable a tierra que dore la prosa y el
tema. Más allá de algunos chispazos (gratísimos, por cierto), esta no se
instala en un imaginario mayor, condenada solo para el beneplácito de unos
cuantos gatos (algunos de sus cultores la rompen en saldos feriales),
manteniendo su interés bajo la propaganda de la extrañeza (y estúpidos gritos
de guerra tipo “aquí murió el realismo”), que no siempre es el peaje para la
revelación literaria.