viernes, agosto 31, 2012
Aprovecho el feriado
del jueves y me pongo a ordenar mi biblioteca. Tengo más de una torre de libros
que no sé dónde colocar. Me las ingenio y de a pocos voy encontrando espacio,
hago uso de la anchura de los anaqueles, formando así dos, o en el mejor de los
casos tres, filas de libros.
En el caso de las
publicaciones de las nuevas editoriales peruanas, las divido por sello. Y sin
esperarlo, me encuentro ante un registro de estas, de lo mucho o poco que han
crecido, de las que esperábamos más (Matalamanga), de las que han descuidado su iniciático catálogo (Estruendomudo),
de las abigarradas (la solvente
Altazor), de las que se han asentado luego de soberanos tropiezos (Lustra), de
las que han vuelto después de periodos de gloria (Revuelta), de las
inconstantes, pero con toque (AUB), de las que aún le falta afinar su norte,
solo eso, porque su hechura es pulcra (Paracaídas, Bisagra y Cascahuesos).
Obvio, hay más editoriales, interesantes, como la debutante Tribal. Cada una de
ellas ha entregado libros sumamente importantes, se han impuesto a la casi
siempre mentirosa oferta de las grandes casas editoriales, a punta de calidad,
patentizada pues en Poesía en Rock, Toda la sangre, Tromba de agosto, Disidentes,
La línea en medio del cielo, Ave Soul, Contranatura, Casa de
Islandia, El viaje que nunca termina,
El pez que aprendió a caminar, Frágiles trofeos, El inventario de las naves, El
cielo de Capri… Y, por qué no decirlo, han escapado de la demagogia de
proyectos conjuntos que no tenían ni pies ni cabeza, que sirvieron para la
foto y nada más. Felizmente, para el bien de todos, Alpe y Punche murieron como
nacieron: en el entusiasmo.
A lo mejor más de uno
se pregunte a qué cuento de qué salgo con este tema de las nuevas editoriales.
Pues bien, algo de experiencia tengo en el asunto. Durante dos años y medio fui
editor adjunto de Revuelta y creo que no lo hice nada mal. Sé de los tejes y
manejes que hay detrás de cada publicación, del proceso, a veces largo y
psicotrópico, que ellas demandan y del trato que hay que tener con los autores.
En realidad, hay que estar medio loco para meterse en el mundo editorial
peruano.
Una mirada objetiva al
catálogo de las nuevas editoriales me lleva a una conclusión inobjetable: la
mejor de estas, a la fecha, es Borrador Editores. Y no llego a esta conclusión
porque tenga planeado publicar allí. En absoluto (quedo en Altazor con cuatro
títulos más). Si uno mira bien, se dará cuenta de que es la que más ha crecido,
la que ha sabido ampliar su horizonte. Imagino que tendrá los problemas de todo
sello independiente. Y aunque le falte publicar el Libro, en conjunto se
defiende bastante bien. Desde hace un par de años viene entregando novelas y
cuentarios que han enriquecido el panorama de la narrativa peruana actual,
tales como Alma alga, Otra vida para Doris Kaplan, Ella, Playas, Contemplación del
abismo y La casa del sol naciente.
Y nos ha permitido tener acceso a las obras de talentosas plumas foráneas, como
Maria Alzira Brum Lemos (La orden secreta
de los ornitorrincos), David Roas (Horrores
cotidianos), Paloma Valencia (Otras
culpas), Nelson de Oliveira (Odio
sostenido) y Leila Guenther (El vuelo
nocturno de las gallinas).
jueves, agosto 30, 2012
lunes, agosto 27, 2012
viernes, agosto 24, 2012
A un par de años de un hallazgo
Un seguidor del blog me
busca en Selecta Librería. Estoy seleccionando títulos, puesto que en unos días
nos vamos a la Feria del Libro de la PUCP. Este seguidor del blog hurga entre
lo que queda de los anaqueles y coge Tratado
sobre la yerbaluisa de Enrique Verástegui. Me pregunta qué opino del
poemario y le digo lo que pienso, sin pelos en la lengua. Se supone que tengo
que seguir en la selección de lo que se llevará a la feria, pero ya entramos en
el tema Verástegui y la verdad que quiero relajarme bien un rato.
El seguidor del blog me
hace otra pregunta: ¿Te acuerdas cuando Los poetas del asfalto y tú encontraron
el manuscrito de El saber de las rosas
del zambo? Claro que me acuerdo, respondo. Y prendo un Pall Mall rojo y le doy
un sorbo a mi cafecito humeante. Y bueno, paso a poner las cosas en la parcela
de la justicia: fueron Los poetas del asfalto, en realidad Angelito Izquierdo
Duclós, quienes encontraron el referido texto, yo no. Lo único que hice fue
llevar mi cámara digital y escribir sobre el hallazgo partiendo de las pruebas
que vi.
La presencia de este
visitante me hace pensar en la expectativa de los hinchas de Verástegui. Verástegui,
de eso estoy muy seguro, desde hace rato dejó de tener lectores. Verástegui es
a la fecha una suerte de marca, un icono de a pie. Son demasiados los que leen
todo lo que se pueda de él, sino cómo explicar el éxito en ventas de sus
últimas entregas sumamente menores. En fin, misterios del fetichismo literario.
Cuando se le entregó el
manuscrito al poeta, en un evento realizado en un histórico bar del centro, en
mayo de 2010, creí que no pasaría mucho tiempo para tener en manos El saber de las rosas como libro.
En estos años he escuchado del interés de algunas editoriales, pero a la fecha
no hay señales de que esta posibilidad vaya a cristalizarse, lo cual frustra,
puesto que Verástegui es de los contados poetas al que quisiéramos leer en su
faceta de ensayista, y comprobar si es verdad si su libro es un “artefacto
literario valioso para el universo”.
Aquella mañana de marzo en el puesto de libros de Angelito, me puse a picar el manuscrito.
Estuve en este trance casi hora y media, trance interrumpido por las páginas en
sepia que Angelito y Richi Lakra me pasaban, que eran las cartas de Verástegui
dirigidas al poeta y ex blogger Paolo de Lima, que tuvo el manuscrito durante
tantos años y que solo él sabe cómo fue que llegó a parar a La Parada.
Pues bien, estoy en la subjetiva
condición de afirmar de que no es un artefacto literario valioso para el
universo, pero sí uno que nos brinda las suficientes luces del peculiar
pensamiento del poeta con relación al devenir de la poesía peruana
contemporánea. No tengo reparo alguno en decir que lo leído a medias
transmite mucho más que la mayoría de ensayos y artículos que se han publicado
sobre el tema. Verástegui no es presa de la jerigonza rebuscada, ni del interés
delatado por la trampa, sino de su experiencia de lector, de su yo nada contenido
que le permite pergeñar una bella prosa al servicio de la mágica contundencia
conceptual, que rebrota en polémica también, de estos textos que espero, algún
día, podamos leer en el formato para el cual fue escrito.
jueves, agosto 23, 2012
Echevarría, el crítico
Ignacio Echevarría es
el crítico literario que más leo. No sigo al pie de la letra todo lo que dice
en sus columnas semanales de El Cultural.es, pero acepto que su magisterio me
está ayudando más de lo que creía. De él solo he leído Trayecto y Desvíos,
dedicados a la narrativa española y latinoamericana, respectivamente.
Terminé Desvíos. Un recorrido crítico por la
reciente narrativa latinoamericana (Ediciones Universidad Diego Portales,
2007) hace un par de meses y no he dejado de frecuentarlo, de picarlo para
reforzar o refutar ciertas ideas, como su ensayo sobre Fresán y la reseña de El arte de la fuga de Sergio Pitol,
libro capital en mi visión de la literatura y que todo aquel que se precie de
buen lector, serio, queda en la obligación de leer. Y regreso también a sus
elogios, que a estas alturas no debemos poner en tela de juicio, a Parra y
Bolaño, que tienen el poder de hacernos volver a lo que ellos han escrito. Cuando
el crítico español piensa, así estemos o no de acuerdo, genera pincelazos
neuronales, que más de un colega, en especial peruano, debería tomar de
ejemplo, pero al momento de preguntar es cuando cae, tal y como puede verse en
sus entrevistas a Aira y Villoro, flojísimas, por decir lo menos.
Ahora, Desvíos podría leerse bajo el amparo del
espíritu expectante que tenemos para con las antologías. Me explico: para armar
un libro como este se ha tenido que conocer a fondo el universo en que se
centra, para seleccionar lo mejor, lo bueno y, cómo no, también lo sobrevalorado.
En este sentido, la mirada de Echevarría viene bendecida por la distancia,
ajena a las argollas de este sur, por lo tanto, tuvo todo a su favor para
llevar un buen trabajo de escogencia, que lo logra, y con creces, pese a que sí
es posible especular sobre una inclinación preferencial de lo que para él
debería ser la narrativa latinoamericana. Lo que le importa es la forma, todos los
caminos que lleven a lo nuevo, no a la trama, ni el contenido. Digamos que su
función es la de abrir puertas y no la de cuidar la retaguardia.
Para llevar a cabo una
empresa tan ardua como esta se tiene ser dueño de una sensibilidad especial de
lector. Resulta nada complicado pontificar de lo ya establecido, y también ser
dueño de un carácter consecuente, es decir, los autores seleccionados, muchos
chilenos, eso sí, han sobrevivido a una criba descomunal, quedándose con el
hueso las grandes editoriales y agentes que hacen su chamba: vender a toda
costa cualquier tipo de sebo de culebra.
Echevarría es un
crítico a quien le tengo reparos, pero más allá de sus axiomáticas virtudes,
hay algo que destaco en él por encima de todo: su honestidad. Lo que debería
ser una característica natural se ha vuelto hoy en día una virtud. La crítica literaria en latinoamérica, salvo
excepciones, sucumbe ante la gangrena del lustrabotismo, el favoritismo y el
treponismo. Desvíos pone las cosas en
su lugar. Y eso no es nada poco en estos tiempos en los que importa más
trabajar la “otra literatura” que la literatura misma.
miércoles, agosto 22, 2012
lunes, agosto 20, 2012
jueves, agosto 16, 2012
Nueva librería: Librería Sur
Para los que hemos
recorrido bien la última edición de La Feria Internacional de Libro de Lima, no
tenemos la más mínima duda de que el mejor stand fue Heraldos Negros, de los
hermanos Malena, Carola y Walter Sanseviero. No sé si fue el que más vendió, pero
de hecho gozó de la preferencia del lector recurrente, es decir, de ese que
busca lo más selecto de la literatura, el arte y el pensamiento; de ese que
hurga entre los estantes, esperando sin esperar encontrar un título caleta; de
ese que sabe que leer no es solo una inversión, sino una necesidad vital.
Desde hace un tiempo
venía escuchando sobre una librería que abrirían los hermanos Sanseviero. Y al
igual que más de uno, tenía la certeza de que era un proyecto harto complicado.
Hay que ser algo loco y dueño de férreos ideales para apostar por una librería.
Es por ello que la inminente apertura de Librería Sur − jueves 24 de agosto a
las 7 de la noche, en Pardo y Aliaga 683, San Isidro−, nos debe devolver la fe. Eso, la fe
en que pueden hacerse muchas cosas sin prestarse a los mandatos del mercado y
que es posible que impere, como este caso, el gusto del librero que lee, aquel
que siente la pulsión por la letra impresa desde la cuna.
Son días de chamba en
Librería Sur. La están terminando de equipar. Por eso, invito al lector a que
haga clic en la imagen y así pueda ver| cómo está quedando.
Y para terminar, debo
decir que no pocos nos hemos formado el
imaginario libresco con la labor de los Sanseviero. Ya lo hicieron
antes, y lo harán ahora con Librería Sur, llamada a ser legendaria.
miércoles, agosto 15, 2012
El Caicedo que prefiero
Un par de meses atrás
me enviaron un mail desde Medellín, en el que se me preguntaba si podía
escribir un texto sobre la narrativa de Andrés Caicedo. En principio respondí
que sí. Sin embargo, a los dos días desistí y le expuse a los interesados mis motivos,
entre los que pesaba el hecho de que jamás me he sentido convencido de la
poética del autor de Calicalabozo, ¡Qué viva la música! y Noche sin fortuna. Fue un mail, creo yo,
bien argumentado y con respeto, el mismo que a la fecha aguarda una respuesta
de cortesía.
Me resulta imposible
escribir sobre un libro y un autor por el mero hecho de cumplir; necesito estar
comprometido, así idolatre u odie para ponerme a teclear. Así funciono. Como
bien escuché una vez, en un tiempo y galaxia lejana, la medianía no va con los
escorpiones.
Quizá Caicedo sea el
autor latinoamericano al que más oportunidad le he dado. He vuelto a sus
títulos más de una vez, con la esperanza de tener un poquito de la obnubilación
que los otros sentían por él. Involuntariamente me he convertido en un apático conocedor
de su obra. Y por paradójico que parezca, su libro que me gusta más es Mi cuerpo es una celda, que no es propio,
sino de Fuguet, su hincha, y a quien debemos en buena medida el renacimiento
del colocho, que a la fecha es toda una leyenda en el imaginario artístico
latinoamericano.
Nuestro artista quiso hacer cine antes que
forjar una carrera literaria. Y de cine escribió muchísimo. Pues bien, lo mejor
de esta faceta ha sido compilado por Sandro Romero Rey y Luis Ospina en Ojo al cine (Verticales de bolsillo,
2009), en donde nos topamos con un Caicedo en paroxismo, pasional y sumamente
prejuicioso, que en más de un tramo proyecta en el lector un férreo compromiso
que no solo lo asiente en la mera expectación, sino que lo obligue a pensar,
precisamente, en el cine, en ver más allá de las imágenes, concentrándolo en lo
que no se ve y así aprehender los circuitos del espíritu de la película. O sea,
querido lector, lo que el colocho te dice entrelíneas es que seamos lo más
impresionistas que podamos, puesto que este es el primer paso para adentrarnos en
la médula de la película, y una vez llegado a este rellano barajar la idea de
llevar a cabo el análisis, el recorrido mental de rigor si te da la gana. Por
ejemplo, sus reseñas de Teorema de
Pasolini, La cumbre y el abismo de
Peter Watkins, Compulsión de Richard
Fleischer, Las dulces amigas de
Claude Chabrol, Harry el Sucio de
Donald Siegel, La pasión de Ana de
Ingmar Bergman, El caso Paradine de
Alfred Hitchcock y más, mucho más, nos proporcionan otra mirada, que goza de
mayor frescura y alcance que la de los actuales y a la vez canosos acercamientos
que tenemos de estas, muy bien escritos por supuesto, pero rubricados por la
frialdad, puesta de manifiesto cuando se escribe sobre cine sin el enajenamiento y entrega casi sexual
como sí lo hacía Caicedo.
domingo, agosto 12, 2012
sábado, agosto 11, 2012
Crónicas de poetas
Rodolfo Hinostroza es a
la fecha, junto a Jorge Pimentel y Carlos Germán Belli, uno de los más grandes
poetas peruanos vivos, basta con Consejero
del lobo y Contra Natura para
quedar en el parnaso. En su faceta narrativa no lo ha hecho para nada mal,
resulta más que atendible, tal y como lo demostró con Fata Morgana y Cuentos de
extremo occidente. También ha incursionado en otros registros, como el
teatro, pero con saldos que prefiero pasar por alto.
Escritores como
Hinostroza aparecen una vez cada cincuenta años. Definámoslo de genial, a
secas, y que no se diga más al respecto. A la fecha es evidente el peso de su
magisterio entre los nuevos poetas peruanos y latinoamericanos, quienes a su
modo, son sus deudores.
Cada nuevo libro suyo
genera expectativa, inadmisible esquivar la mirada. Nos olvidamos de sus
títulos menores (Nudo Borromeo y Memorial de Casa Grande). Es que este
letraherido es una adicción, una voz a la que siempre vamos a tener que leer y,
por qué no, volver. Él es la praxis, el sendero de los verdaderos grandes. Y nos
hace bien, a todos, que una pluma como esta siga escribiendo y publicando.
Desde hace algunos días
circula en librerías su última entrega, Pararrayos
de Dios, por cuenta de la nuevo sello Tribal, que con este título ha
entrado con la pierna en alto en el mundillo literario local. Pues bien, aquí
el escritor nos pone en bandeja un acercamiento, excesivamente subjetivo, a más de una veintena de poetas peruanos, no
pocos de ellos capitales de nuestra tradición literaria, como Javier Heraud,
César Calvo, José María Arguedas, Jorge Eduardo Eielson, Luis Hernández y
Emilio Adolfo Westphalen. Como bien se señala en la contratapa, la mayoría de
estos textos fueron publicados en la revista Caretas. Al respecto, recuerdo que
los de Heraud y Scorza le generaron alteradas y justificadas reacciones. Cuando
los leí, confirmé mis sospechas: la natural inclinación de Hinostroza a la bajeza
y la patanería. Lamentablemente, algunos incautos consideran estas pequeñeces
del alma como franqueza.
Más allá de estos reparos,
el espíritu del divertimento se impone en estas páginas. En más de un pasaje la
experimentada pluma nos transporta a la misma época en que conoció a sus protagonistas,
recorremos por medio de ella las casas, calles y recitales en los que se reunían,
percatándonos de la malsana competencia que existía entre ellos y también de
las pequeñas argollas que formaban. Pero también el poeta nos pone entre la
espada y a pared, nos hace llorar, cercena fibra, tal y como leemos en las
pinceladas sobre Octavio Hinostroza (su padre), Cecilia Bustamante, Juan
Gonzalo Rose y Luis Hernández. Hinostroza documenta con maestría, como solo los
viejos zorros saben hacerlo. Su visión personal es riquísima, pero esta también
le juega malas pasadas, puesto que los acercamientos a Chabuca Granda y César
Calvo, por ejemplo, lo dejan como un entusiasta practicante del lustrabotismo.
Pararrayos
de Dios es una de las publicaciones más importantes del
año, de eso no hay duda alguna. Hinostroza tal cual, sin afeites, como tiene
que ser. Y lo que destaco más, debido al impacto que ejercerá el libro en el
lector de turno: el descubrimiento de una voz que merece, al menos por un
tiempo, salir de la injusta cápsula del olvido. Esa voz: Guillermo Chirinos
Cúneo, hacedor de una maravilla capaz de cambiar las perspectivas de cualquiera,
Idiota del apocalipsis.
viernes, agosto 10, 2012
jueves, agosto 09, 2012
Bolaño sobre Vargas Llosa
Una tarde de buena
conversa en Selecta. Apaciguo la natural y entendible preocupación de Yesenia
ya que me haré cargo de la librería yo solito, durante algunos días… Prendo la
radio y sintonizo Radio Mágica, enciendo un par de Pall Mall rojos y respondo
los mensajes que han llegado a la cuenta de Facebook de la librería. Y de
taquito, le doy los últimos toques al texto sobre Pararrayos de Dios de Hinostroza, que subiré al blog en unos días.
El curso de la tarde se
ve alterado, para bien, por la aparición de nuestro buen amigo Renzo, voraz
lector y una de las personas más brillantes que pueda conocer. Renzo me dice
que no se ha olvidado de lo que me prometió, y yo me preguntó qué cosa me ha prometido.
Me entrega una hoja fotocopiada.
“¿Te acuerdas?”
Intento recordar.
“No lo creías, pero
allí está”.
Ahora lo recuerdo. Renzo
me había hablado de un prólogo de Roberto Bolaño sobre Los cachorros y Los jefes
de Vargas Llosa, incluidos en la colección ‘Las 100 joyas del Milenio’ que
lanzó en los noventa el diario español El Mundo. Cuando Renzo me comentó de ese
texto, sencillamente se me hizo difícil de creer. Es sabido que el autor de Estrella distante no se expresaba nada
bien del hoy Nobel de Literatura, ya sea por su postura política y su propuesta
literaria, al punto que en una entrevista, que pueden encontrar en Youtube, no
duda en calificarlo de Viejo macho de la literatura latinoamericana.
Pues bien, ¿qué dice el
verdadero detective salvaje?
No mucho, la verdad. Es
decir, Bolaño no es pródigo en elogios y es más que nada descriptivo. Sin embargo,
el arranque de su prólogo es no menos que fenomenal y adictivo.
Cito:
En
el recuerdo de mis lecturas juveniles hay cuatro novelas cortas escritas por
autores que más bien solían escribir novelas largas, cuatro novelas que al cabo
de los años conservan toda su carga explosiva original, como si tras estallar
en una primera lectura volvieran a estallar en una segunda y en una tercera
lectura y así sucesivamente, sin llegar nunca a agotarse. Son, sin lugar a
dudas, obras perfectas. Las cuatro hablan de derrotas, pero convierten la
derrota en una especie de agujero negro: el lector que meta su cabeza allí sale
temblando, helado de frío o cubierto de sudor. Son perfectas y son ácidas. Son
precisas: la mano que maneja la pluma es la de un neurocirujano. Y son también
una fiesta del movimiento: la velocidad de sus páginas hasta entonces era
inédita en la literatura de lengua española. Estas novelas son El
coronel no tiene quien le escriba, de
García Márquez, El perseguidor, de
Julio Cortázar, El lugar sin límites,
de José Donoso, y Los cachorros, de
Vargas Llosa.
La publicación es del
año 1999. Y me pregunto: ¿Bolaño era lo suficientemente conocido para prologar
a un grande? En apariencia no. Quizá se le convocó porque estaba en pleno
ascenso, en franca proyección, porque un año antes había obtenido el Herralde
con Los detectives salvajes. No encuentro
otra razonable explicación.
martes, agosto 07, 2012
Cuando la ficción es un pretexto
Publicado en el tercer
número de Estante.
…
Fines de 1998. Me
encontraba en el instituto Raúl Porras Barrenechea, en una suerte de lecturas
condimentadas de insoportable jerigonza académica. No sé qué hacía allí, el
mundo académico jamás me ha interesado. Sin embargo, aquella vez más de un
ponente mencionó a José Saramago. Y claro, estas recurrentes referencias no
eran gratuitas, tenían toda la pinta del oportunismo. Saramago no llevaba más
de un mes como Nobel de Literatura y más de un dizque caleta de la lectura
juraba conocer su obra. Sus libros empezaron a reeditarse por doquier y más de
uno quería leer hasta ese entonces a esa escondida pluma.
Salí de la casa de la
calle Colina rumbo a Larco. Fui a la librería La Familia. Pregunté por alguna
novela de Saramago y compré El año de la
muerte de Ricardo Reis. Días después la leí y quedé impresionado. Y debo
decirlo: si no fuera por ella, no me hubiera animado a buscar la obra de
Pessoa, a la fecha, uno de los poetas que más admiro.
Esta vez no se han
equivocado con el Nobel, pensé durante algunas semanas. Por lo tanto, decidí
buscar más títulos del portugués.
La decepción empezó
poco después, cuando llegó a mis manos El
evangelio según Jesucristo. No me gustó para nada. Y no se debió por
reparos a la prosa del autor, que dicho sea, refulgía en una pesadez debido a
sus interminables digresiones, sino a su discurso, que tenía todos los atavíos de
la ensayística sobre la paz, el amor ágape y la justicia social. El evangelio… no es más que un tratado
de lo que debería ser el buen hombre contemporáneo. Moralina a granel. Aún así,
no me decepcioné de la poética de Saramago. Y decidí darle una tregua. No
leerlo en algún tiempo.
En los años que no lo
leí, me topaba con personas a las que tampoco les gustaba Saramago. Hasta
críticos literarios, serios, pero de izquierda, que defendían, bajo argumentos
risibles, la propuesta del Nobel, izquierdista y comunista declarado. Ser de
izquierda es un sentimiento, no valen las réplicas, empezaba a darme cuenta.
Saramago en ese entonces se había convertido en un cura o mensajero de la
justicia social; valía más el contenido de sus tópicos que lo literario.
Y me acerqué a Todos los nombres, Ensayo sobre la ceguera, La
caverna, El viaje del elefante, El hombre duplicado y un par más que
ahora no recuerdo. En síntesis: Saramago era un ensayista que usaba la ficción
como pretexto. Fue un escritor comprometido con su tiempo. Por ejemplo: es
harta conocida su postura contra la globalización capitalista, al punto que no
pocos de sus textos de El último cuaderno,
en el que reunió sus posts del blog que administraba en El Boomerang, pueden
dar fe de esta aseveración.
No creo que Saramago
sobreviva a esta generación de lectores. Me gustaría que se le recuerde como un
buen escritor, y no un Nobel menor. El Nobel es su estigma. Fácilmente se lo
merecían otros. Obviamente, no fue su culpa que los ancianos de la academia
sueca le hayan otorgado el galardón, tan preocupados, la mayoría de las veces,
en aspectos extraliterarios y no en lo que debiera importar en literatura.
Sintiendo con la mente
Texto publicado en el
tercer número de Estante.
…
Si el desarrollo del
estilo es la biografía de todo escritor, pues digamos que Sophie Canal (Antony
– Francia, 1967) ha llevado el legendario aserto nabokoviano a un sendero muy
exigente. No es para menos. Su primer libro de relatos, Geometría del deseo (Borrador Editores, 2012), marca desde ya un
saludable respiro para la narrativa peruana actual. Y no me sumo, ni hablar, a
los saludos exaltados de Julio Ortega y Czar Gutiérrez. La razón: no le doy
mucho crédito a los textos de contraportada.
Un breve paneo por la
narrativa peruana y, por qué no, latinoamericana, nos pone de manifiesto la
tendencia buscadora de sus nuevas voces. Cuando todo ya está dicho en ficción,
vale pues, y más que antes, la experimentación formal, ahondar en el viaje
interior y, en escritura misma,
dotarla de densidad y peso. Hemos tenido resultados dignos de destacar, aunque los
más no han sido más que interesantes. Empero, muchos de los textos que nos
presentan adolecen de una evidente falta de madurez. Bien decía Barthes que la
forma es todo. Pero la forma tampoco puede ser usada como pararrayos, no se
puede recurrir a ella y pasar por alto falencias vergonzosas en el respiro
narrativo.
Es en este detalle que Geometría del deseo marca
la diferencia, porque no solo estamos ante un cuerpo u artefacto literario,
sino ante una pluma madura que llama la atención desde las primeras líneas de
cada uno de los relatos. Relatos nada complacientes con el lector. En
apariencia sencillos, si cometes la ingenuidad de acercarte valiéndote por los
meros títulos (que pudieron ser otros, dicho sea); pero que una vez que
comienzas a recorrerlos, sabes que poco o nada sirve la mera concentración y te
obligas a re-pensar en Canal, en qué es lo que hay en su cabeza para comunicar mucho
tanto y tan bien, en la dificultad de su propuesta que no bebe de la narrativa
como tal, sino de la poesía y la filosofía como catalizadores de su poética.
Mientras leía los
relatos me preguntaba sobre la trampa de los mismos. Y lanzo la especulación
sobre su travestismo, o sea, que estamos ante ensayos disfrazados de relatos
(“Visión erótica de un mono”, “Sacrificio de los gatos”, “Ossia”, “Vivir sola,
ja, ja” y “Joven desnuda, de pie”), lo que no representa un óbice para el
lector ducho, puesto que la autora, de esta manera, nos brinda un festín de
referencias ligadas a la alta cultura sin caer en la posería y el caletismo
ilustrado. Canal es natural y esto en narrativa breve es más que un punto a
favor. Sin embargo, en ciertos textos abusa de un forzado despliegue mental
(“Al principio, el pollo”, “Duplicidad de las velas” y “El amarillo es
dudoso”).
Llevamos buen tiempo
escuchando sobre la medianía en los libros de los autores debutantes. Bajo todo
punto de vista, Geometría del deseo
se aleja de esa medianía, colocándose en un pedestal de expectativa que nos
lleva a esperar la publicación de una novela, porque este cuentario, encierra,
de por sí, una novela entrelíneas.
domingo, agosto 05, 2012
Texto de presentación - '(Ella)' de Jennifer Thorndike
A continuación, el
texto de presentación que leí sobre la muy buena novela (Ella) de Jennifer Thorndike, en la pasada edición de la Feria
Internacional del Libro de Lima.
…
Estamos ante un libro
medular del proyecto literario de Jennifer Thorndike. Y me disculparán la
digresión, pero me es imposible no recordar los buenos comentarios que recibí
sobre su cuento “Día de salida”, que incluí en Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas. Como en todo
florilegio, hay relatos que gustan más que otros y los lectores son fieras al
momento de marcar sus preferencias. Pues bien, solo con Thorndike hubo consenso:
la contundencia de su poética patentizada en el citado cuento, lo que a todas
luces era un salto más que cualitativo en lo que venía escribiendo.
Ahora, como lector
compruebo que ese salto cualitativo se redefine y repotencia en esta novela
breve (Ella), editada por el mejor
sello peruano independiente, el más decente y pulcro, Borrador Editores. (Ella) es la versión recargada del ya
citado título incluido en Disidentes 1,
que ubica a su autora en un lugar de privilegio en el imaginario de la nueva
narrativa peruana, es decir: entre las referencias ineludibles, las que no
aceptan la categoría de “interesantes”. Jennifer Thorndike, a secas, ha
demostrado que es una escritora seria y con oficio. Talento tiene y la pudo
hacer fácil, apelar al efectismo haciendo uso de un lenguaje sumamente
funcional. Pero no, no ha sido así. Y es en este aspecto en lo que sí quiero
hacer hincapié.
Le pido al lector que
no se deje engañar por la brevedad de la publicación. En lo poco, Thorndike
transmite mucho, nos hace sentir y pensar sobre su protagonista, una mujer que
bordea los sesenta años que está segura de haberse liberado del yugo de una
madre posesiva, a la que ha cuidado en el curso de su larga enfermedad.
Podríamos en teoría ubicarnos ante una cura externa. Y no es así, nuestra
antiheroína, porque eso es ella, una antiheroína, sucumbe ante el ajuste de
cuentas en la experiencia de la palabra, dejando de lado los recursos
descriptivos en pos de la más pura intención testimonial, la más de las veces
cruda y confrontacional.
Ahora, ¿acaso es la
primera vez que se hace algo así? Obviamente, no. Más de una voz narrativa
peruana ha hecho uso de las facilidades del registro testimonial, y ni hablar
de lo que se publica al respecto más allá de nuestras fronteras. Para mi buena
suerte, me gusta este tipo de literatura, y en el gusto uno termina forjándose
una cierta experiencia, capaz de detectar las mentiras y facilidades que esta
clase de registros proporciona. Es por eso que estar hablando de (Ella) me causa una tremenda alegría y
satisfacción, ya que la misma escapa de las patrañas aplicadas por los que han
recorrido interesadamente estos senderos. Bien lo sabe el lector entrenado:
escribir bien no es mérito literario. Lo que interesa en literatura es, ya lo dije
líneas arriba, transmitir, violentar al lector, incomodar. Y esto Thorndike lo
consigue, porque conoce bien a su antiheroína y se ha nutrido bien de la
atmósfera (tradición, que recoge no poco de Carta
al padre de Kafka y Patrimonio de
Roth) en la que guía esta novela del desarraigo emocional. No solo la
antiheroína nos zarandea, también, pues, la presencia en ausencia de la madre
muerta y el hermano gemelo, aliado al principio, enemigo al final. En otras
palabras, nuestra autora ha partido de la configuración de cada uno de sus
personajes. Los perfiles no se pierden, ni son dependientes, cada uno es una
galaxia distinta en la que yace el curso narrativo de esta empresa. Aquí los
personajes parecen malos, despiadados con la progenitora, pero en realidad son
ellos mismos, nosotros mismos. Con ellos Thorndike es la que ha calado más en
la psicología humana de entre sus colegas de generación.
(Ella)
es una novela de total madurez. Y se trata de un mérito mayor en Thorndike
cuando en narrativa es casi imposible encontrar madurez, puesto que los que
escribimos nos topamos con esta luego de muchas aguas/años de recorrido. Con esto
no quiero decir que Thorndike sea nuestra Alice Munro, menos aún la versión
juvenil de Lorrie Moore. Sencillamente, Thorndike supo bien qué era lo que
anhelaba escribir, sabía del mundo a radiografiar, y en ese espectro puso toda
la ambición de su específico imaginario. En lugar de un jardín, prefirió
entregarnos una bellísima maceta. Para escribir se necesita dinamitar el ego,
creérsela en justa medida de que se puede hacer algo más que importante. (Ella) no solo es una muy buena novela,
que indefectiblemente le traerá justo réditos a su hacedora, también le brinda
aires de frescura y vitalidad a la narrativa peruana actual enfocada. La
literatura es la verdad camuflada de mentira, y en esta línea ubicamos a (Ella), que estoy seguro se abrirá paso
por sí sola y crecerá más en los próximos años.
Muchas gracias.