miércoles, julio 30, 2014
martes, julio 29, 2014
104
Los días de feria pasan y más de uno ha
llegado a los límites de sus fuerzas físicas.
Al menos, yo le pongo buena onda aunque
ande algo cansado.
Como bien dije en un post anterior, para
esta FIL he tenido la suerte de presentar muy buenos libros, que de lejos
superan la categoría de interesante. Los libros de Ginsberg (Olavarría),
Ampuero, Zúñiga y Gutiérrez-Rodríguez son de lectura obligatoria. Sus títulos
han hecho que mi tiempo invertido en la lectura haya valido la pena. Parece
ingenuo decirlo, pero hoy en día muchos tienen tan poco tiempo para leer que se
ven obligados a ir a la fija, actitud que me parece del todo válida.
No hay que perder el tiempo en los
libros que poco o nada sumen en el acervo del lector. No tenemos tiempo para
libros interesantes, mucho menos para los malos.
En este sentido, me parece bien que
vayamos a la fija. En cada una de las presentaciones en las que he participado,
he sentido que estado recomendando libros redondos, que tienen el suficiente
poder de seguir con uno aún después de su lectura.
Por ello, ahora que abro una chela en
lata y prendo un cigarrito, siento que estoy tranquilo con mi alma. He
colaborado con un granito de arena en esa dura batalla contra la no lectura.
domingo, julio 27, 2014
jueves, julio 24, 2014
103
Desde hace un tiempo me siento muy
cercano a la tradición de los retazos.
Me explico:
Cuando hablo de la tradición de los
retazos me refiero al trabajo paralelo que realizan los escritores en relación
a su obra mayor, a la que digamos, en teoría, le dedican una mayor atención, en
la que se funde toda la fuerza mental y física. Supongamos que el escritor X
viene escribiendo un proyecto narrativo, sea cuento o novela, pero en el curso
del mismo recibe el pedido de escribir un artículo, un ensayo, una crónica, un
texto de contratapa o un texto de presentación. El escritor X acepta y se
embarca en la pequeña empresa. Le resulta fácil porque se trata de un tópico
que domina. El escritor X cumple con el pedido y vuelve a la concentración que
le exige el proyecto mayor. Sin embargo, no pasa mucho tiempo para recibir otro
pedido, como por ejemplo, un ensayo sobre los 100 años del natalicio de un gran
escritor. Y vuelve a cumplir con el requerimiento.
Pasan los años y el escritor X se da
cuenta de que esos textos que escribió en paralelo a su poética bien pueden
formar un libro, entonces decide publicarlos en formato de libro.
Ahora, a lo largo de mi vida he leído no
pocos libros de este formato. Y los hay de todos los gustos y colores, es
decir, de los buenos y malos. Digamos que durante un tiempo no era un terreno
al que se iba a lo seguro. Además, cada vez que me topaba con una publicación
de artículos escogidos o artículos reunidos que me atrapaba, no hacía otra cosa
que festejarlo de la más manera más sana de festejar un libro: recomendándolo a
los lectores, a los amigos o a los potenciales interesados en una buena
lectura.
*
Felizmente las cosas están cambiando.
Desde hace un tiempo se están publicando de forma recurrente este tipo de
libros y de a pocos, en realidad no falta mucho, estos se convertirán en la
cimiente para que los textos de la tradición de los retazos sean vistos como
todo un género literario, como alta literatura con fuego para seducir a los
lectores, haciéndoles creer y vivir en la experiencia de la palabra una
experiencia similar a cuando leen ficción y poesía.
Vienen a mi memoria el Crack Up de Fitzgerald.
Y haciendo un salto temporal y
geográfico el Tránsitos de Alberto
Fuguet. O cruzando el charco, Una vida
absolutamente maravillosa de Enrique Vila-Matas… Los artículos de Piedra de
Toque de Vargas Llosa. Hasta los cursos
de literatura de Nabokov también se insertan en la tradición de los retazos. Ni
se te ocurra pasar por alto La muerte de
la polilla de Virginia Woolf. E imperdonable si no tenemos en cuenta los
ensayos de T. S. Eliot.
Podría citar más nombres ilustres, pero
nada me sacará de la cabeza de la fuerza de esta tradición. Pero me pregunto: ¿cómo insertarse en
esta tradición? O sea, cualquier escritor en un arranque de megalomanía podría
atreverse a reunir sus textos paralelos y publicar su librito de ensayos y
crónicas.
Error, pues, error de errores.
La tradición de los retazos se reserva
el derecho de admisión. La puerta está abierta, pero a medias, solo para los
elegidos.
*
Y nos toca aterrizar en la tradición
literaria peruana.
Hay que decirlo de arranque.
La tradición de los retazos en el Perú
es casi inexistente, si es que hablamos de calidad literaria. Para ser parte de
ella hay que exhibir también una obra narrativa o poética de alcance y
referencialidad. Con este solo principio, lamentablemente, blanqueamos a los
grandes articulistas de la primera mitad del siglo XX.
Ahora, es a partir de la segunda mitad del
siglo pasado que hemos podido acercarnos a genuinas joyas literarias que nos
harían pensar en una tradición de los retazos oculta en nuestra tradición
literaria. Y como lector me parece saludable que sea oculta, no del todo vista,
y lo digo conociendo el egocentrismo de muchos escritores peruanos, que a las
primeras palmadas ya se alucinan la reencarnación de Thomas Mann o Fitzgerald.
Esta tradición oculta está conformada
por un puñado de publicaciones que haríamos bien en frecuentar. Pienso en Sueños reales de Alonso Cueto, El pacto con el diablo de Miguel
Gutiérrez, en Libros extraños de Luis
Loayza, en Relámpagos sobre el agua
de Guillermo Niño de Guzmán y, cómo no, en La
caza sutil de Julio Ramón Ribeyro.
Debo confesar que he aprendido mucho de
estos libros, me han servido de brújula y me han ayudado a cubrir mis lagunas
lectoras. No sería el lector que soy sin ellos.
*
Pues bien, qué pienso y siento cuando
leo los artículos, semblanzas, las crónicas y ensayos de Fernando Ampuero.
Digamos las cosas claras: cuando me
acerco a sus textos, siento que me hablara el mismo Ampuero. Obviamente,
aprendo de sus lecturas, me enfrento a sus criterios de lector, pero como dije,
siento que me hablara, que me hablara risueñamente, como si estuviera con
alguien con quien estuviera conversando durante horas, horas que no pasan, como
si se detuviera el tiempo.
Conozco a muchos lectores que me dicen
lo siguiente de los artículos de Ampuero: “oye, Gabriel, qué paja escribe el
tío”.
Es que es eso: los artículos, las
crónicas y ensayos de Ampuero son pajas. Una verdad incuestionable. Y lo son
porque desde siempre ha manifestado y cuidado la honestidad de su prosa.
Estamos ante un autor que no solo ha encontrado su voz, sino que la ha nutrido con
una mirada muy peculiar, una mirada doble, una puesta en los libros y la otra
en la vida, por igual, sin descuidar ninguna de ellas.
Mirada y voz hacen el estilo Ampuero.
El estilo Ampuero nos lleva hacia uno de
los libros más vitales y librescos de la tradición de los retazos Made in
Sudamerica: Tambores invisibles.
Lo que digo no es exageración. Lo digo
sano, con la mente en estado de quietud y paz.
Tambores
invisibles
es un libro que habla. Es un libro que nos ofrece el otro lado de uno de los
escritores peruanos más referenciales y, también polémicos, de la literatura
peruana contemporánea. Ese otro lado que nos lleva a conocer su cocina
literaria, su cantera lectora, como también a la persona como tal.
A medida que recorremos estás páginas no
demoramos en ser cautivados por una oralidad, una oralidad pícara que nos habla
sin poses intelectuales de Petronio, Capote, Chéjov, Ajmátova, Melville,
Fitzgerald, Salinger, Lowry, Rimbaud, Hitchcock, Sérvulo Gutiérrez, Montaigne,
Simenon, Bryce, Ribeyro, Borges, Fellini, Chocano, Rulfo, Cortázar…
Por ejemplo. Como lector nunca me ha
gustado Chocano. Quizá su vida me ha llamado la atención, como a todo mundo,
pero luego de la lectura de “Chocano/Aventurero”, en la que se nos da una
sabrosa semblanza vital del poeta, me han dado ganas de darle una oportunidad
más a su poesía.
Y esto es un milagro.
Y si se trata de explicar este milagro
literario, lo haríamos gracias a la conexión.
Ampuero conecta con sus textos
miscelánicos. Estos textos no fueron escritos por cumplir, en estos hay un
implícito compromiso de parte de su hacedor.
Sentimos un gusto en su escritura.
Por ello, sus textos miscelánicos
conectan con los lectores. El lector no es ningún tonto, percibe en una la
falsedad, la patraña, la ausencia del punto de vista personal.
Por eso decimos que el tío Ampuero
escribe paja. Por eso Ampuero tiene los lectores que tiene.
No es gratuita esta sentencia, damas y
caballeros.
*
Líneas arriba dije que la tradición de
los retazos en Perú es aún silenciosa. Y pese a que no tenemos una gran
cantidad de libros insertados en esta tendencia, debemos estar más que
satisfechos con lo que tenemos. Mientras escribo estas líneas pienso en Tambores invisibles y me es difícil no
contener una sentencia personal, en la que no juega para nada la amistad que
pueda tener con el autor. Esta sentencia yace en que la presente publicación
resulta medular para entender el proceso de la literatura peruana
contemporánea, que abre camino y brinda seguridad a nuestras voces mayores a
insuflarle más vitalismo y compromiso a sus textos que escriben en paralelo al
proyecto literario mayor.
Con mirada, voz y actitud, se pueden
escribir misceláneas que alcancen incuestionables cimas literarias, misceláneas
llamadas a perdurar.
Si en caso haya alguien en desacuerdo, a
quien no le cuadre la idea de que los escritos de no ficción no pueden ser
considerados como literatura, pues le sugiero que lea Tambores invisibles, una gran puerta para desinfectarnos de
prejuicios que nos alejan del verdadero placer de la lectura.
…
Texto leído en la presentación de
Tambores invisibles. FIL 2014.
102
Los días de feria son no menos que
adrenalínicos, siempre hay algo que hacer, alguna que otra coordinación.
Ahora, lo que más me gusta de las
ferias, sea en calidad de visitante o expositor, es que puedes encontrarte con
gente después de mucho tiempo, narradores y poetas que a bolsas llenas caminan
por la FIL.
¿Si esta FIL es mejor que las
anteriores?, es la pregunta.
Yo creo que ahora se puede caminar sin
tropezarte. Además, los efectivos de seguridad parecen ahora más decentes, se
dedican a cuidar y esta eficiencia la notamos en su ausencia.
En los primeros días me dediqué a
caminar, recorrí todos los stands de la FIL, pero me fue imposible no cruzarme
con el Chancho Diabólico y sus guardaespaldas. Basta ver su cara para llegar a
la rápida conclusión de que el mal vive en él. A pesar de ello me di maña para
comprarme ciertos títulos que buscaba desde hace buen tiempo. Eso es lo que se
tiene que hacer en las ferias, buscar, hacer arqueología, huequear entre las
rumas de libros.
Lo que más gusta hacer cuando estoy en
Selecta es recomendar lecturas. Si en caso no tuviera el libro que me piden,
pues mando a los interesados a los stands en donde posiblemente lo podrían
encontrar.
Yo quiero que la gente lea, pues.
Y como quiero que la gente lea buenos
títulos, aprovecho el post para dejar un enlace de una nota que me hiciera
sobre Selecta el periodista Jorge Urbano para el blog Lee Miércoles de RPP.
lunes, julio 21, 2014
101
Se supone que ayer, en la FIL, debía
leer el texto sobre la presentación de Kaddish
de Allen Ginsberg. Pero no fue así. Lo que hice con el traductor del libro,
Rodrigo Olavarría, fue un más que estimulante diálogo sobre este poeta de la
Generación Beat.
La Sala César Vallejo intimida a
cualquiera. Es no menos que grande y a esa misma hora se desarrollaban otras
presentaciones digamos más mediáticas. Pese a que en principio había poca
gente, de a pocos llegaba el público y el público llegó. No solo eso, sino también se mostró muy participativo cuando di pase a la ronda de preguntas.
Es que el espíritu de Allen Ginsberg
estuvo presente.
Ahora, todas las preguntas que le
formulé a Olavarría partieron del siguiente texto que leerán a continuación.
…
Escribir de Allen Ginsberg no es cosa
fácil, aunque parezca. Y lo parece porque quizá Ginsberg sea el poeta medular,
el catalizador, de todo poeta o narrador en ciernes, es decir, te hablo de un
poeta al que puedes asimilar sin necesidad de saber, o haber leído, mucha
literatura. Y lo dicho no es para nada algo menor, porque la poesía es hoy en
día lo más honesto y real que podemos ver en la literatura, la que le confiere
de un sano aliento de autenticidad, la que se distingue de ese circo en que se
ha convertido la literatura. Se suele decir que para apreciar la poesía hay que
tener un cierto nivel de conocimiento, o sea, la sensibilidad no basta, resulta
insuficiente, la emoción tiene un límite. En este sentido, Ginsberg es una
presencia clave, la luz que te hace creer o por un momento alucinar en la
posibilidad de pensar en que dedicarte a la literatura valdría la pena. Son
pocas, contadas, las poéticas que te permiten experimentar en la palabra un
mundo de aventuras, aventuras no necesariamente sanas o edificantes, me refiero
pues al viaje de la vida, un viaje que te hace añicos pero que a la vez le da
un sentido a tu vida, en una especie de adicción por lo extremo, una adicción
que parte de la mente, de la teoría de lo que podría ser, por ello, tentadora,
tentadora de lo que haría si te atrevieras.
Cuando leí por primera vez a Ginsberg
tenía en claro que no quería ser poeta. Simplemente me interesaba vivir, leer y
tirar. Nada más. Ni siquiera tenía en claro dedicarme a la literatura. Fue pues
en 1995, en la mañana de un sábado de mayo, cuando me acerqué a la Casa Museo José Carlos
Mariátegui. Días antes una amiga me había comentado que en esta casa-museo se
estaba llevando un taller de poesía, en donde se leerían y comentarían los
poemas de los poetas malditos, pero los poetas malditos del Siglo XX. Me llamó
la atención esa idea, “los poetas malditos del Siglo XX”. Llegué a la sesión
del taller, sesionada por un inefable poeta noventero que dio inició con la
lectura de los primeros versos de “Aullido” de Ginsberg. Aún mantengo en la
memoria las palabras del poeta norteamericano, más que suficiente con ello,
porque luego de la lectura del poema insignia de Ginsberg, el inefable poeta
noventero no hizo otra cosa que no sea la de hablar de sí mismo y del por qué
debíamos leer su poesía. Considero esa mañana como histórica, histórica en mi
biografía ya que me ayudó a no tomar en cuenta a los poetas parlanchines sin
talento y, muy en especial, porque había descubierto a un poeta que de la
manera más simple me lo decía todo.
Con “Aullido” aprendí a no emputecerme.
Y con esa sola sensación basta y sobra.
Bastó y sobró para empezar a leerlo en serio, a buscar cosas de Ginsberg por
las calles del Centro Histórico de Lima. Además, había una motivación extra, el
contexto político signado por la lucha contra la dictadura fujimontesinista.
Loco, pues.
Buscar poemas de Ginsberg en el pútrido
aroma de la dictadura, ese era el contexto.
Aunque los tiempos habían cambiado,
podemos decir que en esos años los no idiotas exhibíamos una genuina actitud de
rebeldía, y fue quizá esa rebeldía la que me impulsó a leer no solo a Ginsberg,
sino a toda la Beat Generation y fagocitar a todo artista rubricado por esa
actitud.
*
Empecé a leer a Ginsberg gracias a las
antologías de poesía norteamericana que encontré en la biblioteca del ICPNA del
centro de Lima. No tenía dinero para comprarme sus libros traducidos, pero ello
no era impedimento, me las jugué leyendo en inglés a los poetas de la Beat Generación
con el más dispuesto de los ánimos. Fue un milagro que encontrara en los
intocables anaqueles de la biblioteca del ICPNA varias antologías de poesía
norteamericana contemporánea, entre las que se encontraban cuatro antologías
poéticas que me brindaban acercamientos sobre lo que verdaderamente fue este
movimiento, sobre su alcance y grado de influencia.
Como todo proceso de lectura, algunos
representantes de la Beat Generación se me fueron decantando, ya no admiraba la
obra en conjunto de cada uno, sino que me iba quedando con retazos de cada
quien, incluyendo el mismo Kerouac. Sin embargo, Ginsberg se me presentaba como
el más sólido a nivel de poética, lo cual no es poca cosa, ya que nunca se dejó
de decir que el activismo de Ginsberg sustentaba precisamente su poética, o
sea, la crítica mezquina que anhelaba verlo en el suelo, diseminaba esta
propaganda, falsa, pero que no lo hería.
Pero también le hacían daño sus mismos
seguidores. Para que tengamos una idea: lo podemos
ver con los seguidores de Bolaño, que quieren parecerse al enorme escritor
chileno.
Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre
con Ginsberg. No pocos seguidores querían parecerse a Ginsberg. Parecer es pues
lo más fácil. Ser Ginsberg, aunque sea una milésima parte es lo fregado, lo
cuasi imposible. Por ese motivo durante muchos años se sabía que Ginsberg era
uno de los grandes, pero la misma posería de sus seguidores impedía que se le
reconozca unánimemente como un gran poeta.
De a pocos, pero a paso lento y seguro,
se comenzó a leer la obra de Ginsberg. Sus libros se traducían y aparecían
ediciones bilingües no solo de su poemario insignia, Aullido, sino de los otros, de esos poemarios de los que solo
conocíamos por fragmentos.
Ha pasado tiempo el tiempo prudencial y
ahora tenemos una idea más clara del corpus poético de Ginsberg. Valoramos a
Ginsberg primeramente como poeta, por la escritura de su poética, que es lo que
nos debe interesar, y luego admiramos y apreciamos su coherencia con la vida
que decidió llevar, por ser un curioso viajero. Por ejemplo, durante algunos
meses vivió en Perú, en donde, entre otras cosas, se encontró con Martín Adán
en el Cordano, con quien, luego de algunas horas de conversa algo agitadas por
el ron y el alcohol, terminó en un hotelito de mala muerte en Barrios Altos.
*
El libro que nos reúne esta noche es muy
especial, especial por donde lo mires.
No quiero ahondar en el hecho de si es lo
mejor o no de Ginsberg.
Que de esa tarea se ocupen los críticos
y teóricos.
A mí me gusta Kaddish porque nos pone en bandeja al Ginsberg más vulnerable, a un
ser humano más quebrado de lo que siempre fue. Leemos a Ginsberg y no dejamos
de presenciar a un ser humano de sensibilidad afectada, lo percibimos en todos
sus poemarios, en cada verso, pero en Kaddish
esa sensibilidad la vemos por los suelos, encontrando en la poesía la redención
del dolor que le produce la muerte de su madre, Naomi, que lo lleva a revisitar
no solo la vida de ella, sino la suya misma.
Escribir sobre su madre fue
prácticamente escribir de sí mismo.
A medida que leemos este extenso poema
en prosa, nos sumergimos también en esa caudalosa trastienda que la nutrió. Kaddish vendría a ser una caja china a
la que habría que asimilar con todo el cuidado posible, aparte de transmitir en
el texto, prestemos también atención a lo que nos dice entrelíneas. Ginsberg
nos habla de la poesía, de su esencia, pero sin caer en la bajeza de esos
ramplones discursos que la pintan como medio de expresión. No. Los grandes como
Ginsberg no caen en estas chapucerías.
Lo que nos dice el poeta sobre la poesía
es que esta es un destino en sí misma.
No puedes querer ser poeta.
Eres poeta porque sí.
Naces poeta y a esa esencia tienes que
consagrarte.
Ginsberg brinda escuela desde el dolor.
Nos indica el camino y a ese camino deberíamos consagrarnos como seguidores de
la buena y epifánica literatura. Con mayor razón con los poetas bajo la luz de
Ginsberg. Ginsberg no les dice en Kaddish
que sean buenos o grandes poetas, no. Ni hablar. Lo que dice es que sean
poetas, honestos con el discurso poético, y de tener un discurso en paralelo y
relacionado al poético, pues a honrarlo con la coherencia.
Ahora, y para terminar.
A Ginsberg solo lo puede traducir otro
poeta. En este caso, sería imperdonable pasar por alto la mágica traducción de
Rodrigo Olavarría, mágica porque supo
equilibrar la literalidad del texto y su interpretación personal, y sobre todo,
no alterar el respiro y el aliento narrativo del maestro. Los lectores de
Ginsberg estamos más que agradecidos.
Esta traducción de Kaddish es canónica.
Firmo lo dicho.
Eso es todo, gracias.
sábado, julio 19, 2014
100
La primera vez que supe algo del
norteamericano William Gaddis fue por una casualidad. Acababa de comprar más de
treinta libros de una antigua colección de Alfaguara, la diseñada por Enric
Satué, legendaria serie de tomos pastosos y de colores plomo y morado. Entre
los títulos figuraba Los reconocimientos,
que desde el título se me hizo no solo extraño, sino también atractivo.
Desde las primeras páginas me di cuenta
de que la empresa sería no menos que complicada. Me sumergí en la novela con
toda la concentración posible. Era muy joven y en plena determinación posera me
había propuesto leer solo obras maestras, como quien llena la cantera lectora
que me protegería de las mentiras que deparan las etiquetas de las novedades
editoriales. Gaddis se me presentó como un autor distinto, al que había que
seguir en serio la costura narrativa, regresando a sus párrafos más de una vez,
con la atención puesta en todos los recursos narrativos que empleaba, a lo
mejor en deliberada vesania o en presupuestado desorden. Cuando terminé Los reconocimientos, vinieron a mi mente
el Ulises de Joyce y el Tristram Shandy de Sterne.
No era para menos, con este autor había
que ir con cuidado. Con mayor razón cuando los narradores norteamericanos
contemporáneos que admiraría después no dudaban en resaltar su legado cada vez
que podían. Jonathan Lethem, David Foster Wallace y Jonathan Franzen se
deshacían por Gaddis, por la confianza que les suponía su poética maléfica, en
la que el humor y el espíritu de denuncia iban a la par, como una sola carne en
la que se canalizaba la locura del consumo que caracteriza a la cultura gringa.
En los últimos años se ha venido
rescatando la obra de este tremendo narrador. Se trata de una empresa difícil y
estimulante para cualquier traductor de prestigio, pues Gaddis, aparte de ser
un capo de las metáforas, también lo era del doble sentido en el discurso de la
ficción. Gaddis te poseía a través de un enjambre de voces que le permitía
propinar más de un certero golpe en el inconsciente del lector, por más activo
que este haya sido, que en principio no tenía la más mínima idea de lo que
leía; pero precisamente por ese no-entendimiento accedía a la riqueza de su
propuesta, abriéndose de a pocos camino a la claridad, a la calma de la
pasividad receptora.
Por ello, qué mejor muestra del infinito
ingenio de Gaddis que Jota Erre, a la
que bien haríamos de calificar de novela total, la misma que en 1976 le valió
el National Book Award. La presente novela total parte de los pequeños detalles
y se nutre de personajes en sí inverosímiles, como el protagonista, un niño de
once años, Jota Erre Vansant, quien como jugando, y contra la incredulidad de
sus mayores inmediatos, forja un imperio bursátil, proyecto que lleva a cabo
desde el teléfono público de su colegio durante los recreos, ni más ni menos.
Jota Erre hace lo que le da la gana con sus incautos interlocutores, mediante
su voz suave e inteligencia luciferina que lo convierten en un nato seductor
hasta de los más recalcitrantes. A Gaddis nunca le interesó el lector medio,
por ello presenciamos un endiablado uso de diálogos que solo los valientes
podrán soportar para quedar finalmente en la nada, nada que supone una
liberación existencial. Uno no puede ser el mismo luego de este viaje de más de
mil páginas de dificultad y llanto, que devienen en un aprendizaje nada fácil.
Los verdaderos maestros, cuando enseñan, lo hacen sin alterar sus códigos y
vale la pena formarse en estos códigos que nos permiten admirar una poética muy
influyente en las plumas más referenciales de entre siglos. Franzen tenía toda
la razón cuando llamaba a Gaddis «Mr. Difficult».
…
Publicado en Buensalvaje 12
viernes, julio 18, 2014
jueves, julio 17, 2014
99
Me encontraba sumamente ocupado,
ultimando los detalles finales para la participación de la librería en la FIL.
En mi mente, deseaba dos cosas. Uno, que no llegara el día de hoy jueves, el de
la instalación (no tienen la más mínima idea de lo agotador que puede ser),
hecho imposible de evitar en todo sentido. Y dos, desear algunos minutos de desconexión
de la realidad, algo que me haga olvidar lo que es trabajar contra el tiempo.
Ni uno ni lo otro daba visos de realidad
inmediata.
Pero algo pasó.
Llegó a Selecta el narrador y crítico
literario Jorge Valenzuela, quien me entregó un ejemplar del número 84 de la
revista Letras, revista de la facultad de Letras y Ciencias Humanas de la
UNMSM.
Hace buen tiempo Valenzuela me había
pedido una reseña de un ensayo publicado por Carlos Yushimito, Subjetividades amenazadas. Sobre ese libro
hice una reseña, en su momento, para Buensalvaje, sin embargo, para Letras la
aumenté. ¿Hice trampa? No sé, y la verdad es que me importa muy poco.
Tener en manos esta legendaria revista
de San Marcos me trae recuerdos encontrados. Nunca pensé publicar en
una revista de corte académico, y legendaria (más de ochenta años, para más
señas), una reseña por demás impresionista y arbitraria.
Las cosas son así y se disfrutan.
…
Quizá la narrativa de la década del
ochenta sea una de las más descuidadas de la historia de la literatura peruana.
Uno revisa los diarios y revistas de esos años y de inmediato llega a la
conclusión de que la atención estaba puesta en la producción poética, al punto
que pudiera pensarse en la poesía como el único canal de transmisión, entre sus
sujetos artísticos, de sensaciones y emociones ante la avalancha de
desconcierto y desarraigo que fueron la marca de agua de aquel contexto incierto
y violento. Había necesidad de gritar, sin duda, y la poesía y las canciones
subte servían para amainar toda la furia contenida de esa generación que vivía
bajo el sonido de las explosiones de cochebombas y el fuego cruzado. Nadie
quería vivir en el país, bastaba ser testigo de las interminables colas en
migraciones para llegar a la conclusión de que para poder salir adelante, había
que huir de la realidad. Parte de este contexto incluía también a los sujetos
con vocaciones artísticas o creativa, seguramente más de uno habrá visto
truncado sus aspiraciones y proyectos, optando por trabajos alimenticios, los
que al menos les podría servir para ahorrar y así con el tiempo cumplir el
deseo de abandonar de una buena vez la tierra en la que nacieron y la que no
les ofrecía ninguna posibilidad de realización. En esos años no daban ganas de
vivir en Perú. Fueron los años del odio sostenido, de la desconfianza. Más de
uno tenía la certeza de que era una maldición vivir en este país.
De los poetas peruanos que se dieron a
conocer en los ochenta se viene escribiendo mucho, hasta más de la cuenta. Sobre
la narrativa de aquella década existen muy pocos documentos que nos permitan
acceder a un mosaico de lo que se hizo. De ese minúsculo universo, tenemos al
menos dos antologías muy importantes: En
el camino de Guillermo Niño de Guzmán y El
cuento peruano 1980 – 1989 de Ricardo González Vigil. Quizá pueda
destacarse la publicación del cuentario Caballos
de medianoche de Niño de Guzmán, publicación que sí gozó de atención y
publicidad, pero no por la contundente calidad de la propuesta del entonces
joven autor, sino por el apadrinamiento del siempre poderoso Mario Vargas Llosa.
Esto bien puede servirnos de espejo del circuito literario local, en donde
resultaba insuficiente la calidad literaria, sino que era necesaria la
“ayudita” de una voz mayor, de peso, para salir del círculo de amigos y
familiares que celebran la aparición de un libro. A tal punto se había llegado,
que no sería nada descabellado pensar en las muchas voces que se perdieron en
aquella década por falta de un poquito de fe. Pensemos también en Hildebrando
Pérez Huaranca, la antípoda de Niño de Guzmán, que se hizo conocido no por ser
un buen narrador, sino por sanguinario senderista, responsable de la masacre de
Lucanamarca. Por eso, como señalé líneas arriba, publicar un buen libro no era
nada, se necesitaban de propicios y nada propicios factores externos a la
literatura para empezar a hablar de un autor. Ni hablemos de la industria
editorial, que si existía, existía también en la indigencia estética, en donde
era frecuente toparnos con novelas y cuentarios en papel periódico,
publicaciones que exhibían una portada de cartulina plastificada. En este sentido,
el ensayo Subjetividades amenazadas
de Carlos Yushimito es, bajo todo punto de vista, una invitación a conocer y
redescubrir la narrativa de esa generación perdida.
Una invitación como esta no pudo ser más
ideal. A lo mejor ayude en su difusión el justo y súbito prestigio de
Yushimito, un “Granta Boy”, a quien, aparte de reconocerle su toque mágico para
la prosa --cuyo estilo nos recuerda a un Juan Carlos Onetti, pero con afecto--,
le conocemos sesudos ensayos y artículos publicados principalmente en la
bitácora El hablador. Yushimito es a
la fecha uno de los narradores más dotados de su generación y no sería nada
extraño considerarlo como un genuino Best Seller de la siempre exigente
población conformada por lectores duros y exigentes, de esos que han superado
largamente los cuarenta libros leídos en vida.
El presente trabajo muy bien podría
marcar un antes y un después en los discursos críticos sobre los años de la
violencia política y su representación en la literatura. Es hora pues de los
acercamientos desideologizados y de la valoración de la literatura por la
literatura, sin denostar, obviamente, el respiro político e ideológico que bien
pudieron inspirar a sus autores, puesto que todo discurso de ficción, todo
discurso poético, encierra una postura o una visión política de la vida… pero
esta nunca debe ser determinante al momento de la valoración literaria. Por
ello, y pese a su brevedad, lo que se lee aquí exuda frescura argumentativa y
una mirada complaciente para con los relatos de los autores en los que cimenta
su trabajo. Lo que hace Yushimito es llevar a buen puerto lo que Octavio Paz
llamaba “Rigor generoso”, el cual se justifica en los textos literarios que nos
gustan, enseñan y quedan en nosotros como una fuerza radiactiva.
No es casual que el autor subtitule su
ensayo como “Una relectura de la crisis social”. Es decir, nos entrega en
bandeja otra característica de la narrativa ochentera, ahora pautada por los
tópicos de la evasión y el exilio interiores, que generó una exploración
intimista en la voz de yo, por la que se accedió a un fresco distinto de la
convulsionada realidad social fragmentada por el horror. Yushimito encausa y
refuerza su exposición en tres relatos, muy bien elegidos, por cierto: “La
venganza de Gerd” de Alonso Cueto, “Caballos de medianoche” de Guillermo Niño
de Guzmán y “El secreto de Marion” de Jorge Valenzuela.
Pues bien, echemos una mirada a los
autores elegidos. Esta escogencia muy bien pudo ser guiada por una estrategia
comercial, o lo que es peor, seguir los cauces de las afinidades políticas,
pero no. No fue así. Yushimito apuesta, como tiene que ser, por un criterio
eminentemente literario y ello se corrobora con Cueto y Valenzuela, narradores
que han ido cimentando una voz personal, en cuya poética vemos la mutabilidad
del sujeto ante lo que le rodea, poética que a lo mejor recoja de la técnica
cuentística norteamericana, pero enfocada en el realismo mimético stendhaliano,
siendo la ciudad de Lima la protagonista mayor en casi todos sus libros. Yushimito
demuestra que es un lector serio y un crítico honesto y es precisamente esta
honestidad intelectual la que le ayuda a recrearnos toda una época gracias a su
narrativa que se hizo fuerte en la mirada del individuo, una narrativa sobreviviente
que merece una lectura más atenta, a la que debemos dejar de observar como si
fuera un hiato, un descuido, una tarea para hacer después. Por medio de Cueto,
Valenzuela y Niño de Guzmán, tenemos las puertas de nuevos ingresos a una
década que nos ofrecerá más de un grato descubrimiento, que nos lanzará a la
búsqueda de esos libros de narrativa que se publicaron y que se perdieron, pero
que hoy tienen la posibilidad de ser redescubiertos y así ver hasta qué punto
la narrativa de los ochenta, en lo literario, ofreció resistencia.
miércoles, julio 16, 2014
98
Creí que julio y agosto serían meses
tranquilos.
Pero no. Me equivoqué, porque julio y
agosto serán meses adrenalínicos.
*
Anoche nos confirmaron que Selecta
Librería participará de la próxima FIL de Lima. Entonces, nos dejamos de
huevadas, detuvimos la tranquilidad y lentitud del inventario y nos pusimos
sobre la marcha, luchando contra el tiempo porque esta feria internacional
empieza este viernes 18.
Como dije en un par de posts anteriores,
voy a presentar algunos libros durante esos días en los que me toparé con
comerciantes de libros que odian la lectura. (Seguramente este fenómeno se da
en otros países, pero no creo que ese fenómeno adquiera la costura pintoresca y
colorida que vemos por estos lares.)
Pues bien, dije que presentaré algunos
libros. Al respecto, me siento en paz conmigo mismo, porque a diferencia de
otras ediciones feriales, ahora debo decir que ninguno de los títulos merece el
rótulo de interesante, hacerlo sería una mezquindad, un acto ruin sobre estos
libros que desde el saque se muestran lejanos de la medianía que signa a no
pocas publicaciones peruanas.
Entonces, sería idiota no alegrarme, no
recomendarlos cada vez que pueda.
*
Me esperan días de mucha actividad, pero
le seguiré poniendo la misma onda de siempre, o sea, este blog no cierra, y el
día que lo cierre será para siempre, cuando me sienta viejo y cansado, o sea,
en mucho tiempo.
Aunque el viernes haré un alto a mis
actividades, a las 5 de la tarde tendré una reunión a la que no debo faltar. No
sé cuántas horas dure la reunión, pero allá vamos con buena onda e ilusión. Y
mientras tanto, releo algunos cuentos de La
geometría del amor de Cheever, repico algunos pasajes de Operación Masacre de Walsh, también
ciertas páginas de Los amores de un
bibliómano de Field, del que escribiré una reseña en los próximos días.
lunes, julio 14, 2014
domingo, julio 13, 2014
97
Bueno, ganó el que tenía que ganar.
Ahora, lo que no saldrá de mi memoria
fue la escandalosa actuación del árbitro en el tiempo suplementario. Sin duda,
la cancha se inclinó a favor de Argentina, que perdió la final por falta de
efectividad. De las tres claras oportunidades, en cualquiera de ellas, el “Apache”
Tevez anotaba. De los dos arqueros suplentes de Romero, ninguno se volteaba o
cuidaba la cara en el gol alemán.
He tratado de no comentar este mundial,
no quería caer en la opinología, ese virus que convierte en conocedor al que
jamás ha jugado fútbol, al turista de estadios en hinchas acérrimos, a ese que
no sabe lo que es un off side en potencial técnico que revolucionará el fútbol.
Lo único que diré del mundial, a minutos
de haberse acabado, es que ha sido, quizá, el mejor que haya visto y esto es
algo que se agradece, en especial en tiempos en los que el juego vistoso no
está valorado por considerársele poco efectivo.
Pues bien, los resultadistas pueden irse
a la mierda.
El fútbol es, ante todo, magia, talento
y creatividad, esa es su esencia. Si vas contra la esencia, tarde o temprano
terminas mal, si no mira a los brasileños.
sábado, julio 12, 2014
96
En las últimas semanas del año pasado,
dije en este blog algunas cosas que no gustaron, la más chocante, y lo pongo de
ejemplo para graficar hasta qué punto pueden llegar los egos revueltos de los
escritores peruanos. Pues bien, dije que no haría recuento literario porque el
2013 era de lejos el peor año literario del que tenga idea. Hacer un recuento
de ese año no era más que un espaldarazo a la mediocridad. Con esto no quiero
decir que todo lo que se publicó el año pasado haya sido malo, para nada, sin
embargo, era consciente de que los títulos rescatables/destacables eran
insuficientes ante la cantidad de títulos que tarde o temprano conocerían el
olvido.
Felizmente, mis predicciones fueron
acertadas, porque también señalé que este 2014 iba a ser mejor.
Y por lo que vengo leyendo, lo es, cosa
que me deja muy tranquilo porque eso hará que comente buenos libros.
Así es, machetear libros tiene su gracia.
Pero más sano es recomendar títulos que
valgan la pena, sumar, pero no sumar por sumar, sino aplicando el rigor
generoso.
Es que hay que leer buenos libros.
Tenemos tan poco tiempo para leer que ese poco tiempo los tenemos que
aprovechar bien.
Los malos libros tienen que ser
señalados. Un mal libro le quita espacio a uno bueno.
Obvio, no estoy diciendo nada del otro
mundo. Lo sé.
*
En los últimos meses he leído y releído
algunos libros peruanos no menos que recomendables, como Crimen, Sicodelia y Minifaldas de Yrigoyen y Torres Rotondo, El hombre de Pompeya, de García Miranda,
Umbrales de Jara, Gaijin de Higa, Tambores invisibles de Fernando Ampuero, la reedición de (Ella) y Punto de fuga de Thorndike y Gamboa respectivamente, Austin, Texas 1979 de Ángeles, Un olvidado asombro de García Falcón, Las siete bestias de Crist Gutiérrez-Rodríguez…
Y espero leer más títulos de mujeres,
que espero estén a la altura de esta buena racha que no hay que dejar de
resaltar.
*
Bueno, a los interesados, les paso mis
actividades en la próxima FIL.
Antes, debo decir lo siguiente: todos
los libros que presentaré están de la puta madre.
Saca tu cuaderno Loro y apunta:
Domingo 20 de julio: Kaddish de Allen Ginsberg.
Miércoles 23 de julio: Tambores invisibles de Ampuero.
Sábado 26: Camanchaca del narrador chileno Diego Zúñiga.
Lunes 28: Las siete bestias de Gutiérrez Rodríguez.
Domingo 3 de agosto: Mesa redonda sobre
la novela negra en el Perú, con Ampuero, Gutiérrez-Rodríguez y Aldo Pancorbo.