domingo, agosto 31, 2014
sábado, agosto 30, 2014
123
Ayer en la tarde, mientras caminaba para
despejarme, caí en la cuenta de que no había pensado en absoluto en Cortázar,
que más de uno lo recuerda y celebra en estos días. Obvio, lo que digo suena a
lugar común, el narrador argentino se ha convertido en un icono cultural, en
una suerte de mentor para más de una generación de lectores, escritores y
lectoescritores. En lo personal, no pierdo mucho si no hablo de Cortázar, más
bien, me resulta desapercibido en estos días. Pues ese es el mejor homenaje que
le puedo hacer a Cortázar, que pase desapercibido en mi día a día, o sea, el no
recuerdo como el mejor y más honesto de los homenajes, al menos el que más
sentido tiene para mí.
Si algo bueno trajo toda esta serie de
artículos y ensayos sobre Cortázar, en una especie de magia revelada, fue que
lo sintiera cerca en lo que realmente me importa, ya que sin percatarme me he
percatado de que lo sigo leyendo con la misma fruición adolescente y juvenil.
Basta revisar la torre de libros que releo y ubicar tres títulos suyos entre
ellos. Títulos que no leo íntegramente, pero que sí pico con voracidad,
voracidad similar al derecho natural por el sexo, la comida y el rock.
Por otra parte, me cuesta entender esa
moda, por llamarla de algún modo, que amenaza en convertirse en tendencia, que
cataloga su obra solo para lectores jóvenes y escritores iniciáticos. Respiro
hondo para no ser preso de la cólera que me genera esa moda, que ojalá fuera
llevada por lectores poseros, de esos que a las justas han leído treinta libros
en la vida, pero no, la escucho en lectores cuajados, exigentes, como si la
poética de Cortázar no sintonizara con sus exigencias de lector.
Se aprende a leer y se aprende a
escribir leyendo a los grandes, entonces, ¿en qué se justifica ese coto con el
que se pretende minimizar su literatura? Muchos de los que lo minimizan no se
percatan de que son los escritores que son, de que son los lectores que son,
gracias a Cortázar. Además, soy de la idea de que hay que matar a los padres
literarios, es pues una ley natural, la única para forjar y cimentar aquello
que conocemos como originalidad, pero hay que matarlos bien, pues, con respeto
y gratitud, sin enlodarse de la ramplonería del efectismo.
viernes, agosto 29, 2014
jueves, agosto 28, 2014
miércoles, agosto 27, 2014
martes, agosto 26, 2014
120
Hasta hace un tiempo me hacían la misma
pregunta, aunque no era frecuente, sí venía pautada por moderados espacios
temporales. Pues bien, llevaba meses sin escucharla, pero me la hicieron el
sábado pasado, pero a diferencia de otras ocasiones, ahora la pregunta tenía
que ver con este blog, si es que lo estaba usando con fines paralelos,
escondidos, si el constante posteo tenía que ver con una estrategia de mi
parte.
La pregunta me hizo pensar, porque no me
había percatado de esta posible reflexión ajena y pensé al respecto, no tanto
por mí, sino por los lectores del blog que a lo mejor puedan tener una idea que
no se ajusta al verdadero fin de esta página. Esta persona me preguntó si algún día publicaría un libro,
algo parecido a una antología de textos del blog, puesto que el constante
posteo le daba esa impresión y que el próximo libro que publicaría sería pues
uno dependiente del blog.
No me hice problemas en la respuesta,
porque la tengo muy clara. Es decir, nunca ha estado, ni está en mis planes
publicar una selección de textos del blog, al que considero una especie de
dietario virtual, que me permite escapar de la trama del trabajo literario que
llevo a cabo en las mañanas y en las horas muertas del día, porque eso es lo
que hago aquí, escapar de la vida, del mundo, hasta de la literatura misma,
pese a que escribo especialmente de libros.
De lo que sí podría publicarse de este
blog son las entrevistas que republicaba. En este sentido, tengo dos propuestas
que me vienen tentando desde hace un buen tiempo, esas propuestas son más
recurrentes que las preguntas sobre la antología de textos del blog, quizá en un
principio me sienta animado, pero luego lo pienso, son cerca de setenta
entrevistas río, y, obviamente, resulta imposible publicarlas juntas, se
tendría que hacer una selección, y selección es lo que menos quiero hacer desde
hace algunos años, además, habría que actualizar y reescribir más de una
entrevista, cosa que me demandaría mucho tiempo, pero bueno, quizá algún día me
levante con toda la voluntad y llame a uno de los dos editores que quieren publicar
estas entrevistas-río.
lunes, agosto 25, 2014
domingo, agosto 24, 2014
119
Se pone de moda entre los intelectuales
y artistas peruanos apoyar las supuestas causas justas.
Muchos de estos intelectuales hablan de
la realidad inmediata como si existiera un compromiso pragmático de su parte.
Lamentablemente, conozco a muchos de ellos, se hacen llamar luchadores del
bien, o dan a entender esa imagen en las tribunas tradicionales y virtuales,
cuando lo cierto es que en la intimidad amical, y últimamente en al tramo final
de una noche desaforada de alcohol, dicen su verdad, esa verdad que cuidan tan
bien, esa verdad que no vende y que como tal les significaría un suicidio
mediático.
Así es, la ciudad de Lima necesita de
una reestructuración en su logística, logística que durante muchos años ha sucumbido
a las leyes de la oferta y la demanda. Esta logística, hoy por hoy recargada,
pretende brindarnos nuevas alternativas que nos permitan soportar el infierno
que es habitar esta ciudad.
Bien saben los lectores del blog que
este servidor no apuesta por una ideología determinada. Ante todo me considero
librepensador y en base a ello me siento libre de no caer en las estrecheces de
miras de la derecha e izquierda peruanas. Hace mucho tiempo cuestioné los
peligros y destaqué los aciertos de la derecha e izquierda y opté por un
refugio en el que no tenga que hipotecar mi consciencia. Aunque claro, si
viviera en un país normal, con un relativo aire de decencia en cada uno de sus
centros de opinión ideológica, me iría hacia la izquierda.
Ocurre que la pose, ignorancia y, muy en
especial, la doble cara de la intelectualidad de nuestra izquierda la pinta por
cada uno de sus lados. Lo que busco en ella no es solo discurso ideológico,
busco praxis, coherencia, ética, tanto
en lo colectivo como en lo privado. Para bien o para mal, conozco a más de un líder
de opinión de la zurda y de todos ellos puedo decir que son muy bacanes para la
conversa y el hueveo nocturno de fin de semana. Me he convertido en un asqueado
testigo de su flojera, improvisación, malhabladuría, detallitos que los
manifiestan en su función pública, función que pretende sentar las bases de
aquel gran cambio que le urge a la ciudad, callando, porque conviene, sobre el
costo social que trae consigo ese gran cambio. En otras palabras, les importa
poco o nada el costo social de los que menos tienen, de los que solo viven el
día a día, de esa gente que tanto dicen defender.
A uno de ellos le pregunté si se dieron
el trabajo de investigar, cosa que así se percataban del costo social en la
reordenamiento del transporte. La respuesta no fue menos que risible, pero el
idiota lo decía con una seriedad y convicción que he decidido alejarme de esta
persona por salud mental y moral.
Pero lo que más me aterra de esta gente
y su capitana, la burgomaestre, y peor ahora que se van a la reelección, es su
evidente racismo, que bien haríamos en llamarlo racismo zurdo, que lo notan
también sus eufóricos simpatizantes, que no sé por qué callan.
Cuando me preguntan por quién voy a
votar, no me hago problemas, y no es que vaya a votar, porque para estas elecciones
me quedaré durmiendo en casa, sin pensar en quién ganó, tranquilo conmigo
mismo, porque por la racista e hipócrita y mentirosa Susana Villarán no pienso
votar, así se pinte como la única alternativa decente.
viernes, agosto 22, 2014
117
Gracias a un comentarista anónimo, que
tan anónimo no es, porque sé quién es, aunque él crea que yo no sé, me entero
de un texto del poeta/ensayista José Carlos Yrigoyen.
El texto lo pueden leer aquí.
Allí, Yrigoyen habla sobre la venta de
libros viejos por Face, en especial sobre esos libros de poesía peruana a la
fecha inubicables, los cuales son vendidos como si se trataran de papiros
bíblicos.
Bien sabemos que la tradición de la
poesía peruana es la que más ha contribuido al prestigio de la poesía escrita
en castellano durante el Siglo XX. En lo personal, pienso que la poesía en castellano
del siglo pasado poco o nada se puede justificar sin las voces de Vallejo,
Adán, Eguren, Westphalen, Eielson, Hinostroza, y últimamente sin Verástegui y
Pimentel, por citar solo a los más conocidos, y también los más requeridos.
No me sorprende que haya gente que
busque por coleccionismo o fetichismo esas primeras ediciones, las primeras
manifestaciones de conexión con un determinado universo poético que a lo mejor
les haya salvado la vida, o que en el mejor de los casos les ofreció un sentido
vital. Como sea, entiendo esa pulsión, y entiendo también pulsiones que me
cuesta mucho trabajo entender, como el que suscita el irregular poeta Luis
Hernández. Si se tiene los medios para comprar una primera edición, adelante,
tenla, consérvala, disfruta con buen gusto de tu poder de adquisición.
Pueden decirse muchas cosas de los que
administran esas páginas de venta de libros viejos por Face.
Podemos hablar de libre mercado.
También de la usura al momento de
sobrevalorar los precios.
Quien decide es quien compra, el
cliente, el lector de poesía.
Ahora, lo que nunca ha dejado de llamar
mi atención de estas páginas de Face, y lo mismo podría decir del circuito de
librerías físicas y virtuales, salvo contadísimas excepciones, es el casi nulo
compromiso con la literatura de quien vende, o mejor dicho, su abierto asco a
la lectura.
Para bien o para mal, he tenido la
nefasta experiencia de hablar con no pocos vendedores de libros y arribé a la
triste conclusión de su precario nivel cultural, de saber que lo único que los
motiva es el lucro, el vender a lo bestia. Por eso, en este país hay muchos vendedores
de libros, pero contados libreros.
Volviendo a la sobrevaloración de
precios que señala Yrigoyen, soy de la idea de que hay que exterminar a esas
cucarachas que se aprovechan de la pasión lectora del seguidor de poesía
peruana, bueno fuera que exhibieran un conocimiento apasionado de los poemarios
que encuentran y venden, pero no es así, porque si fuera así, uno podría entrar
en una discusión y quizá quitarse la venda de los ojos y entender por qué un
poemario cuesta lo que cuesta, el por qué se le sobrevalora, pero claro, esa
sería la realidad ideal, que no es para nada el caso de este triste contexto
que nos concierne.
jueves, agosto 21, 2014
miércoles, agosto 20, 2014
116
Hábitos de lectura. Escucho, o quizá
leo, en los últimos días de los hábitos de lectura. Presto atención a los
especialistas que hablan del asunto, analizo al vuelo sus palabras, escruto en
la entonación de sus vocecitas, me fijo en los movimientos de sus manos.
Llego a una conclusión: estos huevas a
las justas han leído veinte libros en su vida. Como buenos hablan de los
hábitos de lectura.
Como todo en la vida, el hábito, en este
caso el de la lectura, se aprende del ejemplo, del copiar. Aunque no es una
ley, al menos se trata de un principio que podríamos calificar de general.
Conozco amigos, grandes lectores, que han forjado su gusto por la lectura sin
los inmediatos ejemplos caseros, motivados frecuentemente por la pasión lectora
de un profesor. Pero claro, hablo de ejemplos contados, ejemplos que reunidos
son nada en comparación al ejército de bestias que pueblan la ciudad, el país,
el mundo, el universo.
Los hábitos de lectura se forman y
potencian en la niñez. Vaya novedad. Los verdaderos lectores no están sujetos a
horarios dedicados a la lectura, los verdaderos lectores leen todo el tiempo,
en cualquier lugar, no programan las horas de lectura. Simplemente leen, juntan
minutos y horas muertas, repartidos a lo largo del día. El verdadero lector no
es el que se pasa horas de horas inmerso en un texto, que lee porque tiene que
hacerlo, sino aquel que en estos tiempos de apuros tiene la maña de sacarle la
vuelta precisamente a esos apuros y lo lleva a cabo no por saber más o mejorar
su culturita, no. El verdadero lector lee por placer, le es imposible ver y
entender la vida estando ajeno a la lectura.
martes, agosto 19, 2014
115
Llego a casa.
Busco entre los discos compactos uno de
la banda setentera Television. Television tiene una obra maestra, para qué más:
Marquee Moon.
Si alguna vez hiciéramos una antología
de las grandes bandas menores, sin duda tendríamos que incluir a Television.
Y tal y como lo he prometido cada vez
que escribo de ellos, me es imposible no referirme a Erika Miranda, que fue la
primera persona que me habló de ellos hace muchos años en la desaparecida
librería La casa verde. Esta banda tiene un mágico poder, me inyecta una oscura
vitalidad que me lleva a desafiarlo todo, aún en momentos en los que la persona
más importante de mi vida no se encuentra bien de salud, pero que sé muy pronto
se recuperará, de a pocos. Por ello, me concentro en lo que debo concentrarme, desechando
algunas invitaciones y presentaciones. Ocurre que tengo problemas para hablar
en público y siempre he reprimido esos problemas con lo mucho o poco que pueda
saber del libro o tema en cuestión. Ahora, las cosas cambian cuando los puntos
son emocionales, hasta el sonido más inane y desapercibido puede reconfigurar
la realidad que pensaba tener bajo control.
Antes de echarme a la cama y terminar
los dos libros que vengo leyendo a la vez desde hace unos días, leo un artículo
de Juan Gabriel Vásquez en El Espectador. Allí el narrador nos indica que le
hará una entrevista pública al Premio Nobel de Literatura, Coetzee, en el marco
de la Feria del Libro de Bucaramanga. Averiguo un poco más al respecto y, como
me lo suponía, la logística de la feria corre por cuenta de la UNAB, una de las
universidades más serias y competentes de Colombia.
Entonces me transporto en el tiempo. Al
2008. Año en que visité esa ciudad moderna y verde, pequeña y bella. Fue
precisamente en el auditorio de la UNAB donde ofrecí una conferencia sobre narrativa
de no ficción. En esos meses leía muchísima narrativa de no ficción y durante un breve tiempo
barajé la idea de dedicarme exclusivamente a este registro narrativo.
De esa experiencia conocí personas que
llevo en mi mente y en mi corazón, como Gina Jaimes, Dora Montoya, Eduardo
Martínez y mi tercera madre, Janet Lizarazo, una de las mujeres por las que sí
cruzaría montañas si estuviera mal. En los días que pasé en Bucaramanga, Janet
me comentaba de la apuesta de la UNAB por la difusión de la cultura y la lectura.
Y por lo que vengo notando en estos años, el discurso de la apuesta cultural se
justifica en la coherencia amparada en hechos concretos, coherencia que también
debería aplicar más de una universidad local, pero cuando hablo de coherencia,
me refiero a una de verdad, porque si nos ponemos idealistas, y vemos en frío
la realidad peruana, esta verdad apunta a la lectura como único canal de salvación
ante tanta bestialidad celebrada, basta ver a los nuevos universitarios de hoy
para darnos cuenta de que este país se irá muy pronto a la mierda.
Pues bien, la UNAB tiene un pequeño
hostal, llamado Hostal UNAB, el mejor de toda la ciudad, ubicado en las alturas
de los cerros arropados de intenso verde, a pocos metros del campus
universitario. Hostal acogedor, moderno, de arquitectura colonial y campestre,
cuyas habitaciones te ofrecen una vista panorámica de la privilegiada ceja de
selva colocha. Tuve la suerte de estar por varios días en la habitación más
grande, habitación que también ocuparon en su momento el entrenador Jorge Luis
Pinto, el ex presidente Álvaro Uribe, Carlos Monsiváis, el mismo Vásquez y
ahora Coetzee.
domingo, agosto 17, 2014
114
A lo mejor uno de los libros que suscito
la atención del lector recurrente, en los días de la FIL, fue la reedición de
la antología Vox Horrísona de Luis
Hernández.
Con esta reedición, PetroPerú inaugura
la línea de poesía de su serie “Libros Peruanos”, serie que espero se convierta
en un archivo de referencia obligada.
Pues bien, he leído la presente
reedición de la antología y, aparte de recomendarla, he sentido que nos
enfrentamos al mejor Hernández, ese Hernández que nos hace pensar más en su
poesía, dejando de lado la leyenda que bien le ha generado muchísimos seguidores.
En lo personal, nunca he podido entender
por qué el poeta tiene tantos seguidores si su obra es no menos que irregular.
Para ningún lector competente de poesía peruana, es evidente que Hernández es
un poeta menor. Entonces, ¿en qué radica ese encanto por la figura de
Hernández, encanto que no hace sino generar que muchos se lancen a la búsqueda
de su obra, búsqueda que los lleva a explorar los rincones más ocultos y
peligrosos de la ciudad, búsqueda que los lleva a querer saber todo lo posible
de él?
No voy a negarlo, durante un tiempo me
interesó en demasía la vida de Hernández, como también el misterio sobre su
trágica muerte. Hablábamos de Hernández sin haberlo leído en integridad. Pero
el tiempo no pasa en vano, uno va madurando como lector y cuando somete se
somete su poesía a la prueba, no tardamos en llegar a la conclusión, rápida por
cierto, de que se trata de una poesía que languidece. Lo mismo podríamos decir
del poeta Javier Heraud. Debido a esta irregularidad, ni Heraud ni Hernández
tienen grandes puertas de acceso como sí tienen los poetas referenciales y
canónicos.
Con los importantes poetas menores
necesitamos antologías.
Hernández murió joven, no tuvo tiempo de
afianzar su poética, pero ello no fue obstáculo para que escribiera poemas de
gran alcance, poemas perdurables que nos llevan a sentir la poesía en la
médula. En este sentido, el trabajo de Mirko Lauer resulta clave, se adentra en
la hojarasca de la irregularidad y nos rescata lo destacable del poeta, los
poemas que van a quedar, los poemas que son su verdadero legado, los poemas que
lo posicionan como una de las voces más epifánicas de la poesía peruana de la
segunda mitad del siglo pasado.
Homenajes, una película, una biografía,
hasta polos y llaveros. De todo ha inspirado el recorrido Luis Hernández y ya
es tiempo que nos inspire su poesía.
sábado, agosto 16, 2014
113
En una noche de trabajo en la pasada
FIL, aproveché en asistir a la presentación de la nueva asociación de editores
peruanos independientes. Más o menos quería saber de qué iba a ir este nuevo
intento grupal de los editores, intento grupal que ha conocido tantos fracasos
como la selección peruana de fútbol en las últimas eliminatorias.
Al respecto, alguna que otra vez he
dicho en este blog cosas que no han gustado a los editores independientes,
algunos de ellos hasta me han quitado el habla, acto que me sume en la más
profunda de las depresiones, en la infelicidad total.
Pero bueno, ese es el precio que hay que
pagar por decir verdades sustentadas en la realidad. Para nadie es un secreto
que lo que veíamos antes era todo un ejemplo de ineptitud, un canto a la
demagogia y al oportunismo por hacerse un poquito más conocido. Por eso es que
esos intentos terminaron como terminaron, en la nada, hasta en la justificada
risa entre los que promovían esos intentos.
Ahora, lo que vi esa noche ferial, hizo
que creyera en el proyecto, en la seriedad del mismo y en las claras
intenciones de conseguir lo que importa: hacer sólida la industria editorial
peruana, descentralizarla.
O sea, no percibí el tufillo de la
demagogia.
Y la razón es sencilla: hay gente idónea
que comanda esta asociación, gente que trabajará de verdad, gente a la que le
espera un largo y tortuoso camino, gente a la que tenemos que apoyar, y en lo
personal los apoyaré espiritualmente, pese a que en la mesa de presentación
había un patita del ministerio de cultura que hasta el momento no hace nada por
la difusión de la lectura, dedicado principalmente al argollerismo servil. Ni
hablar de la fotito, en la que se coló uno que otro impresor cabecero que solo
sirve para lo que vive: salir en la fotito.
Además, y destacando lo positivo,
siempre he creído en la capacidad de gestión de las mujeres. Para nuestra
suerte, ahora tenemos un par que timoneará los destinos inmediatos de este
proyecto que bien vale la pena seguir. Las mujeres marcarán la diferencia.
Acuérdate.
viernes, agosto 15, 2014
jueves, agosto 14, 2014
112
No es que uno se haga más viejo,
simplemente los tiempos cambian. O es que mi percepción siempre ha estado
atrofiada en cuanto a los concursos literarios, por la sencilla razón de que
jamás he participado en ninguno.
En uno de estos días se vence el plazo
del Copé de Cuento, quizá el premio de más prestigio, sea en lo literario y en
lo pecuniario, de la maravillosa literatura peruana contemporánea.
Para el lector no atento a los vaivenes
locales, el asunto lo podríamos graficar de esta manera: basta ganar el Copé
(en Cuento, Poesía, Novela y Ensayo), quedar en mención honrosa o finalista,
para asegurarte un espacio en el imaginario local durante muchísimo tiempo, así
publiques o no. El carné del Copé te brinda pues una identidad y hay quienes
han sabido sacarle provecho a esa distinción. Pienso en el Copé de Novela, que vendría a ser una suerte de Pulitzer.
Ahora no pienso hablar de la calidad
literaria en la historia del Copé, que bien daría para un post extenso, de esos
que merecen notas a pie de página. Lo que me hace pensar en el Copé en esta mañana
de jueves, es el efecto que genera en sus participantes. Antes, digamos en la
protohistoria de las velocidades mediáticas actuales, los que participaban en
el Copé mostraban un perfil bajo, no le comentaban ni a la trampa o el amante
sobre el relato/cuento/poemario enviado al prestigioso premio nacional. Ni una
sola palabra, durante meses, hasta el dictamen del jurado, pasando sus días y
noches entregados a la reflexión existencial que les producía la lectura de la
poesía abstracta.
En cambio, hoy en día, no deja de llamar
mi atención la alegría de los participantes, y no solo hablo de las plumas
jóvenes, también algunas con cierta trayectoria, que anuncian con bombos y
platillos que acaban de entregar el sobre con el relato que posiblemente gane
el próximo Copé de Cuento. Lo veo y no me molesto. Mucho menos con el grupo de
narradores jóvenes que felices pasan un toque por Selecta, narradores jóvenes
que me dicen que han ido a PetroPerú. “Qué chucha, lo que vale es participar”,
dice uno. “Si gano, gano, si no, no pasa nasa”. El más entusiasta: “Le he
pedido a mi viejita que nos prepare un potente ají de gallina, para celebrar”.
Prendo un Pall Mall rojo. Ellos esperan
que diga algo, pero no digo nada. Solo pienso en que los tiempos cambian. No dudo en sumarme a los festejos.
miércoles, agosto 13, 2014
martes, agosto 12, 2014
111
Creo que fue un error releer no pocos
pasajes de Diarios de John Cheever el
día de ayer. La verdad, no pensé que fuera a arrepentirme de la decisión, más
de una vez, a lo largo del día.
Llevaba media hora de retraso y antes de
salir de mi casa, hice lo que siempre hago, cojo un libro, no importa si aún me
falta leerlo o si ya lo he leído, y me lo llevo para leerlo en el taxi y en las
benditas horas muertas de la chamba.
Iba pues a la fija. Aún siento los
brotes emocionales de la lectura de estos diarios, que bien deben figurar en la
cantera de todo lector. Una experiencia que nos testimonia del corazón
destrozado de uno de los más grandes narradores del siglo XX, narrador que a la
fecha goza de frescura y juventud, el más llamado a sobrevivir de los llamados
a sobrevivir.
Me interesaba, no sé a cuenta de qué,
releer sus diarios. A lo mejor se deba a que en las últimas semanas he estado
releyendo no pocos de sus cuentos emblemáticos. Bajo esta idea cogí Diarios pero lo que no tenía presupuestado
era que desde el taxi iba a ser presa de toda la tristeza, frustración y hastío
vital de Cheever. Abrí la librería con una pesadez, pesadez que sentí en todo
el día, y para colmo, seguía releyendo los diarios, como si me gustara el golpe.
En más de un momento cerré el libro y me
dije que no lo abriría hasta horas después, decisión que no cumplí, porque no
pasaba ni un cuarto de hora para volver a esas páginas. No sé cómo terminé el
día. Para colmo, de regreso a casa me había olvidado de hacer las cosas que
tenía que hacer luego de cerrar la librería, había pensado en darme una vuelta
por Polvos Azules para comprarme algunas películas que tenía en agenda.
Sin duda, Cheever me cagó el lunes.
Una vez en casa no quería hacer nada,
solo escuchar música y dormirme lo más temprano posible y de esta manera
empezar con otras vibras el martes.
Busqué bandas sesenteras y setenteras en
Spotify y encontré una maravilla que me rescató del hastío del día, de Cheever,
que no es poca cosa. Toma nota: el
álbum Let´s go de The Guess Who.
domingo, agosto 10, 2014
jueves, agosto 07, 2014
109
Quizá el presente texto no guste para
nada a los narradores peruanos presentes en esta sala.
Contra lo que dicen las buenas
costumbres, para mí resulta esencial comparar, y en parte eso es lo que haré en
principio esta noche, que tendré el agrado de presentar por segunda vez Las siete bestias de Crist
Gutiérrez-Rodríguez.
Ahora, voy a retroceder en el tiempo y
en el espacio geográfico, quizá un par de años, para ubicarme en una noche de frío
y de inminente lluvia en Providencia, en Santiago. En esa noche de frío y de
inminente lluvia acababa de ofrecer una charla sobre narrativa peruana última
en el Centro Cultural de España.
La charla, pese a mis problemas para
hablar en público, había salido muy bien. Y tal y como suele ocurrir en este
tipo de encuentros, uno se queda hablando con los interesados, en este caso, en
los interesados en la narrativa peruana última. Me preguntaban por autores y en
buena onda les ofrecía nombres y títulos; pero de repente, una chica me dice
que ha leído a no pocos autores peruanos jóvenes, que escriben muy, en casi
todos los casos hasta de manera “preciosista”.
Con lo de “preciosista” me fue imposible
no enarcar las cejas, era la primera vez que alguien me usaba esa definición.
Esta chica sabía de lo que me estaba hablando y por mi cuenta comencé a
explorarme conceptos que los tenía “allí”, los cuales no estaban del todo armados,
a años luz de ser definidos. Entonces de a pocos me separé del grupo, cosa que
así intentaba ahondar en su concepto sobre la narrativa peruana última. Pensé
que ella no iría más allá de una opinión picante, pero las cosas adquirieron un
cariz inesperado, que no podía sospechar ni por asomo.
“La prosa de la nueva narrativa peruana
es muy amanerada, no comunica, demasiado adornada, mucha flor, demasiada
belleza en el estilo. No hay contenido. No me sirve”. Quedé en la nada luego de
escucharla y en contra de lo que suele ocurrirme, no me arrepentí en haberle
pedido que profundice más en su opinión.
No la volví a ver, se tuvo que ir, pero
su sola opinión bastó para que a mi regreso empezara a reconfigurar no pocos
conceptos que tenía sobre lo que venía escribiéndose en Perú, además, comencé a
hurgar más en esas ideas flotantes que por temor no me atrevía a desarrollar, porque
el solo hecho de hacerlo iba a poner en entredicho muchas de las ideas que
había trabajado durante años. Pues bien, no tardé en llegar a la siguiente
conclusión: había llegado a su final el tiempo de tolerancia para la nueva
narrativa peruana y el poco o mucho apoyo que le di se dio en un contexto
inicial. La situación era crítica: muchos de los narradores que aparecieron y
que recibieron justificados saludos no supieron macerar su poética, cayendo en
el facilismo de repetir el plato, el mismo menú: escribir bonito, dotar de
verbosidad extrema cada oración pergeñada, malinterpretando el principio de que
la literatura es lenguaje.
Por eso llegaron los años oscuros, los
años en los que no sucedió absolutamente nada.
O como bien dijo el poeta Jon Martínez: “en
la narrativa peruana hay demasiada flora, pero poquísima fauna”.
Eso, pues, eso es lo que pasó: mucha
flora y poca fauna.
Debido a la flora es que la narrativa
peruana última cayó en la inverosimilitud, en la mentira disfrazada de artificio.
Encima, nos alegrábamos y festejábamos cada
vez que venía cualquier mediocre con una propuesta distinta a la ya vista y no
tardábamos en celebrar esa propuesta para poco después olvidarla.
En este sentido, hay que pararse y
aplaudir cuando se publica un cuentario del fuste de Las siete bestias.
A su autor, Crist Gutiérrez-Rodríguez,
ya lo ubicábamos gracias a su cuento “Los caminantes de Sonora”, con el que
ganó la última edición del Copé de Cuento.
Los que recordamos dicho relato, supimos
que estábamos ante una voz potente, original y, muy en especial, madura. Lo
lógico era pensar que tarde o temprano el autor publicara un libro, no sabíamos
si de relatos o una novela, pero con lo leído en el relato ganador teníamos sospechas
razonables sobre una propuesta que bien podría marcar una diferencia real, una
diferencia que nos podría llevar a aseverar que estábamos ante un narrador
genuino, de los de verdad, que nos harían olvidar a las últimas voces famosillas
que en una se caían de falsas.
En primer lugar, y así suene a
redundancia, llama la atención la madurez de nuestro autor.
El hombre tiene 32 años.
O sea, podemos deducir que ha tomado en
serio el oficio literario. A lo mejor pudo haber debutado en la literatura a
una edad temprana, pero quiso esperar, cuidando su prosa y dejarla que repose,
como reposan los buenos tragos; esta espera también permitió que su mirada se
afile, procesando y definiendo su mundo interior y su geografía literaria.
No es poca cosa lo que digo.
Pocas veces encontramos un libro que
exude madurez, que sea un ejemplo axiomático de alto voltaje verbal, en el que
percibimos una poesía callejera, giros verbales que no hacen sino lacerar la
sensibilidad del lector.
Ahora, estimada lectora, ten cuidado con
este cuentario, porque vas a terminar húmeda con la prosa del autor. Advertida
estás.
Ahora, estimado lector, ten cuidado, la
prosa del autor te hará recapacitar y llegarás a la conclusión de que no has
vivido nada y que ya es muy tarde para que comiences a vivir lo que debiste
vivir en su momento.
Es que hay que tener fuerza testicular
para adentrarse en estos relatos.
Relatos, por decirlo de alguna manera,
puesto que en la primera presentación como en la de ahora debo decir que cada
uno de estos cinco relatos son novelas cortas. En ellos constatamos un aliento
que va más allá de la relojería del cuento. No hablamos de extensión, hablamos
pues de mundos representados, diseccionados, cada uno de los cuales en relación
a la funcionalidad de la historia.
Sin embargo, lectora, lector, no te
hablo únicamente de relatos extensos, sino ten en cuenta que los mismos
quedarían amputados si no fuera por el estilo de acero que nos regala el autor,
esa musicalidad porteña que en el estilo se eleva y llega a los verdaderos y
agradecidos terrenos de calidad literaria.
L7B es un libro
distinto.
Me refiero, para que lo tengas claro, a
la igualdad de fuerzas existentes entre estilo y contenido.
Si el estilo es la biografía de todo
escritor, bien podríamos decir que nuestro autor se posiciona como el nuevo
capitán estilístico de la nueva narrativa peruana.
Coge tu ejemplar y ábrelo en cualquier
página y me darás la razón.
Este estilo es como roca volcánica, que
no solo quema, sino que tiñe tu piel durante muy buen tiempo, que se posiciona
de tu memoria emocional, que queda en ti como una marca de fuego.
Una de las cualidades que me gustan de
los escritores de verdad es el conocimiento que deben tener de sus personajes.
Gutiérrez-Rodríguez los conoce, a fondo, y los trata con respeto, como lo que
son, personajes que sobreviven, la mayoría de ellos sin las nociones ideales
del bien y del mal. Los vemos tales cuales, sin afeites, desprendidos del calor
materno, lanzados a las calles con el único objetivo de no ser devorados. Y para
no ser devorados deben ser más revoltosos y chuchas que aquellos que los
quieren desaparecer. En esta marginalidad que se nos presenta encontramos una
ética, una moral, identificamos una Verdad, la verdad emocional de los
personajes. Es decir, arribamos no a la verosimilitud, sino a lo Real, a esa
hechizante instancia que solo nos puede brindar la literatura llamada a
quedarse con nosotros.
Líneas arriba aseveré que deberíamos
celebrar una publicación como esta. Y lo vuelvo a decir. Un cuentario como este
le hace bien a la narrativa peruana última, la desahueva sin más, obligando a
las nuevas a voces a hacer un ejercicio de autocrítica, a preguntarse en qué se
falló, o para que me entiendas mejor: a cuestionar la falsedad con la que se
han llevado muchas poéticas en los últimos años.
Sin exagerar, estamos ante el libro más
contundente de la narrativa peruana última. Un libro que lleva al disfrute y
epifanía de la lectura, pero ese disfrute no se da en la facilidad, sino en la
dificultad, puesto que el lector debe poner de su parte, una cuota de voluntad
radical que lo llevará a ser parte de esta experiencia, puesto que Las siete bestias es una experiencia,
experiencia de la que no te aseguro que vayas a salir bien librado, seguramente
abollado, golpeado, quizá traumado.
Es que así nos dejan los libros de
verdad.
…
Texto leído en la presentación de Las siete bestias. 28 de julio. FIL
2014.
miércoles, agosto 06, 2014
108
No tenía la más mínima idea de Eugene
Field. Ahora sé que fue un más que reconocido escritor norteamericano de la
segunda mitad del siglo XIX.
Pues bien, he leído un libro del autor
que bien merece toda la promoción posible, sin tener en cuenta que su público
inmediato sea el acostumbrado a leer, no el esporádico atento a las modas
editoriales. Así parezca elitista la presente idea, no tengo duda de que Los amores de un bibliómano (Periférica,
2013) va dirigido a los que no conciben la vida sin la presencia de los libros
como tal, a aquellos que justifican su vida teniendo libros, que los asumen
como compañeros de ruta.
Si bien es cierto que vivo rodeado de
libros, no me considero un bibliómano. Es que el bibliómano es otra cosa y el
trabajo en la librería me ha permitido conocer a no pocos bibliómanos, personas
que van tras un ejemplar que, por ejemplo, les permita completar una colección,
o uno que cumpla específicos requisitos personales, o de los que se lanzan tras
la primera edición por la que están dispuestos a pagar lo que fuera.
De bibliómanos, los hay para todos los
gustos.
Y a lo mejor todos esos gustos se noten
fundidos en este libro de Field, quien un hombre sumamente culto y ubicado
también como un popular escritor de libros infantiles. Durante toda su vida
estuvo entregado a la lectura y al coleccionismo de libros, pasión que en más
de un tramo de la publicación lo lleva a declarar que renunció a los placeres
de la vida a cuenta de la tenencia y del goce que le provocaba el aroma de las
páginas sepias de los libros antiguos.
Para enriquecer esta visión, Field se
vale del recurso del anecdotario, describiendo a sus grandes amigos libreros
que le proveían de material. Por ejemplo, Field les dejaba una lista y cada uno
de ellos se lanzaba a la caza de los títulos, existiendo entre ellos una
competencia que Field agradecía sin dudar. En estas páginas somos pues testigos
de una pasión genuina y desbordada, que podría percibirse hoy en día como algo
desfasado, pero esa pasión y desborde también lo eran en la época en que el
autor iba tras ellos.
No hay que pensarlo mucho, nos
sumergimos en una lectura rubricada por una suerte de paz interior, colegimos
que Field escribió el presente libro guiado por la tranquilidad e impulsado por
el amor que le deparaba su inmensa biblioteca y su derrotero busquero. Por otra
parte, sería mezquino no destacar el buen ojo de la gente de Periférica, si no
fuera por ellos, este bello libro seguiría siendo inexistente.
…
Publicado en Siglo XXI.