viernes, enero 25, 2019
Una de los libros más celebrados del
2018 fue sin duda alguna Ordesa
(Alfaguara) del escritor español Manuel Vilas.
Lo leí de la misma
manera como abordo todo texto celebrado, me acerqué a él con todo el
escepticismo posible, a la caza de posibles caídas y atento a la utilización
mercantil del tema. ¿Qué encontré? En verdad no gran cosa, y ese no encuentro
del tópico mayor fue lo que llamó poderosamente mi atención. Lo que hace el
autor es contar su vida desde el análisis del dolor, pero no me refiero a uno
que obedezca a una actitud que transita desde la superioridad de quien repasa
su vida detallando los sucesos importantes (como si estos en realidad
importaran a los lectores). Vilas muestra su vergüenza anímica, pero no la
lleva a cabo en pos de la catarsis, sino que la direcciona hacia una
reconstrucción biográfica que parte de los restos emocionales de sí mismo. El
autor escribe de su vida, de sus padres muertos y de la tensa relación con sus
hijos. No son pocos los cadáveres vitales que deja en el camino, pero ese es el
sendero a seguir si se pretende escribir de uno. En este sentido, cumple con la
intención expositiva. Pero ¿esto es suficiente para la referencialidad que
tiene hoy su testimonio? Pues no. Lo que marca la pauta de la narración es la
tersura de la prosa, su engañosa diafanidad, y esto no es más que producto de
un denodado trabajo por dar con la luminosidad de la palabra (no olvidemos que
Vilas es también poeta), la verdadera protagonista que le ha generado el
suceso: la identificación con los lectores. En otros registros, lo relatado
solo habría arribado a un reconocimiento que no pasaría del mediano plazo. Es
pues la engañosa transparencia de la prosa, que se reserva el derecho de admisión
del lugar común, que eleva el drama personal a una epifanía, consiguiendo de
esta manera lo que rara vez vemos a razón del abuso o no entendimiento del
registro confesional: la médula de la verdad personal. Es por ello que pasajes
que solo cumplirían un fin decorativo o de trámite, proyectan una distinción, a
saber, cuando el autor recuerda un viaje en auto con su padre y se ven obligados a
detenerse.
Puedo entender los saludos que viene
recibiendo Ordesa, del mismo las impresiones
que cuestionan su reconocimiento. Ese cruce de opiniones valorativas es lo que
asegura que la publicación no caiga en el olvido. Libro que no se discute,
sencillamente no sirve para nada.
intelectuales sin compromiso
La semana pasada recordamos el
nacimiento de José María Arguedas. Bien sabemos que JMA es el intelectual que
está más presente en el imaginario de los peruanos, incluso entre quienes no lo
han leído. Ha dejado de ser una referencia letrada para convertirse en firma de
identidad. Su obra literaria y ensayística tuvo un punto de partida: la
sensibilidad comprometida que sustentaba el análisis acucioso. Sin este factor
anímico resultaría difícil que nos hayamos sentido identificados con su obra y
figura.
Hablamos de un hombre que en su timidez
demostró carácter sin temer a las consecuencias (a saber, apoyó a Oswaldo
Reynoso cuando publicó Los inocentes,
en tiempos en los que el correctismo se nutría de una férrea intolerancia a lo
distinto, más si la manifestación artística resultaba transgresora) y cuya
coherencia social lo llevó a ser encarcelado por ocho meses en 1937.
De vivir, ¿qué pensaría de los nombres titulares
de nuestra inteligencia local? Fácil: estaría espantado de tanto hueleguisismo
táctico, sabrosa práctica en la que vemos a horrorizados escritores
“prestigiosos” y sus obedientes peones blindando a acosadores, relativizando el
maltrato si el agresor es de los míos;
quedaría decepcionado de los discursos crípticos sobre los años del terror;
aterrorizado de la nula empatía de los luchadores sociales con aquellos que
dicen defender y de otras maravillas dignas del arribismo.
No olvidemos una cualidad de mujeres y
hombres peruanos: somos duchos para detectar la mentira y la atorrantada en
quienes florean sobre cultura y moral. Por eso se carcajean de nuestros
intelectuales y encima los condenan al remate en eventos feriales. Sus palabras
suenan falsas y preparadas para el aplauso inmediato, con análisis superficiales
motivados por los posts de Facebook, que ha caído como anillo al dedo en una
sociedad tremendamente chismosa como la nuestra (muros vemos, Inboxs no
sabemos).
Nuestros escritores e intelectuales
carecen de compromiso real, aquel componente clave que le permitió a JMA
conectar con el otro y su
circunstancia. He ahí su actual epifanía, que deberíamos intentar seguir.
jueves, enero 24, 2019
"el enano"
Lo vimos en 2017 y también el año
pasado: los libros de no ficción y las reediciones salvaron ambas temporadas
editoriales. Más allá de algunas excepciones, la ficción peruana está en deuda con sus
lectores.
Entre las reediciones, releí muchos
títulos, algunos pasaron la prueba y otros no. Los primeros, deducimos, se han
impuesto a la tiranía del tiempo, que según el lugar común, es el mejor juez
para legitimar un libro.
Ese es el caso de El enano (Tusquets) de Fernando Ampuero.
No somos pocos los que recordamos aún el
impacto que supuso la publicación que enfrentaba a dos prestigiosos periodistas
del país. Aquí el morbo resultó determinante para los que recorrieron estas
páginas por primera vez. No hay que pensarlo mucho: fue el interés chismoso lo
que llevó a EE a romperla en 2001.
Hablamos de una obra que suscitó
opiniones encontradas, pero que estaban ligadas por un consenso: la capacidad
de su autor para hilvanar una historia extremadamente divertida.
La relectura nos permite constatar una
vez más su carácter de entretenimiento pero también nos depara otra dimensión
que tendríamos que reconocer: su valor como literatura de calidad, ajena a la
dependencia de si sus personajes son ubicados o no por el público. En este
sentido, el libro se ha divorciado de su contexto inicial e impuesto a los
ánimos que llevaron a su autor a escribirlo.
En EE
somos testigos de los usos que un creador hace de su arsenal literario. Veamos,
destacamos la técnica narrativa que no cae en el fatuo exhibicionismo (algo que
deberían aprender nuestros nuevos y no tan nuevos escritores locales, tan
desesperados por demostrar el andamiaje cuando el genuino arte narrativo se
justifica en la invisibilidad del mismo) y la dimensión humana con la que
Ampuero configura a Hache, al punto que arribamos a lo impensado: llegamos a tenerle
cierto cariño.
A riesgo de incomodar: en este regreso a
EE he visto lo que no tienen nuestros
narradores: soltura para contar y voluntad para la exposición. Claro, Ampuero
nos entrega un ajuste de cuentas, que cumple con creces, pero él no duda en
aplicar ese ajuste primero con él mismo. Si vas a destrozar, primero destrózate
exponiendo tu vergüenza interna. Esta actitud lo llevó a la anhelada nerviosidad de la claridad narrativa, la
que garantiza la lozanía de este proyecto y que a la fecha refuerza lo que es
ya una impresión generalizada: el estupendo momento de Ampuero como escritor.
autocrítica / informarse
Hace algunos días conversé en una
reunión con algunos amigos de izquierda, entre radicales y simpatizantes,
porque me interesaba saber, como quien recobra la esperanza en el sentido
común, sobre lo que piensan de la situación actual de Venezuela. A la fecha,
creo que no exista peruana o peruano que no conozca aunque sea relativamente el
contexto venezolano. Más allá de las preferencias y convicciones, resulta obvio
que la defensa de un régimen como el de Nicolás Maduro es indefendible por los
lados que se mire y analice. Por ese motivo, me sentí aliviado del nivel de
autocrítica de mis amigos, que saben, al igual que uno, que el problema no me
fue del modelo político, sino del lodazal de la corrupción (en este punto,
puedo estar de acuerdo en parte, porque otras de las razones que ha llevado a
ese rico país a ser uno sumergido en la miseria y la frustración es
precisamente el modelo socialista que ya ha sentenciado su inviabilidad al
menos en esta parte del continente), que como tal no conoce de ideologías.
Como dije, me alegra que la gente que
aprecio venga mostrando una sana autocrítica. No puedo decir lo mismo de los
líderes de opinión que uno ve en las redes y medios tradicionales, que se
resisten a asumir la contundencia de la realidad. Yo sé que debe ser difícil
aceptar que el sueño romántico en pos de un mundo justo se haya resquebrajado a
causa de la corrupción y la pésima gestión, pero es precisamente esa cerrazón
la que los lleva a ser cómplices no solo de una dictadura, sino de una
insensibilidad que viene dinamitando a una sociedad que se muere de hambre. El
fanatismo adquiere niveles de locura cuando uno lee, inevitablemente,
comentarios imagino que desesperados (por no decir que solo pueden ser emitidos
por quienes tienen la mente cagada) que intentan justificar un régimen que solo
se delata. A saber, he leído varios que eructan este tipo de ocurrencias: que
lo que ocurre con el gobierno “revolucionario” de Maduro es un ilegítimo golpe
de Estado a cuenta de Juan Guaidó (claro, no cito la otra relacionada a un
complot internacional). Puedo entender la desesperación discursiva, pero lo que
no la imbecilidad, más cuando esta se justifica en la flojera. Basta leer la
constitución venezolana para saber que el accionar de Guaidó para
autoproclamarse presidente está amparado en el sistema constitucional de su
país.
Muchos aún no salen de la sorpresa, ¿de
dónde salió Guaidó? No importa, la Historia de un país no pocas veces la
protagonizan los personajes más llamativos. Fácil, pues: los figurones no
marcan la diferencia, jamás.
martes, enero 22, 2019
de eso va también: pasarla bien
No es la gran cosa, no creo que esta
serie vaya a calificar de obra maestra, pero hasta el momento You pinta muy bien, es divertida y nada
posera. Sus productores partieron del principio de no salirse
de los cotos del entretenimiento, llevado a cabo sin subestimar a los
espectadores, cosa que sí sucede en la última temporada de The Affair y en la evidentemente fallida Gipsy, peor cuando entre su reparto cuentan con actores conocidos y
con trayectoria.
Sobre You conversé anoche con una amiga que fagocita series. Me dijo que,
efectivamente, era divertida, y que se dejaba ver, rematando la impresión con
un “para pasar el tiempo sin perderlo”. Claro, ese fue el remate valorativo
sobre la serie, pero aquí viene lo que dijo, y es lo que dijo lo que motiva el
post: ¿por qué hay libros peruanos de ficción que son tan pero tan aburridos?
Claro, lo dijo en otras palabras pero esa es la idea central.
Hace más de un año publiqué en Caretas
un artículo sobre el aburrimiento en el que ha caído la narrativa actual. No
sorprende: en estos lares impera una rara costumbre: lectores poseros y
críticos consideran que el tedio es sinónimo de orfebrería verbal, se asume el
humor como una muestra de la más rancia subliteratura, el asunto/argumento como
un retroceso y firma de las limitaciones del autor que lo aplica, ni hablar de
la extrañeza, de la que se ha abusado para celebrar bodrios que hoy nadie
recuerda.
Bien sabemos que el año pasado no
fue pródigo en estupendos libros, sin embargo, considero que hubo algunos que aparte de logro literario (cuestión a discutir) sí consiguieron una empatía con los lectores. Algunas novelas que recuerdo:
La guerra que hicieron para mí de
Carlos Enrique Freyre, El bizco de la
calle Roma de Luis Freire Sarria, Algún
día este país será mío de Sergio Galarza, Madrugada de Gustavo Gutiérrez y Perro con poeta en la taberna de Antonio Gálvez Ronceros.
Esta novela de AGR merece una mayor
difusión. Es verdad que ha obtenido buenas reseñas y su presencia en recuentos
está más que justificada. Pero ya es verdad de Perogrullo (y si en caso no lo sepas, pues
tranquilo porque ahora sí) que las reseñas no aseguran nada, solo satisfacción
para el autor de turno. Lo que hace que un libro se lea es su buena
distribución en librerías y que las reposiciones se realicen sin tanta demora. De
esta manera se consigue el suceso, la verdadera promoción de la obra: la
recomendación del boca-oreja, el mágico fenómeno que protagonizan los lectores
que no solo celebran la aparición de un buen texto, sino también su ánimo
divertido. También de eso va leer: pasarla bien.
lunes, enero 21, 2019
actitud, pues
En estos días me han preguntado por los
poemarios de 2018 que me han gustado o parecido valiosos. Queda claro que no he
sido un rendido entusiasta de la producción poética peruana del año pasado. Son
varios los factores que han contribuido a ello. A la ya dicha falta de interés
de nuestros vates por volver a la esencia del ejercicio poético, hay que sumar
también la pobreza editorial (hasta las huevas: al editor de poesía se le pide
que sea un tigre en la diagramación y este se conforma siendo un holograma en
la intervención del texto), la folklórica distribución y, muy en especial, la
carencia de espacios serios que den cabida a lo que vienen haciendo las nuevas
y recorridas voces, ya sean de Lima y del interior. Obviamente, hay plataformas
físicas y virtuales, pero estas no me brindan la más mínima garantía de intento
de objetividad. Huelo a trampa y percibo harto vientre de alquiler (método que
consiste en la formación de grupo/colectivo que bajo el ropaje de la “gestión
cultural” canaliza el contrabando lírico del repentino y buenagentista gestor)
que propicia la formación de involuntarias argollas.
Claro, no es nuevo lo que digo, pero en
2018 se juntaron todas las taras para hacer fuerza común, que ha sido tan contundente
que a duras penas hemos llegado a cuatro poemarios que calificaríamos de
valiosos pese a la irregularidad que delatan sus agujeros textuales. Como
rendido lector de la tradición de la poética peruana, la situación me apena y
me es imposible no parafrasear lo de Santiago Zavala en Conversación en La Catedral: ¿en qué momento se jodió nuestra poesía?
Esta inquietud se refuerza con el fenómeno que al menos vemos dos veces por
semana: el reseñismo delivery entre
poetas.
*
Quiso el destino que vuelva a leer El libro de los fuegos infinitos del
trujillano James Quiroz. Se trata de la última entrega de la editorial
Celacanto, que nos presentó a un autor que ha mostrado saludables avances en
comparación a su primer poemario: Rock
and Roll (2015). Lo que me gusta de la presente propuesta de Quiroz es que
la misma es dueña de una actitud, de una especie de achoramiento que lo lleva
no solo a cuestionar su circunstancia de poeta sino también a reflexionar en
ella. Hay pues una violencia interna, un contenido grito de expresión, que
beneficia a la palabra poética en densidad y a la vez en claridad, librándola
del efectismo rancio y olvidable.
Obvio, no es un poemario perfecto, el
error de Quiroz ha sido abarcar muchos tópicos cuando lo ideal era cortar más
de un poema, pero justo es señalar que se trata de una serie de caídas por
ambición y no por defecto. En su imperfección el poemario exhibe una riqueza
(el poeta transmite) y lo que importa: la certeza de que estamos ante una voz
que sí está creciendo. Ya depende del autor no perderse en la frivolidad limeña,
que alberga a un circuito poético en donde la celebración imbécil de la
mediocridad es el peaje a pagar para ser admitido en el fiestón del parecer.
domingo, enero 20, 2019
la mujer no importa (2)
Me despierto y comienzo la jornada de
domingo, me desperezo con el mejor álbum de Talking Heads, Fear of music. Dejo correr las canciones, paso café y veo las noticias
en la pantalla del cel.
Algo extraño e inconcebible viene
sucediendo en el país. Si hasta hace poco nos quejábamos de la impunidad, que
con mucho esfuerzo se ha estado combatiendo, ahora esta impunidad da paso a un conchudo blindaje. Por ejemplo, pensemos
en la agresión que sufren las mujeres y peor: la protección de la que gozan los
agresores. Masacrar, maltratar, violar y abusar de la Mujer no solo se ha
vuelto cosa corriente, sino que las pruebas presentadas ya no son hechos suficientes
a tomar en cuenta. El problema no es la aplicación de la ley, sino los ojos y
los “principios” que la interpretan. En esta sinuosa dimensión, entra a tallar
el machismo en toda su magnitud: desde la condena estratégica a la protección
de filiación. Lo vemos en todos los estratos, desde aquellos menos favorecidos
por la educación hasta los que sí. En este segundo grupo, refiriéndome a
nuestro insuperable circuito cultural y literario, podemos corroborar un
patrón, encontramos autores que pontifican desde el estrado de las redes
sociales, veamos: realizan señalamientos a los embates del sistema neoliberal,
se condenan las tropelías de la dictadura venezolana, leemos discursos sobre el
compromiso con los vecinos de San Juan de Lurigancho y otras hierbas
políticamente correctas. Sin embargo, ¿qué sucede cuando se presentan
testimonios de acoso e intento de violación por cuenta de las propias
agraviadas? Pues nada. Se aplica el condenable criterio del relativismo. La
amistad y la solidaridad grupal por encima de los principios que dicen honrar en
los palcos virtuales, tejiendo la aberrante táctica de cuestionar la acusación
de la agraviada, a menos que no sepan leer, cosa que sería un sinsentido
tratándose de gente dedicada a las letras. Y encima tienen la Concha de
indignarse cuando se les critica por esa doble moral. Esta gente necesita cilindros de desahuevina. A este paso se les va a recordar por inmorales y no por
los chispazos que alguna vez hicieron en la escritura.
martes, enero 15, 2019
autobiografía
El año pasado presenté en La Casa de la
Literatura El color de los hechos
(Biblioteca Abraham Valdelomar), que reúne la narrativa breve de Teresa Ruiz
Rosas. Fue una presentación concurrida y simpática. Al final de la misma,
Milagros Saldarriaga, directora de la Caslit, me saludó y obsequió un título publicado
por la institución: La vida que yo viví…
de Magda Portal.
Había escuchado de la publicación, me
interesaba leerla, pero lo que en ese momento me entusiasmó fue la pulcritud de
la edición, que estuvo a cargo de Kristel Best Urday. Se trata de un libro
objeto que honra la estética rústica del proceso de escritura. Recordé también
lo que hizo Casa de Cuervos en 2014 con Puerto
Supe de Blanca Varela, que exhibía la tipografía de la máquina de escribir
y las anotaciones a mano de la poeta. No hay que quemar cerebro: son dos bellas
ediciones facsimilares.
En estos días releí lo de Portal, como
quien refuerza algunas impresiones de la primera lectura. En esta autobiografía
la escritora pasa revista a los sucesos que marcaron su tránsito personal,
literario y político. Como tema (contenido) resulta más que gratificante
asistir a la construcción del carácter y la personalidad de Portal, con mayor
razón en un contexto en el que las mujeres no eran habituales protagonistas de
la vida social del país. Era una mujer de armas tomar, pero no pensemos que
encontraremos a una revolucionaria recalcitrante, porque de haber sido así,
considero difícil que tenga la referencia de la que goza hoy. Su ánimo de
denuncia descansaba en un discurso cuestionador, en la argumentación del porqué
las cosas se presentan como tal. Esta incomodidad ante la Injusticia, que no
debemos asociar únicamente al derecho en pos de la mejora de la situación de la
Mujer, la honraba mediante la consecuencia.
Pues bien, no es posible detectar muchas
luces en cuanto al nervio de la escritura. Aquí se presentan las interrogantes,
una por mientras: ¿cuánto pesa el tema en la valoración literaria de la
presente autobiografía? No hay que ser un lector entrenado para darse cuenta de
lo obvio, pero tampoco vamos a negar que su escritura transmite sensibilidad y
extrañeza al lector, y eso es más que suficiente entre tanta narrativa del yo
local que envejece rápido y muy mal.
domingo, enero 13, 2019
¿defensa del ideal?
Poco antes del mediodía me despierto.
Espero cuarenta minutos para levantarme y comenzar a planear lo que será este
domingo.
En los últimos días me he encontrado
fuera de las redes y las noticias, conectado solo en lo esencial. Por esta
razón, no pude informarme como debía, pero tampoco es que tuviera un apego por
lo que suceda en este país de hermosas montañas. Más o menos uno ya se ha
acostumbrado al mal gusto peruano del horror. Sabe cómo se presentarán las
noticias y qué línea van a tener, del mismo modo uno especula con las
reacciones de los implicados con ellas.
Dicho esto, me pregunto: ¿sorprende o no
el comunicado del Frente Amplio sobre la situación venezolana? En estas últimas
semanas he estado leyendo y escuchando no pocos disparates, cada uno superior
al otro. Estos disparates que cuestionan la presencia de venezolanos y
venezolanas, y siendo buenos en la impresión (por esta vez), parten de un
orgullo romántico en pos de la defensa de los principios de izquierda. “Esto no
puede estar pasando, hay una fuerza superior que permite esta cadena de
desprestigio sobre los valores inmaculados de la revolución social, por ello,
hay que protegerla del imperialismo”. Puedo entender estos sanos disparates, no
será la última vez que los lea y escuche, pero lo que sí me cuesta aceptar es
la indiferencia que genera la apología sudorosa del ideal. Esta indiferencia
hunde aún más la imagen de los simpatizantes de izquierda, pero si a esta le
sumas “involuntario” canallismo, tenemos lo siguiente, que supera el comunicado
del FA: cada venezolano(a) que ingresa al país está siendo financiado por
grandes multinacionales, que tienen el objetivo de desaparecer el modelo
socialista del siglo XXI.
La esperanza es lo último que se pierde.
Yo no creo que la izquierda sea una cagada, pero en estos momentos lo es, los
hechos hablan por sí solos: un pueblo muriendo de hambre en un país rico. A
veces la realidad es irrefutable y lo sano es observar y cerrar el hocico y
amarrarse las manos para no andar comunicando cojudeces.
sábado, enero 12, 2019
la mujer no importa
En la última edición de Caretas se
publicó mi artículo Concolón 2018, en donde hacía un repaso al vuelo sobre las
incidencias que sazonaron la producción literaria del año pasado. Si gustas, lo
puedes leer aquí.
Como el lector del blog ya se habrá dado
cuenta, no suelo republicar en este espacio mis textos que aparecen en otros
medios (hay uno sobre la muerte de la metaliteratura peruana en Urbanoide que
sí me tienta a quebrar mi pacto de “pureza”: reproducirlo para el deleite de
los lectores de Lfdls), cosa que sí hacía tiempo atrás.
Pues bien, sé que el artículo de Caretas
se ha leído mucho, como todos los que se publican En la yugular, nombre de la
columna. Y como es de esperarse, la opinión está dividida, en especial si
prestamos atención al segundo párrafo, dedicado a los maltratos que ha venido sufriendo
la Mujer peruana a cuenta de autores empoderados en el circuito literario y
cultural.
Todos los casos consignados están corroborados,
han sucedido. Pero claro, no faltan los quejosos, y me refiero a los
integrantes y simpatizantes del grupo poético Kloaka.
¿Ataque artero? Pues no y aquí explico,
como para niño: cuando uno de los poetas representativos del grupo fue acusado por
una artista local, ¿cuál fue la actitud de los revolucionarios del ayer? Fácil:
el silencio y la condena tibia por parte de algunas mujeres de la
agrupación. Incluso su poeta mayor quiso apaciguar las aguas y terminó embarrándola más:
convirtió una situación grave/delicada en estratégica protección discursiva mediante la
mención a Kloaka. Me pregunto/nos preguntamos: ¿qué tenía que ver Kloaka en ese
asunto? Absolutamente nada. Se trató de una acusación que no se formuló en función a la
agrupación sino en base a la conducta de uno de sus integrantes. Lo que vino
tras el pronunciamiento del poeta mayor fue el desentendimiento de integrantes
y simpatizantes, cuando lo saludable era conversar más de una vez con su poeta
banderita, convencerlo de pedir disculpas y que asuma su responsabilidad, con mayor razón después de emitir su descargo, que tenía más de victimización racial
que de decencia.
No
pocos allegados a Kloaka llevan a cabo un discurso no solo literario, sino
también un señalamiento en contra de los abusos que sufrieron miles de peruanos
en los años del terrorismo. Los vemos hablar de derechos humanos y,
últimamente, de los atropellos que sufrieron las mujeres durante ese sangriento
conflicto. El mensaje que dejaron tras el incidente entre su poeta y la artista es condenable para unos y triste/decepcionante para otros:
la mujer no importa si quien la agrede es uno de los míos.
¿Ataque artero a Kloaka? No, huevas: esperábamos una cuota básica de coherencia que honre un discurso moral y
ético que lucha contra las injusticias y la despreocupación/el desinterés por
el otro. No te sorprendas, entonces,
si tú solo dinamitas tu autoridad/superioridad moral que proyectas cada vez que
puedes en redes, artículos y en cuanto lugar te toque estar. Eso.
sábado, enero 05, 2019
"perú chicha"
Las argollas no son propiedad exclusiva
del mundillo literario, no solo la mayoría de nuestros narradores y poetas han
rematado hasta la histórica sartén de la abuelita con tal de tarjetear favores,
también las podemos ver en los autodenominados “limpios” terruños de la
academia local. En la primera prevalece la frivolidad (ferias internacionales,
contratos editoriales, reseñas a pedido, entrevistas arregladas y fotitos),
mientras que en la segunda se batalla por la estabilidad: en vez del mérito,
manda el lustrabotismo que a más de uno ha llevado a abjurar de sus
convicciones éticas con tal de obtener algún puesto universitario, una firmita
para una beca y otras maravillas del gusanismo.
Obviamente, no todos asisten a esta
feria de la banalidad. Tenemos benditas excepciones a destacar en el espectro
académico, que han sabido ganarse el respeto de sus alumnos a cuenta de la
consecuencia intelectual y una obra que propicia discusión
En mi época de librero pude ser testigo
de las opiniones encontradas que generaba Dorian Espezúa como catedrático: se
le odiaba y amaba por igual, pero en ninguno de los casos se le mezquinaba su
conocimiento. A ello, sumaría carácter, a saber: el breve texto Parkinson, alzheimer y literatura (2017),
en donde manifiesta su posición contra las falsedades de los Estudios
culturales que seducen a los despistados que carecen de lecturas formativas.
El año pasado publicó un atractivo libro,
el cual ha pasado desapercibido en la mayoría de los hermosos recuentos que
hemos leído en estas dos últimas semanas, que recomiendo por su respiro
divulgativo: Perú Chicha. La mezcla de
los mestizajes (Planeta). El autor se aleja del código teórico para
brindarnos un atractivo licuado de registros que nos permite entender e
identificarnos con la pluralidad del poder chicha que ya ha transformado a la
sociedad peruana. Su escritura es reposada y nada libre de sentencias polémicas
e incómodas, como en los capítulos “La vestimenta chicha”, “La literatura
chicha” y “El sujeto chicha”. Léelo.