jueves, julio 23, 2020
Hay una sentencia
que ya no la escucho como antes. No sé a qué se deba esa extraña desaparición,
a lo mejor muchos se han arrimado a las mentiras del volátil presente debido a
la pandemia. Lo cierto es que la frase “solo el tiempo pone las cosas en su
lugar”, aparte de la certeza que proyecta, puede ser un peligroso consuelo para
quienes no alcanzan el reconocimiento, ya sea en la vida y en la literatura.
En cuanto a lo
segundo, una breve mirada a la producción narrativa de los últimos años nos
arroja una realidad por demás agobiante: cada año se publican libros que son de
la putamadre. En esta ocasión no voy a desgranar esta observación, puesto que
me interesa recomendar una novela que no ha envejecido nada desde que salió
publicada en 2010 y que la relectura que hice de ella hace un par de semanas la
confirma vigente y, felizmente, por muchísimo tiempo más.
Me refiero a Sueños bárbaros (Planeta, 2020) de
Rodrigo Núñez Carvallo. Los que tienen buena memoria, recodarán que al salir
publicada por primera vez, los saludos críticos estuvieron a la orden del día.
Del mismo modo los comentarios de los lectores, que hicieron correr el rumor de
las virtudes narrativas de la novela y la historia representada, que podría ser
una dura y festiva metáfora de una generación (80/90) que le tocó vivir una
etapa de crisis signada por la violencia y la hiperinflación. Lo que RNC nos
presenta es la lucha de un sueño imposible en Perú en aquellos años de horror:
hacer cine. Para ello, se centra en un personaje que existió, llamado Rafael
Delucchi, un inquieto joven hiperactivo que anhela hacer una película.
La realización de
la película de Delucchi es el escenario emocional de la novela, pero su sabor
yace en la interacción de los personajes. Si la novela de RNC es lo que
conocemos, se debe principalmente a esa interacción mediante la cual el lector
asiste a una fiesta de circunstancias y azares que tienen a la política y el
sexo como canales conductores. Hay que decirlo: en una página de sexo de Sueños bárbaros hay más sexo que en casi
toda la narrativa peruana última del presente siglo. RNC no ha descubierto
ningún secreto: las novelas son historias y las historias dependen de sus
personajes.
Tampoco dejo en el
aire un factor que refuerza mi teoría (personal): la vitalidad que exhiben nuestros
narradores mayores se agradece, y espero que los narradores más jóvenes se
percaten de que ser soporífero, correctito, asexuado,
poserazo y otras maravillas de la ramplonería egocéntrica no es epifanía
literaria. La imbecilofilia no es el camino.
viernes, julio 10, 2020
"la casa de cartón"
Una de las cumbres
de la literatura peruana del siglo XX es, sin duda alguna, La casa de cartón de Martín Adán.
Para muchos
lectores y especialistas este libro es la puerta de entrada a una de las
poéticas más radiactivas de nuestra tradición. A la fecha, Adán está
considerado como uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y su vida no
deja de acrecentar su leyenda vital, de la que se ha escrito mucho para el placer
de los diletantes literarios, que ya vienen reclamando una biografía monumental
sobre el escritor. Una biografía ambiciosa de Martín Adán no solo dejaría
contento al llamado conocedor de su obra, también a los que buscan entender en la
trastienda vital a una figura cultural por demás desconcertante y, por ello,
atractiva. Lo dicho es un deseo que lamentablemente está muy lejos de ser
cumplido debido a que tenemos una laxa tradición de biógrafos. A la fecha,
sobre Martín Adán hay retazos, compilaciones básicas y un discurso críptico que
aturde/aburre.
¿Por qué es
importante la reedición del primer libro de Martín Adán? La respuesta puede
generar varias impresiones. Pensemos, por ejemplo, en cómo un clásico como este
no gozaba de sucesivas ediciones (su lectura debe ser obligatoria en colegios y
universidades). Conozco a muchos lectores que han tenido que sudarla para
adquirir un ejemplar de La casa de cartón,
no por caro sino por inhallable. Sin embargo, lo que interesa ahora es que
contamos con una edición, a cargo de Revuelta Editores, la cual ostenta diez
óleos del reconocido artista plástico Enrique Polanco. Los óleos recorren los
escenarios barranquinos por los que transita el narrador protagonista de la
novela, generando en el lector una empatía inmediata con un escenario urbano a
la fecha mítico. Además, la relectura del libro confirma (verdad de Perogrullo)
la actualidad de los temas que Martín Adán expone en esta novela catalogada de
vanguardista por los expertos, como la crítica social, el espíritu disidente y
un afán cuestionador que traspasa la esfera de la lectura para insertarse en el
corazón del lector. También la musicalidad del estilo mediante frases breves,
que dejó magisterio en estilistas como Oswaldo Reynoso.
Siendo muy joven,
Martín Adán supo de su talento, el cual fue reconocido por dos gigantes de la
cultura peruana del siglo pasado y que también aparecen en esta nueva edición:
Luis Alberto Sánchez en el prólogo y José Carlos Mariátegui en el colofón.
No hay razón para
no releer La casa de cartón. No hay
razón para no descubrirla para aquellos que aún no han accedido a estas
páginas.
lunes, junio 29, 2020
"medio siglo con borges"
El último libro
del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, Medio siglo con Borges (Alfaguara, 2020), es una invitación por
partida doble: por un lado, va dirigido al público lector aún no del todo
familiarizado con la obra del argentino; y en menor medida para los lectores
conocedores de esta poética literaria que no deja de suscitar discusión y
admiración.
Jorge Luis Borges
es un autor muy alejado de los resortes intelectuales y emocionales que
identifican a la obra del peruano. Entonces, ¿en qué punto confluyen ambas
miradas?, ¿cuál es el factor que lleva a Vargas Llosa a reunir ensayos,
entrevistas, conferencias y reseñas sobre un autor del que cada año no dejan de
aparecer libros sobre él? No sorprende que preguntas como estas sean formuladas
por lectores conocedores, que en algunas ocasiones pecan de soberbios sin darse
cuenta de que este tipo de libros, los de difusión, cumplen una función que hay
que agradecer: la formación de nuevos lectores.
Medio
siglo con Borges pudo ser un libro más “analítico” (no olvidemos que
Vargas Llosa se encontraba en Princeton enseñando sobre novela y Borges cuando
en la mañana del 7 de octubre de 2010 recibe la llamada de Suecia en la que se
le comunicó que acababa de obtener el Nobel de Literatura) y recursos le sobran
al autor para haberlo encaminado por ese sendero. Por eso, es notoria la
intención de Vargas Llosa de privilegiar su asombro de lector que le producían
la figura y los libros de Borges. A saber, en una de las entrevistas, ambos
llegan a conversar sobre el poeta peruano José María Eguren y de la relación
emocional de Borges con el Perú, entre otros aspectos. Y fiel a su estilo,
Vargas Llosa manifiesta la importancia del legado literario del argentino (ya
calificado de clásico para el gran futuro), sin dejar de subrayar algunos
puntos de apreciación literaria con los que no estaba de acuerdo con él. A
saber, la visión sesgada de Borges en cuanto a la cultura occidental.
Esta publicación
guarda un lazo a destacar con La utopía
arcaica (admirar a un autor con el que no se sintoniza en absolutamente
nada en cuanto a poética) y muy en especial con Cartas a un joven novelista. Si en Cartas… se privilegiaba la dimensión de la escritura literaria, en Medio siglo con Borges se exalta la
dimensión de la lectura como único medio para estar en la vida. Al respecto, resulta curiosa la reseña sobre Atlas, que Borges escribió con su esposa
María Kodama. En este texto, en onda con los de La verdad de las mentiras, Vargas Llosa nos brinda un ángulo
distinto del Borges habitual, un Borges en conexión con la vida y sus
circunstancias, a kilómetros del Borges libresco ya instaurado en el imaginario
literario.
En su brevedad, Medio siglo con Borges cumple su
propósito, contagia pasión por leer absolutamente todo.
Librazo.
lunes, junio 22, 2020
"los cojudos"
A fines del año pasado
Planeta publicó la reedición de Los cojudos
(por cierto, el libro estuvo a cargo de este servidor) de Luis Felipe Angell,
más conocido como Sofocleto.
Seguramente, los
lectores peruanos más jóvenes (y que recién están empezando a leer con
frecuencia) no conozcan a Sofocleto. Al respecto, hay que enfatizar que
Sofocleto fue uno de los escritores peruanos más leídos del siglo XX. Dueño de
una inacabable curiosidad que lo llevó a explorar más de un género literario, en
los que plasmó inteligencia, humor y sarcasmo. El Perú (su esencia cultural
vista desde todos los ángulos) fue uno de sus temas recurrentes, lo que le
generó miles y miles de lectores que iban a la caza de sus libros mientras
devoraban sus columnas periodísticas.
Sin duda, Los cojudos es uno de sus libros más
conocidos, el cual también puede servir como puerta de entrada para los
lectores de hoy a su extensa y magnífica obra. En esta publicación, Sofocleto
llevó a cabo lo que en teoría parecía imposible: explicar la identidad peruana.
Lejos del discurso señorial, de las mentiras de la data que no refleja la
realidad y de la impostura opinativa, Sofocleto compromete al lector hacia un
viaje interior signado por el cuestionamiento festivo, haciéndole partícipe de
una indagación por los resortes del ADN peruano, de aquello que no se quiere
averiguar (por vergüenza y por inminente de burla que sufrirá quien se
atreva a descifrar esos resortes) pero de lo que se habla hasta por los codos
cada vez que nos comunicamos entre nosotros.
Los
cojudos
se ha impuesto como un clásico de la cultura peruana. Su legitimidad parte del
favor del lector, como tiene que ser. A saber, agotó existencia entre diciembre
(2019) y enero de este año. Y ahora vuelve con la misma luz (humor, sabiduría,
ironía e inteligencia) en una segunda edición a la búsqueda de (muchos más) nuevos lectores
No debe
sorprender. Así era/es Sofocleto: radiactivo.
lunes, abril 06, 2020
"dos soledades"
Una de las
publicaciones que atesoro en mi biblioteca, no por tratarse de una obra maestra,
sino por su dimensión anímica por decirlo de algún modo, es Dos soledades (INC, 1974) de Emilio
Adolfo Westphalen y Julio Ramón Ribeyro.
Compré el libro
hace muchos años y confieso que no lo he releído con la frecuencia que merecía.
Quiso el azar que lo encuentre días atrás mientras buscaba en los anaqueles Cuentos pretéritos de Manuel Beingolea.
Cuando el mundo
regrese a la normalidad, y si estuviera en mí la posibilidad de propiciar un
rescate editorial, pensaría en esta maravilla, no porque sea un librito (88
págs.) que vaya a generar dinero, sino porque su lectura ayudaría a ordenar la
geografía emocional del escritor confundido y alucinado, además, enriquecería
la visión de vida del lector verdadero, aquel que busca en la lectura un fin en
sí misma (cualidad cada vez más escasa, por cierto).
Esta publicación
reúne dos conferencias, mediante las cuales sus autores nos brindan una
aproximación a sus respectivas poéticas. Pero esta intención no es lo esencial,
sino lo que hay debajo de la forma, ese río sensorial que nutre y dota de
verdad al discurso.
No por nada, la
publicación se llama Dos soledades.
Especulo que pudo ser Julio Ortega el que puso el título, puesto que él firma
la presentación con la que contextualiza los momentos (1973 (Ribeyro) / 1974
(Westphalen)) en que se leyeron estas conferencias.
En Poetas en la Lima de los años treinta,
Westphalen diserta sobre su condición de poeta en relación a sus compañeros
generacionales, como Estuardo Núñez, Martín Adán, entre otros. Se podría pensar
que su propósito fue ofrecer un panorama de época para la poesía peruana, que
lo cumple en parte, porque lo que le importa sin importar es la exposición de sus cotos emocionales. En no pocos
pasajes sugiere que toda su vida ha sido un antisocial, o para ser más preciso,
se ha sentido inclinado hacia la evasión, la base en la que dispone sus
materiales poéticos.
Por su parte,
Ribeyro en Las alternativas del novelista
realiza un recorrido por la tradición de la novela. Y al igual que Westphalen, Ribeyro
apela a la importancia de la galaxia anímica, con la diferencia de que lo hace
con no pocas capas conceptuales, lo que no genera un esfuerzo por parte del
lector (la mágica tersura de la escritura de Ribeyro, obvio), que no demora en
colegir la estrategia del conferencista: hablar de las virtudes de los otros
(maestros de la narración) para declarar su preferencia por el método clásico
de narración. Obviamente, nos enfrentamos al detrás de escena de un Ribeyro de
ficción, que no guarda relación con el otro Ribeyro, extraño y hechicero en la
indefinición de registros.
Como sugerí líneas
arriba, no sería nada descabellado proponer un rescate de este libro para
contextos más propicios. En fin, el dato está, con la esperanza de que algún
loco asuma el reto.
miércoles, marzo 25, 2020
"Hunter. La vida salvaje de H. S. Thompson"
Una de las
publicaciones a las que recurrí hace unas semanas ni bien supe que ya estaba en
librerías limeñas: Hunter. La vida
salvaje de H. S. Thompson de E. Jean Carroll (Tusquets, 2019).
Sobre la misma, ya
escribí un texto largo para una revista de libros, que imagino aparecerá cuando
las cosas vuelvan a la normalidad.
Esta es una
biografía especial por varias razones. Una de ellas, se trata de un homenaje al
creador del periodismo gonzo, pero uno que no es presa ni de la leyenda ni del
lugar común, que tanto ha seducido a escritores y aspirantes a tales en el
mundo entero, la mayoría confundiendo actitud con matonería, y en el colmo de
la ignorancia llamando gonzo a cualquier cojudez escrita en primera persona.
Otro motivo, este libro se publicó en 1993, es decir, 12 años antes del
suicidio de Thompson.
¿Por qué me gusta
más esta publicación que las otras sobre Thompson escritas tras su muerte?
Como ya indiqué en
el párrafo anterior, en estas páginas no hay alabanzas, menos sobadas, sino una
exposición sobre las virtudes y bajezas de Thompson, que por momentos parecen
un río de aguas cristalinas para luego ser tiznado de lodo y mierda. En este
sentido, especulo en que sí le pudo gustar mucho a Thompson. Para alguien
acostumbrado a provocar y a encontrar acicate en los insultos que también le
espetaban, lo ofrecido por Carroll debió ser como un orgasmo para su ego.
Pero lo que lleva
a la publicación a los niveles de perdurabilidad es su estructura. Carroll
acertó con ofrecernos una biografía coral, tarea que no solo se suscribió a la
búsqueda de las personas que conocieron a Thompson, sino también a la caza de
textos que lo graficaban como alguien genial y a la vez miserable. En este
aspecto, algunos testimonios tienen el poder de erizar la piel y generar
indignación.
Como vivimos en
tiempos de corrección política, estoy convencido de que una lectura como esta
despertará la indignación de más de una feminista debido al trato que Thompson
tenía con las mujeres. Algunas de las convocadas por Carroll se quejan, otras
no. Pero habría que subrayar la participación de la autora, la otra gran
protagonista de esta biografía coral, mas su luz es la ideal, el perfil bajo. La
estrella no era ella.
Un libro que ladra
y muerde, sin duda.
viernes, marzo 13, 2020
"el futuro es una máquina que nunca se acaba"
De las novelas
peruanas publicadas el año pasado, una que apareció a fines del mismo despertó
mi atención: El futuro es una máquina que
nunca se acaba (Alfaguara) de Erick Benites.
Benítez debutó en
la década anterior con Caja negra, un
sugerente libro de cuentos que se nutría de los referentes de la cultura
popular. De aquella experiencia a esta su última novela, es posible percibir el
trabajo del autor en cuanto a la morfología de la prosa, expuesta en una claridad
que como tal no deja de destacar por su peso
anímico, cualidad difícil de lograr y que es producto de una febril
reescritura.
En principio nos
hallamos ante una novela generacional, aquella comprendida entre el segundo
lustro de los 80 y el curso de los 90. Acierta Benites con mostrarnos un
mosaico emocional que parte de un nihilismo existencial, del que el autor se
sirve para entregarnos tres protagonistas (el narrador protagonista, Mauricio y
Javier) cómplices en cuanto la dimensión amical pero que a la vez entran en
conflicto por saber de la muerte de uno de ellos (No Spoiler), entre otras
inquietudes de la edad, signadas por la frustración social (aunque no dicha, lo
cual es meritorio porque si en algo brilla Benites es precisamente en un claro
divorcio del mimetismo del lugar común, detalle en el que resbalan no pocos
exponentes peruanos últimos).
Benites conduce su
novela mediante la sugerencia. Todos los conflictos que presenta yacen en la
especulación de lo que pudo haber pasado, y no solo sobre la muerte de
Mauricio, sino también indaga en el impacto que suscita en el narrador
protagonista (y los otros) el cáncer
que aquejó a su padre. En otras palabras, los conflictos parten de los
personajes para insertarse en el lector, convirtiéndolo en un cómplice en pos de
una verdad que lo cuestiona, es decir, en una experiencia literaria y humana
que sería bueno ver con más frecuencia en la narrativa peruana de los últimos
tiempos, que ha caído en un aburguesamiento imbécil teñido de urgencias
frívolas.
En su brevedad, El futuro es una máquina que nunca se acaba
dice mucho más de lo que expone. Benites cuenta una historia, pero esta no es
más que un pretexto, en sus páginas la que se lleva los aplausos es la poética condensación
de su escritura. Hay que estar atentos a lo próximo que haga Benites. No
importa cuánto tiempo demore en publicar.
sábado, febrero 22, 2020
relectura: "bodegón"
Hace algunos años
apareció Bodegón. Poemas recuperados 1973
- 1976 (Vallejo & Co), un extraordinario trabajo de arqueología poética
realizado por Renzo Porcile (amigo personal) sobre los poemas
perdidos/extraviados de Enrique Verástegui en los años setenta.
La lectura de
estos poemas confirma lo que ya no debería ser una verdad oculta: la genialidad
del poeta, que quedó patentizada con En
los extramuros del mundo, publicado en 1971. Aquel libro debut hizo que un
jovencísimo Verástegui sea considerado incluso como uno de los poetas
hispanoamericanos más llamativos del momento.
El tiempo ha transcurrido y el magisterio de Verástegui se ha fortalecido. Es por eso que acceder
al Verástegui no “conocido” pasa a la categoría de imprescindible, porque nos
revela los cambios que el poeta haría en los futuros registros que exploró después de esa década setentera tan rica en (muy) buenos poemarios.
Sensualidad,
transgresión, intelecto, erotismo y cuestionamiento social y existencial
deparan estos poemas rescatados/recuperados. Al respecto, pienso en la
contundencia de “Transcripción de una borrachera en un bar de provincia”, “Dibuxo
del venerable varón F.J de la C. (Beardsley Frontispieces: estampado en seda)”,
“Visión de un joven sicótico”, “Encuentro con una Sioux en Bogotá”, “Asunto a
tratar: Penelopea de Itaca pasó por Lima” y “Good / By Lady Splendor”.
Me resisto a
pensar que haya poeta peruano que pase de esta obra tan rica en referentes,
pero de lo que sí pasan muchos es de la actitud de Verástegui. Esa actitud es
lo que eleva y fortalece los registros usados por el desaparecido autor. Me
refiero a ese contacto con la realidad para transfigurarla, interrogarla y
convertirla en sustancia del ejercicio poético. Talento aún hay, y mucho, pero
lo que se impone es la cobardía, la menudencia expositiva, el yoísmo inocuo.
Lean este libro.
viernes, febrero 14, 2020
calderón fajardo
Días atrás,
mientras andaba perdido por las salas del MALI, me topé con un lector, que no
puedo considerar mi amigo pero con quien llevo un trato muy cordial. Este me
preguntó por algunos posts del blog y si alguna vez había escrito sobre Gastón
Fernández.
Sí recuerdo haber
escrito de él, lo que no es el espacio (físico o virtual) en el que se publicó
el texto.
Como fuere,
resulta gratificante recordar y ser testigo de la emoción del interesado
mientras le brindaba mis impresiones de relatos
aparentes, publicado por More Ferarum a mediados de la década pasada, si
mal no recuerdo.
A este lector, a
quien en adelante llamaré Tatú, tiene una fijación especial por la
tradición literaria de los raros, que
son aquellos escritores que no pueden ser ubicados en rubros ya canónicos. A
Tatú le gustan todos los raros,
aunque no sé si llamar raro a Carlos Calderón Fajardo sea lo apropiado.
Recuerdo que a CCL
le gustaba mucho Fernández y del mismo modo aceptaba que se le considere raro.
Le di toda la
razón a Tatú: hay que ver la posibilidad de reeditar a Fernández, aunque sea en
un tiraje modesto, de 300 ejemplares. Quien lo haga será alguien valiente y
romántico de las causas imposibles, porque lo más probable es que se venda muy
poco, pero qué importan las ventas cuando se trata de una poética que justifica
la experiencia de la lectura.
Horas después de
despedirme de Tatú, pensé en Fernández y CCF. Se entiende que no hablo de
calidad literaria, en lo personal son dos escritores excepcionales, pero
siempre he mostrado mis reparos a la nomenclatura, antojadiza e irritante, de
llamarlos raros, lo que refuerza mi
teoría de que el problema no es la poética, sino el discurso de sus difusores.
En este aspecto, pienso más en los promotores de CCF, que hicieron mucho daño a
los interesados en su obra, pintándola de inasequible, secreta y que requería
de lectores con kilómetros de lecturas. Hago un repaso fugaz de su obra y esta
no tiene nada de extraña, por el contrario, una de sus características era su
apego por el asunto/argumento, intención que vimos repotenciada en su tetralogía
de Sarah Helen. A ello, añado su propósito de no encasillarse en un determinado
género narrativo. En su poética están casi todos los temas.
Mucha chancaca
discursiva para un autor que siempre buscó la magia de la claridad en su
escritura. Mucha posería estéril en sus difusores. Ojalá en estos tiempos se le
difunda de otra manera. CCF lo merece.
martes, febrero 04, 2020
«tema libre»
Desde hace un
tiempo estoy interesado en la obra del escritor chileno Alejandro Zambra.
A diferencia de
muchos, mi entusiasmo es tardío. Lo he leído, sin embargo, cuando lo hice no
sentí una identificación, sin dejar de reconocer que es un tremendo autor, que
ha forjado un mundo hermético y no menos revelador.
No sé a qué se
deba este repentino apego. A lo mejor se deba a la edad. Como fuere, cada
lector es dueño de su conexión con los libros, a lo mejor a esta edad estaba destinado
a conectar con Zambra.
Tema
libre
(Anagrama, 2019) es su último libro.
Desde el título se
anuncia la intención del autor (propósito que será detectado ya por sus
seguidores): la escritura sin cotos genéricos. Bajo este principio, Zambra ofrece
una serie de “ficciones, ensayos y crónicas” que de manera clara o subalterna
son un reconocimiento al acto de escribir. Pero no se trata de un arte poética, porque a Zambra (en esta
ocasión) no le interesa el recuento creativo, sino las herramientas en las que
descansan las inquietudes artísticas y el medio
por el que se las debe conducir. A saber, en textos tan disímiles como el homónimo
de la publicación y “El cíclope”, resulta posible constatar la madurez de una mirada, o de cómo esta se ha ido
fortaleciendo desde que Zambra se diera a conocer como autor de ficción. En
apariencia, en lo que escribe el chileno no suceden grandes acontecimientos, al
menos no como sí leemos en muchos otros autores. Para Zambra, el oficio es tan
importante como la mirada (actitud, apego por el detalle, modo de acercamiento
a la curiosidad), incluso tras la lectura de Tema libre podría aventurarme a decir que la mirada es másimportante que el oficio, principio que haría rabiar a los celadores de la ortodoxia narrativa, tan preocupados en la forma que en el nervio o la epifanía textual.
En su brevedad, Tema libre es un libro mágico, en el que Zambra consigue una vez más destruir las barreras entre ficción y realidad, lo que conquista al lector, al que ya no le interesa si lo escrito yace o no en la parcela de la verosimilitud. La clave es disfrutar. Llámalo experiencia literaria.
miércoles, enero 22, 2020
una librería
En los meses de verano me dedico
exclusivamente a la relectura. Esto es algo relativamente conocido por el
seguidor del blog. Rara vez me sumerjo en las novedades, sin embargo no pude
ser ajeno a una maravilla llamada Nuestras
riquezas. Una librería en Argel (Libros del Asteroide) de la escritora
argelina Kaouther Adimi.
Como lo sugiere el título, esta novela
va de una librería, llamada Las verdaderas riquezas, fundada en 1929 por Edmond
Charlot, histórico librero y editor que tuvo la oportunidad de publicar los
primeros libros de Albert Camus, y cuya librería no tardó en convertirse en un
punto de encuentro para autores como André Gide y Antoine de Saint-Exupéry. No
era para menos, Charlot supo forjar una leyenda de librero y gran lector que
incentivaba la creación literaria en los jóvenes. En este sentido, Adimi nos ofrece
un retrato atractivo de Charlot, pero también un testimonio de época y una
radiografía generosa de lo que tendría que mostrar siempre todo librero (y
editor): pasión por la vocación.
A la par de esta historia, Adimi presenta
el recorrido del joven francés Ryad, que en 2017 debe encargarse del local en
donde se ubicó Las verdaderas riquezas, pero su interés en el mundo del libro
es prácticamente nulo y ve la tarea encomendada como un asunto meramente
pecuniario. Tiene que reparar el local de la librería porque el actual
propietario la quiere convertir en una buñolería.
Adimi se vale la funcionalidad del
lenguaje sin afeites para brindarnos acercamientos verosímiles a estas
sensibilidades. Por un lado, el idealismo de Charlot y por el otro la
practicidad de Ryad. En este contrapunto, Adimi encuentra una potencia de
estilo que le permite al lector acercarse a un testimonio de época, a una
suerte de exploración a la cotidianidad de Charlot previo al estallido de la
segunda guerra mundial; del mismo modo en la configuración de la materialidad
que signa a Ryad. Este último, a medida que va avanzando en las reparaciones del espacio de la librería, va enterándose de su historia y leyenda, lo que
deviene en un asombro de primerizo que es aprovechado por Adimi para mostrarnos
el conflicto intelectivo de Ryad.
Por lo expuesto, el lector se halla ante
una novela idealista con ribetes escépticos, la cual nos muestra una mirada con
cable a tierra de esa locura que es sacar adelante una librería pese a las
adversidades y del valor silencioso de la misma capaz de abrirse espacio en el
tiempo y en las sensibilidades más reacias a reconocer su valor.
jueves, enero 09, 2020
listas (poesía peruana última)
Hace algunos días algunos amigos me enviaron un par de listas que daban cuenta de los poemarios/poemas
peruanos más destacados de la década. Hay que reconocer la ambición, del mismo modo el arrojo, más cuando nos presentan el lisérgico número de 50 (y
pico).
Para algunos, este
asunto puede parecer una pérdida de tiempo o una tremenda cojudez, en cambio
para otros, como este servidor, sí se trata de una chambaza más allá de si haya
trampa o no, o sobre cuáles sean las verdaderas intenciones en esta clase de selecciones en las que encontramos carne y hueso, o llámese
también tráfico de intereses. En las parcelas de la especulación todas las
sospechas resultan razonables y más cuando se habla de poesía peruana última.
Imagino pues el
ejercicio de memoria del colectivo Sub 25 (1 y 2) y el poeta Julio Barco (1). La relevancia
de sus listas la dirá, apelando al lugar común, el tiempo. Ahora, me gratifica
haber encontrado más de una voz atractiva (yo hice mi tarea, salí a la búsqueda
de muchos poemarios/poemas (no pude encontrar todos) para
dejar atrás algunos vacíos, además, lo bueno es que aparecieron en días de
encierro forzado por las fiestas de fin de año, es decir, hubo tiempo extra
para leer lo no planificado).
Más que Likes, la
poesía peruana reciente urge de lectores y no voy a negar que estas antologías
al vuelo pueden ayudar a un debate o un seguimiento, o sea, brindar la sugerencia
de una cartografía para el eventual lector. Bien sabemos que el circuito
poético (al igual que en todos lados) es muy pequeño. Podemos ver las reyertas
y olímpicas payasadas de la mayoría de sus integrantes, a los que habría que
agradecer por alegrarnos durante la digestión, pero subrayo: lo más importante
es recoger la recomendación y de esta manera saber quién es quién en poesía
peruana última mediante la experiencia del texto. En cuanto a mí, lo agradezco.
sábado, enero 04, 2020
«palabras de otro lado»
Una de las novelas
que debería figurar más en nuestros apurados recuentos literarios es Palabras de otro lado (Galaxia
Gutenberg) de Alonso Cueto. La novela, para más señas, resultó también ganadora
del II Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo.
Cueto vuelve sobre
sus marcas creativas, como la exposición de hombres y mujeres cuestionados por
una revelación de último momento. Esto es lo que sucede con Aurora Carhuana,
cuya madre antes de morir le confiesa que no es hija del padre que ella siempre
creyó. Partiendo de este suceso, el autor comienza a armar una trama atractiva,
lo que para sus (no pocos) lectores no es novedad, incluso es posible intuir
cómo sería su desarrollo, sin embargo, lo que ofrece la novela no es una trama
cerrada, sino un despliegue humano en la interacción de los personajes. En este
sentido, la lectura depara no pocos sucesos en la búsqueda de Aurora de su
padre, los cuales están enhebrados por los encuentros y la empatía entre estos,
lo que lleva a Cueto a descollar en la introspección de los mismos y, en
especial, en la sensibilidad de Aurora. Este ingreso a las zonas de lo dicho y
lo no dicho, a los circuitos de la especulación, es lo mejor de Palabras de otro lado, novela en la que
cada acción viene sustentada por una carga reflexiva que sabe detenerse a
tiempo y en la que sus personajes quedan expuestos en sus más escondidas vergüenzas,
pero esta exhibición de atrocidades anímicas no depende de la dimensión
descriptiva del discurso, sino de la capacidad de Cueto para llevar el orgullo
dinamitado a la galaxia emocional e intelectiva del lector. Esta luz deformada está presente en muchas páginas
y tiene el poder suficiente para rescatarnos aún de las falencias de la novela
(diálogos).
Palabras
de otro lado ya se ubica entre las mejores novelas del autor,
junto a Grandes miradas, La hora azul, El susurro de la mujer ballena y La Perricholi.
Otro aspecto que
me atrajo del libro es su frescura, la actualidad temática convertida en
protagonista alterna. Imposible no pensar en nuestros nuevos o no tan nuevos
escritores, que han hecho del chancaquismo discursivo, de los horrores superfluos y del aburrimiento, las
marcas del prestigio sin lectores (o sea, doblemente hasta las huevas), del
triunfo de la otra literatura legitimada por el lobby y otras maravillas
parecidas. Uno no piensa así porque sospecha mal y cree que todo está hasta las
patas. No qué va. No hay motivo para pensar así.
lunes, diciembre 30, 2019
germán marín
En la mañana de ayer domingo me entero
de la muerte del escritor chileno Germán Marín. A lo largo del día recorrí
algunas webs de diarios chilenos que daban cuenta del fallecimiento de uno de
los autores referenciales de la literatura chilena contemporánea. Por esas
cosas del azar, desde el día viernes había separado para releer la novela más
conocida de este autor: El palacio de la
risa, publicada en principio en 1995, aunque mi ejemplar pertenecía a
Ediciones UDP, de 2014.
Separé esta novela de Marín movido por
la curiosidad de retorno a los densos recovecos de su prosa. El argumento de la
novela, metáfora brutal de Villa Grimaldi, conocido centro de torturas de la
dictadura pinochetista, no era lo que en esta ocasión llamó mi atención. Me
interesó, en principio, volver a la mezcla de registros que llevó a cabo Marín
en este proyecto. Hay, pues, lo que llamamos narrativa del yo pero sin ser yo,
y mediante esta incertidumbre discursiva Marín brinda un relato social sobre el
periodo más oscuro de Chile en el siglo pasado. En lugar de discurrir por la
exposición de atrocidades, el autor opta por lo no dicho, abocado a la
sugerencia, extraña y que corrompe la
prosa y, por ende, la sensación del lector. Es precisamente esta sensación, la
búsqueda de esta, lo que me llevó a buscar el libro.
Marín es diáfano pero a la vez complejo,
pero ante todo veraz en lo que cuenta, y cuando me refiero a veraz no pienso en verosimilitud, sino a
una inmersión en la desazón personal y (como ya indiqué líneas atrás) colectiva
de la sociedad de su país. A medida que se avanza en este artefacto rotulado de
novela, resulta inevitable no caer presa de un extrañamiento presente en todas
sus páginas: la sombra del peligro por medio del recuerdo y la correspondiente
reflexión mientras se transita por los interiores y exteriores de Villa Grimaldi.
Sobre la vida y obra de Marín se
escribirá mucho en los próximos días. Marín llevaba una vida de perfil bajo y
pertenecía a ese selecto crisol de autores que muchos consideramos perennes. Lo
es ya en su literatura, El palacio de la
risa es una irrefutable prueba de ello.
viernes, diciembre 27, 2019
listas
No esperaba postear nada hasta el
próximo año, pero la conmoción que suscitan los Premios Luces me obliga a salir
de mi zona de confort (relecturas) para brindar algunas palabras esclarecedoras
al respecto, si es que a alguien le interese mis palabras, como siempre tan
saludadas y denostadas. Pero bueno, a lo que iba y para ello me valgo de la
pregunta que me hizo el joven narrador Bebé Sinclair en la mañana, mientras
disfrutaba de un sabroso pan con chicharrón en el local Palermo de Balconcillo:
«¿cuán serios son estos premios del Comercio?».
Los Premios Luces, lo sabemos, son una
tremenda cojudez, pero como tal no menos atractivos para sus protagonistas. No
importa lo imbécil que pueda ser la metodología del galardón, lo que seduce es el lucro emocional y eventualmente económico que se pueda sacar ni bien el
autor lee su nombre entre los nominados. Urge madurez para manejar los
vaivenes del fugaz estrellato, una gotita de desahuevina sería ideal en esos
momentos que sientes tocar las nubes y, en tal posición de privilegio, ver a la
recua que la suda para sobrevivir. Pero ya vemos que las artes del buen
comportamiento sucumben ante las redes de la huachafada bienintencionada
(prefiero pensar que es así), detalle del que son conscientes nuestros autores,
que sabiendo de los peligros del mal gusto, son suicidas y se hipotecan sin más
al ruego de votos, a las dádivas de Likes y los oscuros misterios del rebote.
No hay que ser un dotado de la deducción:
nos hallamos ante una mentira. Sin embargo, en esta ocasión la farsa, a
diferencia de años anteriores, está delatada por el apuro en la confección de
las listas, porque eso es lo que prefiero pensar y no (me aferro a la
ingenuidad) en negociados llevados por lo bajo. En la confección de listas
resulta imposible dejar contentos a todos, no hay suficientes presas para tan
alta demanda, pero al menos un poco de responsabilidad (repaso al vuelo de lo
más destacado, tiempo que no demanda más de tres bocados de pan con chicharrón
del Chinito) podría suscitar el acontecimiento: que estén los que merecen
estar, al menos hacer el intento.
martes, diciembre 24, 2019
cuentarios peruanos 2019
Ya cerrada la temporada editorial 2019, debo
decir que, en lo literario, ha sido un año mucho mejor que el anterior. En este
sentido, pienso en el género que ha sido protagónico, el cual suscitó interés y
anuencia en los lectores: el cuento.
Me alegra, y mucho, por tratarse de un
género no pocas veces maltratado, mirado de reojo, que no despierta esa
algarabía que sí la novela, al punto que se piensa (y mal) que cuando se habla
de narrativa peruana actual se hace referencia a la novela.
Curiosamente, los títulos más destacados
han sido publicados por editoriales grandes. Hasta hace un tiempo se solía
creer que si algún refugio tenía el cuento, este se lo podía brindar el
espectro de las editoriales independientes, que dicho sea, han demostrado un
año más su evidente crisis de catálogo, al menos antes los independientes salían
a buscar.
El libro de cuentos del año se reparte
entre tres títulos: Resina (Seix
Barral) de Richard Parra, Todo es
demasiado (Emecé) de Christian Briceño y Algunos cuerpos celestes (Peisa) de Augusto Effio Ordóñez. Hasta
hace algunos meses, ubicaba lo de Briceño como el cuentario más sólido (que a
decir de muchos buenos lectores lo es), pero no voy a negar que lo de Parra y
Effio sí me generan razones para expandir el entusiasmo por este género tan
difícil y a la vez muy incomprendido, usado por varios autores como puente a la
novela. El cuentario, lamentablemente, es una especie de tarjeta de
presentación en sociedad, requisito indispensable para seducir a los editores
de turno con el proyecto de novela. En estos tres títulos hallamos no solo
oficio, sino también una mirada del mundo de los autores, la cual no se
resiente por efectismos y amaneramientos verbales con inclinación al bostezo.
Además, mediante la configuración moral de sus personajes es posible conocer
los circuitos anímicos y temáticos de los que se nutren sus autores. No hay
satisfacción más saludable que encontrarse con plumas con personalidad, que no
dudan en exponer la vergüenza interna, la humillación silenciosa y caprichosa,
y en especial, ese afán por querer comunicar algo a los lectores.
También subrayo la aparición de Los ríos de marte de Yeniva Fernández, Nunca seremos tan jóvenes como hoy de
Carlos Arámbulo, La otra orilla de
Alejandro Susti y Jamás en la vida de
Fernando Ampuero. Estos tres libros han tenido rebote desigual en prensa, del
mismo modo saludos críticos encontrados. Pero esa es la idea, suscitar diversas
opiniones. En el caso de Fernández, su libro (que contiene una novelita y cuentos
de su primer libro Trampas para incautos)
ayuda a visibilizar una propuesta que transita entre el detallismo y el
registro fantástico. En el caso de Arámbulo, su cuentario lo asumí como un
eslabón más de la cadena de intereses que lo configuran como autor de ficción.
Basta leer su producción para darnos cuenta de que como creador no se queda en
un solo estilo; sus dos cuentarios y la novela que lleva publicados son prueba
de este braceo, el cual realiza con oficio y fidelidad a su tema: la intensidad
de la vida. Si hay un autor peruano a quien debemos leer íntegramente, ese es
Arámbulo. En cuanto a Susti, no podemos dejar de destacar que su cuentario
(ganador del Premio José Watanabe 2018 de la APJ) derrocha una transparente fineza
estilística. Para Susti no existen las reglas clásicas del cuento, para él lo
que importa es el cómo, el tejido
narrativo y la exposición de sensaciones no dichas de sus personajes, como en
los cuentos «El balneario» y «Después de la batalla». No es un autor que tienda
a lo comercial, más bien, su poética exige de un lector entrenado. Susti es
dueño de una obra con variados intereses (también es editor, ensayista y
músico) y en el plano de la escritura de ficción este es su título más
importante. Si bien es cierto que el último cuentario de Ampuero no está como
conjunto entre lo mejor de su rica producción, hay que indicar que estos
cuentos exhiben un estado de gracia que solo se adquiere en años de
experiencia, pero lo que me fascina más es la proyección de la vitalidad que se
cuestiona y que impone revelación y hechizo en la irregularidad, detalle que no
puede ser obviado por los perfeccionistas. Sin embargo, en esta irregularidad,
hay una joya del cuento peruano del presente siglo: el homónimo de la
publicación. Este cuentario se inscribe en un contexto estelar para el autor, que
desde hace algunos años viene siendo testigo de un unánime reconocimiento
literario, local e internacional.
Me gustaron mucho dos cuentarios
reeditados: el primero pertenece a la narradora Mariela Sala, Desde el exilio, y el segundo a Antonio
Gálvez Ronceros, Los ermitaños. Se
trata de una excelente oportunidad para los nuevos lectores de literatura
peruana de conocer a una narradora con mucho por decir como lo es Sala; en el
caso de Gálvez, no podemos dejar de saludar los esfuerzos que se hacen para que
su obra llegue a todos los lectores posibles. Si hay un autor al que debemos
considerar ya un clásico viviente, ese es AGR.
Aunque podría ser una reedición, pienso en la magia de Pajarito de Claudia Ulloa Donoso. Esta
es uno los libros que transmite la luz natural del talento. Aquí hay relatos de
la autora que pudimos leer en el celebrado El
pez que aprendió a caminar más otros de reciente aparición.
Y para terminar, el título de uno de los
nuevos narradores peruanos más representativos: El que golpea primero golpea dos veces de J.J.Maldonado. Maldonado ya nos había dado luces de su talento en su primer cuentario Los Buguis y en esta ocasión refuerza
con ventaja las impresiones que se tenían (y se esperaban) de él. Asistimos
pues a la marca de agua de Maldonado, la nervura del estilo y personajes
ensimismados en la oscuridad. Para Maldonado, el asunto/argumento es
importante, pero más lo es el cómo, en este caso, creer sin reservas en el
protagonismo del lenguaje (no es lugar común, y hay que subrayar la cualidad
porque no me refiero a si el lenguaje es correcto o trabajado, sino a su
dimensional moral en su configuración).
lunes, diciembre 02, 2019
juego de favores
Un artículo de Ignacio Echevarría me
lleva a uno que escribí para Caretas (edición impresa 2616). Ambos textos muestran una
inquietud en común: la conformación de los jurados de los premios nacionales de
literatura.
Como ya sabrá el lector atento, el Premio
Nacional de Literatura de España lo ganó Lectura
fácil de Cristina Morales. Esta es una novela que se alzó también con el Herralde
2018 y que confirma no solo el constante buen momento de la autora, sino
también un proyecto que, en mi opinión personal, es uno de los más sólidos del
imaginario narrativo hispanoamericano actual. Echevarría incide en que habría
que mejorar los mecanismos de selección de los jurados en cuanto a su preparación
para los textos escritos en catalán y euskera.
Imposible, entonces, no pensar en los
ganadores del último PNL peruano en sus tres categorías (Literatura Infantil y
Juvenil, Cuento y Poesía), que no han despertado el entusiasmo de nadie. Este
galardón del Ministerio de Cultura tiene todo para convertirse en el más
importante del país, por la sencilla razón de que transita por títulos ya
valorados por la crítica y los lectores. Pero claro, si hablamos de este
ministerio, no podemos dejar de pensar en su dejadez cíclica, la cual viene
condimentada con una soberbia burocrática, que nos lleva a un despilfarro de
dinero y a una mentira: que sus libros premiados son los mejores en sus
respectivas categorías.
Al Mincul no le interesa trabajar en pos
de una claridad, le importa poco (o nada) filtrar los nombres recomendados por
las instituciones académicas y culturales que proponen a sus representantes
para la conformación del jurado del PNL. Todo indica que su labor es servir chizitos,
gaseosas y panes con atún. En otras palabras, sus funcionarios creen que están
en su chacra y pasan por alto el evidente juego de favores que llevan a cabo
las instituciones al proponer a sus «especialistas».
Se entiende, pues, que el problema de los jurados es doble: su escaso
conocimiento de las publicaciones y su ética. Ante esto, ¿los funcionarios del
Mincul deben hacer algo? Por supuesto, porque para eso se les paga de nuestros
impuestos, para que protejan los intereses de los lectores peruanos, o en todo
caso, hacer menos vergonzoso el juego de argolla institucional que sugiere al causa como jurado.
miércoles, noviembre 20, 2019
clásicos
Hace varios meses tuve la oportunidad de
entrevistar al literato italiano Nuccio Ordine a razón de su ya referencial Clásicos para la vida. Una pequeña
biblioteca ideal (Acantilado).
Ordine es un defensor de la educación
tradicional, aquella que se justifica en la memoria y la reflexión, que para
ser eficiente requiere de la participación de un maestro apasionado en la
formación del alumno, al que tiene que guiar y estimular en la lectura de los
clásicos. Para Ordine no hay otro camino para la educación de calidad que no
sea por medio de la lectura de los clásicos. En este sentido, es un defensor
acérrimo de la importancia de los mismos, ya que son fuentes inagotables de
respuestas.
Hasta aquí, lo dicho no podría pasar del
lugar común. Sin embargo, habría que preguntarnos cuánto estamos leyendo a los
clásicos. Claro, se trata de una inquietud ingenua. Por ejemplo, los clásicos
vienen siendo ninguneados de los programas escolares de lectura (o llámese Plan
Lector) que, literalmente, han convertido en millonarios a no pocos
mercachifles impresores mediante textos que son axiomática basura. Estos
mercachifles han diseñado un plan de promoción y posicionamiento (con la ayuda
de mafiosos burocráticos del Ministerio de Educación) en los colegios, el cual
les permite excluir todo programa que aborde a los clásicos como se debería, es
decir, desterrando los manuales y resúmenes.
No niego que leer a los clásicos requiere
de un esfuerzo, no importa si se tiene experiencia o no como lector. Ingresar a
los clásicos puede significar en principio una ardua tarea, pero no hay otra
que cumplirla. Como todo en la vida que vale la pena, en este caso el esfuerzo
deviene en conocimiento real.
jueves, noviembre 14, 2019
tres decepciones
Este año se han publicado algunas buenas
novelas, como Cementerio de barcos de
Ulises Gutiérrez, Adiós a la revolución
de Francisco Ángeles, Balada para los
arcángeles de Luis Fernando Cueto y La
Perricholi de Alonso Cueto. Pero también de las otras, de las que en
principio tenía expectativas por lo que venía «leyendo», cuándo no, en la redes.
Me sumergí en ellas, con toda la buena intención, pero la decepción se impuso
como un inesperado tacle en una pichanga nocturna. Lo curioso es que son
novelas que pudieron funcionar mejor, tener otro destino y no la desazón que me
invadió tras leerlas.
Solo
vine para que ella me mate (Planeta) de Charlie Becerra, quien había brindado
algunas luces de su talento narrativo en su libro de no ficción El origen de la hidra, comete el craso
error de caer en un efectismo discursivo que plastifica la dimensión humana que creemos nos propone: el autorreconocimiento de sus personajes. El argumento es
atractivo, pero se impone el desconocimiento de los géneros que se funden en un
proyecto que descuida precisamente la densidad que le da sentido a la
configuración moral de los personajes, los que a fin de cuentas nos llevan a la verdad
textual, inexistente en estas páginas.
Compórtense
como señoritas
(Paracaídas), de Karen Luy de Aliaga, tenía todo para imponerse como una
publicación por demás importante. Sin embargo, el tema de la orientación sexual
en un contexto represivo no es suficiente para alterar los sentidos del lector.
La autora trastabilla en el tratamiento y no nos referimos a la furia anímica
de su narrativa, sino a la ausencia de metáforas que representen la molestia en
pos de la libertad (revisar a Marosa Di Giorgio y Alda Merini, a saber). Si en
futuras incursiones, Luy de Aliaga deja de abusar de la enunciación literal,
podría llegar a marcar un magisterio que no dudaremos celebrar.
Algo sucede con Raúl Tola. Lo digo con
pesar por tratarse de un autor experimentado. En La favorita del Inca (Alfaguara) no solo tropieza con la inverosimilitud
(vista también en La noche sin ventanas),
sino que es evidente una caída que un escritor de su trayectoria no debería
tener a estas alturas: el apuro, pues.
domingo, noviembre 10, 2019
«carta al teniente shogún»
Una de las publicaciones peruanas que
quería leer y leí hace un mes (cuánto tiempo ha pasado): Carta al teniente Shogún (Debate, 2019) de Lurgio Gavilán.
Desde hace un tiempo vengo señalando
que, al menos este año, la producción libresca local viene mostrando una media
de calidad relativamente estimable. De lejos, este 2019 es muy superior a
temporadas editoriales pasadas. Esta última entrega de Gavilán confirmaría la
impresión, pero ahora hablamos de las parcelas de la no ficción, y en este caso
que nos cita, la que se relaciona con la memoria.
Gavilán se hizo conocido por Memorias de un soldado desconocido
(2012), publicación a la fecha icónica, no solo como documento sobre los años
de la llamada violencia política, sino también como muestra de las grandes
posibilidades de la literatura testimonial. En este libro, el autor nos contó
su paso por las huestes terroristas, el ejército peruano y la Iglesia. Bajo
todo punto de vista, Gavilán es un personaje excepcional.
En su último libro, Gavilán vuelve a transitar
por los caminos de la autobiografía. En estas páginas nos habla del teniente
que lo rescató de la trampa senderista, pero aquí aplica un registro rico en
posibilidades pero a la vez peligros en la administración de sus alcances
expresivos: la epístola, como aliento, no como forma.
Hablamos de narrativa del yo. Pero de un
«yo» de verdad, sin melindro discursivo y lejano de efectismo ramplón como
lamentablemente exhiben (por confusión e ignorancia) algunos autores de esta
aldea.
Gavilán nos lleva a sus orígenes.
Escribir de estos lo motiva a brindarnos una radiografía ontológica del militar
que lo rescató. Para ello, se vale de las armas de la especulación, porque más
allá del hecho que significa Shogún para Gavilán, este último no llegó a
conocerlo del todo. La prosa es tersa y diáfana, no libre de cierto barniz
lírico, que siempre se agradece. Sin embargo, nuestro autor tropieza en las
peligrosas aguas del impresionismo, convirtiendo, por momentos, su relato en un
insoportable reguero sentimental (que no es igual a sensibilidad), que nos
revela una ingenuidad que no podemos justificar en un autor maduro. Gavilán debió aprovechar otras
licencias del registro, como la reflexión.
Más allá de este reparo, CTSH es un documento necesario, una
inmersión en la barbarie que a Gavilán le tocó vivir.