lunes, noviembre 30, 2015
viernes, noviembre 27, 2015
jueves, noviembre 26, 2015
388
Más allá de lo que se puede vivir en las
ferias de libro, lo que siempre espero de ellas es algo que vaya más allá de
una experiencia comercial, que a fin de cuentas, y por más que suene a
incoherencia, es lo que menos me interesa de la vida. Prefiero otras
satisfacciones, más personales, que calmen en algo la furia que llevo dentro.
Cerca de las cinco de la tarde me dirijo
a los servicios de Larcomar. Al regresar, me detengo a ver el mar mientras fumo
un pucho. Me gusta ver el mar, sentirme una nada ante una inmensidad que no
solo ofrece belleza, sino también una sensación de temor. Porque eso es lo que
hago, deseando que los minutos sean los más duraderos posibles, es decir, no
regresar, o en todo caso, sentir que no regreso al stand de la feria. Me
encontraba en ese trance, mejor dicho, ingresando a ese trance psicodélico de
ausencia en el que no me interesa nada.
Recién a la tercera llamada, porque sin
duda no fue a la primera, escucho que alguien me llama. Volteo. A cuatro metros
de mí miro a una chica que me sonríe y que tiene en manos a un niño de año y
medio. Así lo tasé ni bien lo vi. Me costó algunos segundos reconocerla a razón
de sus oscuros lentes marrones. Pero la ubiqué más por el niño, a quien sí
había visto en algunas fotos de Facebook. Se trataba de Erika, de quien no
sabía nada en más de dos años. Y el niño era su sobrino de año y medio (dato en
que sí acerté). No pudimos hablar mucho, porque ella paseaba al niño y yo debía
regresar al stand, aunque Amaro, con sus pasitos ligeros nos llevó de regresó
al stand. En el trayecto, conversamos de lo que siempre conversamos, de música
y series. Pero esta vez no hablamos de la vida, porque era implícito que no
teníamos el tiempo para hacerlo. Erika conoció el stand y el bebé estaba en su
salsa, corriendo de un lado para otro, una pequeña bala humana perdida en un
mundo de libros.
En menos de lo que pensaba, Erika estaba
detrás de la pequeña bala humana por los pasadizos de la feria.
Y me puse a hablarle de la narrativa de
Iris Murdoch a una señora venezolana, de cuando en cuando levantaba la mirada
hacia los pasadizos, hasta que los vi, caminando tranquilos, el niño llevando
un libro abierto, reconociendo palabras.
lunes, noviembre 23, 2015
domingo, noviembre 22, 2015
387
Aunque no soy de los que se cansan
rápido, debo decir que espero con ansias la llegada del lunes, día en que se
entra tarde y se sale temprano, tal y como lo estipula el nuevo reglamento de
la feria Ricardo Palma. Bueno, así es como lo veo, y lo cierto es que este
nuevo comienzo me ha caído algo pesado, debido a los pocos días de descanso que
he tenido para estos días de feria.
No me hago problemas. Igual le pongo
buena onda y me concentro en lo mío. Para estas jornadas, en los que las horas
muertas son casi nulas, leo libros de corta extensión. No sé bien a qué llamo libros
de corta extensión, además, la experiencia me ha enseñado que estos libros o
bien pueden ser poemarios o textos en edición de aniversario, como el primer
cuento de Bujowski en formato de libro, o El perseguidor de Cortázar, El corazón de las tinieblas de Conrad,
poemas de Rimbaud, Baudelaire, Keats, Ginsberg. Es decir, hay preparo el coctel
para las horas de trabajo, dejando siempre para la noche, antes de meterte al
sobre, los textos de relativo largo aliento. Felizmente, duermo poco y esto me
permite ver en las mañanas una película, sea en Fox Classics o en DVD.
Ayer sábado fue un día agitado.
Necesitaba despejarme y buscaba el momento para hacerlo. Sentía mi mente como
una cámara de gas y la necesidad de fumar hierba era más que primordial. Cerca
de las cinco salí un toque y fumé un pucho mientras miraba el mar. Veía el
Malecón Cisneros, que tantos recuerdos me genera. Hubo un tiempo en que solía
caminar por ese malecón, que se convertía en el ideal para fumar hierba. Las
seis de la tarde se posicionaba como la predilecta, teniendo al crepúsculo
naranja y gris que reforzaba mis sensaciones aéreas. Aunque claro, las razones
por las que fumaba en esos lugares obedecían a las personas con las que fumaba,
como Erika, Carlos y José Carlos, a quienes tuve presente mientras miraba el
crepúsculo naranja y gris de ayer.
jueves, noviembre 19, 2015
martes, noviembre 17, 2015
386
Las últimas horas han sido muy pesadas,
porque he tenido que desinstalar la librería, puesto que estaremos participando
en la Feria del Libro Ricardo Palma. Mi objetivo era tener listas las cajas
para el jueves, que es la instalación. Además,
ese día cumpliré un año más de vida. Siempre he tenido la costumbre de no hacer
absolutamente nada en mi cumpleaños. Pero esta vez será diferente, me la pasaré
trabajando, pero bueno, no me quejo, cuando las cosas son tuyas, le pones más
ganas.
Llegué relativamente cansado a la
librería, puesto que anoche me había sentido algo agitado, más de lo normal, en
la charla que llevé a cabo en el Virrey de Lima con la narradora chilena Romina
Reyes, cuyo libro Reinos, recomiendo
encarecidamente. Ocurre que horas estuve haciendo algunas gestiones que me
tuvieron fuera del mundo, me la pasé pegado a la pantalla coordinando algunas
actividades que tendremos en la feria del libro, y cuando menos me lo esperaba,
la hora se me había pasado. Cerré la librería como pude y a paso ligero me
dirigí al Virrey. Llegué a tiempo, aunque los amigos de Lima Imaginada, dirigidos
por Raisa, ya estaban allí. Esto me sorprendió, en principio, aunque después
no, porque Raisa me dijo que los escritores estaban hospedados en el Hotel
Bolívar, el cual, me parece el lugar ideal para hospedarse, no solo en el
Centro Histórico, sino también en toda la ciudad de Lima, una ciudad que cada
día se está volviendo inhabitable y demasiado insegura.
No es la primera vez que entrevisto a un
escritor. En realidad, se podría decir que tengo algo de experiencia al
respecto, entrevistando públicamente a un consagrado nacional e internacional,
como a una voz local y foránea que comienza a labrar su camino. No me hago
problemas, le pongo las mismas ganas, así esté ante una sala llena o en una en
la que solo haya cinco gatos. Mi problema de ayer lunes fue que como nunca antes
comencé a sudar. Y yo cuando sudo, sudo, soy imparable, me vuelvo una fábrica
de sudor. En este estado no juegan los nervios, al menos no de los que habla
Valdano, sino que algo en mí experimenta una descompensación y la única manera
de equilibrarme es sudando. Di inicio a la charla y comencé las preguntas para
Romina y sudaba. De mis patillas y cabello caía el sudor a chorros y sé que más
de uno se dio cuenta de que sudaba como un cerdo. Felizmente, el sudor
desapareció a la media hora de la conversa.
Me retiré de la librería con Lotta y
Wonder Boy. A Lotta le regalé mi ejemplar de Reinos, que espero que le guste siendo ella una lectora tan
exigente como diletante. A partir de la Colmena empecé mi recorrido en
solitario. En la esquina de Camaná con Quilca percibí el aroma de la marihuana.
Fumaban la rica maría un par de flacas góticas. Me las quedé mirando, viendo su
inestable felicidad. Prendí un pucho y me les acerqué y les dije que el
miércoles, estará She Past Away en la tienda de Tony. Los ojos de las flacas se
encendieron. No era para menos. Y me sentí bien por la buena acción.
lunes, noviembre 16, 2015
no todo lo que brilla en narrativa es lo que dice ser
Semanas atrás recibí en la librería la visita
de Rayita, un joven lector muy atento a la narrativa peruana actual. Cada vez
que hablamos me comenta entusiasmado lo que viene leyendo. Por lo general, se
devora todas las novedades. Y no me hace caso cuando le digo que también
debería leer a autores de otras tradiciones. Rayita es terco: la narrativa
peruana última y punto.
Esa vez Rayita traía consigo una lista
de libros peruanos que no había leído, el título más añejo era del 2010. Conocía
todos los libros que había apuntado, más de uno me parecía interesante y, en su
momento, un par de ellos fueron reseñados por mí. A este paso, Rayita se
convertirá en un conocedor exhaustivo de la narrativa peruana publicada a
partir del 2010. Le pregunté al respecto y su respuesta me dejó asombrado,
puesto que su propósito inmediato era ese. Para lograrlo, quiere cumplir el
objetivo de leerse todos los títulos peruanos publicados en el periodo de su
interés. Ante esta actitud, por demás romántica, me animé ayudarlo, sugiriéndole
algunos autores que no veía en su lista. Cogí un lapicero y empecé a numerar
los títulos en orden de prioridades. Rayita miraba embelesado la numeración, el
ubicado en el puesto 5 iba al segundo, el del 8 al tercero, el del 10 al
decimoctavo. Terminado el orden de prioridades, le comenté que su lista era
cumplidora, democrática, pero que a esta (lo mismo noté en las otras ocasiones que
venía con sus listas) le faltaban algunos nombres. Pero no me refiero a nombres
de los que podamos decir que son tapaditos. Pensé en dos nombres, que ni bien
los mencioné, Rayita los apuntó al toque, presionando la punta del lapicero en
la hoja, como si estuviera apuñalando a alguien.
No eran narradores desconocidos, más
bien ambos han recibido distinciones importantes en el ámbito local (uno ganó
el Copé de Cuento 2012 y el otro el Copé de Ensayo 2014), además, las reseñas
de sus libros han sido no menos que positivas. Sin embargo, por alguna extraña
razón, seguramente debido a esa ciencia oculta que impide que los buenos
narradores sean valorados más allá de los premios y las reseñas positivas, aún
no ingresan como merecen en el imaginario del lector interesado en narrativa peruana
actual. Hasta he pensado que prefieren mantener ese perfil bajo, lo cual se
respeta, no todos tienen vocación de figurones ni están carcomidos por la
necesidad de atención.
Los ojos de Rayita se achinaron cuando
empecé a hablarle de las cualidades narrativas de Richard Parra y Christ
Gutiérrez-Rodríguez. El primero publicó hace un tiempo, vía Borrador Editores, Contemplación del abismo. Esta
publicación generó comentarios que iban desde su irregularidad a su
contundencia. En lo personal, me resultó irregular. Sin embargo, meses atrás
publicó por medio de la editorial española Demipage La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker,
dos novelas cortas que nos muestran a un Parra más que elevado, muy dueño de sí
mismo y con las suficientes armas para ser considerado un narrador de primera
fila en la narrativa latinoamericana actual. Hablamos pues de un paso
agigantado, de un golazo de media cancha al reanudarse el complementario.
Muchas de estas páginas aturden al lector, ya sea por el estilo cortante y premunido
de una poesía oscura. Parra es de los que prefieren contar una historia golpeando
y es posible detectar en su poética la influencia de un grande como McCarthy. En
el nivel sensorial de la experiencia de la lectura, uno siente el amargo sabor
de la tierra y las punzadas de los nervios tras una noche en la que has estado
a nada de perder tu vida. A eso nos lleva Parra.
De Gutiérrez-Rodríguez he escrito más de
una vez. No debe ser una novedad que hable de él, pero lo vuelvo a hacer a
razón de la publicación de Animal de Invierno Las siete bestias, el cuentario más logrado de la narrativa peruana
contemporánea. Lo que no deja llamar mi atención es la lengua de acero musical
que emplea el autor. Si un gran valor destaca en esta publicación, ese es
precisamente el estilo, un estilo que podemos ubicar en un híbrido generado por
los respiros estilísticos de Lezama Lima y Burroughs, que enriquecen el largo
aliento de estas cinco novelitas disfrazadas de cuentos, que garantizan al
lector de turno una epifanía tras un interminable viaje por los bajos fondos
del Callao y Lima, bajos fondos en los que descansan, aún sin explotar, los
temas que van a salvar a la narrativa peruana actual de la estrecha mirada
temática en la que ha caído.
Bien podríamos llamar a Parra y
Gutiérrez-Rodríguez narradores de la violencia. Ese es pues el tema que
comparten en común. No una violencia como la política (aunque algo de ella hay
en esta última entrega de Parra), tan manoseada y que más de un narrador no
admite su desgaste, sino una violencia que yace en las taras de nuestra
historia, también una que se alimenta de la cotidianidad, esa violencia que
bien respiramos en las calles, en nuestras relaciones humanas y en la intimidad
del hogar.
Rayita guarda silencio con lo que le
digo. A pesar de considerarse un conocedor responsable de la narrativa peruana
actual, es la primera vez que ha escuchado de Parra y Gutiérrez-Rodríguez. En
ciertas ocasiones Rayita se pone gracioso y me pregunta si existen estos dos
narradores. Lo miro y no le respondo. Más bien, le comento que debe estar más
atento, que no todo lo que brilla en materia narrativa es lo que dice ser, ante
ello es menester desarrollar el olfato lector y no hacer caso al reseñismo
descriptivo que juega en pared con el relacionismo de las redes sociales. Rayita
escucha atento y al cabo de unos segundos es presa de una posesión, un demonio
ha entrado en su cuerpo, la demencia se apodera de él. “Menos Face, más Book”, repite
una y otra vez, una y otra vez.
…
Publicado en LPG
sábado, noviembre 14, 2015
viernes, noviembre 13, 2015
385
Salí apurado. Me encontraba en plena Av.
México a la espera de un taxi. Desde minutos antes de salir de casa, sentía un
ligero pero constante dolor de cabeza. Este dolor se acrecentó mientras estaba
en la avenida. Dejé de estirar la mano y caí en la cuenta de que el dolor
estaba relacionado con que me había olvidado mis lentes. Prendí el celular y
llamé a mi papá para pedirle que me los trajera. Lo volví a llamar, para
especificarle que debía traerme los dos, no uno. Ocurre que desde hace un par
de años uso dos lentes, uno para la calle y los placeres del vicio, y otro exclusivamente
para leer.
Regresé algunas cuadras y me encontré
con mi padre. Antes de irse, me dice que acaba de ver la tumba de Silvestre.
La tierra está cogiendo la forma de un
gato dormido. Qué raro, le dije. Y me preguntó si el hoyo que hice era lo
suficientemente profundo. Traté de recordar si el hoyo era profundo. Cuando
escavé era de madrugada y sentí nuevamente la incomodidad muscular en mi
columna, por ello, lo hice rápido. Sé que los cuerpos se hinchan, seguramente
mi Silvestre debe estar hinchándose, o a lo mejor es víctima de las raíces del
árbol que expulsan la tierra removida. Le pedí a mi papá que le tomara una foto
a la tumba de y que me la mandara por mail.
Tomé mi taxi. Prendí un cigarro y me
puse a leer una revista de rock que tenía en portada a Paul Weller. La revista
era de la editorial La máscara. Y el número entero estaba dedicado a este
sensacional cantautor inglés. La música de Weller me acompaña, en especial su
trabajo Stanley Road, una obra
maestra que debería ser más apreciada. Creo que Weller no es muy apreciado ni
entre los llamados conocedores. A lo largo de los años, he escuchado contadas
veces sobre Weller. Cada vez que lo he mencionado en alguna conversa, el
desinterés no demora en manifestarse. No sé si por ignorancia o porque no la
poética musical del pata no les convence.
Como fuere, no me importa lo demás, sigo
en la lectura de esta revista dedicada a un artista sumamente excepcional.
jueves, noviembre 12, 2015
384
Mi idea era acostarme temprano para
levantarme a primera y terminar de hacer algunas gestiones en pos de la próxima
Feria del Libro Ricardo Palma. Llegué a casa con esa idea, tomar un café con
leche, fumarme un pucho y meterme directo al sobre. Pero no fue así, no hice
nada de lo que pensé hacer.
Más bien, tuve una madrugada triste.
Desde hace algunos días mi gato
Silvestre no se venía sintiendo bien. La última vez que regresó a casa, no
sentí su presencia sino hasta dos días después. Como todo gato, salía a
patrullar el barrio en busca de hembras (aunque en verdad, eran las hembras las
que lo buscaban). Lo esperaba, por lo general, en el patio trasero o en su
cama. Pero no, lo encontré acurrucado debajo de la escalera.
A partir de entonces hice todo lo
posible para que se recuperara, pero no pude.
Sin embargo, hace dos días dio señales
de recuperación y se fue de la casa, obviamente, para seguir siendo amado por
las hembras.
Cuando regresé a casa, lo vi al costado
de la lavadora. Lo cargué y lo tuve en brazos. Su cuerpo lo sentía liviano y
temblaba por momentos. Silvestre me miraba, su mirada era como una pantalla en
donde se proyectaban todos los momentos que me acompañó. No dejé de cargarlo en
ningún instante. Escuchamos música y fumamos. No quise saber qué había pasado
con él en su última escapada, también intenté darle de comer, pero rechazaba la
comida, también hacía lo mismo con la leche.
Poco a poco dejó de respirar.
Cerca de las 3 de la madrugada lo
enterré, a medio metro del árbol que plantó mi abuela paterna Rosenda, dos años
antes de que yo naciera. Un vecino se quejó por el ruido que hacía con la lampa
y el pico. Lo mandé a la mierda en una sola palabra. Mis padres cubrieron a
Silvestre con una manta. Coloqué a mi gato en su morada. Cuando terminé de
enterrarlo, pude ver en los techos a más de treinta gatas, calladas, gatas que
extrañaran a su amante bandido.
miércoles, noviembre 11, 2015
martes, noviembre 10, 2015
383
No dejo de sentir asombro cada vez que
entro a los edificios del Centro Histórico. Sin duda, el sentir ese asombro es
lo que me lleva a ingresar en ellos. Casi toda mi vida está asociada al Centro
Histórico de Lima, pero solo en estos años he podido ingresar a muchos
edificios a razón de variopintos papeleos. Ayer, pues, tuve que ir a una notaría,
ubicada en un cuarto piso, en La Colmena. Valderrama me pidió que lo acompañe y
así lo hice, no por acompañarlo sino para ver cómo sería ese edificio por
dentro.
Es pues un viaje al pasado. Escaleras y
pasadizos de crema amarillenta, que ahora exhiben una edad no solo venerable,
sino también útil, pues han sabido envejecer bien, con estilo y fuerza; el
roble no sucumbe, dicen, y ese dicho parece ser verdad.
Hace un tiempo fui al departamento de mi
amiga Lotta. Mientras subía las escaleras del edificio, lo hacía con una
pasmosa lentitud. Me sentí preso de una desubicación, llámale sensorial, como
también mental, en un estado de levitación que te saca de ti, para luego
centrarte en el mundo, ordenándote. Este es el poder que tienen los edificios
del centro, un poder del que carecen los edificios de hoy, rotulados de
imponentes, pero que no demoran en mostrar su inevitable impotencia.
Un edificio que siempre me ha llamado la
atención es el mastodonte rojo y semicircular, que está entre Wilson y Quilca.
Por dentro sus pasadizos son anchísimos, igual sus escaleras, y desde cualquier
punto en las ventanas, tienes una visión por demás privilegiada de la ciudad,
una ciudad cruda y mágica.
lunes, noviembre 09, 2015
"ladrón de libros"
Como bien se anuncia en los paneles
publicitarios, la narrativa peruana actual atraviesa un gran momento. No es
para sorprenderse, todas las semanas nos encontramos con novelas y cuentarios
que significan auténticos carpetazos a lo que se venía escribiendo en la
historia de nuestra tradición narrativa. A este paso, a fin de año tendremos la
novela que banque a Conversación en La
Catedral, el cuentario que supla toda la cuentística de Ribeyro. Ni hablar
en poesía, puesto que Vallejo y Adán ya fueron con las entregas de los nuevos
vates.
Pues bien, entre tanta publicación
histórica se corre el peligro de no detectar los libros de los autores que han
optado por el perfil bajo y el alejamiento de esa enfermedad venérea llamada
autobombo. Sin duda, tendrán sus motivos, pero ello no justifica que los
interesados en lo que se viene escribiendo no presten atención a novelas y
cuentarios que bien justifican el tiempo invertido en su lectura. En este caso,
el cuentario Ladrón de libros (Campo
Letrado, 2015) de Jorge Cuba Luque.
Escuché del libro hace muchos años, como
también del autor, que vive en Francia. Del libro tenía las mejores
referencias. Pasado un tiempo, leí la primera edición de Ladrón de libros y ahora lo he vuelto a leer a razón de esta nueva
edición. Como sucede en toda relectura, algunas impresiones se refuerzan hasta
adquirir el nivel de certeza, en cambio otras cambian, y no siempre para bien.
Comencemos con lo que importa: Cuba Luque
es un narrador serio, de los que pertenecen a ese linaje en franco peligro de
extinción: la de los escritores que se propusieron ser buenos antes que
famosos. Más de una vez he pensado que todo escritor en ciernes debe tener en
claro qué espera de la literatura como práctica y oficio. Sea cual sea su
opción, no solo él, sino también los lectores, nos ahorraríamos no pocos
espectáculos, de poderosas mezclas de ternura y estupidez. En lo personal, soy
partícipe de que un narrador debe apostar por ser bueno, es lo más sano. A lo
mejor la fama le llegue muchísimo después, quizá nunca, y en el mejor de los
casos, esa fama la recibirán sus hijos o nietos. Volvamos al punto: aparte de
narrador serio, Cuba Luque es también uno talentoso, de los que apuestan por la
tersura narrativa, en onda con aquello que solíamos llamar compleja sencillez.
Testimonio de esta seriedad y talento, lo vemos en el cuento (o quizá novela
rotulada de cuento) que titula el presente libro. No lo pienses mucho,
potencial lector: “Ladrón de libros” es un cuentazo, que desde que ya tendría
que figurar en toda antología de cuento peruano contemporáneo, mínimo. En él
nos encontramos con un narrador protagonista que llega a París con la idea de
continuar sus estudios de derecho, pero a medida que se ajusta a su nueva vida,
cae en la tentación que le ofrece la tradición cultural de la ciudad, tan
generosa en librerías, a las que concurre como lector, sin embargo, es
precisamente en esa concurrencia que descubre, potencia y justicia el acto erótico
de robar libros, o sea, no lo hace por necesidad, sino movido por un gusto
selecto, al punto que nuestro protagonista no se considera un vulgar ladrón,
sino uno más bien culto, forjando una realidad paralela, la misma que le hace
olvidar que proviene de un país sumido en la catástrofe.
Al igual que este relato, los demás
textos vienen con una marca de agua, temáticamente asociada con el oscuro
recuerdo de lo que significaron los años ochenta, pero el autor se cuida de no
caer en la denuncia sobre lo que fue esa década, pues esta le sirve como marco,
o pretexto, que le ayuda a configurar sus personajes.
Los otros cuentos que conforman la
publicación, “Abril”, “Tiempo detenido”, “Tan real” y “Preguntas y respuestas”,
empalidecen ante “Ladrón de libros”. Son varios aspectos los que juegan en
contra, el medular: una mirada inocente, o ingenua, que poco o nada puede hacer
contra una prosa por demás bien cincelada. Es que eso es lo que hace Cuba
Luque: no escribe, cincela.
…
Publicado en EBL
domingo, noviembre 08, 2015
382
Me levanto temprano y me pongo a ver lo
más importante que he recibido por mi cumpleaños, que será en los próximos días.
Es una película que vi años atrás. Un regalo como este tiene el poder de afianzar
la mejor experiencia sensorial de mi vida, que no deja de ser intensa, por lo
vivido y por lo vives en ella. Cada vuelta a Prospero´s Books de Greenaway me tumba, pero sin violencia, más
bien en una festividad en movimiento de ballet que se descubre encima de mí,
dejándome en nada, sin energías.
Eso es lo que hago en esta mañana de
domingo, ver esta película, sin fijarme en la hora aunque tendré que salir a
terminar algunas gestiones, gestiones que no me gustan, pero que tienes que
cumplir si es que anhelas tener libres los próximos días.
Cerca de las once tomo un duchazo, con
la sensación intacta de la película e intentando no ser guiado por las sensaciones
que la misma. Me alisto y solo tomo una taza de café. Salgo apurado, ando con
retraso porque debo estar en Miraflores en menos de media hora.
Una vez acomodado en el taxi, comienzo a
leer El libro de Monelle de Schwob,
que se presenta ideal durante el viaje. Eso es lo que me gusta, encontrar
lecturas ideales para trayectos no tan largos. En el caso de los cuentos, no me
gustan leerlos por partes, sino completos en cada sentada, lejos pues de esa
sensación por demás frustrante de tener que cerrarlo porque estás llegando a tu
destino o interrumpido por un bocinazo, sin mencionar las inevitables
estupideces que escuchas de los conductores, no solo de taxis, sino muy en
especial de los de autos particulares. Ni los domingos uno se salva de la
bestialidad del tráfico limeño, las reglas de tránsito quedan de lado para
todos, incluyendo a aquellos que critican nuestra falta de cultura, que sin
desearlo, son los primeros en dar comienzo a este festín de informalidad.
sábado, noviembre 07, 2015
viernes, noviembre 06, 2015
381
Desde hace algunos días vengo recibiendo
la misma pregunta, pregunta que altera en especial mis tardes dedicadas al ocio
mientras trabajo. Aunque si analizo la pregunta, esta yace en un mal
planteamiento.
Por un momento, mientras sigo siendo
testigo de la inquietud que despierte la pregunta, barajo la posibilidad de
hacer un pequeño texto que dé cuenta de la incoherencia de las personas que están
en el estado para cumplir el noble propósito de la difusión cultural. Pues bien,
la inquietud de los escritores se alimentaba del ego dañado, en aquello que los
disminuía como creadores. A más de uno lo puedo calificar de talentoso, también
de lector responsable, pero la mierda, el ego herido, puede más, al punto de
arrastrarlos.
En varias ocasiones he dicho que todo
escritor atraviesa una disyuntiva. Escritor que la resuelva puede darse por
bien servido y abrigar una vida normal, con todo lo que implican los problemas.
Resulta que tenemos mucho escritor ahuevado, pendiente del llamado oficial o
del secular. En una ocasión, conversando con Leonardo sobre los egos de los
creadores, le dije que en cuanto a los escritores, estos debían responderse esta
pregunta: ¿qué prefieres: ser un buen escritor o uno famoso? Leonardo se quedó de piedra. A lo mejor
pensó que la pregunta era una directa puñalada a él mismo y que yo me estaba
haciendo el huevón generalizándola. Le puse ejemplos, cosa que así no se sentía
el único, porque como él, nos encontramos con más, con muchísimos capaces de
sacrificar años de oficio por salir en una foto de Somos, a saber.
La pregunta que querían hacerme debió ser
otra. En sus inquietudes veía la verdadera pregunta que el ego herido no les
permitía formular. A algunos les dije cuál era la cuestión de fondo, la cual
desarrollaría más, seguramente en un pequeño artículo.
miércoles, noviembre 04, 2015
380
Mientras preparo la reseña de un libro
de cuentos que me ha gustado, escucho The
White Album de The Beatles, un álbum con ese toque de silenciar los días,
convirtiéndolo en esferas herméticas que protegen a uno de la estupidez
colectiva con la que inevitablemente debo lidiar.
La música, aparte de mi dependencia
fisiológica de ella, me ayuda a hacer mi trabajo, sin ella, no creo que
avanzaría mucho, al menos la sensación sería otra, inclinado más a la
desatención. Cerca de las tres de la tarde, cierro la librería y me dirijo al
Queirolo por un jamón del país y una cerveza. No solo he estado escribiendo las
reseñas, también acondicionando la librería a mi total gusto personal porque
ahora estaré solo en ella. Es como volver a poner en orden a lo que ya te
habías acostumbrado, aunque ese orden no requiera de mucha alteración, también haré
una pequeña sección que cumpla con mi pequeña dosis de música, música que hará
que olvide que existen emisoras de radio.
Al llegar al Queirolo, busco una mesa en
el Salón Hora Zero. Felizmente, me encuentro con poca gente, la misma que
almuerza platos a la carta, lentos y felices, deglutiendo los tallarines
verdes, saboreando la lasagna y el escabeche de pollo. Ante ese espectáculo,
barajo la idea de pedir exactamente lo mismo, pero recuerdo también que debo
controlar mis ganas de comer. Desde hace varias semanas siento muchas ganas de
comer, a toda hora y lugar, detalle que me ha llevado a tener problemas,
contados, de respiración. Llamo a uno de los mozos y pido el jamón del país y una
Cusqueña. Prendo el celular y me encuentro con varios mensajes, entre ellos el
de Mr. Chela, El caminante y El maldito de Ñaña. El maldito de Ñaña tiene
problemas con los textos de contratapa de su libro. Me manda los textos, los
cuales están bien en cuestiones idiomáticas, pero a esos textos les falta
fuerza, son como ríos sin rocas, y son rocas las que necesitan esos textos de
contratapa. No pienso mucho en la sugerencia, el aperitivo será de lo más
fugaz, aunque claro, no soy como José
Carlos, que se acaba cualquier sánguche en dos bocados, yo lo acabaré en cuatro
con la ayuda de la chela. Entonces le digo al Maldito de Ñaña lo mejor que
puedo decirle para estos casos, “los textos de contratapa deben escribirse como
si se estuviera bebiendo, como si estuvieran tirando”. Eso, señores.
martes, noviembre 03, 2015
lunes, noviembre 02, 2015
de espaldas a la realidad
Si nos aunamos a la opinión común,
podemos decir que la narrativa peruana comienza a vivir un buen momento. De lo
que viene escribiéndose en estos años, tenemos para todos los gustos, lo cual
es bueno y edificante, pero lo que sí me causa sorpresa es la poca disposición
de nuestros escritores para acercarse a la realidad en todo el paisaje de su
crudeza. No, no hablo en función a la práctica de una ideología plasmada en la
obra literaria, o como sustento de la misma, sino a un desinterés por un género
que nos permita entender mejor nuestro contexto, el de hoy, teñido de sangre, violencia
y corrupción.
Sé que tenemos voces narrativas que
vienen escribiendo de la violencia, no necesariamente política, sino de la
violencia en un sentido más amplio, una violencia cotidiana y social. De alguna
manera, la violencia de la que escriben yace en los terrenos de la más absoluta
estética literaria. Pues bien, cuando líneas arriba me refería a nuestro
contexto teñido de sangre, violencia y corrupción, lo hacía en relación a la
carencia de un género que la represente, al hecho de que no estamos
aprovechando un género idóneo, un género que el mercado editorial ha convertido
en plástico, pero que nuestra realidad bien podría regresarlo a su estado de
pureza, cosa que podríamos forjar una tradición fuerte en el género policial.
Eso es lo que viene pasando. Con todo lo
que vemos, hasta en sus lados más circenses, el contexto peruano está llamado a
cimentar una tradición en narrativa policial. Cuando me refiero a tradición en
narrativa policial, no cuento con las incursiones de ciertos autores en este
género, como Alonso Cueto, Mirko Lauer, Peter Elmore, Fernando Ampuero, Vargas
Llosa y el recordado Carlos Calderón Fajardo, que a lo mejor han incursionado
en él bajo el ánimo de la curiosidad y la experimentación temática.
No hay que negarlo, el género policial
es llamativo, en donde no solo podemos encontrar divertimento, sino también
cimas literarias. Por esta razón, la inquietud se asienta más, porque se está
dejando pasar una oportunidad única para comenzar a sacarle el jugo a este
género que más temprano que tarde nos podría ofrecer novelas que podamos
calificar de maestras. Entonces, ¿a qué se debe el desinterés de los escritores
peruanos actuales por este género rico en posibilidades? Las respuestas podrían
ser variadas y en busca de una me lancé en algunas especulaciones, quizá más de
una chocante, pero son especulaciones en buena onda.
Todas mis especulaciones yacen en un
estado por demás vergonzoso. El estado: la experiencia de la lectura en muchos
escritores peruanos ha empezado tarde. No me refiero a que no lean. Ese no es
el punto. Me explico mejor: la mayoría ha empezado a leer en los años formativos
ni bien terminaron el colegio. En esos años las lecturas son más canónicas en
todo sentido, no solo de autores nacionales, sino también de los foráneos. Esto
no me sorprende, conozco a narradores y narradoras que se resisten a leer a
Dumas, Salgari y Verne por considerarlas lecturas para adolescentes; o peor:
cuando les hablo de Conan Doyle y Agatha Christie, piensan en amas de casa y en
lectores limitados.
Bien sabemos que el género policial ha
sido por décadas desdeñado por la academia y por la llamada comunidad de
lectores cultos, que consideraban al género policial como un subgénero, una
literatura de divertimento pasajero. Con los años, el policial ha ido quebrando
barreras. Hoy en día habría que ser una bestia o un subnormal para no reconocer
los ecos perdurables de un Dashiell Hammett y un Raymond Chandler, por ejemplo.
En el caso peruano, percibo que el interés viene creciendo, pero crece gracias
a los grandes del género, por cuenta de lectores diletantes y, felizmente, ahora
desprejuiciados. Sin embargo, apunto a los narradores, a la nueva hornada
bañada en fama virtual y a los que anhelan estar en ella. ¿Qué pasa? ¿Por qué
el género les es tan esquivo? No creo que esta situación obedezca a un
desinterés, sino más bien a las lagunas que arrastran desde la adolescencia,
porque en esta etapa es cuando se lee a los grandes maestros del divertimento,
en donde el buen divertimento literario se cuela en la formación lectora que ni
las más ineludibles lecturas de textos canónicos va a poder desaparecer, sino enriquecer.
El policial seduce y gusta a muchos
escritores peruanos, pero el problema es que no saben cómo escribirlo. No
conocen la tradición, se sienten achibolados, traicionados, menos, por leer a los
mencionados Conan Doyle y Agatha Christie, igual con George Simenon, Manuel
Vásquez Montalbán, P.D. James, Patricia Highsmith, Juan Madrid, Leonardo
Sciascia y demás referentes ubicables. Echemos un vistazo a otras tradiciones,
como la chilena y argentina, que sí tienen una tradición en el género policial,
que pueden jactarse de tener genuinas obras maestras. No lo pienso mucho. Sus
escritores leían desde la adolescencia y leían el policial para pasarla bien.
Pensemos en la colección El séptimo
círculo de Borges y Bioy Casares, conformado por novelas policiales
inglesas. Esta colección no iba dirigida exclusivamente al llamado lector
culto, al lector de rarezas, sino al público en general.
Si el policial no ha prosperado en
nuestro país es debido a la carencia de una política cultural preocupada en
democratizar la lectura. El policial es solo un género perjudicado, una extensión
temática más junto a registros como el fantástico y el horror. Estos géneros se
asimilan en la adolescencia, por lo general es así, aunque esta no es una ley,
valgan verdades. Por ejemplo, esta impresión la comparten los narradores suecos
de policiales, que no se cansan en declarar que gracias a las lecturas de las
novelas de divertimento que leyeron en su adolescencia llegaron a ser lo que
son: los mejores hoy en día en el género policial. En apariencia, en Suecia no
pasa nada y de lo poco que ocurre allí, estos narradores saben cómo elevar el
crimen, que si lo comparamos con el crimen que acaece por estos lares, es
absolutamente nada o inocente. Pensemos en un capo del policial, esta vez
gringo, Richard Price, cuya poética es deudora de un híbrido entre Simenon y The Black Mask. Price se formó como lector
en las bibliotecas públicas de su ciudad, su primer amor fue el policial y, por
consecuencia, de adulto se propuso ser un escritor de novelas policiales (ten
en cuenta que fue uno de los guionistas de The
Wire). La llamada lectura de divertimento le reforzó la mirada hacia la
realidad y vaya producto que salió de esa formación, novelas de una brutalidad
tan actual, brutalidad de la que no es necesario conocer a fondo el contexto
que retrata, tan parecido al nuestro.
Ahora, que no pocos escribas locales
hayan empezado a leer tarde y su formación lectora dependa únicamente de textos
canónicos no es justificación para no conocer y leer a los cracks del policial.
Sumergirse en las páginas de las novelitas de Christie y Simenon bien puede
valer un curso intensivo de narratología. Estos maestros enseñan a narrar, son
maestros e hijos del extraordinario Dumas.
Por eso, querido narrador peruano
preocupado en narrar esta realidad privilegiada para los fines literarios, no
te avergüences, ni paltees si no eres sueco, mucho menos si no ha habido una
espectacular biblioteca pública en tu barrio. Nunca es tarde para comenzar. Si
te fascina el policial, si no tienes la más puta idea de cómo escribir una
novela policial sobre lo que, a saber, viene pasando en los puertos, en las
extorsiones a los empresarios, en los anticuchos de los gobiernos regionales y
en la narcopolítica, pues busca a los maestros del divertimento, a las voces
mayores del policial. No tengas roche. Y para animarte en la empresa y así te
vacunes contra las opiniones de los poseros que leen la última mentira
editorial sin haber revisado a Chaucer ni Tolstói, te cuento lo siguiente: en
el imprescindible libro de ensayos Celebración
de la novela, Miguel Gutiérrez cuenta que empezó a leer a los treinta y
cinco años las novelas de aventuras de Salgari, Dumas y Verne.
No digo más y ponte a leer, a recuperar
el tiempo perdido si es que te haces llamar narrador.
…
Publicado en LPG
domingo, noviembre 01, 2015
379
Ayer sábado fue un buen día muy bueno en
todo sentido. A eso de las seis de la tarde me puse a ver una película que no
veía en mucho tiempo, Shivers de
Cronenberg, la misma en la que he estado pensando en estos días en los que he
sido invadido por sueños por demás extraños, los cuales, acepto, me generan una
especie de temor. Quizá sea muy supersticioso, pero sí creo en la fuerza de los
sueños, en su halo profético.
Cerca de las tres de la tarde, recibo la
visita de un par de estudiantes de la Universidad de Lima, que me preguntan por
Operación masacre de Walsh. Han
venido buscando ese libro por todo Lima y en parte puedo entender que no lo
hayan encontrado, porque está agotado. En su momento tuve varios ejemplares de
este libro, los cuales vendía a los lectores que sí me garantizaban un interés
por leerlo, o sea, ni daba cuenta de ellos por el solo hecho que me preguntaban.
Percibí interés en ambas estudiantes e hice todo lo que pude para sugerirles
una librería donde lo puedan comprar. De paso, aproveché en conversar un toque
con ellas y sí, mostraron un interés genuino por lo que cuenta Walsh en su
famoso libro. Le dije que en las próximas horas les tendría novedades y se
fueron, imagino que esperanzadas en que pueda hacer algo.
Minutos después me puse a ver Shivers. Los audífonos ayudaron mucho.
La vi sin interrupciones, además, la película es corta y al terminar de verla
no pude sino sentir temor por la relación más que evidente que podía notar en
mis sueños y la película. Con esa resonancia profética terminé el día, muy
confundido, además, cerré la librería tarde porque me quedé escuchando música y
terminando de leer dos novelas cortas, una de ellas inédita, de un amigo que
lleva esperando muchas semanas por mi opinión.
Salí de la librería. Me dirigía a la
Plaza San Martín, en el trayecto, y no exagero, vi más de mil personas en la
calle Quilca, en lo que vendría a ser una auténtica fiesta callejera, con
alcohol, cigarros y hierba; una señora que vende anticuchos fuera del Bar Don
Lucho rayaba en ventas y el referido bar exhibía un lleno de sedientos de
chela. Entré un toque para saludar a unos patas que no veía en tiempo, de paso,
se me antojó un pan con jamón del país. No se podía hablar bien, el ambiente
era de alegría. Pude ver también a las dos chicas que me preguntaron por Walsh
en la tarde, acompañadas por unos patas que imagino eran sus flacos. Este
detalle hizo que me fijara en el bar, poblado de gente no habitual al mismo, al
menos en un 70 %. Entre los que vi, varios músicos de bandas rockeras asociadas
al circuito barranquino. Estaban felices, bebiendo y riendo, sintiéndose
malditos ante las constantes presencias de las luces de las camionetas del
serenazgo. Horas después, seguramente dirían que estuvieron en un bar de
Quilca, en pleno Centro Histórico.