jueves, agosto 30, 2018
Felizmente, la poesía (peruana) no está
en las redes sociales. No hay que dejarnos llevar por lo que vemos en ellas: las
payasadas de algunos personajes, la mentira relacionista de los recitales, los inútiles
conversatorios de casi tres horas, el negocio de parecer de los colectivos/grupos/manchas, entre otras cosas peores.
No, cachorro, allí no está la poesía, así te mueras por salir etiquetado en alguna
lectura pública al lado de poetas que detestas en la valentía de tu privacidad
o desde la trinchera de tu cuenta virtual, tú escoge nomás.
La vida real nos arroja otra experiencia
“en poesía”, parafraseando a Santiváñez, que prefiero en lugar a la que sucede
en las pantallas.
Por eso, voy a lo que me importa, aunque
sé que esta actitud no me garantizará la revelación del instante poético: la
lectura del texto, el poemario.
Como tengo una inevitable reunión en
esta mañana de jueves, feriado para más señas, me gustaría sugerir la lectura de
dos poemarios de autores (relativamente) jóvenes. Ojalá guste y no. De eso se
trata: no encontrar el punto de encuentro, la zona de la miseria y del olvido.
En las opiniones confrontadas descansa la riqueza de todo libro.
La
arquitectura del humo
de Jhonny Pacheco, voz a la que hay que prestar más atención. Su poética exige
(vaya lujo en estos tiempos en que los poetas exhiben una cultura tallada por
el mal gusto) un lector entrenado, que como tal no asegura su valoración
positiva, pero sí un acercamiento honesto. Además, ya es hora de expresar la
sentencia: la “crisis” de la poesía peruana del nuevo siglo es reflejo también
de la deficiencia de su lector. Ya lo dijo Chus Visor: “cualquiera no puede
leer poesía”. El otro poemario: Matacaballos
de Ana Carolina Quiñonez. En esta ocasión la autora nos hace olvidar sus
dos incursiones anteriores, pautadas por la búsqueda temática en estado de
pasmosa ingenuidad. Ahora, con más seguridad en la dirección del tópico,
Quiñonez entrega una propuesta que se erige hasta el momento como la más
llamativa en lo que va del año. Madurez, nervio y sensibilidad, elementos
potenciados en su aparente sencillez.
Dos poemarios que se diferencian de las
vacuidades discursivas con sabor a teoría que signan a las últimas publicaciones
locales. Búsquenlas.
miércoles, agosto 29, 2018
las mujeres están hablando
En la madrugada leí un artículo de
Gabriela Wiener publicado en The New York Times en Español.
El texto me gustó por su postura. Wiener
es una de las feministas más radicales en el ámbito hispanoamericano y su
actitud la ha llevado a tener aciertos y desaciertos, destinos naturales a los
que nos llevan la furia y la indignación. Muchas veces no he estado en sintonía
con su discurso (obviamente sí con los principios de respeto a la Mujer), que
me parecía motivado por el señalamiento estratégico. Felizmente, ya no tengo
esa impresión y a las pruebas de sus últimos textos me remito.
Una de las pésimas costumbres del
intelectual peruano promedio es la manifestación de su molestia a media voz. Su
queja solo sirve en la generalidad, legitimada por el aplauso de la platea. Sin
embargo, la médula de su crítica la deja para la libertad del inbox o la
conversa en el bar con las amistades cercanas. No debe sorprender, si algo
caracteriza al intelectual y creador de estos lares es el extremo cuidado de
sus palabras.
Partiendo de la noción del “poeta
maldito”, la escritora pasa revista a los casos más sonados de maltrato contra
la Mujer por cuenta de los escritores peruanos, que valiéndose de su
posicionamiento en nuestro cosmos letrado, han pretendido pasar por agua tibia
sus acciones. El ejemplo mayor de esta bajeza lo representa Reynaldo Naranjo,
que ya debe ser un miserable cadáver en vida y ojalá lo siga siendo por muchos años
más por violador.
El artículo incide principalmente en la
doble moral de los representantes más conocidos o visibles del mundillo
literario. Wiener llama a esta situación complicidad machista y tiene toda la
razón. A saber, lo que sucedió con Gustavo Faverón en la noche de la
presentación de su última novela. Faverón dio muestras caradurismo cuando lo
más sano para todos (y en especial para él) hubiese sido que pida disculpas si
en “caso alguien se haya sentido ofendida” por su comportamiento. A las horas
del apanado que le propinó el Comando Plath salieron voces referenciales a
defenderlo, exhibiendo no solo frialdad hacia las víctimas, sino también viveza
discursiva con el asunto del debido proceso legal, que nos refleja lo poco o
nada que conocen de las mujeres peruanas acosadas/maltratadas que también son
humilladas en las dependencias policiales y judiciales (Jorge Eduardo Benavides
firmó lo que sospechábamos: es el campeón idóneo de la tontería, no olvidar: “si
fuera cierto, GF ya tendría juicios”). Se consigna también lo sucedido con la
periodista Claudia Cisneros, que en tres artículos en La República expuso los
abusos que sufrió a cuenta del poeta Luis Enrique Mendoza. Mendoza tuvo la
oportunidad de brindar su versión y no le dio la gana de hacerlo. ¿Acaso hubo condena social? No.
Hay una verdad instalada en el imaginario del circuito: las mujeres han sido maltratadas por hombres que tienen una presencia nominal gracias a la literatura. Entonces, cuando se nos dice que la persona no va ligada a su labor literaria, caemos en una inmoralidad: la literatura no puede ser el escudo de abusadores, acosadores, maltratadores, menos de violadores.
Hay una verdad instalada en el imaginario del circuito: las mujeres han sido maltratadas por hombres que tienen una presencia nominal gracias a la literatura. Entonces, cuando se nos dice que la persona no va ligada a su labor literaria, caemos en una inmoralidad: la literatura no puede ser el escudo de abusadores, acosadores, maltratadores, menos de violadores.
martes, agosto 28, 2018
lectura al paso
En la mañana de hoy, mientras regresaba
a casa y revisaba mails al compás de la cabeceada, me percaté de la presencia
de un adolescente que en diagonal a mí leía un libro. Me sorprendió, más aún en
una era de millenials dependientes de los móviles. Incliné la cabeza para ver
qué libro estaba leyendo. La sorpresa no solo fue grande, sino también
cómplice: Nuestra Señora de París de
Víctor Hugo, en Alianza Editorial.
No recuerdo a qué edad leí la novela por
primera vez, solo sé que en la última tenía veintipocos. El adolescente no
tenía la edad que yo al conocer a Victor Hugo. Me fijé en su concentración. Esta
es una mala costumbre que arrastro, en la forma de leer puedo especular sobre
el compromiso del ocasional lector con el texto, puesto a prueba, por ejemplo,
a la más mínima puteada del chofer o cobrador en plena carrera con otra bestia
al volante.
Esta clase de imágenes son cada día menos.
Lo que tendría que ser una impresión natural se ha convertido en una excepción
en medio de tanta ignorancia, malgusto y huachafada. A lo mejor ese muchacho
tiene la suerte de contar con padres que valoren el ocio de la lectura,
seguramente un amigo algo mayor le está sugiriendo qué leer, lo más probable un
profesor de literatura que ha visto en él un interés que no hay que descuidar.
Claro, un muchacho que lee no es garantía de que sea una buena persona, pero sí
alguien que tendrá una visión de la realidad menos limitada.
domingo, agosto 26, 2018
silencio cómplice
Sorprende el silencio cómplice de la
llamada clase intelectual de izquierda peruana en relación a la migración
venezolana. En estas últimas horas, libre de las obligaciones laborales, me
puse a revisar los muros de sus más conspicuos personajes, que cada día, a
primera hora, segundos antes del café con leche del desayuno, nos brindan sus
infaltables dosis de moralina y condena contra los males y vejámenes que sufre
el mundo a causa del demonio del sistema neoliberal.
Claro, la reacción sería otra si toda
esta gente huyera de un sistema corrupto de derecha. Ahí sí, y sin ningún tipo
de pausa, estarían condenando y exigiendo al gobierno que abran las fronteras y
que se destinen recursos a los miles de refugiados.
Cuidado, señores de la superioridad
moral, que su actitud no sintonice con las huestes naranjas, que tanto detestan.
Hagan memoria y no la vuelvan a cagar como a fines de los ochenta, cuando
apoyaron a Fujimori, a quien ayudaron a llegar a la presidencia.
Viene pesando el factor ideológico al
momento de opinar sobre una calamitosa situación que atraviesan los
venezolanos, cuando lo que tendría que imperar es una sensibilidad por el otro, tan necesaria en estas semanas en
las que la xenofobia, alimentada de ignorancia y malcriadez, amenaza con tomar
posesión de millones de peruanos.
Contra el discurso xenófobo, los
letrados de la zurda podrían cumplir un rol determinante, hasta iluminador,
pero ya sabemos a qué factores obedecen los principios, bajo qué escenario
estos se expondrían. Pura cojudez.
jueves, agosto 23, 2018
venezolanos
Me desconecto un toque de mis
actividades para ponerme al día con las noticias del Perú y del mundo, del
mismo modo para revisar los mensajes y archivos que me llegan a diario.
Preparo un pan con pollo deshilachado y
me sirvo café, algo me dice que pasaré más tiempo del que suponía.
Además, los últimos días en la BNP han sido absorbentes, ni siquiera estoy en la mitad de lo que me he propuesto hacer esta semana. Para mi buena suerte, devoro mi rico pan cuando me entero de que las redes tienen a su piñata del
día: el exalcalde de Lima, Ricardo Belmont. Solo en un país como este, tan
deseducado, tan ahuevado y tan inculto, Belmont puede ser tendencia.
Este señor representa lo mejor de lo
peor de nuestras taras: la viveza, la criollada, la mentira, el escándalo, la
matonería, la agresión y otras maravillas de la deseducación. En una sociedad
normal, en la que sus habitantes no dependan de la billetera para ser
respetados, un personaje como este, también llamado “Hermanón”, sencillamente
no existiría. Sería a lo mucho un inevitable anciano senil hablando huevadas
por las calles. Pero no es así, resulta que sí tiene injerencia en miles de limeños.
Como este país es una versión bamba de Macondo, todo pues puede ocurrir:
Belmont podría llegar a ser alcalde de Lima otra vez.
Hacía falta un personaje como Belmont
para confirmar varias impresiones, pero hay una que no está siendo comentada: Belmont
es el candidato de Perú Libre, partido político de abierta simpatía con el
chavismo y el castrismo. Su fundador, un recalcitrante que obedece al nombre de
Vladimir Cerrón, viene cumpliendo el libreto encomendado desde Caracas:
contratar al payaso que denigre la presencia de los venezolanos que vienen
cruzando la frontera peruana y ecuatoriana. Como Belmont no es un hombre de
argumentos, apela a la trampa discursiva, a la seguridad ciudadana, que como
tal salpica mucha xenofobia.
Xenofobia. Aberrancia que no puede ser
admitida por mujeres y hombres de buena
voluntad. Por ello, como se supone que los principios deben estar por encima de
las preferencias ideológicas, espero pues una postura más encaradora de
nuestros guerrilleros y rebeldes de izquierda que pueblan Facebook y otras
redes sociales. ¿O es que le seguirán la payasada al “Hermanón”?
lunes, agosto 20, 2018
memoria / películas
Días atrás terminé VHS (unas memorias) del escritor chileno Alberto Fuguet.
Lo que tenga que decir de este libro, lo
manifestaré en su momento.
En lo que sí me gustaría incidir es en
su carácter de búsqueda, de reconstrucción de la memoria mediante las
películas. Muchos de los títulos que se consignan aquí bien podrían pertenecer
a una dimensión inaceptable para cualquier cinéfilo que “se respete” y eso me
gusta, porque lo que realiza Fuguet es armar su rompecabezas emocional y
sentimental con las películas que conectaron con él. Se menciona, por
ejemplo, Willie & Phil (1980) de
Paul Mazursky.
El autor cuenta lo difícil que le significó
volver a verla. Yo también la recordé, aunque no precisamente por los elementos
que señala, sino porque su protagonista habitaba en mi pureza infantil tras apreciarla en las entregas de Superman. Ajá,
ella misma: Margot Kidder.
Durante la década del ochenta, Canal 2
emitía películas los domingos en la noche bajo el rótulo de Función Estelar. Recuerdo
haber visto muchas y también sé que muy poco he logrado retener de ellas. No
era un cinéfilo y no sé si a la fecha lo sea (¿o es que no me gusta la palabra “cinéfilo”?).
Sea como fuere, la vi motivado por el avance que horas antes dieron de W&P. En un tramo que duraba,
supongo, no más de un par de segundos, se veía a Kidder desnuda y jugueteando
en una laguna con Willie y Phil. Tenía diez años y esa imagen fugaz de Kidder
bastó para que se fuera a la mierda mi inocencia infantil.
No puedo decir que me gustó este trabajo
de Mazursky, de quien con algo de suerte se encuentran cosas suyas en Fox
Classics. Algunas veces he preguntado por W&P
entre mis proveedores, obteniendo respuestas negativas. Seguramente, mi
persistencia no ha sido suficiente, con mayor razón cuando hoy en día los
trabajos fílmicos canibalizan su soporte, a saber, ya es posible encontrar Ménilmontant (1926) de Dimitri Kirsanoff
en dvd, incluso en Youtube.
La recuperación de mi memoria emocional
va más por películas de entretenimiento. Sé que sonará a vergüenza y espanto para
todo diletante del “séptimo arte”, pero esta es una de ellas: Muerte antes del deshonor (1987) de
Terry J. Leonard, protagonizada por Fred Dryer, el de El cazador, serie policial que transmitía Canal 9 una vez a la semana, ni sé qué día.
las redes y la vida
En un reciente artículo en la revista
Caretas, dije que muchos de nuestros escritores locales se habían desengañado
de la mentira de las redes sociales. Obviamente, esta situación la podemos
aplicar a cualquier circunstancia de la vida, la desazón no es solo propiedad
de los egos alucinados y sobredimensionados.
No es necesario quemar cerebro: lo que
se transmite en las redes debe guardar coherencia con la realidad. Lamentablemente,
no pocos han caído presos de sus telarañas y terminan asumiendo como verdadera cada manifestación que supura
en ellas. La persistencia en esta práctica revela el magisterio de una
superlativa burricie que encuentra idóneo hogar mental en sus entusiastas y
parlanchines creyentes.
En la mañana del domingo, mientras
untaba mi tostada con mermelada de piña, recibí una viñeta virtual, un
pantallazo tomado de un diario local, en donde un “escritor” se quejaba ante su
abuelita por no ganar el Premio Nacional de Literatura. Esta inquietud se
vuelve epifánica gracias a la dulce octogenaria: “Qué raro, a todos nos
encantaron los 1356 posts que publicaste el año pasado”.
No tengo idea de cómo ha circulado ese
pantallazo, yo ya lo subí a mi cuenta privada de Instagram, cosa que la tengo
de recuerdo porque no solo es genial, sino también porque me hizo reír rico. Seguí
en mi desayuno y cuando Onur intentó subir a mi regazo, recordé que en 2010 fui
invitado a la Feria del Libro de Huancayo, en donde ofrecí una charla sobre
literatura y redes. Este evento se promocionó con la debida anticipación y no
vi reacción alguna, poquísimos likes y nulo rebote. Por un momento barajé la
idea de no viajar, pero lo hice con la idea de almorzar una apetecible trucha a
la parrilla.
Me instalé en el hotel, que también
servía de concentración para el equipo de fútbol profesional de la ciudad, y
salí a caminar. En mi nada apurado paseo repasaba mis anotaciones y pensaba en los
distintos escenarios que tendría en
la noche. Así sea con dos gatos o con auditorio lleno, la actitud tendría que
ser la misma. Como tengo buena estrella, fue muchísima gente a la charla. Mientras
hacía alarde de improvisación discursiva con una asistencia que no dejaba de
mirarme, traje a colación lo que Carlos Calderón Fajardo me acababa de decir
días atrás: “las redes sociales solo sirven para informar, no para creer que lo
que sucede en estas es una extensión de la vida”.
Carlos resultó profético. El tiempo
legitimó cada una de sus palabras y me preguntó qué pensaría de las locuras y
pataletas que hoy vemos en estos espacios del ego ahuevadazo. Felizmente, hay
quienes se han dado cuenta de la trampa, en cambio no pocos siguen cagados,
veamos: autores con caras confundidas ante una sala a medio llenar luego de
que 2000 saludaran su evento; la verguenza contenida del escritor que el año pasado
anunció que estaba a nada de agotar tiraje y que al siguiente ve ese mismo
tiraje con 40 % de descuento, dispuestos en filas y que el buen ojo dicta 500
ejemplares; el aguilucho que se burla de escritores mayores y que
al darse cuenta de que su espanto narrativo es soslayado por los lectores por
impostado y aburrido, no tiene otra salida que rogar para que lo compren… Como
se podrá ver, tenemos celebridades de desmonte de canales de desague hasta para obsequiar.
Para su suerte, existe la solución, el
detergente contra esta cadena de malgustismo virtual: hacer suya la máxima de
nuestra filósofa local Susy Díaz: “vive la vida y no dejes que la vida te viva”.
Sabías y sanadoras palabras de Susy. La amo.
sábado, agosto 18, 2018
mirada fanática
Mientras llevo a cabo un rastrillaje de
documentación en la Hemeroteca de la BNP, también aprovecho para revisar
diarios y revistas más “actuales”, tipo cosas de los setenta u ochenta.
Por ejemplo, ayer viernes, busqué El caballo rojo, el suplemento cultural
de El Diario Marka. Me concentré en
el segundo semestre de 1984, para ver cómo terminaba el gobierno de Belaunde.
Entonces, mientras recorría las páginas que me llenaban la cara de ácaros y
polvillo (se acabaron las mascarillas y guantes), di con una crítica de cine de
Christian Wiener a la última película de Brian de Palma, Scarface (1983).
Obviamente, me llamó la atención y la
leí dos veces, cosa que me aseguraba cierta objetividad. Wiener demolía la
película de De Palma, pero sus criterios valorativos obedecían a los azotes de
las espuelas ideológicas. No esperaba menos, este diario era rojazo, y más allá
de condenables excesos, en su mejor momento llegó a cumplir una labor disidente
en comparación a otros medios ligados al derechismo.
Un perla: “Las fascistonas Expreso de medianoche y Conan”.
Claro, un texto así obedecía a una
fiebre de contexto y a una actitud ciega, digamos fanática, de muchos
izquierdistas peruanos radicales de esos años. El tiempo calló a Wiener, del mismo
modo a muchos. A la fecha, Scarface
es una obra maestra más allá de los supuestos circuitos que la animaron.
La mirada ideologizada ha hecho mucho
daño a la valoración de nuestras manifestaciones artísticas contemporáneas.
Veamos, por ejemplo, lo que sucede con la producción narrativa que aborda los
años de la violencia terrorista (para quien escribe, cojudeces nominales como
violencia política tienen peso nulo por inmorales y mentirosas). Hay mucha
academia ligada a la izquierda, lo cual no me fastidia. Lo que sí, su inclinación
por el tema y el punto de vista ideológico del autor, que se anteponen a lo que
importa: la calidad literaria.
En ese sentido, me alegra mucho que mi
amigo Miguel Gutiérrez no haya sido víctima de esos dislates. Era un hombre que
amaba la lectura y esta la defendía en su sola experiencia, dejando su
convicción de izquierda en donde debía quedar. Si ese ejemplo siguieran
nuestros maravillosos académicos de la zurda (cucarachas de la inconsecuencia
en comparación a M.G.), no estaríamos echando a la basura los cilindros de sebo
de culebra que vienen con el cintillo de la superioridad moral, no se sería tan
evidente el filtro que ejecutan con narrativas escritas desde la otra ribera
ideológica.
viernes, agosto 17, 2018
a. f.
En estas semanas venía escuchando
religiosamente toda la discografía de Aretha Franklin, hasta programé en mi
lista de Spotify algunas canciones de esta mágica intérprete, la que,
según me arroja la información cruzada, nunca sufrió de la atorrantez de la
soberbia.
Me enteré de su muerte mientras la
escuchaba en el taxi, atrapado en un tráfico de sanputa en la Canadá, lo que me
dio tiempo para una reflexión fugaz, o quizá el pertinente cuestionamiento a mis
costumbres escanciadas por la proyección de anuncio aciago: cada vez que
escucho o vuelvo, metódicamente, a un cantante, este muere. Pero bueno, tampoco
es para lamentarse, es el destino, el azar, o simplemente su penosa confluencia.
En las próximas horas mis conversas
estuvieron pautadas por Franklin. A mis pocas amigas y contados amigos, con los
que felizmente compartimos gustos básicos, les pregunté por los temas que más
les gustaban de la artista. Casi todos señalaban a “Say a little prayer” como
uno de sus predilectos. Faltaba más. Esta canción vendría a ser la metáfora
(temática y rítmica) de la cantera que influenció su trayectoria: la religión
protestante.
A diferencia de otros músicos, Franklin no estaba
en mi altar personal, hasta podría decir que no sintonizaba con su propuesta,
pero tenía un par de canciones (la que acabo de citar es una de ellas) que
aparecían en los momentos precisos, que asocio al ánimo bajoneado o exaltado,
cosa jodida para los que no conocemos el punto medio de las emociones.
No la escuchaba por encontrarme en el
subsuelo, sino todo lo contrario, me sentía muy bien. Franklin me preparó,
prefiero pensar en positivo, para los cambios radicales de los últimos días. La
otra canción: “Son of a preacher man”, que más de uno debe conocer en la voz de
Dusty Springfield gracias a Pulp Fiction.
D. S. la grabó en 1968 tras ser rechazada por Franklin por considerarla irrespetuosa,
pero al cabo de un par de años se le pasó la moralina e hizo su propia versión
de la misma.
jueves, agosto 16, 2018
pasarla bien
De los libros peruanos que se
presentaron en la pasada FIL, el último de Fernando Ampuero, Lobos solitarios y otros cuentos
(Peisa).
No, no es lo que piensas, tú lector
altivo y amargado, que levanta la ceja cuando lees o escuchas de Ampuero: es y
no es el libro homónimo del año pasado, el cual, como se recuerda, recibió
merecidos saludos.
De la presente publicación no me
interesaba el texto conocido, sino los “otros cuentos”, cosa que veía qué tan
bien acompañado estaba ese relato que ya debe figurar entre lo más destacado de
la narrativa breve del autor.
Lo que siempre me ha llamado la atención
del tío es el tono festivo (no necesariamente feliz) con el que ha conducido su
propuesta. En ese tono, proveniente de la tradición oral, a saber, las primeras
historias que escuchamos cuando niños, Ampuero ha sabido edificar una poética en
diálogo cómplice con el lector, lo que a los ojitos legañosos de los puristas
resultará inadmisible, siempre estos en la fijación de las tribulaciones del hombre,
entre otras hierbas.
La lectura también va de esto, a ver si
nos ponemos en onda: hallar el punto de encuentro en una propuesta y justificarla
o condenarla en esa coordenada. En este sentido, y más allá de lo desfasados que
puedan ser los temas de Ampuero, asistimos a una proyección vital vigente, la
cual, supongo, más de un joven narrador que escribe como si tuviera noventa años ya quisiera tener.
En esta ocasión tenemos cuatro cuentos
más, de los cuales el primero me pareció flojo, que peca en el trámite
discursivo, pero los otros son otra cosa: “Aplausos” y “Una chica aventurera y
un poco loca” (no consigno el entrañable “Largos de piscina con Julio Ramón”,
que está incluido en la antología Íntimos
y salvajes, publicada en 2017 por Tusquets), que en su sencillez muestran no
pocos pasajes para atesorar en la memoria, que confirman una vez más a Ampuero
como un excelente cazador de instantes,
pensemos en los gestos del loco de la Vía Expresa en el primero y en el
segundo: el encuentro en una mañana cusqueña entre la pelirroja y el narrador
protagonista que acaba de ser echado a la calle por su pareja de viaje. Obvio,
no me puedo permitir spoilers, pero lo que sí puedo afirmar es que a ritmo de
entrenamiento nuestro escritor se impone por goleada a las novelas y los cuentarios
publicados este año. Claro, no faltará quien me tilde de exagerado, cosa que
sería cierta porque me esperan más libros por leer, o que me llamen
irresponsable. Quizá sea un exagerado e irresponsable, pero uno satisfecho:
nadie me quitará lo bien que la pasé leyendo este librito.
sábado, agosto 11, 2018
violación
Las condenas sociales no forman parte de
la conducta de los preclaros nombres del circuito literario local, cosa que no
extraña, porque no pocos tienen hipotecada la opinión. Así, cualquiera huevonazo
se convierte en el faro de la moral en este bosque de intereses cruzados.
Días atrás se publicó en el portal Ojo
Público un reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar, conocidos periodistas
del medio que trabajaron sobre una información que recogieron meses atrás, esta
concernía al poeta Reynaldo Naranjo, acusado de haber violado hace cuarenta
años a su hija y su hijastra en París.
Poeta menor y ducho en el relacionismo,
Naranjo no tendrá que responder ante la justicia (creo que poco nada se podrá
hacer contra un anciano de 82 años), sino vivir escondido. El reportaje, bajo
todo punto de vista, es objetivo y letal. No se hizo con el fin de formalizar
una denuncia, por el contrario, fue una catarsis para las víctimas, a las que
los lameculos de este poetastro vienen poniendo en duda, la muestra más
risible: ¿por qué no lo denunciaron ante la justicia? O la excusa perfecta, con
tufillo a complicidad: “yo no sabía nada”.
Roxana Naranjo y Nadia Paredes son
mujeres íntegras, brindaron su testimonio sabiendo que ni siquiera tendrían
garantía de paz interior al dar a conocer esta historia de terror, cerraron un
círculo: exponer el dolor, desechar la vergüenza y dar un ejemplo que solo el
tiempo y muchas mujeres identificadas con el caso van a agradecer.
Naranjo ha amenazado con denunciar a los periodistas y R.
Naranjo. ¿Conchudez?, preguntó alguien. Miserable, piensan todos.
martes, agosto 07, 2018
xenofobia
Desde hace varios días escucho sobre una
ola de odio, y creciente, a los miles de venezolanos que trabajan en Lima. No
es que me sienta privilegiado, y eso que vivo en un barrio que ya se ha
convertido en colonia venezolana, pero hasta el momento no soy testigo de
expresiones xenófobas, a lo mejor tengo una coraza mental que me impide ser
partícipe de la conchudez que significa ser xenófobo en un país como Perú, de
todas las sangres, de todas las taras.
Lo que sí es cierto: la presencia de los
amigos del norte ha dinamizado la economía, hecho que no podemos negar, como
tampoco podemos hacernos los desentendidos en cuanto a lo que esta significa:
el fracaso del socialismo del siglo XXI. Pregunto: ¿merece Venezuela estar en
la miseria siendo uno de los países más ricos del mundo? ¿Qué sistema político
e ideológico podría ser tan bestia/inútil para lograr lo impensado? La
respuesta está cantada y las justificaciones son una pérdida de tiempo.
Volviendo al tema, que lo comento con la
señora que me vende ricos tamales de chancho: ¿detesta a los venezolanos?, le
pregunto mientras cuenta sus monedas para mi vuelto. Ella me dice que no, por
el contrario: es gente trabajadora. Criterio básico, es lo que vemos todos los
días. Y aquí otra vez la elementalidad de criterio, a la que tenemos que apelar
para entender a una sociedad tan gratuitamente rencorosa como la nuestra:
¿acaso por algunos energúmenos, como aquellos que pretendieron asaltar una
agencia bancaria en Plaza Norte, vamos a tildarlos de delincuentes?
En estas dos últimas décadas de supuesto
crecimiento económico, los peruanos hemos llenado nuestros bolsillos, hemos accedido
a beneficios que considerábamos inimaginables en los decenios del ochenta y
noventa. Solo nos faltó nutrir la mente, aún hay tiempo.
jueves, agosto 02, 2018
exponerse
Aunque lo tenía en el radar, tarde más
de la cuenta en leer este título de Lolita Bosch: Ahora, escribo, (Periférica, 2011).
Quizá la demora se deba a que lo leído
de la autora española no me había entusiasmado lo suficiente, como Japón escrito y La familia de mi padre, no porque fueran proyectos fallidos, sino a
razón de falta de conexión con ellos. Suele ocurrir y pienso que ya es hora que
comience a subrayarse la diferencia entre lo que no te gusta de aquello que te
parece deficiente.
En este pequeño librito, Bosch traza una
línea discursiva delgada y gaseosa mediante la autobiografía y el ensayo. La
autora parte de un hecho triste: recordar la muerte de su padre. A partir de
aquí, Bosch enhebra una serie de conceptos pautados por la pena y la memoria,
que le sirven para presentarnos la trastienda que ha ido nutriendo su obra, el
ánimo que la ha impulsado. En este sentido, se destaca la mesurada reflexión en
relación a su escritura calmada, pero no libre de furia contenida. Por medio de
esta actitud hayamos la primera
riqueza de la publicación: la exposición de la sensibilidad quebrada. Sin duda,
Bosch es de las autoras a las que algo
le ha ocurrido y lo dice sin enunciar, siendo el propio discurso el eje
protagónico de esta sensación. La segunda, la cadena de circunstancias que la
llevaron a luchar contra el bloqueo creativo, que no es más que la falta de
ideas (o cuando el cerebro se seca, dicen) para echar a andar una empresa
narrativa. Es precisamente en estas líneas en las que se hayan los momentos más
reveladores del híbrido: quebrar la no escritura valiéndose de una confrontación
despiadada con la misma. Hay que ser muy valiente para haber escrito un libro
así, cosa que nos satisface en estos tiempos narrativos con autores
entregados a la payasada y la floritura verbal, o peor: a la narrativa de
compensación.