domingo, febrero 28, 2016
viernes, febrero 26, 2016
425
Me dirigía a una reunión en el centro
cuando me sorprende la lluvia.
Era una lluvia de verano, pero de noche,
y en short, polo y sandalias, puedes llegar a sufrir las consecuencias después.
Las consecuencias las sufrí porque
amanecí algo ronco y con un ligero dolor de cabeza.
Mi reunión al aire libre acabó cerca de
las diez de la noche. A veces cuesta cumplir, pero luego uno se anima, ya que
el compromiso va más allá de los súbitos desánimos.
Acabada la reunión, regreso a casa. El
regreso se vuelve muy pesado, el tráfico que se forma en la intersección de
Wilson con Paseo Colón impide la circulación de los buses y autos particulares.
Tomar un taxi se pintaba como una alternativa inservible, el taxi debía pasar
también por ese tráfico causado por el By Pass que se construye en el cruce de
28 de Julio con Wilson.
No me hago problemas. No me dejo guiar
por la estupidez colectiva, manifestada en la espera en los paraderos. Ese
tráfico no se soluciona rápido y si eso ocurre, sería en un par de horas. Así
es que camino, sigo directo por lo que queda de Wilson y empalmo por la
Arequipa. Cerca del parque Washington, compro una botella de agua mineral sin
gas y tomo asiento en una de las bancas. Frente a mí, el Centro Cultural de
España.
Imposible no tener en cuenta su
biblioteca, de la que sé que volverá a abrir en los próximos días. Viene a memoria
una secuencia de imágenes, frecuentes, y decirlo es quedarme corto, desde fines
del 2000 hasta las fecha, un secuencia infinita de situaciones y excesos. Hubo
una época en que vivía en esa biblioteca, llegaba al mediodía y salía a las
seis de la tarde, listo, preparado para perderme en la intensidad y el peligro
por conocer de las calles del centro, ajá, en esas épocas decíamos así, el
centro, no Centro Histórico.
miércoles, febrero 24, 2016
"que levante mi mano quien crea en la telequinesis"
Se está volviendo costumbre llegar a
nuestros autores favoritos por la vía no oficial. Más bien, accedemos a ellos
por caminos paralelos que poco o nada tienen que ver con los que sí cobijan a
los que escuchamos desde el colegio o la universidad. Estos autores aún no
forman parte de ese gran imaginario de autores que tranquilamente pueden ser
ubicados por el conocedor y el sujeto
informado.
En cuanto a referencia cultural, estos
autores se ubican a años luz de un Hemingway, Sartre, García Márquez, Vargas
Llosa, Carlos Fuentes, Norman Mailer, etc., que pueden ser localizados de
nombre sin necesidad que se les haya leído. Hablamos de una suerte de
posteridad de mármol, de paganismo nacionalista, de religión posera, como
gustes llamarlo.
Estos autores se cuelan en nuestra mente
gracias a un pequeño esfuerzo del lector, la mayoría de las veces tejiendo
puentes, buscando conexiones temáticas, como en esos días de inicios del nuevo
siglo, días en los que buscaba ensayos y novelas sobre las guerras acaecidas en
el Siglo XX, encontrando en un puesto de libros de Camaná “Matadero Cinco”. A
partir de esta lectura, comenzó una búsqueda casi insaciable de los libros de
Vonnegut, que a medida que iban pasando los años supe que no era tan secreto
como pensaba, sino que gozaba de un envidiable reconocimiento entre un público
lector y medianamente informado. Vonnegut fue un artista talentoso, como
narrador, quizá uno de los más importantes de la segunda mitad del XX; como
intelectual, uno que hablaba de lo que le venía en gana, pero siempre
valiéndose del humor, la ironía y el punto de vista disidente.
Vonnegut no es de los autores que
ingresarán al imaginario del gran público. No será reconocido por los hombres y
mujeres de a pie, pero tampoco será el autor de sectas secretas como sí lo
pueden ser Schwob y B. Traven, a saber. La galaxia Vonnegut es inestable,
ingresa, sale, a lo mejor se establece en uno por temporadas y cuando menos lo
piensas desaparece. Por eso su poética es dueña de una resonancia, por eso nos
sigue mensajeando desde el más allá.
Este escritor gringo murió en 2007. Su
muerte fue lamentada por no pocas plumas de nivel en el mundo entero. A partir
de entonces se empezó un rescate de su obra, ya sea en reediciones y libros
póstumos. El volumen que nos reúne ahora es una selección de los discursos de
graduación que leyó a lo largo de su vida, una selección, por demás exquisita y
edificante en todo el sentido de la palabra. No, Vonnegut no habla de la
esperanza, ni de las más altas aspiraciones a las que debe llegar el ser
humano.
Tengamos en cuenta que los discursos de
graduación vienen siendo asumidos como todo un género literario. Son los
alumnos que se gradúan los que eligen al escritor/intelectual/artista/científico
que les leerá el discurso final antes de dejar la universidad. Es pues una
tradición en la academia gringa, en la que, si nos ceñimos a los escritores,
han leído discursos de graduación Foster Wallace, John Updike, Philip Roth,
Vollmann, Doctorow y demás plumas medulares de la literatura norteamericana.
El título escogido para esta publicación
no pudo ser mejor, es genial, a secas: Que
levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para
corromper a la juventud (Malpaso, 2014). Como se sugirió líneas arriba, en estos nueve
discursos no estamos ante un Vonnegut que pontifica, sino ante uno que mezcla
impresiones y experiencias naturales, es decir, en ningún momento habla desde
la altura del exitoso y del sabio, sino que comparte sus dudas, temores y
luchas con los alumnos que viven a lo mejor el día más dichoso de sus vidas. El
autor conecta con ellos, y obviamente, también con el lector, a razón de la
fineza irónica de su mirada y la sencillez/simplicidad de sus conceptos,
hablando tranquilamente de la bomba atómica, Alfred Nobel, Philip Roth, Al
Qaeda, Bush… a tópicos terrenales como el uso de los sombreros, los exámenes,
las drogas, la música, el baile… Sentimos a un Vonnegut risueño, que gusta de lo
que nos dice, pero que en ningún momento nos toma el pelo, sino que nos
respeta, por eso nos habla así, por eso el lector, y de la misma manera que lo
hicieron los alumnos que lo escucharon, tiene ganas de aplaudir por muy buen
rato.
martes, febrero 23, 2016
424
Cerca de las siete de la noche se me
antoja un jugo de granadilla. Me alisto y me dirijo a la intersección de Javier
Prado con Aviación. Camino un par de cuadras en diagonal hacia el local al que
voy desde hace más de siete años y del que aún no sé su nombre.
A esa hora prendo mi celular, lo tuve
apagado todo el fin de semana. Al prenderlo veo muchas llamadas perdidas, solo
algunas valen la pena, pero de todas maneras me enfoco en las que me generan
cierta sorpresa, ya que con esas personas no tengo mucho contacto, la mayoría en
meses, y solo en un caso en más de año y medio, si es que los cálculos no me
fallan.
En el televisor del local, vía CMD,
pasan Campeones, una suerte de campeonato de fútbol siete en el que intervienen
ex jugadores del fútbol profesional peruano. Por cierto, más de una vez he
pensado en asistir a una de estas jornadas, que se llevan a cabo en el Estadio
Municipal de Miraflores. Jugaban la U con Municipal. Por el lado crema ubicaba
a varios jugadores, por el lado edil a ninguno, aunque quién sabe. Disfrutaba
de mi jugo de granadilla y una hamburguesa con queso que acababa de pedir.
El partido iba con ventaja crema,
ventaja de un gol. El juego era intenso, pases con dientes apretados,
desesperación y harta impotencia. Sin ser la gran cosa, sin ver a grandes jugadores
que jamás lograron algo con la selección, la estaba pasando bien. Por un
momento me olvidé del tema político del día, y por lo que escuchaba de la
narración, habría también otro partido de fútbol siete después de ese.
Todo iba bien, pasándola. Pero “El puma”,
haciendo justicia a su cualidad de matón, no tuvo mejor idea que agredir al árbitro
que acababa de expulsarlo.
Así es, agredió al árbitro. Bueno, no me
sorprende su actitud. Nunca dejará de ser lo que es, el limitado para el juego
y el criterio.
Lo que me jodió es que esa agresión
obligó a que los árbitros suspendan el partido, bueno, quedaba la transmisión,
por ende, del siguiente partido, pero CMD decidió cortar su programación y en
una cambiaron a un especial de olas brasileñas.
Ese es el “Puma”. E imaginar que un
idiota dijo que después de Lolo, “El Puma” era el ídolo más grande de la U.
lunes, febrero 22, 2016
423
Noche de domingo. Vería dos películas en
Fox Classics. Pasé toda la tarde leyendo un par de libros, uno de ensayo y el
otro de novela. De corrido, deteniéndome solo para el Alianza-Vallejo.
Al menos, ahora sé a qué juega Alianza.
Seguí en la lectura, pero dos puntas me
pasaron el dato de una entrevista que le estaban haciendo a Barnechea, el
candidato presidencial de AP.
No me cae mal Barnechea. Tampoco me
deslumbra. Entre tanta escoria tras el sillón presidencial, él es el más
versado y limpio, el que tiene las ideas claras.
Mientras lo escuchaba, pensaba en
algunas cosas, ejemplo, en la mezquindad ideológica que impide que no se
reconozca la labor de un intelectual a razón de su inclinación política e
ideológica.
Lo sabemos, la izquierda ha tomado por
asalto, un asalto sin esfuerzo valgan verdades, el circuito académico peruano.
¿A cuenta de qué lo digo? La razón: no
consideran a Barnechea un intelectual de referencia cuando los hechos (sus
libros) demuestran que es mucho más que los títulos de los que se alucinan los
privilegiados del pensamiento y la moral. Su pecado es que es víctima del
estereotipo y de su ubicación en el centro político. Eso es.
Aquí puedes tener las manos manchadas de
sangre y no pasa nada por el solo hecho de ser de izquierda. Puedes ser una
bestia que escriba y todos tus correligionarios sepan que eres una bestia que
escribe y no pasa nada porque eres de izquierda. Puedes ser racista y no pasa
porque eres de izquierda. Puedes beneficiarte del dinero de Chávez y no pasa
nada porque eres de izquierda… Y la cantaleta seguiría.
Estas taras las puedo entender.
Barnechea, como dije, no me deslumbra
como persona, tengo la impresión de que es un patán y pedante, pero esta
impresión personal no sirve de nada porque esta vida está llena de patanes y
pedantes con los que almorzamos y hacemos vida social. Este tío es lo mejor que
tenemos. Ya mucho tecnócrata en Palacio, necesitamos un intelectual, alguien
que haya leído.
domingo, febrero 21, 2016
422
Luego de la conversa con Leonardo en El
Virrey de Lima, me quedé conversando con algunas puntas.
Me dirigía a casa, pero recordé que a la
misma hora de la conversa, había otra presentación en Torrico, en un bar en
donde los Zepita Boys presentarían Los
buguis de “Jeremy”. Caminé hacia ese bar. Faltaban diez minutos para las
diez de la noche, aunque la presentación estaba anunciada para las 7 y 30,
sabía que comenzaría tarde puesto que era una actividad organizada por Richi Lakra
de Poetas del Asfalto. Todo lo que organiza Richi comienza tarde y esta vez no
fue la excepción.
Llegué y, efectivamente, la presentación
no había comenzado. Rodolfo, uno de los presentadores, no pudo ir, y no se tuvo
mejor idea que yo ocupe su lugar para hablar de Los buguis. Antes de hablar, “El caminante” manifestó su talento
para la imitación, acto que fue celebrado por las puntas que ocupaban las mesas.
En le mesa de presentación, noté que “Mr. Chela” estaba algo delicado de salud,
temblaba, y le pregunté al respecto, y me respondió que no había razón para
preocuparse, puesto que sentía frío. Preferí no comentar nada. Cómo se puede
sentir frío con una temperatura de mierda como esta, pensé.
“Mr. Chela” leyó un texto de la
putamadre. “El caminante” celebraba con otra imitación, si comenzó con una de
Lakra, ahora imitaba Ciro, el legendario mesero del Don Lucho. Me dieron el
micrófono y destaqué las bondades literarias de “Jeremy”. En mi disertación
noté que “Mr. Chela” ya estaba durmiendo, acto que fue nuevamente inmortalizado
por Ángel en su celular. Al terminar, llegó “Cachetada nocturna”, que tomó
asiento entre “Paganini” y Marco.
Cuando “Jeremy” tomó la palabra, hizo lo
de siempre, no hablar de sí mismo, sino de los otros, de esos “otros” a los que
debe mucho su formación como escritor, extendiendo su admiración por esas
novelas del XIX que aún le siguen transmitiendo resonancias.
En lo personal, tenía muchísima hambre.
No sé por qué, me vino el hambre, esas ganas de tragar, porque eso era lo que
sentía, comer muchísimo. Desde hace varios días “Cachetada” hablaba de un lugar
llamado Los tres continentes, ubicado a media cuadra de Alfonso Ugarte. Le dije
que nos llevara allí porque lo quiero conocer y ver si en verdad justificaba lo
que se decía de la comida que vendían. “El caminante” quiso desanimar al grupo,
se le había antojado un pye de fresa del Tanta, más un capuccino helado. Miré
al “Caminante” y le pedí que dejara sus exquisiteces culinarias para después,
puesto que en esos momentos se me antojaba comer bastante, con harta grasa
acompañada de todas las témperas posibles.
Sin embargo, “Mr. Chela” seguía
durmiendo. No había forma de despertarlo. Ángel propuso que preguntemos si en
el bar había una manguera y así despertarlo con fuego plateado. Pero no había manguera.
Ante ello, como contagié de hambre al grupo, “Paganini” y Marco decidieron
cargar a “Mr. Chela”. Buscaron un tubo y se quitaron los pasadores de sus
calzados. “Mr. Chela” quedó atado de manos y pies. “Paganini” y Marco sostenían
el tubo, cada extremo sostenido por sus hombros.
“Paganini” y Marco comandaban la
incursión hacia Los tres continentes. “Cachetada” y “El caminante” iban detrás,
quizá planeando una futura incursión en un punto lejano de San Juan de Lurigancho.
Ángel iba tomando fotos de los maleantes y tracas que cruzaban por nuestro
camino.
Luego de una media vuelta en U, llegamos
a Los tres continentes. Lo primero que pensé fue en lo muy grande que era el
lugar. No estaba del todo lleno, pero sí había gente que llenaría tres
restaurantes juntos. No pasaron muchos segundos para darme cuenta de que allí
no se comía, sino se tragaba.
Antes de ocupar las mesas, qué hacíamos
con “Mr. Chela”. No podíamos hacer nada si no lo ubicábamos en un lugar idóneo.
Pregunté por el dueño, un adiposo sujeto
con cadenas de oro. Este me sugirió que llevara al “colgado” a la zona de
carnes. Fuimos a la zona de carnes, que como tal, estaba llena carnes y
aprovechamos un espacio libre para dejar a “Mr. Chela”, como un animal a ser
sacrificado. Los extremos del tubo se sostenían desde los bordes de dos
lavaderos de granito.
Hicimos nuestros pedidos. “El caminante”
se acordó de ser “El Caminante” y pidió un platón de frejoles con lonjas de
chancho, “Cachetada” una leche de tigre levanta muertos, Marco un pollo a la
parrilla y los demás lomo saltado. No lo niego, todos los pedidos eran una
bestialidad, un canto poético al acto sublime de tragar. Además, no era muy
caro.
Me imaginé Los tres continentes en días
de partidos de fútbol. Había una pantalla gigante en una de las esquinas. Y sí,
cuando juegue la selección veré sus partidos en Los tres continentes.
A la mitad de la comilona, se me acercó
un mozo, muy preocupado.
“Joven, el “colgado” ha despertado, está
loco, está hablando palabras que no entiendo”, dijo.
“¿Qué está diciendo?”, pregunté.
“Soy Pessoa, soy Pessoa, eso es lo que
dice”.
sábado, febrero 20, 2016
viernes, febrero 19, 2016
421
Me acuesto a las seis de la mañana. He
estado escribiendo toda la madrugada, disfrutando de las oleadas de aire que
entraban por mi ventana. Mientras escribo, cuando me doy un alto para
reacomodar mis notas escritas a mano, me pongo a revisar algunos documentales
por Youtube. Algo extraño viene pasando, y trato de guiarme en la extrañeza que
me viene siguiendo desde hace algunos días, ese apego desmedido por querer
saber todo lo que en política internacional acaecía en la década del 70 del
siglo pasado, una década “generosa” en conspiraciones y espionaje, temas que
siempre me han entusiasmado pese a sentirme alguien ajeno y amputado para escribir
desde la ficción sobre esos tópicos, tropezándome así con la realidad de que no
podré ser el escritor de género que quería ser desde muy joven.
Hago memoria. Pienso en las películas
vistas y libros leídos, pero no, no se debía a una película o libro, aunque iba
por allí, solo debía reducir los puntos temáticos de mi duda.
Decido no seguir escribiendo y se me
antoja recorrer un toque en la red, tengo varias páginas marcadas para ver,
páginas que por sueño u olvido no reviso cuando se supone que debo revisar,
porque me gusta y también porque la chamba me lo demanda.
Tengo una fijación con la década del 70.
Pero esa fijación se ha reforzado más desde hace unos días y, como me gusta ir
a los hechos centrales de todo, hago un ejercicio de memoria, eso es lo que me
ocurre, que me vuelvo voluble de lo inane, apegado a la intrascendencia,
dependiente del dato inútil.
¿Será la falta de sueño?
A lo mejor.
La respuesta no demora. Más bien, la imagen.
La imagen que me ubica caminando una noche por Uruguay. Como siempre, me
detengo para ver qué libros se venden en las noches. Me detuve a revisar
algunos títulos, entre los que veo una edición añeja de El caso Bourne de Ludlum. Más que suficiente para recrear en mi
mente esa década, de cómo pudo ser. Gran novela de Ludlum, de la que vuelvo a
releer algunas páginas en casa.
martes, febrero 16, 2016
420
Cerca del mediodía me dirigía al Virrey
de Lima. Me encontraba en el Metropolitano, con algo de sueño, el cual
camuflaba gracias a los lentes oscuros. Llevaba una mochila de peso ligero, en
donde había puesto lo necesario que debo llevar cada vez que salgo a la calle,
en especial en verano, siendo el objeto más preciado el bloqueador.
Antes de llegar al cruce de Colmena con
Lampa, mi padre me llama al celular y me dice que el JNE ha fallado en contra
de Julio Guzmán, el outsider que ya se había ubicado en el segundo lugar en las
encuestas presidenciales. Mi padre me dijo que tuviera cuidado, porque no sería
nada extraño pensar que ocurrieran protestas en el centro. Le dije que no creía
que fuera a pasar eso, “pero de todas maneras”, retruca, “no hay que confiarse”.
Bajé en la Estación Jr. De la Unión.
Caminé despacio a la librería, bebiendo una cremolada de fresa, la bebía
lentamente, pensando en lo que tendría que decir sobre las charlas que vendrán
en las próximas semanas, como también en la organización de algunos talleres.
Ajá, talleres, pero no de escritura, sino de lectura, enfocados en la historia
de los estilos de los autores, una historia personal que nos permita entender
lo que a fin de cuentas es la obra y su respectiva epifanía.
El calor hace que me compre una Cusqueña
en lata, la más helada que haya en la tienda. Ya no lo pienso, es un
convencimiento: fue un error haber quedado en que la reunión fuera en la
mañana. Debía estar en mi casa, avanzando los textos y corrigiendo un libro que
acabo de terminar. Pero ante todo, cuidándome del calor. Eso, de ese calor que
tiene al borde de la autodestrucción.
Llego a la librería y converso con
Carola. Quedamos en lo que haríamos los próximos días y me alegra que con mucho
esfuerzo las metas se vayan cumpliendo de a pocos. Le cuento lo de la tacha a
Guzmán y la acompaño a la Estación Jr. De la Unión del Metropolitano. En el
trayecto sintonizamos en lo siguiente: la ley tiene que ser igual para todos, y
de esa manera se espera la respectiva tacha a Acuña, que en lo personal, es la
peor maldición que le puede pasar a esta país en caso de llegar al poder.
Nos despedimos y regreso a la librería,
en donde he dejado mi mochila.
Al regresar converso con Dio y Dajo. No
deja de sorprenderme las tantas amistades y conocidos que tenemos en común, de
lo pequeño que es el mundo, no solo literario, de las muchísimas personas que
conocemos sin necesariamente saber sus nombres. Al menos, eso es lo que me
pasa, camino por las calles y de la nada patas y flacas me saludan, se muestran
felices de verme y yo no sé qué hacer ante tamaña muestra de cariño y aprecio
que siento sinceros. No es que me alucine un Rock Star, ni hablar, pero es
bueno saber que dejas una buena impresión en las personas cuando les has
recomendado no uno, sino no pocos libros.
lunes, febrero 15, 2016
Jorge Carrión: "En una librería encontramos familiaridad, calidez"
Sorprende, y
para bien, que un libro de ensayo tenga éxito en lectoría. Por lo general, esta
suerte de éxito la relacionamos con las obras de ficción. Los temas que abordas
en Librerías son en esencia duros, es decir, no son
“llamativos” hasta para los mismos consumidores de libros. Va pues dirigido a
un círculo reducido, pero los hechos han comprobado que ese círculo no es tan
pequeño como se pensaba.
Yo
diría que Librerías está conectando
con un sentimiento bastante extendido: el del fin de un tipo de cultura del
libro. Mucha gente lo lee como una historia de las librerías, como una guía de
viaje por las mejores del mundo y, al mismo tiempo, como una despedida. Como
una forma de duelo, digamos, prematuro.
Claro, va más
allá de lo que entendemos como ensayo.
Por
eso yo diría que es más que un ensayo: es una genealogía, es una crónica de mis
viajes, es una autobiografía de mis lecturas, es en fin una narración. Ensayo
narrativo, se podría decir. Las seis ediciones (cuatro españolas, una argentina
y una mexicana) permiten que se cumpla el sueño de todo escritor: que su libro
circule, que esté en casi todas las librerías de la lengua.
Seguir la
entrevista aquí
419
Cerca de la medianoche me sirvo un taza
de café, también saco de la refrigeradora una botella de agua mineral sin gas.
Me acabo de acordar que hay algunos textos que debo revisar y que tengo que
mandar a primera hora del lunes, lo cual significa un calvario para este
servidor que se despierta a las 11 de la mañana, por la sencilla razón de que
se acuesta a las 5.
Lo que menos me gusta es hacer cosas
alimenticias en horas dedicadas a la lectura, el cine y otros placeres.
Corrijo esos textos mientras miro en
Film and Arts a un grupo bailarinas, vestidas como en Flashdance, en una suerte de tributo a All That Jazz.
Acabo de corregir y editar.
Mando los archivos a la persona que en
unas horas verá lo que he hecho con lo que ha escrito. No me imagino la forma
de su cara cuando vea las sugerencias que le acabo de dar, siempre resaltado en
rojo, y en amarillo para cambiar la frase sin alterar el sentido de la idea.
Por momentos he sido duro, pero no me importa, a veces hay que sacar la guadaña
y exhibirla más de la cuenta.
Me dispongo a descansar. Siento un
ligero mareo y ardor en los ojos. Sin embargo, no me acosté hasta muy tarde.
Hace años vi The Machinist, de Brad Anderson.
No es la gran cosa, pero sí me gustó. Al
punto que la puedo calificar de muy buena película. Obvio, cuando digo que no
es la gran cosa, no estoy diciendo que sea mala o regular, sencillamente que no
es aquello que conocemos como obra maestra. Además, era una película que perdió
la oportunidad de ser tal, y no lo fue por dejadez en el desarrollo de
determinadas escenas.
Pero bueno, aquello no es lo que motiva
esta entrada, sino el hecho de haberla encontrado en la madrugada en un canal
de cable. Me bastó toparme con la película para quebrar el amago de sueño.
La volví a ver, como tenía que ser.
Christian Bale da vida a Trevor Reznik,
un atribulado maquinista en una fábrica. Reznik es una especie de hombre robot
que realiza sus funciones a la par que su mente anda perdida en una sucesión de
imágenes que no le dejan en paz, imágenes de un pasado improbable, imágenes que
conducen su interacción con las personas del mundo real, como la prostituta que
encarna la siempre eficaz Jennifer Jason Leigh, lo mismo con la camarera que
interpreta Aitana Sánchéz Gijón (tengamos en cuenta que esta es una producción
española y que la película fue filmada en Barcelona) y, en menor medida, con
sus compañeros de trabajo en la fábrica.
Todos están convencidos de que Reznik no
está bien, no solo físicamente. (Bale tuvo que bajar más de 50 kilos para esta actuación.)
Su principal malestar, para todos, es su estado emocional. Reznik es un hombre
destruido a razón de un sentimiento de culpa que lo ha llevado a la locura.
No hay mucho que pensar. Nuestros actos
que dañan a los demás nos llevan a asumirlos, por más que huyamos de ellos, nos
persiguen hasta que afrontemos las consecuencias.
domingo, febrero 14, 2016
418
Pensaba pasar la noche del sábado en
casa, encerrado hasta el lunes y así ahorrarme todas las manifestaciones huachafas
que ocurrirían el domingo. Mas recibí una llamada de Jessica, que me dijo que
requerían de mi presencia, esa presencia que me lleva a solucionar problemas
colectivos.
Volví a ducharme y me alisté para ir al
centro.
Primero fui donde “Hombre sabio”,
conversé un toque con él. De allí me encaminé a solucionar el impase, a
escuchar y proponer salidas para el grupo congregado que me esperaba. Escuchaba
y hablaba, y cuando se tenía que hablar grueso, hablaba grueso. El cel comenzó
a vibrar. Era “El caminante”, que estaba con “Jeremy” en Polvos Azules
comprando películas. “El caminante” me mandó un mensaje de texto, preguntándome
cuál era la película que me debía para comprármela. No recordaba el título de
la película. Le dije que lo llamaría en unos minutos.
Cuando lo llamé había pasado más de una
hora. “El caminante” y “Jeremy” se encontraban en un chifa de Alfonso Ugarte.
Eran las 9 de la noche.
Fui al encuentro de los Zepitas. En el
trayecto me topo con Jacqueline, una de las mujeres más corajudas y luchadoras
que conozco. Ella se encontraba haciendo unas compras en Metro y me dijo que
tenía para rato. Le digo que yo estaba yendo donde unos patas y que volvería a
darle el alcance. Se lo dije por cumplir, porque no pensaba regresar.
Me encuentro con los Zepitas y Ángel,
que ya estaban dando cuenta de generosos platos de chifa. Tomo asiento y pido
el clásico chaufa especial más una Coca Cola personal. Los Zepitas habían
estado de compras y les pido que me enseñen sus adquisiciones. Me alegra, no lo
niego, que ahora sepan comprar, que privilegien más el olfato lector, eso se
podía deducir de títulos como Submundo,
Novela con cocaína y Meridiano de sangre. Los Zepitas ya no
son los que conocí, hace tres años, ahora son lectores maduros a quienes les
interesa por sobre todas las cosas las lecturas exigentes. A Ángel le hablo de
la importancia de Hijo de Jesus de
Denis Johnson, libro que le pasé hace un par de semanas y que ya ha terminado
de leer.
Le pregunto a “Jeremy” por “Cachetada
Nocturna”, específicamente por la fecha en que será publicada su novela
ganadora del Copé. Confiamos en lo que podría significar esta novela para la
actualidad de la narrativa peruana, “Cachetada” es la voz. Además, los ojos del
mundo literario están atentos a lo que los Zepitas vayan a hacer.
Los Zepitas se han ganado un culo de
enemigos, pero sé que saldrán airosos, talento y lecturas les sobra para
regalar, sobre todo a los bebés de “Chalina suicida”, que como buenos miran por
encima del hombro lo que vienen haciendo los Zepitas, que en los próximos días
darán más de una sorpresa. Conozco a los bebés de “Chalina” y cuando los vea
les voy a aconsejar, primero, que empiecen a vivir, que liberen todo ese odio
gratuito y envidia, en sí justificada, por medio del sexo, que a todas luces
les hace falta. En fin, solo eso con los “Chalina Kids”, suave para empezar.
Aprovechando que tenía al grupo reunido,
a excepción de “Mr. Chela”, a quien Ángel inmortalizó en un video que grabó con
su celular la noche del viernes, un video en el que “Mr. Chela” aparece en el más
completo estado de gracia, hecho que lo hizo dormir todo el día sábado.
Nos quedamos conversando más tiempo del
que pensaba, porque vino Lérida, amiga del “Caminante”, que me cayó muy bien por su
naturalidad y jovialidad.
Cerca de la medianoche me despido de
ellos, que se van en dirección a la Plaza Bolognesi. En cambio yo me dirijo por
Alfonso Ugarte hasta Uruguay, en donde no solo me vuelvo a encontrar con
Jacqueline, sino también con Valderrama, su esposo. Nos quedamos conversando y
los acompaño de regreso a Quilca, en donde me encuentro con “Niño Goyito”, “Chamán”
y el popular “ADN”.
Me llama la atención, no me sorprende
ver a centenares de puntas bebiendo en la vereda, pero sí me llama la atención
que muchas puntas rockeras se dirijan a Caylloma. ¿Habrá un concierto?, me
pregunto. Esa pregunta es la que se mantiene en mi cabeza, mientras bebemos
algunas cervezas en el restaurante de la “Señora Cienfuegos”. La pregunta
consigue una respuesta lógica al ver a Roldán con su novia. Roldán me dice que
sí, que hay tres conciertos en Caylloma. No lo pienso mucho, en un toque me
daré una vuelta, al menos entraré a uno de esos conciertos. Después de media
hora me dirijo a los lugares de las tocadas. La tocada del Salón Imperial es la
que me seduce más. Me dispongo a entrar, pero “Niño Goyito” y “ADN” me pasan la
voz. Están discutiendo y quieren que yo sea la voz autorizada a poner en orden
sus dudas y crisis existenciales. Pero antes de escucharlos, me interesa saber
por qué al popular “ADN” le dicen “ADN”. Me lo imagino, pero quiero saber la
versión oficial, su versión.
sábado, febrero 13, 2016
417
A la medianoche dejo de hacer las cosas
que estaba haciendo para saludar a mi madre por su cumpleaños. Es una costumbre
de siempre, saludarla a la medianoche, sin esperar a la mañana. La abrazo
fuerte y luego de abrazarla, Onur se lanza sobre ella. Este perrito le ha
traído una alegría a mi madre, en sus caprichos ha sabido ganársela, y esto no
es poca cosa, ya que nunca ha sido muy dada a los animales.
Mi madre me pide que por su cumpleaños
deje de fumar y le prometo que no fumaré cerca de ella en lo que queda del día.
Nos quedamos conversando un toque en la sala, conversando y planeando lo que
haríamos en el curso del día. Ella es feliz en la sencillez de las cosas y en
esa sencillez quiere pasar su día, pero eso no es lo que haré con mis padres,
así es que le propongo ir a almorzar a La Punta. La Punta le trae muchos
recuerdos, puesto que mi abuela y ella vivieron en ese distrito durante más de
quince años.
La idea le gusta, en especial le hace
ilusión caminar por la cuadra en donde aún se ubica la casa en donde creció.
Después de muchos meses que no voy a La
Punta y algo muy dentro de mí me dice que no me hará bien hacerlo. Pero bueno,
mis temores y deseos quedan de lado si de tratar de complacer a mi madre se
trata.
Mi madre se va a dormir y yo me quedo un
toque más en la sala. Me sirvo un poco de café y leo los diarios que no pude
leer en el curso del viernes. Mi costumbre: leer los diarios partiendo de la
última página. Al llegar a la sección Política, veo a Guzmán ubicado en segundo
lugar. Analizo sus palabras y no lo pienso mucho, Guzmán es un experto cantamañanas.
Si este era el Outsider que se esperaba para estas elecciones presidenciales,
pues seguimos hasta las patas.
viernes, febrero 12, 2016
jueves, febrero 11, 2016
416
Recién hoy pude atenderme donde la
señora Blanca.
La busqué el lunes y no se encontraba.
Estaba muy desesperado porque necesitaba de sus servicios. Hacía mucho calor y
por un momento barajé la idea de atenderme donde otra mujer.
Esta señora me conoce como pocas
mujeres. No necesito decirle nada, ella sabe su trabajo y lo que tiene que
hacer conmigo para que mis días sean llevaderos. Sus servicios se me hacen frecuentes
en verano, a razón de una atención cada dos semanas. Sin sus servicios, me es
imposible soportar el verano, la incomodidad se impondría al escribir o ver una
película, pero ante todo al momento de leer.
Necesitamos de diferentes mujeres, pero
en verano necesito más de la señora Blanca.
Hace un rato salí con la esperanza de
encontrarla. Fui a un cajero BCP y saqué algo de dinero. Me compré agua mineral
y fumé un pucho.
Caminé despacio y por fin pude ver que
la puerta de metal de su centro de trabajo estaba abierta. Apuré el paso.
Para mi suerte, no había clientes. Era
el único, el primero del día.
La señora Blanca me sonríe y me dice que
estuvo de viaje visitando a su familia en el norte del país.
Ocupé el lugar de siempre. Me quité los
lentes. Dejé el libro que estaba leyendo.
Estaba a toda disposición de la señora
Blanca.
No tengo que indicarle nada, ella sabe
cómo cortarme el cabello.
miércoles, febrero 10, 2016
"intimidad"
Hace dos semanas, luego de la conversa
que tuve con Carlos Arámbulo, me quedé un rato más en la librería. Miraba los
lomos en los anaqueles, como también las portadas en las mesas de exhibición.
De entre los muchos títulos uno llamó mi atención, primero porque lo había
leído hacía algunos años y segundo porque la edición de ahora era una edición
limitada, en tapa dura, edición que habría de calificar de pulcra y bella en
todo sentido.
Intimidad no es la mejor
novela del inglés Hanif Kureishi. O siendo más específico, no está entre las
que le otorgaron la fama mundial que con toda justicia ostenta, pienso en El buda de los suburbios y El álbum negro. La poética de este
escritor siempre ha estado pautada por el conflicto de la identidad cultural,
tengamos en cuenta su origen pakistaní, el cual ha sido plasmado en más de un
inolvidable personaje de sus novelas, personajes que no dudaban en poner en
entredicho ese origen, aferrándose, a manera de cobijo, en las manifestaciones
de la cultura popular, como el cine, la música y la moda.
Al éxito de sus novelas, sumemos también
la relevancia que Kureishi ha adquirido como guionista de cine, televisión y
teatro. Bien podríamos definirlo como una máquina de escribir, solo le falta
escribir poesía para cerrar el círculo de la escritura creativa.
Pues bien, de alguna u otra manera, la
obra narrativa del inglés ha caído en la irregularidad y esto es algo que muy
pocos se atreven a afirmarlo como se debe. Una razón que podría explicar esta tibieza
valorativa se asocia al enorme cariño que hasta la fecha se guarda por sus dos
primeras novelas consagratorias, que bien vistas, han marcado la sensibilidad de
un par de generación de lectores, por lo menos. Sin embargo, Intimidad se diferencia y se aleja de
la señalada irregularidad de su obra. Esta pequeña novela exhibe los suficientes
méritos para diferenciarse como su novela más personal.
Nos enfrentamos a la decisión de Jay, un
escritor y guionista cinematográfico que decide dejar a su esposa e hijos tras
seis años de vida familiar. Para sus allegados, Jay ha dado la imagen de ser un
hombre realizado y feliz, pero la convivencia con Susan ha experimentado un
desgaste del que ya no quiere seguir formando parte. Jay lo tiene todo
planeado, se irá a vivir durante un tiempo donde su amigo Victor. No le cuesta
nada apurar la decisión, pero Jay comienza a recordar, a intentar en la memoria
encontrar el motivo que le explique la razón de su debacle amorosa. Jay y Susan
eran una pareja que tenía las cosas claras, a saber: educar bien a sus hijos
sin que nada les falte, cada quien podía tener los amantes que quisiera siempre
y cuando no se afecte la armonía hogareña y tenían la total libertad de
desarrollarse en sus respectivos oficios.
Intimidad es pues la
metáfora de la memoria personal en su perspectiva amorosa. Es la manifestación
de un quiebre de compromiso sentimental que el autor hilvana con maestría, sin
exagerar pero cuidándose de la cicatería expresiva. Sin duda, en otra voz más
efectista, la cosa hubiera sido un recuento detallado de plantones y encuentros
hormonales, un muestrario de pequeñeces espirituales.
¿Cuánto de autobiografía hay en esta
novela?, se preguntará algún seguidor de Kureishi. Posiblemente más de lo que
se pueda especular, pero de lo que no habría que tener duda es que Intimidad es una pequeña joyita de la
novelística contemporánea.
415
A las 11 de la mañana me despierto sin
la natural pesadez del sueño. Salgo al parque a estirarme un poco y al rato me
meto a la ducha. A las 12 me siento listo para comenzar un día lleno de
ajetreos y actividades, algunas placenteras y otras que inevitablemente tienes
que cumplir. Comienzo por las inevitables, que en cuestión de tiempo no va a
demandarme más de media hora y prefiero hacerlas con todos los sentidos frescos.
Felizmente, acabo lo que tenía que
acabar en el tiempo que pensaba.
Me sirvo café y reviso los diarios.
En la última encuesta electoral, aparece
Guzmán en segundo lugar de la intención de voto.
A diferencia de otras etapas
electorales, esta no la he seguido con interés. El desinterés no ha tenido que
ver en esto, sino una buena dosis de obviedad en el discurso de los candidatos
a la presidencia, que percibo sinuosos, poco claros y carentes de elementales
cuotas de verdad y buena intención.
Pero algunos amigos me sugirieron que le
preste atención a la candidatura de Barnechea. De Barnechea he escuchado
comentarios de todo tipo, ninguno de ellos pone en tela de juicio su capacidad
intelectual y su evidente nivel cultural. Por allí, creo, que no va el problema
con el candidato del PPC.
El problema, ahora que lo analizo
desapasionadamente, es su nula conexión con las masas populares. No tiene la
identificación con el peruano de a pie.
No es suficiente con haber recorrido el
Perú para sentirse conectado con la realidad nacional. Conozco a muchos
intelectuales y artistas peruanos que han recorrido este país, se sienten
comprometidos, con ganas de cambiar el estado de las cosas, mas su compromiso
es percibido desde una distancia por el poblador, que siente las palabras del
iluminado y educado hombre de bien como una promesa bienintencionada pero
falsa, promesa que es asumida como una pastillita de autoayuda.
No es solo el caso del tío Barnechea,
también ocurre con Mendoza. En realidad, esto es algo con lo que debe cargar
esa clase letrada y educada a los que les viene uno que otro chispazo de vocación
de servicio. A veces liga para ganar una elección, pero la verdadera
personalidad del privilegiado de la vida sale a flote ni bien toma el poder. A
saber, Villarán.
lunes, febrero 08, 2016
la cuchara de Martín Adán
Me la venían recomendando, pero no tenía
el tiempo necesario, y eso que estoy a pocas cuadras de la Casa de la
Literatura Peruana.
Por fin, ayer domingo 7 tuve el tiempo
para ir, pero no niego que lo hice con apuro, puesto que era el último día de
la exposición Todo, menos morir. Soledad
y genio de Martín Adán.
Para los que aún no lo saben, este
blogger siente una debilidad por la poesía de Adán, lo mismo por su pensamiento
literario que plasmó en De lo Barroco en
el Perú.
Claro, se impone el Adán poeta. En cuanto
a mí, la tengo muy clara, a saber, este es el orden de mis cinco poetas
peruanos favoritos, a los que siempre vuelo, a los que ponen en orden no solo
mi mundo interior, sino también mi percepción de la poesía peruana; en orden de
jerarquía impresionista: Adán, Vallejo, Eguren, Westphalen e Hinostroza.
Obvio, más de uno acaba de alarmarse
porque he nombrado a Hinostroza. No me hago problemas: a Hinostroza prefiero
leerlo antes que hacerme su causa, como sí lo hacen otros poetas, entre tíos y
chibolos.
Pero no me desvío del asunto.
Hablaba de la exposición sobre Adán en
la CASLIT.
Fui a una hora ideal, hora en la que sol
comenzaba a despedirse de una puta vez. Creí que sería una de las pocas
personas en la exposición, mas no. Estuve en compañía de patas y flacas que
salieron del Cordano a eso de las 5 de la tarde, a lo mejor bien sazonados en
chelas heladas.
Tampoco pensaba estar solo, pero no
esperaba tener la compañía de más de diez puntas. Lo bueno, en principio, era
que estaban en silencio.
Comencé mi recorrido por los textos
pegados en los muros cerca de la sala de exposición. Uno de ellos, llamó mi
atención, decía algo o menos así: “En Perú se lee poco a Adán, su leyenda es
más fuerte que su obra”. Luego seguí su línea cronológica que hizo que
corrigiera algunos datos erróneos que manejaba en cuanto a la publicación de La mano desasida.
Una vez en la sala, me quedé buen rato
contemplándola.
Sin recorrerla en detalle, el diseño de
la sala le hacía justicia a la figura de uno de nuestros más grandes poetas
peruanos del Siglo XX. El paso entre las zonas de exhibición era muy natural,
como si la disposición de las mismas hubiese sido planificada al milímetro. No
es poca cosa, hasta en las galerías más pintadas de la ciudad, con tal de
exhibir, no se respeta el libre paso del visitante entre los espacios de las
salas.
Pero a diferencia de otras exposiciones,
a las que se asiste más en busca de un rótulo cultural, esta sobre Martín Adán sí
conectaba con el visitante y el conocedor fetiche. Esta conexión no guardaba
ningún secreto, sino una virtud que partía de la elección del buen material
textual que sostenía una exhibición que iba de ilustraciones, bibliografía,
audiovisuales y fotografía. Por donde posaras la mirada había un texto de Adán,
no me importaba si conocías ese texto, lo que valía era que el sustento de la
exposición era el verbo del poeta, un verbo escrito, que sostenía también el
material de los recortes de prensa que abordaban tanto su leyenda urbana como
su muerte.
A medida que se avanzaba, uno no
encontraba nada nuevo, la experiencia era sencillamente un gratísimo
reencuentro. Al respecto, en una de las pantallas se podía ver al
fisioterapeuta del poeta, que estuvo con él hasta el último momento de su
muerte. Sin embargo, no creo que su testimonio sirva de mucho. Si en caso
alguna utilidad tuviera lo que dice el fisioterapeuta, la hubiera tenido poco
tiempo después de la muerte del poeta. No ahora, que ya nada asombra en el
descuido que prodigamos a nuestros artistas y creadores de valía.
En algunas mesas se podían ver algunos
adminículos de uso diario del poeta, como su máquina de escribir y sus lentes,
pero llamó poderosamente mi atención su cuchara, una cuchara de cobre que el
tiempo ha malgastado, mucho más grande que las cucharas que vemos hoy en día,
una cuchara de hospital y que quizá haya sido el elemento que más acompañó a
Adán en sus últimos años.
Sin duda, hablamos de un objeto fetiche,
y no es para menos, Adán se ha convertido en una marca, que por un lado veo
positivo tratándose también de un poeta de versos herméticos pero a la vez
mágicos, pero también negativo porque nos alejamos de su poesía, prefiriendo su
leyenda. Un sinsentido, sí. Pero este tipo de contradicción sobre la recepción
de imagen y obra que tenemos de un artista, solo es exclusivo de los grandes, de
los verdaderos, a quienes admiramos y de quienes no dejamos de aprender, tal y
como ocurrió ayer a todos los que fuimos al último día de esta perdurable
exposición.
domingo, febrero 07, 2016
414
A las 3 de la madrugada me levanto para
un duchazo. El calor y la humedad se tornan insoportables. Cuando llegué a casa
me puse a leer la novela póstuma de Don Carpenter, que dejó inconclusa y que
Jonathan Lethem terminó. El duchazo fue breve, pero lo suficientemente
relajante para poner en orden en el escritorio y la música desperdigaba.
Aproveché también en leer y ver las noticias que marcaron el viernes, como las
denuncias de plagio contra el chato Acuña.
No lo niego, aparte de indignación y
fastidio, Acuña me genera algo de gracia, pero una gracia nada festiva, sino
que la veo así para tratar de entender la postura y verbo timadores con los que
no solo se presenta a sus electores, sino con los que también ha usado en toda
su vida. Eso: la del provinciano esforzado que ha hecho plata y al que se le
tiene que atacar por el hecho de ser provinciano. A lo largo de mi vida he
conocido a muchos Acuñas, personajillos que te hablan bien, inclinados a la
lástima propia, positivos y chocheras de medio mundo. Cuando menos te lo
imaginas, comienzan las cosas extrañas. Cuando se las comentas, estos Acuñas no
dudan en hacer suyo el discurso de la lástima, echándole la culpa a terceros y
a la envidia de estos.
Llegado el momento, los presionas. Como
estos Acuñas se creen los dueños del mundo, no vacilan en optar por la
prepotencia y la amenaza, siempre y cuando su caso no traspase el ámbito amical
o diplomático, pero si ese no fuera el caso, vuelven a la estrategia inicial,
la de la víctima a la que medio mundo busca apanar. En el mundo cultural he
conocido a varios Acuñas, la mayoría ociosos que sabían a quién sobar en el
momento adecuado. También los he nombrado una que otra vez en este blog.
Los Acuñas saben rodearse de lamebotas y
pusilánimes, expertos en el arte del lustrabotismo. Son un plaga, los ves ya
sea en el mundo de la política, como en el mundillo cultural, y con mayor razón
si es que hay dinero de por medio.
Decido no ir a dormir y me sirvo un
café. El sueño y cansancio se han ido. Y veo la defensa de Acuña, escoltado por
supuestos defensores de la moral y buenas costumbres, como Luis, Anel y
Humberto, sin duda, aún más podridos que el chato.
viernes, febrero 05, 2016
jueves, febrero 04, 2016
413
Ayer me dijo “Hombre sabio” que hoy
tenía algunos compromisos ineludibles que atender. Entonces le dije que no se
preocupara, que me haría cargo de la otra de tienda de Selecta. Lo malo, sí,
era que debía levantarme temprano, ya que se empieza a atender a partir de 11
de la mañana. Era pues un problema que debía solucionar porque me levanto tarde
a cuenta de que me acuesto muy tarde, sumado a que me cuesta dormir, el sueño
lo tengo muy sensible.
Programé tres despertadores para
levantarme temprano. Por más que intenté descansar lo mínimo, se me hizo
imposible, debido a que ayer fui testigo de una de las enseñanzas de vida que
uno las recibe sin merecerlo. El miércoles en la tarde tuvimos una edición
secreta de “Encuentros en El Virrey de Lima”, en donde sin público, pero con un
grupo de filmación, conversé con Teresa, una estupenda poeta peruana que radica
en Argentina. Esta filmación se transmitirá para cuando ella presente su
poemario en Buenos Aires. No lo pienso mucho, es la entrevista más sentida que
he hecho en toda mi vida y me alegra que yo haya sido quien hablase con ella de
su poesía y de su vida. Cuando te enteras de las razones que justificaba la
entrevista, todo encaja y sientes que eres tú el que ha ganado, porque por más
que lo pienses a manera de esbozo literario, esta vez la realidad, y su magia,
se imponen.
Los despertadores sonaron. A las justas
había dormido tres horas. Me serví café y sin más me metí a la ducha.
Tomé un taxi a la librería.
Al llegar encuentro a “Hombre sabio”,
que estaba recogiendo algunas cosas que se le olvidaron anoche. Es decir, la
librería ya se encontraba abierta. Me dirijo al depósito y saco los
ventiladores. No confío en el techo alto de la librería. Despejé la mesa para acomodar
mis discos y la portátil. Lo bueno, es que tengo una tienda al frente y en
especial un bar, Don Lucho, de donde pedí que me trajeran una Cusqueña helada.
Me serví un vaso de chela, prendí un pucho, cuando suena mi celular.
El día no podía ser más perfecto:
Selecta ya tiene un nuevo local.
miércoles, febrero 03, 2016
"Lihn. ensayos biográficos"
Quizá este sea uno de los libros que
ansiaba leer desde el anuncio de su publicación.
Por un lado, en el libro se aborda a uno
de los más grandes poetas chilenos del Siglo XX. Al respecto, cuando hablamos
de la tradición poética chilena, debemos hacerla con respeto y, en cierta
medida, con excesiva atención. La razón es muy sencilla: esta tradición aún
conserva frescura y fuerza, documentado en un legado de influencia en la poesía
escrita en español durante el siglo anterior, como también en una proyección
epifánica e invisible en los nuevos poetas iberoamericanos de los últimos
quince años. A diferencia de otras tradiciones poéticas, la chilena se resiste
a envejecer gracias a sus lectores que sí saben leer a sus poetas referenciales,
o de culto, asumiendo el legado de su médula escrita.
De los poetas chilenos que frecuento,
Enrique Lihn es uno de ellos. No lo pienso mucho, es pues el poeta que, en lo
personal, más sintoniza conmigo. Además, Lihn es una presencia estratégica en
no pocos poetas latinoamericanos, bueno, esas son las ventajas de tener una
librería y recibir la visita de poetas de muchísimos lugares del mundo, con los
que hablas de poesía y cruzas información de poetas satélites, siendo Lihn uno
de los satélites más mencionados. La poesía de Lihn habla y transmite hacia
adelante, su poética exhibe un desenfado y frescura sólidos que estimulan y no
solo a los poetas jóvenes, sino también a los más trajinados.
Eso, por un lado, Lihn.
Por el otro, Roberto Merino.
Sigo a Merino desde hace varios años,
quizá en silencio, un silencio injusto porque he debido promocionarlo más entre
los lectores peruanos, pese a que en su momento reseñé su imprescindible Pista resbaladiza. Merino, algunas
señas, es poeta, rockero, editor y un atento y crítico observador de la
realidad. A la fecha es un maestro de la crónica de opinión. Merino ha hecho
del híbrido un lisérgico cóctel de revelaciones en donde todos los tópicos
sobrepasan la inmediatez de la publicación periódica para asentarse en una
tentativa de trascendencia. De lo que mira, lee, escucha y habla, el chileno
dicta cátedra de escritura literaria de alta y contundente calidad.
En Lihn.
Ensayos biográficos (Ediciones UDP, 2016), Merino nos entrega un
acercamiento al autor de La pieza oscura,
o llámalo también un perfil fragmentado. No estamos ante una biografía
exhaustiva que recorre el sendero vital y poético de Lihn, sino ante un texto
que nos permite entender a la persona detrás de la obra, a la leyenda que
amenaza con imponerse en el imaginario de los lectores. Ese es el peligro que
corren los poetas como Lihn, ser presos de sus leyendas, mientras más grande es
el poeta, su leyenda es más llamativa. Merino no quiso reforzar la leyenda, por
ello se aboca a los pasajes y estaciones vitales más importantes de su vida.
Merino nos cuenta que a Lihn le gustaba caminar durante horas por Santiago,
casi siempre sin rumbo específico, sencillamente se dejaba llevar por la
intuición, también nos relata sobre la especial relación que el poeta tenía con
su abuela, sus padres, su hija Andrea, sus mujeres y con otros escritores. Esta
cadena de relaciones, pautadas por cambios que iban de la tranquilidad a la
exaltación, nos configura un hombre excesivamente volado. Lo suponemos en
principio, pero luego arribamos a la certeza, porque los ensayos “Familia”,
“Habla”, “Animales” y “Vida doméstica” conforman una galaxia minada de
asteroides Lihn y meteoritos Lihn que se estrellan entre sí. Entonces no nos
sorprende su forma de ser, y vamos entendiendo de a pocos su rebeldía festiva
con la vida. Para comprender lo que digo, sugiero la lectura del ensayo
“Peleas”, que entre líneas es mucho más que su truncado duelo con el no menos
grande Jorge Teillier.
Merino no lo cuenta todo, solo sugiere,
consignando datos y testimonios de algunas personas que conocieron a Lihn, sus
testimonios no son muchos, solo hablan y participan los que sí tienen algo que
decir, sin caer en el lugar común y la anécdota idiota, a saber, uno: el muy
buen narrador Germán Marín. En cada una de estas páginas nos hechiza una luz,
por demás extraña pero mágica. Lihn se erige como una figura inigualable, como
uno de esos tocados que aparecen cada cincuenta años, cuyo paso por el mundo
marcó definitivamente a más de uno, a Merino, por ejemplo, que está a la altura
de este proyecto. Sus ensayos debemos disfrutarlos como pequeñas y peligrosas
dosis de literatura y vida, pero eso sí, nos hubiese gustado tres dosis más, es
decir, un coqueteo arriesgado de la peligrosa sobredosis Lihn.
…
Publicado en EBL
412
En estos días de calor, estoy caminando
más de la cuenta. Mi cuerpo se convierte en una melcocha y lo único que deseo
es meterme a la ducha todas las veces posibles. En verano, si hago caminatas
largas, trato de hacerlas en las noches, pero no voy a negar que las que sin pensar
vengo haciendo últimamente están marcadas por el entusiasmo y la buena onda de
querer hacer las cosas, y eso es lo que al final cuenta y vale la pena.
Cerca de las tres de la tarde tuve una
reunión con un amigo librero, con quien estaba definiendo algunas cosas que
emprenderemos en los próximos días. Lo que me gusta es que se trata de un
proyecto que me tendrá escribiendo, aún más de lo vengo haciéndolo. Se trata de
una etapa nueva, aunque bien debo llamarla una etapa portátil, en la que voy a
tener que reinventarme todas las veces que me dé la gana. Hablábamos y tomábamos
chicha helada, que estaba buenaza, cuando recibo una llamada en el cel, llamada
de la que sabía, pero que no hacía ruido ya que tengo el cel en vibrador.
Cuando vi quién me llamaba, supe que era la llamada más importante de mi vida y
en vano traté de devolver la llamada, por más que lo intenté, no pude
comunicarme y me quedé pensando en qué hubiera sido de mí si respondía esa
llamada de las 3 y 42.
Regreso caminando al paradero del
Metropolitano de Arámburu. Apuro el paso porque debía llegar antes de las 5 de
la tarde. No tenía que pensarlo mucho, estaba a nada del inicio de la hora
punta. Ahora las horas punta se han convertido en genuinos martirios en esos buses
que saunas, en los que más vale mantener la mente en blanco y un forzado buen
ánimo si es que se quiere salir vivo en el viaje. A esas horas hay que tener
todas las alertas encendidas, puesto que vengo escuchando de muchas grescas en
el metropolitano últimamente, y por lo que deduzco, sé que el calor y la
humedad son los grandes responsables de que los buses se conviertan en
temporales campos de batalla.
Me bajo en el paradero Lampa y compro una
botella de agua mineral. La Plaza San Martín es el gran escenario de los grupos
políticos que se reúnen. Si algo nunca le faltará a esta plaza, ese algo será
precisamente este grupo humano que veo desde la adolescencia. Decido ir a uno
de ellos para cerciorarme si siguen las mismas caras, y claro que siguen, aunque
ahora más pajizos y canosos. Permanezco más tiempo del que pensaba y por un
momento pienso que una revolución es lo que necesita este país.
martes, febrero 02, 2016
lunes, febrero 01, 2016
"sucedió entre dos párpados"
Algunos lectores del blog me piden que
escriba de algunos títulos que incluí en mi recuento literario del 2015. Lo
ideal sería escribir de cada uno de ellos, pasar a la pantalla los apuntes o
impresiones que te han generado los libros que has leído y que te han gustado.
En principio decidí hacer una suerte de
sorteo de los títulos por los que me preguntaban más, pero me di cuenta de que
era una total pérdida de tiempo. Por un lado, lo del sorteo era una frivolidad
de mal gusto, y por otro, no había mucho que pensar en los títulos, puesto que
la novela Sucedió entre dos párpados
(Planeta) de Fernando Ampuero era la que encabezaba la lista.
Pues bien, el hecho que me preguntaran
por el libro, no necesariamente significaba que me hablaran bien de la
publicación. A muchos les gustaba, a otros no, y en ello radica la valía
literaria de un libro, de cualquiera, es decir, en su encuentro de opiniones.
Los que seguimos la obra narrativa de
Ampuero podemos afirmar lo siguiente de esta su última entrega: es su libro más
personal, como también el que nos ofrece su incursión en un registro lírico,
muy distinto al lenguaje funcional que signa toda su obra de ficción. Al respecto,
algunos señalan que la mirada puesta en el mundo andino es lo que eleva la
novela, algo que me parece por demás falso, cuando lo que eleva a la misma es precisamente
el aliento lírico que nos permite conocer a Gustavo, joven veinteañero, por quien
podemos ingresar a un rasgo social de la sensibilidad setentera de la juventud
peruana, por demás rebelde e inconforme con la situación política de la
dictadura de Velasco.
Gustavo decide ir como voluntario al
Callejón de Huaylas, en donde el terremoto de 1970 causó mayores daños, dejando
más de cuarenta mil muertos. A partir de esta incursión voluntaria de Gustavo,
la novela se abre en distintos niveles narrativos, tenemos pues las cuitas del
protagonista, también al niño Leonardo, sumido en la mudez luego del terremoto
y que se comunica escribiendo en papeles, el par de muchachos que sostienen un
diálogo existencial mientras están atrapados bajo escombros, a la espera de ser
rescatados y el payaso que salvó a muchísimos niños que asistían al circo. Ampuero
no descuida ninguno de estos niveles, obviamente, no todos podrían gustar al
lector, pero en su interacción vemos la maestría de un autor que se preocupa
por contar una historia que comprometa al lector.
Eso. Compromiso.
Bien puedo asegurar que estamos ante una
novela moral, uno no puede sentirse ajeno a lo que se cuenta en estas páginas,
es decir, accedemos a una actitud de vida, a la solidaridad por el otro, y
accedemos a esta actitud por medio de una gran experiencia literaria que debemos agradecer.