martes, octubre 31, 2017
"vc"
Ahora que terminé de leer Vida cantada, las memorias de Arturo
Corcuera, recuerdo que una vez escuché a un poeta del sesenta aseverar que su
generación no solo había sido privilegiada por la aparición de voces destacadas,
sino también por un contexto histórico/político que permitía pensar en profundidad en la trascendencia de la poesía,
es decir, como un medio que podía cambiar el mundo.
Estas memorias, que no tuvieron un
editor que extirpara la chancaca discursiva, son un claro ejemplo de lo que
estoy diciendo. Sorprende lo que Corcuera cuenta, ya sea en sus viajes como en
el recuento de mujeres y hombres que conoció directa e indirectamente. Es
precisamente el carácter de testimonio de época lo que convierte a VC en documento de lectura
imprescindible, suerte de historia no oficial de la cultura peruana del siglo
XX.
Decepciona, sí, que no haya habido rabia,
lo que nos indica la situación emocional del poeta al abordar estas memorias,
otro ánimo, pues, que lo lleva a molestarse con lo tiene que molestarse, es
decir, a no quedar mal con nadie. Detalle menor entre muchas cosas de valía que,
pero ese detalle “menor” a algunos nos gusta a cuenta de nuestra tradición
personal de libros de memorias.
tdp: "ramón" de silvana reyes vassallo
A estas alturas del nuevo siglo, la
poesía peruana comienza a encontrar su camino, quizá uno más propicio en cuanto
a lo que puede lograr partiendo de sus limitaciones. Eso es pues lo que ha
sucedido en estos dos últimos años, una mejoría que debemos destacar y saludar,
pero con ánimo cauteloso, sin caer en las mentiras de los saludos de la platea,
peligrosos y gangrenosos, en especial para las nuevas voces que han crecido, y
para mal, a la expectativa de un reconocimiento inmediato cuando lo cierto es
que la poesía poco o nada tiene que ver con la concursografía del reconocimiento,
menos con el aplausómetro virtual de las redes sociales.
Bien lo sabe el lector de poesía, lo
sabe bien: para apreciarla hace falta un rigor, una formación de lecturas que
garantice la identificación de la disonancia en el verso, del efectismo del
párrafo y, principalmente, de la mentira del poema.
Un breve paneo a las voces aparecidas en
estos últimos diecisiete años, nos arroja una radiografía letal. Lo acabamos de
decir, la poesía peruana última está mejorando, pero hubo años en los que esta
fue infeliz, tiempo en el que el poeta aspiraba a parecer poeta y no ser tal. El parecer, lo intuimos, es lo más
fácil y hacia esa lujuria de la imagen se embarcó el joven poeta peruano, la
aceptación como fin supremo y sus réditos fugaces pero gozosos, como los
recitales de poesía, la invitación a festivales nacionales e internacionales
poéticos. Había pues triunfado el parecer.
¿Y la poesía?
Por allí, resistiendo como podía en algunas
voces destacables, que podría mencionar en estos momentos, pero me reservo esa
prerrogativa a cuenta de los vacíos en los que pueda caer mi memoria.
Felizmente, algunas cosas buenas
pasaron, quizá el cansancio de la apariencia había llegado a su punto límite. Y
lo entiendo: eso es actuar, y actuar, amigas y amigos reunidos, cansa, como
también destruye.
Líneas atrás hice referencia a la
mentira del poema. Es cierto, puedes escribir los versos más efectistas, picar
cualquier clase de influencia, hacerla tuya, o al menos llevar a cabo el
esfuerzo, pero el poema no tarda en cobrar venganza por su naturaleza,
traducida no pocas veces como vergüenza para su creador.
El nuevo poeta peruano se dio cuenta de
esa vergüenza. Quiero creer que fue así, es decir, este sujeto no pudo más con
la mentira formal y supo ver que en sus poemas no había esa básica verdad que
debe exhibir todo poema, ese respeto por la palabra en su fuerza expresiva.
Pero no nos confundamos: la fuerza de la palabra no tiene nada que ver con su
estado apofántico, esa nula situación de estrategia exaltada, o en su
contraparte, la sensibilidad cursi, por decirlo de alguna manera.
Bien lo decía el poeta maestro John
Ashbery, la poesía es, y con ser basta e importa.
Se supone que el poeta tiene que conocer
su tradición y trabajar su propuesta en base a ella, sea para extenderse en la
misma o renegar de ella mediante el hallazgo de su propia voz. Esa voz (en cursiva) nos lleva a un
entendimiento, que esperamos del poema: su verdad.
Partiendo de la verdad del poema, nos es
posible especular sobre los circuitos que lo fortalecen. Todo poema está
llamado a proyectar una verdad, la verdad de la palabra, como acertadamente lo
ha señalado Julio Ortega en cuanto a la poesía de César Vallejo, que dice más o
menos así: “A Vallejo no lo entiendes, pero sus palabras se quedan con uno, eso
es lo que siempre gusta de Vallejo”.
En esta noche de presentación de Ramón, poemario de Silvana Reyes Vassallo,
de quien debo decir que recién conozco personalmente, pero de quien sé también
que vive en Chiclayo y es enfermera. Pues bien, nos encontramos ante una
pequeña muestra de lo letal que puede ser la poesía cuando esta solo se limita
a trabajar en su verdad. No estamos ante un poemario falso, mucho menos ante
uno preñado de dislates palabrescos. Nos hallamos ante un pequeño libro
configurado en su sencillez y es precisamente en esa sencillez que Reyes Vassallo
consigue lo que pocos: transmisión y conexión con el lector de turno.
La poeta no se adorna ni maquilla su
palabra. Al menos para mí, esa actitud me basta y me sobra. Reyes Vassallo nos
sumerge en los linderos de la cotidianidad emocional, en los poemas que
conforman Ramón no hay más aspiración
que esta, y eso lo saludamos, porque su propuesta se justifica en su sola
dimensión anímica, no necesita de la ayuda del tema, menos de la ideología,
elementos que lamentablemente contaminan no pocos poemarios peruanos.
En otras palabras, Ramón es el triunfo de la naturalidad discursiva, y eso, queridos amigas
y amigos presentes, se lo tenemos que agradecer. Esa naturalidad es también un
ejemplo de cómo la autora asume su relación con la palabra. Especulo: Reyes
Vasallo cree en la palabra pero no la endiosa, en ese no endiosamiento descansa
su logro poético.
Basta ver el ánimo desenfadado que
caracterizan poemas como “Los poetas”, “El complejo de Ramón”, “Mudanza”,
“Muñeca” y “Las enfermeras”. Asistimos pues a una voz que se las cree pero a la
vez no. Esa especie de ambivalencia le brinda a la autora la posibilidad de
expresarse sin necesidad de pontificar, sin esa aburrida recurrencia de hablar
sobre los grandes temas como mecanismo ectoplasmático. Reyes Vasallo nos
patentiza su propósito: el lenguaje como herramienta.
Hablo, se entiende, desde mi condición
de lector. No sé si esta actitud sea pensada por parte de la poeta, y la verdad
es que poco o nada importa, porque lo que sí importa es el nivel de
especulación al que podemos llegar gracias a la claridad, o llámalo literalidad
del Poema, que podemos ver en el sentimentalismo tramposo del poema homónimo de
la publicación, “Ramón”, del mismo modo en “Fe”.
¿Acaso juega la poeta con el lector?
Esto es lo que me pregunté ni bien terminé de leer el libro. Y creo que sí,
juega, pero no por frivolidad, sino por coherencia entre la palabra y el ánimo
que lo sustenta. ¿No hacía eso acaso Blanca Varela?
Ojo, no estoy diciendo que nos hallamos
ante un epígono de Blanca Varela. La experiencia me ha enseñado a tener que
hacer estas salvedades, pues nunca falta algún distraído que malentienda la
legítima sospecha. Pero en este caso la sospecha deja de ser tal para
convertirse en certeza. Varela forjó su poética desde la ironía y la oscuridad,
y Reyes Vasallo lo hace a cuenta de la ironía y la mirada cotidiana, lo que le
deja un amplio margen de búsqueda en pos de la luz poética, que en su caso lo
halla en cada elemento de la cotidianidad, que suscribe en “Coral superficial”,
impregnado de espíritu lúdico que cuestiona no solo la construcción del poema,
también su alcance metafórico. Es decir, Reyes Vassallo cuestiona en la poesía
el ejercicio poético, y esa actitud es lo que la distingue y la aleja de la
falsedad de la solemnidad forzada de la palabra, que puede pintarse como
poesía, pero que los verdaderos lectores sabemos que no es así.
No sé cuál sea el futuro de Silvana
Reyes Vasallo. Lo que sí sé es que Ramón
es un poemario con personalidad, alma y corazón. Y si algún consejo le puedo
dar, es que siga viviendo en Chiclayo, que solo venga a Lima de visita o por
otros asuntos. Digo esto porque el poemario que nos convoca, solo pudo
escribirse desde una distancia que termina protegiendo el uso de la palabra
poética, una distancia que suma para su poesía, que la cuida de la tentación
del parecer y que tendría que
fortalecerse en la autocrítica del ejercicio poético.
Gracias.
lunes, octubre 30, 2017
calles cerradas
Mañana de lunes. Casi listo para las
tres febriles horas de investigación en la BNP. Hoy serán tres, porque me
espera un día lleno de actividades, y para tal jornada, ya estoy preparado, al
menos en lo básico, buena música en la memoria del cel y dos libros que he
empezado a leer con mucho entusiasmo. Por lo leído hasta el momento, todo
apunta a que serán lecturas de provecho, me refiero a la novela El meteorólogo de Oliver Rolin y el
libro de ensayos Escribir, por ejemplo…
de Carlos Monsiváis.
Comencé a leerlos ayer domingo, en la
tarde, mientras me dirigía a la Casa de la Literatura para encontrarme con un
pata. Una vez allí aproveché en ver la exposición sobre la revista Amauta, que recomiendo a todos los
interesados, en especial para aquellos que, como yo, somos fanáticos de las
revistas literarias y culturales.
En verdad, no deja de llamar la atención
la labor que viene desempeñando la Caslit. Todos los días es posible detectar
la nutrida presencia de personas de distintas edades. No es para menos, este
lugar ofrece una variada e interesante oferta de actividades.
Ahora, cuando hablamos de los últimos domingos
de cada mes, las calles del Centro Histórico se convierten en una fiesta
cultural, en la que tenemos a libreros de viejo y artesanos, del mismo modo
pasacalles, espacios gastronómicos y hasta alquiler de bicicletas.
Aunque no se dice, y debería hacerse, lo
que refleja la inutilidad de la Subgerencia de Prensa y Comunicación de la Municipalidad
de Lima, es que esta idea de cerrar las calles del Centro para convertirlas en espacios
culturales es iniciativa de la actual gestión. Claro, sabemos de sobra de las
manías de Castañeda, de lo mucho que tiene que responder ante las acusaciones
de corrupción, pero reconozcamos lo bueno, que no es poco si hablamos de
cultura.
domingo, octubre 29, 2017
sábado, octubre 28, 2017
violadores
Tras algunos días de investigación
salvaje en la BNP, me pongo al día en algunas cosas. A veces es mejor no
enterarse de mucho, evitar la espontánea estupidez de las redes sociales, es
decir, el comentario apurado y por ello poco pensado. A esta realidad, dice
mucho de nosotros la importancia concedida al caso Pizarro, de si es o no
convocado por Gareca a un mundial que todavía no clasificamos. Tema menor, sin
duda, con mayor razón cuando hay otro tema mucho más sensible que debe combatirse
como política de Estado, y como manifestación ética.
No lo niego, porque negarlo no solo te
posiciona como esforzado idiota, y eso que estamos siendo suaves en la
definición. Entiendo la molestia que pueda estar generando el viral Perú país de violadores. Por algunos
miserables no nos vamos a mancillar la mayoría y son válidos todos los reclamos
que he estado viendo al respecto, sin embargo, ese viral tiene una legitimidad,
basada en la atrocidad como acto a condenar en el verbo pero no en la
coherencia que este demanda. En este país no solo las mujeres son violadas,
también los niños. Ante estos hechos, poco o nada se hace desde las instancias
jurídicas, menos desde las políticas. Condenar la violación es paja siempre y
cuando no pase del discurso. Es que en el discurso todos pueden ser alguien respetado, qué fácil es pues condenar
una violación, lo haces y tienes Likes como cancha.
Entiendo el viral como una crítica justa
y letal contra la (involuntaria) aceptación que los hombres muestran hacia la
violación. Si condenamos la violación de mujeres y niños, hay que portarse en
coherencia con ese principio moral. ¿De qué me sirve condenar la violación si
me junto con un violador, que se muestra como tal en borracheras, o cuando está
sazonado de pasta y cloro, alardeando de sus hazañas?
Si tanto incomoda ese viral, si tan
injusto asumimos que es, pues comencemos a cambiar la situación, condenando
mediante acciones al violador amigo, al violador conocido, al amigo y chupe del
violador o, sencillamente, al violador que sabemos que es violador. No hay
otra, huevón.
martes, octubre 24, 2017
silencios
Reordenas para encontrar, aunque cuando
movías los libros no esperabas hallar el título que en principio buscabas, y te
das cuenta de que ambos se parecen en lo físico: están en la misma editorial,
exhiben el mismo grosor de lomo, también el color… Buscaba 31 canciones de Nick Hornby, sabía que lo tenía en un lado, y esa
intención por releer algunos capítulos se fue incrementando en el curso de los últimos
días, hasta que decidí esta mañana volver a ellos luego de escuchar todo lo que
pude de The Bible. La memoria me decía que Hornby había escrito algo de esta
banda inglesa en su libro.
Cuando creí encontrar a Hornby, di con
una novela de Félix Romeo, Dibujos
animados.
Romeo, autor español que falleció a
causa de un paro cardiaco, merece ser más leído o conocido por estos pagos. La
novela que involuntariamente hallé tiene no pocos elementos pop mezclados con el
testimonio generacional. En la aparente sencillez de la prosa, y con un estilo
alimentado del ánimo descriptivo, Romeo es capaz de crear un aparato sensorial
que comunica en los silencios. Esta cualidad, vaya qué novedad en estos tiempos
de egos sobrevalorados, es lo que me permite apreciar el trabajo oculto del
autor con la palabra. Comunicar en lo silencios solo lo consiguen los capos.
Por otra parte, la vuelta a esta novela
hizo que recordara cuando conocí a Romeo, hace ya muchísimos años en el Centro
Cultural de España. Tenía don de gente y mostraba disposición para conversar en profundidad de
lo leído, visto y escuchado. Era un tremendo consumidor de
cultura.
lunes, octubre 23, 2017
país de mierda
Si algo arrojó el Censo de ayer domingo,
es que Perú es un país de violadores. Lo sucedido con la voluntaria del Censo,
no es más que una prueba de los vejámenes a los que están sujetas las mujeres
en este país. Por ello, todo acto de protesta a llevarse a cabo en los próximos
días debe ser apoyado por toda la sociedad consciente de esta problemática. No
hablamos de feminismo, ni de sus variantes ocasionales. Hablamos de sentido
común.
El Instituto Nacional de Estadística e
Informática (INEI) tiene como director a un imbécil llamado Víctor Aníbal
Sánchez Aguilar, que no tomó las precauciones pertinentes en cuanto a la
protección de los voluntarios que iban a participar en el Censo.
Una amiga me pasó el dato en la tarde
noche y hasta este momento esperaba algún pronunciamiento firme de este sujeto,
que lo único que ha hecho es brindar declaraciones evasivas, sin manifestar una
actitud clara ante lo sucedido con la mujer violada. Esta, aparte de ser una
metáfora del horror a los que están sometidas las mujeres peruanas a diario, es
también la cereza que faltaba a la logística del Censo, que ahora sabemos,
venía con el apoyo de una las llamadas “universidades” más cuestionadas del
medio.
Yo recuerdo muy bien el Censo de 2007.
En aquella ocasión los empadronadores avanzaban por cuadras y bloques de
edificios con un resguardo policial permanente. Es decir, los voluntarios
gozaban de una mínima protección, algo que ahora brilló por ausencia. ¿Qué
quiere decir esto? Fácil: al imbécil Sánchez poco o nada le interesó el factor
humano.
A la desgracia de la empadronada,
sumemos la reacción de los representantes del INEI, que le pidieron a su
hermano que guardara silencio, además, para “calmar” la indignación le darían
1000 nuevos soles (300 dólares) para que la denuncia no prospere, ni en la
comisaría del distrito, ni mucho menos en la prensa. En otras palabras: la
práctica habitual contra la Mujer, ahora por cuenta del Estado.
Lo que esperamos es que los responsables
sean sancionados. Ya se capturó al violador, pero también tiene que expresarse
una condena política al responsable del Censo. Pero lo más importante: reforzar
todas las medidas correctivas contra los abusos a la mujer peruana, ya cansa
tanta cháchara sobre el mayor lastre que exhibe este país como distintivo
mayor.
Respetando a las mujeres, dejaremos de
ser lo que somos: un soberano país de mierda.
domingo, octubre 22, 2017
jueves, octubre 19, 2017
huatay
El sentido común, al menos en lo que a
mí respecta, me dice que no debo hacerme tanto barullo con la libertad de
Martha Huatay. Al menos no en teoría: la senderista cumplió condena y debe
estar libre.
Sin embargo, lo que me incomoda es el
silencio, esa falta de disculpas públicas a la ciudadanía peruana, tanto de Huatay
hace unos días y Maritza Garrido Lecca semanas atrás. Uno espera que tras
muchos años de encierro haya aflorado en estas senderistas una autocrítica por
las acciones cometidas. Obviamente, no se pueden comparar ambos casos, lo de GL
no pasaba más allá de la estupidez ideológica juvenil, pero lo de Huatay sí es
más delicado, pues fue la cabecilla de Socorro Popular, facción senderista
dedicada a perpetrar atentados en la capital. Es decir, esta mujer es
responsable directa del derramamiento de sangre inocente, no hablamos de sangre
sucedida en combate con las fuerzas del orden, contrapeso argumental que tanto
gusta traer a colación a la academia zurda local.
Por ello, uno qué puede pensar cuando a
este tipo de gente se las llama luchadoras sociales, como vengo leyendo por
ahí, información a la que accedo en contra de mi voluntad, presenciando, una
vez más, la supremacía de la imbecilidad estimulada por la ceguera ideológica y
las pocas lecturas sobre los años del terror. Porque eso es lo que hay, mucho
efecto y escasa sustancia discursiva asimilada. Es más fácil llamar
luchadora/luchador social a cualquier asesino amparado en una ideología de
izquierda a la que no le interesa diferenciarse de sus bemoles, que informarse
con responsabilidad sobre esta gente que jamás respetó los derechos humanos. La
información está a la mano, en los libros, diarios de época, en la bibliografía
publicada, no en los bares en donde pululan los cantamañanas.
Algunas voces atendibles piden
tolerancia hacia esta gente que, al cumplir sus condenas, están saliendo de las
cárceles. Creo que piden demasiado. Si no han mostrado el más mínimo gesto de
arrepentimiento, no esperen que la población los mire bonito. Además, estos
senderistas tienen suerte y deben estar más que agradecidos, porque a pesar de
los problemas que arrastra esta sociedad, no serán dinamitados ni agredidos.
martes, octubre 17, 2017
lunes, octubre 16, 2017
gchc
Cuando se hacen cosas interesantes hay
que celebrarlas.
Desde hace un tiempo pedía en este blog
el rescate de un poemario del que siempre creí que mereció una mayor difusión.
Adictivo para quienes lo descubren
Lectura caleta para los conocedores que
no quieren compartir con nadie la poesía descubierta.
En fin, hay de todo.
Lo cierto es que pedía el rescate de Idiota del Apocalipsis Guillermo Chirinos Cúneo, publicado en
1967. Y ello, por fin ha ocurrido gracias al grupo poético Sub 25.
Pero seamos justos, porque este pequeño
poemario fue parte de una joyita libresca. Me explico, en 2006 se publicó Los otros, en cuyo primer volumen se
rescató cuatro poemarios olvidados: Peces
de betún (1969) de Mercedes Delgado, Walpúrgicas
(1917) de Luis Berninsone, Los puentes
(1955) de Augusto Lunel e IDA de
GCHC.
Esta publicación fue responsabilidad y
generosidad de El lamparero alucinado, sello de Carlos Carnero, Gonzalo Portals
y Rubén Quiroz.
Responsabilidad, porque la edición es
impecable, una muestra tajante de que se puede ser pulcro y exhibir buen gusto
en cuanto a la modestia del material de la publicación. Y generosidad, porque
el libro fue no venal. Si no me equivoco, lo recogí en la extinta librería La
casa verde.
IDA es un librito
al que volvía, y en verdad no sé por qué no lo he frecuentado en los últimos
dos años. Sobre su autor he escuchado muchas anécdotas y no sé si creerlas
todas, pero de lo escuchado y leído, me quedo con lo que Rodolfo Hinostroza
dijo de GCHC en Pararrayos de Dios,
su más que recomendable libro de crónicas sobre los poetas del 60.
Cada generación de artistas tiene su
GCHC, o sus variantes, pero para ser como él, la locura no basta, menos la payasada
de fin de semana; la leyenda tiene que sustentarse en la obra, en la impresión
del lector enfrentado a lo distinto,
y eso es lo que proyecta este poeta: textos marcados por la locura, el sueño
atormentado, la lujuria y la rabia verbal.
Sabía que era difícil editar IDA, pero eso ya no importa. Saludemos
entonces las gestiones realizadas.
sábado, octubre 14, 2017
viernes, octubre 13, 2017
arguedas íntimo
Quien escribe no tiene duda alguna de
que José María Arguedas es uno de los autores peruanos a quien, y de quien, más
se lee. Al menos, eso es lo que prefiero creer a cuenta de la demanda que
tienen sus libros. En mi caso, me gusta Arguedas, y mucho, pero también me
interesa leer todo lo referido a su vida y obra.
Al respecto, tenía conocimiento de una
publicación que por cosas extrañas de la vida, me estaba siendo esquiva. Pues
bien, esa situación cambió porque semanas atrás compré Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final (Universidad
Garcilaso de la Vega, 2011) de Alfredo Pita.
Libro breve, pero iluminador. En él, el
autor de El cazador ausente ofrece un
acercamiento a los últimos años que compartió con Arguedas, pero no en su
condición de escritor en ciernes rendido en admiración por Arguedas, sino como
alguien cercano a su persona y familia, es decir, Pita despliega una impresión
íntima del autor, ofreciéndonos mediante el asombro moderado su rutina vital,
que como tal tira por los suelos la leyenda de intelectual en permanente tristeza.
Pita se vale de un lenguaje conciso y
diáfano. Es precisamente en esta deliberada falta de adorno de la prosa que la
narración logra concretar su objetivo: hacernos partícipes de los últimos años
del autor, un autor que quiso a su esposa Sybila Arredondo y a los hijos de
esta, los mismos que también lo quisieron; del mismo modo sus amistades que
veían por su salud emocional. En otras palabras, un Arguedas del día a día,
entregado a su pasión mayor: pensar el Perú.
Cuando Pita comienza a frecuentar a
Arguedas, este ya era un autor reconocido. En este sentido, el testimonio de
Pita resulta iluminador para entender la trastienda de la escritura del libro
que en aquel entonces venía escribiendo, El
zorro de arriba y el zorro de abajo. De paso, el autor nos ofrece una
versión distinta a la polémica que sostuvo con Julio Cortázar, que según la leyenda
literaria fue determinante para que Arguedas terminara suicidándose.
Percibimos en cada página una
sensibilidad, sin duda, hablamos de experiencia literaria, pero una que se
consigue gracias al paso de los años. Un libro como este no pudo escribirse en
caliente, las ciénagas emocionales rara vez contribuyen a los homenajes. Por
esa razón, la presente publicación se defiende como testimonio perdurable,
gracias a su honestidad, brindándonos una imagen de Arguedas visto de perfil,
sea en sus fuerzas y vergüenzas.
Nos encontramos ante un libro de lectura
recomendada, pero poco se puede hacer porque es una víctima involuntaria de la
mala distribución de los fondos editoriales de las universidades locales, que
sí tienen muy buenos títulos. Ojalá afinen esa logística.
jueves, octubre 12, 2017
miedo
Como siempre, en el cine, tengo dos
opciones: o ver la primera función o la última. De no ser así, paso de largo, a
la espera de otro día. Me he dado cuenta de que mientras menos gente haya en
las salas, es mejor, no solo para mí, sino también para los asistentes. La
razón es muy simple, el inculto peruano promedio, pero con poder en la tarjeta,
no sabe ver cine, imagino que una situación similar ocurrirá en el circuito
teatral.
Días atrás llegué a la última función de
It, del director argentino Andy
Muschietti. Sin embargo, me había confiado, puesto que había gente en la fila y
la emisión estaba pactada para dentro de diez minutos, que serían insuficientes
debido al ritmo en que avanzaba la cola. Entonces, miraba mi cel, buscando info
sobre otras opciones, aunque a esa hora poco o nada iba a conseguir. Levantaba
la cabeza y la fila no avanzaba, miré a los empleados de la multisala, solo dos
atendían y el resto estaba cuadrando su día. Me dije que si en un minuto no
veía un cambio sustancial en el avance, vería la película en otra ocasión.
Felizmente, no tuve que esperar mucho, y creo que ayudo en algo mi constante
revisión en el cel, puesto que una de las trabajadoras de la multisala, dueña
de una voz para recordar, me pidió que saliera de la fila, que ella me
atendería en un módulo aparte, ubicado a la espalda de los módulos principales.
Me sentí privilegiado porque detrás de mí también había gente, que empezó a
reclamar pero a la que la trabajadora con voz para recordar no hizo caso.
Gracias a ella pude ver It, y valió la pena, porque sin ser una
obra maestra, cumple con entretener con inteligencia, manteniendo el nervio
narrativo y sin caer en lugares comunes. El mérito de Muschietti yace en no
hacer más de lo que se supone tuvo que hacer, es decir, y con mayor razón cuando
adaptas una novela de Stephen King: ceñirse a la linealidad narrativa, respetando
la noción de su argumento y, en especial, el espíritu de horror psicológico
como motor, nada más, ajeno a toda clase de forzado toque personal, esa
innecesaria distinción en la que suelen caer aquellos que adaptan una obra
literaria. ¿Para qué mostrar debilidad de oficio con el universo del espíritu
de un novelón (por lo literario y también por su condición de ladrillo), cuando
puedes mostrarte fuerte con una sola parte de este? Por eso gusta esta película
de Muschietti, del mismo modo los niños actores que interpretan a los niños
borders, y aún más Bill Skarsgard como Pennywise, el payaso diabólico engordado
de miedo de los niños de Derry, pueblo de Maine.
Aunque considero que los tramos finales
pudieron ser otros (tengamos en cuenta su sentido de divertimento), It es dueña de no pocas cualidades (la
mayor: hacer sencillo un argumento complejo, a riesgo de dejar uno que otro agujero
temático en el camino) que nos devuelven a la parcela infantil, en la que no
solo se nos presenta el miedo por primera vez, sino que le basta esa etapa para
desarrollarse y quedarse con uno, así se crea que con el tiempo ha sido
reprimido.
miércoles, octubre 11, 2017
opinología
Después del partido, salí a recorrer las
calles de Lima. Un breve paseo por algunas zonas de referencia. Había alegría,
pero esta era calmada. Si había algo que celebrar, se llevaba a cabo en
contenida prudencia. Lo ideal hubiese sido el desborde, la manifestación
excesiva que obedecía a una clasificación directa de la selección al mundial de
Rusia.
La selección no jugó bien. Pero a estas
alturas sabemos que jugar bien no es garantía para conseguir puntos. En este
sentido, la selección hizo lo que pudo y consiguió el repechaje porque las
circunstancias lo hicieron posible. No hay que pedir más.
Hay que estar muy mal de la memoria y
tener una deficiente capacidad de análisis para no reconocer lo mucho que se ha
avanzado en este proceso. Nadie negará que la selección tuvo partidos
memorables, que consiguió puntos en plazas que hasta hace no mucho resultaban imposibles.
Más de uno creyó que los muchachos de
Gareca brindarían sus mejores luces ante Colombia. Pero como indiqué en un post
anterior, los futbolistas colombianos y peruanos comparten más de un lazo, con
la peculiar diferencia en que el pelotero tropical tiene más oficio y
experiencia en esta clase de partidos. Por esa razón dominó el encuentro,
esperó los ataques peruanos, sabiendo que la presión estaba en nosotros, que
necesitábamos ganar y esperar los resultados de otros partidos.
Desde que acabó el partido no había
visto las noticias, ni navegado por las redes sociales. Regresé a casa y me
conecté. No lamento haberme conectado, aunque en vez de molestarme, no podía
dejar de sentir cierta rabia y pena al ver la mezquindad de los opinólogos
virtuales. El problema no es opinar, sino hacerlo sin una mínima reflexión. No
diría nada si fueran unos cuantos, pero cuando te enfrentas a una corriente de
opinión, no tienes otra opción que aceptar lo que vienen deparando las redes
sociales: la democratización de la imbecilidad.
La selección hizo lo que tenía que
hacer. Se sabía que los resultados de las otras selecciones la ubicaban en el
repechaje contra Nueva Zelanda, entonces, se debía optar por cuidar la pelota,
tal y como lo hizo en los últimos tres minutos. No se podía atacar a riesgo de
un contragolpe colombiano, sino, miremos el tercer gol de Brasil, el de Neymar,
que ganó en velocidad al arquero chileno Claudio Bravo, que estaba adelantado.
¿Qué hubiese ocurrido si en la desesperación los chilenos conseguían el gol del
descuento?
La selección peruana es un equipo en
formación. Y lo hecho en esos tres minutos lo he visto en otras selecciones con
más tradición que la nuestra, como España, Alemania, Francia e Italia. Hay que
repasar un poco la historia antes de enarbolar posturas de ética deportiva.
Nos queda por delante un mes de
angustia, pero también de esperanza.
artefacto narrativo
Trabajo arduo, pero a la vez placentero,
el tener que acomodar los libros que conforman atractivas torres, distribuidas
irracionalmente por toda la casa. Algunos títulos pueden tener sus años, en
cambio otros obedecen a ánimos más contemporáneos. En cuanto a estos últimos,
si aún los encuentro en alguna columna de libros cercana al escritorio, es
porque seguramente iba a releerlos, o en todo caso los tenía a la mano para
volver a extraer una que otra información de utilidad.
*
Cuando muchos creíamos que ya nada nuevo
quedaba por explorar en estructura narrativa, apareció en 2013 la traducción al
castellano de la novela La casa de hojas (Pálido Fuego – Alpha Decay), del
narrador norteamericano Mark Z. Danielewski. No hay que pensarlo mucho: estamos
ante un verdadero acontecimiento literario que nos hace creer en la vigencia
del libro en formato físico, siendo un golpe letal contra aquellos avezados
que, habiendo leído treinta libros en sus vidas, aseguraban la muerte de este a
cuenta del libro digital.
Tenía entendido que se trataba de una
novela difícil de traducir y es precisamente en ese detalle que yacía su
leyenda. Leyenda, cómo no, repotenciada en la red por sus fans gringos y de
otras latitudes, que llegaron al extremo de equiparar una posible traducción de
la novela con una de Finnegans Wake de James Joyce. En otras palabras, una
empresa imposible. Sabía también que la presente publicación venía precedida de
los mejores elogios, es decir, me enfrentaría a un libro blindado por todos
lados.
El encargado de la traducción al
castellano fue el narrador español Javier Calvo. No todos los traductores están
en condiciones de traducir textos literarios que escapan a la linealidad
narrativa. Cualquiera no traduce el Ulises, menos el Tristram Shandy, peor aún
A la busca del tiempo perdido, a saber. Para que esas empresas hayan llegado a
buen puerto, fue necesario contar con un traductor que conectara con el texto
literario, que lo sienta y de esta manera proyectar en el lector la extraña y
mágica sensación de la experiencia literaria. En este sentido, Calvo cumple con
creces, logra edificar el puente sensorial entre La casa de hojas y el lector.
Confieso que me acerqué a la novela con
no pocos prejuicios. Me generó desconfianza su ya señalado blindaje y me sumergí
en sus páginas con el único objetivo de confrontarlo. Pero no tardé en darme
cuenta de que no valía la pena hacerlo, más bien, lo recomendable era dejarse
llevar, entregarse a una suerte de simulacro psicotrópico.
*
Desde el inicio Danielewski se impone
como un narrador de oficio, con tradición y mirada procesada. Por ejemplo: La
“Introducción” de Johnny Truant no es nada gratuita, ya que nos pone en el
tapete lo que vendrá en las siguientes setecientas páginas. Al respecto, el
autor hace gala de una sugerencia gris que entre líneas nos anuncia un sendero
en el que no solo hallaremos un drama psicológico pautado por lo paranormal,
también un mestizaje salvaje de registros narrativos, enriquecidos por la
disposición espacial de los mismos en las páginas, que nos proyectan el horror
y la locura que configuran a su personaje principal.
El mérito de Danielewski no es otro que
hacernos verosímil lo inverosímil. Veamos. El fotoperiodista Will Navidson
compra una casa para salvar a su familia de una inminente disolución a causa de
la obsesión de este por el trabajo. Pero esta casa de Ash Tree Lane en Virginia
refuerza los temores de la familia Navidson, en especial en Will, quien para
entender lo que ocurre en ese lugar filma un documental, que llamará El expediente
Navidson. Este documental es la fuerza centrífuga que motiva al lector a
interpretar la casa y así saber qué es lo que ha ocurrido con esta familia. Por
ello, lo que comienza como una curiosidad, termina convirtiéndose en inquietud,
en viaje a la zona oscura del alma de los que “piensan” e investigan el
documental, sumiéndolos en una realidad onírica y degradante.
Nos encontramos ante una novela que
recoge y reconfigura el legado de las vanguardias artísticas y literarias del
siglo pasado. No hay nada nuevo que descubrir en cuanto a su influencia. El
autor transita caminos ya recorridos y lo que ha hecho no es más que picar de
esta herencia, amparándose en una mirada potenciada mediante una actitud
creativa deliberadamente experimental. Por ello, sería un craso error caer en
mezquindades intelectuales, tratando de descubrir el tronco genérico del libro
cuando este es bastardo en esencia. En lo personal, no me pierdo en las
definiciones.
Cuando terminé de leer La casa de hojas,
sentí que había sido parte de una extraña experiencia a cuenta de un artefacto
literario que amedrenta. Ante esto, la condición lectora te lleva a tomar
partido, o bien siendo parte de los aguafiestas que creen saberlo todo o bien
aunándome a los que han disfrutado y vivido la novela. Ocurre que los libros
llamados a quedar marcan la diferencia y como tales generan opiniones
encontradas, y este de Danielewski no es ajeno a este destino.
…
En SB
martes, octubre 10, 2017
un distrito ejemplar
Sábado en la noche.
Me encontraba recorriendo librerías
miraflorinas aprovechando La noche de las librerías. Conseguí algunos títulos
que buscaba, no todo, obviamente.
Cuando se suponía que regresaría a casa,
recordé que desde hacía varios días venía realizándose la Feria del Libro de
Barranco. Entonces, me dirigí a ese
distrito, no con la esperanza de encontrar lo que deseaba, pero sí deseoso de
hallar algo más de variedad.
A medida que me acercaba al recinto
ferial, este parecía un punto negro en medio de las luces sabatinas de los
negocios cerca de la Plaza de Armas. Algo, pues, estaba ocurriendo.
Como ya se indicó en Lima Gris: la
municipalidad barranquina decidió cortar el suministro eléctrico de la feria a
manera de represalia contra los libreros que no decidieron pagar “un extra”,
llámalo coima, a lo que ya habían pagado por participar en los días feriales.
Pude ver la molestia de los libreros,
pero ante todo me percaté de la sorpresa e incomodidad de los vecinos del
distrito, como también de sus no pocos visitantes, impresión que se reforzó
cuando los guardias ediles recibieron la orden de retirar también el grupo
electrógeno alquilado por los libreros ante el corte de luz. Bajo todo punto de
vista, estaba sucediendo una situación bochornosa, vergonzante, precisamente en
uno de los distritos limeños que más se jacta de su legado cultural. No había
necesidad de averiguar más, los hechos eran la mejor muestra de lo que ocurría,
la tácita explicación y revelación de cómo Barranco asume su discurso cultural
a menos que no hablemos de bares, restaurantes y cualquier clase de centro de
diversión.
Me retiré.
Sin embargo, recordé que en la mañana
del domingo tenía una reunión en La Espiga de Oro. Es decir, otra vez en
Barranco.
Acababa la reunión, que resultó por
demás provechosa, me animé a pasar un rato por la feria, creyendo que las cosas
estarían ya un poco más calmadas, pero no fue así, la situación no pudo ser
menos penosa que la noche anterior: los guardias ediles impedían a los libreros
abrir sus puestos. Otra vez el espectáculo vergonzante, ahora bajo el sol: la
cruda manifestación de cómo los poderes políticos de turno actúan ante los bienes culturales, recordemos la pasividad de este municipio ante el abuso
cometido contra la librería La Libre. Claro, el burgomaestre, el docto en
burricie Antonio Mezarina, reaccionaría de otra forma si es que se violenta un
chifa, quizá el suyo.
viernes, octubre 06, 2017
un paso más
Fiel a mi costumbre, vi el partido entre
Argentina y Perú encerrado en mi cuarto. Mi familia reunida en la sala, en un
vaivén de quietud y exaltación, aún más con las salvadas del arquero Gallese.
No sé cuántos cigarros acabé, pero sé, al igual que cientos de miles de
peruanos, que tenemos un equipo que actúa en base a una idea de juego.
Se consiguió un empate, que no es para
nada un mal resultado, y también vimos caer el mito de La Bombonera, que solo
es mito cuando el estadio es ocupado por hinchas xeneizes. Pero lo que vimos
todos, una vez más, fue la idea de juego que exhibe el conjunto nacional. Este
mérito se lo debemos a Gareca, que trabajó con lo que tenía, siendo el
responsable del potenciamiento (renacimiento en algunos casos) de más de un
jugador satisfecho de la vida pero sin ambición deportiva. Esto es lo que le ha
faltado a nuestras selecciones desde las eliminatorias para el Mundial de Japón-Corea
2002. Desde aquel entonces ya contábamos con jugadores que mostraban un nivel
aceptable para las competencias internacionales, pero algo pasaba con ellos cuando
eran llamados para los encuentros eliminatorios. Carencia de jugadores nunca
fue el problema, sino compromiso.
Lo ideal era enfrentar a Colombia ya
clasificada. Pero tampoco me sorprende que haya perdido su partido contra
Paraguay. Si algo tengo claro es que los futbolistas peruanos y colombianos
comparten la misma idiosincrasia: la habilidad de juego y la tara emocional
(falta de concentración), letal combinación que no se va a extirpar, pero sí
reprimir, como sí lo hizo Gareca con su base de jugadores que obedecen a un sistema que está a un paso
de llevarnos a un mundial después de 35 años.
No hay nada que reprochar a estar
selección. Ya cumplió y solo depende de sí misma.
jueves, octubre 05, 2017
se esperaba más
Tras la lectura de Conversación en Princeton (Alfaguara, 2017), libro en el que se
reúnen los diálogos sobre literatura y política que mantuviera Mario Vargas
Llosa con el crítico Rubén Gallo durante un semestre académico de 2015, arribo
a sensaciones encontradas.
Subrayemos que el recorrido por estas
páginas nos revela la vigente lucidez intelectual de una de las plumas más
privilegiadas de la narrativa contemporánea. Puede sonar a lugar común, pero
no. Si hay algo en lo que Vargas Llosa ha destacado como pocos, es precisamente
en la amplitud de su mirada para leer la realidad, sea para fines de ficción,
como de interpretación. Alegra ser testigo, una vez más, de su coherencia
intelectual (pequeño detalle del que deberían aprender los agrandados de las
aldeas literarias), también de su ética creativa que ha cuidado y fortalecido
en más de cincuenta años de trayectoria. Gallo, como responsable de este
despliegue discursivo del Nobel, dirige las sesiones con rigor y claridad
expositiva, abordando tópicos como la teoría de la novela, el periodismo y la
política, que incentivan el despliegue de la cultura oceánica de Vargas Llosa. A
ellos, se suman los alumnos, que nos brindan acercamientos a los títulos más
conocidos del autor, o, en todo caso, aquellos escogidos por Gallo para
direccionar la mayoría de estas conversaciones. Pensemos en Conversación en La Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El
pez en el agua y La fiesta del Chivo.
Párrafo aparte merece la participación
de Philippe Lancon, periodista sobreviviente del atentado islamista contra el
semanario Charlie Hebdo, ocurrido el mismo año en que suceden estos diálogos. Lancon
describe al detalle lo que vivió aquel fatídico día: los terroristas ingresaron
a las instalaciones de la revista sabiendo que había pocas vías de escape. Tuvo
que fingir que estaba muerto y aguantar en silencio la bala incrustada en su
cuerpo. No exagero: este testimonio es el inmediato vínculo sensorial con el
lector, el toque de sal en las páginas de la publicación.
Sin embargo, tengamos en cuenta que
muchas preguntas y respuestas son de conocimiento del lector recurrente de
Vargas Llosa. Podríamos asumir que sus respuestas son producto de la impresión
primeriza de los alumnos que comienzan a descubrir
su poética narrativa. El escritor ofrece nuevos caminos a su obra, como también
a su pensamiento (en lo referido a la político, el rol del periodismo hoy y la
situación del terrorismo internacional), mas no hallamos información que
podamos catalogar de relevante. Tampoco podemos pasar por alto la profunda
decepción que sentimos en la sección dedicada a El pez en el agua, cuyas preguntas están marcadas por la obviedad,
ni qué decir de las respuestas, muy lejanas de toda motivación a repreguntas
que rescaten este apartado que prometía nuevas ideas sobre uno de los libros
mayores de nuestro escritor.
Por lo dicho, se deduce que a Conversación le faltó arrojo, quizá sus
interlocutores se vieron eclipsados ante el autor (suele ocurrir, no importa
cuán experimentado sea el alumno o especialista). Pese a ello, no estamos ante
un libro que decepciona, pero sí ante uno del que esperábamos muchísimo más.
miércoles, octubre 04, 2017
generación del desencanto
Entre las actividades de la Casa de la
Literatura Peruana, habría que prestar atención al ciclo Narradores peruanos de los 80: El sonido y la furia, a desarrollarse
los próximos viernes 6 y sábado 7 del presente mes de octubre.
*
Desde que sigo el desarrollo de la
narrativa peruana, no he dejado de preguntarme por el descuido que se ha tenido
con la narrativa de la década del ochenta, que vista a la distancia, ha
entregado nombres más que atendibles a nuestro imaginario narrativo. Un motivo
que nos permita entender esta especie de falta de interés podría obedecer a la
inexistencia de suficiente material bibliográfico, que como tal impide realizar
un seguimiento adecuado de cómo se desempeñaban los narradores de aquellos
años, que como sabemos, fue un tiempo signado por la barbarie, la desesperanza
y la violencia que afectaban todas las instancias de la vida social.
Así parezca contradictorio, fue la
poesía la que concitó la atención. Al respecto, podemos especular sobre aquel
fenómeno, que asociamos a la “facilidad” que existía/existe para la
materialización de un poemario. Su naturaleza artesana como destino, que
bastaba para los diarios y revistas. Situación distinta si hablamos de un
libro, sea novela y cuentario, que demandaba un desembolso económico que muy pocas
editoriales y contados autores estaban en condiciones de cubrir. Esto, como
primera explicación racional. Sin embargo, no dejemos de lado el ánimo del
artista en formación. Había pues que tener la piel dura para seguir en un
oficio literario en un país que día a día invitaba a sus hijos a huir de él lo
antes posible. En este sentido, me es imposible no preguntarme por aquellos
jóvenes interesados en la práctica de la escritura en medio de un contexto que
no ofrecía el más mínimo de los estímulos. No son pocos los que desistieron en
este afán, pero los que quedaron, los que persistieron, y hay que ser justos,
no lo hicieron nada mal.
Para tener una idea, o un acercamiento a este
panorama, revisemos la histórica antología En
el camino (INC, 1986), de Guillermo Niño de Guzmán. Su prólogo, “La
generación del desencanto” nos ofrece un paneo social y literario, de la situación del escritor que deseaba darse
a conocer. Digamos también que no sorprende que el antólogo haya tenido que
convocar a muchos autores sin libro publicado, a los que tuvo que leer en
revistas literarias de corta vida. Se trató de una actitud arriesgada, mas no
tuvo otra opción, había que dejar testimonio y lo hizo mediante cuentos que si
los comparamos con la producción de nuestras nuevas plumas, algunas de estas
últimas palidecerían de verguenza. Repasemos la nómina: Cromwell Jara,
Guillermo Saravia, Siu Kam Wen, Zein Zorrilla, Mariela Sala, Alejandro Sánchez
Aizcorbe, Mario Choy, Ernesto Mora, Carlos Schwalb, Augusto Tamayo San Román,
Alonso Cueto, Guillermo Altamirano, Rafael Moreno Casarrubios, Walter
Ventosilla y Mario Ghibellini.
De esta selección, es evidente el lugar
de privilegio que a la fecha ostentan Cueto y Jara. Algunos han elegido
transitar el camino del perfil bajo y otros simplemente abandonaron el oficio.
Por ello, esta antología vendría a ser una radiografía de época, la misma que
tendría que reeditarse y de esta manera ser apreciada por nuevos lectores.
Pienso también en otra antología,
valiosa y hecha en la seguridad que depara la distancia del tiempo: Narradores peruanos de los ochenta. Mito,
violencia y desencanto (Universidad Ricardo Palma, 2012) de Roberto Reyes
Tarazona. Antología pautada por la diversidad temática y cuya riqueza descansa
en el amable “peso” de la escritura. Más allá de los tópicos abordados por los
autores seleccionados, asistimos a una sinfonía de la escritura. Estamos pues
ante una feliz asociación entre la escritura y el nervio temático. Al lector de
ocasión le podrán gustar unos cuentos más que otros, eso es indudable, pero lo
que no negará es la sensación que transmiten estas páginas: la escritura en
serio, ajena a modas narrativas e intereses editoriales.
Tal y como señalamos, Reyes Tarazona fue
a lo seguro, aquí sus convocados: Luis Nieto Degregori, Dante Castro, Zein
Zorrilla, Walter Ventosilla, C. Jara, Julián Pérez, Teófilo Gutiérrez, A. Cueto,
Guillermo Niño de Guzmán, Jorge Valenzuela, Pilar Dughi, R. Moreno Casarrubios,
Carlos Herrera, M. Sala, Siu Kam Wen, Fernando Iwasaki y Mario Choy.
Aunque ausentes en ambas antologías,
sumemos los nombres Mario Bellatin y Jorge Ninapayta. El primero, reconocido
como uno de los escritores más relevantes de la narrativa latinoamericana contemporánea; y el segundo, considerado un excelente cuentista, sin embargo, todavía falta
reforzar la difusión de su obra, todo un maravilloso ejemplo de que en Perú los
buenos libros son insuficientes para posicionar la poética de un autor.
Obviamente, estos narradores no son los únicos que aparecieron en ese decenio,
varios de ellos se dieron a conocer después de tiempo, como Javier Arévalo, Carlos Arámbulo, Luis Fernando Cueto, Peter Elmore, Jorge Eduardo Benavides y
Mario Suárez Simich.
En otro orden de cosas, subrayemos la
carencia de ensayos sobre ese periodo narrativo. Los pocos que he leído solo
pueden ser asimilados por entendidos, cuando lo cierto es que estos narradores
no necesitan especialistas, sino lectores que disfruten de sus narraciones.
Dicho esto, destaquemos un buen aporte para su difusión, el breve ensayo de Subjetividades amenazadas (Cuerpo de la
metáfora, 2013) de Carlos Yushimito. Aquí el autor nos invita a indagar en esta
generación, reforzando su discurso al incluir los cuentos de tres autores
elegidos: G. Niño de Guzmán, “Caballos de medianoche”; A. Cueto, “La venganza
de Gerd” y J. Valenzuela, “El secreto de Marion”.
Por lo dicho hasta el momento, se deduce
que tenemos una deuda con estos narradores, a lo mejor conforman
una generación perdida o, como bien señalan Niño de Guzmán y Reyes Tarazona en
sus antologías, una del desencanto. Sea como fuere, considero que es
momento de luchar contra el olvido, sin caer en demagogias, porque como toda
generación, esta tuvo extraordinarios escritores, como también buenos, regulares,
mediocres y pésimos. Lo que me queda claro es que de una posible navegación en
ella, no pocos saldrán gratamente sorprendidos.
…
En SB
martes, octubre 03, 2017
lunes, octubre 02, 2017
reynoso de vuelta
Si bien es cierto que la obra narrativa
de Oswaldo Reynoso (1931 – 2016) es por demás breve, esta no deja de despertar entusiasmo
interpretativo y especulativo. A la fecha, cada libro es un potente caudal
metafórico, desbordante y sensual en el manejo de la prosa, o como bien
comienza a señalarse, la prosa poética que lo identificó como escritor.
*
Prestemos atención a lo que se viene
diciendo de sus últimas publicaciones, como En
busca de la sonrisa encontrada y Arequipa,
lámpara incandescente, que sin duda motivarán otra columna de opinión, por
tratarse de aparatos literarios (a estas alturas, habría que ser muy arriesgado
para ubicarlas en un determinado género), que más allá de gustar o no a los
lectores, posicionan a Reynoso como un adelantado
a lo que hoy en día se escribe y publica, y no me refiero solo a la narrativa
latinoamericana. Ahora que el híbrido/mestizaje genérico parece ser el nuevo
cintillo de temporada, es justo consignar que nuestro autor ya lo venía
practicando por urgencia de escritura y sin reclamo de patente. Tengamos en
cuenta sus últimas declaraciones, al menos puedo dar testimonio de la que me
brindó en una entrevista pública que en la quincena de enero de 2016 le hice en
una librería local: “Yo escribo, solo escribo, no me importan los géneros”. En
la contundencia de esta respuesta, podemos rastrear luces en el último Reynoso,
experimental y quizá por ello irregular.
*
Si lo último de Reynoso generaba
desconcierto, qué podemos decir de los títulos ya instalados en el imaginario
del lector. Una breve mirada nos enfrenta a un autor inacabable, rico en temas
y avezado en la tensión lírica de la palabra escrita. En tal sentido, no nos
debe sorprender que su obra se esté reeditando, y en esta empresa hay para más
de un gusto: el Reynoso sensual del lenguaje, el Reynoso político, el Reynoso
social, el Reynoso ideológico…
*
Uno de sus libros que ya conoce de
reediciones es la novela El escarabajo y
el hombre, publicada en 1970. Suponemos que se trata de una edición de
autor, puesto que esta no nos brinda suficiente información al respecto. Sin
embargo, poco o nada importa, porque el libro, sin tomar en consideración su
evidente valía literaria, hace alarde de una belleza artesanal que lo convierte
en un objeto de lujo, y por qué no decirlo, también histórico. Una novelita, a
primera impresión, de aliento sicodélico, que vemos en la secuencia visual de
sus primeras páginas, a cargo de Jesús Ruiz Durand, seguramente a modo de
radiografía de época en que se dio a conocer la publicación.
Sobre esta novela se teje una de las
leyendas literarias locales más conocidas y celebradas: fue silenciada por los
críticos literarios de la época. ¿Por qué?, se preguntará el falso reynosiano,
pues fácil: en la noche de su presentación, en el bar Palermo, nuestro autor
mandó a la mierda a todos, “pero a todos”, los críticos literarios del país. Lo
dijo de pie sobre una mesa del bar luego de que su amigo, el estupendo
estilista Eleodoro Vargas Vicuña, presentara la novela sin hablar de ella. Se
entiende el contexto, la fiebre de la presentación venía pautada por
interminables litros de alcohol. El seguidor de Reynoso sabe al detalle de esta
presentación y no vamos a negar que era todo un gusto escucharlo cuando la
contaba cada vez que podía, sin importarle las omisiones y exageraciones de su
memoria.
*
Como ya se indicó, esta novela ha sido
reeditada/rescatada más de una vez. Recuerdo la edición de Editorial San Marcos
de 2001 y la de Casa Tomada de 2009. Y en estos días se suma la realizada por
la editorial arequipeña La Travesía, que la anuncia como la versión “definitiva”.
Esperemos aquí encontrar la secuencia visual de JRD, ausente en las ediciones
de los sellos antes mencionados.
Ante ello, la relectura se impone para
dar fe de lo obvio: la vigencia de la novela, pero también la relevancia del
magisterio del autor, relevancia muy pocas veces advertida y que tendría que
empezar a difundirse, en especial para todo aquel que pretenda escribir ficción:
el lucimiento técnico de Reynoso. Es decir, su carácter pedagógico para contar.
No solo asistimos a una novela que
proyecta algunos de los tópicos recurrentes en la obra reynosiana, como la
frustración, la desidia y el desamor. El
escarabajo y el hombre se ambienta en uno de los espacios por excelencia de
su poética: el bar, en donde un joven le cuenta a su profesor de lengua y
literatura sobre los asuntos existenciales y emocionales que le carcomen a su
tierna edad. El profesor (El Profe) escucha, indaga en el relato del joven,
pero no escuelea. El Profe es, sencillamente, un amigo, una suerte de hermano
mayor al que el joven busca para desfogarse. A la par de este relato, se
desarrolla otro: el diálogo entre dos jóvenes “pirañitas” que son testigos del
paso de un escarabajo que empuja una bola de excremento de un extremo a otro de
la carretera. En este diálogo, participamos de un homenaje del autor a las Fábulas de Esopo. No es gratuito este
tributo, puesto que mediante la alegoría Reynoso puso en bandeja una férrea
crítica social que se engarza con la cita de William Blake que sirve de
epígrafe. Reynoso, pues, sabía criticar y en estas páginas hay una crítica
abierta al sistema de época y que la relectura nos permite ver que esa crítica
muy bien puede justificarse en estos tiempos.
En estas páginas percibimos a un Reynoso
recargado, nos basta con la voz del narrador presente en las dos historias, esa
voz que no solo conduce, sino que otorga un peso reflexivo, es decir, el tejido
del nervio conceptual que eleva la anécdota a categoría de dimensión humana. Lo
que en voces menores serían huevadas poseriles, en Reynoso es trascendencia,
actualidad y, obviamente, discusión. No podemos hablar de Reynoso si lo que
leemos de él no nos lleva a la discusión, a esa parcela interpretativa e
impresionista de la poslectura, cualidad que solo exhiben los libros
posicionados como clásicos.
*
Nos encontramos ante un clásico de la
narrativa peruana, pero un clásico sin la contundencia que merece. Y eso es lo
extraño, puesto que nos hallamos ante un libro más mentado que leído, cuando lo
cierto es que aquí estamos ante un autor al que no solo admiramos por su
talento natural para escribir, sino del que podemos aprender a cómo, por
ejemplo, estructurar una novela corta sin caer en las ciénagas del anecdotario,
a rehuir de la verbalidad idiota que se vende como callejera. Estas páginas son
también el testimonio de Reynoso en su condición de Profe de narrativa. Por
ello, ante el fracaso del lugar común que guía la difusión de la novela,
considero que esta tendría que enfocarse en lo que es: una novela de culto para
escritores, para lectores ya formados a la búsqueda de un aprendizaje
literario, no más como una novela de jóvenes atribulados por la vida, la
carencia económica y la frustración.
*
Encontramos dos influencias muy
marcadas, tanto en lo estructural como en lo temático: nos referimos a Viaje hacia el fin de la noche de Louis-
Ferndinand Celine y El guardián entre el
centeno de J. D. Salinger. El
escarabajo y el hombre es una bendita mutación de ambas novelas, con
jóvenes que son y no son jóvenes, que echa luces gracias un andamiaje narrativo
que en su complejidad pasa inadvertido para el lector, lo cual es un triunfo, o
llámalo también experiencia literaria.
Y claro, El escarabajo y el hombre es también una prueba más del mundo que
nunca dejó de interesar a Reynoso. Hablamos de un mundo juvenil marginal, que
le bastaba y sobraba, muy lejano de la galaxia juvenil rubricada por la
plasticidad material. Lo dice en la novela:
“Pero son más sinceros que muchos
universitarios que ya tienen hecha su vida con la profesión que siguen y hay
que verlos habladorcitos, decididos a todo para cambiar la sociedad, pero luego
cuando ya han conseguido su título se olvidan de todo y son capaces de las más
grandes traiciones con tal de tener un poquito de plata”.
…
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