martes, octubre 31, 2017


"vc"

Ahora que terminé de leer Vida cantada, las memorias de Arturo Corcuera, recuerdo que una vez escuché a un poeta del sesenta aseverar que su generación no solo había sido privilegiada por la aparición de voces destacadas, sino también por un contexto histórico/político que permitía pensar en profundidad en la trascendencia de la poesía, es decir, como un medio que podía cambiar el mundo.
Estas memorias, que no tuvieron un editor que extirpara la chancaca discursiva, son un claro ejemplo de lo que estoy diciendo. Sorprende lo que Corcuera cuenta, ya sea en sus viajes como en el recuento de mujeres y hombres que conoció directa e indirectamente. Es precisamente el carácter de testimonio de época lo que convierte a VC en documento de lectura imprescindible, suerte de historia no oficial de la cultura peruana del siglo XX. 
Decepciona, sí, que no haya habido rabia, lo que nos indica la situación emocional del poeta al abordar estas memorias, otro ánimo, pues, que lo lleva a molestarse con lo tiene que molestarse, es decir, a no quedar mal con nadie. Detalle menor entre muchas cosas de valía que, pero ese detalle “menor” a algunos nos gusta a cuenta de nuestra tradición personal de libros de memorias. 

tdp: "ramón" de silvana reyes vassallo


A estas alturas del nuevo siglo, la poesía peruana comienza a encontrar su camino, quizá uno más propicio en cuanto a lo que puede lograr partiendo de sus limitaciones. Eso es pues lo que ha sucedido en estos dos últimos años, una mejoría que debemos destacar y saludar, pero con ánimo cauteloso, sin caer en las mentiras de los saludos de la platea, peligrosos y gangrenosos, en especial para las nuevas voces que han crecido, y para mal, a la expectativa de un reconocimiento inmediato cuando lo cierto es que la poesía poco o nada tiene que ver con la concursografía del reconocimiento, menos con el aplausómetro virtual de las redes sociales.
Bien lo sabe el lector de poesía, lo sabe bien: para apreciarla hace falta un rigor, una formación de lecturas que garantice la identificación de la disonancia en el verso, del efectismo del párrafo y, principalmente, de la mentira del poema.
Un breve paneo a las voces aparecidas en estos últimos diecisiete años, nos arroja una radiografía letal. Lo acabamos de decir, la poesía peruana última está mejorando, pero hubo años en los que esta fue infeliz, tiempo en el que el poeta aspiraba a parecer poeta y no ser tal. El parecer, lo intuimos, es lo más fácil y hacia esa lujuria de la imagen se embarcó el joven poeta peruano, la aceptación como fin supremo y sus réditos fugaces pero gozosos, como los recitales de poesía, la invitación a festivales nacionales e internacionales poéticos. Había pues triunfado el parecer.
¿Y la poesía?
Por allí, resistiendo como podía en algunas voces destacables, que podría mencionar en estos momentos, pero me reservo esa prerrogativa a cuenta de los vacíos en los que pueda caer mi memoria.
Felizmente, algunas cosas buenas pasaron, quizá el cansancio de la apariencia había llegado a su punto límite. Y lo entiendo: eso es actuar, y actuar, amigas y amigos reunidos, cansa, como también destruye.
Líneas atrás hice referencia a la mentira del poema. Es cierto, puedes escribir los versos más efectistas, picar cualquier clase de influencia, hacerla tuya, o al menos llevar a cabo el esfuerzo, pero el poema no tarda en cobrar venganza por su naturaleza, traducida no pocas veces como vergüenza para su creador.
El nuevo poeta peruano se dio cuenta de esa vergüenza. Quiero creer que fue así, es decir, este sujeto no pudo más con la mentira formal y supo ver que en sus poemas no había esa básica verdad que debe exhibir todo poema, ese respeto por la palabra en su fuerza expresiva. Pero no nos confundamos: la fuerza de la palabra no tiene nada que ver con su estado apofántico, esa nula situación de estrategia exaltada, o en su contraparte, la sensibilidad cursi, por decirlo de alguna manera.
Bien lo decía el poeta maestro John Ashbery, la poesía es, y con ser basta e importa.
Se supone que el poeta tiene que conocer su tradición y trabajar su propuesta en base a ella, sea para extenderse en la misma o renegar de ella mediante el hallazgo de su propia voz. Esa voz (en cursiva) nos lleva a un entendimiento, que esperamos del poema: su verdad.
Partiendo de la verdad del poema, nos es posible especular sobre los circuitos que lo fortalecen. Todo poema está llamado a proyectar una verdad, la verdad de la palabra, como acertadamente lo ha señalado Julio Ortega en cuanto a la poesía de César Vallejo, que dice más o menos así: “A Vallejo no lo entiendes, pero sus palabras se quedan con uno, eso es lo que siempre gusta de Vallejo”.
En esta noche de presentación de Ramón, poemario de Silvana Reyes Vassallo, de quien debo decir que recién conozco personalmente, pero de quien sé también que vive en Chiclayo y es enfermera. Pues bien, nos encontramos ante una pequeña muestra de lo letal que puede ser la poesía cuando esta solo se limita a trabajar en su verdad. No estamos ante un poemario falso, mucho menos ante uno preñado de dislates palabrescos. Nos hallamos ante un pequeño libro configurado en su sencillez y es precisamente en esa sencillez que Reyes Vassallo consigue lo que pocos: transmisión y conexión con el lector de turno.
La poeta no se adorna ni maquilla su palabra. Al menos para mí, esa actitud me basta y me sobra. Reyes Vassallo nos sumerge en los linderos de la cotidianidad emocional, en los poemas que conforman Ramón no hay más aspiración que esta, y eso lo saludamos, porque su propuesta se justifica en su sola dimensión anímica, no necesita de la ayuda del tema, menos de la ideología, elementos que lamentablemente contaminan no pocos poemarios peruanos.
En otras palabras, Ramón es el triunfo de la naturalidad discursiva, y eso, queridos amigas y amigos presentes, se lo tenemos que agradecer. Esa naturalidad es también un ejemplo de cómo la autora asume su relación con la palabra. Especulo: Reyes Vasallo cree en la palabra pero no la endiosa, en ese no endiosamiento descansa su logro poético.
Basta ver el ánimo desenfadado que caracterizan poemas como “Los poetas”, “El complejo de Ramón”, “Mudanza”, “Muñeca” y “Las enfermeras”. Asistimos pues a una voz que se las cree pero a la vez no. Esa especie de ambivalencia le brinda a la autora la posibilidad de expresarse sin necesidad de pontificar, sin esa aburrida recurrencia de hablar sobre los grandes temas como mecanismo ectoplasmático. Reyes Vasallo nos patentiza su propósito: el lenguaje como herramienta.
Hablo, se entiende, desde mi condición de lector. No sé si esta actitud sea pensada por parte de la poeta, y la verdad es que poco o nada importa, porque lo que sí importa es el nivel de especulación al que podemos llegar gracias a la claridad, o llámalo literalidad del Poema, que podemos ver en el sentimentalismo tramposo del poema homónimo de la publicación, “Ramón”, del mismo modo en “Fe”.
¿Acaso juega la poeta con el lector? Esto es lo que me pregunté ni bien terminé de leer el libro. Y creo que sí, juega, pero no por frivolidad, sino por coherencia entre la palabra y el ánimo que lo sustenta. ¿No hacía eso acaso Blanca Varela?
Ojo, no estoy diciendo que nos hallamos ante un epígono de Blanca Varela. La experiencia me ha enseñado a tener que hacer estas salvedades, pues nunca falta algún distraído que malentienda la legítima sospecha. Pero en este caso la sospecha deja de ser tal para convertirse en certeza. Varela forjó su poética desde la ironía y la oscuridad, y Reyes Vasallo lo hace a cuenta de la ironía y la mirada cotidiana, lo que le deja un amplio margen de búsqueda en pos de la luz poética, que en su caso lo halla en cada elemento de la cotidianidad, que suscribe en “Coral superficial”, impregnado de espíritu lúdico que cuestiona no solo la construcción del poema, también su alcance metafórico. Es decir, Reyes Vassallo cuestiona en la poesía el ejercicio poético, y esa actitud es lo que la distingue y la aleja de la falsedad de la solemnidad forzada de la palabra, que puede pintarse como poesía, pero que los verdaderos lectores sabemos que no es así.
No sé cuál sea el futuro de Silvana Reyes Vasallo. Lo que sí sé es que Ramón es un poemario con personalidad, alma y corazón. Y si algún consejo le puedo dar, es que siga viviendo en Chiclayo, que solo venga a Lima de visita o por otros asuntos. Digo esto porque el poemario que nos convoca, solo pudo escribirse desde una distancia que termina protegiendo el uso de la palabra poética, una distancia que suma para su poesía, que la cuida de la tentación del parecer y que tendría que fortalecerse en la autocrítica del ejercicio poético. 
Gracias.

lunes, octubre 30, 2017

calles cerradas

Mañana de lunes. Casi listo para las tres febriles horas de investigación en la BNP. Hoy serán tres, porque me espera un día lleno de actividades, y para tal jornada, ya estoy preparado, al menos en lo básico, buena música en la memoria del cel y dos libros que he empezado a leer con mucho entusiasmo. Por lo leído hasta el momento, todo apunta a que serán lecturas de provecho, me refiero a la novela El meteorólogo de Oliver Rolin y el libro de ensayos Escribir, por ejemplo… de Carlos Monsiváis.
Comencé a leerlos ayer domingo, en la tarde, mientras me dirigía a la Casa de la Literatura para encontrarme con un pata. Una vez allí aproveché en ver la exposición sobre la revista Amauta, que recomiendo a todos los interesados, en especial para aquellos que, como yo, somos fanáticos de las revistas literarias y culturales.
En verdad, no deja de llamar la atención la labor que viene desempeñando la Caslit. Todos los días es posible detectar la nutrida presencia de personas de distintas edades. No es para menos, este lugar ofrece una variada e interesante oferta de actividades.
Ahora, cuando hablamos de los últimos domingos de cada mes, las calles del Centro Histórico se convierten en una fiesta cultural, en la que tenemos a libreros de viejo y artesanos, del mismo modo pasacalles, espacios gastronómicos y hasta alquiler de bicicletas. 
Aunque no se dice, y debería hacerse, lo que refleja la inutilidad de la Subgerencia de Prensa y Comunicación de la Municipalidad de Lima, es que esta idea de cerrar las calles del Centro para convertirlas en espacios culturales es iniciativa de la actual gestión. Claro, sabemos de sobra de las manías de Castañeda, de lo mucho que tiene que responder ante las acusaciones de corrupción, pero reconozcamos lo bueno, que no es poco si hablamos de cultura.

domingo, octubre 29, 2017


sábado, octubre 28, 2017

violadores

Tras algunos días de investigación salvaje en la BNP, me pongo al día en algunas cosas. A veces es mejor no enterarse de mucho, evitar la espontánea estupidez de las redes sociales, es decir, el comentario apurado y por ello poco pensado. A esta realidad, dice mucho de nosotros la importancia concedida al caso Pizarro, de si es o no convocado por Gareca a un mundial que todavía no clasificamos. Tema menor, sin duda, con mayor razón cuando hay otro tema mucho más sensible que debe combatirse como política de Estado, y como manifestación ética.
No lo niego, porque negarlo no solo te posiciona como esforzado idiota, y eso que estamos siendo suaves en la definición. Entiendo la molestia que pueda estar generando el viral Perú país de violadores. Por algunos miserables no nos vamos a mancillar la mayoría y son válidos todos los reclamos que he estado viendo al respecto, sin embargo, ese viral tiene una legitimidad, basada en la atrocidad como acto a condenar en el verbo pero no en la coherencia que este demanda. En este país no solo las mujeres son violadas, también los niños. Ante estos hechos, poco o nada se hace desde las instancias jurídicas, menos desde las políticas. Condenar la violación es paja siempre y cuando no pase del discurso. Es que en el discurso todos pueden ser alguien respetado, qué fácil es pues condenar una violación, lo haces y tienes Likes como cancha.
Entiendo el viral como una crítica justa y letal contra la (involuntaria) aceptación que los hombres muestran hacia la violación. Si condenamos la violación de mujeres y niños, hay que portarse en coherencia con ese principio moral. ¿De qué me sirve condenar la violación si me junto con un violador, que se muestra como tal en borracheras, o cuando está sazonado de pasta y cloro, alardeando de sus hazañas? 
Si tanto incomoda ese viral, si tan injusto asumimos que es, pues comencemos a cambiar la situación, condenando mediante acciones al violador amigo, al violador conocido, al amigo y chupe del violador o, sencillamente, al violador que sabemos que es violador. No hay otra, huevón.

martes, octubre 24, 2017

silencios

Reordenas para encontrar, aunque cuando movías los libros no esperabas hallar el título que en principio buscabas, y te das cuenta de que ambos se parecen en lo físico: están en la misma editorial, exhiben el mismo grosor de lomo, también el color… Buscaba 31 canciones de Nick Hornby, sabía que lo tenía en un lado, y esa intención por releer algunos capítulos se fue incrementando en el curso de los últimos días, hasta que decidí esta mañana volver a ellos luego de escuchar todo lo que pude de The Bible. La memoria me decía que Hornby había escrito algo de esta banda inglesa en su libro.
Cuando creí encontrar a Hornby, di con una novela de Félix Romeo, Dibujos animados.
Romeo, autor español que falleció a causa de un paro cardiaco, merece ser más leído o conocido por estos pagos. La novela que involuntariamente hallé tiene no pocos elementos pop mezclados con el testimonio generacional. En la aparente sencillez de la prosa, y con un estilo alimentado del ánimo descriptivo, Romeo es capaz de crear un aparato sensorial que comunica en los silencios. Esta cualidad, vaya qué novedad en estos tiempos de egos sobrevalorados, es lo que me permite apreciar el trabajo oculto del autor con la palabra. Comunicar en lo silencios solo lo consiguen los capos. 
Por otra parte, la vuelta a esta novela hizo que recordara cuando conocí a Romeo, hace ya muchísimos años en el Centro Cultural de España. Tenía don de gente y mostraba disposición para conversar en profundidad de lo leído, visto y escuchado. Era un tremendo consumidor de cultura. 

lunes, octubre 23, 2017


país de mierda

Si algo arrojó el Censo de ayer domingo, es que Perú es un país de violadores. Lo sucedido con la voluntaria del Censo, no es más que una prueba de los vejámenes a los que están sujetas las mujeres en este país. Por ello, todo acto de protesta a llevarse a cabo en los próximos días debe ser apoyado por toda la sociedad consciente de esta problemática. No hablamos de feminismo, ni de sus variantes ocasionales. Hablamos de sentido común.
El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) tiene como director a un imbécil llamado Víctor Aníbal Sánchez Aguilar, que no tomó las precauciones pertinentes en cuanto a la protección de los voluntarios que iban a participar en el Censo.
Una amiga me pasó el dato en la tarde noche y hasta este momento esperaba algún pronunciamiento firme de este sujeto, que lo único que ha hecho es brindar declaraciones evasivas, sin manifestar una actitud clara ante lo sucedido con la mujer violada. Esta, aparte de ser una metáfora del horror a los que están sometidas las mujeres peruanas a diario, es también la cereza que faltaba a la logística del Censo, que ahora sabemos, venía con el apoyo de una las llamadas “universidades” más cuestionadas del medio.
Yo recuerdo muy bien el Censo de 2007. En aquella ocasión los empadronadores avanzaban por cuadras y bloques de edificios con un resguardo policial permanente. Es decir, los voluntarios gozaban de una mínima protección, algo que ahora brilló por ausencia. ¿Qué quiere decir esto? Fácil: al imbécil Sánchez poco o nada le interesó el factor humano.
A la desgracia de la empadronada, sumemos la reacción de los representantes del INEI, que le pidieron a su hermano que guardara silencio, además, para “calmar” la indignación le darían 1000 nuevos soles (300 dólares) para que la denuncia no prospere, ni en la comisaría del distrito, ni mucho menos en la prensa. En otras palabras: la práctica habitual contra la Mujer, ahora por cuenta del Estado.
Lo que esperamos es que los responsables sean sancionados. Ya se capturó al violador, pero también tiene que expresarse una condena política al responsable del Censo. Pero lo más importante: reforzar todas las medidas correctivas contra los abusos a la mujer peruana, ya cansa tanta cháchara sobre el mayor lastre que exhibe este país como distintivo mayor. 
Respetando a las mujeres, dejaremos de ser lo que somos: un soberano país de mierda.

domingo, octubre 22, 2017


jueves, octubre 19, 2017

huatay

El sentido común, al menos en lo que a mí respecta, me dice que no debo hacerme tanto barullo con la libertad de Martha Huatay. Al menos no en teoría: la senderista cumplió condena y debe estar libre.
Sin embargo, lo que me incomoda es el silencio, esa falta de disculpas públicas a la ciudadanía peruana, tanto de Huatay hace unos días y Maritza Garrido Lecca semanas atrás. Uno espera que tras muchos años de encierro haya aflorado en estas senderistas una autocrítica por las acciones cometidas. Obviamente, no se pueden comparar ambos casos, lo de GL no pasaba más allá de la estupidez ideológica juvenil, pero lo de Huatay sí es más delicado, pues fue la cabecilla de Socorro Popular, facción senderista dedicada a perpetrar atentados en la capital. Es decir, esta mujer es responsable directa del derramamiento de sangre inocente, no hablamos de sangre sucedida en combate con las fuerzas del orden, contrapeso argumental que tanto gusta traer a colación a la academia zurda local.
Por ello, uno qué puede pensar cuando a este tipo de gente se las llama luchadoras sociales, como vengo leyendo por ahí, información a la que accedo en contra de mi voluntad, presenciando, una vez más, la supremacía de la imbecilidad estimulada por la ceguera ideológica y las pocas lecturas sobre los años del terror. Porque eso es lo que hay, mucho efecto y escasa sustancia discursiva asimilada. Es más fácil llamar luchadora/luchador social a cualquier asesino amparado en una ideología de izquierda a la que no le interesa diferenciarse de sus bemoles, que informarse con responsabilidad sobre esta gente que jamás respetó los derechos humanos. La información está a la mano, en los libros, diarios de época, en la bibliografía publicada, no en los bares en donde pululan los cantamañanas. 
Algunas voces atendibles piden tolerancia hacia esta gente que, al cumplir sus condenas, están saliendo de las cárceles. Creo que piden demasiado. Si no han mostrado el más mínimo gesto de arrepentimiento, no esperen que la población los mire bonito. Además, estos senderistas tienen suerte y deben estar más que agradecidos, porque a pesar de los problemas que arrastra esta sociedad, no serán dinamitados ni agredidos.

martes, octubre 17, 2017


lunes, octubre 16, 2017

gchc

Cuando se hacen cosas interesantes hay que celebrarlas.
Desde hace un tiempo pedía en este blog el rescate de un poemario del que siempre creí que mereció una mayor difusión.
Adictivo para quienes lo descubren
Lectura caleta para los conocedores que no quieren compartir con nadie la poesía descubierta.
En fin, hay de todo.
Lo cierto es que pedía el rescate de Idiota del Apocalipsis Guillermo Chirinos Cúneo, publicado en 1967. Y ello, por fin ha ocurrido gracias al grupo poético Sub 25.
Pero seamos justos, porque este pequeño poemario fue parte de una joyita libresca. Me explico, en 2006 se publicó Los otros, en cuyo primer volumen se rescató cuatro poemarios olvidados: Peces de betún (1969) de Mercedes Delgado, Walpúrgicas (1917) de Luis Berninsone, Los puentes (1955) de Augusto Lunel e IDA de GCHC.
Esta publicación fue responsabilidad y generosidad de El lamparero alucinado, sello de Carlos Carnero, Gonzalo Portals y Rubén Quiroz.
Responsabilidad, porque la edición es impecable, una muestra tajante de que se puede ser pulcro y exhibir buen gusto en cuanto a la modestia del material de la publicación. Y generosidad, porque el libro fue no venal. Si no me equivoco, lo recogí en la extinta librería La casa verde.
IDA es un librito al que volvía, y en verdad no sé por qué no lo he frecuentado en los últimos dos años. Sobre su autor he escuchado muchas anécdotas y no sé si creerlas todas, pero de lo escuchado y leído, me quedo con lo que Rodolfo Hinostroza dijo de GCHC en Pararrayos de Dios, su más que recomendable libro de crónicas sobre los poetas del 60.
Cada generación de artistas tiene su GCHC, o sus variantes, pero para ser como él, la locura no basta, menos la payasada de fin de semana; la leyenda tiene que sustentarse en la obra, en la impresión del lector enfrentado a lo distinto, y eso es lo que proyecta este poeta: textos marcados por la locura, el sueño atormentado, la lujuria y la rabia verbal. 
Sabía que era difícil editar IDA, pero eso ya no importa. Saludemos entonces las gestiones realizadas.

sábado, octubre 14, 2017


viernes, octubre 13, 2017

arguedas íntimo

Quien escribe no tiene duda alguna de que José María Arguedas es uno de los autores peruanos a quien, y de quien, más se lee. Al menos, eso es lo que prefiero creer a cuenta de la demanda que tienen sus libros. En mi caso, me gusta Arguedas, y mucho, pero también me interesa leer todo lo referido a su vida y obra.
Al respecto, tenía conocimiento de una publicación que por cosas extrañas de la vida, me estaba siendo esquiva. Pues bien, esa situación cambió porque semanas atrás compré Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final (Universidad Garcilaso de la Vega, 2011) de Alfredo Pita.
Libro breve, pero iluminador. En él, el autor de El cazador ausente ofrece un acercamiento a los últimos años que compartió con Arguedas, pero no en su condición de escritor en ciernes rendido en admiración por Arguedas, sino como alguien cercano a su persona y familia, es decir, Pita despliega una impresión íntima del autor, ofreciéndonos mediante el asombro moderado su rutina vital, que como tal tira por los suelos la leyenda de intelectual en permanente tristeza.
Pita se vale de un lenguaje conciso y diáfano. Es precisamente en esta deliberada falta de adorno de la prosa que la narración logra concretar su objetivo: hacernos partícipes de los últimos años del autor, un autor que quiso a su esposa Sybila Arredondo y a los hijos de esta, los mismos que también lo quisieron; del mismo modo sus amistades que veían por su salud emocional. En otras palabras, un Arguedas del día a día, entregado a su pasión mayor: pensar el Perú.
Cuando Pita comienza a frecuentar a Arguedas, este ya era un autor reconocido. En este sentido, el testimonio de Pita resulta iluminador para entender la trastienda de la escritura del libro que en aquel entonces venía escribiendo, El zorro de arriba y el zorro de abajo. De paso, el autor nos ofrece una versión distinta a la polémica que sostuvo con Julio Cortázar, que según la leyenda literaria fue determinante para que Arguedas terminara suicidándose.
Percibimos en cada página una sensibilidad, sin duda, hablamos de experiencia literaria, pero una que se consigue gracias al paso de los años. Un libro como este no pudo escribirse en caliente, las ciénagas emocionales rara vez contribuyen a los homenajes. Por esa razón, la presente publicación se defiende como testimonio perdurable, gracias a su honestidad, brindándonos una imagen de Arguedas visto de perfil, sea en sus fuerzas y vergüenzas. 
Nos encontramos ante un libro de lectura recomendada, pero poco se puede hacer porque es una víctima involuntaria de la mala distribución de los fondos editoriales de las universidades locales, que sí tienen muy buenos títulos. Ojalá afinen esa logística.

jueves, octubre 12, 2017

miedo

Como siempre, en el cine, tengo dos opciones: o ver la primera función o la última. De no ser así, paso de largo, a la espera de otro día. Me he dado cuenta de que mientras menos gente haya en las salas, es mejor, no solo para mí, sino también para los asistentes. La razón es muy simple, el inculto peruano promedio, pero con poder en la tarjeta, no sabe ver cine, imagino que una situación similar ocurrirá en el circuito teatral.
Días atrás llegué a la última función de It, del director argentino Andy Muschietti. Sin embargo, me había confiado, puesto que había gente en la fila y la emisión estaba pactada para dentro de diez minutos, que serían insuficientes debido al ritmo en que avanzaba la cola. Entonces, miraba mi cel, buscando info sobre otras opciones, aunque a esa hora poco o nada iba a conseguir. Levantaba la cabeza y la fila no avanzaba, miré a los empleados de la multisala, solo dos atendían y el resto estaba cuadrando su día. Me dije que si en un minuto no veía un cambio sustancial en el avance, vería la película en otra ocasión. Felizmente, no tuve que esperar mucho, y creo que ayudo en algo mi constante revisión en el cel, puesto que una de las trabajadoras de la multisala, dueña de una voz para recordar, me pidió que saliera de la fila, que ella me atendería en un módulo aparte, ubicado a la espalda de los módulos principales. Me sentí privilegiado porque detrás de mí también había gente, que empezó a reclamar pero a la que la trabajadora con voz para recordar no hizo caso.
Gracias a ella pude ver It, y valió la pena, porque sin ser una obra maestra, cumple con entretener con inteligencia, manteniendo el nervio narrativo y sin caer en lugares comunes. El mérito de Muschietti yace en no hacer más de lo que se supone tuvo que hacer, es decir, y con mayor razón cuando adaptas una novela de Stephen King: ceñirse a la linealidad narrativa, respetando la noción de su argumento y, en especial, el espíritu de horror psicológico como motor, nada más, ajeno a toda clase de forzado toque personal, esa innecesaria distinción en la que suelen caer aquellos que adaptan una obra literaria. ¿Para qué mostrar debilidad de oficio con el universo del espíritu de un novelón (por lo literario y también por su condición de ladrillo), cuando puedes mostrarte fuerte con una sola parte de este? Por eso gusta esta película de Muschietti, del mismo modo los niños actores que interpretan a los niños borders, y aún más Bill Skarsgard como Pennywise, el payaso diabólico engordado de miedo de los niños de Derry, pueblo de Maine. 
Aunque considero que los tramos finales pudieron ser otros (tengamos en cuenta su sentido de divertimento), It es dueña de no pocas cualidades (la mayor: hacer sencillo un argumento complejo, a riesgo de dejar uno que otro agujero temático en el camino) que nos devuelven a la parcela infantil, en la que no solo se nos presenta el miedo por primera vez, sino que le basta esa etapa para desarrollarse y quedarse con uno, así se crea que con el tiempo ha sido reprimido.

miércoles, octubre 11, 2017

opinología

Después del partido, salí a recorrer las calles de Lima. Un breve paseo por algunas zonas de referencia. Había alegría, pero esta era calmada. Si había algo que celebrar, se llevaba a cabo en contenida prudencia. Lo ideal hubiese sido el desborde, la manifestación excesiva que obedecía a una clasificación directa de la selección al mundial de Rusia.
La selección no jugó bien. Pero a estas alturas sabemos que jugar bien no es garantía para conseguir puntos. En este sentido, la selección hizo lo que pudo y consiguió el repechaje porque las circunstancias lo hicieron posible. No hay que pedir más.
Hay que estar muy mal de la memoria y tener una deficiente capacidad de análisis para no reconocer lo mucho que se ha avanzado en este proceso. Nadie negará que la selección tuvo partidos memorables, que consiguió puntos en plazas que hasta hace no mucho resultaban imposibles.
Más de uno creyó que los muchachos de Gareca brindarían sus mejores luces ante Colombia. Pero como indiqué en un post anterior, los futbolistas colombianos y peruanos comparten más de un lazo, con la peculiar diferencia en que el pelotero tropical tiene más oficio y experiencia en esta clase de partidos. Por esa razón dominó el encuentro, esperó los ataques peruanos, sabiendo que la presión estaba en nosotros, que necesitábamos ganar y esperar los resultados de otros partidos.
Desde que acabó el partido no había visto las noticias, ni navegado por las redes sociales. Regresé a casa y me conecté. No lamento haberme conectado, aunque en vez de molestarme, no podía dejar de sentir cierta rabia y pena al ver la mezquindad de los opinólogos virtuales. El problema no es opinar, sino hacerlo sin una mínima reflexión. No diría nada si fueran unos cuantos, pero cuando te enfrentas a una corriente de opinión, no tienes otra opción que aceptar lo que vienen deparando las redes sociales: la democratización de la imbecilidad.
La selección hizo lo que tenía que hacer. Se sabía que los resultados de las otras selecciones la ubicaban en el repechaje contra Nueva Zelanda, entonces, se debía optar por cuidar la pelota, tal y como lo hizo en los últimos tres minutos. No se podía atacar a riesgo de un contragolpe colombiano, sino, miremos el tercer gol de Brasil, el de Neymar, que ganó en velocidad al arquero chileno Claudio Bravo, que estaba adelantado. ¿Qué hubiese ocurrido si en la desesperación los chilenos conseguían el gol del descuento?
La selección peruana es un equipo en formación. Y lo hecho en esos tres minutos lo he visto en otras selecciones con más tradición que la nuestra, como España, Alemania, Francia e Italia. Hay que repasar un poco la historia antes de enarbolar posturas de ética deportiva. 
Nos queda por delante un mes de angustia, pero también de esperanza.

artefacto narrativo

Trabajo arduo, pero a la vez placentero, el tener que acomodar los libros que conforman atractivas torres, distribuidas irracionalmente por toda la casa. Algunos títulos pueden tener sus años, en cambio otros obedecen a ánimos más contemporáneos. En cuanto a estos últimos, si aún los encuentro en alguna columna de libros cercana al escritorio, es porque seguramente iba a releerlos, o en todo caso los tenía a la mano para volver a extraer una que otra información de utilidad.
*
Cuando muchos creíamos que ya nada nuevo quedaba por explorar en estructura narrativa, apareció en 2013 la traducción al castellano de la novela La casa de hojas (Pálido Fuego – Alpha Decay), del narrador norteamericano Mark Z. Danielewski. No hay que pensarlo mucho: estamos ante un verdadero acontecimiento literario que nos hace creer en la vigencia del libro en formato físico, siendo un golpe letal contra aquellos avezados que, habiendo leído treinta libros en sus vidas, aseguraban la muerte de este a cuenta del libro digital.
Tenía entendido que se trataba de una novela difícil de traducir y es precisamente en ese detalle que yacía su leyenda. Leyenda, cómo no, repotenciada en la red por sus fans gringos y de otras latitudes, que llegaron al extremo de equiparar una posible traducción de la novela con una de Finnegans Wake de James Joyce. En otras palabras, una empresa imposible. Sabía también que la presente publicación venía precedida de los mejores elogios, es decir, me enfrentaría a un libro blindado por todos lados.
El encargado de la traducción al castellano fue el narrador español Javier Calvo. No todos los traductores están en condiciones de traducir textos literarios que escapan a la linealidad narrativa. Cualquiera no traduce el Ulises, menos el Tristram Shandy, peor aún A la busca del tiempo perdido, a saber. Para que esas empresas hayan llegado a buen puerto, fue necesario contar con un traductor que conectara con el texto literario, que lo sienta y de esta manera proyectar en el lector la extraña y mágica sensación de la experiencia literaria. En este sentido, Calvo cumple con creces, logra edificar el puente sensorial entre La casa de hojas y el lector.
Confieso que me acerqué a la novela con no pocos prejuicios. Me generó desconfianza su ya señalado blindaje y me sumergí en sus páginas con el único objetivo de confrontarlo. Pero no tardé en darme cuenta de que no valía la pena hacerlo, más bien, lo recomendable era dejarse llevar, entregarse a una suerte de simulacro psicotrópico.
*
Desde el inicio Danielewski se impone como un narrador de oficio, con tradición y mirada procesada. Por ejemplo: La “Introducción” de Johnny Truant no es nada gratuita, ya que nos pone en el tapete lo que vendrá en las siguientes setecientas páginas. Al respecto, el autor hace gala de una sugerencia gris que entre líneas nos anuncia un sendero en el que no solo hallaremos un drama psicológico pautado por lo paranormal, también un mestizaje salvaje de registros narrativos, enriquecidos por la disposición espacial de los mismos en las páginas, que nos proyectan el horror y la locura que configuran a su personaje principal.
El mérito de Danielewski no es otro que hacernos verosímil lo inverosímil. Veamos. El fotoperiodista Will Navidson compra una casa para salvar a su familia de una inminente disolución a causa de la obsesión de este por el trabajo. Pero esta casa de Ash Tree Lane en Virginia refuerza los temores de la familia Navidson, en especial en Will, quien para entender lo que ocurre en ese lugar filma un documental, que llamará El expediente Navidson. Este documental es la fuerza centrífuga que motiva al lector a interpretar la casa y así saber qué es lo que ha ocurrido con esta familia. Por ello, lo que comienza como una curiosidad, termina convirtiéndose en inquietud, en viaje a la zona oscura del alma de los que “piensan” e investigan el documental, sumiéndolos en una realidad onírica y degradante.
Nos encontramos ante una novela que recoge y reconfigura el legado de las vanguardias artísticas y literarias del siglo pasado. No hay nada nuevo que descubrir en cuanto a su influencia. El autor transita caminos ya recorridos y lo que ha hecho no es más que picar de esta herencia, amparándose en una mirada potenciada mediante una actitud creativa deliberadamente experimental. Por ello, sería un craso error caer en mezquindades intelectuales, tratando de descubrir el tronco genérico del libro cuando este es bastardo en esencia. En lo personal, no me pierdo en las definiciones.
Cuando terminé de leer La casa de hojas, sentí que había sido parte de una extraña experiencia a cuenta de un artefacto literario que amedrenta. Ante esto, la condición lectora te lleva a tomar partido, o bien siendo parte de los aguafiestas que creen saberlo todo o bien aunándome a los que han disfrutado y vivido la novela. Ocurre que los libros llamados a quedar marcan la diferencia y como tales generan opiniones encontradas, y este de Danielewski no es ajeno a este destino.

… 

En SB

martes, octubre 10, 2017


un distrito ejemplar

Sábado en la noche.
Me encontraba recorriendo librerías miraflorinas aprovechando La noche de las librerías. Conseguí algunos títulos que buscaba, no todo, obviamente.
Cuando se suponía que regresaría a casa, recordé que desde hacía varios días venía realizándose la Feria del Libro de Barranco. Entonces, me dirigí a  ese distrito, no con la esperanza de encontrar lo que deseaba, pero sí deseoso de hallar algo más de variedad.
A medida que me acercaba al recinto ferial, este parecía un punto negro en medio de las luces sabatinas de los negocios cerca de la Plaza de Armas. Algo, pues, estaba ocurriendo.
Como ya se indicó en Lima Gris: la municipalidad barranquina decidió cortar el suministro eléctrico de la feria a manera de represalia contra los libreros que no decidieron pagar “un extra”, llámalo coima, a lo que ya habían pagado por participar en los días feriales.
Pude ver la molestia de los libreros, pero ante todo me percaté de la sorpresa e incomodidad de los vecinos del distrito, como también de sus no pocos visitantes, impresión que se reforzó cuando los guardias ediles recibieron la orden de retirar también el grupo electrógeno alquilado por los libreros ante el corte de luz. Bajo todo punto de vista, estaba sucediendo una situación bochornosa, vergonzante, precisamente en uno de los distritos limeños que más se jacta de su legado cultural. No había necesidad de averiguar más, los hechos eran la mejor muestra de lo que ocurría, la tácita explicación y revelación de cómo Barranco asume su discurso cultural a menos que no hablemos de bares, restaurantes y cualquier clase de centro de diversión.
Me retiré.
Sin embargo, recordé que en la mañana del domingo tenía una reunión en La Espiga de Oro. Es decir, otra vez en Barranco. 
Acababa la reunión, que resultó por demás provechosa, me animé a pasar un rato por la feria, creyendo que las cosas estarían ya un poco más calmadas, pero no fue así, la situación no pudo ser menos penosa que la noche anterior: los guardias ediles impedían a los libreros abrir sus puestos. Otra vez el espectáculo vergonzante, ahora bajo el sol: la cruda manifestación de cómo los poderes políticos de turno actúan ante los bienes culturales, recordemos la pasividad de este municipio ante el abuso cometido contra la librería La Libre. Claro, el burgomaestre, el docto en burricie Antonio Mezarina, reaccionaría de otra forma si es que se violenta un chifa, quizá el suyo.

viernes, octubre 06, 2017

un paso más

Fiel a mi costumbre, vi el partido entre Argentina y Perú encerrado en mi cuarto. Mi familia reunida en la sala, en un vaivén de quietud y exaltación, aún más con las salvadas del arquero Gallese. No sé cuántos cigarros acabé, pero sé, al igual que cientos de miles de peruanos, que tenemos un equipo que actúa en base a una idea de juego.
Se consiguió un empate, que no es para nada un mal resultado, y también vimos caer el mito de La Bombonera, que solo es mito cuando el estadio es ocupado por hinchas xeneizes. Pero lo que vimos todos, una vez más, fue la idea de juego que exhibe el conjunto nacional. Este mérito se lo debemos a Gareca, que trabajó con lo que tenía, siendo el responsable del potenciamiento (renacimiento en algunos casos) de más de un jugador satisfecho de la vida pero sin ambición deportiva. Esto es lo que le ha faltado a nuestras selecciones desde las eliminatorias para el Mundial de Japón-Corea 2002. Desde aquel entonces ya contábamos con jugadores que mostraban un nivel aceptable para las competencias internacionales, pero algo pasaba con ellos cuando eran llamados para los encuentros eliminatorios. Carencia de jugadores nunca fue el problema, sino compromiso.
Lo ideal era enfrentar a Colombia ya clasificada. Pero tampoco me sorprende que haya perdido su partido contra Paraguay. Si algo tengo claro es que los futbolistas peruanos y colombianos comparten la misma idiosincrasia: la habilidad de juego y la tara emocional (falta de concentración), letal combinación que no se va a extirpar, pero sí reprimir, como sí lo hizo Gareca con su base de jugadores que obedecen a un sistema que está a un paso de llevarnos a un mundial después de 35 años. 
No hay nada que reprochar a estar selección. Ya cumplió y solo depende de sí misma. 

jueves, octubre 05, 2017


se esperaba más

Tras la lectura de Conversación en Princeton (Alfaguara, 2017), libro en el que se reúnen los diálogos sobre literatura y política que mantuviera Mario Vargas Llosa con el crítico Rubén Gallo durante un semestre académico de 2015, arribo a sensaciones encontradas.
Subrayemos que el recorrido por estas páginas nos revela la vigente lucidez intelectual de una de las plumas más privilegiadas de la narrativa contemporánea. Puede sonar a lugar común, pero no. Si hay algo en lo que Vargas Llosa ha destacado como pocos, es precisamente en la amplitud de su mirada para leer la realidad, sea para fines de ficción, como de interpretación. Alegra ser testigo, una vez más, de su coherencia intelectual (pequeño detalle del que deberían aprender los agrandados de las aldeas literarias), también de su ética creativa que ha cuidado y fortalecido en más de cincuenta años de trayectoria. Gallo, como responsable de este despliegue discursivo del Nobel, dirige las sesiones con rigor y claridad expositiva, abordando tópicos como la teoría de la novela, el periodismo y la política, que incentivan el despliegue de la cultura oceánica de Vargas Llosa. A ellos, se suman los alumnos, que nos brindan acercamientos a los títulos más conocidos del autor, o, en todo caso, aquellos escogidos por Gallo para direccionar la mayoría de estas conversaciones. Pensemos en Conversación en La Catedral, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El pez en el agua y La fiesta del Chivo.
Párrafo aparte merece la participación de Philippe Lancon, periodista sobreviviente del atentado islamista contra el semanario Charlie Hebdo, ocurrido el mismo año en que suceden estos diálogos. Lancon describe al detalle lo que vivió aquel fatídico día: los terroristas ingresaron a las instalaciones de la revista sabiendo que había pocas vías de escape. Tuvo que fingir que estaba muerto y aguantar en silencio la bala incrustada en su cuerpo. No exagero: este testimonio es el inmediato vínculo sensorial con el lector, el toque de sal en las páginas de la publicación.
Sin embargo, tengamos en cuenta que muchas preguntas y respuestas son de conocimiento del lector recurrente de Vargas Llosa. Podríamos asumir que sus respuestas son producto de la impresión primeriza de los alumnos que comienzan a descubrir su poética narrativa. El escritor ofrece nuevos caminos a su obra, como también a su pensamiento (en lo referido a la político, el rol del periodismo hoy y la situación del terrorismo internacional), mas no hallamos información que podamos catalogar de relevante. Tampoco podemos pasar por alto la profunda decepción que sentimos en la sección dedicada a El pez en el agua, cuyas preguntas están marcadas por la obviedad, ni qué decir de las respuestas, muy lejanas de toda motivación a repreguntas que rescaten este apartado que prometía nuevas ideas sobre uno de los libros mayores de nuestro escritor. 
Por lo dicho, se deduce que a Conversación le faltó arrojo, quizá sus interlocutores se vieron eclipsados ante el autor (suele ocurrir, no importa cuán experimentado sea el alumno o especialista). Pese a ello, no estamos ante un libro que decepciona, pero sí ante uno del que esperábamos muchísimo más.

miércoles, octubre 04, 2017

generación del desencanto

Entre las actividades de la Casa de la Literatura Peruana, habría que prestar atención al ciclo Narradores peruanos de los 80: El sonido y la furia, a desarrollarse los próximos viernes 6 y sábado 7 del presente mes de octubre.
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Desde que sigo el desarrollo de la narrativa peruana, no he dejado de preguntarme por el descuido que se ha tenido con la narrativa de la década del ochenta, que vista a la distancia, ha entregado nombres más que atendibles a nuestro imaginario narrativo. Un motivo que nos permita entender esta especie de falta de interés podría obedecer a la inexistencia de suficiente material bibliográfico, que como tal impide realizar un seguimiento adecuado de cómo se desempeñaban los narradores de aquellos años, que como sabemos, fue un tiempo signado por la barbarie, la desesperanza y la violencia que afectaban todas las instancias de la vida social.
Así parezca contradictorio, fue la poesía la que concitó la atención. Al respecto, podemos especular sobre aquel fenómeno, que asociamos a la “facilidad” que existía/existe para la materialización de un poemario. Su naturaleza artesana como destino, que bastaba para los diarios y revistas. Situación distinta si hablamos de un libro, sea novela y cuentario, que demandaba un desembolso económico que muy pocas editoriales y contados autores estaban en condiciones de cubrir. Esto, como primera explicación racional. Sin embargo, no dejemos de lado el ánimo del artista en formación. Había pues que tener la piel dura para seguir en un oficio literario en un país que día a día invitaba a sus hijos a huir de él lo antes posible. En este sentido, me es imposible no preguntarme por aquellos jóvenes interesados en la práctica de la escritura en medio de un contexto que no ofrecía el más mínimo de los estímulos. No son pocos los que desistieron en este afán, pero los que quedaron, los que persistieron, y hay que ser justos, no lo hicieron nada mal.
 Para tener una idea, o un acercamiento a este panorama, revisemos la histórica antología En el camino (INC, 1986), de Guillermo Niño de Guzmán. Su prólogo, “La generación del desencanto” nos ofrece un paneo social y literario, de la situación del escritor que deseaba darse a conocer. Digamos también que no sorprende que el antólogo haya tenido que convocar a muchos autores sin libro publicado, a los que tuvo que leer en revistas literarias de corta vida. Se trató de una actitud arriesgada, mas no tuvo otra opción, había que dejar testimonio y lo hizo mediante cuentos que si los comparamos con la producción de nuestras nuevas plumas, algunas de estas últimas palidecerían de verguenza. Repasemos la nómina: Cromwell Jara, Guillermo Saravia, Siu Kam Wen, Zein Zorrilla, Mariela Sala, Alejandro Sánchez Aizcorbe, Mario Choy, Ernesto Mora, Carlos Schwalb, Augusto Tamayo San Román, Alonso Cueto, Guillermo Altamirano, Rafael Moreno Casarrubios, Walter Ventosilla y Mario Ghibellini.
De esta selección, es evidente el lugar de privilegio que a la fecha ostentan Cueto y Jara. Algunos han elegido transitar el camino del perfil bajo y otros simplemente abandonaron el oficio. Por ello, esta antología vendría a ser una radiografía de época, la misma que tendría que reeditarse y de esta manera ser apreciada por nuevos lectores.
Pienso también en otra antología, valiosa y hecha en la seguridad que depara la distancia del tiempo: Narradores peruanos de los ochenta. Mito, violencia y desencanto (Universidad Ricardo Palma, 2012) de Roberto Reyes Tarazona. Antología pautada por la diversidad temática y cuya riqueza descansa en el amable “peso” de la escritura. Más allá de los tópicos abordados por los autores seleccionados, asistimos a una sinfonía de la escritura. Estamos pues ante una feliz asociación entre la escritura y el nervio temático. Al lector de ocasión le podrán gustar unos cuentos más que otros, eso es indudable, pero lo que no negará es la sensación que transmiten estas páginas: la escritura en serio, ajena a modas narrativas e intereses editoriales.
Tal y como señalamos, Reyes Tarazona fue a lo seguro, aquí sus convocados: Luis Nieto Degregori, Dante Castro, Zein Zorrilla, Walter Ventosilla, C. Jara, Julián Pérez, Teófilo Gutiérrez, A. Cueto, Guillermo Niño de Guzmán, Jorge Valenzuela, Pilar Dughi, R. Moreno Casarrubios, Carlos Herrera, M. Sala, Siu Kam Wen, Fernando Iwasaki y Mario Choy.
Aunque ausentes en ambas antologías, sumemos los nombres Mario Bellatin y Jorge Ninapayta. El primero, reconocido como uno de los escritores más relevantes de la narrativa latinoamericana contemporánea; y el segundo, considerado un excelente cuentista, sin embargo, todavía falta reforzar la difusión de su obra, todo un maravilloso ejemplo de que en Perú los buenos libros son insuficientes para posicionar la poética de un autor. Obviamente, estos narradores no son los únicos que aparecieron en ese decenio, varios de ellos se dieron a conocer después de tiempo, como Javier Arévalo, Carlos Arámbulo, Luis Fernando Cueto, Peter Elmore, Jorge Eduardo Benavides y Mario Suárez Simich.
En otro orden de cosas, subrayemos la carencia de ensayos sobre ese periodo narrativo. Los pocos que he leído solo pueden ser asimilados por entendidos, cuando lo cierto es que estos narradores no necesitan especialistas, sino lectores que disfruten de sus narraciones. Dicho esto, destaquemos un buen aporte para su difusión, el breve ensayo de Subjetividades amenazadas (Cuerpo de la metáfora, 2013) de Carlos Yushimito. Aquí el autor nos invita a indagar en esta generación, reforzando su discurso al incluir los cuentos de tres autores elegidos: G. Niño de Guzmán, “Caballos de medianoche”; A. Cueto, “La venganza de Gerd” y J. Valenzuela, “El secreto de Marion”.
Por lo dicho hasta el momento, se deduce que tenemos una deuda con estos narradores, a lo mejor conforman una generación perdida o, como bien señalan Niño de Guzmán y Reyes Tarazona en sus antologías, una del desencanto. Sea como fuere, considero que es momento de luchar contra el olvido, sin caer en demagogias, porque como toda generación, esta tuvo extraordinarios escritores, como también buenos, regulares, mediocres y pésimos. Lo que me queda claro es que de una posible navegación en ella, no pocos saldrán gratamente sorprendidos.

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En SB

martes, octubre 03, 2017


lunes, octubre 02, 2017

reynoso de vuelta

Si bien es cierto que la obra narrativa de Oswaldo Reynoso (1931 – 2016) es por demás breve, esta no deja de despertar entusiasmo interpretativo y especulativo. A la fecha, cada libro es un potente caudal metafórico, desbordante y sensual en el manejo de la prosa, o como bien comienza a señalarse, la prosa poética que lo identificó como escritor.
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Prestemos atención a lo que se viene diciendo de sus últimas publicaciones, como En busca de la sonrisa encontrada y Arequipa, lámpara incandescente, que sin duda motivarán otra columna de opinión, por tratarse de aparatos literarios (a estas alturas, habría que ser muy arriesgado para ubicarlas en un determinado género), que más allá de gustar o no a los lectores, posicionan a Reynoso como un adelantado a lo que hoy en día se escribe y publica, y no me refiero solo a la narrativa latinoamericana. Ahora que el híbrido/mestizaje genérico parece ser el nuevo cintillo de temporada, es justo consignar que nuestro autor ya lo venía practicando por urgencia de escritura y sin reclamo de patente. Tengamos en cuenta sus últimas declaraciones, al menos puedo dar testimonio de la que me brindó en una entrevista pública que en la quincena de enero de 2016 le hice en una librería local: “Yo escribo, solo escribo, no me importan los géneros”. En la contundencia de esta respuesta, podemos rastrear luces en el último Reynoso, experimental y quizá por ello irregular.
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Si lo último de Reynoso generaba desconcierto, qué podemos decir de los títulos ya instalados en el imaginario del lector. Una breve mirada nos enfrenta a un autor inacabable, rico en temas y avezado en la tensión lírica de la palabra escrita. En tal sentido, no nos debe sorprender que su obra se esté reeditando, y en esta empresa hay para más de un gusto: el Reynoso sensual del lenguaje, el Reynoso político, el Reynoso social, el Reynoso ideológico…
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Uno de sus libros que ya conoce de reediciones es la novela El escarabajo y el hombre, publicada en 1970. Suponemos que se trata de una edición de autor, puesto que esta no nos brinda suficiente información al respecto. Sin embargo, poco o nada importa, porque el libro, sin tomar en consideración su evidente valía literaria, hace alarde de una belleza artesanal que lo convierte en un objeto de lujo, y por qué no decirlo, también histórico. Una novelita, a primera impresión, de aliento sicodélico, que vemos en la secuencia visual de sus primeras páginas, a cargo de Jesús Ruiz Durand, seguramente a modo de radiografía de época en que se dio a conocer la publicación.
Sobre esta novela se teje una de las leyendas literarias locales más conocidas y celebradas: fue silenciada por los críticos literarios de la época. ¿Por qué?, se preguntará el falso reynosiano, pues fácil: en la noche de su presentación, en el bar Palermo, nuestro autor mandó a la mierda a todos, “pero a todos”, los críticos literarios del país. Lo dijo de pie sobre una mesa del bar luego de que su amigo, el estupendo estilista Eleodoro Vargas Vicuña, presentara la novela sin hablar de ella. Se entiende el contexto, la fiebre de la presentación venía pautada por interminables litros de alcohol. El seguidor de Reynoso sabe al detalle de esta presentación y no vamos a negar que era todo un gusto escucharlo cuando la contaba cada vez que podía, sin importarle las omisiones y exageraciones de su memoria.
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Como ya se indicó, esta novela ha sido reeditada/rescatada más de una vez. Recuerdo la edición de Editorial San Marcos de 2001 y la de Casa Tomada de 2009. Y en estos días se suma la realizada por la editorial arequipeña La Travesía, que la anuncia como la versión “definitiva”. Esperemos aquí encontrar la secuencia visual de JRD, ausente en las ediciones de los sellos antes mencionados.
Ante ello, la relectura se impone para dar fe de lo obvio: la vigencia de la novela, pero también la relevancia del magisterio del autor, relevancia muy pocas veces advertida y que tendría que empezar a difundirse, en especial para todo aquel que pretenda escribir ficción: el lucimiento técnico de Reynoso. Es decir, su carácter pedagógico para contar.
No solo asistimos a una novela que proyecta algunos de los tópicos recurrentes en la obra reynosiana, como la frustración, la desidia y el desamor. El escarabajo y el hombre se ambienta en uno de los espacios por excelencia de su poética: el bar, en donde un joven le cuenta a su profesor de lengua y literatura sobre los asuntos existenciales y emocionales que le carcomen a su tierna edad. El profesor (El Profe) escucha, indaga en el relato del joven, pero no escuelea. El Profe es, sencillamente, un amigo, una suerte de hermano mayor al que el joven busca para desfogarse. A la par de este relato, se desarrolla otro: el diálogo entre dos jóvenes “pirañitas” que son testigos del paso de un escarabajo que empuja una bola de excremento de un extremo a otro de la carretera. En este diálogo, participamos de un homenaje del autor a las Fábulas de Esopo. No es gratuito este tributo, puesto que mediante la alegoría Reynoso puso en bandeja una férrea crítica social que se engarza con la cita de William Blake que sirve de epígrafe. Reynoso, pues, sabía criticar y en estas páginas hay una crítica abierta al sistema de época y que la relectura nos permite ver que esa crítica muy bien puede justificarse en estos tiempos.
En estas páginas percibimos a un Reynoso recargado, nos basta con la voz del narrador presente en las dos historias, esa voz que no solo conduce, sino que otorga un peso reflexivo, es decir, el tejido del nervio conceptual que eleva la anécdota a categoría de dimensión humana. Lo que en voces menores serían huevadas poseriles, en Reynoso es trascendencia, actualidad y, obviamente, discusión. No podemos hablar de Reynoso si lo que leemos de él no nos lleva a la discusión, a esa parcela interpretativa e impresionista de la poslectura, cualidad que solo exhiben los libros posicionados como clásicos.
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Nos encontramos ante un clásico de la narrativa peruana, pero un clásico sin la contundencia que merece. Y eso es lo extraño, puesto que nos hallamos ante un libro más mentado que leído, cuando lo cierto es que aquí estamos ante un autor al que no solo admiramos por su talento natural para escribir, sino del que podemos aprender a cómo, por ejemplo, estructurar una novela corta sin caer en las ciénagas del anecdotario, a rehuir de la verbalidad idiota que se vende como callejera. Estas páginas son también el testimonio de Reynoso en su condición de Profe de narrativa. Por ello, ante el fracaso del lugar común que guía la difusión de la novela, considero que esta tendría que enfocarse en lo que es: una novela de culto para escritores, para lectores ya formados a la búsqueda de un aprendizaje literario, no más como una novela de jóvenes atribulados por la vida, la carencia económica y la frustración.
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Encontramos dos influencias muy marcadas, tanto en lo estructural como en lo temático: nos referimos a Viaje hacia el fin de la noche de Louis- Ferndinand Celine y El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. El escarabajo y el hombre es una bendita mutación de ambas novelas, con jóvenes que son y no son jóvenes, que echa luces gracias un andamiaje narrativo que en su complejidad pasa inadvertido para el lector, lo cual es un triunfo, o llámalo también experiencia literaria.
Y claro, El escarabajo y el hombre es también una prueba más del mundo que nunca dejó de interesar a Reynoso. Hablamos de un mundo juvenil marginal, que le bastaba y sobraba, muy lejano de la galaxia juvenil rubricada por la plasticidad material. Lo dice en la novela:
“Pero son más sinceros que muchos universitarios que ya tienen hecha su vida con la profesión que siguen y hay que verlos habladorcitos, decididos a todo para cambiar la sociedad, pero luego cuando ya han conseguido su título se olvidan de todo y son capaces de las más grandes traiciones con tal de tener un poquito de plata”.

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Publicado en SB