viernes, diciembre 28, 2018
Días atrás terminé de leer la reedición
del mítico poemario Este es mi cuerpo del
trujillano Lizardo Cruzado. La publicación viene a cuenta del sello Pesopluma,
que en silencio está conformando un catálogo a tener en cuenta.
Son varias las inquietudes que genera
esta lectura. Algunas de ellas positivas, otras negativas. Entre las primeras,
no cabe duda de que estamos ante uno de los pocos libros en la historia de la
literatura peruana que testimonia de aquello que pocas veces vemos: la
contundencia y hechizo del talento natural.
Como bien se señala en los textos de
Manuel Fernández y Beto Ortiz (reproducción del prólogo de la primera edición
de 1996 a cargo de Camión Editores), Cruzado la rompió y construyó una leyenda
mediante poemas que mostraban un componente que hoy, a la luz de la catástrofe
de la poesía peruana última, transmite frescura y cuestionamiento,
es decir, son poemas que no se traicionan, escritos bajo la seguridad de quien
se sabe que tiene el don pero que no lo transmite chapoteando en el lodazal del
enseñoramiento (he ahí cuando el vate señala lo de “realismo chistoso”). Hay
pues un ánimo, que sería más o menos el siguiente: tengo talento pero no me la
creo. Ese es el “secreto” de Cruzado, su involuntario mensaje para las nuevas
generaciones: la desahuevina urgente que deben chupar muchísimos poetas menores
de 25 que escriben como si estuvieran bañados en formol, ni hablar de aquellos
jóvenes poetas de treinta y pico y cuarenta y tantos, carentes de autocrítica y
alucinados de falsa grandeza.
Si bien la publicación refleja vigencia,
esta no es contundente como pensaba en principio. Los años han pasado y han
dejado su rasguño en la mayoría de los poemas, incluso en los emblemáticos,
algunos: “Para M.M.”, “Papá” y “Vosotros sois”.
Tampoco es para hacerse dramas. Estamos
ante la vuelta saludable de un poeta al que le habíamos perdido la ruta. Eso es
lo que en verdad importa, saber que ha estado escribiendo y que próximamente
publicará otro libro. Estaremos atentos.
jueves, diciembre 27, 2018
mafias ocultas
Lo he escuchado hasta por gusto este
año, más de lo habitual: la existencia de las argollas, las culpables de que la
literatura y la cultura de este país no tengan dignos representantes.
Claro, cada vez que se habla de ellas,
se piensa únicamente en el terreno más visible de su realización: la prensa
cultural. Muy fácil: para nadie (pensante) es un secreto la función
relacionista que identifica a la prensa cultural desde hace muchos años. Por
eso, salvo excepciones, es habitual ver en ella peculiares cruces de poderes en
los que el objetivo es el posicionamiento del producto de una marca mayor o el de
la que esté mejor relacionada. Esto es detectable en distintos grados y es más
que saludable que se hagan todos los señalamientos posibles. Más de un
indignado estratégico ha sacado provecho de ello. Pero haríamos bien en prestar
atención a las otras mafias y argollas, más silenciosas y que se justifican con
el dinero público, las cuales podemos ver en toda su magnitud en las ramas del
Ministerio de Cultura. Ahí, para denunciar el manejo del recurso público parece
no existir indignación alguna, menos el más elemental espíritu crítico. Obvio,
rige el principio de no meterse con aquello con lo que tarde o temprano podría
beneficiarte. Ni hablemos de las universidades públicas, últimamente copadas
por cabildos académicos que posicionan profesores mediocres que no gozan de la
anuencia del alumnado, que se ha dado cuenta de que en esas designaciones hay
cualquier cosa menos meritocracia por capacidad.
Por ello, para este 2019 espero que
nuestros representantes de la reserva moral del pensamiento nacional puedan
despercudirse del atarantamiento y que comiencen a sacar lustre al pensamiento
crítico coherente, ajeno a los intereses ocultos. Caracol también se los
agradecerá.
miércoles, diciembre 26, 2018
conflictos superficiales
Mañana de miércoles, me despierto con la
esperanza de que ya sea 2019 y así volver a la normalidad. Pero no. Aún faltan
horas y días de forzada buena onda.
Antes de ponerme a leer, tengo algunas
horas que las pienso invertir en lo último de Alfonso Cuarón, Roma, que viene generando comentarios encontrados,
hecho que me parece positivo puesto que propicia discusión. Sin embargo, en esa
dimensión opinológica veo también el brote de un discurso huachafo, la presencia
conservadora que se delata en la geografía de su hipocresía.
Inevitable, pues, no haber leído en
estas últimas horas algunos artículos que especulan sobre el destino de las empleadas
que nos criaron de cuando éramos pequeños. Eso, empleadas, no nanas, como viene
imponiendo el pensamiento correcto si uno va a expresarse en público. Hay, sin
duda, toda una hipocresía que se disfraza de añoranza pero que se estrella en
la cruda realidad del presente. A saber, ¿acaso estos bienpensantes
letraheridos no se han dado una vuelta por los parques y los malecones, cosa
que son testigos de cómo tratan a las empleadas cada vez que sacan a pasear a
los niños? ¿No han visto cómo las visten para el divertimento de los
moqueantes? ¿No merecía esa nostalgia una lectura de la actualidad de miles de
mujeres que siguen siendo tratadas como ciudadanas de sexta categoría?
Bienpensantes letraheridos que revelan
no solo su desconexión con la realidad inmediata, sino también la
superficialidad de sus conflictos.
martes, diciembre 25, 2018
mezquindad
Uno de los aspectos más positivos que le
ha podido suceder a este país tan divorciado del sentido común ha sido el
trabajo desempeñado por los fiscales y jueces que han decidido poner orden en
la administración de justicia en los sonados casos de corrupción. Lo que
estamos viendo en los últimos meses es percibido por la población como una
suerte de milagro, una experiencia que nos hace pensar en que la corrupción y
el delito pueden ser sancionados.
Por ello, los señalamientos que viene
recibiendo Domingo Pérez no es más que una campaña de desprestigio que obedece
a un complejo imbécil: buscar la falla o el posible error en quienes vienen
ejerciendo una labor no solo intachable, sino también admirable. Se impone el
sentimiento menor, que en este caso pretende pintarse como limpio. Veamos: se
corrió el rumor de que Pérez había cometido plagio en su tesis, luego este
aclara lo que corrió como plagio. En
este sentido, se infiere que su tesis no es la gran cosa y no tiene que serlo
para marcar la trayectoria profesional de un fiscal que ha hecho mucho más que
aquellos que desde sus puestos académicos solo parasitan y que en años de
intermitente ejercicio su impacto en la sociedad ha sido nulo o, mejor dicho, ha
pasado desapercibido. De esta gracia alimentada del sentimiento se valdrán las
bancadas congresales (Fuerza Popular y el APRA), atentas a la protección de sus
patrones, aprovechando las más mínimas fisuras para construir una narrativa de
desprestigio contra los hombres y las mujeres que están sumando a que este país
no se convierta en la chacra de los aviesos, corruptos y especímenes parecidos.
sábado, diciembre 22, 2018
berrinche delirante
Si algo quedará para recordar de este
año, no será su producción literaria. Creo que no ha habido publicación alguna
que se haya impuesto como la más importante, sin contar, claro está, rescates y
reediciones. Lo que sí recordaremos, y fácil con una sonrisa socarrona mientras
te das un descanso de las actividades que importan, será el afán de
posicionamiento de no pocos narradores y poetas locales.
No lo vamos a negar. Ha sido una locura,
suerte de festiva inmadurez que no respeta ni siquiera la edad. Absolutamente
todos han caído en las garras húmedas del querer parecer, aunque sea por tentadores instantes en dirección a la
ventanita de admisión al reconocimiento fugaz que anhela hasta el lector sin
voz, incluso el poetastro quemado que nació en el país equivocado, pero que es
el suyo a fin de cuentas.
Todas las intenciones por el entendible
reconocimiento han naufragado por culpa del apuro que hemos podido ver en los
textos. Cuando estas intenciones no generan el rédito inmediato, brota el
discurso indignado, la toma de posición moralista ante lo que se considera una injusticia
a cuenta de las argollas, mafias en medios, contubernios aviesos, que por
supuesto existen y que hay que petardear. Sin embargo, no pocos de estos “indignados”
conforman argollas y mafias, sea en medios y en la academia. Lo que en verdad
fastidia no es la supuesta falta de atención, sino la ausencia del
reconocimiento real: el saludo del lector.
No es lo mismo un lector satisfecho,
aunque sea a medias, que cien likes
en un post de Facebook o cincuenta rebotes en Twitter. Ese es parte del
problema: creer que la vida real es una extensión de la vida virtual. Cuando
estas dimensiones entran en conflicto, somos testigos del acontecimiento: el berrinche
delirante, es decir: la emisión del reality, que en sus distintos episodios,
algunas veces simultáneos desde distintas partes del mundo, nos alegran durante
el desayuno, también el almuerzo.
miércoles, diciembre 19, 2018
año de las mujeres
No es que pensara dejar de postear hasta
el 2019, sucede que en estos días, aparte de convertirme en el ser más
intolerante, debo cumplir algunos recados, como imagino debe sucederle a todo
el mundo. En esos asuntos me encuentro y, claro, también leyendo mucho y viendo
todas las películas y series que el tiempo me permita.
Sin embargo, ciertas cosas llamaron mi
atención en las últimas horas a razón de algunas preguntas y comentarios que me
hicieron llegar.
Más allá de los balances literarios que
veremos en los próximos días, si tuviera que definir este 2018 en materia
literaria, lo calificaría como el Año de las Mujeres.
Obvio, hemos visto que muchas autoras
han publicado, y eso es positivo, mas no habría que caer en la demagogia,
porque no todo lo publicado puede ser calificado de maravilla. Nada más lejos
de mí que la forzada homologación de la calidad pautada por el género y las
cuotas.
Pues bien, cuando pienso en las
escritoras peruanas, lo hago también en función a que este año he percibido una
solidaridad consecuente en ellas, la cual ha horadado la barrera del hipócrita
apoyo silencioso. Hemos sido testigos de cómo los miedos, el llamado “roche”,
han ido desapareciendo ante la fuerza de una causa común: denunciar al
acosador, condenar al maltratador, humillar al semiviolador, dinamitar al violador
y otras manifestaciones de justicia.
De lo visto en estos meses, destaco el
reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar, “Reynaldo Naranjo: una historiade terror en París”, que hace unas horas acaba de ganar el Premio Nacional de
Periodismo en la categoría de Periodismo Escrito. Se trata de un texto
histórico por su valor moral y también porque permitió proyectar una
metodología para denunciar al maltratador de mujeres.
No
es novedad lo siguiente: no existe autora peruana que no haya sido vista como
un plato de carne. Ha habido una seguidilla de abusos por cuenta de plumas que,
valiéndose de su prestigio literario, académico y periodístico, han creído que
tenían carta libre para dar rienda a sus bajas intenciones en estado de
impunidad. Felizmente, estos representantes de la excrecencia ya están identificados,
como aquel autor intocable que acosó día y noche a una amiga escritora, del
mismo modo el striper del Skype que pontifica desde su desprestigio…
Reportajes como el de Wiener y Salazar
señalan el camino: la denuncia debe ir acompañada de una narrativa, la
formulación de un caso que permita filtrar lo que debe ser expuesto y lo que
no.
viernes, diciembre 07, 2018
no recuento / reediciones
Ya estamos en diciembre y no son pocos
los que se preguntan por los balances de los recuentos. Hay quienes curiosean
por la mejor novela, el poemario menos malo, el cuentario más destacado y otras
hierbas. De alguna u otra manera, esta especie de repaso resulta todo un acontecimiento
para nuestro pueblito literario, siempre a la expectativa del desenlace y listo
para la celebración farandulera de la que somos testigos, vaya novedad, en las
redes.
Conozco a varios que ya están armando
sus selecciones y, como es de suponer, me preguntan por la mía. Al respecto, no
sé qué decir porque no he barajado la idea de hacer uno. En este 2018 no le he
dedicado el tiempo suficiente a la literatura peruana, por ello, considero que
un balance mío sería insuficiente y sesgado, en comparación a mis balances
anteriores, auténticos sabanones de 30 mil palabras. Lo que sí haré, algo que
el lector del blog ya se dio cuenta, es comentar lo que vaya leyendo y merezca
ser consignado en este espacio. Por ejemplo, me gustaron mucho las reediciones.
Hay no pocas cosas para destacar, por ejemplo: Adiós, Ayacucho de Julio Ortega, La trampa de Magda Portal, Al
final de la calle de Óscar Malca, ¿Qué
tengo de malo? de María José Caro, En
octubre no hay milagros de Oswaldo Reynoso, Nunca sabré lo que entiendo de Katya Adaui, Dichos de Luder de Ribeyro, El
susurro de la mujer ballena de Alonso Cueto, El enano de Fernando Ampuero, París
personal de Marco García Falcón, Maldita
sea de Julie de Trazegnies, Este es
mi cuerpo de Lizardo Cruzado… Visto de lejos, estamos ante una lista previa
muy atractiva, entre títulos canónicos y aquellos que han sabido abrirse paso
gracias a la legitimidad de los lectores, que es lo que importa. Las reseñas y
entrevistas contribuyen a la difusión, pero son los verdaderos lectores,
aquellos que no se dejan atarantar por las trampas de la promoción, los que
deciden la vigencia de una publicación. Sin la coherencia entre difusión y
lectores, nada existe, solo pura basura que transita por los saldos feriales.
jueves, diciembre 06, 2018
dos novelas y un cuentario
Dos novelas y un cuentario peruanos. Sus
autores: Gustavo Faverón, Luis Hernán Castañeda y Juan Manuel Robles.
Comencemos por Robles, que tras el éxito
crítico de Nuevos juguetes de la Guerra
Fría tuvo la valla muy alta en relación a lo próximo a presentar. Ahora dejó
las distancias largas para enfocarse en las medianas (el relato largo), que
como tales demandan exigencia formal, es decir, dominio de los mecanismos
internos de la relojería narrativa, que cumple con creces en No somos cazafantasmas (Seix Barral,
2018), en el que recurre a la piedra angular de su proyecto creativo: la
memoria. Lo que no veremos del autor es un mal texto, los siete que componen la
presente publicación son testimonios de su pericia narrativa (a saber,
“Memorias de la China”, el homónimo del libro y “Constelación nostalgia”), pero
también un reflejo de sus límites. Los cuentos satisfacen a medias, puesto que
el lector queda con una sensación semivacía, como si hubiese preferido un mayor
desarrollo, impresión que nos lleva a aseverar que el autor transita a placer
en maratones, certeza a la que arribamos al desmenuzar sus estructuras para
saber que estamos ante novelas encapsuladas.
Con Gustavo Faverón esperábamos un salto
de garrocha en cuanto a su primera novela El
anticuario, que fue un muy buen debut para un autor no tan joven. Sin
embargo, las expectativas para Vivir
abajo (Peisa, 2018) no superan el entusiasmo de los excesos que condimentan
a las innumerables reseñas delivery que acompañan a la publicación. Cualquiera
que las lea creerá que está ante una obra significativa. Faverón nos entrega
una novela con pretensiones sobre el tema y el discurso de la violencia. Para
tal fin se vale de todos los recursos discursivos que nos permitan entender al
protagonista George Bennett, un cineasta norteamericano que carga un desarraigo
existencial. No vamos a desconocer la inteligencia con la que se realizó el
andamiaje estructural. Faverón, al igual que en su libro de ficción precedente,
demuestra inteligencia narrativa, pero lamentablemente esta no asegura
experiencia literaria. Hace falto algo
y ese “algo” no es otra cosa que nervio narrativo, no solo en los hechos de las
tramas y subtramas, sino también en la misma narración. Bien lo decía Cortázar:
el estilo debe captar la esencia lo real. Demasiadas páginas sin luz, puro
cartón adornado. Hay que escribir desde la sencillez anímica, esa es la única
manera en la que cualquier escritor siempre tendrá algo que decir.
No tengo la más mínima duda de que
Castañeda es uno de los autores más relevantes de la camada de narradores
peruanos del nuevo siglo. A estas alturas, no cometeremos el error de mezquinar
su oficio, menos la construcción de su prestigio. Su última novela, Mi madre soñaba en francés (Alfaguara,
2018), está catalogada como la mejor de su producción, que en lo personal veo
como un craso error porque su mejor novela aún no la escribe (publica). En esta
entrega Castañeda nos ofrece un viaje interior a la memoria y los vericuetos
emocionales de Juan, un peruano que ve en el aprendizaje de idiomas el medio
para hallarse en su mundo, la
geografía emocional que lo ha posicionado como un no contactado de sí mismo.
Este tránsito por la geografía lleva
a nuestro narrador a una ambición que como tal solo genera revelación por momentos.
De esta empresa, aplaudimos las páginas (felizmente no pocas) dedicadas a la
configuración de Stephanie, prima de Juan. El problema con la novela yace en su
innecesaria extensión, que resiente algunas dimensiones que nos presenta (lo metaliterario,
lo político y la identidad), dejándolas en un injusto vacío, en una falta
de cierre que no solo afecta las situaciones, también las parcelas éticas y
morales de sus personajes. Tampoco pensamos que la solución haya sido la
brevedad, solo hizo falta una condensación y crecer en ella.
miércoles, diciembre 05, 2018
moda: agredir mujeres
Vengo recorriendo la discografía de
Queen en orden cronológico. Ayer martes fue el turno de Jazz (1978), en donde encontramos un par de maravillas: “Fat
Bottomed Girls” y “Don´t Stope Me Now”. Claro, estas dos canciones no
justifican el álbum, que tiene otras igual de conocidas, como “Bicycle Race”.
Lo escuché cuatro veces, para la última ocasión me disponía a hacer algunas
anotaciones del álbum cuando me entero de un suceso que, bajo todo punto de
vista, debió generar una inmediata condena social, en especial en aquellos
representantes de la superioridad moral local, tan atentos al señalamiento
ético siempre y cuando el infractor sea un derechista ultramontano.
El video que verás a continuación (aquí)
es protagonizado por el Rector de la PUCP Marcial Rubio. Como no tengo del todo
claro a qué se debe la razón de la protesta llevada (exceso en el cobro de
pensiones, se dice) a cabo en la rectoría de esta universidad, poco o nada
puedo decir. Sin embargo, somos testigos de cómo un hombre pierde los papeles, que
en fugaz estado de vesania empuja a dos mujeres.
Una actitud condenable, por supuesto.
Pero más condenable es el silencio que al respecto manifiestan nuestros
conspicuos representantes de la izquierda local. Pregunto: ¿qué hubiese
ocurrido si quien agredía a las estudiantes fuera un símbolo de la derecha? Fácil:
lluvia de azufre sobre el desgraciado. Pero eso no ha ocurrido, porque el
agresor es nada menos que un zurdo relacionado y con poder, uno de mentón
alzado y “valentía” cobarde. No es la primera vez que el silencio cómplice de
nuestros maravillosos pensadores se hace presente, tampoco será la última en
que uno de ellos agreda físicamente y verbalmente a una mujer.
Han pasado suficientes horas para que el
rector pida disculpas. Pedir disculpas, reza el dicho, no hace menos a
cualquiera. Lamentablemente, ofender y violentar mujeres se ha convertido en
una moda.
martes, diciembre 04, 2018
cuento
Hace unos días recibí un mail en el que se
me preguntaba si podía participar en una encuesta sobre los mejores cuentos en
español de los últimos cuarenta años. Esta encuesta corría a cuenta de una
entidad costarricense. No lo pensé mucho, solo tenía que consignar el título
del texto y el nombre del autor. Debía escoger cinco. Obvio, número pequeño
para lo mucho que uno tiene que mencionar.
Imposible no recordar una encuesta
literaria que se hizo años atrás a razón de una antología consultada sobre
poesía peruana. Más allá de la metodología empleada por sus autores, quedó
claro que el resultado de la encuesta trajo muchos sinsabores a los poetas que
no fueron incluidos en esta o que no lograron el puesto que creían merecer.
Sobre esa antología dije lo que pensaba, pero también aprendí algo a usar en mi
vida personal: no volver a hacer selecciones de ningún tipo en base a autores
(y personas) vivos.
Trato de mantener ese principio, además,
me he dado cuenta de que no solo los limito al ámbito literario. Sumas y
restas, esta opción me ha llevado a evitar muchos problemas. Pues bien, una
breve mirada a mis cinco textos seleccionados para la encuesta sobre cuento me
arroja una situación a considerar: ¿qué pasa si entre los seleccionados hay uno
que está vivo, además de joven?
En mi pequeña lista hay un autor vivo.
Debía sacarlo, pero volví a releer su cuento. La contundencia fue mayor a
cuando lo leí por primera vez, es un cuentazo. Apunta, carnal: “Asiático” de
Federico Falco de Argentina.
A nadie que lea y guste del cuento le va
a sorprender que la tradición argentina en cuento es rica en grandes autores. Sobre
esta tradición conversé años atrás con Luciano Lamberti, estupendo escritor
argentino con el que participé en un conversatorio en la Feria del Libro de Los
Olivos (¿o Lima Norte?, no recuerdo bien). De lo mucho que dijo, ante un
auditorio a reventar: el autor argentino siempre está en permanente estado de
negación. Pensé en Ribeyro. ¿Ves? Por ahí debe andar nuestra solución.
lunes, diciembre 03, 2018
"una ciudad para perderse"
De las publicaciones peruanas recientes
que la vienen rompiendo, sin duda alguna: la novela Una ciudad para perderse (Animal de Invierno, 2018) de Mayte
Mujica.
La leí hace algunas semanas y decidí
mantener silencio a manera de estrategia: no podía perderme el show de la
envidia contenida de no pocos chancateclas locales, atribulados testigos de lo
que a duras penas pueden conseguir mediante el lustrabotismo y la edificación
de una imagen impoluta en redes sociales: lectores.
A ese objetivo al que debe aspirar
todo escritor. Quien crea que por firmar en un sello grande, por ganar algún
premio o por aparecer cuantas veces sea posible en las fotos de los saraos
literarios, ya tendrá lectores, pues está fumando un dedo de momia de orégano y
culantro. Lamentablemente, muchos creen que ese es el camino y no podemos hacer
nada (salvo reír) cuando somos involuntarios testigos de sus berrinches (post
moralistas en Facebook, por ejemplo) ante las irrefutables pruebas de la
realidad de sus libros (9.90 soles / 40 % de descuento / ¡A mitad de precio! /
19.90 soles…).
En Una
ciudad para perderse notamos la tersa administración de los registros y
temas que la autora aborda. No solo asistimos a la historia de una pareja que
atraviesa el sendero de la separación, también a la del abuelo de la narradora
protagonista. Es precisamente en este cruce de dimensiones temporales que Mujica
demuestra su raza de escritora: la facilidad para relatar un presente emocionalmente
convulsivo y ligarlo a un pasado familiar que incluso nos proyecta a frescos
históricos y políticos que transitan principalmente por el siglo XX peruano. (En
otras plumas, y vaya que ya lo hemos visto, un cruce de registros devenía en
zafarrancho expositivo, ni hablar de su huachafa impostura.) En lo que sí tenemos
que subrayar el señalamiento: la poca verosimilitud de la crisis de la pareja,
allí el silencio frustrante no cumple su cometido: la conmoción. Mujica contuvo
más de la cuenta y no supera la mera descripción de gestos. Esperemos que en el
futuro pueda dinamitar ese bache. De hacerlo, muchos escribirán y publicarán
para ser segundos.
contra la conchudez
No hay nada mejor que empezar un lunes
con noticias que nos reconcilien con el sentido común.
Para variar, me levanté tarde y lo
primero que hice fue prepararme café y saludar a Onur, mi falso pekinés. Leí un
rato el libro de una poeta chilena, el cual me gusta. Después me conecté a
Internet para ponerme al día con los vaivenes nacionales e internacionales. La
noticia excluyente, la que marcará el discurso de las redes y la vida real: el
gobierno uruguayo negó el pedido de asilo al ex presidente peruano Alan García.
Lo que pretendió García fue tomar el
pelo a la comunidad internacional, hacerse pasar como un perseguido político
cuando lo cierto es que existen atendibles sospechas razonables sobre su
participación y conocimiento de los actos de corrupción durante su segundo
gobierno.
Más allá de estar o no de acuerdo con el
accionar de la Fiscalía, dice mucho lo que vemos: ex presidentes y recientes
dueños políticos del país en la cárcel. Alivia, pues, saber que tarde o
temprano la justicia ejerce autoridad contra quienes se aprovecharon de su situación
de poder para lucrar por encima de los intereses del país.
García era la metáfora de la impunidad. A
saber, mi generación creció con un criterio putrefacto, y encima celebrado por
millones de idiotas: para destacar y avanzar en la vida había que ser un gran
pendejo, un vivazo, forjar contactos y cagarse en la decencia. Es decir, había
que ser conchudo. Esta cultura de la conchudez ha hecho más daño de lo podemos
imaginar. Será difícil erradicarla en el corto plazo, pero ejemplos como este,
en donde vemos contra las cuerdas a un intocable, un poderoso de las relaciones,
es saludable. Un pequeño mensaje de justicia, sí, pero por algo se empieza.
flojera
Mañana de domingo, la previa al partido
de la primera semifinal entre Alianza Lima y Melgar (épico empate). Me pongo a
leer todos los artículos y notas sobre el estupendo escritor español Manuel
Vázquez Montalbán, textos que aparecen a razón de los quince años de su muerte.
En más de una ocasión le he dedicado a MVM posts en este blog y como no podía
ser de otra manera, repiqué algunas páginas de una de sus novelas más
conocidas, Los mares del Sur.
La impresión y el asombro siguen siendo
los mismos de cuando lo leí por primera vez, pero también me resulta inevitable
no someter lo leído al vuelo a la comparación, de paso preguntarnos una vez más
por qué aunque sea no tenemos un amago de tradición de novela policial y negra.
Como lector y aficionado a este género
narrativo, cada vez estoy más convencido de que mediante el mismo es posible
“explicar” la actualidad de una sociedad, porque su recreación genera también
una reflexión sobre la misma. No es para menos, el policial es tan plástico que
permite el tránsito de recursos ortodoxos y mestizos, es decir, deviene en
riqueza interpretativa. Claro, no es que pretendamos tener otro MVM, menos
esperar la aparición de un Richard Price. A lo mejor el futuro de este género
no esté en la narrativa, seguramente en el cine, las series, incluso el teatro.
Sobre este vacío conversé hace un par de
semanas con un amigo que escribe. No hizo falta que diéramos muchas vueltas
sobre el asunto, la razón es tan cantada y evidente como una novela que pasa
como bien escrita gracias a la mariconería verbal y la recurrencia por tópicos ajenos al realismo (solo aquí: el
aburrimiento como epifanía): el escritor peruano anda muy ahuevado en el “parecer”,
por eso es ocioso. Tal y como señalamos en un post pasado, ¿no les sorprende,
entre no pocas barbaridades, que muchos de nuestros personajes sean escritores
sin dimensión humana, sin complejos ni mierda emocional y otras hierbas de la
pose gandul? La petición de entonces, y también de ahora: salir a la calle,
basta con mirarla y escucharla. Algo saldrá si en verdad lo tuyo es la
escritura como fin en sí misma.