martes, septiembre 30, 2014
Ayer en la tarde, mientras me dirigía de
Miraflores a Quilca, pensaba en lo difíciles y necesarios que son los cambios.
En alguna parte escuché lo siguiente, y la verdad es que no quiero saber más de
lo que escuché, seguramente porque quiero evitar cierta decepción al constatar
que lo escuchado provino de un segmento de telenovela visto al paso o de alguna
persona innombrable que tuvo un chispazo de lucidez. Sea cual sea la
procedencia de la idea que pensaba ayer en el Metropolitano, no me cabe duda de
que las mejores decisiones son las más difíciles de tomar, las que en esencia
te taladran y generan dolor, pero que traen consigo dosis de tranquilidad y
mucha paz.
Mientras iba al Centro Histórico, me
sentía entre el alivio y la incertidumbre emocional. Necesitaba pues hacer algo
que me sacara de esa frontera gaseosa de vitalidad y marasmo, algo habitual,
que me demandaría algunos minutos demás pese al retraso que ya tenía. Entré al
Dominos de La Plaza San Martín, pedí un café cortado y empecé la lectura de un
libro que venía postergando desde hace unas semanas, uno de esos libros que te
ayudan a cartografiar las novelas que ya has leído, novelas que no pertenecen a
tu tradición, novelas abordadas en el libro y que conoces en su mayoría.
En El
leve ruido del piso de arriba (Ediciones UDP, 2014) del crítico Frank
Kermode, encuentro tres factores que exijo de los críticos y que muy poco veo
últimamente en los críticos: estilo, sabiduría (llámese también rigor generoso)
y, en especial, sencillez.
Como señalé, conozco muchas de las
novelas inglesas que aborda Kermode, entonces qué es lo que me llevará a
indagar más de ellas en los próximos días, en las siempre necesarias relecturas.
Sin duda, la mirada y atención del crítico, que abre senderos, que profundiza en
lo no escrito para revelarnos instancias que en nuestro primer acercamiento de
las novelas pasaban desapercibidos. Pienso en Kermode, Bloom, Steiner, Woods,
en Domínguez Michael, pienso en su atrevimiento, en el riesgo sobre seguro, en
no conformarse con las etiquetas del mercado, que nos acceden a otra instancia,
que colocan los adoquines por los que transitarán los próximos clásicos de la
narrativa contemporánea.
lunes, septiembre 29, 2014
domingo, septiembre 28, 2014
144
Salí de la librería y me puse a caminar
por ciertas calles circundantes a Quilca.
Caminaba despacio, fumando, en dirección
desconocida, aparentemente desconocida, porque conozco el Centro Histórico como
si fuera la palma de mi mano. Tenía suficientes cigarros, cosa que así evitaba
la angustia de no tener que fumar. Es que es así: me alejo de las adicciones
teniéndolas cerca, mientras más a la mano, no siento la necesidad de echar mano
de ellas, porque la ansiedad la puedo controlar.
*
Hace algunas noches también caminaba por
estas mismas calles, mi idea era cruzar la Plaza San Martín y dirigirme a un
bar que más de uno me viene hablando. La mejor manera de conocer los bares,
como quien va al vuelo, es hacerlo solo, como estudiando el terreno, viendo con
calma los tragos de la carta, sin ese apuro de pedir como si conocieras los
tragos y sus precios. Varias puntas me habían hablado de Olvídate Bar, me
decían que era muy bueno, que a ciertas horas de la noche, horas avanzadas de
la noche, podía apreciarse el reflejo dorado de los postes que rebotaban dentro
del bar desde los adoquines de la calle. Me llamaba la atención el bar, con
mayor razón ahora que Pamela, días antes, me había dicho que se trataba de un
lugar simpático, pero hipster.
Pamela conoce mejor que yo estas calles
y siempre le hago caso, o tomo en cuenta su opinión, en especial cuando me
habla precisamente de esos lugares que a uno le mencionan con relativa
frecuencia. Me dirigía al bar, cruzando la Plaza San Martín, siendo testigo de
los personajes que pueblan la plaza, desde poetas proletarios hasta un pelotón
de tracas que te llaman silbándote; escuchando las arengas políticas de los
eternos opinantes políticos de izquierda periclitada que sueñan con la
revolución armada, observando a los turistas que quieren tomarle una fotografía
a la llamita colada en el monumento al libertador. Caminaba pues, caminaba
despreocupado y pese a que en varias horas no sentía la tembladera, el ser
testigo de lo que ocurre y podría ocurrir mientras terminaba de cruzar la
plaza, hizo que buscara en mi mochila la cajetilla de cigarros; palpé los
bolsillos y no encontré ni una sola cajetilla, ni un cigarro mezclado entre los
lapiceros, nada, absolutamente nada de tabaco.
Se me venía una pesadilla. Creí lo que
me decía Pamela y no me interesó conocer el bar, mucho menos estudiarlo al
vuelo. Cambié de rumbo hacia Ica, en donde se ubica una tienda que nunca me
falla, sea la hora que sea en la noche. Compré una cajetilla, salí de la tienda
y paré a un taxi para ir a mi casa. Y una vez en mi casa, hice lo que tenía que
hacer, sin necesidad de tener que fumar, alargando lo más que podía ese gusto
erótico de no querer fumar, tentado solo por la costumbre, costumbre que a
veces gana, pero que ya está aprendiendo a perder.
sábado, septiembre 27, 2014
143
No soy de los que juzgan las
adaptaciones buscando los lazos que los unan a las obras que los inspiraron. En
este caso, me vale muy poco si ha habido fidelidad o no en la adaptación de una
novela. Tratándose de géneros distintos que en aspectos narratológicos
comparten más de un aliento, deberíamos enfrentarnos a ellos dentro de sus
propios espacios de desarrollo, como mundos definidos en relación a su
coherencia interna.
Muy en lo personal, siento que he
perdido el tiempo preocupándome con las adaptaciones cinematográficas de
novelas, puesto que no viene al caso referirse a la importancia o no de la obra
literaria. Tenemos excelentes adaptaciones de novelas mediocres, como la que
hizo Hitchcock de Psycho de Robert
Bloch, que vendría a ser la adaptación referencial que ha fundado una corriente
que impele a más de un director a recoger rasgos, retazos, de una obra
literaria con el único fin de plasmarlos en el discurso cinematográfico. No es
para menos, lo de Hitchcock le dio confianza a cientos de directores que no
necesariamente tenían que depender de los grandes clásicos de la literatura.
Como dije, siento que he perdido el tiempo buscando el vaso comunicante, el
espíritu, cuando lo cierto es que solo nos debería interesar la inspiración que
un determinado libro pueda ejercer en el hacedor de películas.
Y obviamente, huyo como si se tratara de
la peste cuando me topo con conversatorios sobre cine y literatura, en el que
se habla mucho y se dice muy poco de la fidelidad que le debe tener una
película a la novela o cuento en el que se basa, en donde percibo una especie
de competencia inocua por ser quien esgrime la opinión más efectista, que para
ser exitosa, debe generar los aplausos de los asistentes, más la respectiva
carcajada que corone el esfuerzo intelectual.
Pero lo que sí me interesa de la
relación entre el cine y la literatura, es el discurso paralelo que aborda los
senderos literarios y cinematográficos. Por ejemplo, novelas como Sueños bárbaros de Rodrigo Núñez
Carvallo, en donde se nos habla de la posibilidad de hacer cine en Perú en los
ochenta; películas como las de los Coen, Barton
Fink, para más señas, que explora los mundos alucinados de la mente de un
escritor. En este aspecto, sí me interesa el discurso dependiente entre el cine
y la literatura.
*
Se entiende pues que lo último que me
interesó al ver The Double de Richard
Ayoade, fue precisamente detectar cuán fiel le era o no a la estupenda y homónima
novela menor de Dostoievski.
*
Pues bien, a manera de trivia, tengamos
en cuenta que el cineasta inglés, de 36 años, exhibe una carrera por demás
atractiva, aparte de director, es también guionista y actor, y en cada uno de
estos rubros le ha ido no menos que bien.
*
Ahora, lo que sí entendí luego de ver
esta película yace en el hecho de la inspiración, en el efecto que la novela
del maestro ruso hizo en la mentalidad de Ayoade. Este hombre no es ningún
tonto, si hay alguna novela de Dostoievski capaz de activar un redondo proyecto
cinematográfico, esa es El doble
(incluyendo las dos versiones, lo que nos da una idea cabal de lo capo que era
el novelista hasta en proyectos de aliento mediano), novela de atmósfera y
locura, par de aspectos que son suficientes para originar un universo de
posibilidades, siempre y cuando se sea un artista como Ayoade, uno que supo
mirar. Y mirar bien. Es gracias a su mirada que su película puede darse el lujo
de catalogarse de sólida y redonda.
*
Atmósfera y locura también presentes en
la película.
De eso va The Double.
*
Antes de abocarse a un posible éxito
comercial buscando actores reconocidos y famosos, notamos que Ayoade se dedicó
a buscar actores y actrices en todo el sentido de la palabra. Que sean
reconocidos y famosos no era su idea, porque los apreciamos en cada una de sus
escenas, sostenidas por sus despliegues histriónicos, convirtiéndolas en
pequeños frescos de hartazgo, escenas de por sí concretas, en donde se ha
pensado en todos los detalles, que van desde el vestuario hasta la fotografía.
Esta última contribuye, por no decir que podría ser una protagonista más, a la
carga atmosférica que percibimos en cada minuto.
Con actores e iluminación, Ayoade nos
ingresa a una película densa, pero rica, que no es fácil de ver. En ella el
espectador también tiene que poner de su parte, no solo una cuota normal de
atención que sería insuficiente, sino una cuota de voluntad no presupuestada,
porque lo que consigue el director es proyectarnos y fastidiarnos en los silencios,
en las miradas de sus personajes, que encierran la fuerza de The Double.
No se pudo tener mejor actor protagónico
que Jesse Eisenberg (Simon/James), bien acompañado por una Mia Wasikowska
(Hannah) en pleno estado de gracia. Eisenberg le da vida a un empleado
burócrata nada contento consigo mismo, mientras Wasikowska le brinda una lúdica
posibilidad de ser otro. Del más hondo marasmo existencial comienza a cambiar la
vida de nuestro protagonista, o mejor dicho, él comienza a barajar la
posibilidad de cambio a una vida que lo aleje del parasitismo individual,
motivado por la atracción que le confiere Hannah. Es decir, abraza la
posibilidad de cambio, la de ser otro, el otro aprobado por la pequeña sociedad
en la que se mueve, el otro patentizado por una locura contenida que lo define
desde las primeras escenas de la película y que se apodera de él ante un hecho
que lo ilumina: la atracción y el deseo.
O sea, la enajenación.
Ayoade la tuvo clara desde el principio:
mostrar en toda magnitud la podredumbre del desarraigo, la robotización del
hombre a cuenta de un sistema que privilegia resultados y no valores. Por esta
razón, podríamos considerar también a The
Double como una película política que no cae en el alegato, aunque sabrá de
ello el espectador atento, tal y como se detectan los productos de contrabando,
pensando la película más allá de su logro y estabilidad estética. Esta
estabilidad nos revela a un director capaz de cambiar y dominar registros, como
el fantástico, el terror psicológico, el realismo, el amor idealizado y el
humor, que consiguen una estimulante amalgama que deberíamos apreciar, y claro,
también recomendar.
…
Publicado en Cinépata.
viernes, septiembre 26, 2014
jueves, septiembre 25, 2014
141
No tengo la más mínima duda sobre la
fuerza y vigencia de la tradición narrativa norteamericana. Y no pecaríamos de
exagerados si la catalogamos como la que más ha contribuido en los alcances de
la novela y en la geografía estructural y temática del cuento. Basta echar una
mirada a sus voces más destacadas de las últimas décadas para saber de su
fuerza radiactiva, hacedora de lectores y escritores. Por esta razón, cada vez
que se me presentan esos discursos sobre la crisis de la novela, me pongo a
repasar la tradición novelística gringa, cosa que me zafo de las mentiras; lo
mismo ocurre cuando se habla del magisterio de la relojería del cuento, de sus
leyes inalterables. Para ello me basta con sumergirme en las páginas de The
Paris Review y The New Yorker, para cerciorarme, una vez más, de que el cuento
desde hace rato dejó de ser relojería.
Si hablamos de la última camada de
narradores norteamericanos, una camada que, dicho sea, ya ha pasado la base
cuatro, es decir, conformada por narradores maduros y con mundos propios
definidos, camada capitaneada desde el más allá por David Foster Wallace, pues
estaríamos hablando de una férrea generación del relevo, generación que nos
permite no extrañar tanto a Philip Roth, Thomas Pynchon, Cormac McCarthy, Don
DeLillo, E. L. Doctorow, Denis Johnson, John Irving, William Gaddis, James
Salter, Joyce Carol Oates y no pocos más. Más de un integrante de esta
generación ha entregado libros que muy bien podrían definir el futuro inmediato
de la novelística y cuentística en el mundo entero, y algunos ya se erigen como
referentes ineludibles. Pensemos en Jonathan Lethem, Michael Chabon, Dave
Eggers, Jeffrey Eugenides y Jonathan Franzen, por citar a los más conocidos.
Pues bien, en el imprescindible
Conversaciones con David Foster Wallace, tenemos más de una pista que nos lleva
a uno de los narradores más dotados de los Wonder Boys. En más de un tramo, el
autor de La broma infinita se arrodilla de admiración ante William T. Vollmann.
Y razón no le faltaba, porque Vollmann era el alma gemela del autor suicida,
quizá su hermano literario en cuanto a poética. Basta ver las propuestas de
ambos autores para saber que compartían más de un lazo en común, que no se
suscribía a las cuestiones formales ni a los senderos temáticos, sino a la
actitud para con su tradición. Mientras Foster Wallace iba hacia adelante,
tensando hasta el límite el lenguaje narrativo, Vollmann iba hacia atrás, a lo
mejor para caminar sobre seguro en los registros clásicos de la narración. Pero
esta intención era solo una apariencia que le permitía retroceder para luego
avanzar, es decir, situarse todavía más a la vanguardia que Foster Wallace.
Vollmann exhibe una rica obra narrativa,
de la que destacan las novelas Para Gloria, Historias del mariposa y la
monumental Europa Central. Quienes las han leído tienen todo el derecho de
pensar que han leído al mejor narrador norteamericano de la actualidad. Pues
bien, su envidiable talento narrativo, su privilegiada inteligencia y su
acuciosa mirada se manifiestan como nunca en los trece relatos de Historias del
arcoíris, título al que haríamos bien en calificar de deslumbrante obra
maestra. Encontramos pues a un Vollman brindando cátedra, que nos entrega una
galería de personajes marginales (skinheads, drogadictos, asesinos y
prostitutas), destruidos por la violencia doméstica y callejera, que caminan
sin rumbo por las calles de Tenderloin, peligroso barrio de San Francisco, en
donde sobrevivir no es una opción, sino el destino mismo. Ahora, Vollmann los
trata con respeto, cariño y rudeza. Su narrador omnisciente, y presente como
personaje distante en cada uno de los relatos, hace gala de una mirada
descriptiva, condimentada con un humor ácido y un oscuro aliento narrativo, por
no decir tétrico, que nos conduce a las puertas de un infierno personal y
colectivo, no para ser parte de ese infierno, sino para comprometernos con esos
personajes que muy bien podría ser cualquiera de nosotros. O sea, Vollmann no
solo nos ha brindado una diabólica experiencia literaria, sino también un
cuestionamiento a nuestra indiferencia hacia los males que afectan al prójimo.
A diferencia de sus novelas, en estos relatos accedemos a un nivel superior de
conocimiento y compromiso que va más allá del goce de la calidad literaria,
ingresando pues a una estancia moral, algo que contadísimos libros son capaces
de lograr.
…
Publicado en Buensalvaje # 13
miércoles, septiembre 24, 2014
140
Puedo entender la cinefilia en muchas de
sus variantes, variantes que no solo se ajustan a la apreciación de la
película, sino también, por ejemplo, a su contexto y lugar donde la ves.
A mediados de los años noventa empecé a
ver cine de manera seria, y ahora que escribo estas líneas, trato de recordar
cómo fue que empecé a hacerlo, no doy con la película que encendió esta pasión.
Para un cinéfilo, el asunto podría resumirse así, sin importar que suene a
posería, pero qué le vamos hacer, puesto que me resulta imposible no asumir la
vida sin el cine, casi lo mismo podría decir de la vida por medio de la
lectura.
Como decía, comencé a ver cine y vi
muchas películas en los cineclubes del Centro Histórico. Aunque como cineclub
solo podría llamar al del BCR, cuyo local cumplía con lo que podemos esperar de
una sala de cine. Las proyecciones comenzaban a las 4 de la tarde y uno tenía
que hacer su cola desde un par de horas antes. Las primeras veces entraba a las
justas, y en más de una ocasión no llegaba a entrar. Por eso, la idea era
llegar temprano y esperar el ingreso leyendo y viendo a la gente pasar y pasar.
Lo que pervive en mí de esas tardes-noches
era cuando salías de la sala y te enfrentabas drogado a la realidad, drogado de
cine, sin importar si la película que habías visto había sido buena o mala. La
realidad del centro en esos años podía ser no menos que mágica en sus
contrastes, te topabas con una exacerbada gama de personas apuradas, quietas,
pacíficas, cuerdas y locas.
No me había puesto a pensar en esta
impresión, pero esta impresión me sorprende esta mañana ni bien escucho a mi
amigo El Caminante, que ayer martes fue a ver Come and See de Elem Klimov en el local del partido MAS, que hasta
hace un tiempo fue el centro de operaciones de Patria Roja.
martes, septiembre 23, 2014
lunes, septiembre 22, 2014
139
Los días avanzan. Estamos muy cerca del
domingo 5 de octubre. Ese domingo se sabrá quiénes serán los mandamases
municipales y presidentes de los gobiernos regionales del país.
Más de un amigo me comenta de sus
candidatos preferidos y la verdad que el tema me aburre, cada vez que escucho
de política, del Corredor Azul, de Melcochita, de Comunicore, me aferro a la
primera distracción pasajera, sin importar en el lugar que me encuentre, es
decir, concentro mi mirada en la insinuación de una tanga en una malla
ajustada, contemplando los pliegues de muslos y glúteos generosos en carnes.
Así es, mientras otros hablan de
política y candidatos, yo me dedico a valorar la incuestionable belleza de las
limeñas, sea de las tranquilas, sea de las salvajes. Es que la limeña tiene encanto
demoledor y de este encanto demoledor he tardado mucho tiempo en darme cuenta. Las
limeñas son guerreras en esencia, autosuficientes, independientes. No me
interesan los estereotipos que se han creado de ellas, estereotipos provenientes
del más rancio y afeminado de los machismos. Las limeñas cada día me sorprenden
y me sorprenden para bien, y recién me doy cuenta de ello (todo indica que me
estoy dando cuenta de muchas cosas después de mucho tiempo), pero no me quiero
lamentar, sino vivir el presente, el presente que me deparan las mujeres
limeñas, porque qué sería para mí esta ciudad sin sus mujeres. Es que a este
Blogger siempre le van a gustar las mujeres con carácter y vale decir que en
esta ciudad las hay por cientos de miles.
Por eso, cada vez que me hablan de
política y de las próximas elecciones, hago que presto atención, pero mi mente
está en otra cosa, pensando en una mujer, y mis ojos fijos en una mujer que
hace sonar sus tacos, a propósito, pero caminando seguro. Pero no faltan los
que me insisten, aquellos espesos que me piden otro post sobre la Villarán, por
ejemplo, y lo que digo al respecto es que lo que tenía que decir ya lo dije en
su momento y en lo personal no me gusta malgastar pólvora en gallinazo, en
cadáveres políticos que tienen lo que merecen, o sea, qué más puedo decir de
esa señora ineficiente, mentirosa y racista. Nada pues.
Ahora, muy dentro de mí espero que cada
limeña y limeño se rebele el 5 de octubre. Que haga lo que haré ese día, que me
la pasaré durmiendo y escuchando música y a lo mejor viendo una maratón de
películas. Así es, querido lector ocasional, aprovecha el tiempo, que al final
79 soles te los puedes gastar en cualquier vanidad de la vida.
domingo, septiembre 21, 2014
138
Los domingos me dedico a dormir, como
bien saben los lectores del blog. Pero hoy domingo me levanté más temprano que
de costumbre, puesto que tenía que hacer algunas cosas antes de la 1pm. Sentía
sueño, pero nada extremo, nada extremo que un duchazo de agua fría no pudiera
solucionar.
Hice lo que tenía que hacer.
Al llegar a casa me di con la sorpresa
de que estaba solo. Mis padres habían dejado una nota, diciendo que se
encontraban donde mi hermano. Eso quería decir que después de mucho tiempo
tenía la casa para mí solo, aunque por allí dormía Silvestre, el gato pequeño
que empezaría a joder ni bien despertara.
Leí los periódicos y en las páginas
deportivas anunciaban los horarios de los partidos del campeonato local.
Entonces, ocurrió lo que nunca ocurre. Prendí la tv y me puse a ver los
partidos del campeonato local. O sea, coqueteaba con la mediocridad, y eso que
ayer sábado en la mañana me gané con el Real Madrid – Deportivo. Pero bueno, no
siempre puedes salir ganador y lo de esta tarde obedeció a que en muchos meses
no veía un partido de Alianza Lima en Matute. Pero antes vi un par de partidos
a manera de antesala, en los que pude ver y escuchar a algunos jugadores que en
años no veía ni escuchaba. Jugadores que lo tenían todo para triunfar,
jugadores que no supieron cultivar su cerebro y que ahora son estrellas de los
equipos que se burlaban de cuando eran los dueños del mundo.
Pero esto no solo pasa en el fútbol.
Pasa en las profesiones y en los oficios
artísticos.
Cuando era un poco más joven me colaba
en más de un taller de narrativa, de los muchos que visité, no me olvido del
taller de narrativa de San Marcos. En ese taller, vaya suerte la mía, pude
conocer a más de un mandamás cultural de hoy que en esa época era no menos que
nada, mandamases culturales y literarios que le hacen ascos a su pasado
sanmarquino, pero de esos babosos no quiero hablar ahora, sino de esos inéditos
escritores que mostraban cuentos de alto vuelo literario y que ahora están
perdidos, consagrados a actividades alejadas del ejercicio literario.
Su talento solo se limitaba para
escribir, pero no para forjar un proyecto, ya que carecían de lecturas, no
mínimas, sino esenciales, lecturas esenciales para sustentar precisamente un proyecto. Eran estudiantes de
Literatura a los que no les gustaba leer, solo vivían para la gloria inmediata,
que la tuvieron en los pasillos de la facultad, entre los arbustos del bosque
universitario y en contadas menciones de concursos. Por esa razón, se dejaron estar,
pensando que el talento natural tarde o temprano mostraría su epifanía, pero
esta epifanía nunca llegó y cuando ellos se dieron cuenta era demasiado tarde,
puesto que sus problemas eran otros, problemas que con el tiempo adquirirían
cuerpo en algunos, problemas de índole económico en otros.
Pensé en ellos en la tarde, los pensé en
detalle. Cuando me pregunté por qué pensaba en ellos, solo me bastó ver la
pantalla del televisor. Donny Neyra perdía un balón y corría como un elefante.
He allí la respuesta.
sábado, septiembre 20, 2014
137
Anoche salía de la librería. No tenía
muchos planes inmediatos, aunque sí barajaba sin barajar la posibilidad de ir a
Polvos Azules y comprarme quince películas. Recibí también las llamadas de un
par de personas que me invitaban a bailar y a tomar algo. Ambas propuestas
estaban muy cerca de donde me encontraba, pero desde hace mucho tiempo no hago
las cosas por hacer, muy lejos del tonto instinto de cumplir por cumplir.
Caminaba en dirección a la Plaza San
Martín, tenía la mente en blanco, como preparándome para el momento vesánico de
tener que escoger las películas. Ahora, ese momento vesánico lo sufro no solo
con las películas, momento vesánico que no es otra cosa que la ansiedad, la
ansiedad que me viene cagando la existencia desde hace ya muy buen tiempo,
desde la primera infancia según dice mi madre, más algunas personas que también
me quieren y se preocupan por mí aseguran que esta ansiedad se repotenció en la
adolescencia.
En dirección a la Plaza me encontraba con pocos artistas, poetas y narradores, que eran la absoluta
nada en comparación con la multitud que anhelaba ser vista como artistas,
poetas y narradores, que desde sus mesas de los bares me pasaban la voz, a los
que solo me limitaba a saludarlos, sin tanta atención porque ya andaba con la
mente en blanco, esperando la zarandeada que me depararía la ansiedad.
No estaba bien, necesitaba sacarme la
tembladera, que ahora se me presenta con dosis mayores puesto que me cuesta no
fumar como antes.
Entonces, ¿qué es lo peor que le puede
pasar a un ansioso?
Fácil: Encontrarse con otro ansioso.
Me cruzo con el poeta y activista
fundador del grupo Los poetas del asfalto
Richi Lakra.
Richi Lakra me habla del último número
del fanzine de la agrupación, me dice que “este PDA va a dar que hablar”. Pero
me cuesta seguirle la ruta verbal, son tantas sus ideas que a las justas logro
captar algunas, pero sigo escuchándolo, y no quiero pensar en las razones que
me dicen que me quede, pero si tuviera que pensarlas, una de ellas sería el
respeto que le tengo a Richi, un respeto que descansa en su honestidad
literaria y vital, y también por un detalle que milagrosamente no demoré en
darme cuenta y que le agradezco sin agradecerle. Richi Lakra es mucho más
ansioso que yo y él absorbe mi ansiedad, me limpia de la mierda emocional,
siento pues las pulsiones que vuelven a su ritmo normal, mi corazón late como
debe latir, la tembladera solo se limita a los pocos cigarros.
Le digo que voy a apoyarlo en el próximo
PDA, aunque no tengo la más puta idea de cómo apoyarlo. Pero eso no importa, lo
que importa es que tomé mi taxi a casa sin extraños apuros y disfrutando del
nocturno paisaje urbano de la ciudad.
viernes, septiembre 19, 2014
136
A eso de las cuatro de la tarde, le pedí
al señor Quiñones, el encargado del otro local de Selecta Librería, que ocupara
por un par de horas el 16. Necesitaba salir, respirar algo de aire y despejar
mi mente mientras me perdía por ciertos recovecos del centro.
Caminé por Rufino Torrico hasta Ica, en
donde compré agua mineral en una tienda. No sé por qué camino sin rumbo, pero
me siento bien haciéndolo, de cuando en cuando me pierdo en estas calles,
guiado por los caprichos canábicos del azar, o por el capricho que sea.
Una vez ubicado en la Plaza Mayor, tomo
asiento en unas de las bancas de concreto y me dedico a ver a dos turistas que toman
fotos a la Catedral. Prendo el primer cigarro luego de seis horas, porque bajo
una promesa de amor he decidido dejar de fumar, pero sé también que dejaré de
fumar de a pocos, no cometeré el craso error de dejar de fumar de sopetón, que
es lo peor que uno puede hacer si es que quiere dejar una adicción.
Las bocanadas de humo se perdían en el
aire y me puse a pensar, mientras mirada a las dos turistas, ahora tomándole
fotos al Palacio de Gobierno, en los diarios de Jonas Mekas que vengo leyendo
desde hace unos días. Me pongo a pensar en que de los muchos libros que leo,
los diarios hacen sentir su presencia. Por ejemplo, de cada diez títulos, cinco
son de diarios, dietarios, bitácoras, como gustes llamarlos.
Las turistas se me acercan, una de ellas
me sonríe y me pregunta si les puedo tomar una foto. Les digo que sí, que se
acomoden en el lugar que quieren salir.
Ambas hacen gestos, gestos vivaces,
entonces disparo, disparo cuatro veces, al hilo, en cada disparo un nuevo
gesto, otra postura, otro derroche de natural sensualidad. Les entrego la
cámara y ven en la pantalla las fotos que les acabo de tomar. Me dicen que soy
todo un profesional de la foto, y la verdad que no es la primera vez que me lo
dicen, pero tampoco cometería la estupidez de ufanarme de ello, es solo un
talento natural que nunca me ha interesado potenciar. Las turistas se despiden
de mí y las veo alejarse mientras acabo el cigarro, cigarro que se me antoja
inacabable.
Lamento no haber traído una novela corta
en formato de bolsillo, que siempre me son tan útiles cada vez que camino por
las calles. ¿cuántas novelitas habré terminado en las calles?, me pregunto.
Lamento no haber llevado conmigo una novelita, porque seguía con ganas de
permanecer sentado, durante una hora, leyendo, reprimiendo la tembladera,
ansiedad, que me genera el no poder fumar como lo hacía.
jueves, septiembre 18, 2014
135
Un par de personas, uno muy amigo mío y
el otro a quien aprecio por su generosidad e inteligencia, discuten por el
Face.
Me apeno y deseo que solucionen sus diferencias.
Como no quiero deprimirme por cuestiones
relativamente ajenas a mí, me desconecto del Face sin antes rescatar la idea
que originó esa lamentable discusión.
La idea: después de algunos años,
estamos siendo testigos de una eclosión narrativa que no debemos dejar de
prestar atención.
La única manera de aprovechar esta
eclosión es leyendo precisamente los libros que dan vida a esta eclosión. No
hay otra, no debemos dejar de pasar la oportunidad, porque esta ola de buena
racha volverá a la nada más temprano que tarde.
Como bien señalé en algunos posts
anteriores, por lo que se viene publicando en cuanto a narrativa, bien
podríamos tener más de un entusiasta y justificado balance literario de fin de
año, que como tal, no nos debe emocionar más de lo normal. Por eso hago
hincapié en que hay que aprovechar el contexto, ganarle la partida a las
mentiras que seguramente nos traerán los grandes sellos y los círculos de poder
literario en los próximos meses.
Hasta hace no poco no sentíamos este
inusitado entusiasmo por lo que se viene publicando, en donde tenemos a los
narradores llamados mayores como Ampuero (Tambores
invisibles), Cueto (La piel de un
escritor) y Gutiérrez (Hacia una
narrativa sin fronteras: narrativa peruana del Siglo XXI) que literalmente
brindan cátedra sobre los entresijos del oficio narrativo y de lo clave que es
para este la pasión por la lectura; como también el afianzamiento de narradores
provenientes de la década pasada como Yushimito, Ángeles, Gamboa, Thorndike,
Pimentel, Roldán, Pacheco, Mazeyra y García Falcón, que, sin exageración,
vienen marcando la hora con lo que vienen publicando (sin duda, con más de uno
de los mencionados tengo discrepancias, discrepancias que yacen en el parecer
literario, en gustos de poéticas).
Claro, hay otras voces del decenio
anterior que persisten y que aún no la hacen, no consiguen la legitimidad literaria
porque equivocaron el camino, pues el relacionismo/lustrabotismo/besamanismo
jamás será el camino en el sendero literario, sendero literario que resulta ser
toda una mierda al momento de poner las cosas en su lugar. El poder académico,
la foto histórica, la influencia en prensa y el sobonismo en las reseñas no son
parcelas del sendero literario, sino de la Otra Literatura, que por ratos es
engañosa, porque así esta se presente como la ricura de la fiesta a la que
todos quieren sacar a bailar y flirtear en pos de una noche de sexo salvaje,
pronto será puesta en evidencia por el lector, sea entrenado, entusiasta y
hasta primerizo, que no se obnubila con el ruquerío.
miércoles, septiembre 17, 2014
134
En mucho tiempo no leía un libro de
cuentos de semejante contundencia. Un cuentario epifánico que nos revela a un
autor al que, sin duda, haríamos bien en comenzar a rastrear.
Me refiero a Flores nuevas (Montacerdos, 2014) del narrador argentino Federico Falco.
A Falco lo ubicaba por haber sido uno de
los seleccionados por la revista Granta como uno de los mejores narradores en
lengua española menores de 35 años. Pero esa discutible selección no hizo que
le prestara atención, de haber sido así, habría cometido un acto de soberana
irresponsabilidad, patentizado en un trepadismo literario que lamentablemente
vienen llevando a cabo no pocos narradores y narradoras aquí en el sur, que
buscan congraciarse con cada con uno de los Granta Boys, callando lo que verdaderamente
piensan de ellos, en cuanto a lo literario, claro está.
A César lo que es del César. Sí. Sin esa
selección de Granta no habría tenido idea de la existencia de Falco, a quien
empecé a seguir de forma intermitente, quizá no muy animado, porque no me
resultaba posible tener una idea cabal de su poética partiendo de antologías y
relatos publicados en revistas, pero de quién sí podía percibir una poética
peculiar, tan peculiar que lo diferenciaba de casi todos sus compañeros
generacionales latinoamericanos, puesto que en esa poética sí era posible detectar
una atmósfera cargada, medio a lo Far West, que teñía su escritura, es decir,
su estilo y mirada.
Felizmente, la oportunidad llegó y ahora
sí puedo decir que Falco es un narrador que bien puede jactarse de tres
relatos, de los seis que nos presenta, que le asegurarán un lugar en el
imaginario de la narrativa en español por un par de generaciones más. Me
refiero a “Asiático”, “El cementerio perfecto” y el homónimo que titula la
publicación.
Tres cuentos de largo aliento, pero como
tales no regidos bajo las inalterables leyes de la relojería, sino que el autor
demuestra que conoce la tradición de esta relojería, pero la conoce no para
depender de ella, sino para darle vuelta y sacar adelante una propuesta
personal que conmueve y aturde al lector mediante universos alejados de la
ciudad y con personajes que traspasan las fronteras de la lógica, sumidos en
algunos casos en la pasividad del azar.
Espacios y sensibilidades en constante
conflicto. Es que Falco no se hace problemas, no va contra lo inalterable, por
ahí no es el camino de la originalidad y la verdad, sino en que consigue no
poco repotenciando la consabida idea de que el hombre no puede ser ajeno a su
contexto, sin importar si este hombre haya crecido en él o no. Es por ello que
en cada página de los seis relatos tenemos la sensación de que algo va a pasar,
pero ese algo no viene asociado a los meandros de la trama, sino, por ejemplo,
a la conducta repentina, por demás violenta, como bien apreciamos en
“Asiático”.
Con narradores como Falco, podemos estar
tranquilos. No todo es mentira ni globos inflados, ni lustrabotismo estratégico,
ni besamanos vergonzantes, en la narrativa latinoamericana actual. Por eso,
querido lector, no demores ni bien termines de leer esta reseña, corre ya a
leer a este tremendo narrador.
…
Publicado en Siglo XXI
martes, septiembre 16, 2014
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Acababa de abrir la librería. Hacía frío
y pedí que me trajeran un café sin azúcar.
Mientras esperaba, me puse a leer una
novela que vengo releyendo desde ayer y que seguramente acabaría en las próximas
horas.
Encendí la radio, bajé el volumen, y de
no sé qué estación radial salían cuatro temas al hilo de Kool and the Gang.
La novela iba bien.
La música también.
Pero vino Don Marcelo. Don Marcelo es el
señor que me trae los periódicos. Como era martes, compré La República.
Me puse a leer el diario a medida que
terminaba el café.
Entonces llegué a Puente Aéreo, la
columna del escritor y crítico literario Gustavo Faverón.
El artículo de Faverón tenía el
siguiente título: Los toreros metafísicos.
Terminé de leer el texto y lo primero
que hice fue preguntarme cómo una persona inteligente y con talento para
escribir puede presentar un artículo tan ahuevado como este.
Tenía sospechas, que como tales,
personales, no tenían mucho asidero, porque no conozco a Faverón, pero el
artículo en cuestión me reveló a un soberano patán (peor que su enemigo Aldo
Mariátegui, para ser más preciso), que quiso dárselas de gracioso, de
aventajado intelectual y de estadista pop a costa de una realidad que no conoce
(prefiero pensar que no la conoce).
O sea, este señor se burla de la gente,
de la gente de a pie. Entre esta gente de a pie, hay un inmenso grupo que se ha
visto perjudicado seriamente en su economía. Y para hablar de la gente de a pie
no necesito pertenecer a la putrefacta izquierda local. No. Solo hace falta
cierto sentido común, algo de sensibilidad, para darme cuenta de que la Reforma
del Transporte no es el problema, sino su pésima ejecución, cuya logística no
tuvo en cuenta a los menos favorecidos. Menos favorecidos, dicho sea, que
venían reclamando una revolución en el transporte que los dignifique desde
mucho antes que saltaran a opinar sobre el tema tipos como Faverón, que hablan
como buenos, como si tuvieran la razón, defendiendo la mediocridad y la
improvisación de un plan municipal hecho a lo bestia.
Espero que Faverón recapacite de su porquería
de artículo de hoy martes.
Ahora, lo que yo espero de un
intelectual como Faverón es que toda esa mala leche que lo llevó a pergeñar
este artículo, se convierta en voluntad activa, voluntad activa que lo aleje de
la demagogia, voluntad activa que lo lleve a reimpulsar proyectos literarios
como Quipu (¿o lo hizo para pavonearse?), que sí era necesario, pero si su
voluntad activa ya no da para tanto, aunque sea un sencillo club de lectura,
que también es necesario.
lunes, septiembre 15, 2014
domingo, septiembre 14, 2014
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Luego de una mañana placenteramente
laboriosa, me puse a buscar películas en cable. Recorría la parrilla de canales
y me quedé cerca de siete horas en Moviecity Classics. El motivo para mí era no
menos que poderoso. No, no se trataba de un ciclo dedicado a Godard, Lynch, Coppola,
Scorsese, Anderson… Más bien, el motivo era frívolo, lo único que quería era
divertirme, pasar varias horas en blanco, viendo a Sean Conney como el Agente
007 James Bond y, por supuesto, el verdadero pulso de la sentada de la maratón
dedicada al agente, el desfile de las Chicas Bond.
Vi las películas y me olvidé por
completo del partido de Alianza Lima en Cusco. El día anterior había hecho
planes para ver el partido, pensaba dar curso a las latas de Cusqueña que tengo
en la refrigeradora, pero no fue posible, la jarra de jugo de naranja y los
cigarros fueron más que suficientes en la maratón.
Acabada la maratón, puse en el CD Player
los mejores éxitos de Stevie Wonder. Hace unos días le dije a una amiga, que
sabe mucho más de música que yo, que lo bueno que nos ha entregado el Imperio
es precisamente Stevie Wonder. Escuchando su música uno sí tiene la posibilidad
de ser otro, por lo menos durante algunos minutos, de ser otro en una realidad
signada por el fulgor de los arcoíris canábicos.
Desde hace unos días necesitaba de una
seguidilla de horas dedicadas al más extremo de los relajos. Necesitaba
desentenderme de los problemas y enfocarme en un asunto que más de una amistad
me venía hablando desde hace buen tiempo. Entonces pensaba en el asunto durante
la maratón de estas películas a las que puedes seguir con atención sin
descuidar el análisis de otras cosas que rondan por allí y que tienes que potenciar
con esa cuota llamada voluntad.
En donde otros escritores ven la
felicidad, es decir, la publicación, yo me encuentro con la infelicidad. Lo que
importa, pienso, de la escritura es precisamente su estado de trance, el
proceso de desentendimiento que experimentas. Para mí la escritura es el
trance, ese vuelo que te regala precisamente esa levitación demoniaca. Quien
diga que la escritura termina en la publicación es un huevas. Lamentablemente,
conozco muchos huevas que asumen de esa forma la escritura literaria. No hay
momento más deprimente que el punto final. Por eso, desconfío de los huevas que
escriben apurados la novela o cuentario que les pide una editorial grande,
aunque esta costumbre también se está extendiendo entre las editoriales
emergentes.
Algunos editores quieren publicarme.
Felizmente, los veo muy serios, sé que han leído. Sus propuestas se las he
comentado con las personas más cercanas a mí y estas personas cercanas me dicen
que sí las tome en cuenta. Entonces pasé las últimas horas pensando en esas
propuestas. Sin embargo, a la menor sensación de estar cayendo en el apuro, o
peor aún, que me apuran, mando todo a la mierda, porque este Blogger no se
muere por entrar al canon, ni a que los entrevisten, ni a que le tomen fotos...
A este Blogger solo le importan el sexo, la lectura, el cine y el rock.
En los próximos días me levantaré más
temprano y me pondré a buscar en los archivos del disco duro externo y en los
USB los textos que debo ordenar. Muchos de esos textos serán reescritos, tendré
que adecuar impresiones y autocriticarme. De esa tarea saldrán dos libros,
distintos, que es todo lo que puedo decir hasta el momento.
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Termino de leer Flores nuevas (Montacerdos, 2014) de Federico Falco. Por un momento
pienso en la posibilidad de poder conocerlo y así abrirle la cabeza a
martillazos. Solo de esa manera llegaré a conocer los secretos de su poética.
En mucho tiempo un libro de cuentos no me abstraía. Falco no se hace problemas,
al pata no le basta con escribir bien, ante todo es un escritor que sí tiene
mucho que decir.
Guardo el libro.
Prendo un Pall Mall rojo y contengo las
ansias de secar la Cusqueña en lata que tengo frente a mí. No sé por qué, pero
últimamente más de un concurrente de Selecta me regala una Cusqueña en lata. Tomo
cada una de estas cervezas en lata como un gesto de agradecimiento, algo que me
hace sentir bien, porque imagino que ellos ya se han dado cuenta de que lo mío
no es vender por vender, sino discutir, recomendar los libros que valen la pena
leer.
Llego a casa y guardo la chela del día,
a este paso no me faltará cerveza nunca. A lo mejor llegaré a ser un alcohólico
involuntario, pero agradecido. Seré entonces un borrachín risueño, viviré
desconectado de las nimiedades del mundo. Todo será felicidad, mente positiva
para con la literatura peruana, pediré perdón a los capos de los carteles de Brown y
Boston por haberlos tratado mal en este blog. Y solo me dedicaré a resaltar
todos los libros que se publiquen, así algunos dizque lectores entrenados digan
que no vale la pena leerlos.