miércoles, diciembre 30, 2015
Por alguna extraña razón, el inglés Ford
Madox Ford es un autor más mentado que leído. No hablamos de una impresión,
sino de una certeza que los verdaderos lectores haríamos bien en comenzar a
erradicar. A la fecha, la obra de este inglés ha sido y es no menos que
influyente en poéticas como las de Ezra Pound, Samuel Beckett, J.M. Coetzee, et
al. En este sentido, la pregunta se impone sola: ¿Por qué Madox Ford no ha sido
leído como debería por los lectores hispanoamericanos? ¿Por qué su magisterio
no se deja sentir en las voces mayores y nuevas de la literatura hispanoamericana?
Las posibles respuestas se dispararían en pueriles y eclécticas especulaciones
que nos alejan de una solución a esta realidad que deberíamos erradicar.
Como lector, la única solución, y por
demás implícita, es comenzar a leer la obra de este inglés que no solo supo
escribir bien, en cuyo destilo descansa la epifanía de su novela “El buen
soldado”, a saber. También fue un exquisito difusor cultural, director de
revistas literarias en las que se dieron a conocer las voces mayores de fines
del XIX y la primera mitad del XX.
Digamos también que Madox Ford tuvo una
infancia privilegiada en lo intelectual, más una juventud consagrada a los
saberes y la generosidad al dar a conocer a las otras voces. Pues bien, la
presente publicación es un testimonio de esa faceta del autor. En “Amistades
literarias” (Ediciones UDP, 2010) se nos habla de forma risueña y con no poco
afeite de los escritores y artistas que el inglés conoció a lo largo de su
vida. Podríamos hablar en principio de perfiles, pero no, hablamos de estampas,
de pequeños de frescos, que no solo nos dan cuenta de importantes voces
literarias (Turguenev, Conrad, Pound, James y William Henry Hudson, Wilde y
Joyce), sino también de toda una época, en la manera que se pensaba y discutía
de arte, cultura y política. Por otro lado, y sin caer en la infidencia, el
autor nos cuenta lo que no les agradaba de sus escritores y artistas admirados,
valiéndose de anécdotas y situaciones, y detallando sus posturas ante el oficio
creativo. Mediante Madox Ford sabemos un poco más de estos grandes escritores,
y, ante todo, lo que importa: sabemos más de Ford Madox Ford.
martes, diciembre 29, 2015
403
En la madrugada, cuando me disponía a
meterme al sobre, se me ocurrió hacer zapping, como quien huevea y pasa el
rato. Las últimas dos horas las había consagrado a una involuntaria maratón de
Ophuls, al que volví gracias a la adaptación de Cartas de una desconocida, la deliciosa novelita de Zweig, que
dicho sea, fue el primer suyo que leí.
Cerca de las seis de la mañana, me metí
al sobre. Solo pude dormir hasta las diez. El aroma de los panes calientes
llegaba hasta mi habitación. Acompañé a mis padres a tomar desayuno. Conversé
con ellos, recobrando una actividad que no la teníamos los domingos, porque los
domingos las pasaba en otro lugar al que ya no volveré más. Mientras
hablábamos, el perro hacía de las suyas con las zapatillas y zapatos que sacaba
de mi cuarto. Mis padres, en las próximas horas, se irían al cementerio, en
Lurín, a visitar a mi abuelita. Por mi parte, me quedaría en casa y completar
los cinco textos que todavía no termino. Uno de ellos es el recuento, que ya lo
vi, el cual me va salir más largo de lo que pensaba. No creo que se publique
antes de fin de año. En el mejor de los casos, la primera semana de enero.
Mis padres se alistaron para ir al
cementerio. En cuanto a mí, me preparé más café y salí a comprar los diarios.
En el trayecto al quiosco, compré una cajetilla más de Pall Mall rojo y también
agua mineral.
De regreso en casa, pensé en si era
dable o no escribir el recuento literario. Hay muchos recuentos que estoy
viendo últimamente, cada cual más antojadizo que el otro, aunque debo reconocer
que el de González Vigil es uno de los más generosos. A no pocos les jode la generosidad del tío, porque
se asumen sus recuentos como si fueran fáciles de hacer, como si quisiera
quedar bien con todo el mundo.
No todas las personas tienen que ser
iguales. En lo personal, jamás intentaría quedar bien con todo el mundo. Esa
vena no va conmigo. Sin embargo, no hay que olvidar que muchos de los que se
quejan de González Vigil también se han visto beneficiados en sus recuentos,
principalmente en sus inicios, épocas en las que pocas puntas de la prensa
cultural apostaban por ellos. Eso es lo que no me gusta, tachar de arranque al
que puso tu nombre en órbita, reflejando de esta manera una pequeñez del alma,
tan cara en los ególatras.
Onur salta hacia mí, con su lengua
colgante me dice sin decir que necesita que llene su tazón de agua. Dejo los
diarios sobre la mesa y atiendo al cachorrito. A medida que bebe, soy presa de
una revelación, seguramente hija de la carencia de mezquindad, ajeno a los
sentimientos menores. Me siento agradecido.
sábado, diciembre 26, 2015
miércoles, diciembre 23, 2015
402
Para ser un día de sol, como manda el
calendario, me alegra que no haya salido el sol. Me acostumbro a todos los
climas, mas Lima tiene la peculiaridad de su humedad, por demás insoportable,
capaz de matar todas las buenas intenciones que uno pueda mostrar. Basta
caminar dos cuadras en pleno verano para terminar empapado, meloso y pegajoso.
Eso es lo que me fastidia del verano limeño, la humedad y sus consecuencias.
Durante un tiempo tuve la idea de
largarme de Lima los veranos, radicar tres meses o en Chosica o en Chaclacayo,
pero las responsabilidades me obligaban a quedar en Lima en los meses de sol y
sudor. El verano es la estación que más detesto.
No es que me sienta. Nunca hice nada
factible para hacer realidad lo de los tres meses fuera de Lima. No pasé del
ligero deseo, del entusiasmo mediocre. Entonces, solo me queda aceptar esta
realidad del verano, jodida realidad que me la gané a pulso.
Apuraba el paso hacia la salida de la
estación Lampa del Metropolitano. Mujeres y patas ligeramente abrigados. No era
el único en polo, pero éramos muy pocos, así que conté cuántos estaban vestidos
parecido a mí, y jugué con posibilidades, queriendo encontrar características
en común. Contadas veces he hecho este ejercicio incentivado por el mero
hueveo. En principio me pareció una idea por demás interesante, pero esta se
vio interrumpida por una pareja de punkis que vendía comida vegana en una de
las bancas de concreto de la Plaza San Martín. Ellos me llamaban por mi nombre.
Juan Diego y Yane son pareja y con otras
puntas tienen una banda con la que suelen ofrecer tocadas en El Salón Imperial
de Caylloma. He ido varias veces a las tocadas del salón, pero nunca he
intimado con las puntas que se congregan allí. Si conozco a Juan Diego y Yane
es por Jacqueline, una librera del Boulevard, que me los presentó meses atrás
en una feria vegana que se hizo en el auditorio César Vallejo del Boulevard.
Me hablan de una próxima tocada en el
Salón, aunque Yane se muestra algo preocupada porque se ha corrido el rumor de
una amenaza de un posible altercado entre un grupo de vecinos que vive en el
edificio en donde queda el Salón contra otro grupo de vecinos que reclama su
salida para que puedan disponer el espacio de los primeros.
Les pregunto si alguna vez han entrado a
ese edificio, Juan me responde que sí, “vivimos en uno de los cuartos”. Presto
atención, puesto que siempre he querido entrar a ese edificio que es más
grande, inmenso, de lo que parece desde la calle. Dentro de él viven muchísimas
personas, el alquiler de cuartos es fácil uno de los más baratos de toda la
ciudad.
Quedo en verlos más tarde, cosa que
acordamos una incursión en el edificio. Antes de fin de año sería ideal. Le
digo a Yane que no se preocupe por lo del concierto, ya que también he
escuchado de ese rumor. Más bien, esos rumores incitan a los parroquianos del
pogo a ir en mayor cantidad.
Antes de irme, les compro un keke de
plátano. Buenazo, por decir lo menos.
martes, diciembre 22, 2015
"lancha rápida"
Si en cuestión de libros buscamos el
exceso pautado por el azar, pues lo encontramos en esta novela de culto de la
escritora y periodista Renata Adler, Lancha
rápida (Sexto Piso, 2015), cuya publicación en castellano merece todos los
saludos pertinentes. Su categoría de “culto” no es en absoluto gratuita desde
que se diera a conocer en 1976. Durante décadas ha servido como novela de
referencia para jóvenes con aspiraciones literarias. Quizá su influencia no se
haya visto reflejada inmediatamente, pero hoy en día es patente gracias al
hálito indirecto de los cultores del minimalismo, del fragmentarismo y del mestizaje
de géneros literarios.
Nos enfrentamos a una novela signada por
la aventura y ambientada en los canábicos, idealistas y sexuales años sesenta
gringos. Por cierto, Adler mostraba estos rasgos temáticos en sus ensayos y
crónicas, publicados, a saber, en revistas del prestigio de The New Yorker. Como cronista había
conseguido un justo reconocimiento, pero como escritora, ella necesitaba de la
licencia de la ficción, la cual le permitiera elevar su mirada impresionista en
absoluta libertad, solo en la ficción podía plasmar la voracidad vital de sus
años juveniles.
Pues bien, de esa época se alimenta esta
novela compuesta por incendiarios fragmentos narrativos, a años luz de una
historia-tronco que canalice el proyecto o le dote de sentido al mismo. Adler
se vale de un alter ego, Jen Fain, joven periodista que testimonia su
inconformidad con la vida, en una suerte de hastío existencial que pretende
expulsar por medio de la experiencia vital llevada al límite. En esta búsqueda
de la experiencia, Jen se topa con una gama de personajes cuya configuración
moral yace en matices lisérgicos, hormonales, ideológicos y políticos, matices
que ayudan a Jen a solidificar un espíritu crítico, convirtiéndola en una
insobornable cuestionadora social.
Este ánimo cuestionador, ánimo no ajeno
a los picotazos de humor, es lo que justifica y pone en vigencia el nervio
narrativo de Adler. Como ya se indicó líneas atrás, en Lancha rápida no presenciamos un tronco argumentativo. En esta
carencia de línea argumental somos partícipes de un salvaje y sublime estado de
gracia, porque nos compenetramos con Jen, disfrutando lo que disfruta,
indignándonos con lo que le indigna, convirtiéndonos en idealistas en un mundo
gobernado por idiotas. Jen no tiene la más mínima idea de qué hacer con su
vida, solo le interesa vivir, yendo a la caza del asombro, rumbo a la epifanía
que depara el día a día.
401
Después de un día desconectado…
Me entero de algunas cosas, algunas no
tan felices, otras sí.
Pero de las noticias no tan felices, se
impone una que habrá hecho rabiar a más de un amigo/conocido
escritor/intelectual de izquierda.
Trato de ingresar en la mente de Susana
Villarán mientras coloco en la licuadora trozos de plátano y vierto leche.
También alisto la sartén para la salchicha de huacho con huevo. A mi costado,
mi perrito me mueve la cola.
El aroma de la salchicha se apodera de
la cocina.
Prendo un cigarro y me pregunto si es
factible conectarme al Face para ver las reacciones de los escritores e
intelectuales de izquierda que apoyaron a la señora Villarán, de la que decían era
la marca de decencia que necesitaba nuestro emputecido sistema político.
Una pena, una pena por mis amigos que
creyeron en esta mujer.
Paso café y me preparo una taza bien
cargada.
En más de una ocasión he escrito en este
blog lo que pienso de la señora Villarán.
No me sorprende que una falsa defensora
de los derechos humanos integre la plancha presidencial de un presunto violador
de los derechos que Villarán dice defender, al punto que ha hecho una carrera
política en base a ese discurso.
Lo de Villarán es una muestra de la
crisis de la izquierda peruana, una crisis que ojalá fuera política o de
gestión, pero no, se trata de una crisis moral nutrida por un afán de
figuración en pos de poder, poder al que se quiere llegar sin importar los
principios en los que descansa tanta palabra supuestamente comprometida.
¿Coherencia? Nunca he visto coherencia
en la izquierda peruana. ¿Habrá alguna voz de izquierda con la suficiente
autoridad moral que nos ayude a revertir esta situación? Por el momento,
ninguna.
Hay que comenzar en las nuevas
generaciones, en esas almas aún no emputecidas, que piensan que el mundo aún puede
ser mejor, aunque sea digno.
lunes, diciembre 21, 2015
domingo, diciembre 20, 2015
400
Salí algo apurado de la librería. En no
más de media hora debía estar en el bar La caverna, en donde se realizaría un
conversatorio sobre narrativa peruana contemporánea. Para ese evento,
organizado por Pedro, se invitaron a más de quince narradores que participarían
en tres mesas, cada una con un tiempo de una hora para debatir a regalada gana.
En el trayecto al bar, pensaba en lo que
diría. Tenía en mente una mescolanza de conceptos. Obvio, no los desarrollaría
todos, pero algo bueno podía hacer al respecto. Solo hacía falta que me
concentrara un poco más. El motivo de la desconcentración yacía en el hecho de
que no sabía cómo volver a instalar la librería, puesto que aún no se termina
con el inventario en el almacén. Por otra parte, tenía que finiquitar la operatividad
de una web que dirigiré en las próximas semanas. Y claro, tenía que ponerme al
hilo con algunas reseñas que me esperan. Ni hablar del recuento del año.
Una cuadra antes de la intersección
entre Emancipación y Torrico, ingreso a una tienda, la idea era comprar una
cajetilla más. Algo me decía que los cigarros se me acabarían en el evento. Sin
embargo, me invadió una sensación, que en teoría podría ser banal, una suerte
de desarraigo que me generaba inseguridad. Debo pues encarar esta sensación, lo
peor que le puede pasar a uno es dejarla crecer y que se haga fuerte en
momentos en los que debes exponerte a un público. Siempre hay un miedo
escénico, pero lo de ayer era otra cosa, como si algo fuera a aparecer y captar
mi atención.
Espero mi turno.
Quien atiende es un obeso señor de
ascendencia oriental. Su rostro es grasoso y no puedo dejar de mirar la costra
en forma de estrella que exhibe en la mejilla derecha. Me mira, no me dice
nada. Su sola mirada es una pregunta. Le pido una cajetilla más una botella de
agua mineral sin gas. Le pago con un billete de cien soles, aunque lo pude
hacer con monedas o un billete chico. Por algo le di el billete de cien. Mi
intención era seguir viendo esa costra en forma de estrella, costra que
contenía sangre. El señor se miraba también los dedos de la mano de derecha,
quería rascarse y desprenderse de la costra. El tipo se percató de que le
miraba la costra y los dedos.
“Esto me pasó hace dos días. Protegí mi
negocio. El delincuente quedó peor”, dijo.
sábado, diciembre 19, 2015
399
Aunque nunca me he resbalado en la
calle, no me confío y camino con cuidado. La Plaza San Martín amaneció invadida
de charcos. Parecía una salvaje mañana de invierno. El viento golpeaba mi
rostro y necesitaba beber algo caliente. Miré la hora en el celular, poco menos
de las 10 y 30. Fui entonces a la Galería Boza, en cuyo primer piso hay un
puesto rodante de ventas de panes con pollo y café, y otras bebidas calientes y
frías según el gusto.
Llegué y el puesto rodante estaba
rayando a causa de un considerable número de hombres y mujeres en trajes de
oficina. Ellas, en anatómicas faldas sobre las rodillas, apoyando la fuerza del
cuerpo en las nalgas derecha. No me percaté de ese detalle, tampoco quiero
decir que me paso la vida viendo los culos de las mujeres. Pero eso fue lo que
vi primero, siete mujeres de espalda, sosteniendo el peso carnal en la nalga
derecha. Si fuera fotógrafo, no hubiera dudado en inmortalizar el detalle.
Hice mi cola. Al llegar mi turno, decido
llamar a “Hombre sabio”, a ver si se le antojaba un pan con pollo. “Hombre
sabio” me responde y le digo que se apure, porque me estaba diciendo qué cremas
debía tener su pan. Pido su pan para llevar y decidí quedarme a comer allí,
junto a los hombres y mujeres en traje de oficina. Inevitable no escuchar sus
conversas sobre operaciones, transacciones, porcentajes y transferencias.
En cierta ocasión, en una visita al
Virrey de Lima, José Carlos me contó un hecho por demás anecdótico. Él se
encontraba ordenando los libros ubicados en los anaqueles de Narrativa
Internacional, cuando un patita, al terno, que seguramente trabaja en una de
las sedes centrales de los bancos más poderosos del país, le preguntó si tenían
“novelas húngaras de entreguerras para leer mientras espero una reunión con mis
jefes en Tanta”. José Carlos lo miró y le dijo que no, que “no tenemos novelas
húngaras de entreguerras para que leas mientras esperas la reunión con tus
jefes en Tanta”.
Ahora, sin duda, existen novelas
húngaras de entreguerras, pero también, y en pos de no perder el tiempo, tienes
que saber quién busca porque en verdad está buscando ese tipo de novelas, y quién
por posería, que es más fuerte. Además, que cae en ella no tiene otro camino
que ser lo más ecléctico posible, más aún en un mundo laboral en donde priman
temas como la bolsa y las posibles ganancias. Y si eres posero, aspirar a
marcar la diferencia, la posería es el camino.
“Qué pena que no tengan novelas húngaras
de entreguerras”, dijo el patita que no dejaba de escribir en su celular de última
generación. La cosa hubiera terminado allí, José Carlos a lo suyo y el patita
al Tanta. Pero José Carlos se vio en aprietos ni bien el patita no le entendió
la broma. “Aunque sí tengo poemarios de poetas norteamericanos de Irán”. Hubo
un silencio sepulcral en toda la librería, al patita se le encendieron los
ojos, a lo mejor estaba ante un milagro o una experiencia de lectura que no
había que dejar pasar, de la que de todas maneras debía hablar en la reunión
con sus jefes en Tanta. “Me interesa, sí, me interesa. Muéstrame todos los
poemarios de poetas norteamericanos de Irán”.
viernes, diciembre 18, 2015
398
Llegué a casa. No sé a qué hora. No
tenía sueño y me puse a acomodar algunos libros desperdigados en la sala y en
mi cuarto. Mientras buscaba un lugar para acomodarlos, Onur me perseguía,
mordiendo las suelas de mis zapatillas. Recordé las palabras de mi hermano
sobre el perrito: “la función del perro es cuidar la casa”, y le faltó: joder
como ningún otro animal.
Acomodé los libros en espacios de
anaqueles vacíos de mi nuevo estante de libros. Fui a mi cuarto y cogí la
novela de Robert Coover que estoy leyendo, La
hoguera pública. A la hora de lectura, me percato de varios fólderes manila
al lado de la Lap Top ubicada en el escritorio. Me puse de pie para ponerles en
las cestas de plástico en las que guardo los textos que escribo, como también
mis cuadernos y diarios. En estas dos últimas semanas, he estado ordenando mis
textos y me había olvidado de guardar esos fólderes manila. Cuando abrí la tapa
de la cesta de plástico en donde guardaría los fólderes manila, veo las hojas
sueltas de una novela corta que escribí en tres días, encerrado, a inicios de
año. La novela llevaba el tentativo título de Incitación. La volví a leer, ahora con un lapicero en mano, ante la
atenta mirada del perrito que por su bien sabe cuándo interrumpirme y cuándo
no.
Había mucho sexo en lo que leía. No sé
si tachar, pero vienen en mi ayuda algunas palabras del narrador Gálvez
Ronceros: “cuando escribes de sexo, tienes que ser lo más sucio posible, luego
en calma corriges”. Se las escuché a finales de los noventa en el Taller de
Narrativa de San Marcos. ¿Ayudaron esas palabras? Claro.
Como me acostaría en una hora, me puse a
leer las primeras veinte páginas de esta novela de ánimo sexual. Si metí el
lapicero, no fue para tachar o pulir las palabras u oraciones en cuanto a sexo,
sino más bien a descripciones de lugares y atuendos que usan los personajes,
por ejemplo. La novela fluía y me agradó que fuera así, aunque en la página 12
comencé a detectar algunas digresiones que se alejaban demasiado de lo que iba contando,
como si la novela se abriera a otra historia. Vi también las hojas no
escogidas, la tentación es fuerte, pero las dejé allí.
Busqué un clip y separé las hojas releídas.
Las junté con las no escogidas. Las guarde en la cesta, hasta nuevo aviso. Antes
de dormir, busqué una película para verla por partes, Holy Motors de Leos Carax fue la voz en la madrugada.
jueves, diciembre 17, 2015
397
Las puntas me llamaban e hice una seña
para que me esperen. Entré al Minimarket del grifo y compré dos cajetillas de
cigarros, más una botella de agua mineral.
Cuando entré al restaurante-bar, la
gente ya estaba ubicada en sus respectivas sillas. A la cabeza de la mesa,
Rimachi, dando cuenta del primer vaso de chela. Juan, Joe y Ángel conversaban
de lo último que estaban leyendo, como también de lo que escribían. Juan no
dejaba de hablar de su novela ganadora del Copé. Sé que su triunfo es una
cachetada para el ambiente literario local. El secreto de Juan no es otro que
el de la escritura, esa escritura constante y que ha sabido aprovechar porque
vive de sus rentas y negocios, es decir, no trabaja. En vez de rascarse la
panza, escribe y saca provecho del tiempo que tiene para escribir. Aparte de la
novela La ruta de los hombres silentes,
ha escrito nueve más, que están a la espera de una revisión. Juan seguirá
escribiendo y algún día se dirá de él que fue hombre que escribió más libros de
los que leyó. Mi respetos para Juan, por su persistencia.
Tenía hambre y pedí la carta. Se me
antojó el churrasco a la parrilla con papas fritas. Joe pidió un arroz chaufa
de carne que se veía buenazo. La conversa era festiva hasta que me enteré de un
detalle: el taller que dirige Rimachi, “Cuna de campeones”, del que ha salido
más de un copista, como Juan, que fue su tallerista. Le pregunté a Rimachi si eso
era cierto. No me respondió. Más bien, fue Juan el que me respondió
afirmativamente.
Rimachi ha estado en problemas
últimamente. Le han dicho de todo en las redes sociales, desde estafador a
matón. No tengo ánimos de defenderlo, pero si algo puedo decir al respecto, es
que él ha sido el blanco fácil de los moralistas de la literatura peruana al
momento de hablar de los malos elementos en el mundillo editorial. Su leyenda
borrachil ha crecido más que su talento literario.
Claro, en este mundillo es más
inteligente chancar a los más maleteables, que sirven de cortinas de humo a los
hacedores de discursos de indignación, discursos con el que refuerzan su pose
de pensadores polémicos.
Hablé al respecto con Rimachi mientras
cortaba mi churrasco a la parrilla. Rimachi me miraba, soltando humo por los
cinco orificios de su cabeza.
Estafas, estafas y tienes que dar la
cara y responder, cumplir, y pedir disculpas.
Pero también sé que no es lo mismo
estafar 5 mil soles que estafar por varias decenas de miles durante años.
Estafa es estafa. Así la pendejada haya
sido por un sol.
Me preguntó: ¿por qué no se dice nada de
esos impresores que han estafado por decenas de miles de soles a lo largo de
estos años?
A saber, hace un tiempo escribí un texto
sobre dos antologías de narrativa peruana última. Reconozco que se me pasó la
mano con uno de los antólogos. Al respecto, algunos imbéciles se valieron de mi
chancada al antólogo para tapar lo central del texto: los negociados a dedo que
hay en el mundo editorial, en especial cuando hablamos de los chibilines de los
gobiernos regionales, cuyas cabezas pasan por alto aquello que conocemos como
convocatorias, licitaciones, etc.
No me sorprende. Estos impresores
acoplados a la dedocracia, saben jugar muy bien sus fichas, se arman de un
aparato comercial del que más de un escritor quiere sentirse beneficiado. Su
estrategia sobadista, “lassesca” y lustrabotista los ha llevado a insertarse en
la prensa cultural limeña, conocen su negocio, el relacionismo estratégico. Por ello, muchos escritores optan por el silencio
tribunero y se les sale el lado justiciero en conversas íntimas, condenando con
fuego y azufre las artimañas "lassescas".
Sería miope no reconocer ese poder. Pero
tendría que estar caído del ego para temer a la artimaña “lassesca”. Pues bien, qué pensar de los egos agigantados que no dicen nada de lo obvio de
estos negociados y que para pasar piola arremeten con lo más criticable, con
aquello que está más a la mano. No dicen nada, absolutamente nada. A estos egos
agigantados y esclavos de la moralina discursiva les sugeriría que investiguen,
que muevan la panza y crucen información. ¿Dirán algo cuando sepan la verdad?
Confío en que sí. Si son capaces de mandar a la mierda a Fujimori, por qué no a
estos impresores que maltratan a muchos escritores.
Doy cuenta de la ensalada. Le digo a Rimachi
que todo se soluciona con trabajo. “Si la cagaste, pues cumple y pide disculpas”.
Rimachi asiente.
Al rato me habla de “Cuna de campeones” y me pasa una lista de sus talleristas que han
ganado y quedado finalistas en premios como el Copé, el Watanabe, el BCR, el
Ten en Cuento, etc.
miércoles, diciembre 16, 2015
396
Anoche fui un toque a las instalaciones
de Lima Gris, en donde Rimachi estaba entrevistando a Juan y Joe. Mi idea no
era ir a la radio, más bien debía aprovechar todo el tiempo posible y descansar
y así recuperarme del dolor de espalda y cintura. Pero decidí ir porque había
que saludar a Juancito por su premio, saludarlo en persona, con abrazo fuerte.
Además, también irían “Mr. Chela” y “El Caminante”.
Llegué a LG y me puse a conversar con
Edwin sobre la radio y revista que dirige. Escuchábamos la entrevista en una de
las computadoras. No estaba de acuerdo con las cosas que decía Juan, menos con
las de Joe, pero a fin de cuentas, de eso va la amistad, en el no acuerdo de
opiniones, en aceptar a los amigos como son y no como uno espera que sean.
Horas antes, Joe me había dicho que
iríamos a un chifa. Cuando de chifas me hablan, pienso solamente en el arroz
chaufa especial, en nada más. Claro, mi paladar no es del más trabajado, pero
eso no quiere decir que no sea exigente. La vez pasada no fui al almuerzo de
celebración, pero ahora sí a la cena de celebración por el Copé de Juan.
A media cuadra de las instalaciones de
Lima Gris, se ubica un grifo. Al respecto, tengo un apego por estos grifos con
minimarket. Hubo un tiempo en que leía y escribía en ellos, acompañado de café
o chelas en lata. Lo hacía en las noches, hasta las dos o tres de la madrugada.
Además, me servía como puntos de encuentro. Me quedé mirando el grifo y por
alguna extraña razón me vino una ráfaga de imágenes, de sopetón, imágenes que
me devolvían a esas épocas de encuentros y desencuentros en los grifos.
Por un momento, barajo la idea de
cambiar el punto de la cena de celebración, además, en el grifo se encuentran
las benditas chelas que tanto gustan a Juan, a niveles adictivos. Además, me
percato que llevo en la mano un libro de cuentos de John Collier, Fiesta en una botella. Quizá, pienso, el
título era el anuncio de algo que iba a ocurrir.
martes, diciembre 15, 2015
395
En la mañana estuve en El Virrey de Lima.
Había buen ambiente, música, patas/personajillos curiosos y bellas flacas
ávidas de buenas lecturas. Antes, cuando no existía esa estúpida ley que prohíbe
fumar en lugares públicos, disfrutaba mucho fumar en est librería, entre libros
y conversando con Erika, Fernando y Mariano.
Recorría los anaqueles de la librería y
observaba el piano e imaginaba a una mujer salvaje bailando sobre él. No niego
que tuve ganas de fumar. Saqué un Pall Mall rojo y me coloqué debajo de las
hélices. Me dispuse a fumar aprovechando las labores en las que José Luis y
Carola estaban inmersos. Fumaba mientras revisaba la sección de poesía peruana,
me fijé en los títulos publicados este año. Presté atención al poemario en el
que se habla de mí. Lo leí íntegramente, por séptima vez.
Después salí un toque a buscar un café.
Llevo días sin mi termo de café. No sé en dónde lo he dejado y tampoco me
interesa recuperarlo. Al menos no en estos días. Las calles del centro se me
presentaban de otra manera, sentía una sensación distinta. Las he extrañando en
estos días que estuve lejos de mi circuito habitual. Extrañaba el desorden del
centro de Lima, del colorido de su gente, sus costumbres que perturban, esos
rostros que en cuestión de segundos pasan del odio a la tranquilidad del placer
ventral, al menos, y siendo lo más cerrado posible, es lo que me suscitan las
mujeres acostumbradas a pasar por el centro; también los patas, de rostros
apurados y al rato felices.
Regresé a la librería. Ayudé a una
señora y su hija a encontrar un par de novelas peruanas, ambas escritas por
mujeres. No hablé mucho con ellas, pero supe que estaban de visita en Lima. Por
el tono de su voz, alargado y chicloso, supuse que vivían en Miami o New York.
En fin, sus inquietudes eran muy puntuales.
Cuando me retiraba mi casa recibo la
llamada de “Hombre sabio”. Me dice que acababa de llegar Alberto, un trajinado
cazador de libros, hincha acérrimo del Melgar. “Hombre sabio” me pone a
Alberto. Alberto me dice que ha traído quesos, chocolates y galletas arequipeños.
No lo pienso mucho, le digo que me espere en el local de Selecta del Boulevard.
No pensaba ir a Quilca. Han sido casi veintitantos días fuera y lo cierto es
que no me animo a saludar a medio mundo, pero los quesos, galletas y chocolates
arequipeños valían soplarse todo protocolo.
domingo, diciembre 13, 2015
394
Cerca del mediodía recibo la llamada de
Joe. En mi mente, retumban las imágenes y algunas escenas de Boarding Gate, película que he vuelto a
ver, más que nada por Asia Argento. Joe me pregunta si iré al almuerzo de
celebración. ¿Almuerzo de celebración?, repregunto. Sí, el almuerzo de celebración
por el premio Copé de Juan, dice Joe, a quien percibo feliz a razón de su
cuentario Los Buguis.
Es cierto, una noche antes, por medio de
mensajes de Face me habían contado lo de este almuerzo a celebrarse en un
restaurante del centro. Conozco el Dante, especializado en costillas de cerdo,
además, muy cerca hay muchos bares que serán los destinos a escoger luego del
almuerzo en honor a Juancito.
Joe me dice que también vendrán Eric, o
sea “Mr. Chela”, y “El caminante”.
Me desperezo y me animo a ir. Pero las
nuevas fuerzas son engañosas, he aprendido a no confiar en ese ánimo inicial
que no concretiza nada a medida que pasan los minutos, sucumbiendo al reclamo
corporal de las horas que han succionado hasta mis órganos vitales.
Le digo a Joe que no puedo ir porque me
siento muy cansado y con ganas de seguir metido en el sobre. Este cansancio es
raro, es mayor, mucho más que en años anteriores en los que mi despliegue
físico era saludado por muchos.
Por otro lado, me considero una presencia
extraña para los Zepita Boys, pese a ser el gurú intelectual de este grupo
vitalista y literario. Pues bien, este momento de celebración es solo para
ellos, del triunfo de una poética que no solo lo asocio al premio de “Cachetada”,
sino en especial a una actitud ante la vida y una coherencia moral con el
discurso literario y creativo que sostienen.
sábado, diciembre 12, 2015
viernes, diciembre 11, 2015
393
Ayer estuve durmiendo todo el día. De
cuando en cuando me despertaba, me preparaba un café, comía una manzana y avanzaba
en la lectura de un libro de Carrére, autor que cada día me gusta más.
Cumplidas estas actividades fugaces, volvía al sobre.
Cerca de las ocho de la noche, me alisto
para salir un toque. Un libro me espera en Miraflores, un libro que he separado
durante algunas semanas. Más o menos el truco es el mismo, no es la gran cosa.
Solo hay que saber hacerlo y sin mucho aspaviento. Simplemente, ubicas el libro
y lo fondeas en su mismo anaquel. Eso hice con un texto de Schwob, que buscaba
y dejaba de buscar a lo largo del tiempo.
Mi pata Abelardo me había advertido de
un título de Schwob que vio en una librería. Así es que fui a la librería en
cuestión. Es un título que no ha sido reeditado, tenía el dinero para
comprarlo, pero preferí llevármelo después. Sin embargo, tomaría precauciones.
Difícil que ese libro llame la atención
del lector común, pero nunca falta uno que ubique ese texto y se lo lleve. Así
es que fondeé el ejemplar entre cosas de Allende y Esquivel. Así es, Schwob
entre Allende, Esquivel y Cielo Latini.
Me alisté y salí rumbo a la librería
miraflorina. La pesadez y el cansancio los sentía en cada parte de mi cuerpo.
Por un momento sentí que había sido un error haber salido, fácilmente podía ir
el domingo, como máximo, no así el lunes, porque se casa mi hermano. Llegué a
la librería y compré el libro. Con las mismas regresé a casa.
Eso fue lo que debí hacer con muchos
libros que me interesaban y que no pude comprar por distintos motivos. Como ese
ejemplar de El ladrón de orquídeas que
vi en Camaná y que no llevé por considerar que nadie iba a interesarse en él.
Me equivoqué cuando me animé, luego de dos meses y medio, en los que lo veía en
el mismo anaquel, pues Orlean ya no estaba.
jueves, diciembre 10, 2015
392
Me alegra que más de un lector haya
preguntado por el estado del blog durante los días en que me visitaban en la
feria RP. Bueno, me alegro porque es bueno saber que más de una punta se
interese por la actualización del mismo. La respuesta siempre es la misma
cuando me preguntan por la vida virtual de este espacio, obviamente: hasta que
me canse. Ahora, no es que en estos días haya estado cansado del blog o haya
mostrado señas de agotamiento. Las razones pueden ser variadas, cada una más
atendible que la otra, cuando lo cierto es que el ritmo de trabajo en la feria
RP me llevó a elegir entre dos opciones: o leer o escribir. Los lectores del blog
saben bien qué fue lo que elegí al final.
La decisión fue la correcta, porque leí
muchísimo, como una verdadera bestia, sea en los taxis, feria y casa, la
lectura hizo su trabajo y también me ayudó en lo emocional, a tener una
paciencia interior que necesité en esos días en los que te topas con harto
mercachifle de libros, con meros comerciantes que nunca han leído un libro, ni
de los llamados motivacionales, que se creen dueños del mundo cuando en
realidad no son dueños de nada.
Alguna vez he pensado en escribir un
pequeño ensayo sobre esa gran incoherencia existente en el mundo del libro en
el Perú. Mientras pienso en la idea, duermo y leo, y me pongo a punto para la maratón
de Brian de Palma que comenzaré en algunas horas. De las películas del
director, hay una que no había visto y esta será pues una buena oportunidad. Ya
les cuento cómo me fue.
sábado, diciembre 05, 2015
jueves, diciembre 03, 2015
391
Era un día tranquilo, como si nada fuera
a ocurrir. Aún no eran las horas del ajetreo, horas amenazantes en las que vale
estar atento, en las que en minutos puedes hacer lo que no en horas de hueveo.
Precisamente, en las benditas horas de hueveo leí Nuevo museo del chisme de Cozarinsky. Lo leía con relativa
atención, mientras barajaba la idea de salir un toque y comprarme un sanguchón
de pavo de La Lucha. También sentía la necesidad de fumar, de botar de mí toda
la tensión de los últimos días, de encontrar tiempo en las mañanas y así poder
pasar a documentos en Word lo que he venido escribiendo a mano, sea en los
cuadernos y libretas de notas. Alguna vez, en un lejano post, dije que escribía
mucho a mano, algo que resultaba inconcebible para los lectores del blog, que
me alucinan una especie de dependiente de las nuevas plataformas de escritura.
Pues no, soy más tradicional de lo que pudiera pensarse, bastaría con ver el
celular que manejo para tener una idea de que la tecnología no es lo que me
quita el sueño.
Cerca de las tres de la tarde, justo
cuando me disponía a salir a fumar, recibo la visita del poeta y editor Beatnik
John, cuya vestimenta era el mejor reflejo de su actividad vital, un beat por
donde lo veas. John, y es justo decirlo, es de los pocos valientes que se
atreven a vivir en pleno uso de la libertad que otros abandonan por la mera
seguridad. En esa libertad ha recorrido toda Sudamérica y, obviamente, conoce
cada centímetro de este país. Me consta que viaja mucho y es un placer hablar
con él, que siempre está lleno de proyectos, viviendo poéticamente, y no de la
poesía. Hace poco estuvo en una feria del libro en Juliaca. Le pregunto al
respecto, solo por curiosidad, porque no sé si tenga las fuerzas para ir a una
feria en Juliaca, pero sí me interesa saber cómo va la movida literaria por
esos lares, que imagino debe ser más poética que narrativa.
John abre su mochila y me obsequia
algunos libros de su editorial Hanan Harawi. Los libros que hace son
artesanales, pero tienen el detalle del gesto pulcro en su hechura. Algunos los
llamarían libros objetos. Comienzo a revisar uno, de pasta verde, Discursos interiores. Teorías sobre el
romanticismo de Ana Mónica Vílchez. Pese a que me topo con algunos poemas
que no me convencen, debo decir que aquí hay una voz sensible que apuesta por
la verdad en el discurso poético. Es decir, Vílchez apela a la fuerza de sus
recursos, sin necesidad de ornamentarlos, más bien dejándolos fluir. En ese
cauce se encuentra una revelación con la que se identifica el lector. Bueno, al
menos yo sí me identifiqué.
martes, diciembre 01, 2015
390
Los lunes suelen ser días de escasos
movimientos y contados sucesos. A mi alrededor, más de uno bosteza. Entonces,
camino y recorro en calma la feria, me acerco a los stands de las grandes
editoriales, de igual modo a los de los pequeños sellos. Aunque las novedades
no abundan, es bueno destacar algunos nombres, que conocíamos de oídas o por
fragmentos, de los que ahora disponemos de varios títulos, para escoger, y así
no tener excusas para no leer a Evelio Rosero, a saber. Pero lo que me gusta
más cuando recorro las ferias es irme a los stands que no necesariamente están
bajo el mandado de la moda editorial, sino que vienen marcados por un ánimo
guerrero y comercial, con saldos y títulos pintorescos, de mercachifles sin
más, pero que en esa mescolanza de libros ordenados sin criterio alguno, en
esas filas de lomos, a lo mejor puedas tener el gusto (con ecos reveladores)
que puede depararte una joyita que andabas buscando, o que por alguna razón un
libro te llame la atención, cosa que justificas la revisión de sus páginas,
haciéndole caso a esa voz interior, que en mi caso ya sé obedecer.
Aproveché el silencio gris de la tarde.
Veía a más de un expositor cabecear a medias, no totalmente, porque los vientos
provenientes del mar eran no menos que sacudones al ánimo alicaído. Me salí de
las instalaciones feriales y me puse a leer de pie en dirección al mar. Desde
hacía tiempo que no leía a Ellroy. Hubo un tiempo en que sí lo leía
religiosamente, de manera cronológica, pero le perdí el rastro. Cuatro o cinco
años sin saber nada de este narrador gringo que ha sabido construirse una leyenda
de maldito e hijo de puta. Llevaba conmigo A
la caza de la mujer, su libro de memorias, del que me faltaban veinte páginas
para acabarlo. Decidí terminarlo en esos minutos muertos castigados por el
frío. Valió la pena, en verdad esta lectura se justifica sola.
En A
la caza de la mujer, Ellroy deja la piel en el asador, diseccionando el
tema de su vida: la mujer. Los lectores de Ellroy son testigos de una bandeja
temática que nos lleva a su infancia y desenfrenada juventud. Cuando Ellroy
tenía diez años, su madre fue violada y asesinada. Esta tragedia marcó la
literatura del futuro escritor, pero ante todo, lo obsesionó como persona. Por
ello, estas memorias pueden ser asumidas como una cantera de atrocidades de la que
el autor nunca ha dejado de echar mano para pergeñar sus novelas. Además, son
un ajuste de cuentas consigo mismo, un viaje interior, un recorrido desde el
infierno personal a un relativo equilibrio emocional. Con Ellroy nunca se sabe,
nada es estable.