viernes, septiembre 28, 2018
Un comentario escuchado en el taxi: “Si
ya nos gobernó un asesino, ¿qué importa otro para Lima?”
Hasta ese momento creía que había sido
un error iniciar una conversación con el taxista. Me quedé chico en la
sospecha. Es solo la constatación de la degradación moral en la que vive la
población peruana, que en un par de semanas tendrá que elegir a sus alcaldes.
En el caso de Lima, el horror no solo se centra en Urresti, quien es
investigado por el asesinato del periodista Hugo Bustíos (si no tuviera este
anticuchazo, sería un candidato potencial, aunque sí tengo serias reservas en
cuanto a lo que haga en el plano cultural, que en varias ocasiones ha
demostrado que no le interesa en lo más mínimo), también en las otras dos
alternativas: Belmont y Reggiardo. El primero, que apela a lo peor de nuestra idiosincrasia
a la caza del favor popular: la labia que sobredimensiona el logro de sus dos
gestiones ediles, ahora condimentada con el verbo xenófobo contra los
venezolanos, que halla recepción en mujeres y hombres de escaso nivel cultural
y elemental desarrollo cerebral. Ni hablar del tercero, el representante del
fujimorismo, la improvisación en mágico estado de putrefacción.
A lo mejor de estos saldrá el próximo
alcalde de la capital. Y saben qué: nos lo merecemos por pusilánimes. Por no
haber sabido hacer la diferencia cuando se tuvo la oportunidad: el gobierno
municipal de Susana Villarán, que como tal fue el peor en la historia de la
capital, cosa penosa porque Villarán tuvo todo a su favor para realizar una
gestión que condicione a las siguientes en bienestar de la población.
Nos queda pues ser partícipes de la
puesta en escena de un bacanal en el que el improperio y la estolidez
anunciarán al próximo mandamás municipal. Tan ahuevados estamos que no nos damos
cuenta de la participación de un buen candidato: Jorge Muñoz.
lunes, septiembre 24, 2018
kloaka / borrado con lija
Un fin de semana en que me recuperé de
una gripe fulminante. Lo que hice fue releer, a saber, Pago de Letras de Víctor Hurtado Oviedo. Esta publicación viene
dorándose como un librito de culto, al menos esa es la impresión que tengo.
Podría decirse que VH es de los autores que cincelan, no de los que escriben,
de los que pertenecen al magisterio de Francisco Umbral, basta esta seña para
que aparezca el interesado, o todo lo contrario: el desdén inmediato.
Vi también algunas películas, pero
también fui testigo de la destrucción moral del grupo Kloaka.
La historia de este borrado con lija
comenzó cuando uno de sus poetas insignia, Domingo de Ramos, es
acusado de intento de violación por la artista Ale Wendorff. Ante la gravedad
de los hechos, DDR tuvo la oportunidad de pedir disculpas (lo que AW le exigía
en lugar de denunciarlo penalmente), mas su descargo resultó vomitivo, exhibiendo
la bajeza de los que se cagan en los principios que juran defender y en el
dolor/incomodidad/malestar de los agraviados. Claro, todo este histrionismo
vino con la sazón del pacoyunquismo, que como era de esperar, fue celebrado por
gentuza. Horas después AW demostró con pruebas lo que DDR negaba: la intentó
violar.
Cuando pensábamos que el silencio era lo
mejor y así dejar que la condena social
se encargue de DDR y del sinuoso discurso moralista de los poetas y simpatizantes
de Kloaka, el poeta más representativo de la agrupación terminó por rubricar la
catástrofe. El post de Roger Santiváñez en el que brinda su apoyo a AW y a DDR
es, bajo todo punto de vista, de una inmoral asquerosidad, la que termina
ubicándolo en la acequia de los acomodaticios, de los que no tienen bandera, de
los que hacen de la hipocresía su modo de vida.
El grupo Kloaka, y esto lo digo en base
a la experiencia de la lectura, está conformado por poetas de evidente medianía,
por uno que hizo solo un buen poema (DDR) y otro extraordinario (RS). El aparato
crítico que se ha formado en base a la agrupación encuentra su justificación en
las resonancias de la primera etapa poética de RS, más el aditivo de la
denuncia contra las injusticias sociales de los años (80) en que se dieron a
conocer. Hemos visto cómo funciona la alianza académica, que encierra una
trampa: exaltar a Kloaka para meter de contrabando otras propuestas para que de
esta manera encuentren la legitimidad en el testimonio de época.
Los promotores de Kloaka, como el
crítico José Antonio Mazzotti, saben que todo discurso debe guardar coherencia
con una postura ética. Si mi discurso es deudor del ánimo de denuncia, no puedo
cerrar el hocico y conformarme con ser testigo de una inmoralidad. Por ejemplo,
¿de qué me vale señalar los atentados a los derechos humanos de los comandos
paramilitares de la dictadura fujimorista si me cobijo en el mutismo cuando uno
de mis amigos viene representando públicamente lo que más detesto?
¿O es que para Mazzotti y compañía la
defensa de los principios es aplicada dependiendo de la lejanía ideológica y
amical con el perpetrador? El silencio cómplice es lo que ha primado en este
destilado de sinverguenzería a causa de la denuncia de AW, silencio ante un
intento de violación que ha terminado por evidenciar el doble rasero ético de absolutamente
todos los poetas e “intelectuales” que han hecho carrera valiéndose de la
década más sangrienta en la historia del país.
jueves, septiembre 20, 2018
lectura torcida
En su momento no hacía caso de lo que se
decía que podría ser una catástrofe para la literatura. Creí que se trataría de
una moda pasajera. Ahora veo que no es así, va en serio y con el peligro de
instaurarse en la libertad de la lectura.
Siendo la lectura un acto placentero,
causa pavor que ciertos grupos feministas estén promoviendo la lectura de
capirote, aquella que encuentra su justificación en las buenas costumbres, es
decir, la moral creativa bajo cotos.
Resulta positivo que los grupos
feministas estén alzando la voz de protesta en el circuito literario peruano. Pero
mucho más es que se estén organizando en pos de un objetivo común: protegerse
del miserable que abusa de las mujeres exhibiendo el distintivo de “escritor”.
Lo sé. El lector no habituado a estas
aberrancias creerá que el circuito literario y cultural está poblado de huevones
con un elemental nivel cultural. No están muy lejos de la verdad.
Sintonizo con las acciones que han
llevado a cabo las feministas locales, sea en presentaciones y en las redes.
Sin embargo, lo que sí me fastidia es que ese ánimo vigilante venga atentando contra
la experiencia de la lectura, que se justifica en el gozo de la estética y de
lo que esta es capaz de transmitir. Juzgar a la persona por encima de la obra
hace que perdamos la perspectiva de lo que es apreciar una obra de arte y el
solo hecho de enunciarlo me brinda un panorama por demás degradante, un claro
retroceso a los avances que el feminismo peruano ha venido mostrando.
Llámalo intolerancia. Del mismo modo
fanatismo.
"la uruguaya"
Comenzó como un rumor, hasta convertirse
en un tsunami, un franco testimonio que honra la sintonía con lo que vemos
pocas veces: coherencia entre el saludo del público y la valoración crítica.
Bien reza el título del post, me refiero
a la novela La uruguaya (Emecé, 2018),
del escritor argentino Pedro Mairal.
He leído algunas cosas del autor. Si
bien reconozco talento y oficio, no hallaba en su poética una conexión más allá
de lo atendible. Obviamente, es una opinión personal, tan válida como la de sus
muchos seguidores.
No solo me parece, de lo leído, el mejor
libro de Mairal (aclaración: mejor como mejor,
no mejor como menos malo), que tiene
los elementos que justifican su éxito arrollador mediante un argumento
atractivo y un lenguaje parco que como tal no deja de proyectar una extraña
sensibilidad poética. Si a estas dos columnas las barnizamos con el aderezo del
humor, la temática sexual, el discurso de la crisis de pareja y algunos
párrafos situacionales que cumplen el objetivo de dar respiro a la historia,
el resultado no puede ser menos que adictivo.
Lucas Pereyra, su pareja Catalina, Maiko,
el hijo de ambos, y Magali Guerra, son los personajes centrales en los que el
primero sostiene su narración. Él viaja a Uruguay a cobrar el anticipo de un par
de libros, en donde espera encontrarse con Guerra, a la que conoció meses antes
en un evento literario. Lucas no solo anhela una aventura, sino también aliviar
su relación con Catalina y de esta manera dar un sentido a su proyecto de vida.
Se deduce que muchas cosas suceden en
Uruguay.
Ese es precisamente el problema. Demasiada información para tan pocas páginas, que arroja un descuido
inaceptable: la laxa configuración moral del narrador protagonista. Por eso su
discurso personal muestra demasiada ingenuidad y no lo que se supone, los
quiebres anímicos que nos permitan tratar de entenderlo.
Nos enfrentamos a una buena novela, pero
esta no es magistral.
miércoles, septiembre 19, 2018
artista / política
Luego de una mañana acabando un ensayo
sobre un querido autor mexicano, me alisté para los partidos de la Champions.
Mi atención, como la de muchos, estaba en el encuentro entre el Real Madrid y
la Roma. No me considero seguidor de los blancos, pero no creo ser el único que
tenga curiosidad por saber cómo jugará este equipo sin la hoy estrella de la
Juventus.
Tres golazos.
Luego, el forzoso aterrizaje en la
realidad. Ver de qué va la política nacional, tratar de dar con la médula del
concierto reguetonero en que se ha convertido el contexto político. Sin duda,
más de un congresista está nervioso ante la no reelección parlamentaria o,
peor, la posibilidad razonable de que se cierre el Congreso, que bajo ningún
motivo debemos comparar con lo sucedido en 1992.
Si en caso suceda lo segundo, los
planes de vida de los congresistas quedarían truncos, todos han presupuestado
sus gastos en función a su labor congresal, además, de aprobarse la no
reelección, esto daría pie a la aparición de pulpines improvisados y cosas
peores.
Por
eso, estos ociosos vienen mostrando impensadas virtudes laborales. El país ya
los vio, pero también ya decidió. Sin embargo, qué clase de gente será la que
postule a un cargo público. Me adelanto al futuro e imagino a las pequeñas
bestias del izquierdismo local, haciendo loas por los Humala y cerrando el
hocico ante la masacre de Maduro en Venezuela, senderistas de cantina en pleno
hueleguisismo.
Ahora, las cosas se calmaron cerca de las
siete de la noche, luego de recibir una llamada provechosa, cuando revisando
una edición de Caretas de 1995, doy con una noticia que me sacó de la
información que buscaba. En el semanario se daba cuenta de los ataques
que recibió Alfredo Bryce cuando este rechazó la condecoración la Orden del Sol
que pretendió otorgarle el gobierno de Fujimori. Bryce se hallaba en el
balneario chiclayano de Pimentel, rodeado de amigos, y no se prestó a la
jugarreta del dictador. Razones atendibles, pero una excluyente: la nefasta ley de
amnistía militar, con la que se benefició al Grupo Colina.
Bryce le escribe una carta abierta al
Presidente, un cachito: “Señor Presidente, yo soy feliz en Pimentel y usted ha
envejecido en palacio”… “Ayer me infligí la tortura personal de verlo en
televisión en vez de mirar al mar. Cámbiese de gorra, señor Presidente, o
cambie de asesor de imagen. Su visera no puede contra lo visceral. Lo visceral
es mi rechazo contra su autoritarismo y prepotencia”.
En lo personal, esa es la imagen de
Bryce que prefiero, y claro, la del autor de extraordinarias novelas. La nota
venía a cuenta de la salida de su entonces último título, en lo personal el
mejor de todos: No me esperen en abril.
Pero hay más, esto dice de los artistas que ingresan a la política: “Cuando un artista, sea este escritor o lo que fuere, se
acerca al poder, es para ser bufón. El hombre de poder siempre va a querer que
el artista lo divierta”.
Claro, esta sentencia puede estar sujeta
a cuestionamiento. No es una regla, porque hay creadores de buena voluntad y
con vocación de servicio, que desempeñan su labor lejos de la aceptación de las
redes, comprometidos con la educación de los menos favorecidos, por ejemplo.
Eso es hacer Política de verdad.
martes, septiembre 18, 2018
egos golpeados
Me despierto relativamente temprano, el
motivo: los partidos de la Champions. No serán disputados, pero al menos hay un
par de encuentros que podrían resultar interesantes. De paso, reviso los
diarios, del mismo modo las redes. Ahora todos se han vuelto especialistas
constitucionales, en atalayas de la catástrofe que relacionan el último mensaje
del presidente Vizcarra con lo perpetrado por Fujimori en 1992.
En mis manos, una novela que acabo de
terminar, Perro con poeta en la taberna
(Escuela de Edición) de Antonio Gálvez Ronceros. Por donde la leas, una
maravilla, la orfebrería en la prosa, no esperábamos menos del autor. No me
refiero a preciosismo narrativo, sino a un código trabajado, que no carece de
sustancia vital, esa festiva maña tan ausente en la mayoría de nuestros
escritores, ya hipotecados al discurso literario (y extra) de lo políticamente
correcto.
La brevedad basta y sobra para AGR. En
lo poco dice demasiado gracias a las metáforas que encierran otras metáforas.
Al respecto, pensemos en los egos de los escritores, que en estas páginas son
ultrajados y con justa razón. Esto sucede a cuenta de la mirada del autor, que
sabe cuándo cargar la cacerina de sus recursos, es decir, no cae en el ánimo
sentencioso, menos en la sustentación de una verdad para exponerla desde una
aparente superioridad moral, tal y como sucede en la valoración de la narrativa
sobre los años de la violencia terrorista. El autor hace la del maestro:
administra su voltaje verbal y su crisol temático.
Perro
con poeta en la taberna va más allá del deleite de la lectura, puesto que
podría servir como un provechoso manual sobre cómo se construye una novela
corta sin depender de la olvidable plasticidad formal. No sé cuál sea el futuro
de este librito, lo que sí espero es que con los años pueda inscribirse como un
clásico de la narrativa peruana.
miércoles, septiembre 12, 2018
las otras víctimas
Ayer martes 11 fue un día especial para
la historia peruana contemporánea. Primó el sentido común y se condenó a cadena
perpetua a la cúpula de Sendero Luminoso por el atentado de Tarata de 1992.
Cosas del destino, desde hace algunos meses Osmán Morote y Margot Liendo venían
cumpliendo arresto domiciliario, hecho que había desencadenado no pocas
críticas al sistema judicial. Ahora regresarán a la cárcel, de donde jamás
debieron salir.
No soy el único que lo ha dicho: esta
gente no debe esperar nada bueno de la sociedad, jamás ha brindado las señas
mínimas de arrepentimiento, menos se ha dignado a pedir disculpas públicas.
Siguen con la mente torcida, espueleados por la ideología mal asimilada, sin la
base de la legitimidad popular.
En todos estos años hemos sido testigos
del aberrante descuido del Estado ante las víctimas del terror. Me refiero a
las otras víctimas, esas que no son
tomadas en cuenta por los nostálgicos del terror, ni la ociosidad oenegenera,
mucho menos por los senderistas de cantina que pueblan el circuito cultural
local.
Para esta recua, los policías y
militares mutilados y los hijos huérfanos de los mismos, por ejemplo, no
califican de víctimas, debido a esa delgada línea que divide lo prioritario de
lo que no lo es: la ideología.
En este sentido, la lectura de la
sentencia que escuchamos ayer es también una condena para la izquierda peruana
que sigue mostrando una postura laxa ante las atrocidades de sus homúnculos
políticos. No hemos visto en estas últimas horas ningún tipo de declaración de
sus representantes al respecto, el mutismo ha sido total. Más allá de este
rabopajismo, llama la atención la insensibilidad, esa que tanto direccionan a la
derecha cada vez que se piensa en el otro, el menos favorecido.
martes, septiembre 11, 2018
"archivo de recortes"
El fin de semana terminé de leer Archivo de recortes (Escuela de Edición,
2018) del escritor y crítico Alonso Rabí.
Como bien reza el subtítulo, nos
hallamos ante crónicas literarias en tono menor, seña que vemos reflejada en
una prosa pausada y, en no pocos momentos, cautelosa, estrategia que termina
rescatando del olvido a todos los textos que fueron escritos para la prensa
cultural.
A diferencia de su anterior entrega, Animales literarios (2016), ahora el
autor navega con más comodidad y seguridad. En este sentido, la selección que hizo de su producción
exhibe una genuina pasión por sus autores favoritos y temas de interés, cosa
que agradecemos porque en nuestro periodismo cultural urge la pasión generosa
por compartir.
Rabí establece un diálogo cómplice con
el lector, no importa si este es informado o no. Ahí lo del "tono menor", que asumimos en su dimensión íntima, como lo podemos ver en Y al comienzo fue un libro, Padre del periodismo gonzo, Un
Beatnik en la Ciudad de los Reyes, El viejo lobo de mar, El periodismo
latinoamericano, El desenfreno de Levrero, La ciudad de los cafés, De cómo Don
Quijote llegó al Perú y Amor por correspondencia. No solo nos enfrentamos a una
ética valorativa,
sino también a un ánimo aleccionador, aquel que teje la información sin que esta se
pierda en el mero efectismo del escueleo ni en el dato superfluo.
Ahora, no sé si esta selección haya estado sometida a una nueva revisión por parte de Rabí, pero algunos textos debieron
recortarse, a saber, el final de En busca del crimen perdido. Más allá del señalamiento,
ADR se erige como el testimonio de una
época en que el periodismo cultural cumplía una noble función, que con sus
yerros y aciertos, transmitía un amor por la lectura. No como el que se viene
practicando últimamente, tan entregado a la fiebre de la novedad y a los chabacanos
pases del relacionismo.
lunes, septiembre 10, 2018
"ip"
En la última edición del semanario Hildebrandt en sus trece, el reconocido
director firma un artículo que seguramente habrá sacado roncha a más de un
intelectual peruano, o lo que entendamos por “intelectual peruano” a estas
alturas.
Pondría el link de Dónde están los
intelectuales, pero no es posible. Si lo buscan en redes, lo encontrarán.
Es cierto: este país se está yendo a la
mierda y muchos de los que se cobijan en la superioridad moral no se están
portando a la altura de las circunstancias. El “ip” exhibe ahora una tendencia:
trabajar con esmero su imagen, dorar el verso de la indignación (mejor si hay
lisurita), que brinda frutos inmediatos, no lo vamos a negar. Lo estamos viendo
desde hace algunos años: pseudo matones virtuales justificando lo inmoral, sin
posición clara en cuanto a las serias acusaciones (asesinatos de por medio)
contra la ex pareja presidencial, pienso en Faverón, en el guerrillero del
inbox Chiboliné du France y otros especímenes parecidos. Lo acabamos de ver
días atrás, con la acusación por intento de violación al acabado poeta
ochentero Domingo de Ramos, que en lugar de recibir un serio llamado de
atención de su grupete de poetas igual de acabados y comandados por Mazzotti, recepciona
su apoyo, hecho que dinamita el discurso social del grupete, tan inclinado en
teoría a la protección por el menos favorecido y otras hierbas similares.
La lista podría ser larga, pero solo me
he limitado, por esta vez, a los representantes más estrafalarios de la fauna
literaria, que asumen los principios como medio, no como fin a proteger con
todos los recursos intelectivos posibles. A todos ellos, les sugiero la dosis
de desahuevina de El intelectual barato de El
pez en el agua de Vargas Llosa.
jueves, septiembre 06, 2018
ansiedad de poder
Un libro que me gustaría recomendar en
esta mañana de jueves, minutos antes de salir a una reunión: H & H. Escenas de la vida conyugal de Ollanta Humala y Nadine Heredia (Planeta)
de Marco Sifuentes.
En apariencia, se trataría de una
empresa fácil: el tema que lo conduce es muy conocido por los lectores informados
de la realidad política actual. Sin embargo, no es así: ¿Qué sabemos y qué no
de Humala y Heredia? ¿Qué más podemos decir de esta pareja de sinvergüenzas para
algunos y de perseguidos políticos para otros? ¿Qué hacer para que este
mounstro sea interesante?
Para retratar a esta bestia de dos
cabezas, Sifuentes se sirve de la radiografía de los torcidos circuitos que
conforman y justifican la moral de quienes hasta hace algunos años dirigieron
los destinos del país. Para entender la descomposición, primero hay que
escarbar la materia en su estado de gracia, es decir, durante el llamado “mejor
momento”. Esta estrategia no es novedosa, ya la hemos visto en una obra maestra
de Norman Mailer, la madre referente de la intoxicación del alma: La canción del verdugo. Entonces: ¿en
qué yace el mérito de Sifuentes? No vamos a destacar la dimensión de la
investigación y documentación, por tratarse de un tácito principio que dirige
este tipo de trabajos, sino subrayemos la fluidez de la prosa, que ha
encontrado un punto de equilibrio entre la fugacidad de la escritura
periodística y la densidad narrativa, que nos arroja lo que pocas veces vemos:
retener información en el ritmo.
Sifuentes ofrece un fresco letal de la
perdición a la que pueden llegar mujeres y hombres ante la peor de las
adicciones: la ansiedad de poder. El periodista cumple su propósito con los
lectores, pero en esta empresa hubiésemos deseado un mayor riesgo opinativo, el condimento que dora la
voz. Reparo importante, pero que no desmerece lo que H & H es: una de las mejores publicaciones de no ficción del
año.
miércoles, septiembre 05, 2018
armar el caso / condena social
Si tienes cuenta de Facebook, aquí
puedes ver el último comunicado del Comando Plath.
Felizmente, no tuvieron que pasar muchos
meses para que se digan algunas cosas claras en cuanto al señalamiento de los
acosadores del mundo letrado peruano, que aprovechan su condición de creador /
intelectual / académico / literato para justificar sus fechorías contra mujeres
del circuito cultural.
Se trata de un texto histórico que
servirá de precedente para visibilizar futuras denuncias de acoso. El objetivo,
infiero, es que las acusaciones tengan una solidez y que en base a esta se
pueda proteger a la mujer denunciante. En este sentido, lo acaecido con el
poestastro y pedófilo Reynaldo Naranjo resultó aleccionador, porque partiendo
de la información de las agraviadas se formó un caso para su exposición. Construirlo
tomó tiempo y su impacto no pudo ser más que efectivo.
Ese es pues el camino. Forjar una
narrativa sustentada y de esta manera reafirmar la denuncia del maltrato o desechar
lo que solo pertenece a un asunto doméstico.
Poner en evidencia un acoso es un asunto
muy complicado y lo peor es caer en las trampas del apuro, en la demanda de la
indignación que en toda razón requiere de justicia. Sabemos que los mecanismos legales no cuidan a las mujeres,
basta ver los ejemplos más sonados fuera del ámbito cultural para darnos cuenta
del lugar que ellas ocupan.
Queda la condena social, que no es poco:
lo acabamos de ver días atrás con Domingo de Ramos y la artista Ale Wendorff,
que lo acusó de intento de violación. Ante esta gravedad, DDR reaccionó como
todo un imbécil, actitud celebrada por algunos autodenominados representantes
de la superioridad moral de izquierda, cuando lo lógico, ya que lo consideran
su amigo, era conversar con él y hacerle ver la importancia de pedir disculpas.
DDR tuvo la oportunidad de hacerlo y prefirió la victimización racial, el
pacoyunquismo.
El silencio cómplice de los defensores
de DDR grafica en dónde están sus principios. Ya los quiero ver hablando pestes
del sistema neoliberal, para esas cojudeces sí son campeones, maravillosos
guerrilleros del verso.
martes, septiembre 04, 2018
"lcn" / ws
Más de una vez lo he dicho, sea en este
espacio, en Caretas y en alguna entrevista, seguramente a manera de queja: los
escritores peruanos desaprovechan su privilegiado contexto temático. Claro, en
esta sentencia hay mucho de preferencia personal, de ordenanza caprichosa que
como tal no es justa, puesto que cada creador es dueño de forjar su poética de
acuerdo a sus intereses.
Dicho esto, no puedo ser ajeno al entusiasmo
que me dejó La coca nostra (Alejo, 2018)
de Wilfredo Silva Mudarra.
Esta novela merece un post especial, que
haré en los próximos días. Mientras tanto, un par de preguntas se imponen, más
sus inmediatas respuestas: ¿Qué hacer para que circule en librerías limeñas, al
menos en las que no pidan tanto papeleo para la exhibición? No puedo asegurar
que su presencia en el circuito librero genere un impacto, pero sí podría concitar
la atención de algunos lectores que gustan del tópico del narcotráfico. La
segunda: ¿los escritores que escriben fuera de Lima son mejores? No lo creo. En
todos lados hay espantos narrativos, la diferencia radica en que los de acá
saben maquillar sus deficiencias gracias al relacionismo (pensemos en las
reseñas a pedido). En este sentido, WS ha forjado su trayectoria desde
Chanchamayo, lejos de este antro de frivolidades, es decir, de la distracción.
Por momentos, siento curiosidad por leer lo que ha publicado antes de LCN, cuya lectura me ha presentado a un
escritor maduro en oficio y que escribe con conocimiento de causa; además, me
revela su conocimiento del género de divertimento, pero aquel pautado por el trabajo en la
verosimilitud, sea en la voz narrativa, los personajes y la trama.
Ojalá, sí, ojalá, algún maravilloso
distribuidor se ponga en contacto con WS y vea la posibilidad de que su libro
pueda estar por estos lares.
lunes, septiembre 03, 2018
lozanía / envejecimiento
2016 fue calificado por los críticos
como el año de la poesía.
2017 como el de las reediciones.
Y todo indica que este 2018 será el de
la no ficción.
Me centro en las publicaciones del año
pasado. Es cierto: tuvimos reediciones muy importantes, como Un único desierto de Enrique Prochazka.
No sé, ni me interesa, cuál es el
presente comercial del libro. De lo que sí estoy convencido es que su
circulación no debe descuidarse, siempre aparecerá el lector curioso, al acecho
por saber cuánta verdad hay en aquel autor al que muchos catalogan de raro y
que es dueño de un inquebrantable reconocimiento entre los letraheridos
entrenados. Desde este pequeño espacio me sumo (una vez más) a lo obviedad: UUD es un alucinógeno para la lectura y
haríamos bien en recomendarlo todas las veces que sea posible.
*
El gordo Javier me pregunta por la
reedición de Las fotografías de Frances Farmer
de Iván Thays. Entonces, ingreso a los terrenos de la duda existencial: la
franqueza o el buenagentismo. ¿Qué camino elegir? Escojo lo más sano: me
despido del gordo Javier y voy tras la butifarra y el espresso de los lunes.
No lo voy a negar: este libro fue importante
en la década del noventa. Hagamos memoria: en esa era signada por el
ahuevamiento fujimorista no teníamos lo que hoy: alternativas editoriales que
propicien la aparición de nuevas voces narrativas. El circuito editorial era
como un pueblo de tierra, adobe y paja que veía interrumpido su inutilidad ante
la huida de un cuy de un perro. En esas duras circunstancias aparece Thays y
este cuentario gozó de muy buenos comentarios, del que se destacó la fuerza
poética en textos como “Nosotros hubiéramos querido que ella fuera eterna”
(primera y segunda parte), “Los hombres al viento”, “No necesariamente rubia”,
entre otros. Cuando lo leí, mostré también el mismo ánimo. Thays
escribía/escribe bien. Pero también sabemos que la experiencia de la lectura no
se ajusta a la factura del momento, esta es sometida a escrutinio y en esta
vía nos podemos dar cuenta si un libro de ficción queda o no.
La relectura (en mi caso, en dos
ocasiones más) nos indica que LFDFF
ha envejecido muy mal. El problema no radica en una posible deficiencia de la
pericia narrativa, sino en la ausencia que potencia incluso a los textos
imperfectos: la dimensión humana. Cuando me refiero a esta dimensión, no estoy
pensando en el vitalismo barato, sino en la esencia espiritual y emocional que
sostiene todo proyecto literario. Líneas atrás mencioné a Prochazka, cuyo libro
podría exhibir más de un punto en común con el de Thays, pero en lo de
Prochazka es posible detectar una extrañeza que no solo contribuye a la arquitectura
de la prosa, también a la configuración moral de sus personajes y a las
atmósferas en las que se amparan sus cuentos, por eso es que UUD se mantiene vigente, lozano, del
mismo modo los títulos noventeros Orquídeas
del paraíso de Enrique Planas y Al
final de la calle / Ciudad de M
de Óscar Malca.
En la primera entrega de Thays todo es cartón,
plástico, papel bulky y bolsita de marciano. No hay incomodidad, ni
cuestionamiento, ni corazón, solo olvidable belleza verbal. Vacío.
domingo, septiembre 02, 2018
cosas del método
Mañana de domingo. Me sirvo café y dos
panes con palta. Pienso leer hasta las tres de la tarde, porque a las cuatro
saldré a recorrer las vacías calles que solo puedes disfrutar en este día.
Antes de terminar algunos libros ya muy
avanzados, veo los suplementos y revistas. Entre estas últimas cojo Somos. La
recorro de la última a la primera página. Como suele ocurrir, hay notas que me
gustan y otras no.
Llama mi atención la sección de reseñas
de libros, a cargo de Dante Trujillo. Como publicación principal, aparece la
última novela de Luis Hernán Castañeda, Mi
madre soñaba en francés, que goza del entusiasmo valorativo del reseñista. Sin
embargo, el sábado pasado, en esa misma sección, comentó No somos cazafantasmas de Juan Manuel Robles. Aquí también hubo bendición, pero en su discurso mostró más de un reparo.
Ya leí ambas publicaciones y no quiero
apurarme en el veredicto (los que me conocen, saben que una de las cosas que
detesto más es estar apurado, y me refiero a estarlo en todos los aspectos de la vida). No
me sorprendería si sintonizo con Trujillo, pero ese no es el punto, sino este:
la falta de coherencia en el método valorativo. ¿Por qué con uno sacó la guadaña
y con el otro no? Hay que tener mucho cuidado en ese aspecto, ese desliz
alimenta habladurías que vienen cuestionando al reseñismo local. En la
valoración de un libro puede haber errores, pero lo que no debe existir es fisura
en el método. Hablamos de la página de libros más leída del país, no de Don Lucho
Review of Books que Pedro Escribano conduce con festiva irresponsabilidad en La
República, en donde hemos encontrado hasta inmorales reseñas de desagravio.
sábado, septiembre 01, 2018
discusión
Anoche revisaba la edición facsimilar de
la revista Narración, editada por la
Universidad Ricardo Palma, que al igual que muchas casas de estudios, a
excepción de la PUCP, tienen una pésima red de distribución, y peor aún, de
promoción. Frente a mí una vista nocturna, desordenada y erótica de La Colmena.
Me puse a leer el testimonio de Miguel
Gutiérrez que acompaña a la publicación, pero la lectura se vio interrumpida
por una súbita discusión entre dos chibolos sentados a varias mesas de donde me
encontraba. Cuando llegué al Restaurante Bolívar, este se encontraba vacío, lo
que terminó por animarme a quedarme, a dejar pasar el tiempo hasta que el
tráfico se ponga más amable.
Esos chibolos (no más de veinticinco, en
pleno fulgor de la posería), mozos/meseras y yo. Es decir, imposible no
escuchar el tema de su discusión, que por esas cosas de la vida, también me
interesaba, pero hasta cierto punto. Este par de malditos que venían en plan
turismo de aventura al Centro Históricos, obnubilados ante el paso raudo de una
camioneta de serenazgo, estaban enfrascados en lo siguiente: ¿cuándo se hizo el
mejor rock peruano: en los años de la llamada movida subte o en las dos décadas
que precedieron a esta?
La inquietud resulta idiota por donde la
mires. A menos que carezcas de sentido común y sufras de sordera, es obvio que
hubo un bajón en la calidad musical rockera en los ochenta. Basta y sobra
comparar a las bandas de entonces con Los Belking´s para zanjar toda discusión.
Lo que sí hay que reconocer de la movida subte es que supo enhebrar no solo un
discurso, sino también una actitud, que podemos ver hasta el día de hoy, sea en
manifestaciones gráficas, conversatorios y ensayos/estudios sobre el contexto
del rock peruano durante los años del horror.