viernes, junio 30, 2017
jueves, junio 29, 2017
solo contar
No hay mucho que discutir: a la fecha
Alonso Cueto es uno de los escritores mayores de la narrativa peruana
contemporánea. Hablamos de un autor que ha sabido construir lo que muchos no
consiguen en años de trayectoria: lectores. Al respecto podríamos decir que
Cueto siempre ha gozado de la promoción de los medios, si es que nos ubicamos
en el lugar de quienes cuestionan su éxito. Sin embargo, Cueto no es el
primero, ni el último, que ha recibido atención. Se puede
gozar de una logística mediática, pero si esta no viene sustentada de la
genuina recomendación de los lectores, la mentira termina por imponerse en toda
la dimensión de su rudeza.
En este sentido, la poética de nuestro
autor ha sabido conducirse en la sencillez de su secreto: contar una historia.
En la sencillez de su propuesta, Cueto ha entregado más de un título a
considerar, como las novelas El tigre
blanco, Demonio del mediodía, Grandes miradas, La hora azul y El susurro de
la mujer ballena, esta última saludada hasta por los detractores del autor.
A lo dicho, sumemos lo mejor que nos ha estado ofreciendo en los últimos años,
recordemos los libros de ensayo Sueños
reales y el imprescindible La piel de
un escritor.
La
segunda amante del rey (Random House, 2017) es su última novela. Y debo
confesar que la disfruté como lector, la leí en dos días a razón de hora y
media por sesión. Y la disfruté por lo ya señalado: Cueto presenta una
historia. En este caso, una historia atractiva en su sordidez: tenemos a
Gustavo Rey y su esposa Leticia (Lali), un matrimonio de clase social acomodada
que debe enfrentar una definitiva separación a causa del amor de Gustavo por
una joven tarapotina llamada Jocelyne Sangama, a quien conoció en su empresa de
seguros cuando esta se desempeñó como practicante de secretariado ejecutivo.
Entonces, Lali, herida en su orgullo y temerosa de perder su posicionamiento
social, decide contratar los servicios de la detective privada Sonia Gómez,
quien cuenta con la ayuda de “El Mocho”. Sonia y “El Mocho” deben investigar a
Jocelyne, y por su parte, Lali, mediante la sugerencia de una amiga, contrata
los servicios de un prostituto argentino, Claudio Rossi, quien tendrá la misión
de seducir a Jocelyn durante una semana, aprovechando el viaje de Gustavo a
Miami por negocios. El regreso de Gustavo a Lima debe acaecer en un escenario
que ponga las cosas en su lugar, es decir: la inalterabilidad social de Lali.
Cueto no duda en mostrar todos sus
recursos narrativos, porque La segunda
amante del rey tiene tanto de novela policial, como de melodrama, tanto de
testimonio social como de discurso íntimo. En otras palabras, en estas páginas
se pone de relieve la luz del oficio narrativo del autor. Por ello, no sería
extraño ver esta novela como una cátedra sobre cómo narrar una historia, ya que
somos testigos de nudos argumentales que no se traicionan entre sí y que sirven
para iluminar la metáfora mayor de la novela: la protección del arribismo
conseguido. Sin embargo, la novela es también la exposición de los descuidos de
Cueto como narrador. A saber, comete los mismos errores vistos hasta en sus
títulos más celebrados: la debilidad de oído para configurar personajes
provenientes de las clases bajas. Al respecto, pensemos en Betty y John, amiga
y exenamorado de Jocelyn, respectivamente. Pensemos también en los empleados
del hogar de Lali, Gladys y José. No es gratuito este reparo, porque el
desenlace de la novela yace precisamente en un par de estos personajes.
Sorprende, pero hay que decirlo: Cueto asume la configuración moral de ciertos
personajes desde una distancia que bien pudo evitar si se decidía a investigar
más. Señalemos también que en más de un tramo la historia se ve mermada por
innecesarios apuros narrativos, que hallamos en descripciones, diálogos y
tensiones emocionales de sus personajes, apuros que perjudican el proyecto en
su nervio formal: la contextualización de la situación en pos de la
verosimilitud.
La presente lectura nos deja impresiones
polarizadas: fuimos partícipes tanto de las fuerzas como de las debilidades
narrativas de Cueto. Sin embargo, en estos dos caminos no se resiente el
interés por la historia contada. He aquí el triunfo de La segunda amante del rey como novela de asunto, pero sus yerros
narrativos impiden que se imponga en la contundencia que prometía la historia,
ubicándola en la irregularidad.
…
Publicado en SB
miércoles, junio 28, 2017
marcha
Aunque no fue en la mañana de hoy y no
estoy seguro si fue en la de ayer, pero esto ocurrió: desperté, prendí el
televisor y vi a Luz Salgado.
Esa sola experiencia bien puede
justificar todas las precauciones necesarias para cuidar la estabilidad zen del
día, más aún cuando uno se conduce bajo cábalas.
Por alguna extraña razón, decidí ver la
entrevista a la congresista naranja. En principio, creí que se trataría de una
monserga más sobre el indulto al patriarca del clan Fujimori. Pero no, Salgado
no hablaba del posible indulto a su patrón, sino de la incoherencia de los
colectivos de izquierda que han programado una marcha contra el posible indulto
a Fujimori para el viernes 7 de julio.
Dijo algo más o menos así: “Se marcha
contra Fujimori, ¿por qué no se marcha también por los crímenes de Madre Mía?
Hipócritas. Doble caras”.
Claro, la estrategia de Salgado es
presentarnos un arroz con mango discursivo, pero si separamos el contenido de
su discurso de la exposición del mismo, se presenta una verdad que haríamos
bien en tener en cuenta: la doble moral de los colectivos de izquierda, contra
la que poco o nada pueden hacer cada vez que se les señala su incoherencia de
principios. Y jode más –como a mí, que no soy de izquierda, menos de derecha–
que lo diga precisamente una de las representantes más acérrimas del
fujimorismo, una de las pocas voces que goza de aceptación entre millones de
peruanos.
Sobre la marcha de la próxima semana,
participaré de ella. Y aprovecharé en acercarme a los líderes de los colectivos
que la organizan, varios de ellos amigos y conocidos a los que no veo en tiempo.
Hay que dejarse de huevadas y respetar los principios que rigen la defensa de
los derechos humanos, que va más allá de preferencias políticas e ideológicas.
sábado, junio 24, 2017
viernes, junio 23, 2017
huir
Hace un par de semana vi una película
que bien haríamos en buscar en el circuito alternativo: Get Out (2017) de Jordan Peele. Entre tanta basura que nos ofrece
la cartelera local, esta película significó una luz, aunque solo durara un par
de semanas en salas limeñas. Algunos amigos, cuyas recomendaciones tomo en
cuenta, me hablaron bien de la película, al punto que uno de estos la calificó
de “obra maestra caleta”.
Por ello, fui, la vi, pero ante todo, la
disfruté. Es cierto que no es una obra maestra, pero es muy cumplidora como
historia y fiel a la simplicidad de las leyes narrativas. En su sencillez
descansa su mayor mérito, del mismo modo sus desaciertos.
Peele nos presenta al fotógrafo Chris (Daniel
Kaluuya) y Rose (Allison William), que conforman una feliz pareja interracial.
Llevan cinco meses de relación y nada parece alterar el amor y cariño que se
profesan. Pero Rose presentará a Chris a sus padres, lo que genera ciertos
reparos iniciales en él. La pregunta se justifica: ¿cómo reaccionarán ante el
novio negro el neurocirujano Dean Armitage (Bradley Whitford) y la psiquiatra
Missy Armitage (Catherine Keener)? Pero Rose despeja sus dudas, no tiene nada
de qué preocuparse.
Una vez en la casa de campo de los
Armitage, las cosas para Chris pasan de la recepción cordial al maltrato
emocional. Para tal fin, colaboran el hermano de Rose, Jeremy Armitage, los
empleados negros de la casa y, en especial, la llegada de los invitados a una reunión anual organizada por los Armitage, de la que Chris y Rose deciden
participar pese a que no tenían idea de la realización de la misma.
Como indicamos líneas atrás, Peele se
muestra fiel a la sencillez lineal. Sus personajes centrales no pudieron estar
mejor definidos: Chris, Rose y Missy cumplen sus roles en su función simbólica:
la víctima, la manipuladora y la líder de una organización criminal de tintes
nazis, cuyo fin es buscar la perfección física, detalle que nos recuerda a Los ríos de color púrpura de Mathieu
Kassovitz.
Deducimos que Peele se asume como un
aventajado primerizo, puesto que es posible detectar influencias, pensemos en
Kubrick, Carpenter y Lynch, como bien indicó Federico de Cardenas. Sin embargo,
Peele no entrega una película tributaria, sabía que su historia no podía
prestarse a una plasticidad interpretativa, ni mucho menos aspirar a una
epifanía partiendo de ellas. En otras palabras, todo lo que podía transmitir Get Out lo consigue en los cotos de su
argumento, por ello, no nos sorprende que el presente trabajo sea una historia
cerrada, ajena del final abierto. Es precisamente en esta intención que vemos
lo mejor de la película, como la violenta liberación de Chris, y también sus
baches, relacionados con el apuro por cerrar la historia sin dejar cabos
sueltos.
Hablamos de una película de divertimento,
sí, pero una signada por su inteligencia. Una película que no tima al
espectador y que nos hubiese gustado que goce de mayor tiempo de exhibición.
Pero tampoco podemos pedir mucho, y no solo por la conveniencia comercial de
las salas de cine, sino también porque a estas alturas es difícil encontrar
espectadores (no necesariamente cinéfilos) que sepan apreciar una película
divertida bien contada. Pero lo mejor, lo que importa a fin de cuentas es que Get Out nos ubica en el radar a Peele,
un director al que tendríamos que anotar sus señas.
humo azul
Después de mucho tiempo que no me
quedaba dormido en el transporte público.
La historia, más o menos, fue así:
terminaba mis labores del día, entre las que estaba la preparación del texto
sobre uno de los mejores poemarios que he leído en años, como también el tramo
final de la edición del que quizá sea uno de los poemarios más importantes de
la década del setenta, el cual presentaré en las próximas semanas en la
Antifil.
En Barranco, en La casa de Kanú, espacio
conocido tiempo atrás como La polaca, se llevaba a cabo la inauguración de una
exposición. Allí me encontré con Chaqueta, Rossana y Alina, a quien saludé por
su cumpleaños. Pero lo que más recuerdo de ese breve paso por la exposición,
fue encontrarme con Erika, estupenda amiga a la que no veía en muchos meses. La
alegría fue mutua y me fui feliz porque ella me obsequió un riquísimo brownie
dietético, es decir, de los sanos y que no engordan.
Una vez en El Juanito, y más allá de las
chelas y sánguches de rigor, se unió a nuestra mesa un pata que era toda una
máquina de historias. No recuerdo su nombre, solo que todos en el bar lo
llamaban “Pececito de chifa”. “Pececito” hablaba de todo, desde su paso
adolescente por el Leoncio Prado hasta el hiato evolutivo del hombre moderno.
Quise perennizar algunas fotos en mi Instagram, pero mi celular quedó sin batería.
No recuerdo bien qué pasó, tampoco es
que haya sido víctima de la niebla azul de los alcohólicos, solo que tomé una
custer que iba por toda la Av. Arequipa, siendo mi idea tomar en Risso un taxi
a mi casa, pero el sueño se apoderó de mí y cuando desperté, quizá a causa de
una frenada del chofer de la custer, me encontraba en la intersección de La
colmena y Wilson.
Me bajé de la custer, pero en lugar de
parar un taxi, me junté con la gente reunida, que era mucha para ser las tres
de la madrugada. Las mujeres y los hombres venían hablando del incendio que a
pocas cuadras sucedía en Las Malvinas. Varios de ellos, entre los que ubicaba a
algunos cachineros y libreros nocturnos, irían a ver el incendio. Me aparté del
grupo y compré una Coca Cola. No hace falta fungir de sapo en esta clase de
situaciones, porque aunque vayas a mirar, terminas interrumpiendo la labor de
los bomberos. Desde mi posición podía verse una gran columna de humo azulino
que partía en dos el oscuro cielo dorado, detalle que solo puede percibirse en
el Centro Histórico. Si en caso me animaba a ir, y dejando de lado la
curiosidad morbosa, lo hacía llevando botellones de agua para los bomberos. El
panorama era infernal y todos debemos ayudar en lo que en verdad podemos
ayudar.
jueves, junio 22, 2017
el fuego y la furia
Desde hace un buen tiempo escucho y leo
lo siguiente: la narrativa peruana actual atraviesa un gran momento. Entonces, me
puse a pensar en qué elementos de juicio descansa este unánime entusiasmo.
Además, tengamos en cuenta nuestro contexto: ahora hay más narradores, más
editoriales independientes y más de una transnacional.
Ha habido un avance en cuanto a
escritura si la comparamos con la narrativa noventera, que dista kilómetros de
la calidad literaria de hoy. En ese sentido, se está escribiendo mejor, pero a
la vez las novelas y los cuentarios vienen careciendo de aquello que la
narrativa noventera exhibía más allá de sus descuidos formales: furia y fuego
en la prosa.
Que nos quede claro: escribir bien no es
hacer literatura. Lo digo porque, salvo excepciones como Richard Parra, Christ
Gutiérrez y Martín Roldán, la narrativa peruana no está transmitiendo lo que
debería a estas alturas de la fiesta. Falta poco para terminar la década y
hasta el momento no encontramos el libro de ficción que nos signifique un
ladrillazo en la cabeza. Lo que estamos presenciando es la extensión del
Facebook en la ficción, por eso nos topamos con personajes hechos a la medida
del contentamiento de la platea virtual y ajenos al miserabilismo humano: no
son racistas, no son machistas, no tienen sexo, no sudan, no se rebelan, no se
indignan, entre otras maravillas. No lo pienso mucho, el conservadurismo se ha
apoderado del autor peruano promedio.
Se tiene que escribir con la libertad
que avalará el lenguaje y sin condicionamientos. Solo de esta manera la narrativa
peruana saldrá del pantano de nobleza e ingenuidad en el que ha caído. Y ante
todo, dejaremos de ver a tanto revolucionario de las redes sociales, a tanto
escritor que abusa de la autoficción, a tanto narrador preocupado por el Like
como sinónimo de éxito y lectoría, escritor que al momento de mostrarse en la
ficción, no es más que un esforzado pecho frío.
…
Publicado en Caretas
martes, junio 20, 2017
barrio
Luego de varias horas intensas en las
que edité un texto relativamente largo, salgo a dar una vuelta por el barrio.
Aunque la intención inicial era ir a la BNP, pero me di cuenta de que no me
servía estar solo dos horas en la Hemeroteca. Por eso, me dije, para mañana, y
será mañana miércoles en la mañana.
Desde hacía tiempo que no caminaba por
los vericuetos del barrio, por aquellos senderos de implícitas explosiones
hormonales durante la adolescencia y muchísimas broncas, en especial en los
meses de verano a razón de sus salvajes partidos de fútbol. En cada partido no
te jugabas los entonces 2 puntos por victoria, sino la honorabilidad de la
cuadra. Jugábamos en una losa deportiva, que tiene un nombre que jamás supe
pero que hasta el día de hoy llaman El Núcleo.
Fui a caminar hacia El Núcleo. De paso,
quería cerciorarme de lo que escucho sin escuchar, la volada de que hay una
interesante colonia de venezolanos en Apolo. Como me levanto tarde, porque me
acuesto, obviamente, tarde, no puedo verlos en el curso del día. Una que otra
vez habré visto a contados chicos y chicas, con polos de su país, pero eso no me
significa una colonia, así esta sea de barrio.
Llegué al Núcleo y me puse a ver el
partido de fulbito que se jugaba. Reconocí a un par de patas, que en los
tiempos previos al descuido físico, se mostraban eficientes defensores y
armadores. Ahora la panza no les permitía moverse, el trote, el caminar como
pato, eran los síntomas de la conquista de la chela en sus cuerpos. Me senté en
las gradas. Como no había mucha gente, aproveché en fumar, asegurado de la
inevitable queja/prohibición de fumar en lugares públicos. Llamé a casa diciendo
que iba a demorar un rato más en regresar. Ni bien terminé la llamada, me pasa
la voz Pablo, pata al que no veía en mucho tiempo pese a vivir en mi cuadra, y
que al igual que el par de gordos que peloteaban, llegaba para jugar. Su
partido empezaría en una hora, pero decidí no quedarme, sino hablar con él lo
suficiente para ponerme al día con el barrio.
Al igual que en los años adolescentes,
Pablo sigue manteniendo su talento natural: es una máquina de historias reales,
cada una más llamativa que la otra, y por un momento barajé la idea de regresar
a casa más tarde de lo que pensé, pero mi cuerpo sentió el despertar interno de
la gripe que asumía controlada. La gripe, sea cual sea su grado, tiene el
suficiente poder de tumbarme, de indisponerme para cualquier actividad, aunque
sí exhibo hechos históricos en mi lucha contra la gripe, pero en estos días
nada me motiva para ir contra sus embates. Solo me queda guardarme, abrigarme y
esperar hasta que esta desaparezca de mí.
lunes, junio 19, 2017
Entrevista a Enrique Vila-Matas
En tu obra tienes más de un
título que los lectores y la crítica han calificado de obras maestras. Y creo
que tarde o temprano ese será también el destino de Mac y su contratiempo. Si bien es cierto que el humor y la ironía son algunas características
de tu poética, esta novela es, al menos para mí, la más divertida que has
escrito.
Es tan divertida que me ha divertido incluso a mí. Cuando tuve que
releerla para corregir las pruebas de imprenta, había partes del final que no
recordaba –hacía casi un año que había entregado el libro y no había vuelto
para nada sobre él– y conocí por primera vez la experiencia de ser un lector de
mis libros. Recuerdo que estuve un buen rato leyendo intrigado, asombrado, y
riéndome en ocasiones con gran felicidad, como confirmando aquello que dijo
Einstein: que la creatividad es la
inteligencia divirtiéndose.
Seguir en SB
domingo, junio 18, 2017
menos libreros
En estas últimas semanas hemos sido testigos de un hecho atroz contra una iniciativa cultural que partía de la
buena voluntad, porque hay que tenerla para idear y desarrollar un concepto de
librería que no solo se justifique en el fin comercial.
Por ello, lamentamos lo ocurrido con la
librería La libre de Barranco y también
lamentamos que este cierre –toda una metáfora de la situación de la cultura en
este país— nos signifique la ausencia de auténticos libreros, en la única
dimensión aceptada cuando hablamos precisamente de tales.
No es lo mismo ser vendedor de libros
que librero. En este sentido, Ana Bustinduy y Carlos Lorenzo supieron dotar de
personalidad a La Libre y en esta intención cabían todas las actitudes, menos
la anuencia en la opinión, que para más señas, es una triste característica de nuestro circuito
cultural.
Suicidas para algunos, valientes para
otros. En sus dos vertientes, el discurso edificado por esta pareja española
fue lo que dio proyección a su librería. Tal y como lo indica Jorge Carrión en
el imprescindible ensayo Librerías:
las librerías son sus libreros.
Pero qué entendemos de librerías cuando
hablamos de librerías. Se deduce que no nos estamos refiriendo a las cadenas de
librerías, sino a las librerías que forjan una tradición y una identidad, que
dan como resultado un prestigio reconocido por los lectores. La construcción de
una tradición librera es mucho más difícil de conseguir que el éxito comercial.
Y librerías como La Libre, digámoslo bien, faltan en Perú, porque forman
comunidades de lectores, que no asumen el espacio de las librerías como si
fueran tiendas al paso, sino como destinos de encuentro, diálogo y discusión.
Gracias al discurso cuestionador, que
obedecía a la coherencia de su postura ideológica, Bustinduy y Lorenzo hicieron
que La Libre tuviera una legítima prensa: la recomendación de los lectores, que
indicaban que en la primera cuadra de San Martín había una librería con
libreros que leen y que apostaban por todas las manifestaciones artísticas y
culturales, las que realizaban sin depender de viabilidad comercial alguna. He
allí una de las razones del crecimiento de La Libre como negocio, que consiguió
sin traicionar principios e ideales culturales. Y he allí también el innegable
prestigio de Bustinduy y Lorenzo como libreros.
Obviamente, no siempre estuve de acuerdo
con su discurso, tan activo, y no menos polémico, en las redes sociales, pero
en ese desencuentro de pareceres se nos presentaba el testimonio de una actitud
que jamás hemos dejado de reconocer y que, sin duda alguna, ahora vamos a echar
de menos.
…
En SB
viernes, junio 16, 2017
morir de pie
Imaginemos la siguiente situación: seis
de la tarde en una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Lima. Autos,
camiones y buses pugnan por ingresar al único carril que les permita salir
libres de la pesadilla de la hora punta.
Una imagen como esta es la brutal
radiografía de la narrativa peruana del presente siglo. A la fecha, tenemos
muchísimos autores, cada cual con la comprensible ambición de lograr el
reconocimiento, fin que me parece lícito, siempre y cuando la aspiración descanse
en una propuesta al menos interesante. En tal sentido, percibo mucha confusión
entre las mujeres y los hombres que escriben y publican en nuestro medio y
considero que ya es hora que se hagan una pregunta imprescindible: ¿busco ser
un buen escritor o busco ser un escritor famoso?
Ante esta situación, Jack Martínez se
diferencia de la hora punta. No me sorprende, Martínez viene desarrollando una
obra coherente en cuanto a tema, iniciada con Bajo la sombra (Animal de Invierno, 2014), y que ahora vemos definida
en Sustitución (Emecé del Sur, 2017).
Sin duda, estamos ante el libro más
discutido y comentado en lo que va del año, lo que nos brinda una grata impresión
inicial, puesto que no hay peor destino para libro alguno que el saludo unánime.
Libro que no enciende opiniones encontradas, sencillamente no sirve y envejece
pronto. Sustitución ha venido
generando reseñas positivas, ambivalentes y negativas. Y en honor a la verdad,
las negativas iluminan más.
En esta novela breve el autor nos
presenta a Jessé, su narrador protagonista. Jessé es un joven norteamericano,
hijo de un peruano que sirvió en la armada de Estados Unidos. Jessé enfrenta el
suicidio de su padre, acontecimiento que lo lleva a exponerse en su tragedia.
Jessé es ingeniero biomédico y conoce a Laura, una guapa antropóloga de
ascendencia puertorriqueña, a la que miente sistemáticamente cuando le tiene
que hablar de sus orígenes. Por medio de Jessé y gracias a la aparición de
Laura accedemos a los dos temas medulares de la novela: el padre y la mentira.
Martínez no duda en hacer uso de sus
recursos narrativos y esta actitud se testimonia en la contundencia de las
primeras páginas de Sustitución. A
ello sumemos la voz quebrada de Jessé, que vigoriza la economía del lenguaje
que conduce la narración. Hasta aquí, Martínez nos ofrecía una novela que lo
posicionaba como una de las voces más atendibles, y no solo de la narrativa de
nuestros predios.
Sin embargo, algo pasa en el segundo respiro de la novela, en especial cuando el
sentido común nos indicaba que Jessé debía seguir reflexionando sobre su padre,
detallándonos de su vida en Chulec y de cómo perdió la pierna en la guerra que
participó con el ejército estadounidense. Y claro, la historia nos prometía la
explosión que tarde o temprano generaría la mentira que Jessé venía relatándole
a Laura.
Aunque suene a lugar común, se hace
necesario consignar lo que Milan Kundera sentencia en El arte de novela: “la novela es el género literario más libre que
existe.” Es decir, mediante la novela se puede apostar por la linealidad y la
experimentación formal, como también tensar el lenguaje u optar por la
funcionalidad de la linealidad. La novela es como un Salón de Pasos Perdidos en
el que puedes encontrar puertas a pequeños espacios de los que puedes salir cuando
gustes. Sin embargo, hay una puerta que nos lleva a un espacio tramposo, al que
se ingresa confiado pero del que ya no puedes salir. Este espacio tramposo también
te brinda libertad, siempre y cuando te ajustes a sus leyes draconianas. Me
refiero, pues, a la parcela de la novela breve.
Por ello, Martínez fracasa en el nuevo tramo
de la novela. Como autor es presa de una ambición temática en un formato que no
se adecua a su intención narrativa inicial. Veamos: Jessé eclosiona en tópicos,
lo que diluye el nervio discursivo que venía mostrándonos. La economía del
lenguaje que exponía con firmeza termina en los terrenos de la mera redacción,
pensemos en los personajes que traen a colación Jessé y Laura, teñidos de una
plástica configuración moral… En otras palabras, Martínez se saboteó a sí
mismo.
Suponemos que este no era el propósito
del autor al escribir Sustitución. Si
prestamos atención a su argumento, nos encontramos ante un proyecto por demás
atractivo, con un personaje destrozado y en permanente cuestionamiento de su
identidad, y con cuatro tópicos, aparte de los dos principales que indicamos
líneas atrás, que llamarían la atención de cualquier lector, es decir, no
necesariamente el de un lector cuajado y exigente. Un lector, a secas, que solo
anhela leer una novela mientras ve pasar la vida.
Subrayemos también que este proyecto mereció
más páginas de las entregadas, solo de esta manera podía salvarse del
castramiento a cuenta de sus tópicos secundarios. O, en todo caso, debió
beneficiarse con una poda inclemente, y a partir de esta apostar al todo o nada
hacia una arriesgada extensión del recorrido de sus primeras setenta páginas.
Más allá de estos reparos, destaquemos
el mayor triunfo de Sustitución. Me
refiero a la luz, a la voz que Martínez consigue en esta novela, la que lo
posiciona como narrador ante sí mismo. Esta voz, que no guarda relación alguna
con la trama, ni la estructura, ni el lenguaje, genera una complicidad con el
lector de turno, que se muestra fiel a la novela, sea en sus tramos
destacables, como también en los senderos que la direccionan al desastre
formal.
Me hubiese gustado celebrar esta novela
de Martínez. Pero eso es imposible. Lo que sí celebro de Sustitución es su verdad emocional, la prueba rotunda de que el
autor tiene mucho por transmitir. La verdad emocional es la esencia de la
experiencia literaria, y bien nos enseña la tradición narrativa que esta verdad no es propiedad de la perfección
formal de la novela breve, ni mucho menos de la imperfección formal de la
novela de largo aliento.
...
Publicado en SB
jueves, junio 15, 2017
miércoles, junio 14, 2017
salvar a la izquierda
En la tarde, mientras me preparaban un
rico capuchino casero, pensaba en las noticias leídas en la mañana, en los
reportajes de los noticieros de anoche y las notas de las webs de los diarios
locales. El tema, uno excluyente: los restos del cuerpo aparecido en Madre Mía,
pequeño detalle que confirmaría lo que sabemos los informados: tuvimos un presidente
asesino, un hacedor de crímenes de lesa humanidad, que descuartizaba a sus víctimas
y, no contento con eso, las enterraba vivas.
A la izquierda peruana no la matan sus
representantes congresales. Podrán ser de izquierda, pero ello no los libra de
las taras tan dignas de la criollada nacional. Este país está poblado de
machistas y de mujeres y hombres que no dudan mostrar sus sentimientos menores
cada vez que pueden, muestrario que no es propiedad de bando ideológico alguno.
No pues, esto no matará a la izquierda.
Lo que la destruirá es el apoyo que le
dieron a Ollanta Humala, y créanme, muchachos, la actitud huevera de mirar a otro
lado no les ayuda en nada. Los líderes de la izquierda tendrían que
pronunciarse al respecto, pero hablo de los referentes que gozan de la
legitimidad moral, no la sarta de opinólogos de las redes sociales, como el
defensor de Nadine, Gustavo Faverón, y el lustratacos de Veronika Mendoza,
Chiboliné du France.
A buscar a los genuinos líderes de opinión
hasta para la autocrítica. Si en mí estuviera, llamaría al maestro César Lévano
para que brinde una charla de historia sobre la izquierda en Perú que, contra
lo que muchos suponen, aún puede lavarse la cara.
martes, junio 13, 2017
¿suficientes lectores?
Por demás peculiar la tarde noche del
pasado domingo, día que consagré a la maratón de películas y a la lenta lectura.
Se suponía que seguiría en esa onda, pero un mensaje de mi amiga Martha, que me
pedía que revise mi correo, hizo que también me conecte a las redes sociales,
aquellos espacios que me deparan tantas ocurrencias y sucesos, como
peculiaridades.
Bien sabemos que no pocos escritores
peruanos debutaran en editoriales grandes en las próximas semanas. En este
sentido, la FIL de este año se anuncia exitosa, tanto en lo comercial y
cultural (faltaba menos si el país invitado es México), pero también como una
prueba de fuego para los escritores que darán a conocer sus títulos en las
llamadas grandes ligas.
Por ello, y dejando de lado la algarabía,
una pregunta se impone en la furia de su lógica: ¿tenemos los suficientes
lectores para una media de escritores que supera la decena y que ahora estarán
en un terreno en lo que importa es vender? Se entiende que no me refiero a la
calidad literaria, de ello nos ocuparemos en las respectivas reseñas.
No hay mucho secreto que valga. Un grupo
editorial fuerte no es una beneficencia. El grupo, como todo negocio, espera
recuperar y ganar en base a lo que ha invertido. Esa es la ley, de la que solo
puede diferenciarse la “apuesta”, cuya naturaleza, y si esta exhibe
generosidad, a las justas alcanza a un par de plumas.
Entonces, me hago otra pregunta, sin
pensar únicamente en los escribas de la Champions local: ¿cuánto ha hecho el
escritor peruano del presente siglo por formar una comunidad de lectores que le
sea fiel? Recordemos que en los años que se instalaron Santillana y Planeta con
sus sellos, estas se encontraron con escritores que ya tenían un público
cautivo, pienso pues en los lectores de Alonso Cueto, Miguel Gutiérrez,
Fernando Ampuero, Edgardo Rivera Martínez, Guillermo Niño de Guzmán. O sea,
apostaron a lo fijo, sabiendo que con ellos ganarían dinero.
Más allá de autores jóvenes, o
relativamente jóvenes, como Jeremías Gamboa, Renato Cisneros, Santiago
Roncagliolo y Daniel Alarcón, no tenemos autores dueños de una lectoría que los
justifique comercialmente. No se ha trabajado en la construcción de una
lectoría. Sé que el problema es mucho más complejo y se deduce que solo me
estoy refiriendo a una arista del mismo. Por ello, el autor que está a nada de
jugar la Champions local tiene que comenzar a trabajar en la formación de una
comunidad de lectores, de lo contrario, descenderá a la Copa Perú, y una vez en
esos campos de tierra y piedritas, no sales así escribas como Roa Bastos. Esa
es pues la triste ley del mercado, que nada tiene que ver con la práctica de la
literatura, pero a la que te comprometes ni bien estampas tu firma en el
contrato que en teoría te fortalece la imagen de escritor exitoso.
lunes, junio 12, 2017
hildebrando pérez huarancca / "los ilegítimos"
Una de las cosas buenas que me dejó la
última edición de la Feria de Editoriales Peruanas La Independiente, fue
encontrar títulos que no hallaría en el circuito de librerías limeñas. De lo
encontrado, uno excluyente: Los
ilegítimos (Amarti, 2015) del narrador ayacuchano Hildebrando Pérez
Huarancca (1946 - ¿?).
Hasta ese entonces, no lo había leído en
formato de cuentario de autor, solo en antologías, como la no menos importante Toda la sangre (Matalamanga, 2006) de
Gustavo Faverón y El cuento peruano 1980 –
1989 (Petroperú, 1997) de Ricardo González Vigil. Los cuentos antologados,
como La oración de la tarde y Somos de Chukara, respectivamente,
testimoniaban el enorme talento de Pérez Huarancca en el terreno de las
distancias cortas.
Pero cuando hablamos de este autor, no
solo nos referimos a uno con evidente potencial narrativo. Sobre él se sigue
hablando, más aún cuando el tema de discusión no es otro que el de la violencia
política. No es para menos. La CVR señala que Pérez Huarancca fue el líder
senderista que comandó en 1983 la masacre de Lucanamarca, pero también hay
otros testimonios que afirman lo contrario.
A lo largo de los años se han tejido no
pocas leyendas sobre PH, al punto que ha servido de inspiración para personajes
de cuentos y novelas. Como a quien escribe no le gusta especular, ni mucho menos
ir a flote de los caprichos de la opinología, y en especial cuando tratamos un
punto tan sensible para la historia peruana última, seguiré creyendo, hasta que
se demuestre lo contrario, que Pérez Huarancca fue el cabecilla de esa atroz
matanza.
Por lo dicho, estamos ante un personaje
fascinante, si lo vemos en términos literarios. Y entiendo todas las polémicas
que PH pueda despertar, pero lo que nunca entenderé es el sentido de
legitimidad literaria que cierta crítica académica pretende adjudicarle a causa
de su opción política. Por ello, para hablar con fundamento sobre PH, hay que
hacerlo partiendo de su documento literario.
He leído dos veces el libro y lo puedo
calificar de irregular, pero ello no impide destacar sus verdaderas cimas
narrativas, como los cuentos La oración
de la tarde, Somos de Chukara, Cuando eso dicen y, en menor medida, Día de mucho trajín. Cualquiera de estos
cuentos podría figurar en toda antología de narrativa peruana que se
respete. No solo asistimos a la eficiencia del dominio técnico, sino también al
fuego que alimenta el espíritu de la prosa del autor, que podemos relacionar
con una voz contenida, dispuesta a denunciar, pero controlando el ánimo en pos
de su fin narrativo: la calidad estética. Además, subrayemos el trabajo con el
lenguaje que, salvando las distancias, nos remite al gran Eleodoro Vargas
Vicuña. Es decir, mediante oralidad del sujeto andino, PH supo pergeñar textos
de ficción que ponen en relieve lo mejor del indigenismo, que guía bajo la
frescura de nuevos recursos narrativos. No podemos mostrarnos entusiastas con Entonces abuelo aparecía; Los hijos de Marcelino Medina; Mientras dormían se contaban; La tierra que dejamos está muy abajo; La leva; Ya nos iremos, señor; Nuevamente
la sequía y Pascual Gutiérrez ha
muerto, que nos muestran un apuro en las resoluciones de sus tramas y un desarrollo
excesivamente oscurantista en la voz narrativa. Por otra parte, tengamos en
cuenta que la mayoría de los cuentos del volumen son cortos, y por esa misma
razón debieron estar sujetos a las exigencias de la brevedad. No hay otro
camino, mientras más breves seas en el textos, más tienes que cuidarte de los
elementos gratuitos.
Como indiqué líneas arriba, estamos ante
un cuentario irregular, pero ello no tendría que confundirnos. Para ser su
primer libro, PH aseguró un promisorio futuro literario. Ahora, tengamos en
cuenta que Los ilegítimos ganó en
1975 el concurso José María Arguedas
convocado por la Asociación Universitaria Nisei del Perú. Su edad: 29 años. Se
deduce, entonces, que no había alcanzado la plenitud de la madurez narrativa.
Por ejemplo, los cuentos que acabamos de identificar como irregulares, transitan
por los caminos seguros de las técnicas que PH venía aprendiendo, sin embargo, se
percibe en ellos la imposición de la mirada furiosa que sustenta el fuego narrativo
que signa cada una de las páginas del conjunto.
Los
ilegítimos
ha tenido una peculiar vida editorial. Se publicó por primera vez en 1980, por
Ediciones Narración; en 2004, por Ediciones Altazor; y en 2015, por la
editorial ayacuchana Amarti. Las tres ediciones están agotadas y el cuentario
es buscado a la fecha por muchísimos lectores. A saber, cuando compré esta
tercera edición, lo hice como un cazador ultramontano, emocionado y a la
expectativa. Por eso, sería bueno que alguna editorial independiente limeña
recoja este dato.
…
En SB
domingo, junio 11, 2017
contra el olvido
Sin duda, un libro extraño. Quizá uno
capaz de activar nuestra no atendida percepción de lo cotidiano.
Podemos imaginar la explosión que
significó su publicación en 1978, para algunos habrá sido una muestra de
ocurrencia creativa, para otros una propuesta asentada en el extrañamiento y
para muy pocos un sendero pautado por la revelación de la experiencia literaria.
El escritor francés Georges Perec fue
dueño de una obra que a la fecha se posiciona como referente, pero no solo es importante
para el sujeto literario, sino también para todo aquel que cargue el peso
emocional del rizo creativo. Perec, y lo decimos sin exagerar, está presente en
muchas manifestaciones artísticas contemporáneas, sea de manera patente u
oculta.
Nos enfrentamos ante una nueva
traducción de Me acuerdo
(Impedimenta, 2017), esta vez a cuenta de Mercedes Cebrián. Y podemos rastrear,
una vez más, la influencia directa del libro en el homónimo título de Joe
Brainard, de 1970. En este sentido, Perec nunca se mostró ajeno a sus
influencias. No debería sorprendernos, puesto que nos basta revisar su
bibliografía para llegar a una primera conclusión: Perec era un caníbal de la
tradición clásica e inmediata.
Por estas páginas accedemos a una suerte
de letanía o especie de travesía sicodélica. Perec recuerda, recuerda los grandes
acontecimientos, pero en especial escarba en la intimidad de la memoria emocional.
Por ello, somos parte de un abanico temático que no conoce fronteras, el
francés nos hace partícipes de sus lecturas, letras de canciones, películas, hasta
notas de prensa, gestos, sensaciones, aromas, etc. Un viaje, pues, hacia la
cotidianidad, mediante la cual ingresamos a un testimonio de época desde una
mirada marginal.
Una propuesta como esta se conduce en el
extrañamiento, pero a medida que seguimos leyendo, arribamos a un compromiso: una
invitación a la continuidad de este mural conformado por los pequeños
acontecimientos de la vida. Entonces, no solo hablamos de transmisión
discursiva, sino de un contagio de actitud. He allí la fuerza de su vigencia,
que no dudamos celebrar.
sábado, junio 10, 2017
mañana de sábado
Mañana de sábado. Cielo gris.
Salgo de la ducha y en la pantalla de la
pc un espectáculo de ballet. No sé cómo llegué a ese video de Youtube, pero
miro el ballet sin mirarlo mientras me seco.
Sobre mi sillón de lectura, dos novelas,
una que releo y la otra que me animo a terminar luego de dejarla, y no por
mala, hace varios meses.
Entonces, con la mente despejada, me
pongo a revisar los correos electrónicos, de paso escucho un temón de The
Beatles que no escucho en mucho tiempo, There´s a place.
Pero también reviso mi cuenta de Face.
En el Timeline, y bajo la fuerza del azar, me encuentro con la cuenta de la
siempre interesante web literaria Lee por gusto, en la que se transmite en vivo
una entrevista al narrador Jack Martínez, que hace un par de días presentó su
novela Sustitución.
Interesante lo que dice Martínez, pero
presto más atención, y disculparan el involuntario desborde de ego, cuando se
me menciona en la entrevista. Pero tampoco me hago problemas, porque cuando me
referí en la presentación a sus “demonios literarios”, lo hice en relación al
nervio de su propuesta, pienso que le confundió mi “aunque no parece”, pero más
allá de ello, saludo ciertos tramos polémicos de sus declaraciones, porque el
libro sí despierta estos ánimos encontrados y eso es lo que se necesita, la
confrontación que surja de la lectura de un libro.
Me disponía a desconectarme y una amiga
me envía un enlace, en el que un autor envía un mensaje a la platea: leer la
biblia si te consideras escritor, crítico o lector. En principio, la biblia
siempre me ha significado un libro completo, lleno de historias, metáforas e
imágenes muy bien trabajadas. Pero leerla tampoco es garantía de algo, leer la
biblia no te convertirá en Richard Ford.
viernes, junio 09, 2017
opiniones encontradas
Anoche, mientras se presentaba la novela
Sustitución de Jack Martínez,
escuchaba con atención las intervenciones de María José Caro y Alonso Rabí.
Como me tocó abrir y cerrar la presentación, me di el tiempo para recordar lo
que siempre recuerdo en cuanto a la recepción de los libros.
Todavía no publicaré la reseña de la
novela de Martínez, pero sí me parece saludable que esta venga generando
opiniones encontradas. Eso es lo mejor que le puede pasar a todo libro. Las
opiniones unánimes sirven de muy poco, o siendo sinceros, de absolutamente nada
en los menesteres valorativos. Ocurre que el autor peruano promedio, aún más el
de la era 2.0, está acostumbrado al saludo fácil de las plateas virtuales, lo
que germina en él una malsana condición de intocabilidad. Por eso vemos las
reacciones ante una mala reseña, reacciones que siempre han existido pero que
hoy en día pueden mostrarse más.
En la era previa al 2.0, si un autor
recibía una mala reseña, tenía dos opciones: desahogarse en el bar más cercano
o buscar al crítico de ocasión para sacarle la entreputa. Ahora es peor, el
autor, mellado en el orgullo, accede a las redes, las que le permiten disfrazar
su piconería o mostrarse tal cual, sea hipócrita o matón.
Las reseñas son muy necesarias, ayudan a
tener un panorama claro del libro de turno, pero no son determinantes ni en las
ventas ni en lo que importa: su dimensión literaria. Obviamente, en ocasiones
las reseñas lapidarias pueden tener razón, pero se entiende que no debemos
hacer de la excepción una regla. Por ello, ante una reseña negativa, el autor debe
sacar a flote el estilo, la inteligencia, es decir, sacarle la vuelta mediante
la personalidad. Y personalidad es lo que desde la prehistoria le viene faltando al autor
peruano. No sabe estar.
jueves, junio 08, 2017
Entrevista a Rodrigo Fresán
A
lo mejor ya te lo dijeron: en más de un tramo sentí que estaba ante un ensayo
disfrazado de novela, lo que me habla también de la transparencia de los
registros que has utilizado. No estamos ante un híbrido, pero sí ante un
aparato narrativo que yace en la filosofía de la tradición de la novela, por
decirlo de alguna manera.
De
nuevo, no pienso demasiado en sistemas o mecanismos: pienso, luego escribo. Y
yo pienso así. Y no soy el único. Varios de mis mejores amigos (que, además,
son escritores) se mueven más o menos con este tipo de movimientos, pienso.
Pero, en mi caso, son movimientos reflejos: como cuando primero aplastas a un
mosquito en tu brazo y luego piensas "ah, un mosquito".
Seguir
en SB
miércoles, junio 07, 2017
soluciones
Lo peor que le puede pasar a uno es
cruzar la ciudad en hora punta. Por lo general, evito esa experiencia, y la
evito desde hace más de seis años. Sin embargo, ayer estuve muy metido en un
texto que no calculé bien el tiempo que debía tomar para ir en calma a San
Miguel, en donde tendría una reunión con un literato cascarrabias, al que
aprecio mucho y trato de evadir, pero ayer hice una excepción porque luego de
la reunión con este amargado de la vida, fui a Cineplanet a ver Get Out, película de la que varios
amigos me estaban hablando muy bien. En Cineplanet San Miguel es el único lugar
en Lima en que aún la pasan y todo indica que esta será su última semana en
cartelera.
El viaje en taxi me demandó cerca de una
hora y cuarto, a cuenta del tráfico, pero condimentada con la estupidez de los
choferes y la majadería del taxista que me tocó. Estos elementos hicieron
insoportable el trayecto, en el que, en principio, pensé releer fragmentos de
un cuentario de Bonilla. Pude sobrevivir gracias a la conversa de chat de
Facebook con Martha, a quien le contaba mis inevitables pesares en esta gran
ciudad. Ella vive en una ciudad de no más de medio millón de personas, dato,
que en su sola esencia, me resulta paradisiaco. Sin embargo, y más allá de las frenadas
y pisadas del viejo majadero, no deja de sorprenderme el cambio urbanístico de
la ciudad, pero me refiero al cambio inalterable, a la arquitectura que
sobrevive al mal gusto de las empresas inmobiliarias, cuya política de cemento
aún sigue presente y a la que mucho peruano con dinero pero sin nivel cultural
anhela pertenecer.
Me puse a pensar en lo que necesitaría
esta ciudad como solución. Entonces, recordé que escribí sobre La ciudad como utopía, magnífico trabajo
editorial de Alejandro Susti, en donde reúne los artículos periodísticos de
Sebastián Salazar Bondy sobre Lima. Habría, pues, que volver a los que saben y
dejar de prestar atención a los actuales vendedores de sebo de culebra. La
solución está en los que pensaron esta ciudad bajo el ánimo de la buena
voluntad.
martes, junio 06, 2017
lunes, junio 05, 2017
larga noche
Luego de un sábado adrenalínico, regreso
a la normalidad. Pongo en orden lo visto y vivido el fin de semana, y no solo
me refiero al triunfo de Alianza Lima ante Universitario, un triunfo que bajó
los humos a los cremas, que estaban seguros de que se iba a repetir el
accidente del clásico anterior. Solo vi el primer tiempo en casa, porque debía
estar en el CCPUCP para ver una película del ciclo de cine francés
contemporáneo.
Llegué al centro cultural con tiempo,
aunque sentí temor de toparme con una inmensa cola, tal y como suele suceder en
estos ciclos. Pero no había nadie, entonces ocupé una mesa de la cafetería,
ubicada frente a un televisor. Las atajadas de Butrón me depararon no solo la
seguridad de que no se iba a perder, sino que también se podía ganar. El gol de
Cruzado fue de otro partido, y no me sorprende, porque la magia con el balón es
patrimonio blanquiazul.
Pedí un espresso y me limité a observar
la puerta de entrada de la sala de proyección. Más allá de los mozos del café y
un par de guardianes, yo era la única persona en el centro cultural, detalle
fugaz que me llevó a mis años en la Filmoteca del Museo de Arte, cuando asistía
a las proyecciones de última función de días de semana. Habré visto cientos de
películas solo y quizá ese recuerdo sea el que me impida ir a las salas de
cine, en las que mi paciencia se pone a prueba.
Vi Eden
(2014) de Mia Hansen Love. Las referencias reseñiles la hermanan con una
maravilla: 24 Hour Party People de
Winterbottom. Motivo suficiente para mirarla. Los minutos corrían y me asumía
como un privilegiado porque no estaría expuesto a las tonterías de los
espectadores, tonterías que no conoce de límites en los ambientes “cultos”,
nunca falta alguien que reviente un chicle, olvide apagar el cel o programarlo
en modo avión. La película empezaría en poco más de 15 minutos. Ante ello, se
me antojó otro espresso, pero cuando llamé al mozo, me percaté de que una turba
bajaba por las escaleras, proveniente de la sala de proyección del segundo
piso. Muchos de los que salían se ubicaban en la cola para Eden. Sacrifiqué el segundo espresso y me abrí paso a patadas. Era
el inicio de una salvaje noche de invierno.
sábado, junio 03, 2017
dietario con trama
Quizá estemos ante una de las novelas en
español más divertidas y a la vez críticas del presente siglo. Una novela que
llega en el momento preciso, dispuesta a diferenciar a los que escriben de los escritores. Claro, nos
referimos a su dimensión moral, pero bien sabemos que esta dimensión no sería
nada si no descansara en lo que importa en estas lides: la contundencia
literaria que la conduce.
Acabada la lectura de Mac y su contratiempo (Seix Barral,
2017), no dudamos en ubicar la novela entre los mejores títulos del escritor
español Enrique Vila-Matas. Como sabemos, el catalán es dueño de una obra con
varios títulos que pueden fungir de puertas de entrada para los lectores que
aún no lo leen, del mismo modo como dosis recurrentes para sus no pocos seguidores.
¿Pero qué hay en Mac? ¿Por qué la novela despierta tanto entusiasmo?
Para empezar, nos enfrentamos a una
novela compleja, con personajes configurados en la marca de la casa y con un
argumento laberíntico en sus temas. Hasta aquí, no hay nada extraño, la
complejidad es lo que identifica a nuestro autor, que no duda en llevar el
humor, la ironía y la inteligencia a la cima, pero a diferencia de anteriores
trabajos de ficción, hallamos ahora recargadas e iluminadas cuotas de crítica.
Mac es un abogado que acaba de perder su
trabajo. Es un desempleado. Carmen, su esposa, trabaja en una mueblería. Carmen
lo quiere, pero también lo soporta, ahora más puesto que Mac emprenderá la
escritura de un dietario, uno que no aspira a la publicación, sino que le
permitirá descubrirse en la experiencia de la escritura. Gracias a la libertad
discursiva que permite el registro del diario, el lector descubrirá que Mac es
un lector voraz. Mac vive en el Coyote, barrio barcelonés en el que también
reside Ander Sánchez, un famoso escritor que siempre pasa de largo cada vez que
intenta saludarlo. Sin embargo, cierta tarde, Mac se encuentra en La Súbita, la
única librería del barrio, y también su espacio favorito a causa de la librera
Ana Turner. Pero Turner no solo es el amor platónico de Mac, es también la
obsesión de Sánchez, que llega y saluda a Mac y no demora en querer impresionar
a la librera. Como todo escritor ególatra, Sánchez habla del éxito de sus
libros, mas no se muestra muy entusiasmado con una novela de juventud de corte
experimental, llamada Walter y su
contratiempo.
Entonces, el diario que Mac viene
escribiendo adquiere otra dimensión, porque no solo releerá aquel libro de
Sánchez, sino que lo reescribirá. La actitud de Mac es la metáfora de la
libertad de la escritura y somos testigos de ello en esta novela en donde se
funden de manera transparente la novela/trama y el dietario. Es decir: un
dietario con trama. En su curso no percibimos la diferencia de los registros y somos
de actuantes y hasta cómplices de su estilo risueño. El lector se entrega a
este concierto de la escritura, que podemos interpretar como un tributo a la
tradición del cuento. Aquí no cesan las referencias a los grandes cuentistas
clásicos y contemporáneos, expuestas con seriedad e ironía por Mac. En este
sentido, hallamos en Mac una postura
política del autor en cuanto a la fuerza literaria del cuento, además, no
resulta gratuito que su protagonista se declare amante de la poesía, hermana
del cuento. Sin embargo, el elogio de la brevedad no es lo único que identifica
a nuestro protagonista, a saber, sus puntos de vista en cuanto la elasticidad
del lenguaje los relaciona con la tradición de las distancias largas, por ello,
los guiños a La cartuja de Parma de
Stendhal y a los maestros lisérgicos de la dificultad como William Gaddis,
complementan su cátedra sobre el cuento, y su natural extensión, el episodio. Pero
el amigo Mac es también un esforzado combatiente contra la mediocridad
cotidiana, muy bien representada en espantosos personajes como Julio y el
sobrino odiador/hater de Sánchez, sensibilidades con el que no pocos payasines
de cualquier mundillo literario se sentirán plenamente identificados y servidos.
Mediante Mac ingresamos a una dimensión que acrisola múltiples dimensiones
sobre la lectura de la narrativa. Asistimos a un evidente magisterio del autor,
cuyo personaje debería ser asumido como un símbolo del análisis creativo. La
estrategia formal no pudo ser mejor pensada y desde ya se erige como paradigma
que tendría que salvar a la narrativa actual de su orgullosa falta de riesgo
discursivo. Escribir sobre seguro no conduce a ningún lado.
…
En SB
para no decir nada
Mientras caminaba por Quilca y Camaná, a
la caza de un libro específico sobre una cultura precolombina, el azar quiso
que me topara, y en cuatro ocasiones y lugares distintos, con siete libros de
narrativa peruana noventera. No los compré porque los tengo, pero la ocasión me
resultó propicia para revisarlos, más aún cuando supe que no encontraría el
libro que andaba buscando, el cual me ayudaría en un reportaje.
Tres novelas y cuatro cuentarios. Revisé
sus páginas y recordaba el contexto en que los leí, conformado por años signados
por la salvaje lectura. Al vuelo, no había mucho que comparar en términos de
escritura con la producción narrativa del presente siglo. En este sentido, ha
habido un avance. Sin embargo, revisarlos me hizo tener una idea más clara de
lo que era la práctica de escribir en esos años, especialmente el aliento en el
que descansaba su ejecución. Un aliento en el que podías notar una luz pese a
los defectos formales y, seguramente, las pocas lecturas formativas de sus
autores. Me sentí agradecido, porque esa luz es detrás de las palabras es lo
que justifica la experiencia literaria, pequeño gran detalle ausente en la
narrativa peruana actual.
Es decir, no basta con escribir bien.
Escribir bien para no decir nada. Por eso tenemos autores talentosos pero que
no comunican, entregados a una pedantería verbal que delata una clamorosa falta
de personalidad. La mentira de un supuesto buen momento se construye a cuenta
de las ventajas que hoy por hoy deparan las redes sociales que, más allá de sus
curiosas taras, hacen que las nuevas e inevitables argollas compartan un involuntario
fin común: la no existencia de malos escritores peruanos.
Cuando dejé en su lugar el último libro
noventero, me fue imposible no pensar en qué había sido de sus autores. A un
par los busqué por Facebook, a quienes me alegró verlos como felices padres de
familia, pero también recordé las malas reseñas que recibieron a causa de la
poca pericia verbal que exhibían en sus libros. Imagino que llegará el día en
que se les haga justicia.
viernes, junio 02, 2017
zen
De lejos, o practicando el difícil arte
del entusiasmo, se podría tener una sensación por demás positiva de la
narrativa peruana actual. Más o menos, esta fue la primera respuesta que le di
a una amiga el lunes pasado, con quien tomé un no acordado café en Don Juan,
luego de que me pasara la voz en ese preciso momento en que cruzar la pista es
más peligroso que fiarse del semáforo.
Celebro pues la existencia de una
lectora que se anuncia voraz, pero no niego el temor que sentí al prever una
futura decepción de su tema de interés. Pero ¿quién soy para pinchar el globo
de su alegría?, ¿acaso no fui como ella cuando tenía su edad? (Bueno, jamás.)
Me hice este par de preguntas tras el tercer sorbo del espresso, que antes de
probar, lo observé, al amparo de la esperanza: ser testigo de la iluminación de
su misterio.
Así es, por extraño que parezca, llevo
días en estado zen, viendo la realidad pasar, dejando de lado el espíritu
crítico y aguafiestas. Pero como debía ser coherente, y a sabiendas del peligro
de esta inquietud en contra de mi estado zen, le pregunté a mi amiga qué estaba
leyendo, había que saber en qué radicaba la fuerza de su entusiasmo. Ella
llevaba una bolsa con libros, entonces, fue colocando cada título sobre la
mesa, todos de autores peruanos. Entonces, la iluminación se presentó en la
fuerza de su revelación.
Cuando se refería a narrativa peruana
última, era pues a lo último que estaba leyendo. Esta niña camina por los
caminos seguros: los títulos emblemáticos de Reynoso, Gutiérrez (Miguel),
Rivera Martínez, Ampuero, Higa, Calderón Fajardo y Morillo Ganoza. Su plan de
lecturas de los próximos cuatro meses y medio, es armar una cartografía
narrativa personal que parta de 1950 hasta 1995. Es decir, casi medio siglo de
producción narrativa. Por ello, cuando me preguntó qué me parecía lo que venía
leyendo, no le dije nada, porque ella descubriera por su cuenta lo que al final
quedará. Solo sonreí, y le invité un Cheesecake de fresa, sin duda, el mejor de
toda la ciudad.