viernes, julio 31, 2015
Llego a casa, no tan cansado como en
días anteriores. Además, barajo algunas ideas que he estado pensando en los
últimos meses, como el volver a la rutina de hace unos años, rutina en la que
hacía todas mis cosas en casa. Quizá esta impresión se deba a que el contacto
permanente con el público ha sobrepasado todo mi límite personal. Me gusta
mucho la interacción, poder recomendar y discutir con los lectores sobre
libros, como también de música y cine. Pero también experimentas la urgencia de
querer pasar más tiempo contigo y los tuyos, específicamente con mis padres. Mi
cabeza vuela cuando barajo estas cosas, y me gusta que vuele porque así me
desconecto de ciertas miserias, reforzando pues lo leído, visto y escuchado en
estos días que han sido de total adrenalina.
A lo mejor es la adrenalina lo que me
lleva a pensar así. La actividad permanente acicateada por los días feriales,
que felizmente ya están llegando a su fin.
En las horas en las que hay menos
cantidad de personas, me pongo a deambular por los ambientes de la feria,
también salgo de la misma para poder fumar mientras recorro Canevaro y así,
como hoy, recordar mis años escolares, porque estudié en Lince, exactamente en
un colegio ubicado en la cuadra 23 de la Av. Arequipa, que ahora es una
gigantesca iglesia protestante, aunque siempre esa cuadra ha sido una iglesia
protestante, pero no tan gigante como lo es ahora. La caminata de hoy, porque
me he propuesto caminar una hora diaria, me llevó al parque Castilla. Veo sus
cambios, que imagino que son para bien. Sin embargo, este parque ya no tiene el
aura salvaje de mis años adolescentes, su aura lo ha perdido. Al llegar al
parque me pregunté cuándo fue la última vez que viví su aura salvaje. Sin duda,
fue después del 2000, en una noche en la que cumplía no sé cuántos años, quizá
era de madrugada, pero recuerdo los detalles y lo que pasó,como la extraña
lluvia que sorprendió a este escorpio, que llevaba en su mochila los libros que
ese día había adquirido en Camaná y El Virrey de Lima. Esta lluvia de noviembre
fue tan fuerte que ni siquiera los frondosos árboles podían contenerla.
Encontré refugio bajo uno de ellos y esperé, fácil un cuarto de hora. Una vez
acabada la lluvia, me puse a revisar los libros adquiridos, leyéndolos sin
leerlos. No era el único a quien había sorprendido la lluvia, de a pocos
empezaron a aparecer los habituales del parque y la vida volvió a la normalidad.
jueves, julio 30, 2015
"marginalia"
La poética del narrador peruano Carlos Yushimito,
desde que leí su primer relato en una revista sanmarquina hace más de diez
años, exige de un lector entrenado, no menos que cuajado. Eso fue lo primero
que llamó mi atención de la misma: su relativa complejidad temática alimentada
por la densidad y el apego por la digresión. Años después Yushimito publicó Las islas, cuentario que confirmó mis
impresiones: estaba ante un (muy) buen narrador. En esas páginas fui testigo de
una luz oscura y de una voz insegura, pero a veces arrebatada, que nos
entregaron cuentos de la talla de “Seltz” y “La isla”, a la fecha obras
maestras del cuento latinoamericano contemporáneo. De a pocos, este cuentario,
al que deberíamos calificar de culto, se fue imponiendo en la comunidad
letrada, generando una silenciosa legitimidad literaria que, digamos en un modo
frívolo, hizo que en el 2010 Yushimito sea seleccionado por la revista Granta
como uno de los mejores escritores en español.
A partir de este acontecimiento que más
de uno saludó de pie porque Yushimito alcanzó ese sitial en buena lid,
empezaron los problemas.
Me explico: Yushimito dejó de ser Yushimito
y se convirtió en un “Granta Boy”.
En lo personal, y a partir de aquí me
ciño a una sana especulación, pienso que Yushimito no tuvo la calma y el tiempo
necesarios para redondear otro cuentario de la talla de Las islas. A razón de la selección de Granta, hubo una expectativa
tribunera que pedía ya otro libro suyo. Esa exigencia tribunera hizo que nos
entregara un par de cuentarios a los que les faltaba algo, que no era más que
esa luz oscura y esa voz insegura y por momentos arrebatada que sí presenciamos
y celebramos en Las islas. El
problema no era la escritura. Al respecto, tengamos en cuenta lo siguiente:
hasta el último día de su vida, Yushimito escribirá bien, tremendamente bien,
será un fino orfebre de la palabra escrita, como se viene señalando con toda
razón desde hace buen tiempo.
Ahora el autor nos entrega Marginalia (odradek, 2015), que no es un
libro de ficción, sino una serie de apuntes sobre distintos tópicos, apuntes
que nos presentan a un Yushimito en un estado de gracia que nos hace testigos
de su gran talento. En este registro sin patria podemos ubicar a un Yushimito que
se desata y si la memoria no me falla, es el primero de su generación en
ingresar a un registro que debería ser más abordado, siempre y cuando se exhiba
una sabiduría generosa y se goce de legitimidad literaria y que el autor interesado tenga, por lo menos, el ego dinamitado en el oficio literario. Con
estas condiciones, uno puede alcanzar genuinas cimas de perdurabilidad en este
registro etéreo del que Marcel Proust y, posteriormente, su discípulo Henry
Miller, vaticinaron para la narrativa del Siglo XXI.
En su aparente sencillez, encontramos el
punto de quiebre que sostiene Marginalia:
la escritura despreocupada que le permite al autor escribir de lo que le venga
en gana. Esta actitud hace que el lector de turno sea partícipe del mundo
interior del autor. O sea, Yushimito comunica, tienta y seduce al lector con su
mirada y pensamiento. Sin embargo, este lazo con el lector no siempre sucede en
buenos términos. Para nada. Yushimito lanza dardos y lleva a cabo ajustes de
cuentas, sin importarle a quienes hieran sus críticas. Hablamos pues de
literatura insertada en la tradición de los retazos. Es decir, textos escritos
en paralelo al trabajo mayor, que como tales, gozan de una frescura en su
proceso, que se maceran sin apuros tribuneros. La tradición de los retazos
tiene grandes exponentes en la tradición literaria en español, entre nosotros
podemos citar Prosas apátridas de
Ribeyro. Con esto no quiero decir que Marginalia
vendría a ser nuestra Prosas apátridas
de este siglo. Marginalia es una
publicación que debe ser saludada en este presente por todos los amantes de la
lectura y espero que su resonancia se mantenga en varias generaciones. En sus
líneas y en sus silencios accedemos a lo que nos debe importar.
…
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miércoles, julio 29, 2015
martes, julio 28, 2015
329
Mañana miércoles me espera un día largo,
seguramente pesado, para el que estoy preparando todas las armas musicales
posible, puesto que abriré y cerraré mi stand en la FIL. No me quejo de estos
días, más bien estoy agradecido y para que todo siga yendo bien, me seguiré
sacando la mierda.
Pienso en la música que llevaré mañana
mientras converso y fumo un pucho con mi amigo Paul. Paul me acaba de entregar
un poemario de un autor al que le he estado agarrando de hijo en estos últimos
días. Este autor, que también es un editor cabecero, es un mal poeta, pero
también sé que debo leer libros y no personas, me lo recalca más de una vez
este editor psicodélico. Y le doy la razón. Hay que leer libros y no personas.
Además, la literatura es como el fútbol, cada poemario es un nuevo partido, uno
nuevo contra el lector prejuicioso y el tiempo. Es así como debe verse el
oficio literario, como un partido, una suerte de ajuste de cuentas con uno
mismo. Es allí, en esa instancia, en que puedo reconocer a un autor, si este es
un escritor/poeta o un mero aspirante a creador en el uso de la palabra,
llámale posero.
Nuestra conversa se interrumpe por el
paso de veinte tanques que circulan por la Salaverry. Algo pueril como la
muestra de la fuerza castrense, se convierte en un efímero espectáculo que
llama la atención de todos los que estamos fuera de los ambientes de la feria.
Los tanques, en especial, con su paso de acero, seguramente han malogrado la
pista y malograrán más la de Brasil. A muchos peruanos les gusta este tipo de
manifestaciones armamentísticas, imagino que les hace sentirse poderosos,
olvidando sin olvidar que nuestras fuerzas armadas han perdido todas las guerras
inimaginables.
Volvemos a lo que estábamos hablando. Lo
que me gusta de Paul, y de José Miguel, que no estaba, es que editan libros
para una comunidad de lectores. A eso hay que aspirar, editar libros para una
comunidad de lectores y regalar esos mismos libros. Lo demás no solo es
negocio, sino también pura demagogia.
lunes, julio 27, 2015
domingo, julio 26, 2015
328
Contra lo que puedan creen mis amigas y
patas, estoy madrugando desde hace un mes. Quizá el motivo obedezca a que me es
más fácil empezar a ver una película a partir de las cinco de la mañana,
sabiendo que el día se me presentará complicado, y que pese a esa complicación,
me doy maña para leer y escribir en las horas muertas. Sin embargo, en las
horas muertas no puedes ver una película. Me resisto a ser parte de esa
tendencia de los que ven películas por partes. Por eso, he elegido las mañanas
para ver películas y las noches las consagro íntegramente a la lectura y el
rock.
Después de la película de la mañana, me
pongo a escribir. Siento pues la mente más despejada y llena de imágenes,
obviamente, bajo la influencia de las películas vistas. Estás imágenes son una
presencia mucho más fuerte de lo que pudiera pensar, hasta por momentos tengo
la sensación de que tras las palabras escritas en la pantalla se encuentran las
escenas vistas, las mismas que mi mente deforma, jugando con las situaciones y,
claro, también con los personajes.
En estos últimos días he estado viendo
policiales, por decirlo de alguna manera, porque que no he estado a la busca
del género, sino que esta seguidilla de policiales viene marcada por el interés
no pensado, el azar y el placer de volver a ver algunos títulos que me gustaron
o llamaron mi atención en los últimos años, cosa que sí debo subrayar porque
son pocas las películas que valen la pena en estos últimos años. No me refiero
a clásicos, ni a películas noventeras y ochenteras, sino a las exhibidas en un
arco de no más de tres lustros.
Aunque con algunos reparos, bien podría
recomendar estas dos películas del 2007, de menos a más para ordenar el asunto:
Waz de Tom Shankland y Anamorph de Henry Miller. En ellas
tenemos a policías quebrados, en cierta medida retorcidos por actos cometidos
en el pasado y que creyeron superar. Es decir, es el enfrentamiento contra su
presente que no los aprueba a menos que no salden sus deudas con lo que se
hizo, habiendo estado viviendo una mentira que les explota en la cara, eso es:
la mentira que les explota en la cara.
327
Hasta que por fin pude dar fe de la
cerveza artesanal de la que tanto me hablan. A lo mejor, a razón de esa cerveza
artesanal es que vi a mucha gente alegre y contenta que se me acercaba a
conversarme de cualquier huevada, siempre con una sonrisa y un tufo alcohólico
de satisfacción. Todo indica que esa cerveza artesanal es la verdadera
protagonista de esta FIL.
No sé cuánta gente hubo, pero sí la
suficiente para decir que este día las cosas estuvieron tan adrenalínicas como
el sábado pasado, por momentos delirante, delirio que esperaba que pase y así
pedirle a “Hombre sabio”, que fue a ayudarme, a que me reemplace mientras me
iba por allí a buscar a la chica del café o en todo caso para despejar mi mente
con un pucho o la breve lectura de alguna publicación de corte ligero, pero sin
ser banal, tal y como lo vengo haciendo con la recomendable novela Qué fue de Sophie Wilder de Christopher
R. Beha. Esta novela se me presenta como idónea en estos días de inevitable
movimiento. De paso, también leo poesía, pienso en la reedición de Symbol de Santiváñez, en Las islas aladas de Hernández. En
realidad, cuando estoy en ferias, lo que hago es leer mucha poesía, me
desconecto de la realidad, hasta tengo la impresión de estar en una película de
cine mudo.
Pero no todo es desconexión, me doy
cuenta de que mi tolerancia tiene un límite. Esa falta de tolerancia se debe a
que no soy un vendedor. Me gustan los libros y recomendar lecturas y hacer
dinero en base a ello, pero las ferias me someten a una prueba porque no todos
son como los lectores que uno espera. A veces tienes que responder lo que no te
gusta, pero cuando esas respuestas conforman una seguidilla, es posible
detectar una costumbre malsana que tienes que erradicar. No soy un asesino en
serie, pero para evitar esa realidad, me abro y empiezo a hacer las cosas que
me sacan de la situación, como el hecho de irme a caminar por los parques de
Jesús María, al menos durante una hora; simplemente caminar, encontrando en el
camino la señal de la maravilla verde que alguien fuma en su casa, olor que se
escapa de la ventana y que me subyuga, imaginando quién o quiénes la estarían
fumando, barajando la posibilidad de tocar el timbre y preguntar si puedo ser
parte de esa sesión, pero hacerlo sería desentenderme de las responsabilidades
inmediatas. ¿Qué haría “Hombre sabio” sin mí? Tengo que regresar, no tengo otra
salida, pero antes de irme, anoto las señas de la calle y de la casa de donde
proviene el aroma de la maravilla verde.
sábado, julio 25, 2015
326
Los días en la FIL me son propicios para
estar en contacto con muchos escritores a los que no veo con frecuencia. En
realidad, mi vida literaria es casi nula. No voy a presentaciones, ni a ningún
tipo de sarao salvo que participe en ellos. Y cuando lo hago, ni bien termina
la actividad, prendo el cel y soy fuga hacia mi casa.
Muchas de las opiniones que formulo y
circulan, provienen directamente de este blog y me alegra que algunas personas
las tengan en cuenta cuando, por ejemplo, se habla de la nueva narrativa
peruana. En este sentido, me he visto como un involuntario protagonista de la
misma, convertido en una suerte de prima malcriada que hace lo que quiere ante
la opinión común.
Ayer viernes el asunto no fue la
excepción, fueron a buscarme muchos escritores, no todos residentes en Perú,
que me preguntaban sobre algunas cosas que han leído en este blog. Por ejemplo,
uno de ellos me dijo por qué estoy en contra de esa consigna sobre el buen
momento de la narrativa peruana actual, a lo que respondo lo siguiente: no es
que esté en contra de ese momento propicio, además, ese convencimiento lo tenía
hasta la publicación de dos libros que bien pueden sustentar ese buen momento: Nuevos juguetes de la Guerra Fría, de la
que ya entregué una reseña que ojalá no saque demasiada roncha, reseña que
generará algo de bulla y de la que espero no motive que me denuncien, tal y
como vengo escuchando por allí, de esa campaña de un par de babosos que me
quieren ver tras las rejas a cuenta de un texto que no era una reseña de una
antología que a la luz de los hechos es un arroz con mango. El otro libro: La distancia que nos separa de Renato
Cisneros. Ambas publicaciones de Planeta, que ahora tiene un editor que lee (y
mucho, porque me consta).
Hoy en día sí podemos hablar de un buen
momento. Los buenos momentos descansan en obras ambiciosas, que intenten
retratar una época, aunque sea a una generación, que recojan los triunfos y
fracasos de la misma. Los dos libros son un salvaje ejercicio de memoria, de
memoria elevada a su máxima expresión, que encuentran sus logros y defectos en
la ambición como tal. Eso es lo que siempre voy a buscar de los libros, la ambición
sustentada en el acto de narrar. Los libros que narran son los que van a
quedar, ese es el mandato, la sombra que nos dejan los imprescindibles títulos
de nuestra tradición.
Más de un amigo me pregunta a qué me
refería cuando dije que con Austin, Texas
1979, de Francisco Ángeles, asistíamos a un antes y un después para la
narrativa peruana contemporánea. Pensaba que la idea había quedado clara, pero
que más de uno me pregunte por esa sentencia, me lleva a pensar que no fui del
todo específico cuando la dije. Me explico: no se puede entender este buen
momento sin la presencia de esta novela que genera muchos adeptos como detractores.
La novela de Ángeles es la novela bisagra de la narrativa peruana del Siglo XXI,
la que recogió un registro que más de un escriba tanteaba pero que no podía
redondear. Su éxito abrió puertas a una manera de narrar desde el yo, fundó un
camino que empezaron a seguir los que también escribían desde ese registro
cimentado en la memoria. Si es o no un paradigma, eso solo lo dirá el tiempo. Si
tiene hijos o no, es lo de menos.
Lo que debe importar es que estas
novelas vienen generando una discusión y hacia esa discusión debemos
encaminarnos los interesados, que, felizmente, no son pocos.
Por otra parte, no faltan los lectores
malévolos que me preguntan por la onda metaliteraria que imperó en la década
pasada. Al respecto me quedaba pensando, no porque no tuviera una respuesta,
sino porque no encontraba las palabras que me permitieran ser justo con un
registro que bien pudo aprovecharse y que no se aprovechó por la sencilla razón
de que se quiso hacer metaliteratura sin conocer la voz, el sabor verbal, de
los cuentarios y novelas medulares de nuestra tradición. Por esa razón fracasó
el registro metaliterario, por desconocimiento del sabor verbal y por adoptar
poses que coqueteaban con la ridiculez, que se hacía invencible gracias a la
carencia vital que la nutría.
jueves, julio 23, 2015
325
Los días de feria son extenuantes, pero
también tienen sus momentos gratificantes.
Eran las seis de la tarde, el día seguía
su curso y por un momento pensé que si dejaba solo el stand, no se dejaría de
vender, porque nuestros lectores son fieles, aparte de tener muy buen gusto.
Me disponía a salir a fumar cuando me
topé con Manuel, a quien no veía en más de ocho años, si es que la memoria no
me falla. Mientras hablaba con él, como quien se pone al día en generalidades,
recibo la llamada de Antoanette, de quien no sé nada en varios años. No creo que
haya sido una confluencia gratuita, imagino que había alguna razón, una suerte
de enlazamiento cósmico que quería hacerme parte de sí.
Cuando me disponía a irme a fumar, Luis,
narrador y editor chileno, me pregunta si soy yo por quien pregunta. Le digo que
sí y me entrega su libro, más la novela de Diego, Racimo, que sin duda la leeré en las próximas horas. Después me
alcanzan varias publicaciones peruanas, como
Marginalia, de Carlos. Si Marginalia
es lo que pienso que es, haré del libro una reseña excluyente, y ojalá
positiva, como supongo que tendría que ser.
No ha sido un día de mucha gente, pero
sí he sentido que ha tenido muy buena onda. A eso de las 8 y 30 me dirigí a la
Sala Eielson, en la que, según Melissa, podía beber café. Así que fui tras ese
potencial café. Al llegar no encontré café, sino una conversa sobre la
literatura y el padre a cargo de Johann, José Carlos y Francisco. No escuché
toda la conversa, pero sí puedo constatar que se dijeron cosas muy
interesantes. Mientras escuchaba a Francisco, pensé en preguntarle en dónde se
podía comprar esa cerveza artesanal de la tanto viene hablando. Más allá de las
ideas encontradas que tenga con estos tres aún jóvenes narradores peruanos,
puedo aseverar que lo poco que escuché me sirvió para tener una idea clara y
fehaciente del momento que atraviesa nuestra narrativa, que bien puede ser
maravillosa, regularona o mediocre, según los gustos. Pero algo que será
difícil que extirpen de mi cabeza es que sí es posible detectar una
discrepancia, la misma que no la vemos en las redes sociales, pero poco
importa, ya que esa discrepancia la vemos en la vida real, que sí importa.
"bienvenidos a Incaland"
Si hay un autor español que sigo con
frecuencia, ese es David Roas. Esta atención no yace en el hecho de que me
guste toda la obra de Roas. Como todo autor prolífico, podemos encontrar
distintos niveles de logros y como lector me quedo con el Roas ensayista. En el
ensayo ha demostrado que es todo un capo, el hombre referente del discurso
teórico sobre la narrativa fantástica contemporánea. Esto no quiere decir que
el Roas narrador no me guste, por el contrario, me parece un narrador más que
importante, pero, sin duda, es en el ensayo en donde Roas ha logrado proyectar
y cimentar su prestigio.
No es poca cosa. Roas es un narrador al
que debemos tener en el radar. Hoy en día encontramos contados narradores y críticos
literarios que destaquen en ambas parcelas. Es decir, no siempre accedemos a
una poética rica en epifanías, que navegan en los registros de la ficción y el
pensamiento literario como pez en el agua.
Imaginemos a un músico de jazz en plena
improvisación. Esa improvisación no es más que la mezcla de registros llevados
al límite en la locura de la naturalidad, locura natural que solo el que sabe
puede llegar a conseguir, y lo consigue a razón de que conoce a fondo las
tradiciones de esos registros.
Pues bien, esa mezcla de discursos la
encontramos en el delicioso libro Bienvenidos
a Incaland (Páginas de Espuma, 2014), que ahora va por una merecida segunda
edición. No es para menos, me atrevería a decir que esta publicación encapsula
las grandes dotes de Roas como escritor. Para empezar, no tengo la más mínima
de qué cosa es este libro. ¿Memoria lisérgica? ¿Cuentos de humor? ¿Novela
fragmentada? ¿Ensayo canábico sobre viajes? Lo que sí sé es que lo disfruté,
porque todas estas inquietudes sobre su posible registro se fundieron en un
solo río de impresiones que nos revelaba una poética honesta que no trasciende
sus límites. Es precisamente en ese respeto a los límites en que vemos a Roas
mezclando los discursos, convirtiéndolos en un solo cuerpo híbrido que tiene
como objetivo proyectar su asombro ante una cultura y contexto ajenos al suyo.
Roas se presenta tal cual y es en esa presentación en donde encontramos el
respiro que guía sus pasos por las calles limeñas y cusqueñas: el humor. El humor
corrosivo, sin ir muy lejos, que en este caso le permite al lector peruano
conectarse con lo que relata el autor. No hay solemnidad en estas páginas, sino
una mirada por momentos crítica pero ante todo risueña, que no se hace
problemas con lo que tiene que señalar y que refuerza en verosimilitud lo que
el autor nos relata de un país que bien puede ser una broma, una broma real a
fin de cuentas.
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miércoles, julio 22, 2015
324
Los días feriales pueden ser delirantes,
como el sábado pasado, puesto que se hizo difícil, e imposible por momentos,
caminar. Ni imaginar las colas que se formaban fuera del Parque Matamula. Una
de ellas, por ejemplo, llegaba hasta el final del mismo parque, amenazaba con
llegar hasta Canevaro.
Por un momento pensé que tendría que
dejar para después mis ganas de fumar. Tengo mis horas para envenenar mi
cuerpo, esa necesidad de nicotina que me exige el organismo, pero el tumulto no
me permitía abandonar el stand, así que me las arreglé para seguir recomendando
y discutiendo con los lectores.
Llegamos a un punto en que el asunto se
puso como una procesión. Fumar o querer hacerlo, era una locura. Lo que
interesaba era respirar. Felizmente, ese encapsulamiento no duró más de lo que
sospechaba.
Me pregunté a qué se debía esa avalancha
de público. Las respuestas y razones pueden ser distintas, siendo una de ellas
(la que abriga este servidor), quizá la más importante y que de hecho será
desestimada por no pocos escritores, conociendo su debilidad: no reconocer el
éxito del otro.
Si el sábado fue un día delirante, se
debió a la presentación del libro La
distancia que nos separa de Renato Cisneros. Bueno, decir esto no es
ninguna novedad, pero en las presentaciones que he visto sin ver de Cisneros,
esta última lo legitima literariamente. Conversaba al respecto con un crítico
literario local, lo hacíamos mientras veíamos a chicas y chicos corriendo rumbo
a la sala César Vallejo. La idea era que Cisneros bien podía jalar gente, pero
ahora el libro en cuestión sí podía exhibir aquello que llamamos nervio
literario. Mi amigo crítico ya había leído el libro y yo estaba por la mitad.
Su opinión era contundente, la mía entusiasta hasta donde pudiera serlo ya que
no había acabado de leerlo.
Después de unas horas, me crucé con
Pedro, un amigo, lector y músico. Pedro me dijo que estuvo en la presentación
de Cisneros y que también estuvo sentado al lado de Bryce. Era la primera vez que
asistía a una presentación de Cisneros, “ha escrito el libro desde el forro”,
decía y le creía. “¿Por qué no escribía así desde antes?”, me preguntó. No supe
qué responderle. Pero lo que sí le dije es que ahora sí podemos hablar, con
cierto fundamento, de un buen momento de la narrativa peruana, sin caer en
demagogias y en promociones de contrabando. Los buenos momentos se sustentan
con libros ambiciosos, que marquen una pauta, una tendencia, lo que sea. Este
de Cisneros, con el de Robles, bien nos permiten creer. Ojalá no nos caigamos.
lunes, julio 20, 2015
domingo, julio 19, 2015
viernes, julio 17, 2015
323
Haciendo las cosas a media caña, pero en
constancia, puedes avanzar mucho más de la cuenta. Ayer apliqué este principio,
mientras veía a los otros expositores desplegando energía que los lleva a
resultados no del todo agradables a la vista de potencial cliente que entrará
hoy a la FIL. No lo digo porque nuestro stand haya quedado muy bonito, aunque
esa es la verdad, no solo mía, sino de las personas que se acercaron a verlo.
Creo que de los muchos stands que hemos armado en ferias, este quizá sea el que
me guste más.
En los descansos, aprovechaba en irme al
parque, leía una novela de Williams, de la que haré una reseña próximamente, y
fumaba, despacio, extrañando mi termo que perdí el miércoles en la noche, en el
taxi. Me gustaba ese termo, no solo porque en él llevaba mi café, sino porque
era especial, de aluminio. De lejos parecía un pequeño misil, además, su funda
negra daba la impresión de ser un arma de defensa, al menos eso era lo que
sentía cuando caminaba por la calle, puesto que los potenciales choros me
miraban con miedo, pensando más de una vez si era factible o no asaltarme. Aún
no he podido comprarme otro termo igual, por falta de tiempo, y lo tendré que
hacer en las próximas horas. Si algo sé es que soy un irrefrenable consumidor
de café, necesito café a cada momento, y esa necesidad de café se hizo más
fuerte ayer en la tarde, mientras veía el tráfico de la Salaverry.
Al regresar a casa, lo hice caminando
por el trayecto más largo, por una calle paralela a Cuba, por una
especialmente, en donde me quedé viendo un edificio ahora convertido en hostal,
el mismo que años atrás, a mediados de los noventa, albergaba en su primer piso
una panadería y al lado de esta una escuela de ballet. En esa panadería se
vendían las mejores empanadas de Lima, de las que me hice un férreo hincha, al
punto que desde donde me ubicara, iba a comprarlas dejando un día. En esa
costumbre estuve cerca de tres años, hasta que la clausuraron para convertir el
edificio en un hostal.
jueves, julio 16, 2015
"los malos"
Varias veces lo he dicho en mi blog: es
una pérdida de tiempo discutir sobre la valía literaria en textos que son solo
de ficción. Al respeto, debemos pensar a qué llamamos literatura, si solo lo
hacemos con aquellos textos inscritos en la narrativa y la poesía. Por ahí
también puede entrar a tallar el ensayo literario, y alguna que otra vez el
ensayo filosófico.
Como dije, me parece una pérdida de
tiempo y al respecto no me hago ningún problema, porque lo que me interesa como
lector es encontrar un punto de quiebre que me lleve de la experiencia estética
a la conmoción, el cuestionamiento. Es como en el sexo: no te vas a distraer
preguntándote si la persona con la que estás es una narcotraficante, ladrona,
mucho menos en sus aretes, si son de marca o no. En el sexo, solo interesa el
placer. Lo mismo en la lectura.
Desde hace un tiempo se viene hablando
de la nueva crónica latinoamericana, como también del auge de la narrativa de
no ficción, como también de su valía, que solo la encuentra en el gremio de periodistas
de oficio y en estudiantes de comunicación. Hay pues una fuerza que respalda
este tipo de registro, en donde también podemos encontrar de todo: excelentes,
buenos, regulares, malos y olvidables libros.
Sin embargo, si tuviera que comparar la
ficción y la no ficción latinoamericanas, no tengo problema alguno en señalar
que la no ficción le ha sacado varios cuerpos de ventaja a la ficción. No es
para menos, en mi experiencia como lector, me he sentido más apegado a la no
ficción que a la ficción. Muchos de los libros que me han gustado en los
últimos cinco años, por ejemplo, están ubicados en lo que se llama no ficción.
Así es, lo que se llama, aunque para mí han sido inolvidables experiencias
literarias y es de esta manera como asumo la lectura de estos libros.
No me hago problemas, como ya señalé.
Pues bien, hace unas semanas leí un
libro que bien puedo calificar de histórico y que todo amante de la buena
lectura está en la obligación moral de leer. Histórico no solo para los
entusiastas de la crónica y los perfiles, sino también para los acostumbrados a
leer ficción, que, dicho sea, no sería malo que le den tregua a ese apego,
porque estos catorce perfiles que integran Los malos (UDP, 2015), es, por donde
se le mire, una obra maestra. Experiencia literaria total, a secas.
Un trabajo como este solo lo pudo llevar
a cabo Leila Guerriero. ¿Quién más? Guerriero ahora supera largamente lo que
logró con su anterior libro de perfiles, Los malditos.
En Los malditos, la escritora y editora
trabajó con los narradores más conocidos y de prestigio comprobado de América
Latina. Cada uno de ellos debía radiografiar la imagen de un escritor de viada
aciaga, en muchos casos canónico, de un determinado país. Como se supone, el
resultado fue no menos que apoteósico. En cada uno de esos perfiles no solo
accedíamos a un acercamiento brutal de los llamados malditos de la literatura
latinoamericana, sino también a un muestreo estilístico de no pocas plumas en
actividad, muestreo que nos reforzaba la impresión de por qué son los grandes
escritores que son.
Pero Los malos es otra cosa. Es una
experiencia en la palabra que nos destruye. Experiencia que nos permite
ingresar a los salones perdidos del mal, a la médula del ser humano, que puede
ser un excelente padre de familia o un buen hijo, o una buena madre, pero que
se deja dominar por el lado oscuro, por el daño dirigido al prójimo.
En este proyecto, Guerriero convocó a
los mejores periodistas de investigación de Argentina, Brasil, Chile, Perú, El
Salvador, México, Venezuela, Panamá y Colombia. ¿Mejores periodistas? Creo que
uno se queda corto al calificarlo de mejores. Basta ver la nómina para decir
que estamos ante los hombres de prensa que asumen el oficio periodístico como
si fuera un acto de vida o muerte. En esa lista de convocados encontramos a los
que vienen dictando cátedra y consecuencia moral con aquello que denuncian en
sus resportajes y destapes. Encontramos a Juan Cristóbal Peña, Óscar Martínez,
Marcela Turati, Alejandra Matus, Miguel Prenz, Sol Lauría, Ángel Páez, Josefina
Licitra, Clara Becker, Alfredo Meza, Rodolfo Palacios, Juan Miguel Álvarez,
Javier Sinay y Rodrigo Fluxá.
Guerriero, al igual que en Los malditos,
llamó a los mejores. La misión: cada uno debía perfilar a un ciudadano
siniestro de América Latina. Ciudadano rubricado por la muerte y pródigo en
humillaciones a los demás. Basta mencionar sus nombres para decir que han
dejado huella en sus respectivos países, conformando juntos un museo de
atrocidades que revelan lo peor de la condición humana. Tenemos los perfiles
sobre Manuel Contreras, “El Mamo”; Miguel Ángel Tobar, “El Niño”; Santiago Meza
López, “El pozolero”; Ingrid Olderock; Norberto Atilio Bianco; Luis Antonio
Córdoba, “Papo”; Félix Huachaca Tincopa; Rubén Ale, “La Chancha”; Wilmer
Brizuela Vera, “Wilmito”; Mirta Graciela Antón, “La Cuca”; Alejandro Manzano,
“Chaqui Chan”; Jorge Acosta, “El Tigre”; Julio Pérez Silva y Bruna Silva.
No estamos ante textos que obedezcan a
una especie de recuento. Estamos frente a textos que intentan explicar por qué
estos hombres y mujeres actuaron como actuaron. Guerriero guio a sus convocados
a la trastienda personal de estos hombres y mujeres, les pidió que vayan a la
médula emocional, a la fisonomía moral que nos permitan entender si en realidad
eran tan perversos y malos como se mostraban en público y en las sombras. Por
ello, debido a esa indagación en la trastienda emocional, conectamos con estos
perfiles, porque identificamos una similitud entre esos malos y nosotros y que
sus actos no están del todo alejados de lo que alguna vez hemos pensado ya sea
en un acto de furia o un salvaje desequilibrio emocional.
El trabajo de los periodistas salta a la
vista. Es indudable que dejaron la piel en cada uno de sus perfilados. Como
también salta a la vista la rúbrica de Guerriero como editora. Su mano es
indiscutible no solo en la intención espiritual de los textos, sino hasta en el
mismo estilo que conduce cada uno de los mismos. No hablamos de una marca de
agua, sino de una en alto relieve que nos brindan una idea tajante de lo vital
que ha sido Guerriero para que este libro sea lo que es. A lo mejor los
periodistas con los que trabajó no tienen el ego tan inflado como sí lo tienen
los escritores, para quienes el retiro de una coma es no menos que una afrenta.
Si leemos el libro, sea de corrido o, como hizo este servidor, salteándose,
vamos a reconocer una sola voz y un solo estilo, una sola mirada que unifica en
fuerza a estos hombres y mujeres malos, ya sea por separados y juntos.
…
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322
Anoche, mi plan consistía en irme a
comer carne a la parrilla y beber vino. Ese era el objetivo que venía abrigando
desde la tarde, proyectándome a lo que sería la ardua instalación del stand en
la FIL hoy jueves. Por ello, quería darme un gusto en vista de las horas que
sin duda me sacarían de quicio, porque las instalaciones afloran lo peor de mí,
lo que me fastidia de los demás, esa intolerancia que me obliga a reprimirla
llevándome a lo imposible.
Escuchaba algo de música en Spotify y
terminaba de cerrar una reseña, cuando recibo una llamada que alteraría lo que
quedaba de la tarde y marcaría el curso de la noche. En esa llamada se nos
comunicaba que teníamos que hacer la instalación inmediatamente. Así es, el
miércoles.
Cerramos la librería lo más rápido que
se pudo y nos embarcamos en un taxi hacia el almacén, en El Callao. Lo que no
esperábamos era el tráfico de Faucett, que fue una tentación que no
desaproveché porque se me puse a cabecear un toque. Al llegar al almacén
hicimos lo que teníamos que hacer, ayudó el hecho que ya tuviéramos listas las
catas y estanterías. No niego que me sentí una extrañeza porque es la primera
vez que hago una instalación en plena noche. Pero todo esfuerzo valía la pena,
pensaba, aunque no me esforcé, o mejor dicho, no terminé tan cansado como
pensaba. Por un momento, creí que nos quedaríamos hasta altas horas de la
madrugada, pero no, puesto que entre llevar y colocar y disponer las cosas, no
nos tomó más de tres horas.
Ahora, más despierto en esta mañana que
sí parece invierno, me dispongo con desgana para ir a terminar lo que falta del
stand, que no será mucho, ojalá. Tampoco puedo negar que tengo expectativas
hacia esta FIL, y no hablo desde el punto de vista comercial, porque siempre
nos ha ido bien en ese aspecto, sino porque siento que me voy a divertir mucho,
seguro.
martes, julio 14, 2015
321
Mis fuerzas parecen llegar a su límite,
el desplome se pinta como el destino inmediato ante los ajetreos en vistas de
la próxima FIL. Lo que más me fastidia es el día de la instalación, no tanto
como desinstalar, que también es pesado, pero me lleva a otra dimensión edificar
una suerte de hogar libros, que lo será por más de quince días y en los que
estoy seguro que la pasaré bien, creo que mejor en otras ocasiones, porque en
esta FIL no tendré ninguna participación, más que nada por salud mental, cosa
que de esta manera voy a concentrarme como se debe en la librería.
Al momento de escribir estas líneas escucho
la versión de Corine Bailey de “For Once In My Life”, canción que se me hace
interminable, con mayor razón porque es una de mis favoritas, que escucho en
todas sus variantes posibles. Hay temas que conectan con uno y me gusta esta
versión de Bailey por la ternura y sensibilidad que proyecta su voz. A saber, la
he escuchado en Sinatra y no es lo mismo. Sinatra no daba para ciertos temas,
en especial este que es apto para tiernos y salvajes perdedores. Llevaré la voz
y sensibilidad de Bailey durante varios días y eso es lo que agradezco, porque
algo celestial es lo que necesito en estos días en los que cualquier detalle
mal asumido, hasta una palabra mal dicha, bien puede desencadenar una retahíla
de desdichas caseras, que si nos las sabes cortar, pueden convertirse en
atrocidades habituales.
Dejo por un momento a Bailey y me pongo
a revisar los sobres con libros que he encontrado al regresar a casa, entre lo
que veo, un título que promete de un poeta inglés que alguna vez escuché de
refilón, pero que empezaré a averiguar más de él, a quien se le cataloga como
el “Rimbaud inglés”. No sé si será como Rimbaud, sin embargo, lo que vengo
leyendo de El ceño radiante. Vida y
poesía de Gerald Manley Hopkins pinta muy bien. Seguiré leyendo en lo que
queda de la noche, que espero me sea interminable.
lunes, julio 13, 2015
domingo, julio 12, 2015
el editor que lee
Hace poco más de dos meses estuvo en
Lima Juan Casamayor.
No es poca cosa, hablamos de la presencia
del editor en español que más escuela está ofreciendo en la actualidad. Porque
eso es lo que percibí de él aquella tarde en la que no hicimos otra cosa que no
sea hablar de libros, autores y hasta de la vida misma. Esa tarde que conversé
con Casamayor, brindó escuela de lo que debe ser un editor: un lector voraz
ante todo.
*
Me encontraba en la librería El Virrey
de Lima.
En principio, creí haber llegado tarde a
la reunión, pensando que Casamayor ya estaría en el lugar de encuentro, pero
no, llegué temprano y lo tuve que esperar porque el editor creyó que la reunión
sería en la librería Sur.
Contra lo que se pueda suponer, no hago
mucha vida literaria y no suelo hablar con editores. La reunión con Casamayor
prometía, porque me bastaba tener presente el catálogo de su editorial para
saber que estaba ante un lector exquisito y exigente. Empero, sentía una
incomodidad y esta incomodidad inicial yacía en que no quería ser presa de un
discurso diplomático, hipócrita, mucho menos cumplidor. Esto era lo que más
temía. Hasta llegué a barajar la idea de cronometrar el tiempo que estaría
conversando con Casamayor. Lo nuestro sería una conversa, no una entrevista y
lo que más temía era que nuestra conversa parezca una entrevista sin grabadora.
Más allá de este prejuicio, tenía un
principio en mente: debía saciar mi curiosidad y saber qué hay detrás de ese
paraíso que es Páginas de espuma.
*
Así es, Páginas de espuma es un paraíso.
Obvio, no pocos pueden llegar a esa conclusión,
no se requiere de mucho esfuerzo. Además, sería justo reforzar aún más esta
impresión consignando que detrás de este proyecto editorial hay demasiado
esfuerzo, pujanza y buenas dosis de idealismo. O mejor dicho, sobredosis de
idealismo.
Desde hace unos años, y no lo digo por
patería a razón del texto, varios libros de esta editorial se han convertido en
mis biblias personales, que guían y ordenan mis lecturas. Pienso, por ejemplo,
en Novelas y novelistas de Harold
Bloom, en los ensayos de Flaubert, Stevenson y Marcel Schwob. Pero ante todo,
lo que consiguió Casamayor fue reforzar un interés perdido que tenía hacia el
cuento. Cuando me refiero al cuento, no solo imagino las ediciones monumentales
que editó sobre Balzac, Poe, Chéjov y Maupassant, también en cuentarios de
autores contemporáneos, como Roas, Neuman, Schweblin, Tizón, Aparicio, etc., que
revelan a un editor que no solo apuesta por el rescate de los clásicos, sino
que arriesga por los llamados nuevos o contemporáneos.
*
Seguía esperando a Casamayor, terminaba
un café de la casa y una idea me rondaba, a lo mejor esta idea bien puede ser
polémica: cada día siento una certeza que los lectores deberíamos honrar: si
hoy en día somos testigos de un serio interés por el cuento, de un renacimiento
por el mismo, ya sea como autores y lectores, se lo debemos a Casamayor. El
cuento escrito en español adquirió relevancia en Páginas de espuma y esa resonancia un lector de verdad, un lector
voraz, no lo debe negar.
*
Lector voraz.
Eso fue lo que sentí ni bien crucé las
primeras palabras con Casamayor. Es que tú sientes cuando estás ante alguien
que sí ha leído. Esta impresión hizo que mi incomodidad inicial se
desvaneciera. Me sentí muy libre y despejado para hablar con él. No fui para
nada protocolar. No estaba siendo el que temía ser, no me estaba esforzando
para nada, sino que le decía mis puntos de vista tal y como los pensaba, sin
importarme que algunas de mis opiniones pudieran ser duras para algunas
personas que él conocía, pero él tampoco era menos con las suyas, me decía lo
que pensaba de mis opiniones y en cada uno de sus conceptos fui testigo de una
sabiduría generosa dispuesta al diálogo y premunida de humor.
Recorrimos la librería y mientras lo
hacíamos me preguntó por los autores peruanos que escribían cuento, hecho que
hizo que pensara que estaba ante un cazador, un buscador de nuevas voces a las que
leer o marcar para seguirles la ruta después. A saber, le hablaba de un autor y
me preguntaba por su poética. Asentía al responderle y veía cómo achinaba la
mirada, señal de que su interés no era en absoluto diplomático, sino real,
porque Casamayor es un rendido lector de cuentos.
Casamayor conoce como pocos la tradición
del cuento y no tuvo problema alguno en compartirme lo que sabía y buscaba de
la poética del cuento cuando ahora nos dirigíamos con José Luis Ovillo a un
restaurante del Barrio Chino. Solo faltaba la cerveza en lata para que la
caminata hacia el Salón Capón fuera perfecta. Conversábamos no solo de
literatura, también de política, deportes y mujeres, aunque estos tópicos
venían ligados a nuestras lecturas en común. Al llegar al restaurante,
Casamayor dudó en qué pedir. La variedad era no menos que apabullante. Estuvo
en duda por algunos minutos y me adelanté en pedir un arroz chaufa especial. Cuando
vio mi plato, él pidió lo mismo y José Luis reforzó el pedido con sui mais y
pato con verduras. Comimos hasta no dejar ni un arroz y ni una sola verdura, a
la par que nos hablaba del grupo de personas que trabaja con él. Casamayor escoge
bien a quienes laboran con él, no solo basta con que sean competentes
profesionalmente, sino también grandes lectores.
No hay mucho que pensarlo, Páginas de espuma es lo que es gracias a
la mística lectora que lo alimenta. Lo comercial interesa, lógico, pero la
mística lectora es importante para una editorial y eso lo tuvo presente
Casamayor desde el momento que decidió fundar su editorial. Es decir, en su
proyecto existe una coherencia que debería imitarse si es que se desea que una
editorial marque hito y haga historia forjando no solo buenos lectores, sino
también exigentes, como él.
*
De regreso a la librería nos detuvimos
en un café. Lo escuchaba y él me escuchaba. Hablamos de autores, en especial de
uno que conocí y leí mucho, el fallecido Félix Romeo, a quien no dudamos en
calificar como “El escritor que leía”. Aunque claro, también compartimos
decepciones por algunos escritores que iniciaron su carrera con mucha
expectativa pero que fueron perdiendo fuerza narrativa al dejarse seducir por
registros conservadores, convirtiéndose en deudores de la moda editorial.
No recuerdo cuántas horas pasamos
conversando, quizá cuatro, a lo mejor cinco, pero eso no importa, porque el
curso del tiempo no se sintió hasta que el cielo comenzó a teñirse de naranja oscuro.
Lo acompañé hasta un punto medio en el tramo a su hotel. En ese corto trayecto,
me contó de los libros que pensaba editar próximamente. Lo contaba con una
convicción, o sea, un férreo compromiso literario ajeno a lo comercial, el
mismo compromiso que sustenta su prestigio, compromiso que, sin duda, más de
uno debe imitar.
…
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sábado, julio 11, 2015
320
Una mañana normal en la librería, en la
que me disponía a dejar en orden algunas cosas y ver la logística de nuestra
participación en la próxima FIL. Navegaba por la red, también respondía algunos
mail y mensajes de Face, escuchando una selección de Blue Cheer. Tenía ganas de
unas chelas, escaparme un toque de la librería, pero Yesenia me había dicho que
llegaría a en un par de horas, entonces no podía cerrar la librería, debía
aguantar las ansias, contener mis ganas de hablar, de poesía, como me pasó esta
mañana. No es que siempre hablé de libros y autores, pero hay días en que el
asunto literario se me hace cada vez más fuerte, intentando recordar los versos
aprendidos por primera vez, en esos años en los que pensaba que un verso o una
metáfora podría ser capaz de cambiar el mundo, versos o metáforas que sí lo
hacían, cambiaban el mundo, al menos en el que viví cuando los leí y escuché
por primera vez.
Blue Cheer se iba poniendo bueno, cada
tema que corría en Spotify era mejor que el anterior. No lo niego, tuve ganas
de armarme un cañón, pero no se podía, no puedo llegar al extremo de abusar de
mis prerrogativas dirigenciales. Simplemente, no debo creérmela tanto al
escuchar a bandas como Blue Cheer, porque lo mismo me pasa con Television y
algunas bandas de jazz. Es solo una cuestión de conexión, en la que asocio
determinados estados con sonidos o manifestaciones visuales, en este segundo
caso, no sé qué me pasaría si viera una película de David Lynch. En este
sentido, sí admito que soy un posero, o en todo caso, alguien que no es del todo
normal. Pero así soy, para mi desgracia, algunos vicios se me activan con
música o películas.
Sentía ansiedad. Si no la saciaba, iba a
asumirme en los próximos minutos como el ser más angustiado. Solo me quedaba
respirar hondo, pero me costaba respirar hondo. A esto sumemos una sensación de
encierro interior, pero en fin. O cerraba la música de Blue Cheer o cerraba el
stand.
A mi mente volvían esos versos
escuchados por primera vez a fines de los noventas. Versos de fuerza canábica,
que hechizaba y en ese mismo hechizo te la creías, que podías cambiar el mundo,
al menos un cambio que lo haga más habitable.
Cuando estaba a nada de levantarme para
cerrar la librería, aparecen los editores Paul y José Miguel, que me traían una
caja con buena poesía. Nos quedamos hablando un buen rato, buen rato que me
desubicó de la angustia y desesperación de la influencia, esta vez sonora.
viernes, julio 10, 2015
jueves, julio 09, 2015
martes, julio 07, 2015
318
En unas horas estaremos de regreso en
Lima y nos esperan horas de mucho ajetreo en vistas de la próxima FIL.
Si bien es cierto que los días en esta
ciudad no han sido del todo ideales, porque entraron a tallar temas políticos
de coyuntura local, como también una falta de seriedad en la logística de la
feria, debo decir que sí la pasé bien. Conocí buenos lectores, como lectores de
este blog, escritores que había leído y a los que jamás había dirigido una
palabra, tal el caso de Óscar Malca, y encontrarme con personas que no veía en
años y conversar con estas como si nada hubiera pasado, como Carlos Yushimito.
Obvio, si uno está en Arequipa, no
puedes irte de la ciudad sin antes comer bien, porque en esta ciudad hay muy
buenos motivos para hacerlo y todo gusto es más que justificado, pienso pues en
el chupe de camarones de La Típica, al que llegamos luego de averiguar que La nueva
Palomino no atiende los martes, que sirvió de pretexto para caminar por las
empedradas calles de Yanahuara y contemplar la ciudad desde la vista que
ofrecen sus hermosos arcos.
Cuando me disponía a regresar al hotel
para descansar porque mi vuelo sale a las 5 y 40 de la mañana, me llama una
señorita de Avianca, que me pide escanear y adjuntar el voucher por el
sobreprecio que debimos pagar por el adelanto del vuelo de regreso. Bien
comido, bien fumado y bien bebido, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano,
contra toda la pesadez física y el sueño incesantes, me levanté a buscar una
cabina, que encontré pero no que tenía escáner, y en esa búsqueda estuve cerca
de media hora, hasta que di con una que me permitió enviar el dato visual que
requería la gente de Avianca.
Ahora sí en el hotel, analizo lo que
haré, no con la librería, sino en los textos que debo presentar y que por
alguna razón se me han juntado y a los que no he podido dar el punto final.
domingo, julio 05, 2015
sábado, julio 04, 2015
317
Un día largo, en el que me di maña para
ver el Argentina-Chile. En el fondo, quería que ganen los del sur, más que nada
por mis amigos chilenos y por el buen recuerdo que me dejó Santiago hace un par
de años. Me escapaba de la feria para ver las incidencias del partido, mis
demoras en el hotel eran más que inusuales, como buscando el pretexto que
sustentara la demora; lo mismo hacía cuando iba a comprar cigarros o me quedaba
viendo el encuentro en el televisor de un restaurante.
Luego del partido, saqué mi cuaderno de
notas y esbocé los puntos centrales que haré de la reseña de una novela
peruana, que saldrá publicada en algunos meses, pero que tengo que presentar en
los próximos días. De esta novela, diré algunas cosas muy fuertes, pero para
bien, más fuertes que el texto que publiqué hace unos días en LPG, que aún
sigue resonando. Al menos eso es lo que me dice la gente de Arequipa. El tiempo
me está dando la razón, no ha sido necesario que pasen semanas o meses, solo
días.
Pero así son las cosas, no todos tienen
los huevos como este servidor, al quien solo le preocupa quedar bien consigo
mismo. Lo que sí me aterra es que la gente que tanto ha criticado el texto, sea
tan ahuevada, que no se haya puesto a pensar en la corrupción que se denuncia
en él. Esta gente no se puso a pensar en la corrupción, lo cual no me sorprende.
Esta gente mucho menos la denunciará por la sencilla razón de que es parte de
esa corrupción a la que le tiene miedo, como ese enano deforme que se alucina
el guachimán de las buenas costumbres literarias.
Felizmente, los próximos días serán
agitados, para bien. Al parecer, todo indica que regresaré a Lima antes de lo
previsto.
viernes, julio 03, 2015
316
He venido varias veces a Arequipa, pero
en las ocasiones en las que he permanecido más tiempo, se ha debido a mi
participación en ferias de libros, experiencia que me permite conocer la ciudad
de un modo en que deben conocerse las ciudades, en su día a día y en la
interacción con las personas en su desmaquillada expresión.
Ayer en la tarde, por ejemplo, las cosas
en la Plaza de Armas estuvieron a nada de salirse de control. Puedo entender
los reclamos y protestas contra la minería, pero también pude ser testigo de lo
que al respecto piensa otra facción de la ciudad sobre los proyectos mineros.
Me preguntaba, mientras me alistaba para una posible acción a tomar si es que
las cosas se calentaban más de lo debido, en cómo era posible que no existiera
un diálogo, pero uno que significara un genuino progreso para esta zona del
país, eso: un diálogo entre ambas partes, no lo que ahora vemos, partes que no
están dispuestas a retroceder en sus intenciones, cada una más bárbara y
estúpida que la otra.
Ver lo que vi ayer, escuchar lo que
escuché, cruzar la información necesaria sin buscar cruzarla, daría muy buenas
luces a los opinólogos capitalinos sobre la situación que se vive en el sur, o
más precisamente, en estas zonas “afectadas” por la minería. Un poco de trabajo
de campo no haría mal a los neoliberales brutos, tampoco a los izquierdosos
tribuneros.